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¿Eres de Brandy o de Cognac?

El brandy y el coñac son dos bebidas elaboradas a base de vino y excepcionales para nuestro paladar


La gran mayoría de consumidores no saben distinguir un licor del otro. Para ayudarte en esta tarea, hoy te enseñamos sus principales diferencias.
El brandy y el coñac son dos bebidas destiladas y aunque existe la falsa creencia de que son la misma bebida, o que el brandy es una versión más económica del coñac, lo cierto es que existen ciertas diferencias, tanto en su proceso de producción y lugar de elaboración como en su sabor y su aroma. Las dos bebidas se elaboran con vino y la mayor parte de los consumidores no saben diferenciar uno de otro, pero los auténticos amantes de uno y otro sí. Ciertamente ninguno es mejor que otro, ya que ambas son buenas bebidas de larga historia y tradición. En cualquier caso, lo que si tenemos claro es que la forma correcta de beberlas es a temperatura ambiente, dejando que el destilado se caliente ligeramente en la copa antes de consumirlo para que los aromas sean mucho más pronunciados y podamos apreciarlos claramente.

ORIGEN

El brandy (se piensa que deriva del término “brandenwijn”, que significa vino quemado) tiene un origen más antiguo que el coñac. Se elaboró por primera vez en Italia en el siglo X, popularizándose en Europa en el siglo XIV, especialmente en Francia, Inglaterra, Holanda y España. En cambio, el coñac aparece en el siglo XVIII cuando los viticultores franceses decidieron transformar su vino en aguardiente envejeciéndolo en toneles durante varios años.


Un buen brandy, servido solo, en copa de balón de cristal fino, proporciona agradables sobremesas, que propician la conversación relajada


PROCESO DE ELABORACION

El brandy es una bebida elaborada a base de vino de diferentes tipos de uva, mientras que el coñac es un tipo de brandy que se elabora también a base de vino, pero en este caso de cepas blancas de la región francesa de Cognac.
Aunque la forma de obtención de ambos destilados es muy similar hasta la fase de crianza, en el brandy se realiza mediante criaderas y soleras (barriles de roble americano apilados en diferentes niveles por edad) que posteriormente se mezclan por distintos niveles de envejecimiento; y en el coñac la destilación se lleva a cabo dos veces en alambiques de cobre de tipo Charente y se envejece en barriles de roble francés y antes de ser embotellado se mezclan distintas añadas, poniendo en la etiqueta la edad del aguardiente de menor edad utilizado. Por supuesto las barricas no pueden haber contenido ninguna bebida que no sea coñac. Además, la caliza del suelo contribuye a la calidad del coñac.

Además cada tipo de brandy y de coñac se diferencian por su tiempo de envejecimiento. En realidad es imposible decidir cuál de estas dos bebidas es mejor, ya que existen brandys mejores y más finos que muchos coñacs y viceversa. Existen aquellos que prefieren los brandys españoles porque puede percibirse un poco más ácido por la uva que se utiliza en su elaboración. Aunque obviamente un coñac de alta calidad y más años de envejecimiento siempre será mejor que un brandy de menos años. Pero si descartamos estas obviedades, la preferencia depende del paladar y del gusto de cada uno.


Peinado, Casajuana y Destilerías Altosa de Tomelloso producen algunos de los mejores destilados, aguardientes y brandies del mercado


DENOMINACION DE ORIGEN

Esta es una de las mayores diferencias entre ambos. Solamente los destilados elaborados en Cognac (Francia) pueden ser llamados Coñac. Nombre protegido con denominación de origen controlada desde el año 1909 del mismo modo que ocurre con el Champagne y el Cava. Cognac es una región de Francia situada a 465 kilómetros de la capital parisina y a 120 kilómetros al norte de Burdeos. La zona posee alrededor de 15.000 viñedos especializados en el cultivo de uvas blancas que maduran lentamente y que producen un vino ácido bajo en alcohol. Este tipo de uva también ofrece los ingredientes en crudo para hacer un tipo más fino de brandy.
El BNIC (Bureau National Interprofessionel du Cognac) establece las reglas para la denominación, de manera que incluso si el destilado es elaborado en otra zona con los mismos ingredientes y procesos no puede ser considerado coñac. Estas reglas rigen las líneas de actuación desde su producción hasta su comercialización, que preserva la identidad de esta bebida. Sin embargo, a día de hoy existe una gran confusión y polémica, ya que hay muchos coñacs elaborados fuera de Francia que se fabrican con los mismos procedimientos pero que no pueden ser llamados con este nombre.
En España por ejemplo tenemos la Denominación de Origen Brandy de Jerez que certifica la calidad y excelencia del brandy que se elabora en las localidades que se encuentran bajo esta denominación que son el Puerto de Santa María, Jerez de la Frontera y Sanlúcar de Barrameda. No obstante, al igual que ocurre con el coñac, este aguardiente se elabora también en muchos lugares. Por ejemplo el famoso pisco peruano es un tipo de brandy elaborado con vino fermentado con uvas específicas de la región, pero no puede tener denominación de origen como Brandy de Jerez.


Curiosamente, empresas jerezanas como Osborne, Pedro Domecq y González Byass producen gran parte de su brandy en Tomelloso, Ciudad – Real


SABOR

El sabor es otra de las grandes diferencias entre el coñac y el brandy. No hace falta ser un experto para darse cuenta de ello y de que existen pequeñas diferencias también en sus aromas y colores. El envejecimiento permite que se desarrollen de manera natural una serie de reacciones que confieren cualidades distintas en el color, el aroma y el sabor de cada uno de ellos que los aguardientes por sí solos no tienen. De esta forma, un envejecimiento prolongado suaviza el paso de los aguardientes por el paladar. Lo que es evidente es que tanto el brandy como el coñac son dos bebidas magníficas llenas de historia y tradición que podemos disfrutar tanto después del café o con él o reservarlo para una ocasión especial. La tradición de ambas como bebida de categoría, su agradable sabor, su perdurabilidad de aromas y su versatilidad para ser combinados es lo que las hace únicas.


Un artículo de sabersabor.es ©


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Adonde el río nos lleve. Guadalajara, el Alto Tajo y su Fiesta de los Gancheros

Adonde el río nos lleve. Guadalajara, el Alto Tajo y su Fiesta de los Gancheros

El bosque flotante continuó río abajo, guiado por sus pastores. Siempre por el estrecho callejón de sus riscos grises y rojizos; entre los desplomes cubiertos de sabinas y carrascas. Siempre compañeros del agua, clara por la mañana, opaca por la tarde, color del mar al oscurecer. Verde botella, verde gris, verde amarilla, según los arenales, los guijarros o el lodo del cauce, la sombra de los árboles o de las peñas, la calma o la furia del viento encañonado. Siempre en lo fragoso de la sierra, en los estrechos, en los saltos, en las ruderas; siempre por un recio universo de piedra y de invierno”.

Espectacular paisaje del Alto Tajo, en Taravilla. Autor, Fofo

Espectacular paisaje del Alto Tajo, en Taravilla. Autor: Fofo

Llevando troncos hacia el río. Autor, Íñigo González

Llevando troncos hacia el río. Autor: Íñigo González

Estas palabras de la famosa obra de José Luis Sampedro “El río que nos lleva” ilustran de manera muy gráfica el paisaje visual y nostálgico de la “maderada”, el viaje de cientos de troncos que desde los altos de Albarracín circulaban todos los años a lo largo del Tajo hasta llegar a su destino, en los aserraderos y las fábricas de Aranjuez. Las maderadas y los “gancheros”, aquellos heroicos pastores de troncos, desaparecieron hace décadas con la construcción de las presas de Entrepeñas y Buendía, y sobre todo cuando las carreteras y el transporte con camiones hizo demasiado costosa la labor de estas cuadrillas de profesionales, dedicados a tiempo parcial, pero que durante semanas se erigían como los dueños del río y vivían al ritmo que marcaban las crecidas, los vericuetos y los rápidos de la corriente. Una corriente siempre imprevisible, siempre señorial y diáfana como los propios días invernales que soportaron en las altas estribaciones de la Ibérica.

Tranquilo pueblo de Peralejos de las Truchas. Autor, Ángel Martín Expósito

Un tranquilo pueblo: Peralejos de las Truchas. Autor: Ángel Martín Expósito

Gancheros en Peralejos de las Truchas. Autor. El S@lmón

Gancheros en el Tajo, a la altura de Peralejos de las Truchas. Autor: El S@lmón

Afortunadamente los pueblos del Alto Tajo no han olvidado a sus “gancheros”. Como cada año a finales de verano, el recuerdo de la maderada reúne a varias localidades de esta comarca, Poveda de la Sierra, Peñalén, Zaorejas, Taravilla y Peralejos de las Truchas, con el fin de realizar un homenaje festivo y multitudinario a estos hombres y mujeres semi-míticos que a finales de los años 30 del pasado siglo condujeron las últimas grandes maderadas hasta Aranjuez. Todos los pueblos participan de forma cíclica en este acontecimiento, declarado en 2008 Fiesta de Interés Regional, y que este año está previsto se celebre los días 30 y 31 de agosto en la localidad de Peralejos de las Truchas. La Edición de 2014 va a ser sin duda muy especial puesto que servirá asimismo para rendir homenaje a la figura del recientemente desaparecido José Luis Sampedro, autor de la obra que en 1961 sacó del olvido a este oficio esforzado, vital y centenario. En memoria de Sampedro se colocará una placa conmemorativa y una figura de forja que representa a un ganchero en la plaza del Ayuntamiento de Peralejos, uno de los municipios inmortalizados en su celebrada novela “El río que nos lleva”.

Otoño en el Alto Tajo, cerca de Zaorejas. Autor, Elfer

Otoño en el Alto Tajo, cerca de Zaorejas. Autor: Elfer

Peñalén, en el Alto Tajo. Autor, Sonsaz

Peñalén, otro de los municipios del Alto Tajo. Autor: Sonsaz

“La Fiesta Ganchera” reúne todos los años a miles de personas para contemplar la tradicional saca de la madera, cuando se liberan los troncos en el espectacular escenario del río Tajo para retirarlos luego a tiro de caballería, tal y como se hacía tradicionalmente hace apenas sesenta años. Son los mozos (y no tan mozos) del pueblo, los encargados de conducir el rebaño de troncos de pino por la corriente, y desde primera hora de la mañana los paisanos reciben a todos los visitantes con un obsequio para la ocasión (en la edición del pasado año triunfó el aguardiente y las rosquillas). Ya en el río, autóctonos y turistas se agolpan en ambas orillas, sobre los puentes, sobre las pasarelas o en cualquier otro elemento que sirva de mirador, a fin de observar del mejor modo posible el paso de la mítica maderada. Es frecuente que la espera se acompañe de la música de los dulzaineros, elevándose en inconfundibles tonos pastoriles por encima del fragor de los rápidos y del viento arremolinado en las altas copas de los pinos. Y así, en medio de un paisaje espectacular de cortados, huertas feraces y extensas masas forestales, arracimadas allí donde las escabrosidades del terreno lo permiten, con el aroma a resina flotando en el ambiente y la sempiterna voz del río dominándolo todo, llega el momento feliz en que tras uno de los recodos del Tajo se ven aparecer los primeros troncos del “rebaño”. Y sobre ellos, guardando hábilmente el equilibrio con pies firmes, vislumbramos de nuevo la silueta sin edad de los “gancheros” en un espectáculo de rabiosa certidumbre histórica, aunque a todos nos parece sacado de las páginas de una novela.

Gancheros creando un cauce artificial de troncos. 1929. Autor, Nemo

Gancheros creando un cauce artificial de troncos. 1929. Autor: Nemo

El río Tajo en Peralejos de las Truchas. Autor, El S@lmón

El río Tajo en Peralejos de las Truchas. Autor: El S@lmón

Los “gancheros”, unos en el agua y otros en equilibrio sobre los troncos, conducen un grupo de unos cincuenta árboles que en nada se asemeja a las almadías y los “bosques flotantes” de antaño. Pero resulta suficiente para recomponer la imagen nostálgica de la jornada. La cuadrilla avanza poco a poco por el río, navegando cuando la corriente lo permite o arrastrando los troncos en los vados, allí donde el agua es demasiado escasa y el fondo se vislumbra apenas a un par de palmos. Acabada la faena, aplausos, abrazos y felicitaciones a los héroes que un año más nos han deleitado con la figura perdida del “pastor de árboles”. Juegos tradicionales, muestras de corte de troncos y las consabidas jotas amenizarán un final de fiesta donde solo queda que los grupos de locales y turistas se desperdiguen a cientos por las alamedas, como todos los años, para comer y regocijarse en los frescos prados que abundan junto al río. Pero de alguna manera, y aunque todos sepamos que la fiesta volverá a repetirse en próximas ediciones, este año será sin duda distinto a otros: cuando el visitante escuche los silbidos de los “gancheros” más allá del recodo, todavía invisibles a la vista; cuando al fin los vea aparecer sobre las aguas en un cuadro de arrolladora vitalidad, perfilados contra el agreste y bello paisaje del Alto Tajo, no podrá evitar sentir que el autor de “El río que nos lleva” llega también con ellos bajando el río como ya lo hizo entonces. Junto a Shannon, “el Americano”, “la Paula” y el resto de compañeros de ese viaje realizado en los años cincuenta, inmortales todos en nuestra memoria gracias a unas páginas forjadas en oro, y que revelan sin duda a uno de los principales representantes de la narrativa contemporánea española del siglo XX.

Jose Luís Sampedro. Autor, Javier Luengo

José Luis Sampedro. Autor: Javier Luengo

Hasta siempre, José Luís. Autor, Julio Codesal

Hasta siempre, José Luis. Autor: Julio Codesal

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Los ritos del Agua de Fuego y la elaboración tradicional del Orujo

Los ritos del Agua de Fuego y la elaboración tradicional del Orujo

El aguardiente de orujo es una bebida de uso frecuente entre los habitantes de los medios rurales que suelen ingerirla por las mañanas; hay quienes acostumbran también a tomar alguna copa después de las comidas, sobre todo si éstas son abundantes, pues aseguran que ayuda a hacer la digestión y que mata los excesos de grasas. En ciertas regiones como Galicia (tampoco León se queda a la zaga) es de uso muy común entre los campesinos, dando lugar a las célebres queimadas nocturnas, extendidas después junto con los «conxuros» que las acompañan, por el resto de España. De hecho la cosa está tan extendida que en algunos municipios, como Potes (Cantabria), se celebran con gran afluencia de público fiestas en honor a esta bebida milenaria. Por si alguien tiene curiosidad en conocerla, la de Potes tiene lugar el segundo fin de semana de noviembre…

Botellas de Orujo, muy rico. Autor, Aherrero

Botellas de Orujo, muy rico. Autor: Aherrero

La villa de Potes, en Cantabria. Autor, JLgolis

La villa de Potes, en Cantabria. Autor: JLgolis

Las autoridades llevan prohibiendo su destilación particular desde tiempos inveterados. De hecho el aguardiente sólo se puede comercializar en botella convenientemente etiquetada, con el registro sanitario correspondiente. Pero también desde tiempos antiguos y saltándose las disposiciones, los campesinos se entregan furtivamente y año tras año a obtener su pequeña cosecha. De forma general se denomina orujo a las heces de la uva una vez estrujadas. Se compone, pues, del hueso, el hollejo de la uva y el ramaje del racimo. Tras el rito de pisar la uva, el contenido se apila en un pozo o en una pileta. Se amontona bien para que quede compacto y encima se echa una capa de barro, y sobre esta capa de barro otra abundante de tierra. Todo ello contribuye a evitar que se creen respiraderos, ya que si los hubiera el producto se enmohecería y no fermentaría, llegando finalmente a avinagrarse.

Conjuro de Queimada. Autor, Contando estrelas

Conjuro de Queimada. Autor: Contando estrelas

Ponen por tanto mucho cuidado en esta operación del tapado de las heces, que se realiza en el mes de octubre, una vez que ha sido estrujada la uva. El tiempo de reposo en las pocetas o pilas es de dos o tres meses como mínimo, aunque lo propio es que el destilado se realice al comienzo de la primavera, con lo que alcanza a estar en la pila unos seis meses. Algunos entendidos afirman que, siempre que se encuentre convenientemente tapada, la composición puede aguantar mucho tiempo, y que los mejores orujos se producen cuando el tiempo de reposo es de aproximadamente dos años.

Llamas de la Queimada tradicional. Autor, David Hegarty

Llamas de la Queimada tradicional. Autor: David Hegarty

Para destilar el orujo se utiliza un alambique de cobre que consta de dos partes: la baja o «caldera», y la alta o «cabeza», que tiene un depósito en la zona exterior donde se deposita el agua fría. Ambas partes se acoplan en una zona de estrechamiento utilizando para ello diferentes técnicas, aunque la más tradicional consistía en pegar una masa de harina alrededor, quedando así todo el conjunto herméticamente cerrado.

Aspecto del orujo de vino. Autor, Directo al paladar

 Aspecto del orujo de vino. Autor: Directo al paladar

Se utilizan dos herramientas sencillas: el gancho, que es un mango de dos palos a modo de rastrillo en el extremo, utilizado para extraer el orujo después de someterlo al fuego, y la raspadora, de cobre, utilizada para raspar el suelo de la caldera si el orujo se hubiese agarrado. Éste se deposita en la caldera inferior, cubierto con agua. Para evitar que se agarre al suelo de la caldera es conveniente echar paja de cebada o de trigo en la parte baja. Se pone seguidamente a fuego lento, creándose en el interior una atmósfera de vahos que produce la destilación. Lo primero que sale es lo más puro y concentrado. En una primera destilación se puede obtener aproximadamente un litro de aguardiente por cada dos kilos de orujo. Pero este aguardiente sale con pocos grados y es necesario después someter el primer aguardiente obtenido a una operación de refinado, consistente en pasarlo de nuevo por el alambique, una vez sin orujo, y obtener así en una segunda pasada un aguardiente más puro, con una graduación cercana a los 80º.

Otro alambique casero. Autora, Mónica Prats

Otro alambique casero. Autora: Mónica Prats

Para comprobar la graduación del aguardiente, se suele tirar un chorro al fuego: si arde se supone que todavía sale con fuerza, pero si lo apaga infieren que ya destila mermado de grados. Para darle gusto y olor se pueden echar hierbas aromáticas que, al cocer, van a dejar su impronta en el aguardiente final. Si se echan anises se evitará además que alguien pueda rebajar maliciosamente el aguardiente con agua, ya que su presencia blanquecina quedaría delatada.

La sobremesa ideal. Vino, orujo y café. Autor, ZellOss

La sobremesa ideal. Vino, orujo y café. Autor: ZellOss

Esta es en esencia la técnica tradicional de elaboración del orujo. En el pasado, los destiladores de orujo vivían de ello y recorrían los caminos con el alambique encima de un burro, siempre al cobijo de la noche para evitar ser avistados. Hoy, sin embargo, son escasos los particulares que fabrican aguardiente. Como es natural producen exclusivamente para su uso privado, aunque en muchos pueblos de Galicia o Castilla-León la proporción es mayor y sus servicios son solicitados incluso por muchos de los vecinos, que conocen el secreto. Así, sin moverse de casa, son los clientes los que llegan a horas intempestivas para procurarse en pequeñas cantidades sus artesanales servicios. Y a cambio, el destilador come y bebe a costa de ellos, que no es otra la paga de su trabajo.

Típicos efectos del Orujo en clientes desaprensivos. Autor, DiggerATL

Típicos efectos del Orujo en clientes desaprensivos. Autor: DiggerATL

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Ciudad Real, años Cincuenta. Tertulias y anécdotas alrededor de un botijo

Ciudad Real, años Cincuenta. Tertulias y anécdotas alrededor de un botijo

El próximo 7 de junio y durante 3 días se llevará a cabo en la plaza Mayor de Ciudad Real el popular Mercado “Años 50” con el objetivo de revivir en la mente de todos una época única, cargada de connotaciones nostálgicas. Actores, artesanos y visitantes habrán de unir esfuerzos para recrear no sólo los oficios, sino también el vocabulario y los usos de una década que muchos de nosotros no conocemos más que en los libros o el cine, pero que sin duda nos resulta totalmente familiar… Sin ir más lejos ¿Quién no tiene en casa el típico botijo del abuelo decorando la estantería del comedor?

Plaza Mayor de Ciudad real. Autor, Kyezitri

                                                           Plaza Mayor de Ciudad Real. Autor: Kyezitri

Mujer bebiendo de botijo. William-Adolphe Bouguereau. Óleo sobre lienzo. 1886

                              Mujer bebiendo de botijo. William-Adolphe Bouguereau. Óleo sobre lienzo. 1886

Y hablando de botijos… Aunque se trata de un invento que ya viene de lejos, una de sus imágenes más populares procede de aquellos veraneos familiares de los 50 y 60, cuando la familia en bloque se embutía dentro del Seiscientos para atravesar España en plena canícula de julio, camino del litoral. Y es que nadie puede negar que el botijo es un gran invento. Había botijos de arcilla blanca y de arcilla roja, y existían también de verano y de invierno. Los primeros refrescaban el agua gracias a los poros de la arcilla y al efecto de transpiración producido en la superficie del recipiente. En cambio los de invierno se recubrían de una capa vítrea impidiendo tal proceso, al tiempo que se aprovechaba para decorarlo según gustos y producir un objeto de gran valor ornamental. Con el fin de proteger el agua de los insectos era frecuente que la boca ancha apareciese cubierta por el conocido tapete blanco de ganchillo, mientras que al pitorro se le insertaba una pieza artística acabada en punta (o para acabar pronto, un simple trozo de sarmiento).

Cerámica de Talavera y botijo de invierno. Autora, Lourdes Cardenal

                                      Cerámica de Talavera y botijo de invierno. Autora: Lourdes Cardenal

Madre y niño con un botijo. Joaquín Sorolla. Óleo sobre lienzo, 1905

                                        Madre y niño con un botijo. Joaquín Sorolla. Óleo sobre lienzo, 1905

Los botijos tenían su aquel, y todos sabían por ejemplo que nunca debía usarse un botijo nuevo si éste no era antes “curado” para evitar que el agua tuviera sabor a barro. Para evitarlo se llenaba el recipiente de una mezcla de agua y anís y se dejaba reposar al menos una semana antes del estreno. No era mala idea lo del anís, y de hecho en muchas zonas de España fue tradición usar el botijo no para el agua, sino para contener “palometa”, léase agua mezclada con un buen chorro de cazalla, lo que aparte de quitar la sed resultaba un buen reconstituyente. Sobran los testimonios que ilustran esta costumbre, como el recogido en uno de aquellos viajes infumables a la costa levantina: “Nemesio, ya nos hemos dejado otra vez el cruce, a ver si prestas más atención. Y deja de hacerle caso a tu padre que desde que salimos del pueblo no suelta el botijo ni para toser” El conductor al volante, que se cabrea “¡Pero qué tiene que ver ahora mi padre y el botijo, a ver!”. “¡Pues qué va a ser! Que lo ha llenao al salir con el aguardiente de la alacena. ¡Ea, míralo como sonríe!”.

El inefable Seiscientos a la aventura. Autor, Óscarq

                                                   El inefable Seiscientos a la aventura. Autor: Óscarq

En todas las casas había un botijo con agua fresca, y hasta el barbero o el maestro presumían de tener el suyo, siempre sobre un plato de barro arrimado al rincón más alejado de la puerta. Para muchos el botijo de los Cincuenta está asociado a su niñez y a aquellas expediciones de la chiquillería hasta el taller del alfarero para recoger las piezas defectuosas, que luego servían en multitud de juegos más o menos inocentes. Era aquella la época de separación de sexos y las niñas en corro se iban pasando el cacharro al compás de canciones pegadizas, que resonaban en las plazas con voz despreocupada y feliz. Los niños, en cambio, éramos más de piedra, correa y descalabro. Algunos (los menos) se quedaban junto al torno para ver como las manos portentosas del artesano sacaban esos recipientes y filigranas de barro, nacidos como por arte de birlibirloque de un montón de arcilla informe. Luego se supo que al fin y al cabo no era tan milagroso el invento, y que el secreto de un buen botijo consistía en añadir sal a la masa con el fin de lograr la porosidad adecuada, lo que permitía a la pieza “sudar” y por tanto refrescar el agua contenida en su interior.

Aquellos maravillosos años de la niñez. José Benlliure y Gil (1855-1937). Óleo sobre lienzo

                      Aquellos maravillosos años de la niñez. José Benlliure y Gil (1855-1937). Óleo sobre lienzo

Las manos milagrosas del alfarero. Autor, Juantiagues

                                                 Las manos milagrosas del alfarero. Autor: Juantiagues

Con el paso de los años los botijos cambiaron de contexto pero no de importancia para el populacho. En los cines de verano era habitual, por ejemplo, que el aguador (gran oficio anterior a la existencia de agua corriente en los edificios) vendiese tragos en botijo a peseta la «jartá», es decir, que por una peseta uno bebía lo que pudiese de un tirón. El truco consistía en aprender a tragar y respirar a un tiempo, y los jóvenes más habilidosos llegaban a vaciar el recipiente por completo para desesperación del botijero, que debía ir a llenarlo una y otra vez a la fuente. Los que no sabían usarlo terminaban con la camisa empapada y eran objeto de burlas constantes. Quizá sea éste el origen de ciertas asociaciones crueles entre botijo y maña: “Parecía tonto cuando lo cambiamos por un botijo”, o también este otro, “El otro día murió uno ahogado en la cocina de su casa. Se puso a beber de un botijo, y no supo pararlo”.

El aguador de Sevilla. Diego Velázquez. Óleo sobre lienzo, 1620

                                          El aguador de Sevilla. Diego Velázquez. Óleo sobre lienzo, 1620

Durante la siega o la vendimia se agradecía un parón para hacer circular el botijo rebosante de agua fresca, acompañado a ser posible de un trago de aguardiente, y en muchos pueblos era costumbre tener el botijo a la puerta de casa para invitar a los transeúntes más o menos ociosos, que agradecían el gesto quedándose «un momento» a intercambiar los ultimos comadreos locales. De noche, en cambio, lo erótico tomaba cuerpo: como en los hogares todavía escaseaba el televisor, la tertulia de calle alrededor del botijo resultaba cosa obligada, y también los paseos de la moza hasta el pozo para buscar agua fresca (como era tradición). Y, claro, adonde iba ella… allá que volaba él. Si los botijos hablaran. No cabe duda que el Generalísimo debió de estar muy contento con este instrumento nacional tan apropiado a sus planes de repoblar el país, en las décadas de los 50 y 60. Aunque no todos compartieron su idea: harto de oír que ésta y otras decisiones del Caudillo le venían inspiradas por la paloma del Espíritu Santo, el novelista y diplomático español Agustín de Foxá replicó: “Si eso es cierto, yo me hago del tiro a pichón”.

Acarreando paja después de la siega. Autora, Plácida

                                                   Acarreando paja después de la siega. Autora: Plácida

Tertulia en el cortijo. José Benlliure y Gil (1855-1937). Óleo sobre lienzo

                                    Tertulia en el cortijo. José Benlliure y Gil (1855-1937). Óleo sobre lienzo

Y es que el socorrido botijo servía lo mismo para una boda que para un bautizo, aunque existen testimonios de la época que achacan a este recipiente los usos más inverosímiles. Es el caso recogido por el escritor José Ignacio de Arana en su Anecdotario Médico, donde cuenta el intento de suicidio de uno de sus pacientes: una mujer entra despavorida en la consulta al grito de “¡Corra, por Dios, Doctor, que mi padre se está suicidando!”. El médico se incorpora, coge al vuelo el maletín y ambos salen de estampida sin tiempo que perder. La carrera es más de lo que puede soportar el galeno, cuesta arriba y cuesta abajo, esquivando transeúntes al galope y con más de un tropiezo en los cruces peligrosos a causa de los vehículos, de modo que en poco tiempo comienza a faltarle el resuello y a quedarse atrás. “¡Doctor, por lo que más quiera! Quizás sea ya demasiado tarde”. Totalmente derrengado pregunta con un hilo de voz “¿Pero se ha tomado algo? ¿Se ha cortado las venas, o qué?” “No, que va. Ha cogido el botijo de madre y se está abriendo la cabeza con él”. El médico para en seco su carrera y se la queda mirando. “Es que está mal de la chaveta, mi padre. Por la mañana se ha levantado con esa fijación y ahora no hay quien lo pare”. Cuando llegaron a su casa vieron que, efectivamente, el hombre asía el recipiente con las dos manos y se daba porrazos al grito de “¡Es que me mato, me mato!”. Por fortuna la cosa no pasó de ser un buen susto y el doctor pudo volver finalmente a su consulta, esta vez a un paso más tranquilo.

La ciencia del botijo. Autor, Frado66

                                                               Graffiti sobre la ciencia del botijo. Autor: Frado66

A pesar del desuso y la caída en popularidad, hoy podemos decir sin temor a equivocarnos que existe un botijo en cada pueblo o aldea de nuestro territorio. Hay, incluso, museos enteros con el botijo como único protagonista. Toral de los Guzmanes, en León, o el más conocido de Villena, han incorporado a lo largo de los años cientos de piezas únicas de valor material y sentimental incalculable, y lo mismo puede decirse sobre la colección particular de la alcazareña Julia Morales, verdadera obra maestra de artesanía en tierras manchegas. Pero el botijo, como suele decirse, traspasa fronteras, y si hay un sitio donde este recipiente ha sido ensalzado y aparece como verdadero estereotipo de la personalidad de un pueblo, es en la capital de España. Según la leyenda San Isidro hizo brotar agua de una roca mientras trabajaba en los campos, y como recuerdo de aquel milagro se levantó junto a aquel rincón del Manzanares la famosa ermita en su honor. Desde el siglo XVI y durante las fiestas del Santo es costumbre que los madrileños acudan a beber de esas aguas antes de marcharse a la Pradera para merendar, y hoy abundan allí los puestos de venta de rosquillas, garrapiñadas y por supuesto los tradicionales botijos de vino de San Isidro, solicitadísimos por cualquier devoto ávido de plegarias y diversión.

Botijos de Alcorcón. Autor, Tamorlan

                                                               Botijos de Alcorcón. Autor: Tamorlan

Fiesta en la ermita de san Isidro. Francisco de Goya. Óleo sobre lienzo. 1788

                               Fiesta en la ermita de san Isidro. Francisco de Goya. Óleo sobre lienzo. 1788

Pero no hay que echar mano de leyendas castizas para explicar la fama de este recipiente. Existió antaño en Madrid un comercio de aperos y quincalla llamado precisamente “La Tienda del Botijo”, en el madrileño barrio de La Latina, y cuyo sonoro nombre aludía al botijo lleno de aguardiente que el propietario colocaba muy ufano en su mostrador. Por una perra gorda cualquiera podía echar un buen trago de aquel manantial de sabiduría, y mucho nos tememos que fue este servicio y no el género de venta lo que terminó por hacer del local uno de los puntos más aclamados de la capital (no es casualidad que hoy, transformada en tienda de cosméticos, siga conservando el nombre original).

Tendero y exposición de piezas de alfarería. Autor, Wiros

                                                 Tendero y exposición de piezas de alfarería. Autor: Wiros

Todo un icono de lo español, el botijo pretende en los próximos años saltar las fronteras de nuestro planeta y hacer un viaje al espacio. Sí, como se oye. Esa es al menos la idea de Xavier Gabriel, el famoso lotero de la Bruja de Oro, quien tras pagar 156.000 € a tocateja será uno de los próximos tripulantes de la nave espacial VSS Enterprise, propiedad de un magnate estadounidense. Tras arduas negociaciones el leridano consiguió también que la empresa aceptase colocar en órbita un botijo de su propiedad, y que encargó previamente a un artesano extremeño del municipio de Salvatierra. Sin duda la epopeya supera todas las expectativas para tan humilde utensilio, y según comentó el propio Xavier: “No sé si decir algunas palabras históricas, algo así como que es un pequeño paso para un botijo, pero un gran trago para la humanidad». Sea cual sea el resultado de esta historia, y a pesar del gusto por la modernidad y el glamour aplastantes que nos invade hoy día, tendremos que aceptar que el humilde botijo lleva camino de convertirse en estereotipo único de nuestra cultura ante el mundo, y por supuesto, en el utensilio español más famoso de la galaxia.

La Tierra desde el Espacio exterior. Aytor, Garysan97

                                                    La Tierra desde el Espacio exterior. Autor: Garysan97

Botijo decorando una ventana. Autora, Bego Díaz

                                                       Botijo decorando una ventana. Autora: Bego Díaz

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A su salud. La historia más alocada del vino (2ª parte)

A su salud. La historia más alocada del vino (2ª parte)

1. Durante el Imperio Romano, regiones como Francia, el norte de Alemania, Polonia o incluso Rusia y la cuenca del Danubio disfrutaron de un clima mediterráneo difícil de imaginar hoy en día. Las temperaturas cálidas y una mayor sequedad ambiental permitieron a los romanos extender el viñedo por casi todo el continente, convirtiendo así a provincias enteras en centros productores de primer orden. Con la caída de Roma a finales del siglo V d.C. y la irrupción de diversas tribus bárbaras, la civilización y las costumbres refinadas de la época estuvieron a punto de desaparecer. No ocurrió así con el vino. Gracias al impulso evangelizador de la Iglesia y a la fundación de numerosos monasterios, el cultivo de los viñedos creció como la espuma y el vino se convirtió pronto en un producto apreciado a todos los niveles. En la Alta Edad Media, por ejemplo, los galenos lo consideraban como un remedio curativo excelente y recomendaron su consumo (en especial el vino tinto) para ayudar a la digestión, aclarar el humor y generar “buena sangre” en los pacientes. Claro que, si hemos de ser rigurosos, no podemos olvidar que las propiedades del aguardiente (producto de su destilado) eran aún más alabadas que el vino, por lo que hoy día se duda seriamente del criterio de estos sabios medievales.

Paisaje de viñedos en los Alpes franceses. Autor, Semnoz

Paisaje de viñedos en los Alpes franceses. Autor: Semnoz

2. La gran habilidad de los monjes en elaborar vinos trajo algo más que comercio y riqueza a las arcas de la Iglesia. El 8 de julio del año 793, una abadía en la costa norte de Gran Bretaña llamada Lindisfarne fue saqueada por gentes desconocidas llegadas del mar: los vikingos. Pronto esta ola de asesinatos, robos y destrucción se extendió por media Europa llegando incluso hasta España y el Mediterráneo, pero fueron sobre todo los conventos quienes más sufrieron sus consecuencias debido a las riquezas que acumulaban… Y al vino. Efectivamente, tras mejorar la preservación de los caldos gracias al uso de barricas fabricadas con madera, los monjes empezaron a disponer de grandes reservas en sus monasterios del sur de Alemania o de Francia para el comercio a gran escala. Esto, y la ostentación de riquezas de que hacían gala, hizo que los vikingos tomasen sus excursiones muy en serio y se aficionasen a visitarlos periódicamente con la llegada del buen tiempo. Aunque las técnicas de conservación no eran todavía perfectas y la mayor parte del vino se avinagraba al llegar la primavera, el hecho parecía no importar en absoluto a los nórdicos. Avinagrados o no, cargaban sus barricas junto con el resto de tesoros y desaparecían después en el mar sin dejar rastro, de modo que los previsores monjes no tuvieron más remedio que adelantarse a los ataques escondiendo el vino en sótanos y túneles subterráneos: habían nacido las bodegas.

Las ruinas de la abadía de Lindisfarne. Reino Unido. Autor, Russ Hamer

Las ruinas de la abadía de Lindisfarne. Reino Unido. Auto: Russ Hamer

3. El famoso champán, que hoy sirve para acompañar nuestras celebraciones de Año Nuevo junto a las 12 uvas, toma su nombre de la región francesa donde nació: la Champagne. En su origen era un vino ceremonial todavía sin burbujas y usado en grandes acontecimientos de la nobleza franca. Con ocasión del bautismo del rey Clodoveo durante las Navidades del año 498, la excelsa criatura no solo recibió las aguas de manos de San Remigio sino que fue también ungido con champán, lo cual da idea de la estima que este caldo tenía entre los franceses. A menudo, la fermentación en las barricas no se producía correctamente y los vinos se echaban a perder al tiempo que el gas contenido en su interior hacía saltar los tapones de madera (motivo por el cual recibía el nombre de “vino del diablo”). La solución tuvo que esperar al siglo XVII y a la sagacidad del francés Pierre Pérignon, un monje ciego del cual se afirmaba que solo con probar una uva sabía de qué viñedo procedía. Pérignon ideó una nueva forma de atrapar las burbujas mediante el trasvase del líquido a botellas cerradas con corcho, lo que dio origen al champán moderno y a la fama imperecedera que le acompaña desde entonces por medio mundo.

Estatua de Pierre Pérignon en Épernay, Francia. Autor, Alexandre Campolina

Estatua de Pierre Pérignon en Épernay, Francia. Autor: Alexandre Campolina

4. La prueba del alto valor que el champán tenía en aquella época se recogió hace 3 años en el fondo del mar Báltico. Unos investigadores descubrieron los restos de un barco mercante, que hacia 1830 naufragó frente a las costas de Finlandia en su viaje hacia San Petersburgo, entonces capital de Rusia. En su interior aparecieron al menos 30 botellas de champán intactas, casi con total seguridad pertenecientes a la prestigiosa casa Veuve Clicquot y a una cosecha datada a finales del siglo XVIII. Según estiman los investigadores, las botellas habrían sido un regalo del rey francés Luis XVI a la Corte Imperial rusa, lo que demuestra no solo su categoría sino también el conocimiento que ya se tenía entonces del champán a lo largo y ancho de Europa. El equipo sueco responsable del hallazgo abrió una de las botellas para probar su contenido, y la sorpresa fue mayúscula: «Estaba fantástico… con un sabor muy dulce, se notaba roble y tenía un aroma muy fuerte a tabaco. Y unas burbujas muy pequeñas», dijo el submarinista. Según el gobierno regional finlandés, casi todas las botellas se han conservado perfectamente gracias a la oscuridad y las bajas temperaturas del mar Báltico, donde se han mantenido en reposo durante casi 200 años.

Después de la vendimia. Alvaro Alcalá Galiano. Óleo sobre lienzo, 1930

Después de la vendimia. Alvaro Alcalá Galiano. Óleo sobre lienzo, 1930

5. Varios especialistas han alabado este champán Veuve Clicquot con frases expresivas como “tiene un aroma tostado, con notas de café, y un sabor muy agradable con detalles de flores y limón», mientras que un experto sueco aseguraba que «no se parece a nada que haya probado antes». De lo que no hay duda es que, vistos los precios que pueden llegar a pagarse por un vino histórico, las reliquias encontradas en el mar Báltico poseen un valor extraordinario (ya han sido tasadas a razón de unos 48.000 € la unidad) y no es de extrañar que los descubridores prefieran mantener en secreto la localización exacta del hallazgo. Desde luego tienen buenas razones para ello puesto que en una primera subasta realizada poco después, un comprador anónimo de Singapur pagó la friolera de 54.000 € por dos botellas, convirtiéndolas así en el champán más caro de la historia vendido en una subasta. Pero los excesos pecuniarios no terminan con este ejemplo: también en 2010, una subasta celebrada en la casa Sotheby´s de Hong Kong batió el record absoluto con tres botellas de un vino Château Lafite-Rothschild, fechadas en 1869. Nuestro comprador fue con toda probabilidad un multimillonario chino que pujó por teléfono, y que no tuvo reparos en desembolsar la increíble cifra de 166.210 € por cada botella. Esto equivale a 22.500 € la copa o más de 1.500 € el sorbo… Todo un lujo al alcance de muy pocos.

Barriles de la casa Veuve Clicquot fundada en 1772. Champagne. Autor, Tomas Er

Barriles de la casa Veuve Clicquot fundada en 1772. Champagne. Autor: Tomas Er

6. Una de las mayores excentricidades actuales en torno al vino lo constituye el hotel holandés “De Vrouwe van Stavoren” situado en Stavoren, un tranquilo pueblecito pesquero junto a la costa del mar del Norte. El hotel ofrece habitaciones comunes como cualquier otro establecimiento al uso, pero en su interior aloja también una sorpresa para sibaritas: por un módico precio que oscila entre 74 y 119 € la noche, el cliente puede dormir en un genuino y auténtico barril de vino fabricado en madera. Dispone para elegir entre 4 cómodas barricas con 15.000 litros de capacidad cada una y con todas las comodidades de una habitación normal: televisión, radio, teléfono y espacio para sentarse y dormir. Los barriles pueden alojar cómodamente a dos personas, disponen de baño anexo, sala de estar, y en temporada baja los descuentos alcanzan hasta el 75% del precio original. Aunque uno termine oliendo a vino durante el resto de la semana, sin duda es una oferta hostelera muy a tener en cuenta.

Viñedos cerca de Burdeos, cuna del vino más caro del mundo. Autor, Riolnet

Viñedos cerca de Burdeos, cuna del vino más caro del mundo. Autor: Riolnet