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Córdoba y Medina Azahara. La vida en el Harén del Califa

Córdoba y Medina Azahara. La vida en el Harén del Califa

Según Ibn Idhari, escritor marroquí del siglo XIII, el primer Califa de Al-Ándalus disponía en su harén de más de 6300 esposas, concubinas y otras esclavas de variada raza o nacionalidad. Harén significa literalmente “Lo vedado”, y para nuestra mentalidad moderna evoca la imagen de un grupo de mujeres privadas de libertad tras los muros de palacio, bajo la vigilancia constante de los eunucos… ¿Cómo era y cómo se vivía realmente en el harem de Madinat al-Zahra, o Medina Azahara, la lujosa residencia que hizo construir Abderramán III en la ladera de una colina próxima a Córdoba?

Reunión de árabes. Horace Vernet. Óleo sobre lienzo, 1834

Reunión de árabes. Horace Vernet. Óleo sobre lienzo, 1834

Situada a unos 8 kilómetros al noroeste de la ciudad y frente al valle del Guadalquivir, en una zona denominada “la montaña de la Desposada”, el yacimiento arqueológico de Medina Azahara está declarado hoy Bien de Interés Cultural desde 1923. Madinat al-Zahra, “La Ciudad de la Flor”, alude al nombre de la concubina más preciada y caprichosa del Califa, quien le pidió la construcción de este palacio para huir del bullicio y ajetreo de la corte cordobesa. Pero por bella que nos resulte esta historia, Al-Zahrá no fue en realidad sino una de las muchas “propiedades” de Abderramán. Aunque el Corán, curiosamente, es el único libro sagrado donde se cita claramente la frase “Casaos con una sola», la práctica de tener varias esposas y concubinas se hizo muy común con la expansión del Islam y tuvo su máxima expresión durante la Edad Media, en los fastuosos harenes de los mandatarios Omeyas y Abbasíes.

Interior de la mezquita cordobesa. Autor, James Gordon

Interior de la mezquita cordobesa. Autor, James Gordon

Las mujeres del harén pertenecían a dos grupos bien distintos. Las de clase más baja eran las sirvientas, que tenían asignadas labores de limpieza y servidumbre dentro del recinto vedado. Aunque rara vez llamaban la atención de Abderramán, estas esclavas podían con suerte abrirse camino en la escala del serrallo y alcanzar altos puestos, lo que les permitía retirarse al final de su vida disfrutando de suculentas pagas. Por el contrario, Las privilegiadas o de clase alta disponían de grandes bienes y a menudo eran liberadas por el Califa de su condición de esclavitud. Estas mujeres se escogían por su belleza y talento para ejercer funciones de cantantes o bailarinas privadas de palacio, al tiempo que sus compañeras más experimentadas las instruían en sus cometidos, vistiéndolas convenientemente antes de ser presentadas al Califa. Si éste se fijaba en alguna de ellas, de inmediato era conducida a una estancia personal donde la guardiana del baño y la dama de los ropajes la preparaban para su primera noche. Solo después de la velada, y si el Califa seguía otorgándole su aprecio, la mujer pasaba a convertirse en concubina real.

El mercado de esclavos. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1866

El mercado de esclavos. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1866

La vida para las concubinas en el harén estaba inmersa en la más absoluta de las rutinas. Las esclavas no musulmanas, traídas a menudo del África Negra o de mercados europeos (como Lyon y Arlés, en Francia), eran convertidas rápidamente al Islam, tras lo cual debían ir a la escuela para aprender a leer y escribir, a coser y a tocar instrumentos diversos. También gozaban de varias horas al día dedicadas a su propio recreo, que consistía básicamente en pasear por los jardines y ejercitar cuerpo y espíritu para agrado de su Señor.

La gran suerte reservada a unas pocas era llegar a convertirse en Primera Dama del Harén, o Princesa Madre, lo que solo podía conseguirse si la concubina o favorita real daba un hijo al Califa, y éste era además primogénito y por tanto heredero al trono. De ahí las abundantes crónicas relativas a intrigas, acusaciones en falso o envenenamientos para hacerse con el favor del soberano a costa de las rivales… Y también debido a ello, a las mujeres del harén se las vigilaba siempre muy de cerca. Para delitos especialmente graves no era raro que la víctima fuera atada de pies y manos, metida en un saco y arrojada por la noche a las aguas del Guadalquivir.

Vista de Córdoba y sus jardines. Autor, Sharon Mollerus

Vista de Córdoba y sus jardines. Autor: Sharon Mollerus

El harén estaba guardado por varias decenas de eunucos, que al igual que las mujeres pertenecían a todas las razas conocidas. Los eunucos eran llevados a palacio muy jóvenes y por lo general ya llegaban castrados desde el mercado de esclavos. Durante el siglo IX, la localidad francesa de Verdún fue centro tradicional de castración y lugar de residencia de numerosos médicos judíos, especialistas en realizar este tipo de operaciones. La castración entrañaba graves riesgos y no era raro que muriese el paciente, razón por la cual los eunucos alcanzaban elevadísimos precios a su llegada a Córdoba. Una vez allí el eunuco, siempre un niño de corta edad y de inusual belleza, se integraba fácilmente en la vida palaciega donde era frecuente que su aspecto inmaduro al llegar a adulto lo convirtiese en amante predilecto de su amo.

El mercader de alfombras. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1887

El mercader de alfombras. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1887

Se conoce una curiosa anécdota sobre el atractivo que ejercían los jóvenes en el que fue segundo Califa de Córdoba, Al-Hakam II. Este buen hombre poseía un harén bien surtido, pero a pesar de ello llegó a la edad de 46 años sin haber tenido ningún hijo, por lo que abundaban los rumores acerca de su manifiesta homosexualidad. Sea como fuere, una esclava cristiana de origen vasco consiguió finalmente hacerle padre siguiendo una moda entonces muy en boga en Bagdad: abandonó sus ropajes femeninos y se disfrazó de chico. Y hasta tal punto fue el cambio del agrado del Califa, que éste adoptó la costumbre de llamarla por el nombre masculino que había escogido: Yafar… Al poco tiempo, como era previsible, la inteligente concubina le dio un heredero y se convirtió en Princesa Madre del Califato.

Vista de las ruinas de Medina Azahara. Autor, Zarateman

Vista de las ruinas de Medina Azahara. Autor: Zarateman

Medina Azahara, una de las obras más notables y grandiosas que haya hecho el hombre, y prodigio entre los prodigios del Islam, desapareció cien años después de su construcción como consecuencia de la guerra civil que puso término al Califato de Córdoba. Sus tesoros fueron saqueados, sus jardines arrasados y desmantelados, y con el paso del tiempo la destrucción llegó a ser casi absoluta al utilizarse la residencia califal como cantera. El palacio quedó enterrado y olvidado hasta 1832, año en el que se identificaron los primeros vestigios que apuntaban al mítico enclave de Abderramán y su favorita, la bella Al-Zahrá. Gracias a los trabajos efectuados desde entonces en el yacimiento, Medina Azahara puede ser hoy visitada por el investigador y el turista, y aunque queda lejos aquel esplendor oriental que la caracterizó y la hizo famosa entre las cortes europeas, sin duda un recorrido por sus paseos, arcos y muros envejecidos por el tiempo nos permitirá hacer gala de nuestra imaginación, y retroceder hasta la época en que las pasiones humanas eran capaces de los más caprichosos designios… ¿Lo dudáis? Aquí tenéis otra muestra del poder de las mujeres del harén, aunque esta vez con el rey taifa Al-Mu‘tamid como protagonista:

Recepción en la sala del Estanque. Frederick Lewis. Óleo sobre lienzo, 1873

 Recepción en la sala del Estanque. Frederick Lewis. Óleo sobre lienzo, 1873

– Señor conde -dijo Patronio-, el rey Abenabet estaba casado con Romaiquía y la amaba más que a nadie en el mundo. Ella era muy buena y los moros aún la recuerdan por sus dichos y hechos ejemplares; pero tenía un defecto, y es que a veces era antojadiza y caprichosa.

»Sucedió que un día, estando Córdoba en el mes de febrero, cayó una nevada y, cuando Romaiquía vio la nieve, se puso a llorar. El rey le preguntó por qué lloraba, y ella le contestó que porque nunca la dejaba ir a sitios donde nevara. El rey, para complacerla, pues Córdoba es una tierra cálida y allí no suele nevar, mandó plantar almendros en toda la sierra para que, al florecer en febrero, pareciesen cubiertos de nieve y la reina viera cumplido su deseo».

De “El conde Lucanor”. Infante Don Juan Manuel

Danza oriental. Fabio Fabbi (1861-1946). . Autor, In Pastel

Danza oriental. Fabio Fabbi (1861-1946). . Autor: In Pastel


Si quiere realizar una visita guiada por Medina Azahara y la ciudad de Córdoba, le recomendamos hacerla con ArtenCórdoba , expertos en la interpretación del patrimonio histórico cordobés.

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A su salud. La historia más alocada del vino (1ª parte).

A su salud. La historia más alocada del vino (1ª parte).

1. El origen del vino es tan antiguo que nadie puede aventurar cuando se animó el hombre a echar el primer trago. En yacimientos de época neolítica situados al sur de los Alpes los investigadores han encontrado pepitas de uva junto a restos de palafitos (antiguas viviendas construidas en lagos), lo que sugiere que la uva no era de origen silvestre y había sido transportada hasta allí. Es probable sin embargo que la elaboración del vino se produjera mucho antes y de forma casual, cuando alguien dejó olvidados en un cuenco algunos racimos. Dado que este fruto fermenta espontáneamente solo hizo falta que otro más avispado apurara después el contenido.

Lo que sí es cierto es que el cultivo de la vid y la producción de vino han sido una práctica habitual desde hace más de 7000 años. Las pruebas más claras se encuentran en antiquísimos asentamientos de Irán, como Hajji Firuz Tepe, donde las excavaciones han sacado a la luz recipientes de cerámica con restos de ácido tartárico, lo que indica sin género de dudas que en el pasado contuvieron vino. Es posible que de allí el consumo se extendiese con rapidez por amplias regiones de Oriente Medio, y que fuese un artículo muy solicitado en la densa red de intercambios comerciales de la época. Las primeras referencias escritas proceden de Ur, durante el periodo de las ciudades-estado sumerias. Los arqueólogos han encontrado en este yacimiento numerosas tablillas de arcilla donde se narran diversos episodios sobre la elaboración del vino. Pero sin duda la cita más famosa de aquellos tiempos corresponde a la Biblia. En ella está escrito: «Noé se dedicó a la labranza y plantó una viña. Bebió del vino, se embriagó, y quedó desnudo en medio de su tienda”. (Génesis 9. 20-21).

Racimo de uvas blancas. Autor, Tuku

Racimo de uvas blancas. Autor: Tuku

2. Aunque para los egipcios la cerveza era más popular que el vino (puesto que era diez veces más barata), los investigadores han hallado en el interior de tumbas egipcias vasijas de vino “de marca” donde se hacía constar datos del propietario, la calidad del vino o la añada. Este hecho indica el gran interés de los habitantes del Nilo por la calidad de los caldos. Sin embargo fueron los fenicios y sobre todo los griegos quienes extendieron la cultura del vino por todo el Mare Nostrum, trayéndolo finalmente a la Península Ibérica en el I milenio a.C. De la importancia del vino en Grecia da cuenta la costumbre del brindis, al que los griegos eran devotos: se brindaba en las comidas por todos los presentes; se brindaba por los difuntos; se brindaba por los Dioses en forma de libaciones y ni siquiera dejaban de hacerlo en sus viajes por mar, para lo cual abastecían generosamente sus bodegas antes de partir… No es extraño que el Mediterráneo esté repleto de naves griegas hundidas.

Sirviendo vino en un banquete. Copa de cerámica griega. 450 a.C.

Sirviendo vino en un banquete. Copa de cerámica griega. 450 a.C.

En tierra el vino era esencial durante los ritos funerarios o en las ofrendas sagradas, únicos actos por cierto donde podía tomarse en su forma pura ya que los griegos tenían por costumbre beber vino mezclado con agua. Aunque su consumo era un lujo para las clases bajas, las familias y el mundo acomodado en general lo bebían a diario en los llamados banquetes, palabra de origen griego que significa literalmente “reunión de bebedores”. En los banquetes las bebidas se acompañaban de diversos aperitivos y eran con mucho la parte más importante de la velada. Era habitual, por ejemplo, que el anfitrión ofreciese a los presentes una selección de vinos, muchos de ellos exóticos, así como diversos números de variedades (si podía permitírselo), mientras los invitados permanecían postrados en sus divanes y recitaban versos alusivos a la embriaguez de los presentes: “¡No, no está muerto, nuestro querido Harmodio”.

3. Los romanos, como ya es sabido, tenían una gran afición al vino (el consumo medio de un romano variaba entre 1 y 5 litros por persona y día). Durante sus fiestas en honor al dios Saturno, celebradas en lo que hoy es nuestra Navidad, todo lo prohibido dejaba de serlo y las normas eran violadas sistemáticamente al tiempo que el vino corría en las mesas como agua de mayo. En las Saturnales el juego estaba permitido y los prisioneros recuperaban su libertad, los esclavos portaban máscaras y se convertían en señores mientras el dueño pasaba a ser siervo y les obedecía. También estaba permitido que las mujeres consumiesen vino, cosa que debían evitar el resto del año si no querían exponerse a un altercado conyugal (de aquella época viene la costumbre de besar a la esposa en la boca al llegar a casa, aunque ellos lo hacían para cerciorarse de que no había bebido).

El triunfo de Baco. Óleo sobre lienzo. Diego Velázquez, 1629

El triunfo de Baco. Óleo sobre lienzo. Diego Velázquez, 1629

Por supuesto, la embriaguez era cosa generalizada en estas fiestas de hasta una semana de duración, y hasta tal punto fue así que su nombre pasó a designar la enfermedad que produce el envenenamiento de plomo, o saturnismo, puesto que las ánforas destinadas al vino estaban recubiertas interiormente de ese metal. Sus síntomas, por cierto, eran sospechosamente parecidos a la embriaguez: vómitos, dolores de cabeza y reducción de las facultades mentales.

4. ¿Cuál fue el verdadero sabor de estos vinos? Más de uno se habrá preguntado alguna vez si los caldos griegos o romanos serían comparables a los que disfrutamos en la actualidad. Tenemos referencias históricas que hablan de vinos de sabor fuerte, o especiados con diversas hierbas aromáticas u otras sustancias (en algunas islas como la de Léucade, en el mar Egeo, los griegos tenían la costumbre de añadir yeso al vino para aclarar su color), pero la experiencia más fascinante en este sentido vino de la mano de las primeras exploraciones subacuáticas, cuando empezaron a salir a la luz los hallazgos de pecios hundidos en el fondo del Mediterráneo.

Explorando un pecio hundido en Murcia. Autor, Lindacq

Explorando un pecio hundido en Murcia. Autor: Lindacq

El mítico Jacques Cousteau y su equipo hallaron en los años cuarenta del siglo XX dos de estos pecios frente a las costas de Marsella. En su interior, preservadas admirablemente tras más de dos milenios en el lecho marino, los buceadores contabilizaron un total de 1400 ánforas destinadas a transportar vino y otros productos comerciales de la época. Estos recipientes, muchos de procedencia etrusca, estaban recubiertos con resina para evitar la evaporación y tenían tapones de corcho que se sellaron con brea a fin de conseguir un cierre hermético. Por supuesto, después de subir algunas de estas ánforas a la superficie, los expedicionarios estaban ansiosos por probar el contenido y brindar con vino de 2000 años a la salud de todo el equipo. Cousteau comentaba después la experiencia en su ya clásico Mundo del Silencio: “contiene un vino mohoso, vetusto y con una pizca de sal, pero no ha perdido el alcohol”. Sus palabras lo dicen todo.

Antiguas ánforas egipcias de vino. Autor, Rama

Antiguas ánforas egipcias de vino. Autor: Rama

5. La religión de Mahoma prohíbe a los musulmanes el consumo de vino y bebidas alcohólicas. A pesar de ello el vino fue un producto habitual que se generalizó en  Al-Ándalus durante todo el periodo islámico. Hay que decir que algunos productos propios de la vid gozaban de gran reputación en la Península, como el rubb (nuestro actual arrope), un jarabe que se elaboraba mediante la cocción del mosto extraído de uvas pasas. El rubb era legal, pero con mucha frecuencia se sustituía por vino aprovechando el idéntico color de ambos, lo que obligó a las autoridades a prohibirlo igualmente. En la mesa de las clases altas el vino circulaba sin tapujos y se toleraba siempre y cuando no condujese a la embriaguez. Otra cosa era el pueblo llano. La venta en las ciudades de Al-Ándalus tenía carácter clandestino y para ello existían los murus (antiguos silos de grano abandonados), donde el alcohol se despachaba sin demasiados miramientos. Ante una inspección la excusa era clara: el vino solo se vendía a los cristianos (la población mozárabe).

Sin duda los cristianos disfrutaron de una mayor tolerancia debido a su religión y a su categoría de infieles, aunque en ciertas épocas el rigor subió de tono, como cuando el sultán magrebí Abu-l-Hasan les permitió únicamente el vino que pudiesen consumir imponiendo penas a aquellos cristianos que lo vendiesen o compartiesen con los musulmanes. Pero hay que decir que ninguno de estos esfuerzos tuvo realmente mucho éxito. En las zonas rurales su consumo estaba apenas controlado y durante el siglo X el califa cordobés Al-Hakam II quiso atajar el problema ordenando arrancar todas las viñas. Sus consejeros, sin embargo, le convencieron fácilmente de lo ineficaz de la medida: “Es inútil» dijeron «A falta de uva la población puede elaborar bebidas alcohólicas casi con cualquier cosa”.

Pintura andalusí del siglo XIII

Pintura andalusí del siglo XIII

6. Probablemente, una de las armas que más se esgrimieron a favor del vino entre los musulmanes fue el propio Corán, el Libro Sagrado de los creyentes. En las primeras revelaciones al Profeta el vino aparece como uno de los regalos de Dios a la humanidad (sura XVI, 69/67), y es, junto a la leche y la miel, uno de los placeres que se pueden hallar en el Paraíso (sura XLVII, 16/15). En cualquier caso, aunque al vino siempre se le juzgó con un doble rasero en el mundo islámico, es cierto que muchos fieles repudiaron el alcohol poniéndolo a la altura de los peores vicios. Nada mejor para ilustrarlo que el relato del viajero granadino del siglo XII Abu Hamid, donde explica tras uno de sus periplos la conversación mantenida con el rey de los Húngaros:

«Cuando se enteró de que yo había prohibido a los musulmanes beber vino y les había permitido tener esclavas concubinas, además de cuatro esposas legítimas, dijo: “Eso no es cosa razonable, porque el vino da fuerza al cuerpo, y en cambio la abundancia de mujeres debilita el cuerpo y la vista. La religión del Islam no está de acuerdo con la razón”. Yo dije entonces: “(…) el musulmán que bebe vino no busca sino embriagarse hasta el máximo, pierde la razón, se vuelve loco, comete adulterio, mata, dice y hace impiedades (…) Por lo que respecta a las esclavas concubinas y a las mujeres legítimas, a los musulmanes les conviene la poligamia a causa del ardor de su temperamento. Además, cuantos más hijos tengan, más soldados serán”. Dijo entonces el rey: “Escuchad a este jeque, que es hombre muy sensato”. De esta suerte, aquel rey, que amaba a los musulmanes, se desentendió de los sacerdotes cristianos y permitió que se tuviesen esclavas concubinas».

Como puede verse, el rey húngaro supo lo que le convenía de boca de Abu Hamid. Pero no por ello renunció al vino.

Vino, porrón y olivas. Autor, Txapulán

Vino, porrón y olivas. Autor: Txapulán