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Los Humedales de La Mancha: tesoros naturales de España

agua

El agua es vida y nuestro planeta le debe gran parte de su existencia a este elemento

Un 70% de la superficie de la Tierra está formada por agua y el 30 restante corresponde a la masa continental.

La presencia del agua ha marcado desde siempre la evolución de la humanidad y el desarrollo de las civilizaciones (Sumeria, Egipto, Roma). Estas y otras se sirvieron de su ingenio tecnológico y destreza para canalizarla, almacenarla y transportarla a sus campos, pueblos y ciudades con la construcción de molinos, acueductos y norias.

En periodos de escasez y sequía, los diferentes grupos humanos se las ingeniaron, donde se lo permitieron las características hidrogeológicas del subsuelo y la tecnología de excavación de la época (Edad de Bronce) para perforar el mismo y alcanzar los niveles freáticos. Nos encontramos en un momento de creciente complejidad social y el nacimiento de las primeras culturas jerarquizadas en La Mancha, en este caso, determinadas por una situación climática concreta caracterizada por su extrema aridez. Esto permitió la vertebración y la reorganización del territorio en torno a nuevos y diferentes asentamientos: la Cultura de las Motillas o Bronce Manchego.

Igualmente, los ríos, lagos y mares han sido y son todavía una de las vías de comunicación más importantes permitiendo el florecimiento del comercio, viajes de exploración, intercambio de ideas y un sinfín de prácticas que han determinado el desarrollo y futuro de las diferentes culturas humanas.

flamenco

ruidera turismo castilla la mancha

tablas daimiel

«La Mancha» significa tierra seca, alta planicie, tierra de espartos…

La etimología del topónimo La Mancha posee diferentes acepciones que subrayan el carácter árido y seco de esta tierra.

Sin embargo, los Humedales de la Mancha nos recuerdan un pasado en el que el agua no fue un espejismo en nuestra zona conformando un paisaje que atesora una riqueza y un interés natural, botánico, geológico, ornitológico únicos en el mundo. Un oasis de extraordinaria biodiversidad.

La proliferación de este tipo de entornos lacustres en nuestra comarca obedece a la confluencia de una serie de factores tectónicos, climáticos, así como la existencia de acuíferos subterráneos, una llanura con escasa pendiente determinando una tipología de los fondos endorreicos y humedales que se han convertido en uno de los rasgos más característicos de La Mancha.

La mayoría de este tipo de humedales son de tipo endorreico, es decir, donde el agua no tiene salida hacia el mar u océano favoreciendo la concentración de sales y nutrientes que dan origen a estos.

Por lo general, los humedales manchegos son lagunas de reducido tamaño con una morfología muy variada, de régimen estacional y de aguas someras y salobres de escasa profundidad que provienen principalmente de las precipitaciones, de pequeños arroyos, ríos y de las aguas subterráneas.

Los estudios realizados en la región sobre humedales ponen de manifiesto la existencia de al menos 400 humedales de tipologías muy diversas: lagunas de origen volcánico (Campo de Calatrava), lagunas asociadas a sistemas fluviales sobre llanuras de inundación (Laguna del Taray y Tablas de Daimiel), lagunas asociadas a formaciones de origen kárstico como las Lagunas de Ruidera (Campo de Montiel), humedales estacionales salinos y salinas interiores.

El territorio por el que se extienden estos humedales abarca las provincias de Ciudad Real, Toledo y Cuenca.

laguna manjavacas mota del cuervo

birdwatching

campo de montiel

Los complejos lagunares más importantes los encontramos en Lillo, Villacañas, Villafranca de los Caballeros, Quero, Alcázar de San Juan, Pedro Muñoz, Mota del Cuervo, Ruidera y Tablas de Daimiel

El clima predominante en esta zona es el mediterráneo continental caracterizado por inviernos rigurosos, veranos cálidos, sequía estival, irregularidad en las precipitaciones, fuertes oscilaciones térmicas y notable aridez. Factores que influyen en la estacionalidad y hasta en la propia pervivencia de los humedales.

El paisaje manchego, generalmente, se caracteriza por grandes extensiones de llanuras dedicadas al cultivo de la triada mediterránea (cereales, vid y olivares principalmente), con vegetación arbolada muy escasa y algunos cerros testigos dispersos por el territorio de origen paleozoico y mesozoico.

A esto se suma la diversidad biológica y la riqueza faunística con una gran cantidad de aves migratorias de paso y aves acuáticas que permanecen más tiempo, entre las que podemos destacar las poblaciones de aguilucho lagunero, flamenco común, avoceta, cigüeñuela y pagaza piconegra.

También podemos destacar la nutria, tejón, topo ibérico, lagartija, galápago europeo, cangrejo rojo, etc.

Todo ello hace del conjunto endorreico manchego una de las zonas palustres de mayor biodiversidad y relevancia en la Península Ibérica.

La vegetación típica está compuesta por marjales o pajonales palustres, esto es, helófitos emergentes o altas herbáceas que enraízan en el fondo de zonas húmedas, como eneas, carrizos, juncos, la excepcionalidad de la masiega (Cladium mariscus), tarayes, etc.

También nos podemos encontrar con un conjunto de plantas de ecosistemas propios de saladares, ya que, debido al proceso de evaporación, algunos humedales, dan lugar a la formación de suelos salinos, a los que los vegetales han sabido adaptarse, como las orlas halófilas de Sarcocornia fruticosa, varias especies de Limonium sp. o tapetes de Microcnemum coralloides.

laguna lillo

senderismo castilla la mancha

bigotudo castilla la mancha

La biodiversidad de los Humedales de La Mancha se encuentra constantemente amenazada

La sobreexplotación de los acuíferos, las prácticas agrícolas intensivas con la apertura de pozos para regadío, la disminución de las precipitaciones motivada por el cambio climático, la contaminación de las aguas por vertidos de aguas residuales sin depurar, de fitosanitarios y fertilizantes, la fuerte presión urbanística debido a que muchos de estos humedales están próximos a núcleos de población, son algunos de los riesgos y problemas a los que se enfrentan muchos de estos humedales, acelerando la pérdida de biodiversidad y poniendo en riesgo su viabilidad y supervivencia en el futuro.

Para poner coto a estas amenazas Castilla – La Mancha cuenta desde 2002 con un Plan de Conservación de Humedales, que se marca como objetivo fundamental el desarrollo y la conservación de los valores naturales y en particular aquellos que se vinculan de una forma estrecha con las zonas húmedas castellano-manchegas.

Previamente, en el año 1981 se declaró la Reserva de la Biosfera de la Mancha Húmeda, con una superficie de 25000 ha. sin una delimitación precisa, en las que se encontraba, como espacio más representativo el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel.

Otra figura de protección y conservación importante es el Convenio Ramsar, el cual fue ratificado por España en 1982, cuyo objetivo es «la conservación y el uso racional de los humedales mediante acciones locales, regionales y nacionales y gracias a la cooperación internacional, como contribución al logro de un desarrollo sostenible en todo el mundo».

Esta lista integra las zonas húmedas más importantes del mundo desde el punto de vista de su interés ecológico y de conservación de la biodiversidad.

En él se encuentran incluidos ocho de los humedales de Castilla – La Mancha más destacados por su riqueza y singularidad a nivel mundial: Laguna de Manjavacas (Mota del Cuervo), Lagunas de Alcázar de San Juan y Villafranca, Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, Laguna de la Vega (Pedro Muñoz), Lagunas de Puebla de Beleña, Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, Laguna del Prado (Pozuelo de Calatrava) y Laguna de El Hito (Cuenca).

Igualmente, la Red Natura 2000 en Castilla-La Mancha se compone de espacios LIC (Lugares de Importancia Comunitaria), declarados ZEC (Zonas Espaciales de Conservación), y de espacios ZEPA (Zonas de Especial Protección para las Aves) que engloba, entre otras zonas de gran importancia y riqueza natural, los humedales manchegos.

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kayak ruidera

Lagunas Ruidera

La Mancha es una de las regiones naturales e históricas de mayor extensión de España y que atesora un contraste paisajístico de un enorme valor

Un destino ideal para disfrutar de sus parajes naturales acompañado de amigos o en familia, gracias a una amplia variedad de actividades de turismo activo, ecoturismo, agroturismo y turismo cultural.

Algunas de las actividades que podemos disfrutar en estos enclaves son visitas guiadas personalizadas, rutas senderistas, rutas en kayak, buceo, iniciación a la marcha nórdica, rutas espeleológicas, rutas de cicloturismo, actividades de educación ambiental, rutas ornitológicas o birdwatching (donde podemos observar especies como el sisón, la avutarda, la garza imperial o la grulla), fotografía de naturaleza…

Igualmente, os proponemos descubrir el importante legado patrimonial y cultural que posee nuestra tierra donde destacamos las visitas guiadas a Almagro y Villanueva de los Infantes, iconos del Siglo de Oro en nuestra región; parques y yacimientos arqueológicos como Alarcos, Calatrava la Vieja y La Motilla del Azuer; el conjunto del Albaicín y los Molinos harineros de Campo de Criptana, El Toboso, etc.

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Un artículo de José Manuel Lucerón para sabersabor ©

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Motilla del Azuer: descubriendo el pozo más antiguo de la Península Ibérica

El poblado fortificado de la Motilla del Azuer es uno de los yacimientos de la Edad de Bronce más antiguos del mundo


La Motilla del Azuer, en Daimiel, es el mejor ejemplo de poblamiento de una original cultura que se desarrolló en el II milenio antes de Cristo en la Edad del Bronce en la zona de la Mancha húmeda, y que sintetiza la importancia que siempre ha tenido el agua para los pobladores de este territorio.

La Motilla sorprende por su originalidad, estamos ante una construcción única en España, con sus paredes amuralladas concéntricas de mampostería que conforman una estructura laberíntica. La Motilla en su interior albergó desde almacenes a enterramientos y su pozo de agua, auténtico tesoro para proteger por las gentes de la Edad del Bronce. Un yacimiento arqueológico, diferente, desconcertante e inolvidable en Castilla – La Mancha.

Un viaje por el tiempo, a las llanuras que hoy denominamos La Mancha, nos llevará hasta la prehistoria, allí había pequeños asentamientos que se dedicaban a la agricultura y la ganadería. No sabemos cómo era el paisaje, pero lo que sí sabemos es que, en torno al año 2000 y 1800 a.C., hubo un cambio climático tremendo que transformó el entorno volviéndose árido y seco, y en el que el agua de los ríos y arroyos dejó de fluir. Fue entonces, durante la edad de bronce, cuando los individuos tuvieron que adaptarse para sobrevivir.

De forma conjunta solucionaron la escasez a través de la construcción de una red de pozos, en toda la zona, que explotaba el agua subterránea. Se trata de la primera cultura hidráulica de Europa, y lo que se denomina Cultura de las Motillas: en la zona existen nada más y nada menos que 32 motillas.


El pozo de la Motilla del Azuer tiene 4.000 años de antigüedad


Cuesta acertar con las palabras que describan el conjunto arqueológico de Motilla del Azuer. A vista de pájaro, semeja un laberinto espigado y circular, y a vista de científico, obedece a una tipología única y poco menos que insólita en la Prehistoria: las motillas, una elevación artificial en medio de un espacio circundante llano. En el patio trapezoidal se encuentra el pozo de agua: la estructura hidráulica más antigua de la Península Ibérica.

El poblado fortificado de la Motilla del Azuer es un laberinto circular con una gran torre en el centro y el pozo más antiguo de cuantos se han estudiado en nuestro territorio. Cuenta con muros de piedra de más de ocho metros de altura. El agua, entonces como ahora, rara vez caía del cielo en la zona y aquellos hombres del pasado tuvieron que excavar nada menos que 14 metros para encontrarla.
Los habitantes de la zona por aquel entonces sufrieron una prolongada sequía hace 4.000 años que hizo que las aguas superficiales prácticamente desaparecieron de los ríos y arroyos. Esto les llevó a construir en esta región una red de pozos para abastecerse del agua almacenada en los acuíferos más someros.

Nuestros ancestros, con un gran sentido común, se valieron de los recursos más cercanos del entorno. La Motilla del Azuer está construida mayoritariamente con piedra caliza y con la tierra arcillosa de la propia vega del río Azuer.


Imaginar y empatizar con las gentes que habitaron un territorio miles de años antes que nosotros: arqueología en estado puro


Los trabajos arqueológicos realizados en el yacimiento han permitido delimitar dos espacios diferenciados. El primero corresponde con un recinto interior fortificado, integrado por una serie de murallas concéntricas en torno a una torre central cuadrangular, que protegía un conjunto de estructuras donde se gestionaba y controlaba las actividades económicas del yacimiento.

De entre estos elementos destacan los grandes silos de almacenaje, con una capacidad en torno a los 6 metros cúbicos, donde se conservaban productos como cereales, entre los que se encuentran diferentes tipos de trigo y cebada, o leguminosas como lentejas, guisantes o chícharos; así como también hornos para la cocción de la cerámica, el tostado de cereales o la producción metalúrgica.
La línea de fortificación más externa, circular y concéntrica a los sistemas defensivos, presenta en su última fase de construcción un paramento de grandes bloques de caliza. El acceso al interior del área fortificada desde el poblado se realizaba a través de pasillos paralelos a las murallas.

En el exterior del núcleo fortificado se emplazaban las viviendas, en un diámetro de unos 50 metros, en el que se documentan diferentes cabañas, hogares y fosas de desperdicio. La distribución de los enterramientos de las inmediaciones de la Motilla coincide con el área del poblado, en un ritual frecuente en la mayoría de culturas de la Edad del Bronce en la Península.
A la vez que los pozos se construyeron túmulos, monumentos orientados a los astros, en los que se realizaron complejos rituales, depositaban ofrendas o enterraban a los difuntos.

Imprescindible, para entender mejor la Cultura de la Motillas, visitar el Museo Comarcal de Daimiel, idóneo para contextualizar la riqueza antropológica y cultural de la propia Motilla del Azuer.
En el museo, de manera gráfica, con un recorrido muy didáctico se comprende mejor la vida de estos pobladores, cuya presencia se ha documentado en las excavaciones extramuros de la Motilla. Gracias al valioso hallazgo de la necrópolis, se puede saber cómo eran, cómo vivieron y hasta hacernos una idea de cómo se alimentaban y porqué fallecían aquellos “primeros manchegos”.


Descubre la Motilla del Azuer con nosotros. Más información en www.sabersabor.es


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Curiosidades sobre la cerveza

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La cerveza constituyó la bebida medieval de las clases humildes y formó parte de la paga de los soldados. Los nobles la desdeñaban, pero era alabada por las órdenes monásticas más austeras


En muchas películas de Hollywood sobre Robin Hood hay escenas en las que los frailes invitan a dar gracias a Dios por el más importante fruto del cereal, la cerveza. En medio de la maraña de errores históricos que acompañan a estas producciones, esta alusión proporciona un detalle auténtico de la vida cotidiana en la Inglaterra medieval.
Durante siglos, el agua de los ríos, manantiales o pozos fue considerada –y en parte realmente lo era- como una bebida peligrosa, potencialmente portadora de enfermedades, que tan sólo se podía utilizar hervida y nunca para beber. Por otra parte, la leche se empleaba para la fabricación de queso o de mantequilla. Por tanto, para apagar la sed, alimentarse, relajarse o embriagarse, solamente quedaban el vino, varios tipos de cerveza y algún que otro producto de la fermentación, como la sidra.
El vino tenía una gran difusión, debido al valor simbólico que le daba la sociedad cristiana, pero en las zonas donde difícilmente se podía cultivar la vid, como sucedía en las islas Británicas y en el centro y norte de Europa, la importación lo convertía en un producto reservado a las clases privilegiadas. A las masas populares, que vivían en el campo y en las ciudades, tan sólo les quedaba la cerveza.

Campesinos de fiesta en una taberna holandesa. Adriaen van Ostade. 1673

El lúpulo y la seducción femenina

Puesto que la fabricación de la cerveza era un trabajo esencialmente doméstico, en Inglaterra hasta finales del siglo XIV la producción y el comercio de esta bebida estaba, casi en su totalidad, en manos de mujeres. Junto a las amas de casa, que preparaban la cerveza para la familia y vendían el excedente, existían algunas mujeres que iban un poco más allá en la comercialización, sin que esto incomodase al marido.
Cada año, algunos magistrados recorrían pueblos y ciudades para recaudar el assizes of ale (impuesto de la cerveza): cataban la producción, concedían licencias de venta o las revocaban, controlaban que las medidas usadas y la calidad correspondiese a lo que exigían los Estatutos, o a las costumbres transmitidas oralmente por la administración regia, local o señorial; finalmente fijaban el precio al que se podía vender la cerveza en ese lugar. En sus registros quedan reflejados, entre otras muchas cosas, los nombres de mujeres “cerveceras”. Una producción y un comercio hecho por las mujeres en el que, sin embargo, las pautas de calidad y los precios eran fijados por los hombres, no siempre funcionaba sin tropiezos. Los registros están repletos de cerveceras que intentaron evitar el pago de estos impuestos. Por otro lado, tampoco para los catadores debía ser fácil distinguir las mujeres que realizaban la producción para sí mismas de aquellas que lo hacían con fines comerciales. A todo esto hay que añadir que la imagen que los hombres daban de estas cerveceras no era demasiado atractiva: las describen como violentas y poco femeninas, o también como peligrosas seductoras, capaces de engañarte mientras venden su cerveza. En cualquier caso, con la progresiva introducción de la beer con lúpulo, cuya importación y posterior producción fue acaparada por los hombres, la presencia de las mujeres en el comercio de la cerveza se redujo drásticamente, hasta convertirse en época moderna en una simple labor de intercambio de productos caseros. Mientras tanto comenzaban a surgir las public houses, donde es podía ir por la noche a beber cerveza sin tener que hacer frente a las terribles y peligrosas cerveceras.

El alegre bebedor. Judith Leyster. 1629

Cerveza para mojar pan

En la Edad Media, el consumo de cerveza era muy alto y se repartía a lo largo de toda la jornada. Se desayunaba con cerveza, mojando en ella pan seco, acompañado de queso, sopa de avena, verduras y en las otras comidas del día, cuando las había, a veces carne. Con ella se apagaba la sed durante el trabajo cuando hacía calor y servía de bebida reconfortante cuando, por el contrario, el tiempo se volvía frío y húmedo. Finalmente, con la llegada de la noche, se ahogaban en cerveza las fatigas de la jornada. Eduardo I de Inglaterra (1239-1307) estableció que sus soldados tenían derecho a recibir un galón de cerveza al día (unos 4,5 litros), que era lo que un hombre adulto inglés bebía cotidianamente.
Este es un detalle que puede encontrarse en la contabilidad de las casas señoriales, en las prescripciones monásticas y en los donativos a los pobres. En Polonia, los castellanos bebían entre tres y seis litros de cerveza al día, mientras que los campesinos debían contentarse con tan sólo un par de ellos. Efectivamente, en el campo el consumo era más reducido, no llegando casi nunca al exceso. Se sabe que una mujer que tuviera que cuidar de una familia de cinco personas fabricaba semanalmente unos ocho galones de cerveza (lo que significaría el consumo de un litro per cápita al día). Es difícil establecer la cantidad de alcohol que contenían estas bebidas, pues esto dependía de la proporción entre agua y malta, así como de la fermentación. Probablemente se podían obtener cervezas más o menos fuertes, dependiendo de la estación y, por otra parte, la cerveza se podía rebajar con agua, al igual que se hace con el vino.

Solo cerveza de barril. Autor, Dan Graham

Inferior al noble fruto de la vid

En el campo como en la ciudad la cerveza siempre fue una bebida de pobres, tanto por sus características alimenticias y de sabor, como por tener un precio relativamente bajo (siempre ligado al de los cereales), pero también y sobre todo, por su imagen: en la sociedad cristiana solamente podía ser una bebida inferior al noble fruto de la vid. Una vez superado el largo periodo en el que beber cerveza era indicativo de origen germano, los nobles y los burgueses que podían permitírselo se inclinaban por el consumo de vino, incluso en aquellas regiones en las que no había ni rastro de viñedos. A menos que pretendieran haber gala de un estatus diferente, como sucedió con ciertos grupos de nobles de origen anglosajón, que en la Inglaterra de los siglos XI-XII trataban de diferenciarse de los normandos.
Por lo que se refiere a la convivencia entre el vino y la cerveza en las hosterías, el primero era solicitado por sacerdotes, caballeros, jóvenes damas, señores y ricos comerciantes, mientras que la segunda era del agrado de artesanos, peregrinos y muchachos. Incluso en la literatura se respeta plenamente esta distinción, como se pone de manifiesto en los Cuentos de Canterbury. Aunque los señores y las clases acomodadas podían beber cerveza por la mañana o para apagar la sed durante una partida de caza, habría sido inadecuado servirla en un banquete nocturno.
También los recipientes destinados a conservar o beber la cerveza transmiten la idea de pobreza o simplicidad: no solamente los barriles eran de madera, sino también los enormes jarros y las barricas de un galón, así como las jarras más pequeñas, las garrafas o los vasos de una pinta (cerca de medio litro). Las familias más opulentas hicieron a este respecto alguna pequeña concesión al lujo, decorando con plata los grandes jarros de madera, a los que se añade una tapa. Son objetos personales que como tal aparecen en los testamentos y en los listados de bienes.
El aura de humildad ligada a la cerveza hacía de ella una bebida muy bien vista en las abadías. Aunque San Benito en la Regla había aceptado el consumo de vino, numerosos movimientos de reforma monástica, para distinguirse de la riqueza de las mesas episcopales o de las que proliferaban en las abadías decadentes, predicaban frecuentemente el regreso a la pobreza y a la frugalidad y, en este contexto, la cerveza era mejor tolerada que el vino. Fue así como en el norte de Francia, en Bélgica, en Holanda y en Inglaterra muchas abadías desarrollaron su propia producción de cerveza, que más tarde se convirtió en característica y tradicional. No es una casualidad que gracias a los Trapenses del siglo XVIII la denominada cerveza de abadía, con cuerpo, de color ámbar, muy alcohólica pero apenas amarga y con un inconfundible regusto a levadura, haya llegado hasta nosotros con la fama de ser la mejor del mercado.

Cerveza artesana de autor


Acompáñanos en esta actividad: Entre cerveza artesana y Quijotes 

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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

En toda La Mancha y a principios de junio, con el inicio de la siega, comenzaba también para trilladores y “ereros” el arduo trabajo de trillar la mies, es decir, cortar la paja y espigas de la parva para liberar el grano. Durante todo el verano y medida que llegaban las galeras cargadas de candeal desde los campos cercanos, los “ereros” (gañanes a cargo del dueño encargados del trabajo en la era) descargaban las gavillas e iban agrupándolas en un gran montón llamado “hacina”. Galera tras galera, el candeal recién segado iba al suelo con la ayuda de horcas, y después se acumulaba a la espera de extender la parva y dejarla lista para la labor de las mulas y el trillador. Muchas de estas eras han desaparecido a medida que los pueblos crecían y se iban construyendo nuevas casas, barrios o naves de ganado. Pero todavía se conservan algunas de nombres evocadores, cuya sola mención nos trae a la mente unos tiempos y quehaceres hoy ya relegados al olvido.

Trillando en la estepa. Autor, Lito Encinas

Trillando en la estepa. Autor: Lito Encinas

Las eras eran terrenos llanos, de grandes dimensiones, construidas siempre en un espacio abierto en las inmediaciones del pueblo y normalmente de forma rectangular o circular. Por supuesto también existían eras en los cortijos, pero el volumen de trabajo en las cortijadas siempre era mucho menor. Trillar cerca del casco urbano facilitaba el acarreo de la mies desde los campos, así como el proceso de almacenaje y venta posterior del grano. En el pueblo confluían los principales caminos que atravesaban el término y allí se encontraban también los silos de la cámara agraria, adonde iba a parar la práctica totalidad de la cosecha.

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

El emplazamiento de la era tenía su importancia: debía estar siempre en lugares elevados y lejos de edificios, árboles u otros elementos que impidiesen la libre circulación del aire. Y es que en la era también se realizada la labor de “aventar”, es decir, separar la paja del grano de candeal mediante la acción del viento. Los “ereros” sabían que en una era abierta a todos los vientos podían trillar y aventar simultáneamente sin esperar a que soplase el aire en la dirección adecuada (lo que a veces tardaba días en producirse). Las eras se construían con un empedrado consistente en lajas de roca, normalmente de piedra caliza, con lo cual el trillado mejoraba en efectividad y se atenuaba además el grave deterioro a que estaban sometidas a lo largo del año: en verano por el paso de las galeras y el pisoteo continuo de animales y hombres; y en invierno por las inclemencias del tiempo, lo que obligaba a menudo a una reparación periódica para asentar y asegurar de nuevo el terreno.

Las eras tenían asimismo cierto detalle que las hacía todavía más eficaces: una suave inclinación. Y es que, con el fin de evitar que las lluvias encharcasen el terreno y lo inutilizasen, siempre se construían con una ligera pendiente para facilitar la evacuación del agua hacia el extremo más bajo. Así, mientras trilladores y gañanes corrían a guarecerse con la repentina aparición de una “nube” de verano, el agua corría por la lisa superficie de la era y, una vez escampado, quedaba libre de charcos y dispuesta rápidamente para el trabajo…

Trillando en los años ochenta. Autora, Plácida

Trillando en los años ochenta. Autora: Plácida

Las eras fueron de gran importancia en zonas de secano de todo el interior de España, donde una gran proporción del término se dedicaba al cultivo del cereal. Sin embargo, estas explanadas no se destinaban únicamente a grano y servían también para otros productos tan comunes como las legumbres (garbanzos, guijas o lentejas), cuya producción local era igualmente notable. Del volumen de trabajo que allí se llevaba a cabo da idea el gran número de eras que todavía se conservan en la mayoría de los municipios rurales, rodeando en ocasiones todo el perímetro del casco urbano: en definitiva, no existía zona donde estos terrenos llanos y empedrados no flanqueasen la entrada a la población, una presencia que hoy en día sigue formando parte del paisaje físico, cultural y también nostálgico del gran territorio manchego.

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

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Días de sol y mieses. El trabajo de los segadores en tierras manchegas

Días de sol y mieses. El trabajo de los segadores en tierras manchegas

Los días 28 y 29 de junio de 2008 se celebró en Tomelloso la Fiesta de la Siega y la Trilla, un evento que atrajo a numeroso público y que sirvió para recordar esta actividad tradicional tan arraigada en tierras manchegas. Y es que antes de la llegada de las cosechadoras y otros artilugios mecánicos, la siega de la mies era una de las tareas con mayor calado de todo el calendario agrícola. En La Mancha son característicos los veranos secos y calurosos, y era precisamente entonces, coincidiendo con San Juan y San Pedro, cuando comenzaban los preparativos para la siega en los inmensos trigales de Campo de San Juan, La Mancha y Campo de Montiel, tierras de cereal por excelencia. A partir de finales de junio la espiga adquiere un color dorado y comienza a doblarse por el peso del grano, lo que en el argot se denomina “estar granada”. Como el “granado” no era igual para todos los tipos de cereal, primero se segaba la espiga más temprana, la cebada, continuando después sucesivamente con el trigo, el centeno y finalmente la avena, ésta última ya en el mes de agosto.

Alpacas de paja en el rastrojo. Autor, JC Hupo

                                                         Alpacas de paja en el rastrojo. Autor: JC Hupo

La siega del cereal era una actividad de gran importancia para las familias de jornaleros, puesto que su llegada significaba ocupación e ingresos asegurados durante los largos meses estivales. En los campos de mediano tamaño ocupaba a todos los integrantes de la familia, incluyendo a parientes más o menos cercanos, puesto que era necesario ayudarse entre todos a fin de acabar pronto y tener el grano listo para la venta. Distinto era, sin embargo, el procedimiento de los grandes propietarios, los cuales contrataban o “ajustaban” a cuadrillas de segadores venidos a veces desde muy lejos para efectuar el trabajo. Las cuadrillas, cargadas con sus alforjas y hoces, salían de los pueblos a principios de junio en grupos más o menos numerosos, y marchaban por caminos polvorientos en busca de las grandes haciendas cerealistas, donde la faena estaba casi asegurada.

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                                                             Cuadrilla de segadores. Autor: Büschgens

La apariencia del segador resultaba inconfundible: ropas bastas y gastadas, remendadas por largos años de uso; pantalones de pana, camisas de algodón y pañuelo anudado al cuello. En la cabeza no podía faltar el gran sombrero de paja, mientras que los pies se calzaban con unas abarcas aseguradas al empeine y el tobillo con correas entrelazadas. Estos “agosteros” regresaban normalmente a los mismos campos de años anteriores, y una vez ajustada la faena se alojaban en la casa del “amo”, a menudo en los graneros o en las cuadras que éste ponía a su disposición. No era raro, sin embargo, que hombres y mujeres durmiesen directamente en los campos, bien “al raso” o bien habilitando cada noche en el rastrojo una estructura con gavillas, lo que les servía de refugio improvisado en caso de tormenta.

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El trabajo de la siega. Autor, Jose Luis Tajada
                                                           El trabajo de la siega. Autor: Jose Luis Tajada

Las cuadrillas ajustaban su trabajo “a destajo” o “a jornal”. En el primer caso se recibía una cantidad dada por cada fanega de candeal segado, mientras que el jornal significaba un sueldo idéntico para cada trabajador excepto para el jefe de cuadrilla o “manijero”, que recibía siempre algo más. En cualquier caso, la faena de siega era una actividad agotadora que duraba de sol a sol y en la que no había domingos ni jornadas de descanso. Normalmente sólo se paraba el 25 de julio, día de Santiago. El resto suponía un esforzado trabajo contrarreloj para finalizar antes que llegasen las temibles “nubes” de granizo, propias de mediados de verano, lo que podía dar al traste en solo una hora con la cosecha y los desvelos de todo un año.

Campo de cereal con las espigas granadas. Autor, Les jardiniers du possible

                                Campo de cereal con las espigas granadas. Autor: Les jardiniers du possible

El trabajo daba comienzo alrededor de las cinco de la mañana. A esa hora los segadores marchaban con buen paso hacia los campos, y ya con la primera claridad del día comenzaba la ardua tarea de mover la hoz y cortar el tallo de la espiga, blando y suave por el relente. Se paraba únicamente a media mañana y a mediodía, y comían lo que los segadores tenían comprado en el pueblo a cuenta de la paga: sopas de ajo, chorizo, tocino, migas o gazpacho, según se terciase. En otras zonas de La Mancha, en cambio, la comida era por cuenta del propietario y éste les habilitaba todo lo necesario para que el “hatero” preparase el rancho. El “hatero” estaba a cargo del “hato”, un lugar a propósito en el rastrojo donde se guardaba todo lo necesario para la siega: los aparejos de las mulas, piedras de afilar y hoces de repuesto, el cántaro de agua y los botijos, el saco con el pan, los condimentos o las verduras. Cuando la familia se desplazaba al completo hasta los campos de mies, los más pequeños quedaban también en el rastrojo, bajo un toldo y al cuidado de un mozalbete que hacía las veces de hermano mayor.

Diversas actividades de la siega. Autor, José Flores Sánchez

                                             Diversas actividades de la siega. Autor: José Flores Sánchez

Hombres, mujeres y adolescentes trabajaban al unísono, los mayores llevando hasta tres surcos y los jóvenes uno o dos, según sus capacidades. Con una mano se cogía la mies, protegida por la “zoqueta”, mientras que la otra empuñaba firmemente la hoz e iba realizando el corte de las espigas. La mies cortada se ataba en gavillas para que quedase bien sujeta, y después se cargaba en el carro o galera formando grandes y espectaculares montones para su traslado hasta las eras, donde se extendía en “parvas” para el posterior trillado. Y así, hora tras hora, surco tras surco, el trabajo y los segadores avanzaban infatigables hasta la puesta de sol:

Ya se está poniendo el sol.
Ya se debiera haber puesto.
Para el jornal que ganamos
no es menester tanto tiempo.

Preparando las gachas en el hato del rastrojo. Autor, José serrano
                                        Preparando las gachas en el hato del rastrojo. Autor: José serrano

Esta era la hora más ansiada de la jornada. Llegaba la noche y el tiempo de descanso. Los padres iban en busca de los niños, se afilaban las hoces, se tomaba un refrigerio y todos marchaban después al pueblo para comprar la comida del día siguiente y alojarse en las dependencias del dueño. Otras veces, la gran distancia de los campos al pueblo obligaba a hacer noche en el mismo rastrojo. Para ello se juntaban algunos haces de mies, se extendían otros por el suelo y así, vestidos y con una simple manta por encima para ahuyentar el frío de la madrugada, los segadores tomaban el merecido descanso a la espera de un nuevo y duro día de trabajo.

En la Siega. Obra de Jose Lull

                                                                      En la Siega. Obra de Jose Lull