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Leyendas de Toledo: el Callejón del Justo Juez

Puente Toledo

El callejón del Justo Juez es un estrecho y humilde callejón situado muy cerca de la Diputación Provincial de Toledo. Nada hace presagiar que, tras tan pequeña calleja, se esconda una de las leyendas más fascinantes de Toledo. Sólo por eso, cada vez que tengo que pasar por delante de esta travesía, no puedo dejar de sentir un escalofrío al recordar la historia que lo envuelve


Corría el año de 1592, siendo el Rey de España el hijo del Emperador Carlos V, vale decir Felipe II, quien reinaba sobre todos sus reinos con un alto sentido de la Justicia, para lo cual, nombraba jueces, corregidores y magistrados entre la gente de bien de cada ciudad, gente que, además de pertenecer a la nobleza –en la mayor parte de las ocasiones- eran personas muy conocedoras de las leyes vigentes.

En Toledo vivía en aquellos días un personaje de alta alcurnia, Don Alonso de Hurtado, quien tenía su mansión en el centro de la urbe; casa ésta impresionante, con su bien ganado escudo colocado sobre el dintel de entrada.

Don Alonso tenía una única hija, Doña Elvira, doncella recatada, de ademanes rectos y, como no podía ser de otra manera, belleza sin igual. Doña Elvira era la alegría de su padre, quien la cuidaba con esmero esperando el día en que encontrara marido.

Por aquel entonces vivía también en la ciudad Don Francisco, joven noble de sincero corazón, hijo de otro de los personajes principales de Toledo, ni más ni menos que del Corregidor Don Luis Fernández de Córdova, uno de esos jueces honrados de los que hablamos. Ambos jóvenes se amaban en silencio…

Leyendas de Toledo

Emboscada Toledo

Sucedió que una noche en que ambos novios estaban trazando sus planes futuros, un delator avisó de que con su hija encontraba cierto joven a esas horas tan indecentes. Corrió el alarmado padre hasta el lugar indicado sorprendiendo a la pareja.
Ciego de ira, desenvainó su acero dispuesto a hacer justicia y restituir el honor perdido, pero el joven Francisco rehuyó la lucha, pues no quería combatir con el padre de su amada. Sin embargo, en alguna parte la tragedia estaba escrita, y tras esquivar varios espadazos, tuvo que desenvainar su florete y de una certera estocada atravesó el pecho del desafortunado padre.

Al enterarse el Corregidor de la muerte de su amigo Alonso de Hurtado, juró que castigaría al culpable fuera quien fuera, haciendo recaer sobre él todo el peso de la justicia.

¡Pobre Corregidor que desconocía que el asesino era su propio hijo!

Cuando se descubrió toda la verdad, Don Francisco fue conducido hasta la Plaza de Marrón, donde estaba la cárcel toledana, y allí, en aquellos inmundos calabozos nuestro Corregidor dictó, con todo el dolor se su alma, la sentencia de muerte, sabiendo ya que ésta iba destinada a su propio hijo. Nada podía impedir que en Toledo se administrara justicia, ni que el Corregidor faltara a su juramento. Ninguna palabra salió de los labios del reo sabedor de que su padre cumpliría la sentencia… ¡qué triste final!

Cuando ya todo estaba preparado para ejecutar el castigo en la Plaza de Zocodover, llegaron hasta la céntrica plaza dos emisarios de Felipe II que se encontraba a las puertas de la ciudad. Raudo partió Don Luis a recibir a su Señor acompañado de los nobles, teniendo que ser aplazada la ejecución hasta después de la regia visita.

Tras recibir el homenaje de sus servidores, y conocedor de la lealtad y el sacrificio del Corregidor, el soberano le otorgó sus favores y la alegría de su vida al pronunciar las siguientes palabras:
Corregidor, eres la persona más recta y noble que mi reino conociera, mereces todo mi respeto y que te abrace, y precisamente por eso mismo, voy a hacer que superes tu dolor, y que sea Dios, el supremo juez, quien nos juzgue a todos tras la muerte, por lo que Yo, soberano de este reino, perdono la vida de tu hijo-.

Callejón de Toledo


Fuente: La vuelta a Toledo en 80 leyendas. Autores: Javier Mateo y Álvarez de Toledo, Luis Rodríguez Bausá ©

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Serenos, aguadores y claveteras. Un paseo nostálgico por las calles y gentes de Madrid

Serenos, aguadores y claveteras. Un paseo nostálgico por las calles y gentes de Madrid

A principios del siglo XIX Madrid ofrecía un triste aspecto en comparación con la mayoría de las demás ciudades europeas: ningún alumbrado en las calles, sin agua y sin higiene, empedrado precario, escasos espacios verdes y demasiada inmundicia. Afortunadamente, los trabajos iniciados con la ocupación francesa y terminados con los reinados de María Cristina e Isabel, transformaron para siempre el rostro de la capital de España. Gracias a ellos se abrieron grandes avenidas, se instalaron farolas de gas, conductos de agua y alcantarillas, al tiempo que se remodelaron numerosos edificios y se edificaron monumentos públicos a lo largo y ancho de la ciudad (en algunos casos con bastante mal gusto, todo hay que decirlo). Las plazas públicas son limpias y las fuentes relucen en las encrucijadas. Se procede a la demolición de miles de casuchas y se transforman barrios enteros, como los de la Plaza de Oriente, Barquillo o la Puerta del Sol, mientras que otros ven por primera vez la luz del día: Recoletos, Salamanca, la Castellana, Chamberí…

2. Detalle del Paseo del Prado. Autor, Rubenvike

Detalle del Paseo del Prado. Autor: Rubenvike

1. El Madrid del XIX. Autor, Manuel Vicente

Azulejo representando una estampa madrileña de finales del XVIII. Autor: Manuel Vicente

Sin embargo, los paseantes dominicales están menos interesados en estas nuevas barriadas que en el garbeo tradicional por Alcalá, Puerta del Sol y, sobre todo, el Paseo del Prado. Éste último ha cambiado bastante desde principios de siglo. A lo largo de dos kilómetros está sombreado por hileras de árboles cuyas ramas se entrecruzan para formar una bóveda de frescor. Ya no se camina sobre el barro sino sobre suelo sólido y plano. Al Prado van a pasearse las damas elegantes vestidas a la francesa y con sombreros de plumas, seguras de encontrar allí su “galán”. Es además el lugar preferido de la multitud cuando acaba la siesta. Allí se reúnen aprovechando un carril reservado solo a los coches de caballos, que aparecen allí desde todos los puntos de la ciudad. A uno y otro lado de la calle se sientan los peatones, a distancia respetuosa, en bancos de piedra o en sillas de alquiler (ocho maravedíes), y contemplan maravillados el espectáculo que ofrecen los coches y aquella distinguida sociedad de altos vuelos. Como es de suponer, chicos y chicas aprovechan la ocasión para urdir discretas intrigas a golpe de miradas furtivas, abanicos y pañuelos.

3. Paseo de Recoletos, en Madrid. Finales del siglo XIX. Autor, MnGyver

Paseo de Recoletos, en Madrid. Finales del siglo XIX. Autor: MnGyver

Nadie se aburre en Madrid y es fácil extraviarse deambulando por sus calles, pues están numeradas por manzanas y a menudo se comunican por medio de pasajes difíciles de encontrar. Será el corregidor Vizcaíno el que tendrá la feliz idea de numerar las calles por casas. Cuando hace calor y el tiempo es seco, los regadores utilizan las bocas de riego dispuestas a intervalos en los bordes de las aceras, y por medio de mangueras elevan al aire unos chorros de agua de hasta veinte o treinta metros, para caer nuevamente al empedrado en forma de lluvia. En las vías donde no hay bocas circulan enormes barricas de agua con ruedas, tiradas por caballos, de las que salen mangas de riego que el empleado acciona de uno a otro lado para conseguir que el agua llegue a todas partes. A los transeúntes también se los riega.

4. Ambiente nocturno en la Puerta del Sol. Autor, Mallol

Ambiente nocturno en la Puerta del Sol. Autor: Mallol

Todavía no han nacido las churrerías y el famosísimo chocolate con churros, tomado muy temprano por los trabajadores urbanos, o bien con ocasión de tertulias, a la hora de la merienda (la famosa chocolatería de San Ginés situada junto a la Plaza del Sol no fue fundada sino hasta 1894). Pero no por ello escasean las oportunidades de entretenimiento para los peatones. Si se gusta de madrugar hay que ir temprano a la Puerta de Toledo, que acaba de ser construida. Por allí entra a Madrid desde todas direcciones el transportista, el mercader o el agricultor, que viene a la capital a vender los productos de su región. Una familia de extremeños va de casa en casa ofreciendo picantes y chorizos. Algo más lejos, dos valencianos conducen un carro lleno de esteras, mientras que un grupo de arrieros de La Mancha llevan una docena de yeguas, y en cada una, a lado y lado de la silla de montar, aparecen cuatro barricas de vino fresco y oloroso que venden como rosquillas.

5. Una gran ración de churros con chocolate. El desayuno perfecto de Madrid. Autor, Ellsea64

Una gran ración de churros con chocolate. El desayuno perfecto de Madrid. Autor: Ellsea64

1. La madrileña Plaza de Oriente. Autor, Doug

La madrileña plaza de Oriente. Autor: Rubenvike

La calle de Toledo parece una feria permanente con sus tiendas y cestos, sus albergues y tabernas, éstas últimas en número de ochocientas diez en Madrid. Es casi imposible cruzar y difícil avanzar debido a las carretas que descargan equipajes y viajeros, y cajas de género a la puerta de las posadas. De trecho en trecho aparecen hileras de mulas atadas unas a otras, encorvadas bajo el peso de los atados de paja. Basta el paso de un entierro para obstruir por completo la circulación. La gente se distrae mirando los cartelones de los comerciantes pintorescamente redactados: “Aquí arrancamos los dientes a gusto del cliente”, o bien este otro: “Aquí se venden hábitos completos para el difunto”.

6. Calle de Toledo, en Madrid. Autor, Miguel Díaz

Calle de Toledo, en Madrid. Autor: Miguel Díaz

En las calles de Madrid es donde se ejercen también los pequeños oficios. Hay aguadores reconocibles por sus grandes cántaros de barro color cera, provistos de un brillante aparato mecánico; por una moneda se tiene derecho a un vaso de agua y a un terrón de azúcar. Los libreros de viejo hacen su negocio en aparadores colocados en las aceras. No hace falta preguntarles por el contenido de los libros expuestos, pues a menudo no saben leer. Hay vendedores de pájaros con jaulas a las espaldas, donde cantan canarios y loros. Aquí, la vendedora de claveles, con su ramillete rojo dentro de un pequeño barrilete de madera lleno de agua. Allá la vendedora de billetes de lotería; más allá el vendedor de entradas para la corrida de toros y, naturalmente, en todas partes los limpiabotas.

7. Bella estampa de la Puerta de Alcalá. Autor, Claudiki

Bella estampa de la Puerta de Alcalá. Autor: Claudiki

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El castizo arte de tocar el organillo. Autor: M.Peinado

Toda esta gente trabaja de día, y con la llegada de la noche desaparecen en la sombra. Dos importantes personajes, por el contrario, no se manifiestan sino de noche: el pocero o limpiador de letrinas, y el sereno. A partir de medianoche los empleados de la empresa Sabatini empiezan su trabajo. Recorren la ciudad montados en coches especialmente acondicionados para bombear los excrementos; se detienen en cada pozo negro, lo vacían y cargan el fétido contenido, que volcarán en un vasto depósito común. En ocasiones los poceros circulan en el preciso momento en que los “elegantes” de Madrid vuelven a sus casas después de una noche de sarao, una cena o una sesión de teatro. Vayan en tílburi descubierto o a pie, los noctámbulos, embargados por la fetidez de la noche, no pueden evitar hacer gestos de asco y taparse la nariz.

8. La madrileña Puerta del Sol en 1857. Autor, Recuerdos de Pandora

La madrileña Puerta del Sol en 1857. Autor: Recuerdos de Pandora

El sereno es, en cambio, un personaje típicamente romántico, tan pagado de si mismo que llega a creerse el defensor armado de la seguridad del país. Cuando todo el mundo descansa se desprende de los brazos de esposa e hijos, se coloca su túnica negra, raída a causa de vientos y heladas, y toma su chuzo en el cual suspende un farol. Parte seguidamente y se sumerge en la noche, dueño de la calle. Descubre un portal mal cerrado e informa al propietario; apacigua una gresca de alborotadores en la puerta de una taberna; impide una agresión nocturna y acompaña a la víctima hasta su casa; ayuda en la captura de un ladrón. A veces permanece de pie, inmóvil, apoyado en su chuzo, con los ojos dirigidos hacia el cielo y la claridad de la luna, verdadera imagen quijotesca y medieval que guarda las calles madrileñas hasta que el alegre sonido de los pájaros anuncia la llegada de la aurora. Las campanas llaman a la primera misa y los devotos saltan de la cama. Es entonces cuando el sereno apaga su farol y, al igual que sus colegas, regresa a casa. Son “las cinco en punto”, anuncia. Madrid se despierta.

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Plaza Mayor de Madrid. Autor: Anónimo

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De camino a Santo Domingo, o las aves que aprendieron de nuevo a cantar

De camino a Santo Domingo, o las aves que aprendieron de nuevo a cantar

Hoy, dos días después de la tragedia acaecida en Santiago de Compostela, no hay más palabras ni más sentimientos en nuestro ánimo que aquellos que nos sirvan para recordar. Recordar a las víctimas de tan desgraciado accidente; recordar a las familias, amigos o compañeros; recordar a los heridos; recordar las muestras de dolor y de angustia de quienes perdieron a alguien junto a esas fatídicas vías, tan solo a cuatro kilómetros de la estación, tan solo un día antes de la fiesta grande de Galicia. Nuestro recuerdo va con ellos como no podía ser de otra forma. Pero también, porque sabemos que la vida se abre camino a pesar de los conflictos más difíciles, nos gustaría asimismo hacer un quiebro a esta desgracia abriendo una ventana a la esperanza, a la gratitud y al amor.

Torre exenta de la Catedral. Autor, Juantiagues

                           Torre exenta de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada. Autor: Juantiagues

Santiago de Compostela ha sido y es meta de un rosario de gentes que, a lo largo de cientos de años, buscaron en ese mítico rincón del oeste de España el significado de una vida cargada de interrogantes. Querían poner rumbo a sus vidas, encontrar el secreto de la paz que todos ansiamos, también un medio para encauzar o reforzar su Fe. Compostela era asimismo la meta de los heridos y fallecidos en el accidente. Por eso, en medio del dolor y de la aflicción, no podemos olvidar que es precisamente este camino, el camino de los Peregrinos del mundo, el que ha escrito algunas de las páginas más hermosas de esperanza y de vida entre los que se decidieron a seguirlo. Como homenaje, aquí tenéis una de las más bellas. Ellos, ahora, también lo saben.

Camino de Santiago, a la altura de Santo Domingo. Autor, Calafellvalo

                                     Camino de Santiago, a la altura de Santo Domingo. Autor: Calafellvalo

“Cuenta la leyenda que hacia el año 1400, un matrimonio alemán que residía con su hijo en la localidad de Santés, en el norte de Francia, se decidió a ponerse en camino para visitar la tumba del Apóstol Santiago. Siguiendo los pasos de la ruta jacobea llegaron al fin a la villa de Santo Domingo de la Calzada, y cansados por el duro viaje decidieron hospedarse en un viejo mesón junto al camino. Los dueños recibieron a la familia y le ofrecieron mesa y cama, mas tenían una hija que les ayudaba en la tarea de atender a los peregrinos, y que al ver al joven alemán no pudo por menos que enamorarse de tan gallardo muchacho y desearlo. Desafortunadamente se vio rechazada, así que ideó un perverso y maligno plan para vengarse de tamaña ingratitud: cogiendo una valiosa taza de plata que sus padres atesoraban en el mesón, la introdujo a escondidas durante la noche en el zurrón del joven y esperó con paciencia la amanecida para ver cumplidos sus designios.

Plaza de España en Santo Domingo de la Calzada. Autor, Santiagues

                                     Plaza de España en Santo Domingo de la Calzada. Autor: Santiagues

Tal como planeó, al día siguiente, cuando los peregrinos se disponían a partir, la muchacha denunció la ausencia del objeto y culpó al hijo de los huéspedes, asegurando que le había visto levantarse de madrugada y meter la taza en su zurrón. Se requirió a las autoridades para que registrasen en la bolsa del alemán, quien muy sorprendido accedió a entregarla a los guardias. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que efectivamente la taza extraviada se encontraba allí, mas no pudo hacer nada para remediar la situación, puesto que en aquellos tiempos el robo era un delito muy grave y estaba penado de forma rigurosa. De este modo el muchacho fue juzgado y condenado a pena de horca, sentencia que se cumplió implacablemente a los pocos días.

Vista nocturna de la Catedral. Autor, Neyzan

                                                          Vista nocturna de la Catedral. Autor: Neyzan

Los padres no pudieron enterrar el cadáver de su hijo al ser de Ley dejar al ajusticiado colgado durante semanas, como escarnio y aviso para ladrones, de modo que continuaron viaje y marcharon a Santiago totalmente angustiados ante la desdicha que se había abatido sobre ellos. A su regreso de Compostela decidieron pasar de nuevo por Santo Domingo de la Calzada, con el fin de ver por última vez a su hijo y rezar por él. Mas al arrodillarse delante del muchacho, cuyo cuerpo seguía colgado del madero, quedaron sorprendidos al escuchar claramente una voz que desde lo alto les decía: “Madre mía, ¿Por qué lloráis al muerto cuando está dichosamente vivo?. El bienaventurado Santo Domingo de la Calzada me ha conservado la vida, él me ha mantenido y sostenido como ahora me veis. Id y dad parte a la Justicia”.

Peregrinación de jóvenes a Santo Domingo. Autor, Laparroquia

                                           Peregrinación de jóvenes a Santo Domingo. Autor: Laparroquia

Con grandes muestras de alegría, los padres corrieron hacia el Barrio Viejo en donde se encontraba la casa del Corregidor y le comentaron punto por punto lo que había acontecido. Éste, práctico hombre de la Justicia del Rey, se encontraba en aquel momento sentado a la mesa y a punto de trinchar un gallo y una gallina de corral, por lo que no quiso dar crédito a las palabras de los peregrinos. Aún así insistieron en la veracidad de sus palabras, y entonces el Corregidor, viéndose importunado, exclamó: “¡Vuestro hijo está tan muerto como estas aves que voy a trinchar!”. Y es aquí cuando tuvo lugar el hecho milagroso del que todos se asombran y dan gracias desde entonces: pues no bien hubo dicho esto cuando las dos aves listas para la cena recobraron súbitamente sus plumas, y el gallo, irguiéndose cuan alto era, abrió su pico y comenzó a cantar…”

El mausoleo del Santo. Autor, Calafellvalo

                                                           El mausoleo del Santo. Autor: Calafellvalo

El gallinero de la Catedral. Autor, Calafellvalo

                                         El gallinero de la Catedral de Santo Domingo. Autor: Calafellvalo

Con el maravilloso milagro de Santo Domingo de la Calzada el joven peregrino recobraba la vida, y así toda la familia, eternamente agradecida por el regalo que se les había hecho, regresó a su patria con la mirada puesta en el futuro y el corazón acrecentado y rebosante de Fe. De esta forma tan sublime termina la historia del ahorcado, cuya primera versión la encontramos en el Liber Sancti Jacobi o Codex Calixtinus atesorado actualmente en la Catedral de Santiago de Compostela. Si nos atenemos a esta versión parece que los hechos ocurrieron mucho antes, hacia el año 1090, afirmándose que los peregrinos eran efectivamente de nacionalidad alemana, y que el muchacho a quien se le atribuyó el robo de una copa de plata atendía al nombre de Hugonell. Sea cual fuere la versión más próxima a la realidad, lo cierto es que desde entonces se atesora en la Catedral de la localidad riojana un trozo de madera de la infame horca, y que en un lucillo enrejado frente a la Capilla Santa, donde se hallan los restos de Santo Domingo, existen un gallo y una gallina blancos a los que se procura cuidar, alimentar y sustituir convenientemente cada mes… No es raro que surgiese al poco el siguiente dicho popular:

“Santo Domingo de la Calzada,
que cantó la gallina después de asada».

Peregrino y gallo. Autor, ErinEB

                                                                     Peregrino y gallo. Autor: ErinEB