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Tomelloso. Una vida dedicada al cultivo de la vid.

Tomelloso. Una vida dedicada al cultivo de la vid

Hoy viajamos hasta la ciudad conocida como “Atenas de La Mancha”, no en vano luce orgullosa un bagaje cultural de primer nivel: Antonio López García, Antonio López Torres, Eladio Cabañero, Félix Grande, Francisco García Pavón y un largo etcétera hacen de Tomelloso un lugar plagado de magistrales plumas literarias y pinceles…

Situada en plena tierra del Quijote, consciente de su pasado y cultura, conserva todos los valores y tradiciones que su historia le aporta y se reconoce, como no puede ser de otro modo, ciudad manchega que contempló las andanzas de aquel hidalgo nacido de la ilustre mente de Cervantes.

Más reciente es el detonante último de la enorme expansión del cultivo de la vid en estas tierras y en La Mancha en general, que no fue otro que la muy desastrosa plaga de filoxera que afectó a los viñedos franceses en la segunda mitad del siglo XIX. Una oportunidad única y propicia para atender a un mercado que se había quedado totalmente desabastecido y que Tomelloso supo aprovechar. Testigos de esta rocambolesca historia, encontramos en este viaje sus numerosos bombos entre viñas, las infinitas cuevas de su subsuelo y las esbeltas chimeneas de su casco urbano. Juntos nos hablan de una vida dedicada al cultivo de la vid y a exprimir su delicioso zumo: el vino.

Os invito a conocer de primera mano la historia de estos auténticos museos. Comenzamos.

Bombo. Autor, Santiago Benito

Bombo. Autor, Santiago Benito

Los Bombos

Al ser en esta región el boscaje muy escaso y las “lajas” o “lanchas” de piedra caliza muy abundantes, la mano del hombre levantó el “bombo” arrancando la materia prima de la propia tierra, las lanchas de piedra que la cubrían, a base de golpes de azada.
Desnudada la tierra de piedra, empezó aquella a dar sus frutos.
Mirando con atención cómo se construían los bombos, aprendieron unos de otros la técnica para levantar sus muros y bóvedas, creando con ello un paisaje increíble.
Las gentes de este lugar, con ingenio, levantaban estos “monumentos”, de forma circular, cuadrangular y ovoide con espléndidas cubiertas abovedadas, a base de hiladas de piedras planas colocadas unas encima de otras sujetas entre sí, sin argamasa alguna (técnica que en arquitectura se denomina de “piedra seca”), situando en su interior la chimenea.

Los bombos se construyeron a partir de la segunda mitad del s. XIX como consecuencia de la extensión del cultivo de la vid, sirviendo como vivienda y refugio durante las faenas del campo.

En su interior podemos encontrar la chimenea para el fuego, los poyos para el descanso, las hornacinas u alacenas, los ganchos clavados en las paredes para colgar los aperos al terminar las faenas y la zona de la cuadra para los animales que proporcionaban calor durante la noche.

Los arquitectos y arquitectas de las cuevas. Turismo Ocio e Idiomas Saber Sabor

Los arquitectos y arquitectas de las cuevas

Las cuevas

Estudiosos señalan su origen en el periodo de dominación romana, al ser éstos los primeros en plantar viñedos y los transmisores de su amor por este cultivo. Con ellos llegaría también la conservación de vinos en subterráneos.
El subsuelo de Tomelloso se presta para que sus hombres realicen estas cuevas sin más técnica que la fuerza y el tesón, ayudados por mujeres -llamadas terreras- encargadas de trasladar la tierra y la arena extraídas del interior hasta la superficie. En muchos casos se aprovechaba para el pavimento de calles o para levantar sus propias casas.
Los “picaores”, con aguzados picos, horadaban el subsuelo hasta lograr unas naves con bóvedas en arco de medio punto, con unas cualidades óptimas para poder albergar las cosechas en quietud, guareciendo los vinos de cambios climáticos bruscos.
Las “lumbreras” son las aberturas que tanto llaman la atención de los visitantes, y que ven enrejadas sobre las aceras de las calles de Tomelloso. Son unas hendiduras en los techos de las bóvedas para poder dejar pasar la luz, que entra perpendicular a la cueva.
Las cuevas albergaban todos los útiles necesarios para la elaboración artesanal y familiar del vino: grandes tinajas de barro, escalas, filtros, bombas…

Hoy día, estas cuevas han sido desplazadas por las modernas tecnologías de la industria vinícola, pero las que aún hoy se conservan, cerca de cuatro mil, mantienen el encanto de antaño.

Interior de una cueva. Tinajas de vino. Turismo Ocio e Idiomas Saber Sabor

Interior de una cueva. Tinajas de vino

Las chimeneas

Formaban parte de las antiguas fábricas de alcohol. En la época de apogeo llegaron a funcionar más de cien fábricas en Tomelloso.

Con una altura media de 45 metros, servían para dar salida al humo de las grandes calderas que, mediante la combustión de leña o carbón, proporcionaban la temperatura adecuada para el funcionamiento del serpentín de destilación de estas antiguas alcoholeras.
Las chimeneas hoy son bienes a conservar como elementos característicos de una arquitectura industrial pasada y como grandiosos monolitos que decoran el paisaje urbano de esta ciudad.

“El caminante que se acerca a Tomelloso desde cualquier punto cardinal, comienza a verle leguas antes de pisar sus cascajales como un blanco y largo pañuelo tendido sobre la tierra parduzca y calcinada… y las delgadas chimeneas de las fábricas de alcohol, que deslían con mansedumbre de humo lento y rozagante, que repta unos momentos hacia el cielo, para enseguida, en invisibles vedijas, fundirse con el tono azul del cielo de La Mancha”.

La Chimenea. Tomelloso. Turismo Ocio e Idiomas Saber Sabor

Rozando el cielo con la chimenea

Si queréis conocer todos los secretos de Tomelloso, os proponemos vivir esta experiencia: Tomelloso, el Sabor de La Mancha

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Molineros de La Mancha, el arte de remar el viento

Molineros de La Mancha, el arte de remar el viento

En la balsa de Ramón hace tiempo que los grillos comenzaron a cantar. Son apenas las 8 de la tarde, pero el sol se esconde tras el cerro de los molinos y un aire de espigas, que llega del este, viene a refrescar el pueblo más que otros días. Quizás haya tormenta esa noche. Pablo “el de los Cantos” lo intuye mientras guía al borriquillo cargado de sacos vereda “alante” para atajar los últimos metros antes de la subida. En lo alto, donde el molino, se oye a ratos un coro de risas juveniles y femeninas. Van y vienen como vencejos en el viento solano, ahora se oyen, ahora callan por un tiempo. Vuelven de nuevo. Seguramente estará allí también su sobrina dándole a la sin hueso junto a las mozas del barrio. Dicen que van a bordar, sí. Siempre dicen lo mismo. Pero el tío Pablo sabe que, en la explanada del molino que da al norte, las vistas son mejores que en ningún sitio y el pueblo parece que se adorna de luceros al caer la noche, y que la brisa corre allí más fresca y juvenil, invitando a paliar junto a sus muros los ardores de una tarde de julio. Allí más que en ningún sitio su sobrina y las amigas de su sobrina pueden enterarse de los últimos chascarrillos de Genara, la esposa del molinero. Allí ríen mientras bordan tapetes bajo el vuelo de las polillas, (o palomitas, como él las llama) justo bajo la luz de la única bombilla que cuelga sobre la puerta. Con un guiño, la sobrina ha susurrado algo a las demás. Y de inmediato todas ellas recitan con guasa una antigua adivinanza castellana más vieja que las piedras:

“Vino no bebo,
porque agua no tengo,
que si agua tuviera,
vino bebiera”.

Por supuesto, como ya habrán adivinado, la respuesta es el molinero.

Campo de trigo a punto para la siega. Autor, Sybarite48

Campo de trigo a punto para la siega. Autor: Sybarite48

En las tierras del interior peninsular, de gran tradición cerealista, la aridez del clima y los escasos cursos de agua obligaron a buscar alternativas al molino hidráulico para la fabricación de harina. Éste, mucho más antiguo, se extendió con la cultura andalusí a lo largo de toda la Edad Media desde sus orígenes griegos y romanos. Pero su presencia en La Mancha siempre se vio limitada por las frecuentes sequías que secaban el cauce de los ríos, sobre todo en verano, precisamente cuando se produce la siega y la trilla del cereal. Por ello hubo que encontrar nuevos modos de obtener energía, y esta solución, por supuesto, vino del viento.

Los primeros molinos de viento ya fueron utilizados en China al menos desde el siglo V d.C, y desde el siglo IX d.C. también en el Medio Oriente. Estas primeras máquinas eran muy rudimentarias al estar las aspas dispuestas horizontalmente, pero se cree que España conoció gracias a los árabes el mecanismo (mucho más eficiente) del eje horizontal, lo que dio origen a los molinos mediterráneos con grandes velas latinas tal como pueden admirarse hoy en tierras murcianas. Algunos molinos andalusíes de esta época llegaron a tener hasta 16 velas, aunque por lo común variaban entre 8 y 10 según se usasen para molienda o bombeo de agua, respectivamente.

Molino del tipo mediterráneo en Cartagena. Autor, Nanosanchez

Molino del tipo mediterráneo en Cartagena. Autor: Nanosanchez

El molino de la Mancha puede considerarse un híbrido entre los molinos de Al-Ándalus y los procedentes del norte de Europa, estos últimos de origen incierto. Se dice que los primeros molinos de viento manchegos, y en general todos los europeos, surgieron con el regreso de los ejércitos que lucharon en los siglos XII y XIII por el Reino de Jerusalén. Las Órdenes de Santiago y de San Juan administraron con la Reconquista grandes propiedades en el centro-sur de la Península, y es probable que con ellos vinieran también las técnicas francesa e inglesa de molinería, que combinaron con la autóctona para desarrollar un modelo único. Una de las referencias más antiguas en Castilla-La Mancha se encuentra curiosamente en El Libro del Buen Amor, escrito en 1330 por Juan Ruíz, Arcipreste de Hita. Pero el tipo de torre cilíndrica y encalada con techumbre cónica que hoy admiramos en Alcázar de San Juan, Consuegra, Campo de Criptana o Mota del Cuervo, no se introdujo en la Mancha sino hasta mediados del siglo XV, difundiéndose después ampliamente por todo el territorio durante los siglos XVI y XVII.

Paisaje con molino. Aert van der Neer. Óleo sobre tabla, 1646

Paisaje con molino. Aert van der Neer. Óleo sobre tabla, 1646

Por fin el borrico de Pablo corona la pendiente. El hombre saluda al llegar con gesto hosco, descarga los sacos de trigo frente a la puerta y ayuda a «Fernandito», el molinero, a meterlos en su interior. El diminutivo de este último no es sino chanza local: ocho y pico palmos a ojo y espaldas como dos yunques de herrero. Fernando no es nacido aquí: es de Antequera, pero conoce su oficio como nadie. Sabe por ejemplo que los cereales más usados en la zona son el trigo, la cebada y “los titos” utilizados para la fabricación de harina de almortas, base de las tradicionales gachas. Dentro, la luz se escapa rápidamente. En la cuadra el molinero almacena los sacos frente a frente con los que contienen harina, y a continuación se los carga a la espalda para subirlos por la escalera de caracol hacia los pisos superiores. Además de la cuadra hay otros dos: el primero, o camareta, donde se cierne la harina ya molida, y el último o moledero, que aloja toda la maquinaria y donde se realiza el trabajo de la molienda.

Lienzo de muralla del castillo medieval de Consuegra. Autor, Jebulon

Lienzo de muralla del castillo medieval de Consuegra. Autor: Jebulon

Como todos los años al comienzo de temporada fue el tío Pablo quien ayudó a Fernando a “armar las velas”, es decir, colocar en las aspas los lienzos que cubren el esqueleto de madera. La amistad viene de lejos. También sube a veces para echar una mano cuando cambian los aires y es necesario orientar la caperuza del molino a favor del viento dominante. En éste, como en el resto de molinos manchegos, la caperuza y la maquinaria forman una estructura móvil que puede girarse mediante un torno portátil o borriquillo dispuesto en el exterior. El trabajo para mover todo el equipo era duro puesto que sólo el conjunto de ejes, ruedas y piedras de moliz pesaba casi 5000 kg. Una vez que el molinero se cercioraba del viento (existían hasta 12 de ellos en distintas direcciones), hacía girar la caperuza mediante un palo de gobierno atado al borriquillo, todo ello muy lentamente y con gran pericia hasta lograr la orientación correcta, tras lo cual daba comienzo la molienda. Los molinos se construían normalmente en colinas altas y despejadas cerca de los pueblos, y por supuesto todos tenían sus aspas colocadas en el mismo sentido. No era raro que el molinero dispusiese para este fin de un catalejo en la moledera, y así, espiando por el ventanuco, podía verificar con los molinos cercanos que las aspas remaban en la misma dirección.

Molinos de Consuegra. Autor, Punxsutawneyphil

Molinos de Consuegra. Autor: Punxsutawneyphil

El molino tiene sus tercios, como solía decir Fernando, ya que no solo se trataba de moler y almacenar la harina sino estar avisado del trabajo de las piedras, estudiar los vientos, remendar los lienzos, reponer las piezas rotas e incluso cumplir con el parroquiano tanto de día como de noche, si para ello era menester. Durante la posguerra los molineros estuvieron sometidos a una estrecha vigilancia con el fin de evitar el estraperlo. Inspectores vestidos de paisano se presentaban a cualquier hora para revisar los sacos y requisaban con frecuencia harina y grano si las cuentas no eran correctas. Por eso se molía de madrugada. Sin embargo eran todavía peores los cambios imprevistos de tiempo. Cuando había tormenta, la altura y el aislamiento del edificio lo hacían muy atractivo para los rayos, y no estaba muy atrás aquel día en que el molino de “Zoque” ardió por los cuatro costados al caer una “chispa” sobre el techado de carrizo. La maquinaria y las vigas, todo de madera, prendió en un santiamén y no hubo quien apagase el incendio hasta dos horas después por lo lejos que quedaba del pueblo. En las tormentas era también frecuente que el viento girase bruscamente, lo que obligaba a parar la molienda durante las “nubes” por el peligro de que unas rachas cambiadas destrozasen las aspas o el engranaje. El molino tiene sus tercios, sí. Y Genara cerraba la discusión diciendo que cada nube tiene su aire, refiriéndose seguramente a que según cambiaba la nube, así cambiaría el viento.

Siega en los campos de cereal. Autor, Büschgens

Siega en los campos de cereal. Autor: Büschgens

Con el molino a pleno rendimiento, el giro de las aspas se transmitía mediante ruedas y engranajes a un eje vertical que movía la piedra superior, o “volandera”, sobre la piedra fija inferior o “solera”. Pablo y «Fernandito» abren uno de los sacos para que el último se cobre su sueldo en especie, un procedimiento llamado maquila usado en el pueblo desde tiempo inmemorial. Por cada fanega de candeal (unos 55,5 litros) el molinero se toma un celemín o doceava parte de la fanega (unos 4,5 litros). Después del reparto la maquila se guarda en pequeños depósitos del molino llamados trojes, uno para el trigo y otro para la cebada situado más abajo. Aunque los molineros tienen fama de pillos, no es el caso de Fernando. Él es hijo, nieto y biznieto de molineros y lo lleva en la sangre desde que lo parió su madre. No sabe ni de espabiles ni de truhanerías. Con el «casamiento» recién cumplido llegó allí junto a su mujer hacía 30 años, y ambos saben que en la comarca se oyen muchos dichos de molineros. Pero ellos no hacen caso, y ríen: “Ni horno ni molino tengas por vecino”, sentencia uno de ellos; o ese otro, tan castellano:

“Tin, tin, tin
de cada fanega un celemín,
y si es de rico otro para el borrico,
y si la molinera no lleva jubón,
¡un celeminón!”

Más todavía ríen y se echan los ojos cuando, con proverbial lascivia castellana, el romance mete la directa y achaca al molinero todo tipo de líos de faldas. En uno de ellos, fechado a finales del siglo XVI, aparecen de nuevo juntas las dudosas proezas de molinero y hornero. Dice así:

“Un fraile y dos sacristanes
concertaron de moler
más trigo que dos gañanes,
y sobar muy bien los
y hacer el horno arder”.

Molino manchego en Campo de Criptana. Autor, M. Peinado

Molino manchego en Campo de Criptana. Autor: M. Peinado

El tío Pablo y Fernando vierten poco a poco el trigo en la tolva con la única luz de un candil. Un ingenioso aparato sonoro avisa al molinero cuando el grano está a punto de acabarse, lo que podría provocar un recalentamiento de las piedras, y al oírlo vuelve a echar más grano al recipiente. Así, con paciencia y buen hacer, el grano cae a golpes por un canal hacia la hendidura que hay en el centro de las dos piedras, la “volandera” y la “solera”. El movimiento giratorio de la piedra superior tritura el grano contra la base y poco a poco va desplazándose hacia fuera gracias a unas pequeñas hendiduras labradas a mano. En la parte exterior el espacio entre las piedras es más estrecho que en el centro, por lo que el proceso de molido ejerce cada vez más presión. De esta forma, al salir, la cáscara está totalmente separada de la harina (aunque mezcladas) y todo cae finalmente por un canalón hacia la camareta, donde Genara tendrá que colocar sacos para recogerlo y así cerner la mezcla con el cedazo.

Pero no sin antes hacer un alto en la molienda para cenar. Frente a la puerta, al amparo de la noche y de la única bombilla que alumbra el cerro, ya hay puesta una mesa baja. Al lado cuatro serijos de esparto y dos sillas, el porrón en el poyo, junto al muro, y sobre el mantel una fuente de tocino, un plato de queso en aceite, pan, navaja de ocho duros y muchas hambres por distraer. Tras unos minutos de espera que se hacen eternos, Genara y la sobrina de Pablo aparecen trayendo a cuatro manos la reina de la velada: una sartén repleta de gachas. Y viendo a su mujer en la puerta del molino, enharinada hasta el moño pero feliz, he aquí que a la memoria de Fernando llega el recuerdo de sus años jóvenes: los tiempos en que alguien le contó la historia de cierta molinera que vino a armar caballero al héroe con más donaire y arrojo que ha parido jamás tierra manchega. Por fortuna, malagueño como era, nunca pudo olvidar la cita:

“Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé venturas en lides”. (…) Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó Don Quijote que se pusiese don, y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes”.

“(…) Y, ensillando luego a Rocinante, subió en él, y abrazando a su huésped, le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas”.

Don Quijote y los molinos de viento. Grabado de Gustave Doré, 1863

Don Quijote y los molinos de viento. Grabado de Gustave Doré, 1863

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Si queréis conocer La Mancha, os proponemos vivir esta experiencia: Entre Viñas, Teatros, Molinos y Lagunas
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