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Cabalgando con Don Quijote. Una de Duelos y Quebrantos (2ª Parte)

Cabalgando con Don Quijote. Una de Duelos y Quebrantos (2ª Parte)

A pesar de la explicación dada por el manchego al señor Starkie, lo cierto es que el origen de este plato está, todavía hoy, inmerso en la incógnita más absoluta. La teoría anteriormente citada es además poco probable, ya que la carne de las reses muertas solía servirse seca y adobada, constituyendo hasta hace poco un alimento «de campaña» para la dura labor del pastor. Poco se parece esta «suela de zapato» al plato servido en restaurantes y mesones de la tierra, del que solo comparte su confección sencilla y sin adornos, y para el cual se emplean los productos propios de una casa de agricultores. Además, si hemos de creer a las crónicas históricas, no nos imaginamos a toda una reina como Mariana de Austria, esposa del inefable Felipe IV y objeto, junto a su marido, de las burlas procaces de Quevedo, participando de ese plato campesino en 1669 cuando recaló en casa de unos labriegos de La Roda que le dieron hospedaje. De ser así, nuestro genial escritor hubiera hecho con esta escena los mejores versos de su magreada pluma.

Pórtico de la Casa de la Inquisición. Villanueva de los Infantes. Autor, Rafa

Pórtico de la Casa de la Inquisición. Villanueva de los Infantes. Autor, Rafa

Todavía hoy existen discrepancias acerca de la receta de los «Duelos y quebrantos», aunque todos coinciden en que el revuelto con huevo es una presentación básica. A partir de aquí, sin embargo, no existe unanimidad alguna en los ingredientes: chorizo, jamón, tocino de cerdo e incluso sesos de cordero, como lo afirma el Diccionario de Autoridades de 1732, donde se hace mención a este plato de La Mancha como una simple tortilla de sesos y huevos. Pero es precisamente este nombre tan peculiar de «Duelos y Quebrantos» el que nos sirve de guía para desentrañar su oscuro origen: algunos entendidos afirman con rotundidad que el nombre alude al «quebranto» del ayuno obligado por comer carne de cerdo (lo que hoy llamamos torreznos), por parte de practicantes judíos o musulmanes. La jugada le salía ni que pintada a la Inquisición, ya que ante cualquier sospecha de hallar judío o morisco tras la fachada de un cristiano viejo, a menudo se ofrecía al desdichado este plato para así comerlo a la vista de todos… Si no probaba bocado quedaba desenmascarado. Y si lo hacía, entonces violaba sus propias leyes y se condenaba él mismo ante la ley de Dios.

Duelos y quebrantos del siglo XXI

Duelos y quebrantos del siglo XXI

Otros sabios, sin embargo, no hilan tan fino. Y es que este alimento recibía también por entonces el nombre de «La merced de Dios», pues no debía de faltar en ninguna casa y menos aún en la de los más pobres. Por ello, se argumenta, las miserias ocasionadas entre la población por las frecuentes guerras feudales de los siglos XIV y XV dieron lugar a la preponderancia de platos guisados con despojos de animales, lo que hoy llamamos «menudo», esto es, manos y patas de aves, cabezas de carnero con sus sesos, pezuñas, vísceras y, por supuesto, revuelto de huevos fritos con torreznos… De ahí vino el primer nombre dado a este pobre manjar, «penas y miserias», y que derivó más tarde en nuestros «Duelos y quebrantos» de indudables connotaciones cervantinas.

Vieja friendo huevos. Diego Velázquez, Óleo sobre lienzo. 1618

Vieja friendo huevos. Diego Velázquez, Óleo sobre lienzo. 1618

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Las brujas de Zugarramurdi, o el oscuro mundo de la Inquisición (2ª Parte)

Las brujas de Zugarramurdi, o el oscuro mundo de la Inquisición (2ª Parte)

¿Por qué eran las brujas objeto de una persecución tan rigurosa por parte de la Iglesia y la sociedad de aquella época? En el centro de toda esta superchería pagana se encontraba el diablo, fuente de su magia, socio supremo y objeto de su adoración incondicional. A lo largo de la Edad Media el demonio recibió varios nombres por parte de las autoridades eclesiásticas, pero el más común fue sin duda el de Satán, o Satanás, palabra que significa “El Enemigo” y que solo en el Nuevo Testamento comienza a adquirir una preeminencia destacable. La figura del diablo fue evolucionando con el paso de los siglos. Es curioso constatar, por ejemplo, que lo que hoy definimos como estampa clásica del demonio nació en realidad de la fusión de distintos conceptos culturales: así, pintar al diablo de negro proviene de la asociación tradicional del color negro con el pecado, mientras que las alas derivan de su condición de ángel caído, ambas ideas tomadas de la cultura judeocristiana oriental. Por el contrario, la barba de chivo, las pezuñas partidas, los cuernos o la forma semi-animal proceden del dios celta Cernuno, mientras que los senos de mujer con que se representa en diversas obras pictóricas inglesas son un concepto tomado de la cultura grecorromana y la imagen de la diosa de la fertilidad, Diana.

2. Imagen del pueblo de Zugarramurdi. Autor, Jroura

Imagen del pueblo de Zugarramurdi. Autor: Jroura

3. La bruja. Obra pictórica de Salvator Rosa. 1640-1649

La bruja. Obra pictórica de Salvator Rosa. 1640-1649

Lucifer, el gran arcángel que se rebeló contra Dios y fue expulsado al infierno, no fue el único Señor adorado por los brujos en los aquelarres. Satán tenía también su corte de príncipes del mal, encabezados por figuras del calibre de Belcebú, Leviatán y Belial, y su capacidad para tomar posesión real del cuerpo de una persona fue uno de los terrores más evocados por el subconsciente del pueblo hasta fechas muy recientes. La posesión demoníaca acabó desempeñando un papel importante en la brujería, pues la bruja tenía potestad para ordenar al diablo que poseyera a una víctima en virtud de un pacto concluido entre ambos. Este pacto es citado ya en sus escritos por San Agustín, en el siglo V d.C. Gracias a él el diablo proporcionaba salud o alguna otra forma de poder terrenal a cambio de servicios diversos, y por supuesto la potestad sobre el alma del contratante humano tras su muerte física.

4. Ríos y umbrías en el valle de Baztán. Autor, F0ff0

Ríos y umbrías en el valle de Baztán. Autor: F0ff0

5. Bosques de la localidad con la llegada del invierno. Autor, Marycesyl

Bosques de la localidad con la llegada del invierno. Autor: Marycesyl

La asociación de pacto demoníaco y prácticas mágicas creció a lo largo de la Edad Media con la traducción de gran número de libros de origen islámico o griego, que hasta entonces se habían considerado perdidos. A pesar de las reticencias de la Iglesia los ritos mágicos fueron comunes entre los monarcas europeos, e incluso en la corte papal, y los nigromantes que las practicaban no eran en absoluto personas iletradas. Los métodos de conjuro varían considerablemente, pero por lo general implicaban fidelidad a una fórmula escrita a fin de atrapar al demonio dentro de una botella, un anillo o un espejo, para así ordenarle luego que proporcionase la ayuda deseada. En estas prácticas, luego repetidas con profusión por las brujas en sus ritos y aquelarres, el diablo exigía un tributo a cambio de esta ayuda, lo que solía resolverse con la entrega de una gallina o la propia sangre del nigromante. Pero en cualquier caso dicho pacto atrajo el rechazo más enérgico de los teólogos escolásticos y condenaba al practicante como hereje, ya que cedía a Satán unos derechos solo atribuibles a Dios. Peor aún: el mago era un apóstata, pues renunciaba a su Fe cristiana al prestarse a adorar al demonio o servirlo de alguna otra manera. Se asentaba por tanto el argumento clave que permitía su persecución por los inquisidores papales en toda Europa.

6. La cueva de los aquelarres, en Zugarramurdi. Autor, Carlalove

La cueva de los aquelarres, en Zugarramurdi. Autor: Carlalove

7. Lucifer y el Paraiso perdido. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Lucifer y el Paraíso perdido. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Con el tiempo, los cargos consistentes en practicar magia y establecer pactos con el diablo se dirigieron contra campesinos ignorantes, y el mago pasó gradualmente de ser señor o socio del diablo a ser brujo, o bruja, un servidor a las órdenes de Lucifer. Según lo expresaría más adelante el rey Jacobo VI de Escocia: “Las brujas solo son siervas y esclavas del diablo; pero los nigromantes son sus señores y dueños”. Un signo claro del cambio es que la bruja suele acceder a servir a Satán a cambio de recompensas económicas o materiales muy escasas. Es muy frecuente que el demonio consiga su lealtad mediante el ofrecimiento de una monedilla, convertida en piedra inmediatamente después de realizarse el pacto irrevocable. Y resulta interesante señalar que cuando el mago-señor se transformó en bruja servil, el sexo del malhechor cambió de varón a hembra…

8. Las cumbres neblinosas de Zugarramurdi. Autor, Karrikas

Las cumbres neblinosas de Zugarramurdi. Autor: Karrikas

9. Mar de nieblas en el valle de Baztán. Autor, Iloiola

Mar de nieblas en el valle de Baztán. Autor: Iloiola

La caza de brujas de Zugarramurdi tuvo gran repercusión a nivel europeo, una fama que no decayó con los años y que terminó dando a la villa el merecido sobrenombre de “Pueblo de las Brujas”. La mayor parte de los acusados murió en las cárceles de la Inquisición o de camino a ellas (lo cual da idea del trato recibido de manos de sus carceleros) hasta que finalmente, y como resultado de las condenas leídas en el Auto de Fe del 7 de noviembre de 1610, once de los encausados fueron sentenciados a la inhumana y aterradora pena de hoguera. Seis víctimas subieron al cadalso y fueron quemadas en persona, mientras que otras cinco lo fueron en efigie (es decir, sus restos mortales, puesto que ya habían fallecido durante los días previos). La Iglesia quedó satisfecha y el peligro satánico conjurado. Pero el recuerdo de estos hechos resuena todavía en los bosques y en las sendas montañesas de la localidad, donde multitud de familias ignorantes de todo lo que no fuera sobrevivir con el trabajo de sus manos quedaron mutiladas para siempre. Rotas por la pérdida de padres, hermanos o hijos, y señaladas además de por vida por la zarpa del catolicismo y la ignorancia a ultranza de sus vecinos.

10. El Aquelarre. Obra de Francisco de Goya. 1821-1823

El Aquelarre. Obra de Francisco de Goya. 1821-1823

11. Detalle del museo de las brujas de Zugarramurdi. Autor, Jesús Reinoso

Detalle del museo de las brujas de Zugarramurdi. Autor: Jesús Reinoso

Es precisamente este recuerdo el que impulsó en fechas recientes la creación del Museo de las Brujas de Zugarramurdi en el antiguo edificio del hospital. Sin duda el lugar perfecto para comprender las consecuencias que el oscurantismo, la intolerancia y el extremismo de cualquier signo han causado en las poblaciones humanas bajo la bandera de la, en ocasiones, mal llamada civilización. No nos queda sino señalar que, en apenas unas semanas, esta población navarra celebrará el aniversario del proceso por brujería más famoso de la historia de España. Recordemos los nombres de los ajusticiados, y crucemos los dedos por que unos hechos tan tenebrosos e incomprensibles no vuelvan a repetirse en nuestra historia en el futuro: Domingo de Subildegui, Graciana Xarra, Petri de Juangorena, María de Echatute, María de Arburu y María Baztán de la Borda.

12. Senderos del Baztán. Autor, Fernando Elia

Senderos del Baztán. Autor: Fernando Elia

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Las brujas de Zugarramurdi, o el oscuro mundo de la Inquisición (1ª Parte)

Las brujas de Zugarramurdi, o el oscuro mundo de la Inquisición (1ª Parte)

“Sorginen Leizea” es una cueva de impresionantes dimensiones a medio kilómetro de Zugarramurdi, bello pueblo navarro situado en la comarca del Baztán. En sus profundidades corre todavía la Regata del Infierno, y se cree que allí tenían lugar los famosos ritos paganos denominados aquelarres, las reuniones de brujas y hechiceros en honor a Satán. Sin duda, el lugar es propicio para creer que tales cosas sucedieron realmente. La cueva se abre en la tierra como una boca sin dientes, y bajo las bóvedas de más de 10 metros de altura resuena con fuerza el fragor del río que la atraviesa, buscando a ciegas una salida, más allá de su cripta de piedra, para huir seguidamente entre saltos y rápidos hacia los densos robledales que sombrean toda la región. Pero lo asombroso es que Zugarramurdi tiene realmente una historia de aquelarres para contar, y que fue protagonista cierto de un proceso inquisitorial contra las brujas y los actos de brujería que supuestamente asolaban toda la región.

2. Auto de Fe. Obra de Pedro Berruguete. 1495

Auto de Fe. Obra de Pedro Berruguete. 1495

En 1610, con el reinado de Felipe III, los inquisidores Alonso Becerra Holguín y Juan Valle Alvarado llevaron adelante una auténtica caza de brujas que se centró en esta localidad navarra, basándose en las declaraciones realizadas por una joven llamada María de Ximildegui. En el relato la muchacha aseguraba haber tenido sueños extraños, que volaba y que había visto a varias personas del pueblo participando en aquelarres satánicos. Finalmente y como resultado de tales declaraciones, quedaron inculpadas más de trescientas personas, de las cuales cincuenta y tres fueron declaradas culpables y trasladadas a las oscuras cárceles de la Inquisición en Logroño… Pero ¿cuál fue el destino que hubieron de soportar los acusados en aquellos inicios del otoño de 1610? ¿En qué consistían aquellos temidos procesos, los métodos de los que se valía la Santa Inquisición para sentenciar o exculpar a los reos de los más horrendos crímenes, aún sin haberlos cometido?

3. Bosques y prados junto al pueblo. Autor, Worldsinfocus

Bosques y prados junto al pueblo. Autor, Worldsinfocus

4. Noche de brujas en el bosque navarro. Autor, Dorron

Noche de brujas en el bosque navarro. Autor, Dorron

El procedimiento inquisitivo fue creado por la Iglesia durante los siglos XIII y XIV con el objeto de descubrir con eficacia a los herejes y sospechosos de brujería. El mecanismo se ponía en marcha de forma independiente de las actuaciones de la Justicia al uso, lo que confería a los inquisidores un poder extraordinario. Un simple testimonio “de algunas personas buenas y honradas”, actuando a menudo por venganza o coacción, y ciertos indicios recabados en la zona podían llevar a una citación formal del sospechoso, que desde ese momento pasaba a estar en busca y captura. El presunto brujo se presentaba de forma voluntaria o forzada a la autoridad y se procedía a su encarcelamiento, al tiempo que todos sus bienes quedaban automáticamente confiscados por el tribunal.

5. La cueva de Zugarramurdi. Autor, Mr. Groka

La cueva de Zugarramurdi. Autor, Mr. Groka

El proceso se iniciaba con la citación del reo en la “sala del secreto”, donde se hallaban sobre el estrado los inquisidores junto al fiscal, y con un notario en una mesa anexa para copiar todas las declaraciones que allí se efectuasen. Lo normal era que los detenidos quisiesen autoinculparse de hechos que revestían poca gravedad, con el objetivo de esquivar las acusaciones más graves de brujería, de modo que el inquisidor mandaba encerrar a los reos durante varios días en las celdas del edificio antes de someterles a una nueva audiencia. En caso de mantenerse el preso en la misma actitud, el procedimiento seguía su curso y se abría la fase acusatoria.

6. El vuelo de la bruja. De la colección Los Caprichos. Francisco de Goya, 1799

El vuelo de la bruja. De la colección Los Caprichos. Francisco de Goya, 1799

El fiscal procedía a la lectura de la acusación en la que se contenían todos los cargos que se habían conseguido acumular contra él. Si el acusado negaba los cargos, el tribunal pasaba a nombrarle un abogado pagado por el propio reo, quien se comprometía bajo juramento a ayudar fielmente al preso y defenderlo de todas las acusaciones vertidas durante el proceso (aunque si en cualquier parte del mismo se descubría que el acusado era culpable, el letrado tenía la obligación de abandonar la defensa). Los medios para probar que el reo era culpable fueron fundamentalmente dos: la propia confesión voluntaria, y la prueba testifical. La primera no era ni mucho menos habitual, como puede suponerse, de modo que todo el trabajo del fiscal y el abogado debía apoyarse en el segundo mecanismo, basado en el testimonio de testigos.

7. Niebla en el valle. Autor, Elarequi61

Niebla en el valle. Autor, Elarequi61

8. Víctima del tormento del potro. Autor desconocido. Óleo sobre lienzo. 1870

Víctima del tormento del potro. Autor desconocido. Óleo sobre lienzo. 1870

Sin embargo, las instrucciones partían del principio de que tanto la condena como la absolución del reo debían descansar en la confesión del propio reo. Esto significaba que la declaración de supuesta brujería debía obtenerse muchas veces mediante sometimiento y tormento. La aplicación de tortura se hacía conforme a una normativa muy precisa: el acusado era conducido a la “sala del tormento”, lugar en el que se encontraba, además del ejecutor, un notario del secreto, dos inquisidores y el médico del tribunal. El medio de tormento más utilizado fue el torno, en el que el reo era tendido sobre una mesa sujetándole los pies a un punto fijo, mientras las manos se ataban a una cuerda enrollada en una rueda o torno, que hacía girar el verdugo. La tensión creciente de la cuerda originaba un estiramiento inhumano de todo el cuerpo, con el consiguiente dolor en músculos y articulaciones. El proceso de tormento podía durar varios días, intercalados con nuevos interrogatorios y periodos de aislamiento que se repetían una y otra vez hasta que, finalmente, el preso manifestaba de forma inequívoca su voluntad de declarar.

9. Paisaje de otoño en el valle de Baztán. Autor, Canduela

Paisaje de otoño en el valle de Baztán. Autor, Canduela

La sentencia se leía en privado cuando era absolutoria, o en el curso de un acto público solemne llamado Auto de Fe, donde se señalaban las penas en función de la gravedad del delito. Éstas eran comúnmente la abjuración (en caso de sospecha leve de brujería), que obligaba a la realización de determinados actos penitenciarios durante las misas de los domingos; penas privativas de libertad, a menudo perpetuas y que llevaban aparejadas por lo común la confiscación definitiva de los bienes del reo, y por supuesto multas, destierros, azotes y humillaciones públicas diversas. Entre estas últimas se encontraba oír misa descalzo en el altar mayor, a la vista de todos los asistentes, o realizar una procesión en actitud humilde y arrepentida de penitencia. Solo cuando el supuesto brujo persistía en su error se procedía a condenarlo a excomunión y pena capital, para lo cual era entregado a la justicia ordinaria encargada de organizar el acto público correspondiente: en casos de brujería, el suplicio y muerte en la hoguera.

Continuará…

10. Valle del Baztán en invierno. Autor, Arnofoto.fr

Valle del Baztán en invierno. Autor, Arnofoto.fr

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La ruta Victoriana. Un paseo por los palacios británicos de «La abuela de Europa» (2ª Parte)

La ruta Victoriana. Un paseo por los palacios británicos de "La abuela de Europa" (2ª Parte)

1. Palacio de Buckingham. La ceremonia de coronación se realizó el 28 de junio de 1838 y Victoria se convirtió en la primera soberana en residir en el palacio de Buckingham. Su vida cambió radicalmente tras casarse con su primo Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha el 10 de febrero de 1840, aunque a pesar de su enamoramiento las ocupaciones en Buckingham le resultaban a menudo de lo más tediosas. Sus esfuerzos por encontrar temas de conversación con sus subordinados, por ejemplo, eran patéticos, como lo demuestra esta conversación con Lord Greville en el transcurso de una velada en palacio:

– ¿Ha montado hoy a caballo, señor Greville?
– No, Señora, no he montado a caballo.
– ¡Qué día más hermoso!
– Sí, Señora, un hermoso día.
– Aunque hacía un poco de frío.
– En efecto, Señora, hacía un poco de frío.
– ¿Su hermana, lady Frances Egerton, monta a caballo, no es cierto?
– Sí, Señora, monta de vez en cuando.
Hubo un silencio.
– ¿Vuestra Majestad ha hecho hoy un paseo a caballo?
– ¡Oh, sí! Un largo paseo – respondió la reina con animación.
– ¿Y tiene Su Majestad un buen caballo?
– ¡Oh, sí, excelente?

Alberto, sin embargo, pone todo su empeño en organizar Buckingham dado el descontrol absoluto en el que se ve inmerso. Las velas de los salones se cambian cada día aunque no hayan sido utilizadas, y los criados aprovechan la menor ocasión para revenderlas; los hurtos de comida se suceden de forma cotidiana y el plantel del servicio es exagerado: cuarenta doncellas solo en ese palacio, lo que no impide que los invitados se pierdan siempre por los pasillos en busca de sus habitaciones. Mención aparte es el increíble solapamiento de funciones: el intendente mayor es el encargado de abastecer de leña y de preparar el fuego, pero la función de encender las chimeneas corresponde al gran chambelán, de modo que durante el invierno reina un frío gélido en los salones que puede alcanzar incluso los 12ºC. Las ventanas están siempre sucias, y esto se debe a que la limpieza interior corresponde al referido gran chambelán, mientras que el exterior de los ventanales es competencia de Bosques y Jardines. Cuando se rompe un cristal en la cocina el procedimiento es el que sigue: se establece una petición formal, la firma del jefe de cocina refrendada por el interventor de cocinas, rúbrica del jefe de la casa real, autorización por parte del gabinete del gran chambelán y, por fin, ejecución de los trabajos a cargo del servicio de Bosques y Jardines…

2. El palacio de Buckingham en 1914. Autor, Leonard Bentley

El palacio de Buckingham en 1914. Autor: Leonard Bentley

3. Verja de entrada de palacio. Autor, Heidigoseek

Verja de entrada de palacio. Autor: Heidigoseek

4. El palacio de Buckingham a principios de siglo. Autor, Leonard Bentley

El palacio de Buckingham a principios de siglo. Autor: Leonard Bentley

2. Claremont House. En 1841 Victoria está embarazada de su segundo hijo y en septiembre la pareja real se retira a descansar unos días en Claremont, mansión del siglo XVIII ubicada en Surrey. Bajo las seculares encinas de Claremont, Victoria recuerda una de sus experiencias más emocionantes de ese año: su primer viaje en ferrocarril. Se trata de la gran aventura de la época, pues los accidentes son todavía demasiado frecuentes y hace falta ser un intrépido aventurero para decidirse a subir en un medio de transporte tan arriesgado. La próspera Great Western Railway Company ha construido un tren especial para Victoria, con vagones decorados interiormente con un lujo extraordinario y en los que no falta ni un solo detalle. Desgraciadamente, el responsable de los desplazamientos por tierra de Su Majestad es el caballerizo mayor, pero ni él ni ninguno de sus chóferes es capaz de conducir una máquina de vapor. El trayecto inaugural es de solo quince kilómetros, con el convoy avanzando a una velocidad de treinta y cinco kilómetros por hora, y según una firme leyenda Alberto habría considerado excesiva esta rapidez para el embarazo de la reina. Mientras descendía del tren al término del viaje le recriminaba con dientes apretados al maquinista: “La próxima vez más despacio, señor conductor”. Victoria, como era previsible, estaba encantada con la experiencia.

5. Jardines cerca de Claremont House. Autor, Tjandspallan

Jardines cerca de Claremont House. Autor: Tjandspallan

6. Claremont House en 1860

Claremont House en 1860

7. Claremont House y sus jardines, a finales del siglo XIX. Ilustración de Edward Wedlake Brayley. Autor, Ayacata7

Claremont House y sus jardines, a finales del siglo XIX. Ilustración de Edward Wedlake Brayley. Autor: Ayacata7

3. Edimburgo y Escocia. A finales de agosto de 1842 Victoria y Alberto parten hacia Escocia, ya que la reina desea descubrir este reino incorporado a la corona desde hacía ciento cincuenta años. Tras un viaje infame en un barco de vela llegan a Edimburgo, desde donde parten hacia el castillo de Dalkeith, donde Victoria y Alberto son los invitados del duque de Buccleuh. Por temor a los atentados se les hace cruzar Edimburgo a toda velocidad, pero después todas las incomodidades se olvidan frente a las colinas cubiertas de brumas, las apacibles aguas de los lagos y las gaitas de las Highlands. El riquísimo lord Breadalbane les ha reservado el alojamiento más romántico posible frente a su castillo de Taymouth, construido con granito gris. La vista es indescriptible. Los highlanders están alineados para recibirla con su tradicional tartán. Las salvas al aire, las aclamaciones de la multitud, las tan pintorescas vestimentas y la arrebatadora belleza de los paisajes que les rodean, con las boscosas montañas como telón de fondo, conforman un decorado sin parangón. Aquello parecía la recepción que un gran señor feudal dispensara a su soberana. Todo era majestuoso. Tras la cena se iluminaron los jardines con gran esplendor y en el suelo podía leerse, escrito con farolillos: “Bienvenidos Victoria y Alberto”. Por la mañana la reina remonta con una ligera embarcación a remos veinticinco kilómetros río arriba, al ritmo de los cantos celtas de los marineros. En el punto de llegada le espera una copiosa comida campestre, tras la cual retoma camino en coche de caballos y atraviesa los campos, ya entre pardos y rosáceos por la luz del ocaso.

Las muchachas sin cofia y con los cabellos sueltos la fascinan. El aire de Escocia la hace sentirse más libre, allí donde nadie la reconoce. Una mujer le ofrece leche y un mendrugo de pan, y otra le regala un ramo de flores. Nunca estuvo Victoria en tan estrecho contacto con la gente del pueblo, y puede decirse que está encantada por la sencillez de sus modales. En su cuaderno dibuja las chozas, “tan bajitas y envueltas en humaredas por el fuego de las turbas”, así como a una campesina “que limpia patatas en un riachuelo con su vestido recogido por encima de las rodillas”. Por supuesto, durante los desayunos descubre el porridge de copos de avena y el abadejo ahumado.

8. Vista de Edimburgo. Jordillar-fotos

Vista de Edimburgo. Jordillar-fotos

9. Rannoch Moor, típica landa de escocia. Autor, Pimhorvers

Rannoch Moor, típica landa de escocia. Autor: Pimhorvers

10. Castillo de Glamis, en Escocia. Autor, Neil Howard

Castillo de Glamis, en Escocia. Autor: Neil Howard

4. Chatsworth House. En diciembre de 1843 Victoria, Alberto y el ex primer ministro Melbourne viajan al feudo whig del duque de Devonshire, en Derbyshire. El duque se ha desplazado para recibirles en la estación y, de camino al castillo blanco, atraviesan la campiña en una carroza de seis caballos, seguida por otra de cuatro y escoltados por ocho caballeros. El espléndido castillo, con su monumental escalinata, dispone asimismo de un exuberante parque que hace las delicias del duque, un enamorado de las plantas tropicales que no duda en enviar expediciones para que le consigan exóticos especímenes. El jefe de sus jardineros, Joseph Paxton, ha levantado un inmenso invernadero, todo de cristal, de ochenta y cuatro metros de largo por cuarenta y siete de ancho. Un coche de caballos puede recorrer el carril central y una galería interior permite admirar las especies desde lo alto. El invernadero ha dejado sin palabras tanto a Alberto como al resto de invitados. Para la noche el duque ha preparado a Victoria una mágica velada de hadas con jardines y cascadas iluminados por velas que proyectan una luz de varios colores. Sorprendido por ese prodigio luminoso del que ha sido espectador, otro de los invitados, Wellington, se levanta al alba con la intención de investigar el material utilizado, pero Paxton y los jardineros han trabajado a destajo para retirar las lámparas y reemplazar, también, la hierba quemada. “Me hubiera gustado tenerle como general”, afirmó el héroe de Waterloo.

11. Chatsworth House, en Derbyshire. Autor, Vanessa (EY)

Chatsworth House, en Derbyshire. Autor: Vanessa (EY)

12. Parque desde el puente de la mansión. Autor, Andy Moore

Parque desde el puente de la mansión. Autor: Andy Moore

13. Uno de los comedores de Chatsworth House. Autor, Kmoliver

Uno de los comedores de Chatsworth House. Autor: Kmoliver

5. Isla de Wight y Osborne House. Gracias a los ahorros que han ido reuniendo para el tesoro real, están a la cabeza de una auténtica fortuna. La isla de Wight les seduce, con sus prados soleados y la belleza de la vista sobre el Solent, ese brazo de mar que separa la isla de Inglaterra. Victoria y Alberto se hacen en 1845 con la preciosa propiedad de lady Blachford justo al lado de Norris Castle, Osborne, y desde ese mismo instante compran también todas las hectáreas que rodean la mansión. Ésta es demasiado pequeña para albergar a una familia que está en pleno crecimiento, por lo que el príncipe se decide a construir un castillo cuyos planos diseña él mismo. Pasan la primera noche en el nuevo castillo el 15 de septiembre de 1846, y durante los siguientes días no tarda en instaurarse allí una rutina de lo más encantadora. El príncipe observa desde la terraza las maniobras de la flota real, mientras Victoria descansa tumbada sobre una hamaca y, a ratos, él imita con sus silbidos el canto de los ruiseñores. La reina diría años más tarde: “No puedo escuchar los gorjeos de un ruiseñor sin pensar automáticamente en mi querido amor”. Los niños corren por los bosques con total libertad, igual que hicieran antaño Alberto y su hermano en Rosenau con su preceptor; recogen moras y fresas silvestres y preparan ramos de jacintos y de juncos, que luego servirán para adornar las suntuosas salas del castillo. El príncipe les enseña a nadar y a volar una cometa, mientras el doctor Clark ha llegado para contrastar la pureza del aire y se ha mostrado satisfecho por el resultado; no cabe duda de que el clima soleado de Osborne será beneficioso para toda la familia.

14. Puesta de sol sobre el mar, en la isla de Wight. David Coombes

Puesta de sol sobre el mar, en la isla de Wight. David Coombes

15. Osborne House. Autor, Puritani35

Osborne House. Autor: Puritani35

16. Gaviotas sobre la isla de Wight. Autor, Me`nthedogs

Gaviotas sobre la isla de Wight. Autor: Me`nthedogs

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La ruta Victoriana. Un paseo por los palacios británicos de «La abuela de Europa» (1ª Parte)

La ruta Victoriana. Un paseo por los palacios británicos de "La abuela de Europa" (1ª Parte)

La reina Victoria de Inglaterra subió al trono apenas cumplidos los 18 años, el 20 de junio de 1837, casándose con su primo el príncipe Alberto de Sajonia 3 años después. La que merecidamente llevó el título de abuela de Europa reinó en Gran Bretaña e Irlanda durante casi 64 años, y fue asimismo Emperatriz de la India desde 1877 hasta su fallecimiento, en los albores del siglo XX. Para muchos constituye el estereotipo vivo de la férrea y mojigata cultura de aquella época (llamada en su honor sociedad victoriana), y que aplicada sin paliativos llegó a asfixiar tanto a las clases británicas como a los diferentes pueblos del Imperio (no en vano la imagen de la reina con un luto riguroso y perpetuo, impuesto a si misma en 1861 tras la muerte de su marido, estará para siempre grabada en el imaginario colectivo de su país).

1. Tower Bridge y río Támesis, en Londres. Aurtor, Slazgrc

                                                  Tower Bridge y río Támesis, en Londres. Autor: Slazgrc

A pesar de esta realidad no fue la soberana quien articuló esta contrarreforma cultural. Puede que la secundara o que la compartiera, pero no es menos cierto que su llegada al trono coincidió con un fulgurante despertar de los metodistas, una confesión que predicaba la respetabilidad con unos tintes dignos de la mismísima Inquisición. Era la revancha idónea contra una aristocracia libertina y que caló hondo sobre todo en las clases medias y bajas más desfavorecidas. Con su reinado se multiplicaron esas aborrecibles escuelas privadas que muchas novelas, desde Jane Eyre hasta David Copperfield, escogieron como telón de fondo. En ellas se inculcaba a los pequeños el desprecio a la carne perecedera, a cargo de reverendos encendidos de un fuego sagrado que condenaban la ligereza, la risa o las diversiones más inocentes: para ellos estas expresiones humanas no eran sino trampas que el maligno nos coloca en el camino para llevarnos a la perdición.

El temor a Dios se convierte en un principio de conocimiento y los pintores tienen como tema favorito la muerte. Se exige que las esposas solícitas sean sumisas a la voluntad divina y a su marido, y lleven en todo momento negros ropajes que escondan su feminidad. El domingo permanecen cerrados los comercios y las tabernas; toda forma de trabajo está estrictamente prohibida, y como no puede ser de otra manera el descanso debe dedicarse a la lectura de la Biblia, el mejor de los libros, forjador de almas de acero a las que nada abate ni desalienta en el duro camino hacia la santidad.

Sin embargo, el largo reinado de la reina Victoria (de hecho el más dilatado de la historia del Reino Unido) nos ha dejado también un rosario de castillos, de palacios y numerosos enclaves de carácter único asociados a su vida, y en definitiva a la trayectoria de la realeza en este país. Lugares de gran belleza muchos de ellos, monumentos antiquísimos otros y que hoy, lejos ya de las estrecheces mentales de sus antepasados, constituyen un legado imperecedero a su figura y a lo que significó su reinado en los años del milagro industrial británico del XIX. Lo hemos llamado “La Ruta Victoriana”, y ésta es la colección de fotografías cronológicamente ordenadas a lo largo de su vida que hemos seleccionado para la ocasión. Disfrútenlas, sin temor a caer en pecado… Y si es en vivo y en buena compañía, mejor que mejor.

 

1. Palacio de Kensington. La reina Victoria nació el 24 de mayo de 1819 en este palacio londinense. Tras la extinción de la línea sucesoria con la muerte de la hija única del príncipe regente, se produjo una verdadera carrera para conseguir heredero real por parte de los 12 hijos de Jorge III. Casi todos ellos estaban solteros o no tenían descendencia. Finalmente, el cuarto hijo de Jorge III, Eduardo, se casó con Victoria de Sajonia-Coburgo-Saalfeld y de este casamiento nació en 1819 una hija llamada Alejandrina Victoria. La sucesión extraordinaria de muertes que se produjo después, iniciada por la de su padre, siguiendo con sus primos (todos de mayores derechos sucesorios que ella) y acabando con el fallecimiento de tres reyes en apenas 18 años, la colocaron por una genial carambola del destino a las puertas del trono británico.

2. Fachada del palacio de Kensington. Autor, Heatheronhertravels

                                            Fachada del palacio de Kensington. Autor: Heatheronhertravels

3. Los jardines de Kensington. Autor, YY

                                                                Los jardines de Kensington. Autor: YY

4. Pasillo en el interior del palacio de Kensington. Auto, Heatheronhertravels

                                           Pasillo en el interior del palacio. Autor: Heatheronhertravels

Tras el matrimonio de sus padres celebrado en Coburgo (entonces perteneciente al ducado alemán de Sajonia-Coburgo), el duque de Kent insiste en que su hijo ha de nacer en suelo inglés. Así, el 28 de marzo de 1819 y con su mujer embarazada de siete meses, parten sin demora hacia Inglaterra en una calesa que conduce el mismo duque para ahorrarse los gastos del cochero. Tras ella sigue la carroza de la duquesa, la barouche del duque, la silla de posta para que la duquesa se estire en caso de lluvia, la carroza con los objetos de plata y un último coche con el médico personal, por si se presentaba una urgencia. En Calais deben esperar más de dos semanas hasta que amaine un temporal que les impide cruzar el estrecho, pero finalmente la caravana llega al palacio londinense de Kensington, y tras seis horas y media de esfuerzos, la duquesa trae al mundo en la madrugada del 24 de mayo a una pequeña y rolliza niña de cabellos rubios: es Victoria, la futura reina.

5. Vista lateral del palacio. Autor, Konqui

                                                              Muros laterales del palacio. Autor: Konqui

6. Vista del techo en una de las estancias. Autor, Heatheronhistravels

                           Lujosos techos en una de las estancias de Kensington. Autor: Heatheronhistravels

7. Otra vista de los jardines. Autor, Uli Harder

                                                            Otra vista de los jardines. Autor: Uli Harder

2. Sidmouth y Devon. Los duques eligen un hotelito romántico en la costa de Devon para que la niña pueda criarse lejos de los fastos de Londres, y bautizan a la casa con el nombre de Woolbrok Cottage. Sin embargo ese año el invierno es especialmente crudo y el duque coge un resfriado mientras visitaba la catedral de Salisbury. Resfriado que rápidamente se transforma en neumonía. Su vecino el doctor Wilson le prescribe sanguijuelas, sangrías y ventosas como tratamiento de choque, de modo que el 20 de enero de 1820 el duque de Kent comienza a delirar. Cuando el médico le toma el pulso en el balneario de Sidmouth confirma sus peores sospechas y le comunica con gran pesar que no pasará de esa noche, así que es obligado que firme testamento. Muere finalmente al día siguiente dejando a Victoria más cerca del trono, y a su madre tan ahogada por las deudas que apenas le llegaba el dinero para su regreso a Londres.

8. Puesta de sol en blanco y begro. Sidmouth. Autor, Ward

                                                  Puesta de sol en blanco y negro. Sidmouth. Autor: Ward

9. La campiña de Devon. Autor, Grahamjenks

                                                          La campiña de Devon. Autor: Grahamjenks

10. Paisaje rural en Devon. Autor, Teddeady

                                                           Paisaje rural en Devon. Autor: Teddeady

3. Gales. Tras la muerte de Jorge IV y la subida al trono de su hermano con el nombre de Guillermo IV, la ya adolescente Victoria inicia un estricto programa de educación que incluye grandes viajes por la isla, como el que realiza en verano de 1832 y que dura tres largos meses. Atravesaron el País de Gales y la feliz Inglaterra, con sus verdes prados y cottages de porches floreados, así como el mar de fábricas y chimeneas de la entonces naciente industria local. Por las noches, los lores de la región organizan fastuosas recepciones en sus castillos galeses, pero la campiña inglesa no está ocupada solo por riquísimos latifundistas: el hambre, la fiebre, la miseria y el analfabetismo reinan en los campos donde el populacho se rebela contra los terratenientes, que les esclavizan y les echan de sus chozas para evitar el pago de los impuestos sobre los pobres que tienen a su servicio.

11. Playa mágica en la costa de Gales. Autor, @Doug88888

                                               Playa mágica en la costa de Gales. Autor: @Doug88888

12. Gales. Castillo de Caerphilly. Autor, DanieVDM

                                                      Gales. Castillo de Caerphilly. Autor: DanieVDM

13. Otra vista de las costas de Gales. Autor, Víctor Bayon

                                                    Otra vista de las costas de Gales. Autor: Víctor Bayon

4. Palacio de St. James, en Londres. Un mes después de cumplir los 18 años, Guillermo IV murió y Victoria se convirtió en reina del Reino Unido. En su diario escribía: “Mamá me levantó a las seis de la mañana y me dijo que el arzobispo de Canterbury y Conyngham estaban aquí y querían verme. Salí de la cama y fui a mi sala de espera (vestida solo con mi camisón), sola, y los vi. Conyngham me avisó de que mi pobre tío, el rey, ya no existía y que había dado su último suspiro doce minutos después de las dos de la mañana y que, por consiguiente, soy reina”. Su aparición en la ventana del palacio de St. James desata el clamor de la multitud allí congregada. El Primer Ministro Lord Melbourne no se aparta de su lado, suenan las trompetas, la joven reina palidece y sus ojos se llenan de lágrimas. Los heraldos pronuncian por última vez su nombre compuesto, Alejandrina-Victoria. Su Majestad ordena que a partir de ese momento éste se suprima de todos los documentos oficiales.

14. Palacio de St. James en blanco y negro. Autor, Leonard Bentley

                                          Palacio de St. James en blanco y negro. Autor: Leonard Bentley

15. Guardias del palacio de St. James. Autor, Urbanshoregirl

                                                Guardias a las puertas del palacio. Autor: Urbanshoregirl

16. Palacio de St. Jaime. Autor, ChrisO

                                                      Otra vista del Palacio de St. James. Autor: ChrisO

5. Abadía de Westminster. Desde su carroza de gala, la reina saluda tímidamente a la multitud agolpada en las calles de Londres para presenciar el desfile. “Como un niño con zapatos nuevos” hace su entrada en la abadía de Westminster, donde resplandecen los diamantes de los pares y sus esposas. Ella escribe después: “No alcanzo a explicar lo orgullosa que estoy de ser la reina de esta nación”. Sin embargo, la ceremonia fue un sinfín de desastres. De entrada se tuvo la desafortunada ocurrencia de vestir a las doncellas de honor con traje de cola, que se iban pisando una y otra vez mientras caminaban al tiempo que impedían avanzar a la reina.

17. Impresionante vista de la Abadía de Westminster. Autor, Peter Broster

                                       Impresionante vista de la Abadía de Westminster. Autor: Peter Broster

18. Detalle en la fachada de la Abadía. Autor, James.Stringer

                                                 Detalle en la fachada de la Abadía. Autor: James.Stringer

19. Alrededores de la Abadía de Westminster. Autor, StOrmz

                                                Alrededores de la Abadía de Westminster. Autor: StOrmz

6. Palacio de Buckingham. Después, el arzobispo se equivocó de dedo a la hora de introducirle el anillo de oro engarzado con rubíes y acabó destrozándole la falange, que tuvo que bañar largo rato en agua fría para poder retirarse la joya una vez pasada la ceremonia. Para colmo la hicieron levantarse antes de que hubiesen acabado las plegarias, y como colofón, Lord Rolle, de más de ochenta años de edad, sufrió una caída mientras subía las escaleras en el besamanos provocando un gran revuelo dentro del templo. Pero nada impidió a Victoria su objetivo final de ser reina, y nada más regresar a palacio se deshizo del cetro y de su manto de gala para correr a estrechar entre sus brazos a su podenco favorito. La leyenda diría que llegó incluso a darle un baño…

Continuará…

20. Palacio de Buckingham. Autor, Bart Heird

                                                           Palacio de Buckingham. Autor: Bart Heird

21. Palacio de Buckingham, en una fotografía de finales del XIX. Autor, Leonard Bentley

                           Palacio de Buckingham, en una fotografía de finales del XIX. Autor: Leonard Bentley

22. Jardines junto al palacio de Buckingham. Autor, Leonard Bentley

                                          Jardines junto al palacio de Buckingham. Autor: Leonard Bentley