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Cabalgando con Don Quijote. El código y las reglas de Caballería (2ª Parte)

Reglas de Caballería

Afirmaba Alfonso X el Sabio que el caballero debía ser de carácter duro para sufrir trabajos y males de todo tipo. Y a este hombre, “el más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás (…)” se le da el caballo, una bestia noble al servicio del bien, “y que por esta razón el elegido era llamado caballero”. Don Quijote tenía claros sus objetivos en la vida, que no eran otros que los de defender a la Iglesia católica y a su señor terrenal; ayudar a las viudas, huérfanos y pobres; cabalgar, romper lanzas, acudir a justas y torneos y cazar; tener castillo y caballo para guardar caminos y defender a los labradores; y por supuesto, practicar virtudes y destruir a los malvados.

Entrada a La Mancha. Autor, José Rodríguez

Entrada a La Mancha. Autor, José Rodríguez

Que el caballero debía estar siempre dispuesto a sufrir por honor, es algo que destila en cada página de la obra cervantina. Al caballero lo impulsaba el amor a la lucha: combatir a caballo o a pie cubierto de una armadura de 25 kg de peso; chocar contra un adversario al galope, mientras se enristraba una lanza de casi 6 metros de longitud; dar y recibir golpes con la espada o el hacha; vivir hoy con comida de sobra y mañana de pan mohoso o galletas, o de nada; poco o ningún vino; agua de un charco; pésimos cuarteles al abrigo de una tienda o de unas ramas; escaso sueño y con la armadura puesta, siempre a la espera de un ataque imprevisto o del olor infalible de la traición…

Ilustración del Quijote. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Ilustración del Quijote. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Para ser caballero era necesario armarse como tal, para lo que se necesitaba un igual, caballero de digno linaje y a ser posible veterano en probados hechos de armas. De ahí que nuestro hidalgo buscase para tal fin al castellano de la primera fortaleza que encontró (y que otros confundieron con una venta). Ni una mujer, por emperadora o reina que fuera, o un clérigo, podían armar caballero a un aspirante de forma lícita. Al día siguiente, y solo después de cerrar sus juramentos, nuestro caballero podría al fin ceñir la espada y cabalgar en su montura, símbolos que en definitiva han de adornar de virtudes su existencia hasta el último aliento de vida.

Venta de Don Quijote. Autor, Jibi44

Venta en La Mancha. Autor, Jibi44

Quizás el prototipo más conseguido de caballero medieval, ese que don Quijote habría admirado sin dudar un momento, se encuentre en la figura del rey ciego Juan de Bohemia, que vivió en pleno siglo XIV. Este monarca apenas se perdió una contienda militar en Europa, y cuando no había guerra que batallar descansaba concurriendo a los torneos, en uno de los cuales al parecer recibió la herida que le cegó. Aliado del francés Felipe VI y al frente de quinientos caballeros, Juan luchó contra los ingleses siempre en primera línea de batalla, ya totalmente ciego. En Crécy pidió a sus caballeros que le llevasen más adentro en la batalla para descargar más espadazos. Entonces doce de ellos anudaron sus bridas y, con el rey a la cabeza, avanzaron hasta lo más recio de la pelea, “tan lejos que jamás retornaron”. El cadáver de Juan de Bohemia se encontró al día siguiente entre los de sus fieles acompañantes, mientras sus corceles seguían atados y paciendo allí cerca…

Sancho Panza en la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Stephen Haworth

Sancho Panza en la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Stephen Haworth

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Fotografía de portada: Duelo de Caballeros de época romántica. Museo del Louvre. Delacroix, 1824.
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De toros y pamplonicas. La historia más oculta de los Sanfermines

De toros y pamplonicas. La historia más oculta de los Sanfermines

En estos días de canícula entrado ya el mes de julio, el espectáculo vital y primigenio de los encierros durante las fiestas de San Fermín vuelve a ser protagonista destacado en la prensa de medio mundo. Se trata de unos festejos que vienen de antiguo, debiéndonos remontar en su origen hasta la edad media y la época de las primeras ferias ganaderas organizadas alrededor de la festividad de San Pedro. Como suele ocurrir en cualquier evento de este tipo, la presencia de ganaderos, comerciantes y demás público ávido de negocio y diversión propiciaron poco a poco una mayor variedad de festejos, entre los que se incluyeron lógicamente las corridas de toros, que casi desde el primer momento fueron elevadas a la categoría de “súmmum” de la fiesta. Ahora bien, se dio el caso de que existía asimismo en Pamplona otro multitudinario y celebrado sarao, éste en honor a San Fermín, patrón de la diócesis pamplonesa y copatrón de Navarra junto a San Francisco Javier. Venía organizándose el 10 de octubre e incluía, además de las consabidas suertes taurinas, diversos espectáculos de música, actores, comediantes y puestos de venta, lo que atraía como es de rigor a un numeroso respetable… que con frecuencia se quedaba sin festejos por las abundantes tronadas y aguaceros propios de esa época del año. Visto el problema, de no pequeñas dimensiones, el Ayuntamiento solicitó formalmente en 1591 una solución definitiva y ésta consistió en hacer coincidir en un solo día (7 de julio) las ferias comerciales de San Pedro y la festividad de San Fermín. La fecha satisfizo a todos y desde entonces se considera como oficial e inamovible.

Aspecto de la plaza de toros de Pamplona tras un encierro. Autor, Bigsus

                                   Aspecto de la plaza de toros de Pamplona tras un encierro. Autor: Bigsus

En un principio las fiestas duraban escasamente dos días, pero no pasó mucho tiempo antes de que se alargasen hasta el día 10 mientras aparecían sin cesar nuevas y originales variedades de ocio. Los actos religiosos aumentaron a partir del siglo XVII y junto a ellos surgieron también saltimbanquis, gigantes y cabezudos, el vuelo de la mujer cañón, torneos con animales exóticos y otras ligerezas que hacían temer, a juicio de los clérigos, por la decencia y virtud de los jóvenes pamplonicas. Por supuesto, los encierros y sobre todo las corridas de toros siguieron siendo el elemento central de la fiesta, aunque no como las conocemos ahora, puesto que en el siglo XIX solían ser más largas y se organizaban en improvisadas estructuras de madera. La primera plaza fija se construyó en los años cuarenta de ese siglo, y hay que decir que resultó tan ruinosa que terminó llevando a los tribunales a la pobre viuda del constructor, ignorante por completo de las pifias de su marido. Por supuesto, salió absuelta.

Espectáculo en la plaza en el siglo XIX. Obra de Francisco de Goya (1824-25)

                                Espectáculo en la plaza en el siglo XIX. Obra de Francisco de Goya (1824-25)

Entrada de un encierro en la plaza. Autor, Baltasar García

                                               Entrada de un encierro en la plaza. Autor: Baltasar García

Antes de la modernización de los festejos taurinos era muy común organizar todo tipo de suertes y torneos durante las corridas, hoy afortunadamente extinguidos a causa de su peligrosidad. Por poner un ejemplo, se tiene constancia que durante los 4 días de Sanfermines del año 1804 los toros lidiados mataron un total de 19 caballos, mientras que una de las reses llegó a saltar la barrera y terminó muerta a bayonetazos por unos granaderos que casualmente se encontraban en el lugar. Claro que esta “hazaña” fue superada ampliamente en 1845, cuando se compraron para los 4 días de fiesta un total de 97 caballos, de los que solo sobrevivieron 24. Era asimismo frecuente ofrecer al populacho durante los Sanfermines los llamados novillos ensogados, reses sujetas con una o varias cuerdas para impedir sus embestidas, así como la utilización de perros de presa para rendir a los toros. Ésta última modalidad se practicó hasta el último tercio del siglo XIX y hay que decir que resultaba especialmente sangrienta, puesto que acababa casi siempre con los canes moribundos y abiertos en canal en mitad de la plaza. El arte consistía en soltar a los perros de tres en tres a medida que iban retirándose los inutilizados, hasta que al fin conseguían inmovilizar al astado lo suficiente como para que el maestro le rematase con el estoque y la puntilla. En 1958 volvió a verse un espectáculo espontáneo de esta guisa cuando “Ortega”, un perro pastor acostumbrado a guardar ganado, se enfrentó a dentelladas con un toro hasta que lo hizo batirse en retirada y fue retirado de la plaza. Que se recuerde, es la única ocasión en que un chucho recibe la ovación del respetable y completa a hombros una vuelta al ruedo.

El perro en los toros. Alano Español

                                                                 El perro en los toros. Alano Español

Las peculiaridades de las corridas durante los Sanfermines decimonónicos rayaban a veces en el esperpento, como cuando se probó a sacar a la plaza machos cabríos con muñecos a modo de picadores adosados a sus lomos. No se conoce la reacción del toro ante tal invento, ni tampoco el éxito alcanzado, pero sin duda fue menor que el que obtenían los aclamados mozos molineros a los que se reservaban astados para despacharlos con la suerte del palenque. Consistía esta técnica en esperar al toro en la plaza con la única defensa de una pica o lanza, y al tiempo que el toro embestía, los mozos lo levantaban por los aires sobre las picas hasta dejarlo muerto en la arena. El público pamplonica era especialmente aficionado a esta modalidad y celebraba con júbilo las diversas muestras de valor durante el episodio. Por contra no dudaban en mostrar su disgusto cuando espadas o banderilleros rebajaban las expectativas, lo que hacían saber de la manera más usual en aquella época: lanzando cualquier cosa que encontraban a mano. Es lo que ocurrió en 1876 cuando el respetable, iracundo ante una mala tarde de faena, comenzó a arrojar a la plaza pedazos de pan, botellas, cacerolas, herraduras y hasta cubos desvencijados llenos de basura, haciendo que los picadores temiesen por su integridad y corriesen a buscar refugio tras la barrera.

Aspecto de las calles de Pamplona durante un encierro. Autor, Baltasar García

                               Aspecto de las calles de Pamplona durante un encierro. Autor: Baltasar García

Palenque de los moros hecho con burro. Obra de Francisco de Goya (1814-16)

                               Palenque de los moros hecho con burro. Obra de Francisco de Goya (1814-16)

Pero son los encierros los que, a tenor de la cobertura mediática, han despertado siempre el mayor interés entre propios y extraños de los cinco continentes. Su origen estuvo en la conducción de reses bravas hasta las plazas donde iba a efectuarse la corrida, y por tanto puede decirse que en Pamplona existen encierros desde el mismo momento en que existieron festejos taurinos. La figura del corredor no aparece hasta el siglo XIX, cuando el itinerario de los toros por las calles de la ciudad comenzó a aglutinar a una población ansiosa por ver en primera línea el espectáculo de la manada. De ahí a correr delante de las reses solo había un paso, y otro más para poner doble vallado en el recorrido (cosa que ocurrió finalmente en 1939), pues durante los primeros tiempos no era raro que algún toro escapase y terminara de estampida por las calles para sorpresa mayúscula de tenderos y ancianas desprevenidas. Fue la figura del conocido escritor estadounidense Ernest Hemingway la que dio un impulso definitivo a los Sanfermines con la publicación de su obra Fiesta, de 1926, aunque él mismo sufrió un percance con un novillo embolado al que intentó coger en vano por los cuernos, proeza que le costó un buen revolcón y dos o tres duros de multa. Esperemos que la fiesta del presente año no vaya más allá de unos sonoros moratones para los mozos de la calle Estafeta, y que en cualquier caso siga siendo un foco de hermandad y pasión por el toro como lo ha venido siendo desde hace más de 500 años… ¡Víva San Fermín!

Mozos en la plaza de Pamplona. Autor, Baltasar garcía

                                                  Mozos en la plaza de Pamplona. Autor: Baltasar garcía