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El miedo, cuento de vendimia

Más de una hora tardamos en llegar a la casa de labor, desde pleno campo, en donde aquel día de septiembre nos sorprendió la tormenta. Interrumpida la vendimia nuestra marcha fue lenta y penosa, porque el fuerte viento y los arreos dificultaban el acceso a través de cañadas y alcores.

Al llegar vimos guarecidos en derredor del hogar algunos pastores de la zona, que habían prendido buena fogata para secarse y hablaban del poder del miedo. Nos quedamos a escucharles, máxime al ser el tío Celestino, viejo rabadán a quien ya conocíamos, el que comenzaba a narrar una inquietante historia.

Referíase a aquellos ya lejanos años en que él iba con el gran rebaño trashumante del marqués de Mudela al fértil valle de Alcudia, la tierra siempre pródiga en pasturaje, situada más allá de las llanadas calatravas de la Mancha Alta. Su verbo, de cálida y jugosa simplicidad, describía admirablemente esta región, comprensiva de buena parte de la provincia de Ciudad – Real, confinante con las otras tres, en parte también manchegas: Toledo, Cuenca y Albacete. “Este terreno –decía a modo de comparación con su tierra de adopción, Castilla y León- es muy distinto de la vieja Castilla. Allí los pueblos, por lo general, son pequeños y se encuentran cercanos; aquí son grandes y están lejos entre sí. Allí predomina el trigo y el pino; aquí la vid y la encina. La propiedad está en Castilla muy repartida, mientras que en La Mancha, por el contrario abundan el absentismo y las fincas de enorme extensión.

La industria vitivinícola, que tanto se ha desarrollado aquí, merced al poder admirable que tiene el suelo para el cultivo del bíblico arbusto, ha enriquecido a sus pueblos: Valdepeñas, Tomelloso, Manzanares, Alcázar, Villarrobledo, Socuéllamos, Argamasilla…”

Y siguió el pastor hablando de parecida guisa a como nosotros describimos, a grandes pinceladas, La Mancha. Por la feraz campiña, entre pueblo y pueblo, vénse diseminadas numerosas edificaciones, algunas blancas por el enjalbegado de reminiscencia agarena, todas ellas destinadas a guarecerse labriegos y ganados, a las que los naturales del país denominan quinterías y bombos.

Bombo de Tomelloso

Casilla manchega

Los labradores, los gañanes, permanecen en el campo toda la semana, principalmente durante la época hiemal, en que han de binar viñas y roturar barbechos. Salen del lugar el domingo, a la caída del véspero, y van por los caminos con sus carros y yuntas, bien aprovisionados para los seis días, llegando al bombo o a la quintería –en ocasiones, vestigio de la antigua venta- a la hora de hacer la cena y acostarse para madrugar al día siguiente y trabajar. No ha de tornar al pueblo hasta el sábado siguiente, al mediodía, con el fin de renovar sus provisiones, reparar los útiles del trabajo, atender un poco a su simplicísimo aseo personal y ver, a la vez, a la familia, a la esposa, a la novia… Caminan cantando, animosos, mientras el sol agonizante ilumina con sus rayos postreros aquella caravana de la gleba, que a veces se extiende en larga hilera. Y allá, a su llegada a la habitación campestre, que siempre está abierta ofreciendo asilo al labriego que necesite ocuparla y al pobre viandante desheredado que haya menester de refugio, han de convivir todos en fraterna calma.

Se da a veces el caso de encontrarse solo un labriego por todo ocupante de la quintería; pero estas gentes, habituales a las privaciones, a los rudos trabajos, e, indistintamente, a la compañía y a la soledad, no sienten, por lo general, el miedo. Mas éste, como algunas otras cosas, puede presentarse en quien menos se piense y cuando menos se crea, como lo prueba esta narración del longevo pastor.

Fué el sucedido un día de crudo invierno. Llegó solo un joven zagalón al apartado habitáculo, situado en plena llanura por la que otrora efectuara su primera salida Alonso Quijano el Bueno. No había nadie –que se viese- en ella. Desenjaezó sus mulas, diólas pienso y, por último, prendió en el hogar unas gavillas bien secas que como incipiente combustible del pueblo llevaba, a fin de calentarse y preparar el condumio –las insustituibles gachas de almortas y los sabrosos torreznos-, cantandillo, a todo esto, sus endechas en recuerdo del amor que a 10 leguas de distancia dejaba.

Una vez terminado todo ello preparóse para cenar y, apartada ya la sartén y con pan y navaja en mano, ocurriósele decir en alta voz, al mismo tiempo que se sentaba, con tono irónico al creer firmísimamente en su completa soledad:
– ¡Vaya!, ¿ustedes gustan?
Y no bien hubo acabado de pronunciar aquellas contadas palabras cuando oyó que respondían con hoscas y entrecortadas voces, desde el fondo de la destartalada estancia:
– ¡Muchas gracias! ¡Qué aproveche!

Eran unos mendigos, tendidos e invisibles en un rincón de la cuadra, en la que antes de llegar el mancebo habíanse guarecido, despeados por el largo caminar, para pasar la noche, los que, creyéndose en verdad invitados, así contestaban.

Pero el joven labriego, que dijo aquellas palabras plenamente convencido de ser él la única persona que allí alentaba, no imaginando, por ende, que nadie le respondería, recibió el susto más formidable que cabe concebir. Se produjo en él una brusca reacción y levantóse en actitud vesánica.

Precipitadamente unció de nuevo los semovientes, sin voluntad ni dominio de sí, tembloroso y balbuciente, obsedido por la idea de la veloz huída, y a toda prisa, dejando allí la mayor parte de los aperos que del pueblo había llevado, partió en retorno hacia el mismo a todo el galope de la fustigada yunta, despavorido, aterrado, jadeante como alma que lleva el diablo.

Apenas si con entrecortadas palabras pudo después explicar lo sucedido. Postrado y abatido, a los pocos días murió.

Interior de un bombo

Figuras en una casa. 1967. Obra de Antonio López García

Bajada a antigua cueva bodega de Tomelloso

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Una historia de trashumancia

trashumancia Campo de Montiel ecoturismo

Desde las Sierras de Tragacete y Albarracín en Teruel, la Cañada Real Conquense atraviesa Cuenca y La Mancha hasta alcanzar Sierra Morena y la comarca del Condado de Jaén


Desde hace siglos, pastores y vaqueros conducen sus reses a través de las sendas medievales que hoy forman la Red Nacional de Cañadas Reales. Paso a paso, sol a sol, los “modernos” trashumantes de hoy en día recrean una anacrónica aventura pecuaria cubiertos de polvo, sudor y cansancio.
El viaje que os proponemos, por un tramo de la Cañada Real Conquense conocido como Cañada de los Serranos, permite conocer y disfrutar tres grandes zonas de la provincia de Ciudad – Real: la llanura Manchega, la altiplanicie del Campo de Montiel y las estribaciones de Sierra Morena Oriental.

¡Vamos, Tuerrrrrta!…, grita Antonio, echando mano de su vara de acebuche. Ganadero de talante apacible, Antonio suele arrear a sus 360 ovejas manchegas con educadas palabras de ánimo: “Venga, bonita”, llamándolas a casi todas por su nombre, Chispa, Gitana, Vívora, Extraña, Gasona, Perla… En su morral guarda la lista con sus partidas de nacimiento. El rebaño es como un pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce. Pero con la Tuerta, hasta el perro pastor que lo acompaña, Granero de nombre y pastor mallorquín de raza, se desespera al enfilar la Cañada de los Serranos desde las llanuras de Socuéllamos (Ciudad – Real), donde se sitúa el comienzo de nuestro viaje trashumante de casi 140 km que nos conducirá hasta los pastos de verano (agostaderos) a los pies de la Sierra del Cambrón, en Castellar de Santiago (Ciudad – Real), en el límite con Andalucía y la provincia de Jaén.

La pobre Tuerta, que no está loca, sino que se hace la sueca, sería capaz de desquiciar al mismísimo John Wayne. Va a su bola tropezándose con las retamas, atravesándose en la carretera… Que estaba de pasar y pasó: acabó cayéndose en un agujero, llegando a Ruidera. Mientras caía, Juan, compañero y socio de Antonio, bromeaba: “Ya es tarde para comprarle un ojo de cristal”. Los restos de paja del fondo, por suerte, hicieron de colchón. ¡La madre que la parió!
En el camino, los pastores de la zona nos saludan con cierta familiaridad. Proceden en su mayoría de la zona, de estos pequeños pueblos de la España escondida, donde el pastoreo de ganado conforma un estilo de vivir, sentir y pensar.

Trashumancia

Trashumancia en La Mancha

rebaño de ovejas La Mancha

La necesidad de trasladar el ganado de los pastos de verano a los de invierno determinó unos itinerarios que fueron tejiendo, siglo tras siglo, una red de comunicaciones en la Península. Estas vías pecuarias (denominadas cañadas, cordeles, veredas y coladas en función de su importancia y anchura) recibieron carta de naturaleza en 1273 bajo el reinado de Alfonso X el Sabio y posterior tutela con la institución del Honrado Concejo de la Mesta de Pastores. Constituyen el más extenso entramado viario de la Comunidad Europea. Distribuidas por 40 provincias, estas sendas medievales tienen una longitud de 125000 km y ocupan una superficie de 425000 hectáreas, equivalente a la provincia de Pontevedra.

Noche de pastores en el chozoNoche de pastores en el chozo

Abrevadero para el ganadoAbrevadero para el ganado


El sesteo se realiza al mediodía para evitar las horas de más calor


Camino de Alhambra, donde se efectuará la tercera “dormida” del viaje, se escucha de fondo el rumor somnoliento de los cencerros, un monótono repicar que se convertirá en el hilo musical del rebaño durante las 6 jornadas, con sus respectivas noches al raso, de calculado recorrido. Nuestra expedición, que partió a últimos de junio, está formada por 4 personas, una mula, 360 ovejas y un vehículo todoterreno, un destartalado Land Rover. El reto es caminar de sol a sol, al ritmo de unos 20 a 25 km diarios.
Violeta, la mula del rebaño, destaca por su corpulencia entre todas las ovejas, idónea por su resistencia para el aprovechamiento ganadero extensivo. Transportar el rebaño en camiones hasta nuestro destino costaría mucho, muchísimo dinero. Y hay que mirar el bolsillo en estos locos tiempos de vacas flacas.
La ley de los trashumantes continúa inamovible: media vida de nómadas. Pese al curso imparable de la modernidad, los últimos pastores nómadas se sienten herederos de un espíritu migratorio de subsistencia.

Pasando por el Parque Natural de las Lagunas de RuideraPasando por el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera

Por tierras de Alhambra. Autor, SergioPor tierras de Alhambra. Autor, Sergio


Las vías pecuarias extienden sus 125000 km por toda España


Durante el día, las cabezas más nobles y veteranas, Chispa y Gitana, con las encargadas de marcar el recorrido al “pelotón”. Como sus dueños, conocen de memoria los mojones, abrevaderos, puentes… vestigios todos de una cultura milenaria.
Cae la tarde. El rebaño enfila la cañada en dirección al descansadero de la Sierra de Alhambra. Para comprobar que ninguna se ha perdido, cuentan las ovejas de “30 en 30” a medida que van entrando en la cerca. Volverán a contarlas al amanecer. Antonio, Juan y Elpidio, agradecen estas “estaciones de servicio” pecuarias. Atrás quedaron el inmenso coto de Cinco Navajos, próximo al Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, y la Casa del Pozo de las Chozas, donde “pastan unas ovejas que da gloria verlas”.
Con cada jornada amanece un nuevo paisaje. En la Sierra de Alhambra huele a romero, a tomillo, un frescor que alivia el arduo caminar por sus laderas. La Cañada desemboca en el cruce con la carretera que une Villanueva de los Infantes con La Solana y algunos conductores no disimulan su impaciencia. El sediento rebaño se entretiene abrevando en el río Azuer. ¡Vamos, Tuerrrrrta!
En los últimos 40 años, la paulatina disminución del tránsito ganadero ha provocado el abandono físico y administrativo y, como efecto bumerán, el menor uso de las cañadas. El porcentaje de tramos perdidos se sitúa en torno al 30 por ciento a pesar de que al actual Ley de Vías Pecuarias remarca el aspecto “inalienable, imprescriptible e inembargable” de este patrimonio público de los españoles.

Cerca de Alhambra. Autor, Luis Angel Gómez, de Historia y Arqueología de AlhambraCerca de Alhambra. Autor, Luis Angel Gómez, de Historia y Arqueología de Alhambra

Por Sierra MorenaPor Sierra Morena


No es dormir al raso ni tragar polvo lo que retrae a los últimos trashumantes, sino las fincas, las vallas, las carreteras…


Han pasado 6 días. A la altura de la Sierra del Cambrón, en Castellar de Santiago, en el límite con Andalucía y la provincia de Jaén, fin de nuestro viaje, los pastores discuten con los guardas forestales. “Nos sentimos extranjeros en nuestra propia casa” se lamentan. Pero las veteranas Chispa y Gitana han enfilado ya el camino que conducirá a todas sus compañeras hasta el agostadero. Y puede que tras el largo y cálido verano, cuando llegue el momento de regresar al norte, la Tuerta se atreva a seducir a Violeta guiñándole su único ojo. ¡La madre que la parió!

Fiesta de la Trashumancia en MadridFiesta de la Trashumancia en Madrid



Un artículo de Antonio Bellón Márquez ©

Fotografías en blanco y negro de Sergio Pascual


Mas detalles sobre la Cañada Real de los Serranos:

Partiendo de Socuéllamos recorreremos la Llanura Manchega, amplia extensión, con una altitud entre los 600 y 700 m., caracterizada por su plenitud, horizontalidad y sus luminosos paisajes en donde los cultivos agrarios de secano han sustituido casi por completo al encinar manchego-aragonés que lo cubría prácticamente hasta la Edad Media, y en donde sobre todo se enseñorean las viñas – y sus cada día más apreciados y premiados vinos con denominación de origen – y los cultivos cerealísticos, bajo un clima mediterráneo continentalizado y seco.
Sin darnos casi cuenta, la cañada irá suavemente encajándose siguiendo la misma red fluvial, diluyéndose el paisaje manchego y adentrándonos poco a poco en el Campo de Montiel. Iremos remontando su altiplanicie (700-900m) o paramera de calizas y dolomías recubierta de manchones de masas de encinar, sabinar y matorral mediterráneo, en cuyo corazón con sorpresa descubriremos el complejo lagunar cárstico de calizas traverníticas más excepcional de Europa, las celebérrimas Lagunas de Ruidera, hoy Parque Natural, un rosario de 15 espléndidas lagunas cabalgándose una tras otra a lo largo de un profundo corredor de 30 km, de gran belleza y riquísima vegetación hidrófila y acuática.
Después, en contraste con ellas, en Alhambra y sus alrededores, un paisaje más desnudo mostrará algo de ese relieve de mesas, cerros testigos, ondulaciones, cuestas y muy especialmente las rojizas tonalidades de sus areniscas y arcillas triásicas que tanto identifican esta Comarca. Esta roca, bautizada como “moliz” por los canteros, desde época ibérica y romana ya era explotada como piedra de sillería para la construcción de los edificios más regios, para la escultura, para afilar armas, etc; y en época moderna en las iglesias y las fachadas blasonadas de la nobleza terrateniente de nuestras ciudades manchegas.
Nuevamente el paisaje será llano y netamente agrario (viñedos, olivos, cereales) sobre el que sobresaldrán elevándose a nuestro lado las sierras de Alhambra (1088 m.) y del Cristo, destacando con sus crestas de cuarcitas ordovícicas (propias de los relieves paleozoicos), revestidas de jarales, matorral de encinar, tomillos, etc.
A continuación, durante el cuarto y quinto tramo, iremos bordeando la comarca de Valdepeñas y de Mudela, transición entre el paisaje propiamente manchego y el serrano. Ahora los retazos de vegetación serrana mediterránea y las áreas adehesadas se harán más numerosas y habituales, sobre todo una vez pasamos junto al pantano de La Cabezuela y el río Jabalón, acercándonos progresivamente a los paisajes cada vez más netamente serranos de después de Castellar.
La Mancha y particularmente estas áreas esteparias del Campo de Montiel, cultivadas, con pastizales y pastos secos según las distintas estaciones, intercaladas con zonas de monte bajo y matorrales mediterráneo, son un hábitat idóneo para alimentar una fauna de mamíferos, aves y reptiles muy variada. Así a lo largo del trayecto podremos observar aves muy singulares como gangas, gavilanes, aguiluchos cenizos, sisones, cernícalos, zorzales, mirlos, alondras, gorriones trigueros, tordos… Por supuesto multitud de aves migratorias de paso mientras alzan el vuelo a la vecina Ruidera o al cercano Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Y con suerte a la majestuosa y corpulenta pero amenazada avutarda. Sin olvidarnos obviamente de la brava perdiz roja, tan apreciada cinegéticamente. Entre los mamíferos: zorros, garduñas, liebres, conejos; o jabalíes y ciervos.
Esta Cañada nos sirve asimismo como un gran eje en torno al cual descubrir la rica historia de estos territorios y para acercarnos a visitar pueblos muy próximos como Tomelloso, Argamasilla de Alba, La Solana, Alhambra, Villanueva de los Infantes, Fuenllana, San Carlos del Valle, Valdepeñas, Torrenueva, Carrizosa, Torre de Juan Abad
En lo alto de las Sierras de Alhambra y del Cristo se conservan restos de poblados prehistóricos amurallados de la Edad del Bronce, testimonios de la presencia de pobladores autóctonos desde muy antiguo. Destacan el óppidum ibérico y la posterior ciudad romana de Alhambra, Laminium, citada por Plinio y Estrabón, una de las poblaciones con más continuidad histórica si tenemos en cuenta que su fortaleza de origen musulmán se levanta sobre otro poblado prehistórico y que en la ladera Sur del pueblo podemos ver la necrópolis visigoda de Las Eras.
Tampoco debemos olvidar que surcaremos un paisaje con una marcada dimensión literaria gracias a escritores como Cervantes, Quevedo, Galdós, Azorín o García Pavón, entre otros.
Si eres amante de la vegetación de interior (mediterránea) para hacer un descanso en la ruta, te puedes adentrar entre las encinas y coscojas y en las zonas de cardos buscar las tan apreciadas setas de cardo, delicia gastronómica de la zona.


Recomendaciones:

Este gran recorrido de casi 140 km cruza de Norte a Sur el lado oriental de la provincia de Ciudad – Real, siguiendo la Cañada Real Conquense, una de las más largas de España.
Os recomendamos estructurar la ruta en seis tramos: el primero, de 25 km, parte de la ermita de San Isidro en Socuéllamos, hasta el km. 141,8 de la carretera CM 400 (Tomelloso – Munera); el segundo, de 23 km, desde este punto hasta Ruidera y sus Lagunas; un tercero, de 20 km, nos acerca hasta Alhambra. El cuarto, de 25 km, nos lleva a Pozo de La Serna; el penúltimo, de 24 km, hasta el km 7,6 de la CR 614 (Torrenueva – Torre de Juan Abad); el último de 23 km Culmina a los pies de la Sierra del Cambrón, en Castellar de Santiago, en el límite con Andalucía y la provincia de Jaén, junto a la carretera CRP 610 (Castellar – Aldeaquemada).
A lo largo del recorrido nos encontraremos con paneles generales informativos, además de las correspondientes señales de dirección.
Recomendamos los meses de las estaciones de otoño, invierno y primavera para su realización. También ir provistos de: agua para prevenir la deshidratación, alzado ligero de montaña y prendas olgadas adecuadas a las temperaturas con colores poco llamativos. También, llevar prismáticos, andar en silencio para una mejor observación de la fauna, no cortar porque sí plantas o flores, no encender hogueras ni dejar desperdicios. Respetemos en todo momento los lugares y los animales con que podamos encontrarnos.

Panel Cañada Real de los SerranosPanel Cañada Real de los Serranos

Señales Cañada Real de los SerranosSeñales en los senderos de gran recorrido

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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

En toda La Mancha y a principios de junio, con el inicio de la siega, comenzaba también para trilladores y “ereros” el arduo trabajo de trillar la mies, es decir, cortar la paja y espigas de la parva para liberar el grano. Durante todo el verano y medida que llegaban las galeras cargadas de candeal desde los campos cercanos, los “ereros” (gañanes a cargo del dueño encargados del trabajo en la era) descargaban las gavillas e iban agrupándolas en un gran montón llamado “hacina”. Galera tras galera, el candeal recién segado iba al suelo con la ayuda de horcas, y después se acumulaba a la espera de extender la parva y dejarla lista para la labor de las mulas y el trillador. Muchas de estas eras han desaparecido a medida que los pueblos crecían y se iban construyendo nuevas casas, barrios o naves de ganado. Pero todavía se conservan algunas de nombres evocadores, cuya sola mención nos trae a la mente unos tiempos y quehaceres hoy ya relegados al olvido.

Trillando en la estepa. Autor, Lito Encinas

Trillando en la estepa. Autor: Lito Encinas

Las eras eran terrenos llanos, de grandes dimensiones, construidas siempre en un espacio abierto en las inmediaciones del pueblo y normalmente de forma rectangular o circular. Por supuesto también existían eras en los cortijos, pero el volumen de trabajo en las cortijadas siempre era mucho menor. Trillar cerca del casco urbano facilitaba el acarreo de la mies desde los campos, así como el proceso de almacenaje y venta posterior del grano. En el pueblo confluían los principales caminos que atravesaban el término y allí se encontraban también los silos de la cámara agraria, adonde iba a parar la práctica totalidad de la cosecha.

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

El emplazamiento de la era tenía su importancia: debía estar siempre en lugares elevados y lejos de edificios, árboles u otros elementos que impidiesen la libre circulación del aire. Y es que en la era también se realizada la labor de “aventar”, es decir, separar la paja del grano de candeal mediante la acción del viento. Los “ereros” sabían que en una era abierta a todos los vientos podían trillar y aventar simultáneamente sin esperar a que soplase el aire en la dirección adecuada (lo que a veces tardaba días en producirse). Las eras se construían con un empedrado consistente en lajas de roca, normalmente de piedra caliza, con lo cual el trillado mejoraba en efectividad y se atenuaba además el grave deterioro a que estaban sometidas a lo largo del año: en verano por el paso de las galeras y el pisoteo continuo de animales y hombres; y en invierno por las inclemencias del tiempo, lo que obligaba a menudo a una reparación periódica para asentar y asegurar de nuevo el terreno.

Las eras tenían asimismo cierto detalle que las hacía todavía más eficaces: una suave inclinación. Y es que, con el fin de evitar que las lluvias encharcasen el terreno y lo inutilizasen, siempre se construían con una ligera pendiente para facilitar la evacuación del agua hacia el extremo más bajo. Así, mientras trilladores y gañanes corrían a guarecerse con la repentina aparición de una “nube” de verano, el agua corría por la lisa superficie de la era y, una vez escampado, quedaba libre de charcos y dispuesta rápidamente para el trabajo…

Trillando en los años ochenta. Autora, Plácida

Trillando en los años ochenta. Autora: Plácida

Las eras fueron de gran importancia en zonas de secano de todo el interior de España, donde una gran proporción del término se dedicaba al cultivo del cereal. Sin embargo, estas explanadas no se destinaban únicamente a grano y servían también para otros productos tan comunes como las legumbres (garbanzos, guijas o lentejas), cuya producción local era igualmente notable. Del volumen de trabajo que allí se llevaba a cabo da idea el gran número de eras que todavía se conservan en la mayoría de los municipios rurales, rodeando en ocasiones todo el perímetro del casco urbano: en definitiva, no existía zona donde estos terrenos llanos y empedrados no flanqueasen la entrada a la población, una presencia que hoy en día sigue formando parte del paisaje físico, cultural y también nostálgico del gran territorio manchego.

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

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Serenos, aguadores y claveteras. Un paseo nostálgico por las calles y gentes de Madrid

Serenos, aguadores y claveteras. Un paseo nostálgico por las calles y gentes de Madrid

A principios del siglo XIX Madrid ofrecía un triste aspecto en comparación con la mayoría de las demás ciudades europeas: ningún alumbrado en las calles, sin agua y sin higiene, empedrado precario, escasos espacios verdes y demasiada inmundicia. Afortunadamente, los trabajos iniciados con la ocupación francesa y terminados con los reinados de María Cristina e Isabel, transformaron para siempre el rostro de la capital de España. Gracias a ellos se abrieron grandes avenidas, se instalaron farolas de gas, conductos de agua y alcantarillas, al tiempo que se remodelaron numerosos edificios y se edificaron monumentos públicos a lo largo y ancho de la ciudad (en algunos casos con bastante mal gusto, todo hay que decirlo). Las plazas públicas son limpias y las fuentes relucen en las encrucijadas. Se procede a la demolición de miles de casuchas y se transforman barrios enteros, como los de la Plaza de Oriente, Barquillo o la Puerta del Sol, mientras que otros ven por primera vez la luz del día: Recoletos, Salamanca, la Castellana, Chamberí…

2. Detalle del Paseo del Prado. Autor, Rubenvike

Detalle del Paseo del Prado. Autor: Rubenvike

1. El Madrid del XIX. Autor, Manuel Vicente

Azulejo representando una estampa madrileña de finales del XVIII. Autor: Manuel Vicente

Sin embargo, los paseantes dominicales están menos interesados en estas nuevas barriadas que en el garbeo tradicional por Alcalá, Puerta del Sol y, sobre todo, el Paseo del Prado. Éste último ha cambiado bastante desde principios de siglo. A lo largo de dos kilómetros está sombreado por hileras de árboles cuyas ramas se entrecruzan para formar una bóveda de frescor. Ya no se camina sobre el barro sino sobre suelo sólido y plano. Al Prado van a pasearse las damas elegantes vestidas a la francesa y con sombreros de plumas, seguras de encontrar allí su “galán”. Es además el lugar preferido de la multitud cuando acaba la siesta. Allí se reúnen aprovechando un carril reservado solo a los coches de caballos, que aparecen allí desde todos los puntos de la ciudad. A uno y otro lado de la calle se sientan los peatones, a distancia respetuosa, en bancos de piedra o en sillas de alquiler (ocho maravedíes), y contemplan maravillados el espectáculo que ofrecen los coches y aquella distinguida sociedad de altos vuelos. Como es de suponer, chicos y chicas aprovechan la ocasión para urdir discretas intrigas a golpe de miradas furtivas, abanicos y pañuelos.

3. Paseo de Recoletos, en Madrid. Finales del siglo XIX. Autor, MnGyver

Paseo de Recoletos, en Madrid. Finales del siglo XIX. Autor: MnGyver

Nadie se aburre en Madrid y es fácil extraviarse deambulando por sus calles, pues están numeradas por manzanas y a menudo se comunican por medio de pasajes difíciles de encontrar. Será el corregidor Vizcaíno el que tendrá la feliz idea de numerar las calles por casas. Cuando hace calor y el tiempo es seco, los regadores utilizan las bocas de riego dispuestas a intervalos en los bordes de las aceras, y por medio de mangueras elevan al aire unos chorros de agua de hasta veinte o treinta metros, para caer nuevamente al empedrado en forma de lluvia. En las vías donde no hay bocas circulan enormes barricas de agua con ruedas, tiradas por caballos, de las que salen mangas de riego que el empleado acciona de uno a otro lado para conseguir que el agua llegue a todas partes. A los transeúntes también se los riega.

4. Ambiente nocturno en la Puerta del Sol. Autor, Mallol

Ambiente nocturno en la Puerta del Sol. Autor: Mallol

Todavía no han nacido las churrerías y el famosísimo chocolate con churros, tomado muy temprano por los trabajadores urbanos, o bien con ocasión de tertulias, a la hora de la merienda (la famosa chocolatería de San Ginés situada junto a la Plaza del Sol no fue fundada sino hasta 1894). Pero no por ello escasean las oportunidades de entretenimiento para los peatones. Si se gusta de madrugar hay que ir temprano a la Puerta de Toledo, que acaba de ser construida. Por allí entra a Madrid desde todas direcciones el transportista, el mercader o el agricultor, que viene a la capital a vender los productos de su región. Una familia de extremeños va de casa en casa ofreciendo picantes y chorizos. Algo más lejos, dos valencianos conducen un carro lleno de esteras, mientras que un grupo de arrieros de La Mancha llevan una docena de yeguas, y en cada una, a lado y lado de la silla de montar, aparecen cuatro barricas de vino fresco y oloroso que venden como rosquillas.

5. Una gran ración de churros con chocolate. El desayuno perfecto de Madrid. Autor, Ellsea64

Una gran ración de churros con chocolate. El desayuno perfecto de Madrid. Autor: Ellsea64

1. La madrileña Plaza de Oriente. Autor, Doug

La madrileña plaza de Oriente. Autor: Rubenvike

La calle de Toledo parece una feria permanente con sus tiendas y cestos, sus albergues y tabernas, éstas últimas en número de ochocientas diez en Madrid. Es casi imposible cruzar y difícil avanzar debido a las carretas que descargan equipajes y viajeros, y cajas de género a la puerta de las posadas. De trecho en trecho aparecen hileras de mulas atadas unas a otras, encorvadas bajo el peso de los atados de paja. Basta el paso de un entierro para obstruir por completo la circulación. La gente se distrae mirando los cartelones de los comerciantes pintorescamente redactados: “Aquí arrancamos los dientes a gusto del cliente”, o bien este otro: “Aquí se venden hábitos completos para el difunto”.

6. Calle de Toledo, en Madrid. Autor, Miguel Díaz

Calle de Toledo, en Madrid. Autor: Miguel Díaz

En las calles de Madrid es donde se ejercen también los pequeños oficios. Hay aguadores reconocibles por sus grandes cántaros de barro color cera, provistos de un brillante aparato mecánico; por una moneda se tiene derecho a un vaso de agua y a un terrón de azúcar. Los libreros de viejo hacen su negocio en aparadores colocados en las aceras. No hace falta preguntarles por el contenido de los libros expuestos, pues a menudo no saben leer. Hay vendedores de pájaros con jaulas a las espaldas, donde cantan canarios y loros. Aquí, la vendedora de claveles, con su ramillete rojo dentro de un pequeño barrilete de madera lleno de agua. Allá la vendedora de billetes de lotería; más allá el vendedor de entradas para la corrida de toros y, naturalmente, en todas partes los limpiabotas.

7. Bella estampa de la Puerta de Alcalá. Autor, Claudiki

Bella estampa de la Puerta de Alcalá. Autor: Claudiki

Madrid 4

El castizo arte de tocar el organillo. Autor: M.Peinado

Toda esta gente trabaja de día, y con la llegada de la noche desaparecen en la sombra. Dos importantes personajes, por el contrario, no se manifiestan sino de noche: el pocero o limpiador de letrinas, y el sereno. A partir de medianoche los empleados de la empresa Sabatini empiezan su trabajo. Recorren la ciudad montados en coches especialmente acondicionados para bombear los excrementos; se detienen en cada pozo negro, lo vacían y cargan el fétido contenido, que volcarán en un vasto depósito común. En ocasiones los poceros circulan en el preciso momento en que los “elegantes” de Madrid vuelven a sus casas después de una noche de sarao, una cena o una sesión de teatro. Vayan en tílburi descubierto o a pie, los noctámbulos, embargados por la fetidez de la noche, no pueden evitar hacer gestos de asco y taparse la nariz.

8. La madrileña Puerta del Sol en 1857. Autor, Recuerdos de Pandora

La madrileña Puerta del Sol en 1857. Autor: Recuerdos de Pandora

El sereno es, en cambio, un personaje típicamente romántico, tan pagado de si mismo que llega a creerse el defensor armado de la seguridad del país. Cuando todo el mundo descansa se desprende de los brazos de esposa e hijos, se coloca su túnica negra, raída a causa de vientos y heladas, y toma su chuzo en el cual suspende un farol. Parte seguidamente y se sumerge en la noche, dueño de la calle. Descubre un portal mal cerrado e informa al propietario; apacigua una gresca de alborotadores en la puerta de una taberna; impide una agresión nocturna y acompaña a la víctima hasta su casa; ayuda en la captura de un ladrón. A veces permanece de pie, inmóvil, apoyado en su chuzo, con los ojos dirigidos hacia el cielo y la claridad de la luna, verdadera imagen quijotesca y medieval que guarda las calles madrileñas hasta que el alegre sonido de los pájaros anuncia la llegada de la aurora. Las campanas llaman a la primera misa y los devotos saltan de la cama. Es entonces cuando el sereno apaga su farol y, al igual que sus colegas, regresa a casa. Son “las cinco en punto”, anuncia. Madrid se despierta.

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Plaza Mayor de Madrid. Autor: Anónimo

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La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (3ª Parte)

La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (3ª Parte)

El Valle de Alcudia constituye uno de los enclaves de mayor riqueza botánica y faunística de la región, y que contrasta enormemente con el resto de paisajes de La Mancha. Este era el destino más importante de la ganadería trashumante, aquella que procedía no sólo de las provincias de Cuenca y Soria, sino también de las montañas de León, atravesando España a través de Cañadas Reales de gran renombre como la Segoviana y la Leonesa. Durante siglos el Valle de Alcudia fue uno de los más importantes invernaderos mesteños, configurando así un tipo de sociedad estrictamente agropecuaria en la que el aprovechamiento ganadero constituía la base de su actividad económica.

Rebaño en una dehesa del Valle de Alcudia. Autor, Oviso

                                                 Rebaño en una dehesa del Valle de Alcudia. Autor: Oviso

Pero los pastores aún no han llegado hasta allí. Aunque faltan pocos días para dar término de su viaje, que empezó muchas semanas atrás en los Montes Universales y la Sierra de Albarracín, deben seguir con su dura rutina diaria, y esta pasa por preparar el “rancho” que ha de alimentarlos a todos. A mediodía el grupo detiene la marcha a fin de hacer el almuerzo, que siempre es en frío y a base de la conocida carraca (chorizo, queso y carne curada) acompañada del pan que va comprando el rabadán en los pueblos de la ruta. Los pastores se colocan alrededor del rebaño hasta que las ovejas quedan tranquilas y se acuestan, operación denominada “el rodeo”. La operación siempre se realiza cerca de los pueblos o de las ventas para poder acercarse hasta allí y comprar vino, que se almacena por lo común en botas de dos litros. Cada pastor lleva la suya, ya que es imprescindible para las jornadas en las que no se encuentra agua para beber, o ésta es de mala calidad. En primavera el “rodeo” duraba a lo sumo un par de horas, mientras que en otoño, de regreso al hogar, se acortaba hasta la mitad. A veces no hay ocasión ni de sentarse y el almuerzo debe realizarse de pie, dando vueltas y más vueltas alrededor del ganado para evitar que las ovejas se dirijan a los sembrados próximos.

Una parada en el trabajo para el almuerzo

                                                          Una parada en el trabajo para el almuerzo

Tradicionalmente, en las cañadas ganaderas y en general en todos los caminos, existían ventas, posadas o paradores que se situaban en lugares estratégicos. Éstas servían de alojamiento y tienda para los viajeros y pastores que atravesaban esos lares, siendo frecuente que se adquiriese allí la comida y el vino necesarios para continuar la marcha. También servían de refugio cuando las condiciones climatológicas eran muy adversas, pues la mayoría de ellas solían disponer de corrales para el ganado.

Ganado lanar a su paso por Ávila. 1930. Autor, Avilas.es

                                                Ganado lanar a su paso por Ávila. 1930. Autor: Avilas.es

Por la noche se busca algo de leña y agua para hacer unas sopas en el caldero. Los ingredientes son sencillos: pan, un poco de sebo, aceite, pimiento y sal para entonar el estómago. Las cocina siempre el zagal, aunque siempre le ayuda alguno a encender y avivar el fuego, o bien a “migar” el pan para que adquiera la textura adecuada. Mientras tanto, el resto cuida de que el ganado realice el “remache” de las últimas hierbas del día. Cuando las sopas están listas, se sitúan todos alrededor del caldero con la rodilla derecha en tierra, la otra doblada hacia adelante y el brazo izquierdo apoyado sobre esta última. Y así, después de que el rabadán eche la bendición, se va cogiendo del contenido por turnos hasta que no queda ni una sola cucharada. La operación es rápida, silenciosa y de escasa sobremesa. Al final el zagal rebaña los restos puesto que es el encargado de fregar el caldero.

Rebaño en camino. Autor, Bubilla2002

                                                            Rebaño en camino. Autor: Bubilla2002

A veces, cuando los días son fríos y lluviosos, o cuando no hay leña a mano, no se pueden hacer las sopas y entonces no hay más remedio que cenar de frío. Son jornadas muy duras con un sinfín de calamidades y fatigas. Días enteros sin poder tomar asiento, sin comer caliente, o sin dormir por las inclemencias del tiempo, con las manos entumecidas que, al decir de algunos pastores, “no pueden ni partir el pan”. Hay que tener en cuenta que hasta muy recientemente, no existían ropas adecuadas para la lluvia (a excepción de los recios paraguas de doble ballesta), puesto que los capotes y las mantas que se usaban por entonces, en cuanto se mojaban pesaban mucho y era necesario ponerlos a secar con la consiguiente pérdida de tiempo.

Pastor de La Mancha en los años 50. Autor, Isidro Alcázar

                                                Pastor de La Mancha en los años 50. Autor: Isidro Alcázar

A veces, la humedad calaba en los costales de la ropa y esta llegaba mohosa al Valle de Alcudia. Otros días, incluso, los pastores se encuentran tan cansados que incluso no preparan cena alguna, montando rápidamente el campamento para echarse a descansar. A todas las penurias del viaje hay que unir la tristeza de la separación del hogar, que acentúa aún más la dureza de estas jornadas.

Rebaño de ovejas en un prado. Autor, Rufino Lasaosa.

                                                   Rebaño de ovejas en un prado. Autor: Rufino Lasaosa

Pero al fin llega el día, tras muchas semanas de camino, en que ganado y pastores avistan los pastos reverdecidos y las dehesas de Campo de Montiel, Campo de Calatrava y sobre todo del Valle de Alcudia. Su característica fundamental, por supuesto, es la existencia de un arbolado disperso de encinas y alcornoques entre los pastos, terrenos que en el pasado se encontraban en manos de las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava), la Iglesia, la nobleza y los grandes terratenientes, conformando una estructura que se ha mantenido intacta hasta bien entrado el siglo XX.

Pastor y rebaño despues del esquile. Años 50. Autor, Crispín Alcázar.

                                       Pastor y rebaño después del esquile. Años 50. Autor: Crispín Alcázar

Las dehesas poseen un clima suave en invierno, aunque no exento de fríos, primaveras tempranas y fuertes calores en verano que dejan agostados los campos. Las lluvias son escasas y variables, concentrándose sobre todo en otoño y en primavera. Los suelos son asimismo pobres, bajos en nutrientes y abundantes en pizarras que afloran a escasa profundidad y los hace muy difíciles para el arado. Por ello, tradicionalmente, las merinas trashumantes ocupaban los pastos de estas tierras marginales que no podían ser dedicados a cultivo, aprovechando la hierba invernal hasta la llegada de los primeros calores de mayo. Entonces, dado el poco espesor del mantillo de tierra, las hierbas se secaban con rapidez, los rebaños recién trasquilados empezaban a inquietarse y se anunciaba al fin para los pastores el esperado regreso a los puertos: la vuelta a casa y al calor de los amigos, la familia y el hogar. Pero eso es sin duda otra historia.

Paisaje adehesado, el final de la trashumancia hacia el sur. Autor, Miradas de Andalucía

                        Paisaje adehesado, el final de la trashumancia hacia el sur. Autor: Miradas de Andalucía

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La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (1ª parte)

La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (1ª parte)

El día de San Miguel era una jornada muy especial para los pastores trashumantes. En las montañas de Teruel, de amanecida, el frío pesaba sobre los valles altos y una delgada capa de hielo comenzaba a cubrir fuentes y abrevaderos. Ese día, arreglados los sueldos y las condiciones de trabajo, los pastores echaban mano a su cayado y salían cañada abajo con los rebaños de merinas para no volver sino al cabo de seis meses: empezaba así un duro viaje que, durante semanas y a razón de 20 kilómetros diarios, les llevaría a través de la serranía y la interminable estepa manchega hasta los pastos de invierno del Valle de Alcudia, en Ciudad Real, punto final de su andadura.

La cañada Conquense es una de las muchas vías pecuarias que atraviesan España de norte a sur, y que los ganaderos han utilizado tradicionalmente desde época medieval para llevar su ganado tras los mejores pastos de temporada. El viaje era de ida y vuelta: a partir de mayo y justo después del esquile de las ovejas, pastores y ganado regresaban hacia las tierras altas turolenses a fin de aprovechar el pasto joven de los agostaderos de montaña, libres ya del rigor invernal. Por el contrario, octubre y noviembre era tiempo de invernada y de bajar de nuevo a las dehesas del Valle de Alcudia en busca del clima más benigno de esas latitudes. Localidades de importancia como Socuéllamos, Tomelloso y Manzanares constituían hitos obligados en el camino y puntos de inicio de nuevas vías pecuarias, lo que multiplicaba destinos y hacía mucho más lucrativo el negocio tanto para ganaderos como para los propietarios de las tierras. 

Sierra de Gudar, zona de agostada para ganado vacuno. Autor, Po.psi.que

                                  Sierra de Gudar, zona de agostada para ganado vacuno. Autor: Po.psi.que

En los días previos a la partida, como cada otoño, la luz del día tardaba más en llegar que otras veces. Eran días frescos y mañanas en las que a menudo el sol se olvidaba hasta de asomar, arrebujado tras los jirones de niebla que arropaban laderas y collados. Entretanto se sucedían las despedidas en el pueblo. Salir a la invernada era motivo de alegría para algunos y de tristeza para la mayoría, puesto que las familias se separaban durante una larga temporada y la aldea, ya de por si con pocos recursos, quedaba más que nunca carente de brazos jóvenes y medio abandonada. Éste era un hecho crucial del que no nos hacemos cargo hoy día y que sin duda marcaba la vida en los pueblos de la sierra durante buena parte del año.

El folklore castellano está lleno de coplas tristes alusivas a la despedida de los pastores:

Ya se van los pastores,
Ya se van marchando.
Más de cuatro zagalas
quedan llorando.
Ya se van los pastores
Para la majada,
Ya se queda la sierra
Triste y callada.

O bien la siguiente, donde una muchacha lamenta la partida y queda recelosa al mismo tiempo de las promesas de su zagal:

Ya se van los pastores,
Ya marcha el día.
Ya se va aquel zagal
Que me quería.

Claro que, como era de esperar, todo troca en alegría al regreso…

Ya vienen los pastores,
Ya viene el rumbo.
Ya viene la alegría mejor del mundo.

Menos para algunas infelices:

Ya vienen los pastores,
No viene el mío.
Alguna picarona
Lo ha entretenido.

Rebaño trashumante atravesando una carretera. Autor, Mahatsorri

                                         Rebaño trashumante atravesando una carretera. Autor: Mahatsorri

Los rebaños variaban mucho en número, desde 500 o 600 ovejas a más de 1500 en el caso de grandes ganaderos. Aunque las merinas podían ser de un solo propietario, lo más frecuente era que varios se asociasen a finales de verano para unir su ganado en una sola cabaña y viajar así con mayores garantías de seguridad. A la cabeza de todo se encontraba el mayoral, cuya categoría y responsabilidad en la organización eran incuestionables. Claro que, como suele suceder con las grandes figuras, los quehaceres del mayoral eran de todo menos molestos: realizaba el trayecto a lomos de mula o directamente en ferrocarril y se desentendía por completo del ganado durante la mayor parte del recorrido. El verdadero peso del trabajo recaía en el rabadán, por debajo del cual estaban los pastores, zagales (muchos de ellos niños de apenas diez años) y un yegüero con su mula encargado del transporte de cacharros y la intendencia. Al trabajo de los hombres se sumaba también el inestimable de 3 o 4 mastines para solventar problemas diarios y otros de índole más peligrosa, como el extravío de merinas o el ataque de lobos en los pasos de montaña.

Chozo utilizado como refugio para pastores. Autor, Dvillafruela

                                            Chozo utilizado como refugio para pastores. Autor: Dvillafruela

La mañana de la partida, rabadán, pastores y zagales salían de sus casas bien temprano con el «avío» guardado en zurrones y alforjas, y partían en silencio de la aldea camino a los puertos. Arriba, sobre los collados, no era raro ver relumbrar los primeros manchones de nieve de la temporada. Este era uno de los puntos más conflictivos en todo el trayecto, pues lo avanzado de la estación daba pie a súbitos empeoramientos del tiempo o al asalto repentino de los lobos, que entonces dominaban las sierras y eran motivo de preocupación tanto para trashumantes como para el resto de montañeses. Otros problemas comunes lo constituían las nieblas propias de la estación y que obligaban a concentrar el ganado o, en caso de ser persistentes, a extremar la atención de hombres y mastines durante casi todo el día. No era raro tampoco que los pastores se desorientasen, aunque en estos casos resultaba impagable la ayuda prestada por las yeguas de la intendencia, que o bien por instinto o por haber hecho el mismo trayecto en otras ocasiones sacaban del atolladero al rebaño cuando todo lo demás estaba perdido. De hecho, al atravesar las poblaciones grandes era más fácil dejar que la mula fuese delante dirigiendo toda  la comitiva: el animal hacía uso de su memoria para elegir las calles mientras los pastores se relajaban y podían dedicarse a otros menesteres (no necesariamente asociados al trabajo).

Paisaje de La Mancha en mayo, junto a una vía pecuaria

                                                Paisaje de La Mancha en mayo, junto a una vía pecuaria

El camino de ida hacia las dehesas del sur era tranquilo y se acomodaba como un guante a la personalidad del pastor: sosegada, austera y de pocas palabras. Muchas ovejas iban preñadas, lo que obligaba a una mayor lentitud. Además la siega ya había acontecido en los campos por donde transitaban y todavía no era tiempo de siembra, de modo que la cabaña podía entretenerse en cualquier finca sin temor a destrozar los cultivos. Otra cosa era el regreso, en mayo, cuando las huertas verdeaban de hortalizas y el trigo joven ya apuntaba en espigas por la extensa llanura ciudadrealeña y conquense. En estos casos era forzoso acelerar el paso y azuzar al ganado con el fin de evitar problemas con los propietarios. Durante el día los pastores hablaban poco y eran más amigos de aislarse y buscar la soledad. Parcos en palabras o gestos gratuitos, escudriñaban sin embargo todo lo que encontraban en su camino con el instinto práctico del que ha vivido en estrecho contacto con el monte: las nubes, el viento o el vuelo de los pájaros les indicaban claramente qué tiempo había de venir; revisando las hierbas en los linderos podían encontrar muchas de gran utilidad, y que servían como remedio de males diversos tanto al hombre como a los animales; hasta un tocón informe y requemado por el sol podía ser motivo de interés, por cuanto semanas más tarde era transformado gracias a una navaja en una cazuela de madera o un cucharón, que luego se vendía en los pueblos y cortijos a lo largo del trayecto.

Rebaño en un descansadero, camino de los pastos de verano. Autor, Jaciluch

                                Rebaño en un descansadero, camino de los pastos de verano. Autor: Jaciluch

Conforme quedaban atrás las agrestes sierras, el trayecto se hacía más sencillo. En tierras manchegas la velocidad de marcha crecía considerablemente llegando incluso hasta los 30 kilómetros en una sola jornada. Terrenos llanos, es cierto, pero también repletos de conflictos por otras razones. Era de rigor, por ejemplo, extremar las precauciones durante el cruce de carreteras al suponer un peligro para los rebaños y en especial para las ovejas preñadas, mucho más lentas y torpes en su avance. Para atravesar los pueblos el rabadán elegía siempre las primeras horas de la mañana (mucho más tranquilas) circulando además con la menor demora posible a fin de evitar incidentes. Pero el riesgo estaba ahí y ni siquiera las poblaciones eran sinónimo de seguridad: algunas ovejas “se esfumaban” tras una puerta durante el tiempo que tardaban en volver la esquina (uno de los municipios más “sospechosos” en este sentido fue Malagón, en Ciudad real), y los jardines públicos o privados constituían auténticas pesadillas, ya que es sabido que las cabras podan a su gusto todo seto o arriate de flores que encuentran. Hoy, sin embargo, estos apuros han quedado prácticamente relegados al olvido y el paso de la cabaña por pueblos y ciudades constituye todo un acontecimiento, vivido y esperado por los vecinos con emoción mal disimulada. Es lo que ocurrió en Manzanares en mayo de 2012, cuando un rebaño de 1500 ovejas entró por la Avenida de Andalucía y durante hora y media atravesó las principales calles de la población manchega en su camino de regreso hacia la serranía de Cuenca.

Rebaño, pastor y burro en una cañada. Autor, Jaciluch

                                                  Rebaño, pastor y burro en una cañada. Autor: Jaciluch

Todo era mucho más tranquilo al salir de las poblaciones y atravesar los grandes llanos del Campo de San Juan o la Mancha de Criptana. Atrás quedaban apuros y gentío, el pasto abundaba y no era raro que al llegar a los despoblados la cabaña se detuviese hasta un día completo (sobre todo si había abrevaderos cerca) mientras los pastores disfrutaban de una merecida jornada de asueto. El grupo podía esperar entonces al regreso del yegüero con las viandas compradas en el pueblo más cercano. Claro que, de apretar las hambres, siempre había recursos de última hora a los que echar mano: sartén y aceite al fuego, junto a la “majada”; pan de unos días, pimiento y ajo; chorizos y panceta bien fritos, uvas cogidas sobre la marcha… y en un momento ya estaban listas las migas de pastor tan socorridas (y elogiadas también) a lo largo de nuestra historia:

“Se comía, allá arriba, lo que salía al paso, lo que daban los pasmados venteros: chorizos tostados, chorreando sangre, unas migas, huevos fritos, cualquier cosa; el pan era duro, ¡mejor! el vino malo, sabía a la pez, ¡mejor! esto le gustaba a Quintanar; y en tal gusto coincidía con su esposa, amiga también de estas meriendas aventuradas, en las que encontraba un condimento picante que despertaba el hambre y la alegría infantil.”

La Celestina. Fernando de Rojas. 1499.

Aspecto de una Cañada Real para paso de ganado. Autor,

                                                      Aspecto de una Cañada Real para paso de ganado.

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Bombos, o el arte de la Piedra Seca

Bombo Tomelloso

En la España meseteña del interior volcada secularmente en la agricultura, donde los municipios son tan extensos y las distancias entre pueblos y ciudades se dilatan enormemente, fue necesario desde antiguo la construcción de habitáculos en el campo que cumpliesen con funciones muy específicas. En muchos casos se trataba de simples refugios para el ganado y de carácter muy provisional. Otras, la estructura podía circunscribirse al fenómeno de vivienda dispersa tan común en nuestro país. A medio camino entre los dos es donde debemos situar el fenómeno del Bombo.

El Bombo, muy común en Tomelloso pero extendido de forma amplia por toda la geografía castellano-manchega, desde Valdepeñas hasta Albacete, es una construcción sólida, edificada para permanecer y de carácter exclusivamente rural. En un medio y un tiempo anteriores a los vehículos a motor, cuando las tierras de labor se encontraban a varias leguas y no era posible ir y volver al pueblo en un mismo día, los trabajadores debían permanecer sobre el terreno mientras duraban las faenas agrícolas de la temporada. Esa necesidad les obligaba a construir instalaciones para albergar a los labradores y gañanes, dar refugio a las bestias de labor o guardar sus aperos de labranza durante las interminables jornadas trascurridas en el campo, y que a menudo se extendían a lo largo de semanas e incluso meses.

Bombo y museo del carro, Tomelloso.Bombo y museo del carro, Tomelloso.

El rasgo más característico de los Bombos es su carácter utilitario y funcional, exento de adornos. La sobriedad y la economía eran señas de identidad y reflejo a su vez de un modo de vida donde el trabajo y el vínculo a la tierra estaban íntimamente unidos a la personalidad de los tomelloseros. En su interior, una pequeña abertura en la pared a modo de alacena, y soportes en los muros para colgar aperos, hatos de comida y manto de faena. Poco más se ofrecía a la comodidad del labriego. Las únicas aberturas eran la puerta, adintelada y orientada al sur, y el conducto cilíndrico de la chimenea. Las estancias eran también pocas, y el mobiliario se completaba casi siempre con camastros de piedra, poyos para descansar y una cuadra con pesebres destinada a los animales (que también proporcionaba calor a la estancia).

Desde el punto de vista histórico se argumenta que los bombos actuales podrían tener su origen en construcciones de piedra de edad prehistórica. Sin embargo hay que avanzar hasta el siglo XIII, con la llegada de la Mesta, para documentar en la zona manchega elementos similares y que hoy todavía abundan, como corrales para el ganado y chozos de pastores. El chozo servía al igual que el Bombo de cobijo y vivienda temporal, pero tenía un carácter mucho más provisional al no construirse enteramente en mampostería (la techumbre solía ser de ramaje o carrizo). A mediados del siglo XIX, cuando se extendieron los campos de viñas en Tomelloso, estas necesidades se hicieron evidentes ya que la vid requería de una mayor dedicación que otros cultivos como el cereal, lo que hizo inevitable el trabajo in situ de gañanes y labriegos durante largos periodos de tiempo. Fue entonces cuando surgió la figura del Bombo, que en modo alguno puede catalogarse como una construcción provisional. 

En Tomelloso la construcción del Bombo no era una tarea sencilla. Los lugareños aprovechaban el material que tenían más a mano, la piedra, apilándola en diferentes acabados sin ningún tipo de argamasa para conformar un paisaje que hoy se considera de gran valor estético en amplias zonas de España, Francia o Italia: la arquitectura de piedra seca. Para ello utilizaban lajas de piedra caliza, resistentes y de fácil manejo, que se extraían de la propia tierra de labor a medida transcurrían las faenas agrícolas. Estas piedras iban acumulándose después en montones más o menos grandes entre los campos, por lo que hoy es habitual que los bombos estén situados precisamente en los límites de parcelas y próximos a los caminos rurales. Una vez rellenados los cimientos, se disponían las lajas de piedra más grandes formando una pared de 2 muros con un hueco interior que luego se rellenaba de piedra suelta. A medida que aumentaba la altura, y siempre sin argamasa, las piedras iban siendo cada vez más pequeñas hasta que el constructor comenzaba a hacer volar ligeramente cada hilada hacia el interior, conformando así la bóveda del Bombo. El anillo del vértice, de pocos centímetros de apertura, se cubría finalmente con una piedra gruesa para dar término al edificio.

El sol cae a plomo sobre tejados, corrales y plazas de piedra. A su alrededor los campos, adormecidos, exhiben el verde intenso de las viñas cruzado desde todos lados por cintas polvorientas de un blanco terroso. Por estos caminos sin sombra avanzan los gañanes junto a las yuntas de mulas, que arrastran con aire apesadumbrado carros cargados de pertrechos y el consabido “hato” de una semana. Todo es viña alrededor. En lontananza se advierte una figura solitaria, vibrante y difusa a través del aire recalentado. A medida que el labriego se acerca su perfil va achicándose y adquiere proporciones reales, como la cáscara de un huevo invertido, toma poco a poco el color de la piedra y termina confundiéndose casi con el paisaje resabiado de la llanura. Es la misma roca utilizada desde que se tiene memoria, la roca revuelta en la tierra y sacada con esfuerzo a los pies del arado, la roca acumulada durante siglos para construir majanos y refugios, quinterías y hasta las casas familiares en el pueblo. El hombre se dirige hacia allí y a poco detiene las mulas junto a la pequeña construcción circular, sin adornos, solida y funcional como la propia viña que lo rodea. Comienza otro día de faena.

                                                                       

El Bombo, elemento básico en la personalidad de unas gentes volcadas en la tierra y en la vid, sigue estando presente en el paisaje. Ese es el legado de Tomelloso, afortunadamente todavía en pie. Esperemos que su figura siga siendo un canto a la agreste tierra de Castilla y que continúe alojando en su memoria el perfil de sus amplios horizontes, sus campos requemados y, por qué no, la figura secular del arriero, poesía viva como el propio palpitar de una tierra que no conoce edad.

“Los arrieros y sus largas recuas de mulas, adornadas con campanillas de monótono tintineo. Vedlos, con sus rostros atezados, sus trajes pardos, sus sombreros gachos; ved a los arrieros, verdaderos señores de las rutas de España (…)”. George Borrow. La Biblia en España