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Covadonga, el bosque y los suyos

Lagos de Covandoga ecoturismo sabersabor.es

Lugar divino de celtas, astures y visigodos, así como de los cristianos de la Era Moderna, la montaña de Covadonga es Parque Nacional desde hace 99 años


Los celtas que tenían por norma divinizar todos aquellos elementos sobresalientes de la Creación, hicieron divino al lobo, como al sol y a las mágicas montañas. Vindius fue una de éstas. Nieves eternas cubrían la mole de Vindius, grandiosa en comparación con las demás montañas cántabras que la rodeaban, y a Vindius y sus cimas aledañas, que hoy son Picos de Europa, se encaramaban los celtas primero y astures años después, cada vez que el enemigo los obligaba a abandonar sus tradicionales castros situados en las praderas de la costa.
Allí se defendieron del acoso romano en el siglo I y del árabe en el VIII. Para hacer frente al asalto de la Media Luna decidieron aliarse con los cristianos visigodos, y de aquella victoriosa unión rebautizaron al divino Vindius como Peña Santa de Covadonga.

Basílica de Santa María la Real de CovadongaBasílica de Santa María la Real de Covadonga

Lago Enol CovadongaLago Enol


“Conservar este lugar único para que los animales salvajes no sean molestados por nadie…”


Pero como todas las fes masivas de nuestra era, la veneración que sienten los excursionistas por este lugar puede acabar con lo más sagrado que tiene, que es la propia vida salvaje. Más de millón y medio de visitantes al año (dos millones en el año 2016) están traicionando el objetivo primero de la ley de creación del Parque Nacional: “… Conservar este lugar único para que los animales salvajes no sean molestados por nadie…”. Fue en julio de 1918 cuando, a instancias de Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, Alfonso XIII firmaba dicha ley, tras una visita al lugar. Ser el primer parque del territorio español no le había valido de mucho a la montaña de Covadonga, según quedó constancia en la pasada década de los noventa. La estricnina y los cazadores furtivos prácticamente habían aniquilado al sagrado lobo de los celtas y al oso, también sagrado para todas las civilizaciones menos para la nuestra. Y casi también habían liquidado al quebrantahuesos, rara avis del Pirineo, absoluta joya de nuestra maltrecha fauna ibérica.
Cuando en el verano de 1904, Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y Gregorio Pérez, el Cainejo, escalaron el Picu Uriellu –Naranjo de Bulnes, nombre salido de alguna parte- no se explicaban cómo en la cima, a 2519 metros de altura y rodeada de paredes verticales, podía haber diseminados tantos huesos de rebeco. No se trataba de una raza extinguida de rebecos escaladores, sino de los huesos que la gran ave carroñera estrellaba contra las rocas en su intento por extraer los tuétanos.
Hoy, reintroducir al lobo, al oso y al quebrantahuesos, entre otras especies, no es tarea fácil, sobre todo por lo que respecta a los dos primeros, dados los cambios importantes que el entorno ha sufrido, la pérdida de cabaña ganadera y, por encima de todo, del frágil silencio natural que el pulular de los cientos de excursionistas viene rompiendo a diario.

Lago ErcinaLago Ercina

Invierno en CovadongaInvierno en Covadonga


Las grandes diferencias de altitud entre unas zonas y otras zonas del Parque le permiten ofrecer muy diversos ecosistemas


La flora y fauna de Covadonga y Picos de Europa es enormemente variada gracias a su amplio rango de altitudes, que va desde los 150 metros en su zona más próxima al mar hasta los 2500 metros tan sólo 20 kilómetros tierra adentro. En las partes bajas, se da una densa vegetación de zarzas, avellanos y frondosas. En la zona media, brezo y tojos, que por aquí reciben el precioso nombre de árgomas, envueltos en arándanos, frutos del bosque azulados que también llaman mirtilo y que con la miel eran manjar del oso. Y en las praderas altas, vegetación escasa y rala la de estas cumbres peladas, quemadas por el frío riguroso y que en verano revientan como por encanto cuajadas de una miríada de diminutas flores alpinas. Narcisos, ranúnculos, jarillas enanas, geranios, resedas, siemprevivas y gramíneas… Delicia para el botánico, profesional o aficionado, siempre y cuando recordemos, como escribió Tagore, “que no por arrancarlas te quedarás con la belleza de las flores”.
Otra protagonista de la vida en el macizo es el agua. El famoso chorro de la cueva de la Santina, la Virgen de Covadonga, compite con los lagos Enol y Ercina, no menos famosos gracias a la Vuelta Ciclista a España y a sus polémicas metas en pleno corazón del Parque Nacional. Y los ríos Cares y Deva, trucheros y hasta salmoneros, ponen música, desde el fondo de sus gargantas, a uno de los más impresionantes paisajes de toda la orografía ibérica.
De las formas del paisaje, todo cuanto se ve transgrede la línea recta, ese sinónimo de naturaleza desterrada. En Covadonga, lo agreste impera.

El bosque y los suyos. Las cumbres que lamió el hielo dejando esa saliva de plata que hoy llamamos lagos. El rascarle al cielo su bajo vientre y el abrazo ya indisoluble de la historia de los humanos y de la Naturaleza hacen de nuestro primer Parque Nacional también nuestro primer Parque Emocional. Y es que, aunque quieran hacérnoslo olvidar, no sólo somos de la historia: somos también de los paisajes.



Un artículo de Antonio Bellón Márquez

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La Liébana, Morfeo y el secreto de la hibernación del oso

La Liébana, Morfeo y el secreto de la hibernación del oso

El oso ibérico, refugiado en las últimas estribaciones salvajes de las montañas cantábricas y pirenaicas, sigue siendo un animal totémico para nosotros. Cuando podía vivir a sus anchas en Europa, Asia y Norteamérica, ocupaba no solamente las montañas y los bosques cerrados, sino terrenos abiertos y de fácil accesibilidad donde en el pasado debió de tener frecuentes choques con el ser humano. Y éste terminó erigiendo un culto al oso, que todavía se conserva entre los asiáticos Ainu y que debió de ser común en la prehistoria, quizá motivado por el aspecto lejanamente humano del señor de los bosques. Las montañas cántabras de la comarca de Liébana viven ahora un acontecimiento de singular trascendencia para esta especie: la retirada de los individuos hacia las cuevas más recónditas de la montaña, y el inicio de un periodo biológico que todos conocemos con el nombre de hibernación, pero que hasta hace poco no ha sido plenamente desvelado por los científicos. ¿Qué secretos se esconden tras el largo sueño invernal del oso pardo ibérico?

 

1. Cosgaya, en el municipio de Camaleño. Autor, JKD

Cosgaya, en el municipio de Camaleño. Autor, JKD

2. Oso pardo al acecho. Autor, N. Feans

Oso pardo al acecho. Autor, N. Feans

Ciertamente, durante estas últimas semanas el oso ha estado, literalmente, atiborrándose de comida. Este plantígrado no es solamente omnívoro (es decir, que consume todo tipo de alimentos), sino además extraordinariamente sensible a los placeres de “la buena mesa”. El colosal gourmet llega hasta el punto de, olvidando su providencial cautela, dejarse sorprender por el día si encuentra un manjar que lo tiente. El régimen del oso varía con las estaciones. En primavera, cuando las frutas y bayas son aún escasas, este animal captura una mayor proporción de animales seleccionados de una amplia carta. Viendo sus grotescas zarpas, cuesta creer en la habilidad con que el oso las emplea para volver piedras en busca de lombrices e insectos, catar colmenas, desenterrar ratones, pescar truchas o salmones e, incluso, abatir de un certero golpe ovejas y terneros. Las reses abatidas no son comidas totalmente en una sola noche, y el prudente cazador esconde los restos de su festín bajo una cubierta de ramas, para volver a los dos días y acabar lo empezado.

 

3. Panorámica de la comarca. Autor, Borf the Dog

Panorámica de la comarca. Autor, Borf the Dog

Después, a medida que avanza el año, la dieta se diversifica para incluir el mundo vegetal. Los osos muestran gran glotonería devorando frutas cuando les es posible, suben a los árboles a cogerlas y, si las ramas son demasiado finas para soportar su peso, las sacuden para hacer caer los preciados alimentos. En octubre bajan a buscar castañas, y tras ellas las bellotas del roble, la encina y los hayucos, de lo que se deduce que los hidratos de carbono son fundamentales para que el oso acumule la grasa necesaria para su hibernación. Hacia la mitad de diciembre, gordos y saciados, casi todos los individuos que viven por encima de los mil doscientos metros se retiran a hibernar.

 

4. Monasterio de Santo Toribio de Liébana, cerca de Potes. Autor, Guillenperez

Monasterio de Santo Toribio de Liébana, cerca de Potes. Autor, Guillenperez

El refugio de invierno, al contrario que los abrigos del buen tiempo, es único, y por ello los osos lo eligen cuidadosamente dotándolo de la mayor comodidad posible. Prefieren grutas naturales situadas entre los mil y mil quinientos metros, orientadas al medio día, en lugares de difícil acceso y que por su ubicación se mantengan perfectamente secas. Frecuentemente, si la entrada de la osera es demasiado amplia, los osos construyen un entramado con ramas de pino y haya, cuidadosamente entremezclado con musgo y dejando siempre un pequeño orificio de paso. Otras veces los osos cierran completamente su cueva, retirando la puerta o colocándola cuidadosamente cada vez que salen o entran. En el interior y en el lugar más seco y protegido, el animal excava una pequeña depresión que hace las veces de cama, y donde deposita una espesa capa compuesta asimismo de musgo, hierbas y hojas secas. La espesura es tal que, cuando el oso se acuesta, su lomo apenas sobresale.

 

5. Paseando por Potes. Autor, Neticola

Paseando por Potes. Autor, Neticola

Extraordinariamente pulcros, los osos siempre orinan y defecan fuera del refugio. No siempre el abrigo invernal está situado en una cueva, pues cuando no puede encontrar una osera rupestre aprovecha árboles huecos y ramas tendidas que formarán una especie de cabaña, protegida perfectamente de la caída de grandes nevadas. La fecha en que los osos comienzan la hibernación varía no solo con la localidad, sino también con las condiciones climáticas de cada invierno, aunque de manera general diciembre es el mes clave para estos menesteres.

 

6. Campiña al sur de Liébana. Autor, Lundur39

Campiña al sur de Liébana. Autor, Lundur39

7. El peculiar oso pardo. Autor, Guillermo Fdez

El peculiar oso pardo. Autor, Guillermo Fdez

Al comienzo de la hibernación, sumamente gordos, los osos salen frecuentemente de la osera para cumplir con sus necesidades biológicas. Poco a poco se reduce esta actividad hasta que el intestino queda vacío, tras lo cual solo necesitan salir para expulsar la pequeña cantidad de orina que producen los riñones. Al final del tubo digestivo, una vez vacío, se forma un verdadero tapón de células epiteliales y secreción mucosa. De hecho, durante la hibernación todas las funciones fisiológicas están amortiguadas, particularmente el latido cardiaco y la respiración. La temperatura corporal desciende. Pero lo más característico de este estado es el metabolismo de las grasas, que debe proporcionar la energía suficiente para compensar al organismo la falta de alimentación. La grasa se acumula sobre todo en el abdomen y puede ser de hasta 40 kg en algunos ejemplares, es decir, hasta un cuarto del peso total del animal.

 

8. Potes. Al fondo, el macizo de Ándara nevado. Autor, Only J.

Potes. Al fondo, el macizo de Ándara nevado. Autor, Only J.

El sueño invernal del oso está interrumpido por frecuentes despertares y no es lo que podríamos llamar un estado de sueño profundo, como ocurre con sus vecinas las marmotas. Su estado es simplemente el de un sopor más o menos ligero, manteniendo sus sentidos siempre alerta hasta el punto de detectar con suficiente antelación la llegada de un enemigo, a fin de huir o hacerle frente. Con los buenos días de invierno, soleados y tentadores, algunos individuos salen en mitad de su hibernación y disfrutan de unos buenos baños de sol. Ello ha dado lugar a la creencia de que ciertos osos, a pesar de habitar en lugares fríos, no hibernan. También puede haber influido en esta creencia la observación de osos que tuvieron que abandonar su retiro invernal, molestados por cazadores, y que buscan otros refugios de emergencia y necesariamente menos confortables. En cualquier caso, todavía queda mucho para la llegada de la primavera, cuando el rey de la Liébana recupera su pasada vitalidad saliendo de la cueva como un ser totalmente depauperado, y cuyo único objetivo en la vida es simplemente éste: comer.

 

9. Cabellera de niebla en Picos de Europa. Autor José Miguel

Cabellera de niebla en Picos de Europa. Autor José Miguel

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Somiedo. El misterio de la otoñada y caída de la hoja

Somiedo. El misterio de la otoñada y caída de la hoja

Llegan los últimos meses del año, y sin faltar a la cita comienza el espectáculo de la otoñada y la caída de la hoja en numerosos bosques españoles. Quizás sea Somiedo, en Asturias, el lugar más a propósito para disfrutar del baile cromático que ofrece la naturaleza por estas fechas, cuando los tonos rojos, amarillos y anaranjados campean a sus anchas entre el verde de los prados para despedir, una vez más, a la benigna estación estival. El Parque Natural de Somiedo es uno de los espacios protegidos más importantes de España, y fue declarado Reserva de la Biosfera en el año 2000. En su agreste territorio pueden contemplarse todavía las famosas cabañas pasiegas, utilizadas desde antiguo por los pastores trashumantes; los pastos altos para el ganado, también denominados brañas; o ríos montanos como el Pigüeña, el Valle o el propio de Somiedo, que se abren paso a través de profundas hondonadas cubiertas de robledales y hayedos, y donde el oso es sin duda el representante animal más apreciado.

Somiedo es el paraíso de montaña por excelencia de la cordillera Cantábrica, y el lugar que hemos elegido para ilustrar uno de los fenómenos más admirados y fotografiados del mes de octubre… ¿Cuál el secreto que se esconde detrás de este despliegue colorista? ¿A qué se debe en realidad el misterio de la otoñada, un fenómeno que se repite año tras año y que precede a la desnudez de los bosques norteños durante el invierno?

2. Los tonos anaranjados del otoño. Autor, Aitor garcía Viñas

Los tonos anaranjados del otoño. Autor, Aitor garcía Viñas

3. Paisaje de otoño en Somiedo. Autor, Cangués

Paisaje de otoño en Somiedo. Autor, Cangués

Las hojas, gracias a la presencia de clorofila en grandes cantidades, producen a lo largo de su vida útil todos los alimentos que la planta necesita para crecer. Los métodos que utiliza para ello exigen que sean planas, a fin de captar la luz del sol, y finas para permitir que los gases y el vapor de agua se difundan libremente a su través. En zonas tropicales, con su abundante calor y humedad, esta forma no presenta problema alguno. Pero allí donde el clima se recrudece en ciertas estaciones del año, las hojas sufren y resultan muy vulnerables.

 

4. La proximidad del invierno. Autor, Gerald Brazell

La proximidad del invierno. Autor, Gerald Brazell

Éste es el caso de las tierras más norteñas, como en Europa y en gran parte de la Península Ibérica. A medida que el año se acerca a su fin, los días se vuelven más cortos y se reduce el número de horas hábiles para el funcionamiento de las hojas. Bajo estas condiciones ya no puede producirse el alimento, y muchas plantas dejan realmente de estar activas. En latitudes elevadas, además, el frío hace que el suelo se hiele al llegar lo más duro del invierno, por lo que la humedad que contiene queda atrapada en forma de hielo, y las raíces de las plantas ya no pueden extraerla. Las células de las hojas también corren peligro de helarse. Si ello ocurriera, los tejidos reventarían y la hoja se destruiría.

 

5. Puerto de Somiedo. Autor, Pena Muxiven

Puerto de Somiedo. Autor, Pena Muxiven

6. Dorados junto al río. Autor, d'Antela

Dorados junto al río. Autor, d’Antela

Con estas condiciones solo los árboles provistos de hojas duras y especiales, a menudo en forma de aguja, pueden mantener su actividad durante el invierno y seguir alimentándose sin demasiados problemas. Es lo que ocurre con la inmensa mayoría de las coníferas siempre verdes, y debido a ello predominan en zonas extremas de alta montaña donde otras especies no pueden sobrevivir. Pero los árboles de hoja ancha deben prescindir de su “fábrica de alimento” si no quieren correr el riesgo de helarse. De esta forma, robles, hayas, olmos, chopos, abedules y el resto de especies caducifolias revelan por estas fechas el proceso que todos conocemos como “otoñada”, y que nos anuncia de manera inequívoca la proximidad del frío extremo y de la nieve.

 

7. Montañas del Parque Natural, y otoño. Autor, Óscar Ramos

Montañas del Parque Natural, y otoño. Autor, Óscar Ramos

Todo comienza sin embargo mucho antes. En realidad, debido a las peculiaridades de la órbita terrestre, la señal es lanzada ya en el inicio de la estación estival. A finales de junio y tras el solsticio de verano, el día más largo del año, las jornadas van haciéndose imperceptiblemente más cortas, y con la bajada otoñal de temperaturas y las primeras inclemencias del tiempo, los árboles “intuyen” dichos cambios y aceleran el proceso. Así, una de sus primeras precauciones consiste en cubrir las tiernas yemas con escamas duras y coriáceas, que las protegerán del frío y la desecación hasta la llegada de la primavera.

 

8. Otoño y fabada asturiana, la mejor combinación. Autor, Doctor Canon

Otoño y fabada asturiana, la mejor combinación. Autor, Doctor Canon

9. Cabañas pasiegas y nubes bajas de Somiedo. Autor, Nepuerto

Cabañas pasiegas y nubes bajas de Somiedo. Autor, Nepuerto

La pérdida de las hojas se debe a una combinación de factores físicos y biológicos inducida por la acción de un compuesto denominado ácido abscísico. Con la acumulación de esta sustancia, producida de manera natural en muchas plantas, el árbol “sabe” que ha llegado la hora de desprenderse de su follaje y pone en marcha el proceso que desembocará en el parón invernal. La presencia del ácido impide además que broten nuevas hojas antes de la fecha prevista, lo que podría ocurrir en los breves periodos de buen tiempo que a menudo se suceden hacia la mitad del invierno. En cualquier caso, la caída de las hojas es motivo de estrés para los árboles caducifolios, que deben desprenderse de una gran cantidad de materia aparentemente inservible y reducir al mínimo su actividad biológica.

 

10. Reflejo de otoño en el lago. Autor, Bert Kaufman

Reflejo de otoño en el lago. Autor, Bert Kaufman

Antes de que esto suceda, sin embargo, los árboles reutilizan al máximo todos sus compuestos útiles: la clorofila se descompone en unidades menores que migran hacia las ramas, y lo mismo ocurre con otras sustancias como vitaminas, azúcares e incluso sales minerales. La hoja pierde su flexibilidad al retirarse la savia que la mantenía viva, y las tonalidades verdes propias del verano desaparecen poco a poco, dando paso a los bellos colores propios de nuestros bosques en el mes de octubre. Estos tonos otoñales tienen en realidad dos orígenes: los pigmentos rojos, por ejemplo, se sintetizan de nuevo cada otoño, probablemente para proteger a la hoja moribunda de los nocivos rayos ultravioleta del sol. Los amarillos y naranjas, en cambio, son pigmentos presentes siempre en las hojas y que se vuelven visibles solo con la desaparición de la clorofila, la sustancia que aporta el color verde dominante durante el resto del año.

 

11. El río Pigüeña, uno de los cuatro existentes en el Parque. Autor, Niño Pera

El río Pigüeña, uno de los cuatro existentes en el Parque. Autor, Niño Pera

12. Hojas de roble durante el otoño. Autor, Mr Porse

Hojas de roble durante el otoño. Autor, Mr Porse

En el momento crítico de la caída de la hoja, los tejidos unidos al tallo desarrollan dos capas de células muy especiales: la primera, más cercana al limbo foliar, es gelatinosa y quebradiza para que la más leve brisa permita desprenderlas en grandes cantidades y dejarlas caer revoloteando hasta el suelo; la segunda, más cercana al tallo, es dura y de textura similar al corcho, lo que servirá para sellar la zona de ruptura cuando se desprenda la hoja. El proceso se debe curiosamente a una sustancia que las plantas producen diariamente, el etileno, y que es conocido asimismo por su utilización comercial para acelerar la maduración y caída de muchos frutos (la famosa frase «una manzana podrida echa a perder el cesto» tiene precisamente en el etileno su fundamento científico puesto que, cuando una fruta madura desprende etileno, acelera la maduración de las frutas que se encuentran alrededor).

 

13. Espectacular vista del Lago de Valle, en Somiedo. Autor, Ignaciofedz

Espectacular vista del Lago de Valle, en Somiedo. Autor, Ignaciofedz

¿Interrumpen realmente su crecimiento los árboles de hoja caduca durante la estación invernal? Sin duda, y hay una manera muy sencilla de comprobarlo: durante el verano, cuando las hojas producen alimento y el crecimiento alcanza su vigor máximo, los troncos aumentan su circunferencia. Sin embargo, a medida que avanza el otoño y se pierde el follaje estival, estos árboles entran en un periodo de carestía y las nuevas células son cada vez más pequeñas, hasta que a mediados del invierno su producción se detiene por completo. El cambio anual produce un anillo graduado en la madera del tronco, fácil de ver si se secciona con una sierra mecánica, y es precisamente la cantidad de anillos en un árbol lo que revela de cuántos veranos ha disfrutado, y también cuántos inviernos de penuria ha superado con éxito. Es más, las dimensiones de los anillos (anchos durante los años buenos, estrechos durante los malos) constituyen un registro perfecto de las variaciones del clima a lo largo de la vida del árbol.

Éste es el secreto de la portentosa belleza de Somiedo durante estas fechas: los colores del ocaso pintados en laderas y valles, y el ciclo de la vida vegetal a punto de cerrarse ante la proximidad del invierno. Todo volverá a renacer, no cabe duda. Pero hasta entonces… El espectáculo está servido.

 

14. Hojas caídas. Autor, Ramón Peco

Hojas caídas. Autor, Ramón Peco