Publicado el Deja un comentario

Descubriendo el Museo Palmero de Almodóvar del Campo

Hay gente que nace con estrella, otra estrellada, y otra que tiende a buscar el camino hacia las estrellas. En el caso del Maestro Palmero, es una extraña combinación de estas tres casualidades

Alfredo Palmero de Gregorio nace el 12 de marzo de 1901 en Almodóvar del Campo y ya desde pequeño va a dar muestras de una decidida vocación por la pintura. Forma parte de una saga o generación de artistas que, en el primer tercio del siglo XX, hicieron de La Mancha uno de los principales focos artísticos de la época: Gregorio Prieto, Antonio López, Francisco Carretero, Ángel Andrade, Benjamín Palencia… A nivel internacional destacaban por aquel entonces mujeres de la talla de Catalina Sandalia (La Tía Sandalia. Representante del arte naif más popular), Leonora Carrington, Maruja Mallo, Georgia O`Keefe, Frida Kahlo y Lee Krasner entre otras.

Pintor de inspiración impresionista su temprana vocación y afición serán los impulsores de su traslado a Madrid con solo 14 años donde comenzaría su formación en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde coincidiría con Gregorio Prieto, Joaquín Valverde, Juan Esplandiú entre otros.

Destacamos una entrevista que realizó al diario El Defensor en marzo de 1920 donde nos da unas pinceladas sobre algunos aspectos de su personalidad artística: mi carácter que es variable y que hoy evoluciona al querer abarcar mucha técnica, me hace pasar entra la gente del pueblo, por un niño de esos estúpidos y se me tilda de tonto; son casos de incomprensión que tenemos que aguantar en esta sociedad caduca; mi temperamento en sí creo hermana con Velázquez.

Su estancia en la capital entre 1915 y 1920 le permitirá imbuirse en el ambiente bohemio de la misma asistiendo a las tertulias de conocidos cafés como El Parnasillo o La Fontana de Oro llegando a ser contertulio de importantes personalidades de la época como Unamuno, García Lorca o Manuel de Falla.

En ese mismo año expuso por primera vez en el Casino de Ciudad Real, y posteriormente viajó a París —donde entró en contacto con las principales corrientes artísticas de la época como el dadaísmo y personajes como Apollinaire—, e Italia (1928), acompañado de su buen amigo, el escultor Felipe García Coronado. De esta etapa destacamos una pintura marcada por la riqueza cromática, luminosidad, y de gran agudeza perspectiva como las obras del Folies Bergere, Montmartre, Montparnasse

Las principales influencias en su obra: Velázquez, Goya, Manet, Degas, Picasso y Renoir (al que Alfredo Palmero retrató en su propio taller)

También es conocida su faceta como docente impartiendo clases el Instituto de Enseñanza Media de Ciudad Real. Desde este centro docente fue trasladado a Burgos, para pasar posteriormente a Toledo y finalmente a Barcelona.

Para Alfredo el espíritu del arte pasaba por depurar la esencia de la raza, en el campo, al aire libre según lo requieren los preceptos modernistas.

Pintar un cuadro en una hora o pintar los 183 personajes de la obra El Quijote, forman parte de las numerosas anécdotas y hazañas artísticas que convirtieron a Alfredo Palmero en el conocido Maestro Palmero

En la década de 1960 fundó en su localidad de origen, Almodóvar del Campo, el Museo Palmero, lugar escogido por la familia para conservar el legado del artista. Años más tarde, en 1970 y en Barcelona, fundó el Museo e Instituto Palmero de Arte, ubicado en una antigua masía del siglo XV.

La proyección tanto nacional como internacional de Alfredo Palmero es indudable, con exposiciones realizadas en el hotel Carlton de Bilbao, en el salón Cano de Madrid, en las galerías Grifé & Escoda, Augusta y Barcino, de Barcelona, así como en Valencia, Santander, La Coruña, Zaragoza, Bruselas, Nueva York, París, Londres, Ámsterdam, Múnich, Lisboa, Osaka, México, Venezuela, Argentina…

En 1983 hizo pública la “Colección Cervantina” en su propio Museo y en los Museos Metropolitan de Palm Beach y de Bogotá.

Miembro de honor del Instituto de Estudios Manchegos, falleció en Barcelona el 5 de marzo de 1991.

Alfredo Palmero tenía la buena costumbre de ir coleccionando diferentes objetos que le llamaban la atención. Desde enormes vasijas hasta vestigios de origen romano. ¿De la cercana ciudad romana de Sisapo tal vez?

Museo Palmero

El museo fue inaugurado en 1960 y contiene una colección particular de las obras del pintor Alfredo Palmero, así como algunos objetos personales, esculturas, cerámicas, además de obras de otros artistas coetáneos o relacionados con el pintor.

Está dividido en tres salas principales, cada una de las cuales corresponde a una etapa de la vida del pintor:

Primera sala

Está dedicada a la primera y la segunda etapa de la obra artística del Maestro Palmero que abarca los años 1914 a 1937, una época muy marcada por los viajes de juventud, pero sobre todo por su estancia en Madrid donde tuvo como maestro a Menéndez Pidal y realiza su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Dentro de esta sala hay un espacio dedicado a la segunda etapa del artista, donde se pueden ver las obras realizadas desde el final de la Guerra Civil Española hasta el año 1958, período en el que el Alfredo se establece en Barcelona con su familia, realiza sus primeras exposiciones y vende sus primeras obras.

Segunda sala

Es la sala principal del museo y está dedicada a la tercera etapa del Maestro Palmero, su época de esplendor y madurez artística. Durante este período se impregna sus obras de una temática variada: paisajes urbanos y ambientes burgueses de Madrid, París o Roma, animales (caballos principalmente), temática cervantina, La Mancha y la mujer.

Dicen que el azul es uno de los colores más difíciles, y, por tanto, menos utilizados, por los pintores. Pues nada, ahí estaba el ya Maestro Palmero para ir a contracorriente, pintando angelicales y bellos caballos blancos sobre misteriosos fondos azules… Lo más curioso es que Alfredo nunca tuvo caballo propio, ni caballos modelo, pero los pintaba mejor que nadie, con un sobresaliente realismo.

Tercera sala

La última sala está dedicada a varios artistas coetáneos al pintor que dejaron su huella o influyeron en la obra del Maestro Palmero (Cecilio Pla o Julio Romero de Torres son buen ejemplo de ello). Igualmente encontramos un espacio dedicado a la Saga Palmero representada por su hijo, ya fallecido, Miguel Ángel y el nieto del mismo nombre conocido en el universo artístico como Freddy Palmero, los cuales continuaron y continúan con el legado familiar.

Por último, en la planta superior se encuentra el taller del artista durante muchos años: su lugar de trabajo, de creación e inspiración, y donde realizó sus primeras obras.

Entre todos los cuadros, hay uno que os llamará poderosamente la atención. En realidad, una mujer llama poderosamente la atención. Perfectamente bella, diferente al resto. Esa mujer tiene luz, y según nos ha contado Carmen, el Maestro Palmero (¿adivináis dónde está en el cuadro?) se encarga de darle todavía más luz, mientras que el resto de personajes de la escena, de la alta sociedad madrileña, aparecen en tonos más oscuros, incluso en la sombra. ¿Quién será esta bella mujer? ¿Una obsesión del Maestro Palmero?

Sin duda, el Museo Palmero es uno de los principales reclamos turísticos de Almodóvar del Campo, tanto para amantes y especialistas del arte como público en general interesado en iniciarse en el conocimiento de uno de los artistas con mayor proyección de nuestra tierra, contemporáneo de grandes pintores y pintoras, y cuya obra es esencial para comprender las principales corrientes de la época y el contexto en el que se mueve nuestro artista.

Si no eres experto en pintores españoles, aficionado al arte en general, ni conoces la vida de Alfredo Palmero, te recomendamos encarecidamente que realices una visita guiada con Carmen, de la Asociación de Amigos del Museo Palmero y Centro Cervantino (AMPACE).

Imprescindible realizar también las visitas a la Capilla de la Trinidad, Salón de Plenos del Ayuntamiento, Centro Cervantino (Biblioteca Cervantina e Iconografía Cervantina de Palmero), el anexo Centro Cervantino (Mesón y Cueva)…

Planifica tu visita a Almodóvar del Campo y al Museo Palmero con nosotros. Solicita más información o recomendaciones para preparar tu escapada AQUÍ

Un artículo de José Manuel Lucerón para sabersabor ©

Publicado el 2 comentarios

Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (3ª Parte)

Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (3ª Parte)

Dado el entusiasmo que a Felipe IV le inspiraban las comedias, deducimos que aquel Real Sitio creado para su placer no podía estar sin representaciones teatrales que le permitieran alimentar su distracción favorita, y además hacerlo a lo grande, sin el incógnito y el misterio con que asistía a veces a los corrales públicos. De esta forma, al construirse el palacio del Buen Retiro se dispuso en su ala meridional un salón para representaciones teatrales. Después, en 1639, terminó de levantarse el llamado “Coliseo del Buen retiro”, más amplio y suntuoso que los corrales públicos y adecuado para las más variadas complicaciones de tramoya. Era el teatro oficial de la corte, y durante cierto tiempo solo asistían a él las personas distinguidas que el soberano gustaba de invitar. Sin embargo, la mayoría de las veces estaba abierto al público y aún con entradas de pago, al menos con parte de las localidades.

Estampa invernal. Autor, Sabersabor.es

Estampa invernal. Autor, Sabersabor.es

El escenario del “Coliseo del Buen Retiro” aventajaba en magnitud a cualquier teatro conocido en Madrid, y tenía además el privilegio de que podía abrirse por el fondo hacia el jardín, haciendo que éste formara también parte de las representaciones cuando se trataba de paisajes con árboles (preludio de lo que sería después el teatro de la Naturaleza). La etiqueta para asistir a estas representaciones debió ser estricta a juzgar por el comportamiento de la propia familia real, sus acompañantes y sus damas de honor. Según el relato del francés Bernaut:

“Entraron luego el rey, la reina y la infanta, llevando delante una vela una de las damas. El rey, al entrar, saludó a todas ellas, quitándose el sombrero, y se sentó en un cancel; la reina a su izquierda y la infanta a la izquierda de la reina. El rey, durante toda la representación, salvo una sola palabra que dijo a su esposa, no movió pie, ni mano, ni cabeza, solamente volvió los ojos a un lado y a otro, y cerca de él solo había un enano. Terminada la comedia abrazáronse todas las damas y fueron saliendo una tras otra, juntáronse en medio y asiéronse de las manos e hiciéronse mutuamente reverencias, que duraron un cuarto de hora, porque las hacían una tras otra. En tanto el rey estaba con el sombrero en la mano. Al fin se levantó también e hizo una reverencia a la reina, la cual hizo lo propio con la infanta”.

Cabaña del pescador. Autor, marcp_dmoz

Cabaña del pescador. Autor, marcp_dmoz

Atardecer. Autor, Javier Martin Espartosa

Atardecer. Autor, Javier Martin Espartosa

Felipe IV gustaba de las representaciones espectaculares y con complicados efectos visuales y sonoros (lo que hoy identificaríamos con un buen film de George Lucas o James Cameron), aunque respetasen poco el argumento original. Así, ante los ojos del atónito espectador se hacían surgir inundaciones, lluvias de fuego, tempestades furiosas, terremotos, o bien aparecían centenares de comparsas en desfiles de ejércitos y pasos de procesiones. Además, las funciones del Buen Retiro duraban una media de cinco a seis horas, sirviéndose a los asistentes durante ellas manjares y refrescos en abundancia. No se escatimaban los gastos por cuantiosos que estos fueran, para representar dichas escenas con todo el brillo posible, de modo que en cada obra era normal desembolsos del erario público de muchos miles de ducados.

Cañon y palomas de la paz. Autor, Chatarra.

Cañón y palomas de la paz. Autor, Chatarra

Pero no solo se representaban obras escénicas en el teatro del Buen Retiro, sino que los jardines y el estanque grande servían a menudo para el mismo fin, convenientemente dispuestos. En una de estas representaciones, titulada “Los encantos de Circe”, la isla central del estanque se revistió de corales, moluscos y otros productos marinos, además de adornarla con cascadas de surtidores de agua que caían con gran aparato en el estanque. Al comenzar el primer acto apareció la diosa del mar sentada en su trono (en el interior de una barca, rodeada de nereidas y tritones que cantaban y bailaban en el agua). Ulises aparecía después acosado por una terrible tempestad en la que un monte, dispuesto para la ocasión sobre la isla, desaparecía trocado al instante en un maravilloso palacio de oro, mármol, cristal y pedrería. Todos los compañeros de Ulises quedaron hechizados y transformados en cerdos a causa de los encantos de la diosa. Todos salvo Ulises, por supuesto, quien avisado a tiempo tomó del dios Mercurio un amuleto en forma de flor que le permitiría acercarse a Circe sin peligro. Con lo que no contaba es con la arrolladora pasión que surgió de inmediato entre los dos, mientras de las profundidades del estanque surgían monstruos, ballenas y delfines a rendirles pleitesía (éstos últimos arrojaban al aire surtidores de agua perfumada que salpicaba a los espectadores)… En fin, seis horas de espectáculo ininterrumpido que recordaba insistentemente a las antiguas naumaquias de los romanos o, con mucho menor aparato, lo que en nuestros días constituyen ciertos espectáculos circenses.

Todo el arco iris en una ventana. Palacio de Cristal. Autor, Sabersabor.es

Todo el arco iris en una ventana. Palacio de Cristal. Autor, Sabersabor.es

El Real Sitio del Retiro dejó, pues, una estela brillante en los anales de la pompa regia y del epicureismo cortesano. Fue la apoteosis del placer, de la galantería, de la magnificencia, de la visualidad. Ni Babilonia, ni Roma, ni Venecia, ni París disfrutaron tal vez de fiestas más ruidosas y alegres, de pedestal más propicio para cimentar las glorias fáciles de un soberano gozador… Pero hasta aquel paraíso no llegaban los clamores públicos, y el rey pasó los mejores años de su gobierno ajeno a los graves problemas por lo que atravesaba España. Pues mientras se agotaban allí el ingenio y las arcas del Tesoro Público perdíamos Portugal y el Rosellón; sufríamos sangrientas insurrecciones en Cataluña, Nápoles y Sicilia; fraguábanse planes separatistas en Andalucía y Aragón, y hasta carecíamos de recursos para pagar a los soldados que luchaban en media Europa, y a quienes el hambre y las inclemencias de un tiempo pasado a la intemperie obligaban a la indisciplina y la depredación… El gran drama de España tras los excelsos bastidores del Retiro.

Las fieras. Autor, Franco Caruzzo

Las fieras. Autor, Franco Caruzzo

Publicado el Deja un comentario

San Ildefonso y el palacio real de La Granja. El Pequeño Versalles del rey (2ª Parte)

San Ildefonso y el palacio real de La Granja. El Pequeño Versalles del rey (2ª Parte)

La vida cotidiana de los reyes en el palacio de La Granja era de lo más aburrida. El embajador especial de Francia ante Felipe, mariscal duque de Tessé, pasó en febrero de 1724 por San Ildefonso en medio de un paisaje cubierto por la nieve y la primera impresión que tuvo queda bien reflejada en las siguientes palabras: “es tal vez el más bárbaro y más incómodo lugar del mundo”. Mientras el carruaje avanzaba por los invernales bosques a través de un paisaje desolador, donde no se atisbaba ni un alma en varias leguas a la redonda, el mariscal podía observar sin embargo cómo varios cientos de ciervos vagaban tranquilamente por las cercanías del palacio.

2. La Granja en el lienzo. Autor, Jesuscm

                                                               La Granja en el lienzo. Autor, Jesuscm

En La Granja la corte se limitaba a un grupo de personas de las cuales la más importante era José, marqués de Grimaldo, que se había retirado con el rey y continuaba ocupándose de los asuntos públicos. A causa del total aislamiento se ofrecían pocas oportunidades de variar la rutina diaria de la corte. Por la mañana Felipe e Isabel asistían a misa en la capilla, y por las tardes o bien iban de caza o se alejaban un poco para visitar las iglesias y conventos de Segovia. Si hacía mal tiempo se quedaban en el interior de palacio y jugaban al billar. Las noches, algo más animadas, las dedicaban Sus Majestades a consultar con los confesores y a los negocios que fuese necesario tratar con Grimaldo.

3. Nieve y montañas de la sierra de Guadarrama. Autor, Miguel303xm

                                        Nieve y montañas de la sierra de Guadarrama. Autor, Miguel303xm

El embajador francés contaba ya con la edad de setenta y tres años, y acostumbrado a las excelencias de la corte vecina no estaba para muchos elogios mientras convivió con su anfitrión. Tessé estaba además seguro de una cosa: aparte del rey nadie se sentía del todo feliz en aquel lugar. “Todo el mundo está desesperado de haber de vivir en este desierto” llegó a escribir en una ocasión. Cuando el mariscal habló con los monarcas pudo ver por la expresión de la reina que ésta quería volver a la civilización, aunque quizás la frase más elocuente en este sentido fue la que oyó en boca del propio marqués de Grimaldo: “El rey no está muerto ni yo tampoco, y no tengo ganas de morirme”, añadiendo después en voz baja: “Nada más puedo deciros”.

4. Detalle de una de las salas interiores. Autor, Jaime Pérez

                                                 Detalle de una de las salas interiores. Autor, Jaime Pérez

Después de pasar cinco días en San Ildefonso, Tessé fue a visitar la corte en Madrid. Los sentimientos que se manifestaban en La Granja están de sobra confirmados en las cartas de la propia reina, Isabel de Farnesio, que en su correspondencia de 1724 se refiere al lugar como un “desierto”, “un desierto con ciervos y aburrimiento”, o bien utilizaba expresiones lapidatorias para expresar su desánimo: “no olvidéis a aquellos que viven en el desierto”. El uso de la palabra “desierto” no era en modo alguno exclusivo de sus sentimientos, ya que en Madrid era común referirse al retiro del rey como “aquel desierto”.

5. Espectacular estatua en una de las fuentes. Autor, Luis Miguel García

                                      Espectacular estatua en una de las fuentes. Autor, Luis Miguel García

Felipe, por supuesto, adoraba el palacio que había creado. Era, literalmente, la única residencia en toda España donde se sentía como en casa, y tras su abdicación a favor de su hijo Luis pasó a vivir allí permanentemente. El príncipe de Asturias tenía diecisiete años cuando subió al trono con el nombre de Luis I de España, y fue proclamado rey el 9 de febrero de 1724. El hecho de que además estuviese casado desde los quince años con Luisa Isabel de Orleans, llevada al altar con doce y con un carácter totalmente aniñado y extravagante, da una idea real acerca de en qué manos quedaban las riendas de la nación. A finales de marzo el rey hizo su primera visita de un par de días a San Ildefonso, donde paseó con su padre por los jardines y comentaron algunos de sus problemas más inmediatos. Pero en realidad, a Luis I le interesaban poco los asuntos nacionales y estaba más atraído por las francachelas que organizaba con sus amigos en la corte de Madrid.

6. Aspecto invernal del palacio. Autor, Toni Castillo

                                                       Aspecto invernal del palacio. Autor, Toni Castillo

Luis y su esposa visitaron nuevamente La Granja en verano de ese mismo año, y Felipe aprovechó la estancia para hablar seriamente con su nuera. Ahora Luisa tenía catorce años y se hacía insoportable para todos con su comportamiento imprevisible e indecoroso, lo que en la España ultracatólica del XVIII resultaba imperdonable. La muchacha se hizo muy conocida en la corte por su lenguaje obsceno y su conducta poco menos que disoluta. A menudo no llevaba ropa interior y se movía por los pasillos de palacio cubierta solo con un salto de cama muy ligero, que no dejaba nada para la imaginación. Un noble de la corte, el marqués de Santa Cruz, escribía que “tenemos todo el día un continuado sinsabor, y si no es para perder nuestras saludes no es otra cosa. (…) Este pobre rey ha sido bien desgraciado si esta señora no muda en un todo”.

7. El entorno de La Granja. Sierra de Guadarrama. Autor, Alejandro Valero

                                     El entorno de La Granja. Sierra de Guadarrama. Autor, Alejandro Valero

Luisa aceptó la reprimenda de su suegro y le prometió que cambiaría su conducta, pero al regresar a Madrid se comportó como siempre. Luis, desesperado, escribió a su padre que “no veo otro remedio que el encerrarla, porque el mismo caso hace de lo que le dijo el rey como si se tratara de un cochero”. Finalmente, el 4 de julio, el rey ordenó que fuera puesta bajo arresto en el Alcázar viendo que la conducta de la reina era “muy perjudicial a su salud y daña a su augusto carácter”. Permaneció aislada durante siete días y solo fue liberada cuando prometió solemnemente que se portaría bien a partir de entonces.

8. Palacio del Real Sitio de La Granja. Autor, Miguel303xm

                                                  Palacio del Real Sitio de La Granja. Autor, Miguel303xm

Y desde luego parece que cumplió con las expectativas, puesto que el 14 de agosto el rey Luis I enfermó de viruela repentinamente y tuvo que guardar cama. La viruela era por entonces una enfermedad temida y con una alta tasa de mortalidad, pero a pesar de ello Luisa se mantuvo junto a su marido cuidándole solícitamente y exponiéndose con ello a su contagio. De nada sirvieron sus desvelos. A finales de mes el rey contrajo una fiebre muy alta que le hacía delirar, redactó a duras penas un testamento nombrando a su padre heredero universal, y falleció finalmente en las primeras horas del 31 de agosto después de un breve reinado de siete meses y medio.

9. Tupido bosque en los jardines. Autor, MarkioM

                                                       Tupido bosque en los Jardines. Autor, MarkioM

Ese fue el fin del sueño de San Ildefonso para Felipe. A pesar de que renegaba del trono y llegó a decir aquello de “no quiero ir al infierno”, refiriéndose con ello a la corte de Madrid, no tuvo más remedio que retomar las riendas del poder y regresar a la vida política, cosa que sucedió con su reinstauración en el trono el 5 de septiembre de 1724. Pero no olvidó nunca su querido palacio de La Granja. A él regresó frecuentemente cuando los problemas de la corte le daban un respiro, y allí descansó definitivamente como fue su deseo, al fallecer en julio de 1746 y terminar su largo reinado de cuarenta y cinco años y tres días (el más largo de la historia de este país). Fue enterrado pocos días después en el palacio real de San Ildefonso, donde descansa dentro del mausoleo emplazado en la Sala de las reliquias junto a los restos de la que fue su segunda esposa, Isabel de Farnesio… a la que nunca le gustó el palacio en vida.

10. Estatua clásica en La Granja. Autor, Sammy Pompon

                                                   Estatua clásica junto a palacio. Autor, Sammy Pompon

Publicado el Deja un comentario

San Ildefonso y el palacio real de La Granja, el Pequeño Versalles del Rey (1ª parte)

San Ildefonso y el palacio real de La Granja, el Pequeño Versalles del Rey (1ª parte)

En la vertiente norte de la Sierra de Guadarrama, a 13 kilómetros de Segovia y a unos 80 de Madrid, se levanta en un marco de incomparable fastuosidad el que fuera símbolo central del reinado de Felipe V, el rey loco y primer Borbón que tuvo la nación española. Mañana se cumplen 290 años desde que los reyes de España estrenaran sus innumerables salas y habitaran por primera vez el complejo. Y todavía hoy, para los que visitan el Real Sitio de la Granja, su recorrido constituye toda una experiencia de lujo principesco pocas veces repetida en otros palacios de nuestra geografía, pues el estilo barroco, el enclave a los pies de la boscosa sierra de Guadarrama y el hecho de que el rey construyera sus jardines a semejanza de los de Versalles (hablaba a menudo de su “pequeño Versalles”) hicieron de esta residencia monárquica una de las más importantes de Europa por aquella época. El nombre de La Granja procede de la existencia real en el lugar de una humilde granja, propiedad de los monjes Jerónimos residentes en el cercano monasterio del Parral. Pero hoy su aspecto resulta de todo menos humilde y pueblerino, y de hecho, tras la construcción del edificio central y los espléndidos jardines a principios del siglo XVIII, pasaría a convertirse rápidamente en residencia veraniega oficial de los reyes de España hasta el desgraciado incendio del palacio, ocurrido en 1918, cuando se destruyeron las habitaciones ocupadas por Alfonso XIII y su familia.

2. Impresionante fachada principal del palacio. Autor, Katharsia

                                             Impresionante fachada principal del palacio. Autor, Katharsia

La historia de su construcción y primeros años está llena de avatares sorprendentes. Después de la guerra de Sucesión llegaron años pacíficos en los que Felipe V e Isabel pudieron dedicarse sin remilgos a su pasión favorita: la caza. Las visitas se repitieron varias veces, aunque parece que la primera de ellas fue en marzo de 1716. El suntuoso palacio de Felipe II en la cercana Valsaín se había incendiado en 1686 (todavía pueden verse sus memorables ruinas junto a las casas y corrales de la periferia), de modo que cuando Felipe V descubrió su emplazamiento dio instrucciones al principal arquitecto de Madrid, Teodoro Ardemáns, para que lo reconstruyera. Se llevó a cabo una mínima reconstrucción, aunque suficiente como para permitir que el rey y la reina pudiesen cazar por la zona cuando les viniese en gana.

3. Vista del palacio desde los jardines. Autor, Asteresp

                                                      Vista del palacio desde los jardines. Autor, Asteresp

Mientras tanto, en una de sus expediciones de caza el rey encontró casualmente un nuevo paraje, tan magnífico a sus ojos que le animó a pensar seriamente en una nueva residencia real. En marzo de 1720 compró dichas tierras al monasterio de Jerónimos, y poco después tomó las medidas oportunas para empezar a construirla. Para Felipe el futuro palacio real de La Granja sería su definitivo retiro espiritual, pues en aquella mente enferma ya se había concebido seriamente la idea de abdicar en favor de su hijo Luis, por entonces de apenas 13 años de edad. Así, durante los últimos meses de 1720 una numerosa cuadrilla de operarios comenzó a limpiar y preparar el espacio, mientras que la construcción del edificio se confiaba a Ardemáns, que dirigió y levantó la parte principal de la obra en un tiempo record (entre 1721 y 1723). Ardemáns edificó un palacio tradicional de cuatro torres modelado a imitación de un alcázar, y mientras duraron las obras Felipe e Isabel residieron a menudo en Valsaín, desde donde supervisaban todos los detalles de la construcción de La Granja mientras seguían cazando en los espléndidos bosques de la sierra circundante.

4. Espectáculo de agua en una de las fuentes del palacio. Autor, Druidabruxux

                                 Espectáculo de agua en una de las fuentes del palacio. Autor, Druidabruxux

En una de las visitas, Isabel comentaba la “beauté ravissante” del paisaje, “repleto de flores amarillas, violáceas, blancas y azules, y además de ésto muchos ciervos que nos aguardan”. Después de la muerte de Ardemáns, en 1726, los arquitectos romanos Procaccini y Subisati tomaron el relevo y modificaron sustancialmente el estilo del edificio, cambiando la distribución, dotándolo de nuevos patios y ampliando los jardines aledaños. La Granja acabó teniendo un estilo más europeo que español, y esto inevitablemente provocaba reacciones adversas por parte del pueblo, que preferían algo más familiar y acorde con el estado de las arcas públicas. Pero sea como fuere, el palacio se mantiene hoy en un admirable buen estado y es todo un ejemplo del barroco europeo más rampante y monumental. Se ha dicho de La Granja que “el núcleo era español, la composición francesa y las superficies italianas”. Y en contra de la opinión general no hubo intención alguna de imitar Versalles. Solo los jardines, cuidadosamente planificados por Felipe, eran una realización consciente de los recuerdos que guardaba Felipe sobre la que fue Joya arquitectónica de su abuelo, El Rey Sol, a unas pocas leguas al oeste de París.

5. Fuente de las Tres Gracias. Autor, Mackote_VK

                                                        Fuente de las Tres Gracias. Autor, Mackote_VK

El palacio y los edificios anexos, que dan al conjunto una forma de gran U, disponían de infinidad de salas lujosamente decoradas, dormitorios, salones de recepción, gabinetes, oratorios… Todo para mayor comodidad de los reyes y el resignado servicio que los acompañaba. Hoy las dependencias del Real Sitio de La Granja son visitadas asiduamente por el turista, que en su recorrido no se cansa de oír por los pasillos el sonoro repertorio de nombres con que se conocen cada una de las dependencias: Museo de los Tapices; Salón de Alabarderos; Pieza de Comer, Pieza de Vestir o Pieza de la Chimenea; Dormitorio de sus Majestades; Gabinete de la Reina; Tocador de la Reina; Antecámara de la Reina; Sala de Lacas; Gabinete de Espejos…

6. Jardines reales en invierno. Autor, Roberto Lazo

                                                       Jardines reales en invierno. Autor, Roberto Lazo

Pero la espléndida visión del Palacio real no sería completa sin sus 146 hectáreas de jardines, que en nada tienen que envidiar a su modelo parisino. Para su diseño se aprovecharon las pendientes naturales de las colinas que circundan el palacio, y no sólo para conseguir unos decorados insuperables, sino también como un inteligente medio para hacer brotar el agua de las 26 magníficas fuentes que lo componen. El procedimiento, en realidad muy sencillo, se basaba en la única ayuda de la gravedad y en un lago artificial llamado “El Mar”, construido en el emplazamiento más elevado del parque. Actualmente sólo algunas fuentes (la mayoría bellamente inspiradas en la mitología clásica) son puestas en funcionamiento cada día, aunque coincidiendo con jornadas señaladas se activa todo el conjunto en un auténtico espectáculo para los sentidos, que cada año atrae a miles de personas llegadas de todos los puntos del país.

7. Torres del palacio real de La Granja. Autor, Gabsiq

                                                      Torres del palacio real de La Granja. Autor, Gabsiq

Sin duda el palacio real de La Granja fue la primera gran contribución del monarca a la arquitectura real de la época, pero sin duda supuso una carga inoportuna para los tesoreros del gobierno, que en esta época estaban luchando para poder pagar las aplastantes deudas de guerra a que estaba sometida la nación. El rey y la reina comenzaron a vivir en La Granja a partir del 10 de septiembre de 1723, cuando el edificio aún no estaba finalizado, y varios meses antes de que Felipe V abdicara en favor de su hijo Luis, quien subió finalmente al trono con 16 años y adoptando el nombre de Luis I.

8. Detalle de la Fuente de La Fama. Autor, Druidabruxux

                                                   Detalle de la Fuente de La Fama. Autor, Druidabruxux

Publicado el 1 comentario

Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (2ª Parte)

Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (2ª Parte)

A finales del siglo I de nuestra era, probablemente bajo influencia del teatro helenístico, los personajes del teatro romano se convirtieron en meras figuras de ballet. Durante la República el texto de las tragedias romanas se dividía en diálogos, recitativos y cantos, de los cuales solo los últimos ofrecían verdadero entretenimiento. Los cantica suponían además un alivio para el público, harto de perder continuamente el hilo del argumento y de unos diálogos que las más de las veces ni se oían. Visto el filón, los jefes de las compañías terminaron subiendo el coro de la orquesta a escena, pero al hacerlo el trabajo de los actores perdió protagonismo al quedar diluido entre los decorados y el lirismo musical. Claro que para entonces este detalle ya no preocupaba a nadie.

Actores romanos en plena interpretación. Mosaico conservado en el Museo arqueológico nacional de Nápoles

      Actores romanos en plena interpretación. Mosaico conservado en el Museo arqueológico nacional de Nápoles

Cada compañía solía tener un grupo de seguidores o fautores, pagados o no, que durante las largas tardes de representación se afanaban por alabar a sus favoritos y abuchear a los contrarios haciendo del todo intrascendente la calidad de la obra. Para más inri los directores no tenían ningún prejuicio a la hora de «arreglar» los manuscritos clásicos a fin de adaptarlos a las exigencias del público. Entre sus prioridades, por ejemplo, se encontraba restringir en lo posible la extensión de los diálogos, de modo que al final la tragedia quedaba en una simple sucesión de pausas líricas separadas por diálogos lo más cortos posible y distribuidos convenientemente para no constituir un estorbo. Los espectadores salían del teatro de Emerita cantando a viva voz cada interludio musical, que se sabían de memoria, aunque no hubiesen entendido nada del argumento de la obra.

Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor, Fernand0

                                       Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor: Fernand0

El teatro se recargó así de elementos accesorios y el aparato escénico acabó por predominar. Por ejemplo, si el asunto exigía que se representase la toma de Troya, esto era un pretexto para hacer desfilar cortejos inacabables de actores, literas y animales de todo tipo. Los prisioneros encadenados pasaban y volvían a pasar por la escena; se presentaban al público despojos de una ciudad, cantidades increíbles de oro y plata, vasos preciosos, estatuas, tejidos orientales, y todo con el fin de excitar la imaginación de unas gentes habituadas a poner la riqueza material por encima de cualquier otra cosa. Al mismo tiempo, la tendencia al realismo hacía que los directores se esforzasen por representar cada episodio de la manera más verídica posible. El rey mítico Penteo, por ejemplo, quien termina destrozado por las bacantes en la famosa tragedia de Eurípides, era efectivamente cogido en volandas y hecho pedazos ante la vista de los espectadores (al actor principal se le cambiaba a última hora por un reo de muerte); el fuego devorando las murallas de Troya no era simulado, sino un incendio verdadero, y Hércules se quemaba sobre su pira de manera literal y entre gritos inhumanos…

Mosaico romano con motivos mitológicos.

                                                              Mosaico romano con motivos mitológicos

Como en una especie de ópera, el público vibraba en las gradas del teatro de Emerita con los espectaculares decorados y el deambular de los coristas y danzarines, moviéndose al son de una melodía interpretada con cítaras, trompetas, címbalos, flautas o acordeón (scabellarii). El coro reforzaba la escena en los momentos álgidos con la cadencia de sus voces, pero era el solista principal (siempre masculino) quien llenaba indudablemente la actuación. Dentro de su repertorio incluía todo tipo de habilidades, entre las que se encontraban no solo cantar o deleitar con su belleza (se sabe que emperatriz Domitia cayó rendida en brazos del actor Paris a causa de la pasión que le profesaba), sino también el uso de artes tales como la mímica, la danza o las acrobacias más chirriantes, viniesen o no a cuento. Para prolongar su juventud y conservar una silueta estilizada, el pantomimo (que así se llamaba nuestro hombre) se sometía a un severo régimen en el que estaban prohibidos los alimentos grasos y las bebidas ácidas, y al igual que ocurría con los divos del pasado siglo no dudaba en tomar purgantes y vomitivos ante una mínima referencia de sobrepeso por parte de sus fans. Obviamente debía seguir estrictos ejercicios de flexibilidad y de modulación de la voz, un ritual en conjunto excesivo que terminó convirtiéndolo en el histriónico personaje que todos conocemos, favorito de las damas y caricaturizado hasta la saciedad en la literatura, el cine y el teatro de todas las épocas.

Río Guadiana a su paso por Mérida. Autor, Tomás Fano

                                                 Río Guadiana a su paso por Mérida. Autor: Tomás Fano

A orillas del Guadiana, Emerita fue una ciudad importante y como tal debieron afluir a ella las más rutilantes estrellas del Occidente romano. Con la salida del pantomimo la pasión se desbordaba entre un público deseoso de seguir sus evoluciones, mientras las féminas suspiraban por sus piruetas y acababan inertes en brazos de amigos o esclavos, aunque no por mucho tiempo. También eran frecuentes las riñas y tumultos protagonizados por seguidores y detractores del solista, que a menudo saldaban la noche con varios muertos y heridos de consideración. Todo ello, evidentemente, contribuía a ensalzar aún más el mito. La presuntuosidad de estas estrellas se revela en una curiosa anécdota de tiempos de Augusto y protagonizada por el famoso pantomimo Pylades I, quien observaba como su alumno Hylas interpretaba a Edipo con gran habilidad durante unos ensayos. El maestro no pudo soportar tamaña afrenta a su ego, de modo que se acercó a su pupilo y le dijo: “Recuerda, Hylas, que eres ciego”.

La vida en la cumbre es dura, y no pasó mucho antes de que estos endiosados artistas descartaran dominar canto y danza simultáneamente. Con Domiciano y Trajano pasaron a ser simples bailarines que dejaban al coro la tarea de entonar los cantica mientras ellos se limitaban a traducir el sentimiento en cada escena por medio de gestos, actitudes y danzas de todo tipo. Excepto en la voz, todo en ellos hablaba: la cabeza, los hombros, los músculos de la cara, las rodillas, las manos… Se sabe que en el siglo II d.C. el solista llegó a alcanzar tal maestría con sus gestos que, sin acudir a la palabra, era capaz de aprenderse de memoria y encarnar consecutivamente a todos los personajes de la obra…

Reproducción de máscaras de teatro clásico. Autor, Javier Marzal

                                           Reproducción de máscaras de teatro clásico. Autor: Javier Marzal

Acueducto Los Milagros, en Mérida. Autor, Rafael dP

                                                    Acueducto Los Milagros, en Mérida. Autor: Rafael dP

Claro que con el tiempo, también, estos divos acabaron matando al arte por culpa de sus acrobacias. Para comenzar invirtieron gravemente el orden de valores y en lugar de acompañar a los cantica con su mímica terminaron por subordinarla a ésta. Los jefes de compañía, los músicos o los libretistas tenían como único fin el lucimiento de la estrella, y nada se hacía sin su supervisión directa: gustaban de regular la puesta en escena, elegir a los actores, dictar los versos, inspirar la música, proponer los decorados y por supuesto elegir cada composición lírica, según fuese adecuada o no a sus virtuosismos o sus deficiencias. En definitiva, habían renunciado a llegar al corazón del público y solo buscaban atraer sus miradas y su aprobación.

Actuación en el teatro de Emerita. Autor, Antonio Pineda

                                                  Actuación en el teatro de Emerita. Autor: Antonio Pineda

Y mientras tanto el arte escénico seguía cayendo a sus cotas más bajas, que rayaban a veces en lo estrafalario. Se preferían por ejemplo las obras de género negro donde los actores sembraban espanto a base de intrigas, gritos histéricos por todo el escenario y un generoso derroche de sangre. O libidinosas, dado que siempre fue mucho más fácil y “seguro” apelar al sentido erótico del respetable… Pero a pesar de la caída en picado no todo fueron malas noticias. La necesidad de encontrar nuevos modos de agradar al público también trajo consigo una originalísima modalidad de interpretación, y que ya entonces hacía furor entre la plebe: el mimo. Era ésta una farsa burlesca que trataba de acercarse lo más posible a la realidad. Eso sí: al igual que en la vida misma, cruda y sin adornos, los argumentos se basaban también en las situaciones más groseras y en los personajes más bajos, lo que hacía que el espectáculo alcanzase tintes caricaturescos semejantes a los modernos payasos del circo.

Majestuosas ruinas romanas en Mérida. Autor, Xornalcerto

                                                Majestuosas ruinas romanas en Mérida. Autor: Xornalcerto

El número de mimos de una compañía dependía de los personajes que requiriese la obra, y al contrario que en el teatro clásico, todos actuaban sin máscara y vestían como el ciudadano de la calle. Otra original aportación del mimo fue la presencia de mujeres en el escenario (en la comedia o la tragedia los personajes femeninos eran interpretados invariablemente por hombres), lo que contribuyó a relanzar al teatro por más que las historias redundasen en los mismos temas de siempre. Raptos, suicidios, maridos burlados o amantes escondidos en un baúl providencial eran el pan de cada día en la cartelera por aquella época, a lo que se sumaba un evidente interés por el exotismo, la ostentación, la lujuria y el morbo más exacerbados. Igual que ocurre hoy día con el mundo del espectáculo, el reclamo del sexo y la impudicia estaba entonces muy extendido y no era raro, por ejemplo, que las actrices acostumbraran a desnudarse completamente por “exigencias del guión” o incluso a petición del respetable.

Fresco que representa una mujer tocando una kithara. Autor, Ranveig

                                      Fresco que representa una mujer tocando una kithara. Autor: Ranveig

Puente romano en Mérida. Autor, Antonio Pineda

                                                       Puente romano en Mérida. Autor: Antonio Pineda

El espectador romano en Emerita y otros teatros de la época era también muy aficionado a los mimos terroríficos en los que los actores se intercambiaban golpes, se oían palabras malsonantes o sonaban bofetadas repartidas entre comparsas sin venir a cuento. Por lo común la bronca acababa degenerando en riñas “a pie de grada”, lo que hacía las delicias de un público que no contaba con estos extras en el guión. Otras veces, sin embargo, la jarana estaba anunciada a bombo y platillo: es lo que ocurrió por ejemplo con una obra, “Laureolus”, que destacó precisamente por la violencia de su personaje principal, un ladrón incendiario y degollador. En el momento del castigo final el actor que lo interpretaba era sustituido por un reo común, y éste salía al escenario para interpretar su canto de cisne y morir entre torturas que no tenían nada de fingidas. ¿El resultado? La obra fue un gran éxito de taquilla y público y se mantuvo en cartel durante dos años consecutivos… Qué grandes guionistas e intérpretes se perdió Broadway.

Templo de Diana, en Merida. Autor, Rafael dP
                                                        Templo de Diana, en Mérida. Autor: Rafael dP