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El Greco, pintor divino

El Greco en Toledo

Algunos artistas del siglo XX consideraron a El Greco como “el dios de la pintura”, un dios que en su época alteró el orden visual del universo y puso el mundo al revés


Doménikos Theotokópoulos cumplió el sueño -que se creía inalcanzable- de volver a reunir en un todo tanto el sentir artístico como el religioso de la parte occidental, la latina, y de la oriental, la ortodoxa, de aquel imperio que había tenido en Roma y Bizancio sus capitales y en las orillas del Mediterráneo su territorio.
Iniciado en la pintura en la tradición espiritualista y trascendente bizantina propia de su lugar de origen, Creta, y formado en la Venecia dominada por las formas densas, expresivas e intensas del Tiziano servidor de Carlos V y Felipe II, y en la Roma convulsionada por los rigores tridentinos del Pío V -el papa de la cruzada contra los turco y la batalla de Lepanto-, supo reconocer y adoptar la “manera moderna” de concebir la realidad y la manierista de hacer pintura. Llevó esa manera de desproporciones y expresividades a Toledo, ciudad que había sido abandonada por el imperio, pero aún vital y con importantes fundaciones religiosas, dominada en lo pictórico por secundarios como Luis de Carvajal, Blas de Prado y Luis de Velasco. Allí, a lo largo de no menos de treinta y siete años no sólo concibió retablos, imágenes de devoción y retratos para una clientela tímidamente ávida de innovaciones, sino que, según Francisco Pacheco, “escribió de la pintura, escultura y arquitectura”.
En Toledo, la nueva Troya de cielos intensamente azules -pero también de grises densos- y de nubes rasgadas por brillantes luces blancas, murió el 7 de abril de 1614 tras recibir los sacramentos por el rito católico. Sus restos mortales fueron enterrados en una capilla de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo. Cinco años después fueron trasladados a un lugar aún hoy desconocido. Al morir, el poeta Luis de Góngora lo evocó, sin recordarle como un nuevo Apeles, en un soneto:

Esta en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más suave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.
Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave:
venéralo y prosigue tu camino.
Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte; y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces -si no sombras, Morfeo-.
Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.

Vista de Toledo. Metropolitan Museum of Art, New York

Vista de Toledo. Metropolitan Museum of Art, New York

Detalle de El Expolio. Sacristía de la Catedral de Toledo.

Detalle de El Expolio. Sacristía de la Catedral de Toledo

Extravagante y divino pintor

Si en Francia El Greco alentó filias y fobias, en España su aceptación tuvo mucho que ver con la grave crisis de identidad que en los últimos años del siglo XIX supuso el fin del imperio colonial y la ansiosa búsqueda del alma nacional. Para los escritores y pensadores de la llamada Generación del 98, esa alma pervive en el austero paisaje castellano, en la pobreza de sus pueblos, en la sencillez de sus gentes y en lo extremado de su clima; florece en las letras de Gonzalo de Bercero, Jorge Manrique, Cervantes y Quevedo, y respira en las expresivas formas y en las intensas manchas de color transidas de misticismo indígena de El Greco, como escribió en 1908 Manuel Bartolomé Cossío refiriéndose al Entierro del señor de Orgaz: “El idealista y, más que evangélico, apocalíptico humanismo, con que debió nutrirse El Greco en Italia dejose penetrar rápidamente, al llegar a Castilla, no sólo por aquel otro humanismo nacional, más apacible y familiar, de fray Luis de León, sino por el típico misticismo español: el del maestro Juan de Ávila, el de santa Teresa y san Juan de la Cruz, ardoroso y sutil de un lado, y de otro, contemplativo y recogido”.

La expulsión de los mercaderes del templo. Minneapolis Institute or Arts, Minneapolis

La expulsión de los mercaderes del templo. Minneapolis Institute or Arts, Minneapolis

El sueño de Felipe II o Alegoría de la Liga Santa o la Adoración del nombre de Jesús. Real Monasterio de San Lorenzo, El Escorial

El sueño de Felipe II o Alegoría de la Liga Santa o la Adoración del nombre de Jesús. Real Monasterio de San Lorenzo, El Escorial

Quitar las ganas de rezar

En los primeros tiempos de estancia en tierras castellanas, a modo de presentación ante Felipe II o quizá fruto de un encargo que el rey le efectuara en Madrid, pintó la visionaria Alegoría de la Liga Santa o Adoración del nombre de Jesús, la cual debió de agradar al monarca, para quien poco después ejecutó el Martirio de san Mauricio y la legión tebana destinado a uno de los altares de la iglesia de El Escorial. Es, sin género de dudas, uno de sus más altos logros artísticos, pero según narra fray José de Sigüenza en La fundación del Monasterio de El Escorial la obra “no le contentó a Su Majestad (no es mucho), porque contenta a pocos, aunque dicen es de mucho arte y que su autor sabe mucho, y se ve en cosas excelentes de su mano […]. Como decía en su manera de hablar nuestro Mudo, los santos se han de pintar de manera que no quiten la gana de rezar en ellos, antes pongan devoción, pues el principal efecto y fin de la pintura ha de ser esta”. Al no concentrarse, pues, debidamente según la ortodoxia de la época en la representación de la escena del martirio del santo y sus compañeros, El Greco había incurrido en una falta de decoro. Pero más que esta falta, lo que debió de desagradar al monarca fue su innovadora pintura, que no se adecuaba al ambiente tridentino que debía respirarse en la iglesia del monasterio. Aunque fue espléndidamente valorada -800 ducados, en tanto que a Navarrete el Mudo, el pintor más prestigioso del momento, se le pagaban entre 150 y 300 ducados por obra- Felipe II la condenó a una dependencia del claustro alto, sacristía de las Capas. Todo ello supuso el desvanecimiento del sueño de participar en la decoración del El Escorial, en donde quizá el cretense esperaba emular a su admirado Miguel Ángel.

El soplón. Museo Nazionale di Capodimonte, Nápoles

El soplón. Museo Nazionale di Capodimonte, Nápoles

El entierro del señor de Orgaz. Iglesia de Santo Tomé, Toledo

El entierro del señor de Orgaz. Iglesia de Santo Tomé, Toledo

Toledo

Desengañado, El Greco se instaló entonces definitivamente en Toledo donde en 1585 alquiló unas moradas en las casas del marqués de Villena -residencia toledana de renombre, hoy desaparecida-, donde consta que vivió hasta 1604 sin despreciar los lujos. Si hemos de creer a Jusepe Martínez: “ganó muchos ducados, mas los gastaba en demasiada ostentación de su casa hasta tener músicos asalariados para, cuando comía, gozar de toda delicia”. No sabemos si el inicio de esta pujanza tuvo que ver con el hecho de que la parroquia de Santo Tomé le brindase la oportunidad de ejecutar la que cabe considerar una de sus obras más universales conocida como el Entierro del conde de Orgaz (1586-1588).
En el Entierro, El Greco narra visualmente el milagro acontecido cuando, en el siglo XIV, al ser llevado el cuerpo del señor de Orgaz a sepultura en la iglesia de Santo Tomé, los nobles de la ciudad que asistían a la pía ceremonia vieron, a tenor de lo referido por Francisco de Pisa en su Descripción de la Imperial ciudad de Toledo (1612), “visible y patentemente descender de lo alto a los gloriosos san Esteban y san Agustín, con figura y traje, que todos los conocieron y llegando donde estaba el cuerpo, lleváronle a la sepultura, donde en presencia de todos le pusieron diciendo: Tal galardón recibe quien a Dios y a sus santos sirve.
Lo cierto es que esta obra es visitada con particular admiración por los forasteros, y los de la ciudad nunca se cansan de admirarla, pues siempre hallan cosas nuevas que contemplar en ella.

Vista de Toledo en la actualidad

Vista de Toledo en la actualidad


Acompáñanos en esta actividad para descubrir a este genio de la pintura: Toledo. Tour monumental de las Tres Culturas


Un artículo de Antonio Bellón Márquez

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El Queso Manchego: historias, curiosidades y anécdotas

queso manchego Montiel

Hemos realizado muchos viajes por esta maravillosa tierra manchega descubriendo poco a poco sus rincones, disfrutando del aire fresco que nos proporcionan sus espacios naturales, y saboreando su sabrosa a la par que sencilla gastronomía. A estas alturas creemos necesario un artículo que destaque la importancia presente y espléndido futuro del Queso Manchego, ya que siendo este queso el más representativo de España, con inigualables y peculiares características, tan valorado a nivel mundial, creemos que no es suficientemente conocido por el consumidor, dada la gran cantidad de queso que se comercializa como manchego y que no son más que tristes imitaciones. Estas líneas son un medio más para incrementar y mejorar el conocimiento de este extraordinario queso, tesoro gastronómico y alimenticio. Sería una satisfacción para nosotros que este objetivo se cumpliese.

Paisaje de La Mancha. Autor, Ricardo Fernández

Paisaje de La Mancha. Autor, Ricardo Fernández Quijada

Un poco de historia

Las características de La Mancha han constituido siempre un imperativo ecológico para la explotación del ganado ovino y por tanto para la elaboración de quesos, como prueba la existencia de varios yacimientos de la Edad del Hierro y del Bronce, en los que se han encontrado fragmentos de antiguos utensilios que sin duda sirvieron para la elaboración de quesos. Destacan dos queseras completas descubiertas en la Motilla del Azuer, Daimiel.
Es de suponer que todas las civilizaciones que han pasado por estas tierras, disfrutaron paladeando nuestro queso.
Por ejemplo, el pueblo romano que consumía quesos en gran cantidad, fomentó la elaboración de los mismos en todo el territorio hispano, pero muy especialmente en ‘Campo Espartario’, como ellos llamaban a La Mancha. Importante destacar que cada vez que los soldados romanos dejaban sus casas para ir a pelear llevaban consigo grandes provisiones de queso. Como el queso no se estropeaba con rapidez, siempre tenían una fuente de energía rica en proteínas y grasas bajo sus faldas masculinas. Esto habría marcado la diferencia con otros ejércitos, cuyos alimentos se pudrían pronto dejándolos débiles y hambrientos. Gracias al queso, entre otras cosas, quizás lograron ganar tantas batallas y expandir su imperio.

No solo de pan vives, mi buen Sancho. Autor, Eduardo Siquier Cortés

No solo de pan vives, mi buen Sancho. Autor, Eduardo Siquier Cortés

Estamos obligados a mencionar a Cervantes que en el Quijote cita varias veces el Queso Manchego y presenta a su héroe como un gran consumidor de él. Las alforjas de Sancho Panza siempre iban provistas de pan y queso. Para deleitarse es el capítulo “Donde se cuentan las bodas de Camacho El rico, con el suceso de Basilio El pobre”, se dice: “… los quesos, puestos como ladrillos enrejados, formaban una muralla…”.

Para terminar este resumen histórico se cuenta que un famoso ‘gourmet’ norteamericano había comentado que dudaba entre lo que le producía más placer: si tomar un buen Queso Manchego, con un tinto de la misma tierra, o si leer al Quijote, y que, al fin, había resuelto tan angustiosa duda, comiendo el queso, bebiendo el vino y leyendo el Quijote, alternativamente.

Queso Manchego

Queso Manchego

A mejor pasto, mejor leche y mejor queso

Por razón de ser La Mancha una región natural llena de contrastes, donde coexisten la sierra y la llanura, los pastos manchegos son de gran diversidad. Indudablemente, la calidad, riqueza, afrutamiento y perfume de la leche depende en gran manera de los pastos que las ovejas coman y esto lo conoce perfectamente cualquier ganadero y por supuesto el pastor, que debe elegir, en su lento caminar, los mejores y más selectivos pastos.
Los pastos imprimen a la leche un incomparable sabor que hacen que al transformarse en Queso Manchego, éste resulte tan excelente y con peculiaridades tan características y diferenciadas.
Otoño e invierno son buenas estaciones para los quesos de oveja y, por supuesto, éstos son extraordinarios con los primeros pastos de primavera. Por tanto, para conocer la fecha óptima para la adquisición de un queso, debemos partir del momento en que los pastos estén en el momento más adecuado y por ello la leche sea de la mejor calidad y con los más amplios aromas, sin olvidar agregar el tiempo que se tarda en hacer y madurar el mencionado queso.

Rebaño de ovejas. Autor, Boris Bartels

Rebaño de ovejas. Autor, Boris Bartels

La responsable de la leche: la oveja manchega

Con apariencia femenina y apacible las hembras, finas y estilizadas y sensación de fortaleza los machos; con sus extremidades adaptadas a lo largo de los siglos a la andadura por barbechos y rastrojeras, obligada da salvar los surcos que trazaron las viejas yuntas de mulas o ir entre las cepas buscando la pámpana o los granos sueltos que quedaron tras la vendimia; poco acostumbrada a sombras de dehesas y a ribazos refrescantes; habituada a beber agua pocas veces al día y a las más de ellas con grandes esfuerzos por parte de los pastores para extraer aquella de pozos o aljibes, ha ido formándose en su rusticidad, estando a la vez cada día más seleccionada tanto en la producción de leche para ese Queso Manchego fabricado por los propios pastores o por modernas industrias, como para producir esa calidad de cordero lechal que le ha dado fama internacional.
Por cierto, ¿sabéis por qué en todos los rebaños de ovejas manchegas se incluyen algunas cabras?. La oveja manchega no produce diariamente una gran cantidad de litros de leche. Con el fin de aprovechar al máximo esta leche para elaborar el queso, las cabras son las encargadas de amamantar o alimentar a los corderos recién nacidos.

Flor de cardo. Autor, Samuel Mederos Medina

Flor de cardo. Autor, Samuel Mederos Medina

Los detalles que marcan la diferencia

En la elaboración del queso tan importante es la materia prima empleada, como el tipo de coagulante o el tiempo de prensado, pero lo que definitivamente diferencia a un queso de otro son las condiciones ambientales y la maduración.
Respecto a la materia prima, la leche, su contenido graso, sus componentes aromáticos y su nivel proteico serán los factores que determinarán el proceso de fermentación y que diferenciarán perfectamente al Queso Manchego de los demás.
En cuanto a los coagulantes utilizados en la elaboración tan sólo son permitidos única y exclusivamente los cuajos vegetales obtenidos a partir de flores de cardo y los de procedencia animal. Los aditivos químicos están totalmente fuera de lugar.
Para alcanzar el sabor del queso, al mismo tiempo que se modifican su aspecto, textura y consistencia, son necesarias las condiciones óptimas de temperatura, entre los 14 a 17 ºC, que ofrecen las cámaras especialmente preparadas, bodegas o cuevas de La Mancha.

A tener muy en cuenta: el reglamento del Consejo Regulador de la Denominación de Origen establece que la venta de Queso Manchego sólo puede realizarse a partir de los dos meses de maduración. Esta regulación además de tener una muy clara vertiente sanitaria, que evita la comercialización de quesos donde todavía puedan sobrevivir algunos gérmenes patógenos, pone de manifiesto que es en esos dos primeros meses de maduración donde se desarrollan las principales reacciones que harán que el queso adquiera los rasgos característicos que lo distinguen como uno de los mejores del mundo.

Pleita para hacer queso. Autora, Berta Mancebo

Pleita para hacer queso. Autora, Berta Mancebo

Como anécdota muy curiosa os contamos que durante la década de los años 20 del pasado siglo en algunas zonas manchegas se prensaba el queso sentándose la elaboradora encima de las pleitas. Había pueblos en que si se hacían 20 quesos, venían 20 mujeres, cada una hacía un queso y después se sentaba encima durante 4-6 horas… Menos mal que pronto apareció la prensa Retamoso, un espectacular avance en esto del prensado.

A la hora de comer

El queso, como postre, cierra siempre una buena comida y a menudo se sirve para iniciar al estómago a comer de nuevo, como preludio a posteriores galanteos con la olla.
Como ‘tenteenpié’, en unión a otros alimentos engarzados a un simple palillo, os recomendamos, entre otros, este variado y atractivo surtido:

• Taquito de Queso Manchego, aceituna rellena de pimiento y anchoas en aceite o enrollada.
• Taquito de Queso Manchego, entre dos champiñones fritos.
• Taquito de Queso Manchego, un cuarto de huevo duro y un trozo de pimiento verde frito.
• Taquito de Queso Manchego seco (también puede ser en aceite), sazonado con nata, batida con mostaza y limón.
• Taquito de Queso Manchego, un mejillón cocido -sazonado de tomate frito- y una cebollita en vinagre.
• Taquito de Queso Manchego, aceituna verde rellena de anchoa y dos gambas pequeñas cocidas y montadas, puestas en cruz.

Y una de las joyas de la corona: la receta del queso ‘metío en aceite’. Tres cosas has de aportar: un buen queso, buen aceite y tiempo para esperar.
Sintiéndote picador de la torera Maestranza, con aguja de hacer gancho, puntillas u otro primor, pica el queso sin rubor y ocho o diez pinchazos lanza para que el oleo penetre por la corteza, a la panza. Bañado bien en aceite al trimestre aportará sabor, aroma y deleite.
Aprovechamos este apartado para realzar el papel primordial del Queso Manchego en la alimentación humana. Su bajo contenido en azúcares unido al aporte principal de la ‘caseína’ (proteína que tiene con un alto valor biológico), calcio, fósforo y vitaminas hacen de este queso un alimento muy completo, absolutamente saludable, sanitariamente perfecto y muy recomendable para todas las edades.
¡Buen provecho!

croquetas de queso manchego. Autor, cocinillas.es

Croquetas de queso manchego. Autor, cocinillas.es


El Queso Manchego también es una excusa para viajar y hacer turismo. Nuestra recomendación: Descubriendo el auténtico Queso Manchego 
Turismo gastronómico de calidad para los viajeros “Foodie” más exigentes


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Las minas de Almadén hace dos mil años. Un día en la vida de los mineros del mercurio (2ª Parte)

Para solucionar esta circunstancia, los romanos generalizaron la realización de grandes galerías de desagüe allí donde era topográficamente posible, o bien utilizaron sistemas escalonados de bombeo como la noria o el tornillo de Arquímedes. Las norias fueron perfeccionadas posteriormente por los pueblos árabes, pero en tiempos romanos consistían simplemente en una estructura vertical de cazoletas de madera, las cuales subían el agua depositada en el fondo gracias a una rueda movida por trabajo manual. El tornillo de Arquímedes, también de tracción manual, suponía una variación novedosa en la que el bombeo podía conseguirse gracias a un plano inclinado y un movimiento helicoidal ascendente, similar a los tornillos usados hoy en día. Algunos investigadores opinan que el tornillo de Arquímedes es mucho más antiguo de lo que se cree, y que fue utilizado para el riego en los famosos jardines colgantes de Babilonia, una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Mercurio nativo, Cinabrio

Mercurio nativo, Cinabrio

Las minas de Almadén tuvieron pleno rendimiento durante la dominación romana, pero curiosamente, su gran valor no fue el de la obtención de mercurio (que los romanos consideraban de uso menor), sino más bien de un producto que para la sociedad de la época resultaba clave: el bermellón. De hecho Almadén, y por definición toda la Bética romana, se convirtió muy pronto en el principal centro de producción de este tinte en todo el Imperio. El bermellón no era otra cosa que cinabrio de gran riqueza molido y lavado para eliminar las impurezas que contenía. Para conseguirlo se trituraba el mineral hasta reducirlo a polvo y, tras lavarlo varias veces, lo purificaban hasta obtener un tinte rojo de gran calidad que se destinaba a usos tan variados como pintar los ojos de las estatuas imperiales, o ruborizar las pálidas mejillas de las patricias (esta moda, por cierto, causaba furor en Roma por aquella época).

Interior-Mina-Explotación-hurtos

Interior de la mina

Sin embargo estos trabajos de molienda no se realizaban en Almadén. Todo estaba destinado a Roma, hasta donde navegaban los barcos procedentes de Hispania cargados con el mineral en bruto. La razón nos la explica Teofrasto, que alude al extremo celo con que se trataba todo lo relacionado con el bermellón para evitar la propagación del secreto, y en consecuencia la creación de mercados ajenos al control de Roma. Plinio resulta más explícito cuando escribe que: «esta mina se cerraba con llave, la cual guardaba el gobernador de la provincia y cada vez que la había de abrir era necesario una orden del Emperador, y que se volvía a cerrar en sacando la cantidad suficiente para enviar a Roma».

Continuará…

Puerta-de-Carlos-IV-Almaden.

Puerta de Carlos IV. Almadén


Fotografía de portada: Plaza toros de Almadén

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Las minas de Almadén hace dos mil años. Un día en la vida de los mineros del mercurio (1ª Parte)

Aunque el «agua de plata», como era denominado antiguamente el mercurio, ya era utilizado por las ancestrales civilizaciones China e India hace más de cuatro mil años, fue sobre todo tras el descubrimiento de los gigantescos yacimientos de Almadén cuando este metal noble comenzó a ser importante en todo el mundo conocido. El filósofo griego Teofrasto habla ya de las minas de cinabrio en el siglo IV a.C., mientras que Plinio alude al importante comercio de este mineral entre Sisapo (ciudad situada según algunos estudiosos en el valle de Alcudia) y las principales urbes de Grecia y Roma. La construcción de la calzada romana que enlazaba Mérida con Tarraco ayudó en gran medida a este mercado, y no cabe duda de que Almadén adquirió pronto importancia capital, puesto que el mercurio era por entonces muy buscado al constituir un ingrediente clave en la fabricación de medicinas y productos cosméticos, así como en la obtención del bermellón, el codiciado tinte rojo.

Restos de Sisapo. Autor, Mabonillog

Restos de Sisapo

Faltaba aún mucho tiempo para la llegada del español Medina y su técnica de amalgamamiento con mercurio, gracias a la cual podía extraerse fácilmente el oro y la plata aprisionados en los minerales de los que formaban parte. Dicho sistema contribuyó enormemente al auge de la minería americana durante la época colonial, aunque hay que decir que la propiedad de formar amalgamas ya era conocida y utilizada por los fenicios en el siglo VII a.C. Pero cualquiera que fuera su uso posterior, lo cierto es que el trabajo en las minas de Almadén, al igual que en todas las existentes durante aquella época, era una de las ocupaciones más difíciles y arriesgadas que podían tocar en suerte a un ser humano. Las condiciones casi infrahumanas en las que los operarios trabajaban diariamente hacían que la mano de obra fuese casi inexistente, lo que obligaba a reclutar «voluntarios» entre la población esclava procedente en muchos casos de otras partes del Imperio… ¿Cómo era en realidad un día cualquiera para los mineros del mercurio hace dos mil años?

Almadén desde la Cruz de los Mineros. Autor, rutasdelmercurio.wordpress.com

Almadén desde la Cruz de los Mineros

Las minas eran, para empezar, una inversión muy costosa. La planificación y estructuración de grandes yacimientos hizo que muchas veces los gastos corriesen a cargo de la administración pública, a través de los gobernadores romanos provinciales, que a menudo explotaban directamente las minas o las arrendaban a inversores privados. En el ámbito de la minería subterránea, como ésta de las minas de Almadén, esta planificación permitió resolver con relativo éxito el principal problema existente, que era la existencia de agua en el terreno. Bien por los aportes del exterior en época de lluvias o por la propia circulación natural de las aguas subterráneas, la progresión en profundidad de cualquier explotación se enfrentaba siempre con el peligro de inundación de galerías y la reducción del rendimiento de los esclavos, que en la mayoría de los casos trabajaban en un ambiente penoso, con agua y el barro hasta las rodillas.

Continuará…

Hornos de Bustamente

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Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (3ª Parte)

Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (3ª Parte)

Dado el entusiasmo que a Felipe IV le inspiraban las comedias, deducimos que aquel Real Sitio creado para su placer no podía estar sin representaciones teatrales que le permitieran alimentar su distracción favorita, y además hacerlo a lo grande, sin el incógnito y el misterio con que asistía a veces a los corrales públicos. De esta forma, al construirse el palacio del Buen Retiro se dispuso en su ala meridional un salón para representaciones teatrales. Después, en 1639, terminó de levantarse el llamado “Coliseo del Buen retiro”, más amplio y suntuoso que los corrales públicos y adecuado para las más variadas complicaciones de tramoya. Era el teatro oficial de la corte, y durante cierto tiempo solo asistían a él las personas distinguidas que el soberano gustaba de invitar. Sin embargo, la mayoría de las veces estaba abierto al público y aún con entradas de pago, al menos con parte de las localidades.

Estampa invernal. Autor, Sabersabor.es

Estampa invernal. Autor, Sabersabor.es

El escenario del “Coliseo del Buen Retiro” aventajaba en magnitud a cualquier teatro conocido en Madrid, y tenía además el privilegio de que podía abrirse por el fondo hacia el jardín, haciendo que éste formara también parte de las representaciones cuando se trataba de paisajes con árboles (preludio de lo que sería después el teatro de la Naturaleza). La etiqueta para asistir a estas representaciones debió ser estricta a juzgar por el comportamiento de la propia familia real, sus acompañantes y sus damas de honor. Según el relato del francés Bernaut:

“Entraron luego el rey, la reina y la infanta, llevando delante una vela una de las damas. El rey, al entrar, saludó a todas ellas, quitándose el sombrero, y se sentó en un cancel; la reina a su izquierda y la infanta a la izquierda de la reina. El rey, durante toda la representación, salvo una sola palabra que dijo a su esposa, no movió pie, ni mano, ni cabeza, solamente volvió los ojos a un lado y a otro, y cerca de él solo había un enano. Terminada la comedia abrazáronse todas las damas y fueron saliendo una tras otra, juntáronse en medio y asiéronse de las manos e hiciéronse mutuamente reverencias, que duraron un cuarto de hora, porque las hacían una tras otra. En tanto el rey estaba con el sombrero en la mano. Al fin se levantó también e hizo una reverencia a la reina, la cual hizo lo propio con la infanta”.

Cabaña del pescador. Autor, marcp_dmoz

Cabaña del pescador. Autor, marcp_dmoz

Atardecer. Autor, Javier Martin Espartosa

Atardecer. Autor, Javier Martin Espartosa

Felipe IV gustaba de las representaciones espectaculares y con complicados efectos visuales y sonoros (lo que hoy identificaríamos con un buen film de George Lucas o James Cameron), aunque respetasen poco el argumento original. Así, ante los ojos del atónito espectador se hacían surgir inundaciones, lluvias de fuego, tempestades furiosas, terremotos, o bien aparecían centenares de comparsas en desfiles de ejércitos y pasos de procesiones. Además, las funciones del Buen Retiro duraban una media de cinco a seis horas, sirviéndose a los asistentes durante ellas manjares y refrescos en abundancia. No se escatimaban los gastos por cuantiosos que estos fueran, para representar dichas escenas con todo el brillo posible, de modo que en cada obra era normal desembolsos del erario público de muchos miles de ducados.

Cañon y palomas de la paz. Autor, Chatarra.

Cañón y palomas de la paz. Autor, Chatarra

Pero no solo se representaban obras escénicas en el teatro del Buen Retiro, sino que los jardines y el estanque grande servían a menudo para el mismo fin, convenientemente dispuestos. En una de estas representaciones, titulada “Los encantos de Circe”, la isla central del estanque se revistió de corales, moluscos y otros productos marinos, además de adornarla con cascadas de surtidores de agua que caían con gran aparato en el estanque. Al comenzar el primer acto apareció la diosa del mar sentada en su trono (en el interior de una barca, rodeada de nereidas y tritones que cantaban y bailaban en el agua). Ulises aparecía después acosado por una terrible tempestad en la que un monte, dispuesto para la ocasión sobre la isla, desaparecía trocado al instante en un maravilloso palacio de oro, mármol, cristal y pedrería. Todos los compañeros de Ulises quedaron hechizados y transformados en cerdos a causa de los encantos de la diosa. Todos salvo Ulises, por supuesto, quien avisado a tiempo tomó del dios Mercurio un amuleto en forma de flor que le permitiría acercarse a Circe sin peligro. Con lo que no contaba es con la arrolladora pasión que surgió de inmediato entre los dos, mientras de las profundidades del estanque surgían monstruos, ballenas y delfines a rendirles pleitesía (éstos últimos arrojaban al aire surtidores de agua perfumada que salpicaba a los espectadores)… En fin, seis horas de espectáculo ininterrumpido que recordaba insistentemente a las antiguas naumaquias de los romanos o, con mucho menor aparato, lo que en nuestros días constituyen ciertos espectáculos circenses.

Todo el arco iris en una ventana. Palacio de Cristal. Autor, Sabersabor.es

Todo el arco iris en una ventana. Palacio de Cristal. Autor, Sabersabor.es

El Real Sitio del Retiro dejó, pues, una estela brillante en los anales de la pompa regia y del epicureismo cortesano. Fue la apoteosis del placer, de la galantería, de la magnificencia, de la visualidad. Ni Babilonia, ni Roma, ni Venecia, ni París disfrutaron tal vez de fiestas más ruidosas y alegres, de pedestal más propicio para cimentar las glorias fáciles de un soberano gozador… Pero hasta aquel paraíso no llegaban los clamores públicos, y el rey pasó los mejores años de su gobierno ajeno a los graves problemas por lo que atravesaba España. Pues mientras se agotaban allí el ingenio y las arcas del Tesoro Público perdíamos Portugal y el Rosellón; sufríamos sangrientas insurrecciones en Cataluña, Nápoles y Sicilia; fraguábanse planes separatistas en Andalucía y Aragón, y hasta carecíamos de recursos para pagar a los soldados que luchaban en media Europa, y a quienes el hambre y las inclemencias de un tiempo pasado a la intemperie obligaban a la indisciplina y la depredación… El gran drama de España tras los excelsos bastidores del Retiro.

Las fieras. Autor, Franco Caruzzo

Las fieras. Autor, Franco Caruzzo

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Galicia y su fiesta de Samaín. La noche celta de los difuntos

Samain noche de difuntos en Galicia

Como todos los años, la llegada del mes de noviembre marca el comienzo de una festividad muy especial, con multitud de manifestaciones populares en todos los rincones del país. Se trata del día de difuntos, la celebración cristiana consagrada a los fieles que ya no están con nosotros

El día de los difuntos, o de los muertos, sigue en el Santoral católico a la festividad de todos los Santos, y existe constancia escrita de que sus orígenes se remontan hasta mil años atrás, en los inicios del siglo XI d.C. Efectivamente, por aquella época la Orden Cluniacense se encontraba en plena expansión, y uno de los abades más influyentes de la casa principal, Odilon, decidió instaurar una jornada dedicada exclusivamente a orar por la salvación eterna de los difuntos: el día 2 de noviembre.

En sus comienzos se dirigía solo a los monjes fallecidos de Cluny, pero luego la Santa Madre Iglesia generalizó el rito, y lo hizo extensible a todos los fieles difuntos de la comunidad cristiana universal.

2. Acantilados en San Andrés de Teixido, cerca de Cedeira. Autor, User alma

Acantilados en San Andrés de Teixido, cerca de Cedeira

3. Cruceiro junto a Cedeira. Autor, Yann

Cruceiro junto a Cedeira

Sin embargo, pocos imaginan que la jornada de los fieles difuntos tiene en realidad unas raíces mucho más oscuras: en Galicia y en otras regiones de España, las fuentes se remontan incluso a épocas anteriores al propio nacimiento de Cristo. Cedeira, municipio de A Coruña situado en la desembocadura del río Condomiñas, en las Rías Altas, celebra todos los años por estas fechas una original fiesta de origen celta denominada Samaín.

Muchos estudiosos coinciden en señalar al Samaín como el origen de la mayoría de las tradiciones asociadas a los muertos, desde la propia festividad cristiana hasta otras manifestaciones hoy generalizadas por los cinco continentes, incluido el famoso Halloween de los disfraces y las calabazas con forma de calavera.

4. La noche de las calabazas. Autor, Freecat

La noche de las calabazas

La profunda religiosidad de las gentes de Cedeira y otros muchos pueblos gallegos ha dado siempre una gran importancia a la comunión con sus muertos. Hasta no hace mucho se pensaba que los difuntos visitaban por estas fechas las iglesias y ermitas donde se celebraban misas por su alma, mientras que en las casas era costumbre preparar alimentos a los parientes vivos, pero pensados como una manera de honrar a los muertos.

Las ánimas volvían así por un día a sus viejas moradas, para calentarse junto a la chimenea y comer en compañía de sus familiares vivos, alejando así la tristeza definitiva del camposanto. Herencia de un pasado ancestral, también resultaba frecuente prender una hoguera común con ramas de serbal o de tejo, consideradas antaño sagradas, para después utilizar este fuego en el encendido de todas las lareiras de la comunidad.

Durante el día de difuntos estaba absolutamente desaconsejado alejarse de la aldea, pues la relación de los vecinos debía hacerse únicamente entre ellos y sus antepasados.

5. Caballos cerca de Teixido. Autor, Guillenperez

Caballos cerca de Teixido

Y es que en Galicia la muerte se vive de una forma muy especial. Un cementerio gallego al uso estará siempre cerca del pueblo, puesto que resulta habitual que los vecinos se acerquen hasta allí para pasear y disfrutar de la tarde recordando a los ausentes. Se puede faltar a una comunión, a un bautizo o a una boda, pero en Cedeira y en general en toda Galicia, resulta muy grave no asistir al día de difuntos o a la misa de “cabo de año”.

La vida transcurría durante esta jornada en una calma sostenida, aunque no triste. Una jornada dedicada generalmente a las visitas y en la que las cuatro comidas diarias, o el tradicional consumo de castañas asadas, se hacía siempre en compañía de vecinos, familiares y amigos. La vuelta a casa para honrar a los muertos era hecho consumado, hasta el punto de publicarse esquelas en el que los datos del finado se acompañaban con un horario de autobuses: aquel que contrataba la familia para recoger a los allegados en las aldeas más distantes.

Es precisamente esta profunda sensibilidad hacia el mundo de los muertos la mejor muestra de la originalidad celta en Galicia, y por supuesto el legado más extendido del Samaín, una fiesta druídica que se remonta a los tiempos oscuros anteriores al cristianismo y a la cultura impuesta por los pueblos civilizados.

6. Misterio en el bosque gallego. Autor, Fondebre

Misterio en el bosque gallego

Olvidada casi por completo, la fiesta de Samaín comienza hoy a recuperarse y a celebrarse en un número creciente de parroquias. Los ancianos de localidades como Noia, Catoira, Cedeira, Muxía, Sanxenxo, Quiroga o Ourense todavía recuerdan una tradición coincidente con los días de Difuntos y Todos los Santos, y que consistía en la elaboración de feroces calaveras confeccionadas con una cubierta de calabaza: son los famosos melones, o calabazas anaranjadas de Cedeira; los calacús en las Rías Baixas, o los bonecas con remolacha en Xermade (Lugo).

En Cedeira la técnica era siempre la misma, y consistía en vaciar con gran paciencia las calabazas colocándoles después dientes de palitos y una vela encendida en el interior, con el fin de espantar a los malos espíritus en las noches de transición entre el verano y el oscuro invierno.

7. Hoguera. Autor, Gatogrunje

Hoguera para guiar a los difuntos

Era tradición antiquísima que los niños elaboraran sus calaveras de «melón» con aspecto terrorífico, colocándolas después en las esquinas o las ventanas para asustar a todo el vecindario, y en especial a chicuelos de barriadas vecinas o a las mujeres que volvían del rosario. Cualquier mal que anduviese merodeando por la aldea quedaba así conjurado y lejos del hogar. Claro que esta hortaliza solo pudo utilizarse a partir del siglo XVI, cuando fue transplantada a Europa con los primeros galeones procedentes de América. En la festividad más antigua del Samaín, las aldeas célticas utilizaban los cráneos de los enemigos vencidos en batalla para iluminarlos y colocarlos en los muros de los castros.

De este rito salvaje procede la tradición posterior de los cruceiros, las cruces de piedra  levantadas en las encrucijadas de numerosos bosques y despoblados gallegos. Los cruceiros se rodeaban de amontonamientos de piedras llamados milladouros, con una finalidad similar a la de las calaveras, y aún hoy existe entre viajeros y caminantes la costumbre de depositar allí una piedra y solicitar un deseo a los espíritus que rondan el lugar.

8. Cabo Ortegal. Autor, Adbar

Cabo Ortegal

El Samaín (en su origen gaélico, Samhain, que significa noviembre o “fin del verano”) se celebraba hace miles de años en todo el territorio celta hacia la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, con motivo de la conclusión de la temporada de cosechas y la llegada del invierno.

Los druidas, sacerdotes paganos de los celtas, consideraban esta fecha como un momento perfecto para reverenciar a los ancestros que visitaban sus antiguas aldeas, y para ello se santificaban mediante ritos conducentes a lograr su intercesión. Fue en el siglo XIX cuando la tradición del Samhain se exportó a Estados Unidos a partir de países como Escocia e Irlanda, cuya población emigró en masa a Norteamérica a causa de las hambrunas que asolaron Europa a mediados de siglo.

Este es el origen del Halloween actual (término derivado de All Hallows’ Eve, ‘Víspera de Todos los Santos’), una fiesta reimportada después a nuestro continente en un intento de alienar nuestras tradiciones más arraigadas: precisamente aquellas que dieron origen y significado al rito actual de reverenciar a los muertos.

9. Playa de Lumebo, en el Ferrol. Rías Altas. Autor, Macintosh

Playa de Lumebo, en el Ferrol. Rías Altas

Durante la noche del 31 de octubre los druidas se desplazaban hasta los bosques más alejados y recogían bayas de muérdago, una planta parásita que crece en las ramas de los árboles. Para ello utilizaban cierta hoz especial, fabricada de un material sagrado y considerado símbolo de pureza en la tradición celta: el oro. Tras la recolección depositaban las bayas en un pequeño caldero, donde más tarde se efectuaría la cocción de pócimas curativas y mágicas destinadas, entre otras cosas, a las prácticas de adivinación.

Los vecinos acudían a los druidas para obtener pronósticos sobre aspectos tales como casamientos, la incidencia del tiempo o la suerte que había de depararles el futuro.

Se tiene constancia de un rito adivinatorio que ha sobrevivido hasta fechas recientes y que consistía, curiosamente, en “pescar” y pelar manzanas: para ello se sumergía una cantidad variable de estas frutas en un recipiente amplio, a fin de que cualquiera que quisiese probar suerte se acercara a atrapar alguna de ellas.

Aquella persona que lo lograse en primer lugar sería la primera de la aldea en casarse. Finalmente se procedía a pelar las manzanas en la creencia firme de que cuanto más larga fuera la mondadura, mayor sería la vida de quien la peló.

Samaín castañas asadas
Asando castañas

En la noche de difuntos, las hadas y los trasgos eran libres de deambular por los caminos y las inmediaciones de la aldea. Su magia ocasionaba un sinnúmero de daños debido a las peculiaridades de esta jornada, la cual no pertenece ni a un año ni al siguiente, y por tanto resulta ideal para sembrar el caos. Se atrancaban las puertas de las casas para evitar que nadie entrase pidiendo limosna, en especial si lo que pedían era comida, leche o sopa.

Algunos valientes se arriesgaban a abrir: de tratarse de un hada el hogar obtendría suerte y fortuna para el siguiente año; pero si el visitante era un trasgo las maldiciones se abatirían sobre la familia, y todo serían calamidades y desastres sin fin.

Al caer el día los druidas encendían hogueras en lugares específicos, para lo cual utilizaban ramas sagradas recolectadas en lo más profundo del bosque. Su función no era solo ahuyentar a los malos espíritus sino también guiar a los muertos en la oscuridad, a fin de facilitarles el camino a la aldea y participar en las honras preparadas por sus familiares.

Los vecinos solían disfrazarse con pieles y cabezas de animales para asustar o despistar a los espectros, en la creencia de que pasarían de largo al confundirlos con otras bestias. Y asimismo era tradición efectuar numerosos sacrificios de reses. Un acto, por otro lado, no necesariamente asociado a celebraciones de tipo místico, ya que entonces al igual que ahora la comunidad debía aprovisionarse de carne y de pieles para hacer frente a los duros meses de invierno.

11. Atardecer en el puerto de Cariño. Autor, Guillenperez

Atardecer en el puerto de Cariño

12. Hacia el día de difuntos. Autor. Roi Alonso

Hacia el día de difuntos

Más adelante, los ritos celtas encaminados al mundo de los muertos derivaron en Galicia hacia la tradición de la Santa Compaña. Según la leyenda, la comitiva de difuntos avanza durante esta noche en completo silencio y portando largos cirios encendidos, siendo necesario protegerse contra la maldición que supone toparse con ella: unos hacen como que “no la ven”, mientras otros recomiendan subirse a un cruceiro y esperar a que pase de largo.

Pero sin duda, nada hay más eficaz que evitar alejarse del hogar durante esas horas consagradas a los muertos. Un consejo ciertamente valioso, puesto que el que encabeza la comitiva es en realidad una persona viva, que ha sido condenada a portar una cruz delante de la procesión espectral, y que solo quedará libre cuando pueda traspasar su condena a otro… Dicho esto y sin ánimo de estropear la fiesta a nadie… ¡A disfrutar de la noche más tenebrosa del año!

13. Puesta de sol en Ortegal. Autor, Guillenperez

Puesta de sol en Ortegal

Un artículo de sabersabor.es©

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Isabel, el retrato más querido del Emperador

Isabel, el retrato más querido del Emperador

En 1548, un anciano pintor residente en la Roma del papa Pablo III inició un viaje hacia la húmeda y boscosa Alemania. Su nombre, Tiziano Vecellio, el máximo exponente de la escuela veneciana del Renacimiento, y su destino la Dieta de Augsburgo, donde el todopoderoso Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico solicitaba la presencia del italiano para un nuevo encargo imperial. Durante su estancia en tierras germanas nuestro genial artista finalizó el cuadro “Carlos V a caballo en Mühlberg”, una de las obras cumbres de su carrera y que representa al Emperador y su montura a orillas del Elba, victorioso tras la batalla que libró contra las tropas protestantes de la Liga de Esmalcalda. Pero para su sorpresa no fue ese el único encargo que recibió. Al poco de su llegada, el Emperador le pidió encarecidamente que retocase un cuadro suyo que había entregado en 1545 y que para Carlos tenía un significado muy especial. La obra es un retrato al óleo expuesto actualmente en el museo del Prado y muestra el torso de Isabel I de Portugal, la Emperatriz y añorada esposa de Carlos que murió seis años antes en plena flor de su juventud.

Tiziano recordaba bien esa obra, un retrato póstumo que tuvo que realizar basándose únicamente en un camafeo de autor desconocido y la información facilitada por los que conocieron a Isabel en la corte. Esa fue su única inspiración, puesto que el pintor nunca la conoció en vida, de modo que cuando hoy admiramos el retrato en las galerías del museo del Prado sorprende cuanto menos observar la fidelidad y el amor con que el artista plasmó en el lienzo un rostro ajeno a él, pero del que logró extraer una belleza y bondad que a la vista de la obra parecen trascender de este mundo: la belleza de una princesa de sangre lusa que supo llevar las riendas del Imperio en las frecuentes ausencias de su marido, y la bondad y dulzura de una mujer que atrajo a Carlos desde el momento mismo en que se conocieron, durante los esponsales celebrados en Sevilla el año de 1526.

Carlos V en Mühlberg. Tiziano, Óleo sobre lienzo. 1548

Carlos V en Mühlberg. Tiziano, Óleo sobre lienzo. 1548

El 7 de febrero de 1526 llegaba Isabel a la frontera de Portugal acompañada de un impresionante cortejo, al que recibió con grandes honores la comitiva castellana presidida por el duque de Calabria, Don Fernando de Aragón. Y apenas un mes más tarde, tras viajar con grandes honores por media Andalucía, entraban juntos castellanos y portugueses en Sevilla, la joya del Guadalquivir, con todas las calles, plazas y balcones repletos de gente deseosa de saber cómo era la Emperatriz de cuya elegancia y belleza tanto se hablaba en toda Europa. Carlos V aún tardaría siete días más en llegar a Sevilla, haciendo un desaire evidente y sin duda deliberado a su futura esposa. Cuando subió al alcázar ya era entrada la noche, y al acceder a sus aposentos, Isabel, nerviosa, no pudo hacer otra cosa que hincarse de rodillas e intentar besar la mano de su Emperador.

¿Cómo era realmente Isabel? Tenemos por fortuna además del cuadro una descripción realizada por el cronista Alonso de Santa Cruz, de cuya pluma salió el siguiente comentario: “Era la Emperatriz blanca de rostro y el mirar honesto… Tenía los ojos grandes, la boca pequeña, la nariz aguileña, los pechos secos, de buenas manos, la garganta alta y hermosa (…)”. Fue ese rostro marfileño y esos ojos grandes y de mirada franca los que cautivaron por tanto al Emperador, y he aquí que en su primer encuentro surgió lo inesperado. Porque aunque la boda fue un rentable negocio concertado entre los reinos de Portugal y España, como lo eran todas las bodas de la nobleza en aquella época, Isabel lograría enamorar a Carlos V hasta un grado pocas veces conocido en las monarquías del Renacimiento Europeo. Tras su encuentro formal y un tanto precipitado, Carlos la levantó enseguida abrazándola y tomándola después de la mano. Era ya medianoche, pero aquella pareja no pudo esperar más. Se improvisó apresuradamente un altar y el Arzobispo de Toledo oficio una misa breve a la cual asistieron contados caballeros. El matrimonio fue consumado sin más ceremonias que el amor que se profesaban, un amor que duraría lo que la vida de la Emperatriz y del que su marido siempre daría muestras de añoranza a causa de sus obligadas ausencias por asuntos de Estado.

Autorretrato de Tiziano (Detalle). Óleo sobre lienzo. Entre 1565-70

Autorretrato de Tiziano (Detalle). Óleo sobre lienzo. Entre 1565-70

La pareja pasó su luna de miel en Granada, ciudad cantada por todos los poetas. Jerónimo Münzer la visitó a finales del siglo XV y decía de ella: “Repleta de jardines deleitosos con limoneros, arrayanes, estanques de marmóreos muros, tazas de mármol con surtidores de agua (…)”. Y algo de aquel soberbio enclave a los pies de Sierra Nevada debió de anidar en el corazón de los recién casados, pues decidieron prolongar su estancia en la capital nazarí hasta diciembre de aquel mismo año. Fue allí, en los aposentos de palacio, donde engendraron a su primer hijo: un heredero al que llamarían Felipe y que décadas más tarde sometería bajo su cetro los destinos de medio mundo.

La muerte de la Emperatriz vino a truncar esta dicha. Tras sufrir un aborto como consecuencia de unas fiebres sufridas en los primeros meses de embarazo, Isabel dejaba este mundo en Toledo a la edad de 36 años, el 1 de mayo de 1539. Carlos, que no se encontraba en la Corte en aquellos días, quedo sumido en una pena profunda e inconsolable. Fue tal su tristeza al conocer la noticia que marchó de inmediato hacia el convento de Santa María de la Sisla, en los Montes de Toledo, donde se encerró dos largos meses en la soledad más absoluta mientras el cortejo fúnebre de la Emperatriz atravesaba España camino de las vegas y las crestas de Sierra Nevada. Isabel volvía así a Granada, la ciudad regada por las frías aguas del río Genil. Y allí recibió finalmente sepultura en la Capilla Real que se levanta junto a la Catedral, donde ya descansaban los Reyes Católicos, su hija Juana la Loca y el marido de ésta, Felipe el Hermoso. Carlos V dejaría reflejado su pesar en diversos escritos aunque de una manera fría y casi diplomática, como si tuviese miedo de desvelar sus sentimientos a algún extraño. Pero fue con su hermana, María de Hungría, con quien el Emperador se sinceraría y daría rienda suelta al dolor más absoluto: “je suis en l’anxieté et tristesse que pouvez bien penser, d’avoir fait une si grande et extrême perte (…)”.

Cenotafio de Carlos I de España e Isabel de Portugal. Monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial. Autor, Lancastermerrin88

Cenotafio de Carlos I de España e Isabel de Portugal. Monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial. Autor: Lancastermerrin88

Desgraciadamente, en aquellos días el Emperador vino a caer en la cuenta de que no conservaba ningún retrato de Isabel, y el único existente, guardado por su hermana en la pinacoteca de Malinas, era pésimo y apenas si tenía algún parecido con el amado rostro que él recordaba. El cuadro realizado por Tiziano en 1545 vino a arreglar esta situación y palió sin duda la pena que sentía Carlos por la muerte de su esposa. Se sabe que el artista reutilizó un lienzo usado, ya que a través de análisis por radiografía se ha podido entrever tras las capas de pintura el perfil de una figura femenina. Tiziano terminó el cuadro con grandes dificultades y lo presentó finalmente en la Corte en 1545, pero por desgracia no gustó al Emperador: había plasmado el rostro con la nariz un tanto aguileña. Fue en 1548 y tras su viaje a Augsburgo, cuando el pintor italiano, que ya contada con sesenta años de edad, pudo dar los últimos retoques a su obra y ofrecerla de nuevo a su cliente y amigo.

El resultado: uno de los retratos más conmovedores, bellos y dignos de admiración de todo el Quinientos europeo. La Emperatriz se encuentra sentada y sostiene un libro abierto en su mano izquierda, quizá un misal o libro de oraciones. Isabel mira al frente con expresión dulce y profundamente humana, la postura erguida y envuelta en ricos vestidos mientras tras ella se despliega un paisaje renacentista desde unos grandes ventanales. Y Carlos, nuevamente al lado de su bienamada mujer, frente a aquel rostro marfileño y de grandes ojos que miraban al infinito y del que por desgracia no pudo despedirse, supo entonces que aquel cuadro le acompañaría siempre hasta el final de su vida. Así fue. Está documentado que el retrato de la Emperatriz fue una de las pocas pertenencias de las que no quiso desprenderse tras su renuncia al Imperio, agotado, prematuramente envejecido y enfermo de gota, y que lo siguió a su retiro definitivo en el monasterio extremeño de Yuste, donde moriría rodeado de jardines y a la sombra de la sierra de Tormantos el 21 de septiembre de 1558.

Isabel de Portugal. Óleo sobre lienzo. Tiziano, 1548

Isabel de Portugal. Óleo sobre lienzo. Tiziano, 1548

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La Biennale di Venezia. En busca del espíritu de la Ciudad de los Canales

La Biennale di Venezia, o en busca del espíritu de la Ciudad de los Canales

Hoy da comienzo en Venecia su glamorosa Mostra Internacional de Cine, la 70 edición de la Biennale que hasta el próximo 7 de septiembre deslumbrará al mundo cinematográfico con su repertorio de films para todos los gustos. Es ésta una ocasión ideal que nos permitirá aunar en un entorno único la élite del cine en su más fastuosa expresión, con el entorno aún más elitista, señorial, romántico y vetusto de la Venecia que todos conocemos. ¿Qué tiene esta ciudad encaramada a 118 islas junto al mar Adriático, en la laguna de Venecia, con sus 150 canales y sus más de 400 puentes atravesando la ciudad en todos los sentidos? ¿Qué poseen los palacios, las iglesias, las plazas o las colecciones artísticas venecianas que no tengan otros lugares como Florencia, Nápoles o la mismísima Roma, la que fue centro indiscutible del mundo durante casi un milenio…?

2. Canal de Venecia. Una vista de cine. Ghetu Daniel

                                                      Canal de Venecia. Una vista de cine. Ghetu Daniel

3. Destino, Venecia. Autor, Rodrigo Soldon

                                                             Destino, Venecia. Autor: Rodrigo Soldon

4. Gran Canal y Basílica della salutte. Canaletto. Óleo fechado en 1697

                                        Gran Canal y Basílica della salutte. Canaletto. Óleo fechado en 1697

5. Canal y góndola. Autor, Alex Scarcella

                                                                Canal, puente y barca. Autor: Alex Scarcella

6. Fachada de San Moisè. Autor, Paolagospo

                                                            Fachada de San Moisè. Autor: Paolagospo

7. Vista nocturna del Gran Canal de Venecia. Autor, Jdiego Gr

                                               Vista nocturna del Gran Canal de Venecia. Autor: Jdiego Gr

La atracción de Venecia resiste cualquier interpretación lógica. Y es que, tal vez, debamos buscar más en las impresiones indelebles de nuestros sentidos que en el denso currículum que sobre “La ciudad de los Canales” ofrece cualquier enciclopedia al uso. Venecia es Venecia, y ya en el siglo XIX el famoso escritor Mark Twain (que luego se haría universalmente famoso por sus inolvidables “Tom Sawyer” y “Las aventuras de Huckleberry Finn”) renunciaba por completo a todo intento de explicar esa atracción lánguida y a la vez excitante que a todos nos envuelve cada vez que visitamos la ciudad… Renunció, sí. Y de seguido escribió esto:

“Vemos a las niñas y a los niños salir en las góndolas con sus niñeras, a tomar el aire. Vemos a familias austeras, con el libro de oraciones y el rosario, subir a la góndola vestidos con las galas del domingo, e irse flotando a misa. Y a medianoche, vemos como se abre el teatro y se deshace de su enjambre de juventud y belleza; escuchamos los gritos de los gondoleros y contemplamos cómo salta a bordo la multitud, forcejeando, y la negra masa de barcas que se deslizan por las avenidas iluminadas por la luna; vemos cómo se separan aquí y allá, y desaparecen por calles divergentes; escuchamos las débiles risas y las remotas despedidas que flotan en la distancia; y luego, cuando ha pasado ya la curiosa procesión, disfrutamos de solitarios tramos de aguas resplandecientes, de edificios majestuosos, de sombras emborronadas, de extraños rostros de piedra que se mueven sigilosamente a la luz de la luna, de puentes solitarios, de barcas detenidas, ancladas. Y por encima de todo ello, se cierne esa misteriosa quietud, ese silencio furtivo, que tanto le conviene a esta Venecia, vieja y soñadora”.

De la obra: “Guía para viajeros inocentes”. Mark Twain
Ediciones del Viento, 2009

8. El tétrico puente de los Suspiros, el último paseo de los condenados. Autor, Raúl Soriano

                      El tétrico puente de los Suspiros, último paseo de los condenados. Autor: Raúl Soriano

9. Piazza San Marco. Autor, Fabriziosinopoli

                                                            Piazza San Marco. Autor: Fabriziosinopoli

10. Un paseo por Venecia. Autor, Rodrigo Soldon

                                                          Un paseo por Venecia. Autor: Rodrigo Soldon

11. Anochecer en Venecia. Autor, José María Cuéllar

                                          Anochecer en la Ciudad de los Canales. Autor: José María Cuéllar

12. Venecia en blanco en negro. Autor, Giovy It

                                                           Venecia en blanco en negro. Autor: Giovy It

13. Basílica de Santa María della Salute, Venecia. Autor, Rodrigo Soldon

                                               Basílica de Santa María della Salute. Autor: Rodrigo Soldon

14. Vista de Venecia. Palacio Ducal y parte de San Giorgio. Joseph Mallord William Turner. Óleo sobre lienzo, 1841

     Vista de Venecia. Palacio Ducal y parte de San Giorgio. Joseph Mallord William Turner. Óleo sobre lienzo, 1841

La magia y la decadencia sublime de Venecia han sido evocadas por infinidad de visitantes a lo largo de los siglos, y este extracto del famoso libro de viajes de Mark Twain, escrito hacia 1869, nos sugiere ante todo un paisaje sentimental: no tiene más pretensiones, ni pretende esgrimirse como definición, pero lo dice todo. Parece como si “La ciudad de los Canales”, la “Serenissima” asomada al Adriático desde donde dominó antaño el devenir comercial y cultural de medio mundo, haya conseguido atesorar desde entonces esa sutil mirada introspectiva de las glorias perpetuadas en piedra, esa patina del tiempo que posee una obra de Tizziano y que dice tanto sobre lo que fue, más allá de lo que hoy queramos otorgarle. En cualquier caso es indiscutible que la mirada señorial de Venecia sigue viva en el presente, atraviesa el tiempo y las aguas calmas de su laguna maternal para venir a nosotros y ofrecernos un hechizo tejido de agua, de piedra y sueños viajeros. Evocaciones que, como ya observó Twain, avanzan en lánguida procesión de góndolas por los rincones más sensibles de nuestra imaginación… ¿Es éste el secreto que encierra “La Serenissima”? Nosotros renunciamos a entenderlo y por ello, simplemente, les invitamos a descubrir sus rincones y maravillas más emblemáticas gracias al siguiente post fotográfico. Eso sí: esperamos sinceramente que, de tener una respuesta a este misterio, tengan a bien iluminarnos dándonos también su opinión…

15. Canale Grande di Venezia. Autor, Axel V

                                                               Canale Grande di Venezia. Autor: Axel V

16. Uno de los numerosos puentes de Venecia. Autor, Luca.Sartoni

                                           Uno de los numerosos puentes de la ciudad. Autor: Luca.Sartoni

17. Noche y marea alta en la Piazza San Marco. Autor, Mikealex

                                             Noche y marea alta en la Piazza San Marco. Autor: Mikealex

18. Vista del puente Rialto. Autor, Axel V

                                                                 Vista del puente Rialto. Autor: Axel V

19. Venecia. Fondeadero desde la Giudecca. Canaletto. Óleo sobre lienzo, 1740

                                Venecia. Fondeadero desde la Giudecca. Canaletto. Óleo sobre lienzo, 1740

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La «Serenissima» y su bella puesta de sol. Autor: desconocido

20. La canción del gondolero. Autor, Luca.Sartoni

                                                          La canción del gondolero. Autor: Luca.Sartoni

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Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (2ª Parte)

Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (2ª Parte)

A finales del siglo I de nuestra era, probablemente bajo influencia del teatro helenístico, los personajes del teatro romano se convirtieron en meras figuras de ballet. Durante la República el texto de las tragedias romanas se dividía en diálogos, recitativos y cantos, de los cuales solo los últimos ofrecían verdadero entretenimiento. Los cantica suponían además un alivio para el público, harto de perder continuamente el hilo del argumento y de unos diálogos que las más de las veces ni se oían. Visto el filón, los jefes de las compañías terminaron subiendo el coro de la orquesta a escena, pero al hacerlo el trabajo de los actores perdió protagonismo al quedar diluido entre los decorados y el lirismo musical. Claro que para entonces este detalle ya no preocupaba a nadie.

Actores romanos en plena interpretación. Mosaico conservado en el Museo arqueológico nacional de Nápoles

      Actores romanos en plena interpretación. Mosaico conservado en el Museo arqueológico nacional de Nápoles

Cada compañía solía tener un grupo de seguidores o fautores, pagados o no, que durante las largas tardes de representación se afanaban por alabar a sus favoritos y abuchear a los contrarios haciendo del todo intrascendente la calidad de la obra. Para más inri los directores no tenían ningún prejuicio a la hora de «arreglar» los manuscritos clásicos a fin de adaptarlos a las exigencias del público. Entre sus prioridades, por ejemplo, se encontraba restringir en lo posible la extensión de los diálogos, de modo que al final la tragedia quedaba en una simple sucesión de pausas líricas separadas por diálogos lo más cortos posible y distribuidos convenientemente para no constituir un estorbo. Los espectadores salían del teatro de Emerita cantando a viva voz cada interludio musical, que se sabían de memoria, aunque no hubiesen entendido nada del argumento de la obra.

Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor, Fernand0

                                       Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor: Fernand0

El teatro se recargó así de elementos accesorios y el aparato escénico acabó por predominar. Por ejemplo, si el asunto exigía que se representase la toma de Troya, esto era un pretexto para hacer desfilar cortejos inacabables de actores, literas y animales de todo tipo. Los prisioneros encadenados pasaban y volvían a pasar por la escena; se presentaban al público despojos de una ciudad, cantidades increíbles de oro y plata, vasos preciosos, estatuas, tejidos orientales, y todo con el fin de excitar la imaginación de unas gentes habituadas a poner la riqueza material por encima de cualquier otra cosa. Al mismo tiempo, la tendencia al realismo hacía que los directores se esforzasen por representar cada episodio de la manera más verídica posible. El rey mítico Penteo, por ejemplo, quien termina destrozado por las bacantes en la famosa tragedia de Eurípides, era efectivamente cogido en volandas y hecho pedazos ante la vista de los espectadores (al actor principal se le cambiaba a última hora por un reo de muerte); el fuego devorando las murallas de Troya no era simulado, sino un incendio verdadero, y Hércules se quemaba sobre su pira de manera literal y entre gritos inhumanos…

Mosaico romano con motivos mitológicos.

                                                              Mosaico romano con motivos mitológicos

Como en una especie de ópera, el público vibraba en las gradas del teatro de Emerita con los espectaculares decorados y el deambular de los coristas y danzarines, moviéndose al son de una melodía interpretada con cítaras, trompetas, címbalos, flautas o acordeón (scabellarii). El coro reforzaba la escena en los momentos álgidos con la cadencia de sus voces, pero era el solista principal (siempre masculino) quien llenaba indudablemente la actuación. Dentro de su repertorio incluía todo tipo de habilidades, entre las que se encontraban no solo cantar o deleitar con su belleza (se sabe que emperatriz Domitia cayó rendida en brazos del actor Paris a causa de la pasión que le profesaba), sino también el uso de artes tales como la mímica, la danza o las acrobacias más chirriantes, viniesen o no a cuento. Para prolongar su juventud y conservar una silueta estilizada, el pantomimo (que así se llamaba nuestro hombre) se sometía a un severo régimen en el que estaban prohibidos los alimentos grasos y las bebidas ácidas, y al igual que ocurría con los divos del pasado siglo no dudaba en tomar purgantes y vomitivos ante una mínima referencia de sobrepeso por parte de sus fans. Obviamente debía seguir estrictos ejercicios de flexibilidad y de modulación de la voz, un ritual en conjunto excesivo que terminó convirtiéndolo en el histriónico personaje que todos conocemos, favorito de las damas y caricaturizado hasta la saciedad en la literatura, el cine y el teatro de todas las épocas.

Río Guadiana a su paso por Mérida. Autor, Tomás Fano

                                                 Río Guadiana a su paso por Mérida. Autor: Tomás Fano

A orillas del Guadiana, Emerita fue una ciudad importante y como tal debieron afluir a ella las más rutilantes estrellas del Occidente romano. Con la salida del pantomimo la pasión se desbordaba entre un público deseoso de seguir sus evoluciones, mientras las féminas suspiraban por sus piruetas y acababan inertes en brazos de amigos o esclavos, aunque no por mucho tiempo. También eran frecuentes las riñas y tumultos protagonizados por seguidores y detractores del solista, que a menudo saldaban la noche con varios muertos y heridos de consideración. Todo ello, evidentemente, contribuía a ensalzar aún más el mito. La presuntuosidad de estas estrellas se revela en una curiosa anécdota de tiempos de Augusto y protagonizada por el famoso pantomimo Pylades I, quien observaba como su alumno Hylas interpretaba a Edipo con gran habilidad durante unos ensayos. El maestro no pudo soportar tamaña afrenta a su ego, de modo que se acercó a su pupilo y le dijo: “Recuerda, Hylas, que eres ciego”.

La vida en la cumbre es dura, y no pasó mucho antes de que estos endiosados artistas descartaran dominar canto y danza simultáneamente. Con Domiciano y Trajano pasaron a ser simples bailarines que dejaban al coro la tarea de entonar los cantica mientras ellos se limitaban a traducir el sentimiento en cada escena por medio de gestos, actitudes y danzas de todo tipo. Excepto en la voz, todo en ellos hablaba: la cabeza, los hombros, los músculos de la cara, las rodillas, las manos… Se sabe que en el siglo II d.C. el solista llegó a alcanzar tal maestría con sus gestos que, sin acudir a la palabra, era capaz de aprenderse de memoria y encarnar consecutivamente a todos los personajes de la obra…

Reproducción de máscaras de teatro clásico. Autor, Javier Marzal

                                           Reproducción de máscaras de teatro clásico. Autor: Javier Marzal

Acueducto Los Milagros, en Mérida. Autor, Rafael dP

                                                    Acueducto Los Milagros, en Mérida. Autor: Rafael dP

Claro que con el tiempo, también, estos divos acabaron matando al arte por culpa de sus acrobacias. Para comenzar invirtieron gravemente el orden de valores y en lugar de acompañar a los cantica con su mímica terminaron por subordinarla a ésta. Los jefes de compañía, los músicos o los libretistas tenían como único fin el lucimiento de la estrella, y nada se hacía sin su supervisión directa: gustaban de regular la puesta en escena, elegir a los actores, dictar los versos, inspirar la música, proponer los decorados y por supuesto elegir cada composición lírica, según fuese adecuada o no a sus virtuosismos o sus deficiencias. En definitiva, habían renunciado a llegar al corazón del público y solo buscaban atraer sus miradas y su aprobación.

Actuación en el teatro de Emerita. Autor, Antonio Pineda

                                                  Actuación en el teatro de Emerita. Autor: Antonio Pineda

Y mientras tanto el arte escénico seguía cayendo a sus cotas más bajas, que rayaban a veces en lo estrafalario. Se preferían por ejemplo las obras de género negro donde los actores sembraban espanto a base de intrigas, gritos histéricos por todo el escenario y un generoso derroche de sangre. O libidinosas, dado que siempre fue mucho más fácil y “seguro” apelar al sentido erótico del respetable… Pero a pesar de la caída en picado no todo fueron malas noticias. La necesidad de encontrar nuevos modos de agradar al público también trajo consigo una originalísima modalidad de interpretación, y que ya entonces hacía furor entre la plebe: el mimo. Era ésta una farsa burlesca que trataba de acercarse lo más posible a la realidad. Eso sí: al igual que en la vida misma, cruda y sin adornos, los argumentos se basaban también en las situaciones más groseras y en los personajes más bajos, lo que hacía que el espectáculo alcanzase tintes caricaturescos semejantes a los modernos payasos del circo.

Majestuosas ruinas romanas en Mérida. Autor, Xornalcerto

                                                Majestuosas ruinas romanas en Mérida. Autor: Xornalcerto

El número de mimos de una compañía dependía de los personajes que requiriese la obra, y al contrario que en el teatro clásico, todos actuaban sin máscara y vestían como el ciudadano de la calle. Otra original aportación del mimo fue la presencia de mujeres en el escenario (en la comedia o la tragedia los personajes femeninos eran interpretados invariablemente por hombres), lo que contribuyó a relanzar al teatro por más que las historias redundasen en los mismos temas de siempre. Raptos, suicidios, maridos burlados o amantes escondidos en un baúl providencial eran el pan de cada día en la cartelera por aquella época, a lo que se sumaba un evidente interés por el exotismo, la ostentación, la lujuria y el morbo más exacerbados. Igual que ocurre hoy día con el mundo del espectáculo, el reclamo del sexo y la impudicia estaba entonces muy extendido y no era raro, por ejemplo, que las actrices acostumbraran a desnudarse completamente por “exigencias del guión” o incluso a petición del respetable.

Fresco que representa una mujer tocando una kithara. Autor, Ranveig

                                      Fresco que representa una mujer tocando una kithara. Autor: Ranveig

Puente romano en Mérida. Autor, Antonio Pineda

                                                       Puente romano en Mérida. Autor: Antonio Pineda

El espectador romano en Emerita y otros teatros de la época era también muy aficionado a los mimos terroríficos en los que los actores se intercambiaban golpes, se oían palabras malsonantes o sonaban bofetadas repartidas entre comparsas sin venir a cuento. Por lo común la bronca acababa degenerando en riñas “a pie de grada”, lo que hacía las delicias de un público que no contaba con estos extras en el guión. Otras veces, sin embargo, la jarana estaba anunciada a bombo y platillo: es lo que ocurrió por ejemplo con una obra, “Laureolus”, que destacó precisamente por la violencia de su personaje principal, un ladrón incendiario y degollador. En el momento del castigo final el actor que lo interpretaba era sustituido por un reo común, y éste salía al escenario para interpretar su canto de cisne y morir entre torturas que no tenían nada de fingidas. ¿El resultado? La obra fue un gran éxito de taquilla y público y se mantuvo en cartel durante dos años consecutivos… Qué grandes guionistas e intérpretes se perdió Broadway.

Templo de Diana, en Merida. Autor, Rafael dP
                                                        Templo de Diana, en Mérida. Autor: Rafael dP

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Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (1ª Parte)

Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (1ª Parte)

El pasado 5 de julio se dio el pistoletazo de salida al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida con la representación de la obra Medea, de Séneca. Se trata sin duda del evento más antiguo de estas características en España, y con diferencia el más importante, puesto que tiene lugar en el ambiente único del Teatro romano existente en esa localidad (Mérida se conocía entonces como Augusta Emerita y fue durante una época capital y residencia del máximo dignatario del Emperador en Hispania). Emulando el fasto y la solemnidad de los espectáculos de la Roma clásica, el teatro de Mérida pasa por ser el más antiguo que todavía funciona como tal en el mundo. Este año su Festival llega ya a la LIX edición en una singladura que se inició allá por 1933, y que tras el parón obligado por la guerra civil y los años más duros de la postguerra, continuó ya sin interrupción desde 1953 hasta alcanzar el éxito de público y fama que posee hoy día.

Mérida y su puente romano. Autor, Diego M. Castañeda

                                                 Mérida y su puente romano. Autor: Diego M. Castañeda

Durante los meses de julio y agosto, los afortunados asistentes al Festival pueden disfrutar además de uno de los conjuntos arquitectónicos más emblemáticos de España y que en 1993 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El teatro es en si mismo una obra monumental a pesar de las frecuentes remodelaciones que ha sufrido desde sus orígenes, allá por el año 15 a.C. Parcialmente apoyado en las laderas del monte de San Albín esta construcción fue levantada para poder albergar hasta un total de 6000 espectadores, lo que prueba la importancia que debió de tener Mérida en los primeros siglos del Imperio romano. Gracias a los trabajos de restauración efectuados por José Menéndez Pidal y Álvarez y otros profesionales a lo largo del siglo XX hoy podemos admirarnos del poder y la elegancia señorial que emanaba del edificio durante su época de explendor. Y es que del deterioro en que se sumió en otras épocas hemos pasado a unas estructuras escénicas con plena funcionalidad: el semicírculo de la gradería, por ejemplo, se encuentra notablemente conservado a excepción del tramo de filas superiores, o summa, y lo mismo podemos decir de la orchestra, lugar de élite donde se situaban los más importantes personajes de la urbe y de toda la provincia romana.

Escena de Lisístrata en el Teatro romano de Mérida. Autor, Becante

                                       Escena de Lisístrata en el Teatro romano de Mérida. Autor: Becante

Pero el elemento que atrae todas las miradas del público es sin duda el frontal, o scaenae frons, una espectacular estructura en columnas de orden corintio adornada de estatuas y con tres puertas para el acceso de los actores al escenario: la central y las dos laterales. El carácter exclusivo del teatro se ve incrementado además por una acústica fuera de lo común y que permite que las compañías puedan actuar sin micrófonos, tal y como lo debieron hacer en las representaciones clásicas hace más de dos mil años. Pero, ¿fueron éstos realmente los espectáculos de masas que hoy nos imaginamos, valorados y seguidos por el público como ocurre en la actualidad? ¿Cómo transcurrió en realidad la vida, las obras, el favor de la audiencia y el trabajo de directores, comediantes y estrellas en el mundo del teatro de Emerita, allá por sus años de mayor gloria imperial?

Mosaico que representa máscaras de teatro clásico.

                                                     Mosaico que representa máscaras de teatro clásico

Addison dijo una vez que el teatro es el alma en sueños. Sin embargo, durante el auge de Roma, el oficio de la escena fue siempre muy mal valorado por la sociedad. En el periodo antiguo solo los esclavos y libertos podían trabajar como actores, y hasta tal punto fue así que el mero hecho de ser comediante, libretista o aún director de escena constituía una causa lícita para limitar sus derechos jurídicos. Hoy actor es sinónimo de estrella, riqueza, fama y glamour, pero en aquella época el ciudadano romano despreciaba aquello que le divertía y denominaba a los trabajadores de las compañías teatrales “histriones”, término que tuvo siempre un sentido despectivo y que los relegaba por definición a la cola de las clases sociales.

Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor, Extremaduraclásica

                                Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor: Extremaduraclásica

Durante la República el teatro estuvo mejor considerado que los juegos circenses, pero esto cambió al llegar el Imperio. Plinio el Joven se lamentaba diciendo que lo más granado de la sociedad prefería asistir a las carreras de carros antes que a una buena tragedia en verso, y si eso ocurría con los grupos instruidos, no es difícil imaginar la atracción que supuso el circo o el anfiteatro para el hombre de la calle. A menudo la máxima ambición de un mercader o tendero medianamente pudiente era comprarse dos esclavos fuertes que lo llevaran al circo en litera y que peleasen por él para lograrle el mejor sitio en las gradas. Frente al espectáculo de las fieras y los gladiadores el teatro estaba en desventaja, pero no por ello debemos despreciar su importancia puesto que el de Emerita, con no ser uno de los más importantes, poseía unas proporciones de escándalo en comparación a la mayoría de los actuales.

Busto de Séneca, en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Autor, Finizio

                              Busto de Séneca, en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Autor: Finizio

Para satisfacer las exigencias de las ciudades, primero el senado y después los emperadores financiaron la construcción de teatros excavados directamente en roca, algo en verdad muy caro, ampliando además la temporada de representaciones al periodo comprendido entre abril y noviembre. En un principio sólo se programaba una comedia o tragedia al día, pero no pasó mucho tiempo antes de que el cupo incluyese dos y más obras que a menudo competían entre si por el favor del público y de un magistrado, el cual elegía finalmente al vencedor. La jornada de teatro se alargaba así a lo largo de varias horas obligando a intercalar descansos entre representaciones, durante los cuales un músico solía amenizar con la flauta a la audiencia acompañado o no del coro. La larga duración de las obras también dio paso a costumbres un tanto rústicas, como aquella que permitía a los espectadores llevar consigo comida y bebida. Es fácil entender que estas medidas terminaran por hacer del programa un caos absoluto, puesto que al barullo del respetable se unía frecuentemente el vuelo de las viandas por encima de gradas y cabezas cuando la obra no era del agrado de los asistentes.

Entrada lateral al escenario del Teatro de Mérida. Autor, Shepenupet

                                      Entrada lateral al escenario del Teatro de Mérida. Autor: Shepenupet

De todas formas, aún en la época en que Roma comenzó a construir aquellos teatros grandiosos y de perfecta curvatura, el arte dramático ya estaba agonizando y daba paso a nuevas formas de diversión. Algunos de los más insignes ya se habían adaptado a los nuevos tiempos, como el antiguo teatro grecorromano de Taormina, en Sicilia, y ofrecían de manera habitual espectáculos de gladiadores para satisfacer a un público ávido de emociones fuertes. Desde Augusto y Claudio dejaron de crearse títulos nuevos, y en tiempos de Nerón los literatos más creativos tenían que conformarse con leerlos en los auditoria (espacios públicos donde podían recitarse trabajos propios o ajenos), como ocurrió de hecho con Medea y otras tragedias de Séneca. Puede decirse que desde finales del siglo I a.C. el público solo pudo asistir al teatro para ver obras del repertorio tradicional, y a las que era asiduo no tanto por la trama (que no importaba demasiado) como por el fasto, la música u otros accesorios comúnmente asociados a estos espectáculos.

Muchos argumentaron entonces que el declive del teatro tenía su justificación puesto que en aquellos inmensos edificios al aire libre, entre la confusión reinante y la gran afluencia de personas, casi nadie era capaz de seguir un delicado argumento en verso si no conocía la obra por haberla visto en otras ocasiones. Aún así era necesario el apoyo de la introducción para saber de qué iba, así como de signos preestablecidos que facilitaban la comprensión de las diferentes escenas. Las máscaras trágicas y cómicas, por ejemplo, se pintaban de marrón o de blanco para identificar a ambos sexos, mientras que el color del vestuario permitía aclarar cuál era la condición social del personaje: el blanco para los ancianos; el amarillo para las cortesanas; el púrpura para los ricos, el rojo para los pobres o el abigarrado para los proxenetas eran solo algunos de los más representativos.

Fin de la Primera Parte …

Teatro grecorromano de Taormina, en Sicilia. Autora, Benedetta Alosi

                                       Teatro grecorromano de Taormina, en Sicilia. Autora: Benedetta Alosi