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De ruta por Las Virtudes. Un Parque Temático del siglo XVIII

Si vas a Andalucía y eres de los que disfrutas encontrando lugares sorprendentes. Bien cuando salgas de Madrid, o a tu regreso, si no lo sabes existe un territorio legendario, muy antiguo y muy conocido por Cervantes, llamado Campo de Montiel. Contiene infinidad de bienes patrimoniales y naturales además del paisaje quijotesco más bello y genuino del Mundo.

Saliendo de Torrenueva, por un carreterín muy poco transitado, atravesando el bellísimo paisaje agrario, ondulado de montes tapizados de manchas de encinar, se advierte el fin de Castilla emparentando con Andalucía.
El horizonte aquí se hace más agreste, la temperatura más confortable y el otoño en esos periodos húmedos y cálidos, regala unos días de doble primavera al sur del Campo del Montiel. Se puede llegar también desde Castellar de Santiago, pero el camino más bonito es desde Torrenueva.

Paisaje del Campo de Montiel. Autor, Fran J de Lamo S

Paisaje del Campo de Montiel

Plaza de toros de Las Virtudes

Las Virtudes, justo en las lindes del Campo de Montiel, en tierras de Santa Cruz de Mudela, es otro de esos espacios impresionantes y casi irreales. Detenido en el tiempo. Conservado como un milagro de los avatares históricos. Escondido de los viajeros decimonónicos y apartado de las rutas cinematográficas que llevaron a Hemingway hasta Ronda.

Esta de Las Virtudes posee toda la gracia goyesca del XVIII español. El encanto romántico y bandolero que la camufla a los pies de Sierra Morena y la convierte en algo realmente mágico. Tan auténticamente real, que parece mentira.

Si llegas un día de diario, cuando apenas nadie se ve por el pequeño poblado que la circunda, te atraerá primeramente la fronda caducifolia que más bien parece un pedacito de un Real Sitio borbónico. La Alameda de La Virgen, frescamente regada por la fuente y la alberca, diseñada exactamente igual que los parterres del Retiro de Madrid, sirve de delicioso paseo hasta llegar al monumento.
El atractivo juego de contrafuertes le dan aspecto fortificado. La elegante puerta clasicista, otra vez goyesca, ilustrada. Arquitectura académica, pulcramente trazada en mármol gris.

Tras la puerta, labrada arco de triunfo. Sientes al cruzarla como si comenzase el espectáculo y sonasen las fanfarrias de la Twenty Century Fox. Verdaderamente triunfan los sentidos. Sobre todo la vista. Porque es increíble encontrarse algo tan exquisitamente hermoso en las agrestes estepas castellanas, tan maltratadas por la historia y tan expoliadas de sus riquezas patrimoniales.

Plaza de toros de Las Virtudes. Autor, Javier Gorostiza

Plaza de toros de Las Virtudes

Aquí encontramos la cuadratura del círculo. La plaza de toros cuadrangular exponiendo los parámetros elementales de la arquitectura popular hispánica. Foro heredado de la cultura grecolatina que aglutina los toros cretenses con las ágoras griegas. La plaza popular castellana con iglesia, concejo y galerías del pueblo. Todo un compendio de ingeniería histórica que resume con maestría improvisada el germen de cualquier pueblo español.

Washington Irving fue cautivado por el embrujo hispano-musulmán que lo llevó a descubrir La Alhambra desde Sevilla hasta Granada, encontrado por el camino infinidad de maravillas que a sus ojos resultaban exóticas y tan sorprendentes como el descubrimiento de todo explorador.
Esta es la sensación que provoca por primera vez a todos aquellos que jamás han visto ni oído hablar de Las Virtudes. Uno de los conjuntos arquitectónicos más valiosos de la cultura mediterránea.
Lugar que merece todo el cuidado para ser preservado en su integridad. Hago desde aquí el responsable llamamiento para que se ordene su entorno y todo cuanto se edifique en el mismo armonice y entone con esta joya patrimonial única e irrepetible.

No quiero decir todo lo que contiene para que seáis vosotros mismos los que os sorprendáis. No en vano el título de este artículo hace referencia a la magia escenográfica de los actuales parques temáticos, capaces de recrear con exactitud cualquier etapa histórica. Aquí disfrutaréis del privilegio de lo auténtico, con ese halo irreproducible que sólo concede el peso y el paso de la historia.

Capitel. Autor, Eduardo Mascagni

Capitel

Castilla, Andalucía, mudéjar, barroco, popular, cortesana, golfa, piadosa, bandolera, religiosa, pagana… Romana, árabe, cristiana… Poco me parece para lo mucho que contiene un espacio tan pequeño y a la vez tan inmenso por ser como la esencia de un perfume francés. De esos carísimos que parecen contener oro líquido.
Así brilla el sol en el albero de Las Virtudes, con más arte que las tauromaquias de Goya. Con más atractivo que los viajes de Washington Irving. Con tanta escenografía como las tardes toreras de Hemingway. Y sin embargo, sin ellos, sin la fama. Con la modestia de permanecer al margen de las grades rutas turísticas, posee el incalculable valor de las cosas sin precio. La autenticidad de lo irrepetible y la grandeza de lo creado para solaz de los sentidos.

Los que nunca hayáis tenido la fortuna de conocer este lugar y leáis esto, recordaréis lo que os digo, cuando por primera vez os encontréis en medio de ese coso que no parece una plaza de toros. Que más bien parece la plaza mayor de todos los pueblos de Castilla iluminada por el sol de Andalucía.
La pulcritud milimétrica que la mantiene en perfecto estado de presentación os resultará sorprendente y os dará sensación de irrealidad. Por desgracia tan acostumbrados en muchos casos al deterioro de nuestro patrimonio, ver algo tan exquisitamente cuidado, provoca cuando menos satisfacción y orgullo de ser miembro de este país. Y a la vez el deseo por encontrar todo cuanto nos rodea con un aspecto similar.

Ermita de Nuestra Señora de Las Virtudes

En el interior de la ermita

En el interior de la ermita

Y por si fuera poco. La ermita es el cofre del tesoro. Desde el suelo de barro hasta el artesonado mudéjar, pasando por el aspecto visigodo de la pila bautismal hasta la barroca capilla mayor, todo es una sucesión de arte popular convertido en lección académica.


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Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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El castillo de Montizón. Por tierras de Jorge Manrique

castillo de Montizon Campo de Montiel Villamanrique

Hacía mucho tiempo que alentábamos el deseo de visitar el castillo de Montizón, Mons Mentesanus, cuando romano, y Montixon, cuando árabe. Algo así como una extraña admiración romántica, por aquella grande y recia fortaleza, en la que acaso Jorge Manrique, señor de Villamanrique, escribiera sus famosas Coplas, ya que es probado que moró en ella algún tiempo.
Sirvan estas líneas para alentar en lo posible vuestra visita.

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Campo de La Mancha, campo de Montiel. Autora, Alba Casals

Ha mediado el otoño, verdadera primavera de La Mancha. Es un día tan azul y tan diáfano que asemeja el cielo una fiesta de añil y de luz. La gran patena del sol expande sobre los campos sus hostias de oro. Y el campo se esponja bajo la caridad tibia y placentera.
Allá en la distancia, un sembrador arroja la dorada bendición del trigo, en espera de que el agua obre el milagro germinador.
Una mano invisible y despiadada va pelando implacable la fronda de las vides.
Por entre el verde plata de los olivos asoman a centenares las perlas negras de las aceitunas.

Timpano iglesia de Villamanrique. Autor, César del Pozo

Tímpano de la iglesia de Villamanrique. Autor, César del Pozo

Clavadas el horizonte aparecen las casas de Cózar. Sobre el pardo de la tierra, el pardo de los tapiales. Y sobre éstos, la parda montera de los tejados y las negras pipas de las chimeneas. Cózar, como tantos otros lugares españoles, está esperando de Dios lo que los hombres le niegan. Adormecido al sol, sobre una loma, le dejamos atrás.
Un poco más allá, Torre de Juan Abad nos sale al paso. La sombra del insigne don Francisco de Quevedo llena el pueblo. Aún resuenan por las calles las pisadas patizambas y el golpear del toledano estoque del formidable escritor, que gran señor fuera de la villa.
Hemos llegado hasta Villamanrique, cruce estratégico de caminos y escenario auténtico del Quijote de Cervantes. Desde el pueblo al castillo hay un camino estrecho y bacheado, de difícil tránsito para nuestro coche.

Por fin en el castillo

Entrada al castillo de Montizón

Desde el camino no se divisa el castillo, oculto tras altas lomas. Es sólo estando encima cuando nos muestra la fortaleza los recios dientes de sus almenas, que fingen un bostezo interminable. Ni foso, ni rastrillo, ni poterna, ni puente levadizo, ni gente de armas nos vedan el acceso, cual seguro sucediera allá en los tiempos de que fuera su señor.
Ni ha sonado tampoco en la alta torre la trompa del atalaya, anunciando la llegada de gentes extrañas al alcaide de la fortaleza.
Sólo guardan la entrada, en estos tiempos, dos tremendos mastines, que al divisarnos, ladran furiosamente, con canina y tozuda obstinación.

En el interior del Castillo

En el interior del castillo

Penetramos al fin en la mansión guerrera irrumpiendo en su amplia plaza de armas; espaciosas salas castellanas, antaño adornadas de ricos tapices y muebles severos; la vieja capilla de la fortaleza, en que los caballeros de Santiago elevaron sus preces al cielo pidiendo la victoria; la gallarda torre del homenaje; el salón de honor, lugar de fiestas en un ayer remoto; las lóbregas mazmorras, en las que gimieran cautivos; la espaciosa cocina, en que hubiese cabido holgadamente el entero novillo de las Bodas de Camacho
Desde una alta ventana, en que la castellana llorara ausencias en otro tiempo, contemplamos, brillante bajo la llama del sol, el curso del Guadalén. El brazo de acero del río defiende las rocas, en que asienta el castillo su imponente mole.
El paisaje se cierra hacia el norte por cerros y onduladas lomas, que forman el escalón de la meseta manchega. Y hacia el sur se abre, siguiendo el camino que marca la estela de cristal del río, en su marcha hacia el Guadalimar, del que es tributario. Siguiendo este estrecho valle subirían, desde Andalucía, las tropas moras. Y por él bajarían, sin duda alguna, las nobles cabalgadas santiaguesas, en los duros tiempos de la Reconquista.

Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño

Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño

Montizón es el hito gigante que marca la linde de los campos de Castilla y las tierras andaluzas.
Ya ni pajes, ni escuderos, ni ballesteros, ni heraldos, ni hombres a caballo, ni gentes de la mesnada del castellano señor – Jorge Manrique, que luchando por su reina halló la muerte en Garci-Muñoz -, animan con sus voces y su marcial estruendo la plaza de armas.
Ni se escucha el sonar de tambores y trompas de guerra.
Ni fulguran al sol los aceros de las armaduras.
Ni pretenden clavarse en el cielo las lanzas.
Ni relinchan los nobles corceles presagiando la dura pelea.
Ni entre las almenas asoman las damas despidiendo al guerrero que marcha al combate.
Ni se escuchan las dulces canciones de los trovadores al pie de la torres.
La época gloriosa de los caballeros y las castellanas “pasó como pasa, bajo el puente, el río”.
Sobre su peñón cimero, negra verruga de piedra, el castillo duerme su sueño eterno.

Aquel de buenos abrigos,
Amado por virtuoso de la gente,
el maestre don Rodrigo Manrique,
tan famoso y tan valiente

Al atardecer

Al atardecer


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Manchegos de leyenda. La vida de Santo Tomás de Villanueva (1ª Parte)

La Mancha sabersabor.es

El pasado 1 de noviembre se cumplieron 356 años de la canonización, por el papa Alejandro VII, del que fuera destacado hijo de la localidad de Fuenllana, un humilde pueblo de fachadas encaladas y rodeado de trigales en pleno Campo de Montiel. Santo Tomás de Villanueva nació allí en el otoño de 1486, año fatídico en el que la peste asoló Castilla y otras partes de España. Este hecho obligó a sus padres a marcharse de su residencia habitual, en Villanueva de los Infantes, para buscar refugio en el hogar de sus abuelos maternos. Casual hecho que dotó a la población de Fuenllana de una relevancia primordial: la de ser cuna del futuro arzobispo de Valencia, profesor de la Universidad de Alcalá y consejero personal del mismísimo Emperador Carlos V, dueño y señor de medio mundo.

Patio barroco del convento de los Agustinos. Autor, Excmo. Ayuntamiento de Fuenllana

Patio barroco del convento de los Agustinos. Autor, Excmo. Ayuntamiento de Fuenllana

Hoy su importancia histórica esta fuera de toda duda, y pocos son los recovecos de su vida desconocidos por el gran público. En Fuenllana, y en 1735, la orden de los Agustinos edificó un convento sobre la casa que lo vio nacer, convertida después en ermita por sus vecinos. Un convento que disponía de iglesia, desaparecida en 1964 (la iglesia actual se aloja en lo que fue el refectorio del convento), y también de escuela, donde los monjes enseñaban a los vecinos rudimentos de escritura, números y las bases de la doctrina cristiana.

Pero menos conocidas quizás son las peculiaridades del carácter de Santo Tomás; los hechos cotidianos, milagrosos o no, que forjaron poco a poco la leyenda de este hombre querido por sus semejantes y que todos invocaban como un santo, antes incluso de su beatificación. Sirva este artículo de homenaje a la persona de Santo Tomás, Tomás García por más señas, lo que nos permitirá a su vez acercarnos al carácter más humano del que fuera manchego insigne y luz espiritual en la España del Quinientos.

Santo Tomás de Villanueva, niño, repartiendo sus ropas. Bartolomé Esteban Murillo. Óleo, 1667

Santo Tomás de Villanueva, niño, repartiendo sus ropas. Bartolomé Esteban Murillo. Óleo, 1667

Tomás era de mediana estatura y poseía un rostro moreno, ni feo ni hermoso, aunque en él destellaban unos ojos azul claro que alegraban lo que de común era semblante grave y de mucha autoridad. Se dice que durante su infancia prodigó grandes ejemplos de sencillez y desapego a lo mundano, ofreciendo a cualquiera que se cruzase en su senda aquello que pudiese necesitar. Cuando tenía 16 años sus padres lo enviaron a Alcalá para estudiar Artes, y fue tal su dedicación que en poco tiempo lograría una beca para el Colegio Mayor de San Ildefonso, núcleo de la famosa Universidad de Alcalá de Henares. La enseñanza en la nueva universidad comenzó un año después de su ingreso, en otoño de 1509. Pues bien, en 1512 Tomás obtuvo el grado de Maestro en Artes, y unos meses después ya daba clases como profesor. Todo un logro que perpetuó la imagen erudita de nuestro manchego… hasta el punto de imponerse durante siglos el trámite de visitar la capilla de santo Tomás de Villanueva, a todo aquel que desease ser candidato para la rectoría de la universidad.

Continuará…

Vista de Fuenllana. Autor, Pedro Sánchez García

Vista al atardecer de Fuenllana. Autor, Pedro Sánchez García

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Julio de 1212. Salvatierra y la gesta de las Navas de Tolosa (4ª Parte)

Salvatierra y la gesta de las Navas de Tolosa

En el campo cristiano y en plena oscuridad se iniciaron los preparativos para la batalla. Primero, espiritualmente. Luego planeando la estrategia a seguir junto a los fuegos del campamento, pues nadie probablemente pudo pegar ojo en aquella calurosa noche de julio. Al amanecer, tomaron las armas y salieron en ordenadas formaciones hacia el frente, donde el Califa almohade ya esperaba capitaneando a su ejército. Éste colocó en vanguardia tropas ligeras de árabes y bereberes, con arqueros y maceros de gran movilidad cuya misión consistía en desordenar la formación cristiana a base de ataques y retiradas prontas. En la línea principal, los almohades al centro y los árabes en los flancos. Y en retaguardia las fuerzas de reserva y el propio Califa, que se situaba en un palenque sobre una altitud del terreno y rodeado de su guardia, devotos esclavos de descomunales proporciones atados con cadenas entre sí.

Caballero cristiano. Escultura de bronce. Obra de Pí Belda

Caballero cristiano. Escultura de bronce. Obra de Pí Belda

La iniciativa de ataque partió de los caballeros cristianos, lanzados en bloque contra la vanguardia musulmana de modo que los arqueros perdieron bien pronto su eficacia. Deshecha la primera línea, el bloque montado de choque fue a dar con la parte principal de los enemigos, que bloquearon el ataque obligando entrar en batalla a las fuerzas principales cristianas: las de las cuatro Órdenes militares (Calatrava, Santiago, San Juan y Temple); las casas de Haro y de Lara e, intercalados con ellas, las milicias concejiles de Castilla. El ímpetu del ataque obligó al Califa a hacer uso muy pronto de sus fuerzas de reserva, mientras Alfonso VIII dejaba intactas las suyas en la retaguardia del lado cristiano. Éstas, compuestas por los hombres del arzobispo de Toledo y los de Téllez y Girones entraron oportunamente en liz, lo que fue decisivo para provocar el desorden y la retirada de los musulmanes en masa, con excepción de la guardia califal.

Tapiz que representa el momento álgido de la batalla de las Navas de Tolosa. Autor, desconocido

Tapiz que representa el momento álgido de la batalla de las Navas de Tolosa. Autor, desconocido

El palenque del Califa resistió no solo por constituirse de fuerzas selectas que disponían de copiosísimas reservas de flechas y lanzas, sino también por estar encadenadas. Pero todo fue en vano, y el soberano emprendió la huida mientras los caballeros cristianos apretaban el cerco e irrumpían en él, arrollándolo. La gran mortandad de la batalla se produjo precisamente en el palenque y con posterioridad durante la huida de los infieles. Mientras, los del norte iniciaban la persecución por entre un campamento sumido en el caos y cuyas tiendas fueron muy pronto abatidas. Producida la derrota, Rodrigo Jiménez de Rada, con Alfonso VIII y los obispos, entonó un Te Deum laudamus al tiempo que se consumaba la descomposición de los vencedores, que abandonaron a su suerte las tierras situadas más allá del Guadalén: Vilches, Baeza, Úbeda y, a la postre, las puertas de Andalucía entera.

El escenario de la contienda

El escenario de la contienda

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Fotografía de portada: Sacro Convento y Castillo de Calatrava La Nueva. Autor, desconocido.
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Julio de 1212. Salvatierra y la gesta de las Navas de Tolosa (2ª Parte)

Julio de 1212. Salvatierra y la gesta de las Navas de Tolosa (2ª Parte)

Con la llegada del verano de 1211 el ejército musulmán emprendió la marcha desde Córdoba, y destacó fuerzas de caballería para asolar el campo cristiano. Así se fueron acercando a Salvatierra, ya en la provincia de Ciudad Real, de donde salieron unos centenares de caballeros cristianos para entablar combate hasta que la llegada del grueso de las tropas les obligó a refugiarse en el castillo. La cercana fortaleza de Dueñas (futuro bastión de Calatrava) cayó sin dificultad en manos infieles, y tras un sostenido asedio, también Salvatierra tuvo que rendirse tras solicitar permiso al rey Alfonso VIII. Al cabo de 51 días de asedio los defensores salieron libres a tierra cristiana con los enseres que pudieron llevarse. Era el mes de septiembre, y el Califa almohade entraba al fin en Salvatierra transformando la iglesia en mezquita.

Garganta en Sierra Madrona. Autor, Eugenio Martín

Garganta en Sierra Madrona. Autor, Eugenio Martín

Realmente Salvatierra salvó a la tierra de los cristianos. Por de pronto entretuvo al gran ejército musulmán cerca de dos meses, al cabo de los cuales, agotados los víveres e inminente la llegada del mal tiempo, el vencedor tuvo que emprender la retirada dando así tiempo a la concentración de fuerzas cruzadas. Aún así no dejó de alardear por la conquista en una carta que escribió al pasar por Andújar, el 13 de septiembre.

Vista del Castillo de Salvatierra. Autor, Ancalimë

Vista del Castillo de Salvatierra. Autor, Ancalimë

El 14 de octubre moría inesperadamente el heredero del rey castellano. A pesar del dolor que le produjo, Alfonso VIII siguió trabajando en la batalla decisiva, y en Guadalajara celebró consejo acordando hacer un llamamiento a la cruzada en Europa y la colaboración de los reyes cristianos de toda la península. Fue un éxito relativo. Cuando la concentración de combatientes se hizo efectiva, en la primavera de 1212, Castilla estaba en efervescencia. Pero los cruzados extranjeros, de Burdeos, Nantes y Narbona principalmente, eran muchos menos de los que se esperaban, y por si fuera poco ocasionaron un sin fin de disturbios en Toledo al llegar con demasiada antelación. La indisciplina campaba en la capital de las tres culturas, y todos los gastos por manutención, alojamiento y daños por trifulcas corrían a cargo del rey Alfonso.

Arco triunfal Omeya. Fortaleza de Calatrava la Vieja. Autor, Llapassar

Arco triunfal Omeya. Fortaleza de Calatrava la Vieja. Autor, Llapassar

A pesar de los contratiempos, el gran ejército cristiano iniciaba al fin el 20 de junio su salida de Toledo con destino a Calatrava la Vieja, a orillas del Guadiana. En cabeza iban los cruzados extranjeros, y detrás, sucesivamente, aragoneses, castellanos y las fuerzas aportadas por las órdenes militares. Tan gigantesca era la movilización que necesitaban no menos de dos días para cubrir una etapa todos ellos. Caminaban lentamente y prolongaban las acampadas, de modo que el primer cuerpo no llegó hasta Malagón hasta los primeros días de junio, atacándolo inmediatamente. El castillo resistió hasta que al fin se llegó a una capitulación, pero ésta no debió de ser respetada pues las crónicas hablan de abundantes actos de crueldad por parte de los cruzados ultrapirenaicos.

Continuará…

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Fotografía de portada: Atardecer en el embalse de El Vicario. Río Guadiana. Autor, JL de Arriba
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Julio de 1212. Salvatierra y la gesta de las Navas de Tolosa (1ª Parte)

Julio de 1212. Salvatierra y la gesta de las Navas de Tolosa (1ª Parte)

El lunes 16 de julio de 1212 tuvo lugar una batalla decisiva entre cristianos y almohades en las llanuras de las Navas de Tolosa. La victoria cristiana tuvo una importancia crucial, aunque las acciones se iniciaron en realidad mucho antes. Desde 1209 el rey Alfonso VIII de Castilla venía realizando una activa acción repobladora a la que se sumaba el esfuerzo bélico de Pedro II de Aragón, quien en esos mismos años ocupaba los castillos de Ademuz, Castielfabib y Sortella, bastiones importantes en el camino a tierras valencianas. Los almohades, disgustados, rompieron hostilidades y se prepararon para la batalla: empezaba así la gran aventura de las Navas, que significó no solo el derrumbamiento del poder almohade sino también el principio del fin de la presencia musulmana en la península.

Sierra Morena. Autora, Olga Berrios

Sierra Morena. Autora, Olga Berrios

En 1211 el soberano almohade despachó mensajeros a las regiones africanas del Magreb, Ifriquía y países del sur para que preparasen la guerra. También ordenó a los gobernadores de Sevilla y de Córdoba que reorganizasen el ejército, dispusiesen alojamiento y comida para el ejército, y arreglasen los caminos que conducían a los llanos de Castilla. Todavía en pleno invierno, el 5 de febrero, el inmenso ejército musulmán concentrado en Marraquech salía buscando el estrecho y el paso hacia la península, lo cual no se realizó hasta un mes más tarde, el 18 de marzo. Cuatro largas semanas necesitaron las fuerzas allí acantonadas para cruzar hacia Tarifa, desde donde tras unos días de descanso iniciaron la marcha a Sevilla y Córdoba.

Castillo de Salvatierra. Autor, Zubitarra

Castillo de Salvatierra. Autor, Zubitarra

Mientras tanto los castellanos hacían preparativos con algún retraso. A pesar de conocer lo que se avecinaba seguían realizando incursiones de desgaste en tierras de Al-Ándalus, como la cabalgada que en 1211 arrasó los campos de Andújar, Baeza y Jaén. Fue en Cuenca, el 25 de junio, cuando el rey Alfonso VIII recibió informes precisos sobre la llegada del Califa a Córdoba y sobre la concentración de fuerzas musulmanas. El objetivo de los infieles estaba claro: atravesar Sierra Morena y atacar el castillo de Salvatierra, al sur de Ciudad Real, para desde allí provocar un encuentro con las huestes cristianas y proceder así a su aniquilación.

Continuará…

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Fotografía de portada: Alcázar de Sevilla. Autor, Tilo 2006
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Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (5ª Parte)

A casi cien kilómetros de Santiago salían a recibir a los peregrinos

A casi cien kilómetros de Santiago salían a recibir a los peregrinos los juglares gallegos, con típicos cantos, romances y narraciones de los milagros del santo Apóstol. Ellos les acompañaban el resto del camino hasta dar vista a la ciudad. Otros acompañantes eran los comerciantes, que se hacían cada vez más numerosos a medida que se aproximaba Compostela. Ofrecían hospedaje, buena comida y alojamientos, cambio de dinero y toda clase de reliquias y baratijas, como conchas o vieiras. Doce kilómetros separan a Labacolla de Santiago, con el repecho del Monte del Gozo donde veían los peregrinos medievales la tan deseada ciudad, si es que el orvallo, la lluvia o la niebla no se lo impedían. El gozo era indescriptible. Se contagiaban unos a otros entonando himnos de júbilo. Se hincaban de rodillas para dar gracias a Dios por haberles concedido la gracia de arribar al término deseado. Repuestos de la primera impresión, emprendían la carrera final. Cuesta abajo se apresuraban y hasta corrían los peregrinos, emulándose celosamente. El primero que llegaba a la catedral era declarado rey del grupo, dignidad que a algunos les hizo tanta ilusión que tomaron ese título como apellido, de donde muchos franceses han heredado el apellido “Leroy”.

camino santiago

Señalando el camino. Autor, sabersabor.es

2. Pazo de Raxoi. Compostela. Autor, Amaianos

Pazo de Raxoi. Compostela. Autor, Amaianos

Santiago, en tiempos medievales, era muy distinta de lo que hoy conocemos. Poseía las casa típicas de la época: dos o a lo más tres plantas, de humilde apariencia y escasa comodidad. Las calles, estrechas y tortuosas, eran como las que hoy encontramos en lo más viejo de Compostela, las típicas rúas, que hoy se han quedado demasiado estrechas para el tráfico moderno. Por el barrio de San Lázaro entraban presurosos los peregrinos, sin detenerse, buscando el camino más corto hasta la Catedral, donde eran recibidos oficialmente por uno o varios canónigos con su largo acompañamiento de sacristanes, clérigos y monaguillos. Solamente en casos de notabilísimos peregrinos, que podían ser reyes, duques u otros nobles, era el arzobispo el que recibía y oficiaba. Sonaban entonces las chirimías de plata, que aún se oyen en las procesiones presididas por el arzobispo de Santiago.

 

3. Luz oculta del Universo. Autor, Fusky

Luz oculta del Universo. Autor, Fusky

4. Vista de Santiago en primavera. Autor, Compostelavirtual

Vista de Santiago en primavera. Autor, Compostelavirtual

Hecho un relativo silencio, después de una no corta prédica, se impartía la absolución de todos los pecados. Los peregrinos se sentían como si en aquel momento hubieran acabado de recibir las aguas bautismales. Se narraba la leyenda del hallazgo de la tumba del apóstol Santiago, allá por el siglo IX, cuando un ermitaño que vivía en aquellos parajes vio caer por la noche una lluvia de estrellas sobre un determinado lugar. La repetición en los siguientes días del mismo hecho le llevó a la convicción de que aquello era una señal y aviso del cielo, y fue a comunicarlo al obispo de Iria Flavia, donde estaba la residencia episcopal. El obispo Teodomiro se desplazó hasta el lugar y pudo ver por si mismo la portentosa lluvia estelar. Con su comitiva se dirigió al punto exacto y encontró una pequeña cueva, y en ella un cuerpo yacente vestido de hábitos pontificales, llegándose a la conclusión de que aquel era el cuerpo de Santiago el Mayor, del que se sabía que estaba enterrado en la comarca pero sin haberlo podido hallar hasta entonces.

 

5. El espectáculo del Botafumeiro. Autor, Carlos, Octavio Uranga

El espectáculo del Botafumeiro. Autor, Carlos, Octavio Uranga

6. La Catedral. Autor, Bernavazqueze

La Catedral. Autor, Bernavazqueze

La Vía Láctea, camino lechoso de estrellas, nos ha traído a Compostela y cumplido su fin. No importa ya que desaparezca de nuestra vista, porque si mirando a las estrellas se puede llegar a Santiago, al entrar en la ciudad es muy probable que se oculten al peregrino debido a la lluvia tan asociada al paisaje gallego, como ocurrió a los Reyes Magos cuando dieron con el lugar en que nació el Redentor. La Vía Láctea ha sido para nosotros nube luminosa que conducía a Israel por el desierto, según las palabras del Éxodo. Pero sea una lluvia sin descanso y sin tregua; un agua menudita, persistente y fina de calabobos; o de un violento chaparrón, como si sobre el pueblo se desplomasen los cielos, Santiago y la contemplación de la Catedral quedarán para siempre grabados en el alma del peregrino. He aquí las palabras que Gerardo Diego dedicó a esta privilegiada contemplación:

“Aquella noche de mi amor en vela
Grité con voz de arista, dura y fría:
Creced, mellizos lirios de osadía,
Creced, pujad, torres de Compostela.
Todos los santos, sí. Ni una candela
Faltó a la cita unánime. Y se oía,
Junto a Gelmírez, por la Platería,
El liso resbalar de un vuelo en vela,
La ronda de los Ángeles. Yo oculto
Entre las sombras de los soportales (…)
Para medir, grabar moles y estrellas,
Y el santo y seña de las catedrales”.

7. Espectacular vista panorámica de la Vía Láctea. Autor, Slworking2

Espectacular vista panorámica de la Vía Láctea. Autor, Slworking2

Y así, el camino y su verdad, lo que comienza y en un punto ha de terminar, con sus dificultades y sus peligros, con suaves complacencias o alegrías desbordantes, ha sido el destino de millones de personas de todas las épocas, lenguas y condiciones sociales. Nunca se ha cantado con palabras más bellas la experiencia de caminar a pie, despacio, porque peregrinar es bello siempre que haya espíritus que sepan percibir sensaciones, captar bellezas de la naturaleza, de la historia, de la leyenda o del arte:

“Bajo la luminosa, nocturna estela,
Entre la polvareda de los caminos,
En busca de Santiago de Compostela
Pasan, cantando salmos, los Peregrinos”.

8. Espectacular vista de la fachada de la Catedral. Autor, Hornet, 18

Espectacular vista de la fachada de la Catedral. Autor, Hornet, 18

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«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»

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Días y noches en el Camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (4ª Parte)

Días y noches en el Camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (4ª Parte)

Los peregrinos a Santiago, los santiagueros, estaban muy orgullosos de su viaje y no querían ser confundidos con ningún otro:

¿A dónde vas, romero,
por la calzada?
Que yo no soy romero,
Soy santiaguero.
A Roma van por tierra,
Yo miro al cielo.
Va la luna conmigo
Descalza. Y sigo.

Y aún menos cuando, después de pasadas las puertas de León y los puertos de Irago y del monte Cebrero, se llegaba finalmente a la tierra de los gallegos. El francés Picaud la describía así en el Codex Calixtinus: “frondosa, con ríos y prados, abundante en campos de manzanos, buenos frutos y clarísimas fuentes; rara en ciudades, villas y sembrados; escasa en pan de trigo y en vino; rica en pan de centeno y en sidra; abundante en ganados y bestias, leche, miel y enormes pescados de mar, pocos de ellos comestibles (…) Las gentes gallegas, mejor que las demás gentes españolas, son las que más se parecen a las nuestras francesas, por las costumbres cultas; pero los tienen por iracundos y litigiosos en gran manera”.

 

1. Puente en Sahagun. Autor, Calafellvalo

Puente en Sahagún. Autor, Calafellvalo

2. Bosque milenario en Barbadelo. Lugo. Autor, FreeSat

Bosque milenario en Barbadelo. Lugo. Autor, FreeSat

Podemos estar conformes o no con algunas de estas afirmaciones, pero lo que sí es cierto es que, al entrar en Galicia, el peregrino entraba al mundo de la leyenda y de la devoción más arraigadas. Mirando a las aguas de los arroyos el peregrino medieval cree ver sombras en el fondo. Alguna vez se oyen murmullos. No se distingue bien si son cantos místicos u oraciones, pero es una delicia colocarse en la orilla y dirigir la mirada a lo profundo de las aguas. En cada aldea encontrarán a su paso a ancianos acercándose a orillas de tal o cual balsa de piedra, para recordar aquel rincón asolanado de su juventud, aquel prado que era el orgullo de la familia, el cementerio donde reposan los antepasados. Su alma escuchará rumores nostálgicos, leyendas en gallego, y acaso imaginen ver la “Santa Compaña, el paso de las ánimas que van y vienen del camposanto. ¡Toda una historia de siglos y corazones se encuentra bajo las aguas!

En camino de Santiago
Iba un alma peregrina,
Una noche tan oscura
Que ni una estrella lucía;
Por donde el alma pasaba
La tierra se estremecía.

“¿Dírasme, alma pecadora,
Lo que por Santiago había?”
“Perdóneme el caballero,
decírselo non podía;
que tengo el cuerpo en las andas,
voy a la misa del día”.

3. El camino en La Rioja. Autor, Calafellvalo

El camino en La Rioja. Autor, Calafellvalo

En O Cebreiro, Lugo, se localiza también una legendaria historia de la que aún hoy resuenan ecos entre las gentes de los valles: una mañana invernal y dura entró en la iglesia un campesino para oír misa, como acostumbraba todos los días. El sacerdote que celebraba pensó distraído que durante la misa no merecía la pena que aquel labriego hiciera tanto sacrificio para ver un poco de pan y vino. Instantáneamente las especies sacramentales se presentaron a los ojos de sacerdote y campesino en la apariencia de carne y de sangre, que la vista y tacto podían certificar. Siglos después pasó por allí Isabel la Católica y ordenó que fueran puestas aquellas especies sacramentales en dos ampollas de plata, que aún se conservan.

 

4. Galicia mística. Etapa de Portomarín a Palas del Rei. Autor, Jexweber

Galicia mística. Etapa de Portomarín a Palas del Rei. Autor, Jexweber

Animados por las canciones y leyendas del camino las leguas iban quedando atrás, y el peregrino, cansado pero feliz, ansiaba el final de cada jornada con una mezcla de misticismo y cordialidad que contagiaba. A esas alturas se siente dueño de la ruta, sacia el hambre con los frutos que le da el bosque o la huerta bienhechora; toma el agua con las manos, ya de una charca, ya de una fuente de mármol en el jardín de un abandonado palacio. A pesar de todas las incomodidades, hallar un techo bajo el que cobijarse era un don de Dios. Los peregrinos, como los enfermos de los hospitales, rezaban agradecidos y devotos, dando gracias al Cielo por haberles deparado cobijo. La oración les confortaba, sobre todo si era dirigida por un monje, sacerdote o dueño más o menos letrado, que eran quienes solían encargarse de las hospederías.

 

5. Campos de Belorado a finales del invierno. Burgos. Autor, Davidmiguel.com

Campos de Belorado a finales del invierno. Burgos. Autor, Davidmiguel.com

En el refugio, el cansancio del camino hacía que cualquier camastro o rincón fuese bueno para dormir. La gente de aquellos tiempos estaba acostumbrada al duro lecho, y esto facilitaba conciliar el sueño tan pronto como el peregrino arropaba su cuerpo fatigado con una manta o tabardo. La habitación podía ser un cuarto con varias camas, un salón grande en el que se apiñaban gentes de todas clases, un pajar, o la misma cuadra, junto a los animales domésticos, que tenían poco respeto por el necesario silencio interrumpiendo constantemente con ladridos, patadas, rebuznos o gruñidos. Pero el viajero percibe también otras sensaciones, éstas más halagadoras: el murmullo de las fuentes; la primera luz centelleante de la mañana, posándose sobre los tejados, torres y roquedos; el aire oscuro de la madrugada, o el sonido estival de las ranas en la noria, junto al río, al caer la noche.

 

6. Etapa conseguida. Autor, Jexweber.fotos

Etapa conseguida. Autor, Jexweber.fotos

Pero al fin, por mucha poesía que requiriese el peregrino, lo pragmático acudía y era necesario alimentarse del modo que fuese posible. No causaba la gula grandes estragos entre los caminantes a Santiago. Más bien, eran el apetito agudo y los recuerdos de mesas mejor abastecidas objeto obligado de su experiencia y nostalgia, como claman aquellos versos de Tirso de Molina:

¿Dónde estáis, jamones míos,
que no os doléis de mi mal?
Cuando yo solía cursar
La ciudad y no las peñas
¡memorias me hacen llorar!
De las hambres más pequeñas
Gran pesar solíais tomar.
Erais, jamones, leales:
Bien os puedo así llamar,
Pues merecéis nombre tales,
Aunque ya de los mortales
No tengáis ningún pesar.

7. Viñedos en Navarrete, La Rioja. Autor, Calafellvalo

Viñedos en Navarrete, La Rioja. Autor, Calafellvalo

La ayuda alimenticia que prestaban los hospitales de peregrinos no solía ser todo lo abundante y nutritiva que ellos necesitaban. Como heredera de aquella caridad quedó la famosa sopa de los conventos que se daba todos los días, o algún día por semana, a los que la solicitaban. Era llamada “la sopa boba” por ser gratuita, y si no arrancaba de cuajo hambres atrasadas, sí alivió muchas en gran medida. Había incluso quien se organizaba y sabía que el lunes la tendría en los benedictinos, el martes en los franciscanos, el miércoles en el convento de la Merced, el jueves en Santo Domingo…

 

8. Un recibimiento muy especial. Belorado. Autor, Scouts Burgos

Un recibimiento muy especial. Belorado. Autor, Scouts Burgos

Fuera de esta sopa de urgencia, los alimentos que consumían habitualmente las personas humildes en las hospederías eran sopa de lentejas, garbanzos, nabos, espinacas y pocas cosas más, todo condimentado con hierbas, grasa o sebo (el aceite fue un lujo hasta principios del siglo XX). Manjares de ricos al alcance de unos pocos peregrinos, o de todos en las grandes solemnidades, eran el jamón, chorizo, gallinas, cecina de vaca, conejo o queso. Que el pan fuese blanco resultaba raro, y comúnmente se fabricaba con trigo, centeno, cebada o maíz. Para pobres se cocía un pan inferior en forma de panecillos llamados bodigos, que eran entregados en limosna a quien la suplicaba en la puerta, o se enviaban a las iglesias o albergues para que ellos hiciesen la caridad.

 

9. Puente a la altura de Sahagún, León. Autoer, Calafellvalo

Puente a la altura de Sahagún, León. Autor, Calafellvalo

Y por supuesto, no podía faltar el vino. Sin líquido no es fácil pasar la comida a no ser que se trate de potaje abundante en caldo. Agua sola no solía ser apetecida, una afirmación que los italianos recalcaban con consejos como el que sigue: «bebe vino al modo alemán: por la mañana, puro; para comer, sin agua, y a la cena, tal como viene del pellejo”. Por unas razones u otras, el viajero a Santiago bebía moderadamente siempre que tenía oportunidad y dinero. Para el vino llevaba su bota de cuero, aunque muchos utilizaban la calabaza como recipiente, la cual albergaba los vinos más baratos, ásperos y de no demasiados grados, que daban al paladar un cierto gusto a resina, a miel y otras especias. Cuando la calabaza se iba haciendo demasiado liviana repostaba el peregrino en las tabernas, que no escaseaban, o en las casas particulares de los cosecheros. Cualquier lugar era propicio para un convite, y si hemos de ser sinceros, el vino fue el gran compañero del alma para muchos de los que transitaba por aquellas sendas de Dios:

Cuando yo me muera, tengo que dejar
En el testamento que me han de enterrar
En una bodega, al pie de una cuba,
Y un racimo de uvas en el paladar.

Continuará…

 

10. Santo Domingo de la Calzada, hito del camino. Autor, Calafellvalo

Santo Domingo de la Calzada, hito del camino. Autor, Calafellvalo

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«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»

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Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (3ª Parte)

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (3ª Parte)

El peregrino de la Edad Media no seguía un camino de rosas hacia Santiago. Los procedentes del norte de Europa, por ejemplo, se daban cuenta muy pronto tras su paso por los Pirineos que cada vez les era más difícil soportar el clima, sobre todo a partir de Puente la Reina, donde comienzan a experimentarse la sequedad y los calores de la meseta castellana. En verano los días son largos y calurosos, de modo que venía bien el sombrero redondo del que habla el Arcipreste de Hita como propio del peregrino. Y es que la falta de agua en el paisaje llegaba a ser odiosa para unas gentes acostumbradas a los grandes ríos de Europa central. Sin embargo, tampoco convenía rogar demasiado por su presencia en una región como Castilla, donde las tormentas son temibles. Para el caminante una tormenta es un peligro pasajero, pero nada grato, pues a veces resultaba imposible encontrar en tamañas soledades la choza bienhechora, abandonada por los pastores, o una roca que sirviera de cobijo.

 

1. El camino por Villalcázar de Sirga, Palencia. Bill Bereza

El camino por Villalcázar de Sirga, Palencia. Bill Bereza

2. Camino y encina. Autor, Jule_Bertin

Camino y encina. Autor, Jule_Bertin

La mayor parte de los peregrinos, por necesidad o por penitencia, hacían el viaje a pie, sin caballerías. Algunos las alquilaban en los trechos más penosos por sus pendientes o por el mal estado de conservación de su suelo. Y es que se utilizaban las calzadas romanas y caminos antiguos, que con las lluvias y tormentas quedaban en malísimo estado. Otra cosa era el paso de los ríos. No siempre había puentes, de ahí que se señalara como gran obra de caridad el construirlos. Se tiene referencia incluso de una cofradía llamada de los “pontífices”, porque tenía como finalidad la construcción y reparación de puentes. Por desgracia, estas obras se realizaban en los ríos de mayor calado. Los pequeños carecían muy frecuentemente de ellos y se cruzaban por pontones inseguros o por vados, menos seguros aún, puesto que podían cambiar súbitamente de caudal con las riadas. Vadear era un arte y un riesgo. Los primeros que lo hacían avisaban a los compañeros que venían detrás, y por ello se hizo proverbio que: “En río desconocido debes pasar el último”, y por la misma razón los señores pasaban el vado después de sus criados.

 

3. El mejor momento del día, en la hospedería. Autor, Calafellvalo

El mejor momento del día, en la hospedería. Autor, Calafellvalo

Otro peligro evidente para los peregrinos eran el robo y el pillaje, concretados a menudo en emboscadas en los pasos más solitarios del trayecto. Conservamos referencias históricas, y no solo literarias, sobre el bandidaje en tiempos medievales. Como es natural, en España destacaban sobre todo los españoles; pero había también bandoleros de otros países. Eran intrusos, como Juan de Londres, que robó a los viajeros mientras dormían en la posada de Domingo, llamado “el Gallego”. Una banda de salteadores ingleses tuvo por campo de operaciones los Montes de Oca, no lejos de Burgos. Los robos en los hospitales de peregrinos tampoco constituían una novedad, siendo frecuente el caso de fingidos caminantes que ofrecían su amistad a los compañeros de refugio para después robarles, o también el caso del posaderos que envenenaban a sus huéspedes. Se sabe incluso de un caso en el que aparecieron muertos por intoxicación cien peregrinos, aunque bien pudiera explicarse también por el mal estado de las comidas. En cualquier caso estos delitos estaban perseguidos y se trataba con dureza a los culpables, que a menudo acababan ahorcados, azotados o desorejados según la magnitud del delito.

 

4. Palacio episcopal de Astorga. Actualmente dedicado al museo del Camino. Autor, Eryoni

Palacio episcopal de Astorga. Actualmente dedicado al museo del Camino. Autor, Eryoni

Es siempre peligroso salir de casa en mal estado de salud. Pero más aún en los tiempos medievales, cuando los hospitales de enfermos, los médicos y las medicinas dejaban tanto que desear. El término “hospital de peregrinos” en el camino a Santiago era utilizado preferentemente para designar a las hospederías, puesto que los hospitales para enfermos no existían. Estos viajeros eran atendidos en locales propios de la ciudad o villa, o bien en departamentos especiales anexos a la hospedería. La enfermedad en el peregrino era en verdad temible. Apenas sin dinero, lejos de su tierra, poco podía esperar si no era de manos de la caridad. Los enfermeros de los hospitales resultaban comúnmente monjes, ayudados con aportaciones que prestaban personas especialmente caritativas que dedicaban algunas horas diarias a la atención de los enfermos.

 

5. Luz antes de la tormenta. Carrión de los Condes, Palencia. Autor, Digustipado

Luz antes de la tormenta. Carrión de los Condes, Palencia. Autor, Digustipado

Existían instituciones benéficas destinadas únicamente a estos menesteres, entre ellas algunas Órdenes religiosas. Sin embargo, y a pesar de estas buenas intenciones, la atención médica era muy primitiva y se basaba las más de las veces en sangrías, emplastos de dudosa eficacia o, peor aún, en fórmulas mágicas y supercherías. Tanto la autoridad eclesiástica como civil prohibían dichas prácticas, pero lo cierto es que resultaba muy difícil desarraigarlas. De todas formas, en una época donde la vida media de una persona estaba en cuarenta años y el impacto de las epidemias era enorme, poco más podía hacerse. Por poner un ejemplo, a lo largo del camino, y en realidad en toda Europa, la lepra era una plaga endémica y especialmente temida. A ella se añadía la escasa higiene de siervos y caballeros, que dormían vestidos y hasta con las armaduras interiores puestas. Los piojos y chinches se tenían por compañeros de viaje, y el agua se usaba poco. Debido a ello el cuerpo era un libro abierto donde podían encontrarse pústulas, eczemas, erisipela, lepra y gangrenas en grado difícil de cuantificar, pero sin duda elevadísimo.

 

6. Mejor en compañía. Autor, Calafellvalo

Mejor en compañía. Autor, Calafellvalo

Al descuido personal se unía el poco cuidado que se tenía en hospitales y hospederías, en nada semejante a lo que hoy conocemos. El peregrino dormía sobre una yacija o cama de madera, o sobre un jergón de hojas de maíz, arropado con el tabardo y una manta, que hacía su oficio una noche y otra también para diferentes huéspedes. Son frecuentes las calles, barrios y edificaciones que llevan el nombre de San Lázaro, en alusión a antiguos hospitales para leprosos. El “gafe” o “gafo” era el apestado, el que podía traer la mala suerte de contagiar la lepra y por tanto era temida su presencia. De ahí la expresión actual tan común de “ser un gafe”. Al leproso se le apartaba de la sociedad, y en los caminos debía llevar un vestido que le distinguiera de los demás, usar guantes, no tocar a los niños y ni siquiera hablar a las gentes si éstas no se dirigían a él. En las hospederías se usaban diversas medidas preventivas como hervir el agua, aromatizar el aire y matar a los perros, los cuales eran considerados transmisores de las epidemias… Ni que decir tiene que estos remedios eran muy poco eficaces para atajar la enfermedad.

 

7. Proximidades de Cirauqui, Navarra. Autor, ElcaminodeSantiago092006

Proximidades de Cirauqui, Navarra. Autor, ElcaminodeSantiago092006

No sabemos si por costumbre o por algún precepto municipal de la ciudad de Compostela, nació la obligación moral de que todos los peregrinos se lavaran cuidadosamente en el arroyo, que por ello tomó el nombre de Lavacolla, y que se encuentra a medio camino entre O Pedrouzo y Santiago. La Guía de Peregrinos de Aymeric Picaud menciona ya la citada costumbre y añade que no deben lavarse solamente las partes visibles del cuerpo, sino hasta las más íntimas. Que no otra cosa significa en Galicia la palabra lavacolla, y que en latín se decía “lave méntula”. Un buen diccionario latino dará al lector la significación exacta de las dos palabras…

 

Continuará…

 

8. Iglésia románica de Santa María de Eunate, Navarra. Autor, Rufino Lasaosa

Iglesia románica de Santa María de Eunate, Navarra. Autor, Rufino Lasaosa

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«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»

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Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (2ª Parte)

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (2ª Parte)

Los viajes se planeaban para la primavera, coincidiendo con la terminación de las fiestas de Pascua de Resurrección. Era el mejor tiempo y, sobre todo, quedaban muchos meses por delante hasta que se pudiera pensar en los días cortos y desapacibles de un otoño anticipado. Chaucer ilustraba este hecho con una bella poesía en sus famosos cuentos de peregrinación, Los cuentos de Canterbury:

“Cuando en abril caen los dulces chubascos (…), cuando el céfiro, con su alentar suave, envía a los aires el perfume de cada arboleda y de cada matorral sobre sus tiernos retoños, el sol joven señala el equinoccio (…) y los ruiseñores cantan sus melodías (…), los que han de ir en peregrinación, los romeros, buscan las playas extranjeras de los santos lejanos, reverenciados en países llenos de sol”.

2. La estampa clásica del peregrino. Cebreiro, Lugo. Autor, Moisés Gallego

La estampa clásica del peregrino. Cerca de Cebreiro, Lugo. Autor, Moisés Gallego

3. Puente de la Rabia. Zubiri, en Navarra. Autor, Miguel Ángel García

Puente de la Rabia. Zubiri, en Navarra. Autor, Miguel Ángel García

Antes de abandonar su pueblo o su ciudad, el peregrino debía cumplir con unos ritos. No era él quien vestía la túnica y tomaba el bordón, sino que estas insignias le eran entregadas por las autoridades eclesiásticas en conformidad con un meticuloso ceremonial. Vestir el hábito del peregrino significaba una cierta consagración temporal a Dios, y al Apóstol Santiago. Por eso el peregrino era respetado, tenido en estima y eximido de los impuestos que había de pagar al paso por los puertos de montaña o al entrar en las ciudades, y de otros tributos con que las autoridades civiles hacían frente a los gastos públicos. Tras la despedida y la ceremonia religiosa obligada, el buen romero, el santiaguero de ley, ponía la mirada hacia poniente para no abandonarla en lo sucesivo. La mirada por donde desaparecía el sol todas las tardes. Y al llegar la noche, antes de acostarse, miraba al cielo también: pues si estaba despejado le permitiría ver su Vía Láctea clavada en el cielo como un tenue sendero de estrellas, marcándole el camino a seguir durante los días venideros

 

4. Monasterio de Irache, Navarra, antiguo hospital de peregrinos. Autor, Canduela

Monasterio de Irache, Navarra, antiguo hospital de peregrinos. Autor, Canduela

1. Puente cerca de Sahagún. León. Autor, Calafellvalo

Puente cerca de Sahagún. León. Autor, Calafellvalo

Un apunte: los literatos de todas las épocas han imaginado al peregrino caminando a toda prisa, casi corriendo, tropezando con los guijarros y levantando grandes polvaredas con los pies en la rapidez de su marcha. Sin embargo, esta prisa era más imaginaria que real. Aparte de los descansos exigidos por el duro caminar, por las inclemencias del tiempo o la búsqueda de provisiones y recambios, el reposo se imponía también cuando en la seca Castilla aparecía una alameda placentera. También se permitía lo que hoy llamaríamos excursiones cortas. Romerías a los santuarios célebres que habían surgido, ya en el camino, ya en lugares un poco apartados de él, en poblados, ciudades o descampados. Las visitas a estos centros de piedad cristiana y litúrgica están recogidas en multitud de trabajos históricos y documentos de la época. Era frecuente que una desviación a un lugar de peregrinación secundaria durara los tres días de hospedaje gratuito que se solía conceder a los visitantes, más los dos días de viaje contando el de ida y el de vuelta.

 

5. Peregrinos por los páramos de Palencia. Autor, Ruhei

Peregrinos por los páramos de Palencia. Autor, Ruhei

6. Verde sobre verde en el camino. Autor, Guu

Verde sobre verde en el camino. Autor, Guu

La alegría de los peregrinos, tanto en esas “cortas excursiones” como en el camino propiamente dicho, no es fácil de describir. Siguiendo la pauta que nos marca León Felipe en sus versos, podría decirse que esta dicha nace de una profunda convicción de la ruta como ideal de vida:

“Ser en la vida romero,
Romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero
Sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero… sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
Ligero, siempre ligero”.

7. Una buena noticia. Padrón, camino Portugués. Autor, Compostelavirtual

Una buena noticia. Padrón, camino Portugués. Autor, Compostelavirtual

Además de la túnica de paño grueso, o tabardo, que le servía para resguardarse de las inclemencias del tiempo y para envolverse con él por la noche, el peregrino llevaba asimismo un báculo o bordón cuya utilidad era entonces mucho más variada que hoy en día. Se le utilizaba para apoyo, defensa contra hombres y fieras, o para que sirviera de mástil a una tienda de campaña improvisada… Por otro lado, el equipaje era siempre escaso: un hatillo o mochila para los pobres, porque “hasta una paja estorba en el viaje”, y algo más si el peregrino venía a caballo, señal segura de distinción y riqueza. Los caballeros no hacían el viaje solos y era común que se hiciesen acompañar de sus escuderos o mochileros, por lo que la alforja, y aún el cofre o el arca voluminosa, venían sobre una segunda montura en la que también cabalgaba el servidor del romero rico.

 

8. Casona habilitada como albergue de peregrinos. Villafranca del Bierzo, León. Autor, Titoalfredo

Casona habilitada como albergue de peregrinos. Villafranca del Bierzo, León. Autor, Titoalfredo

9. La alegría del peregrino. Autor, Juanpol

La alegría del peregrino. Autor, Juanpol

La alforja solía estar bien nutrida de comida que se pudiera conservar algunos días. Cordillo, personaje creado por Lope de Vega, decía envidiando a los peregrinos y arrieros:

“Canalla inútil
Que no solo come y bebe
Lo que siempre le hace falta,
Sino que toda va siempre
Apercibida de alforjas
Donde permite que lleven
Las calabazas de vino,
Quesos, hogazas y nueces
Y otras zarandajas.”

10. Monasterio y albergue de peregrinos. Carrión de los Condes. Autor, Guu

Monasterio y albergue de peregrinos. Carrión de los Condes. Autor, Guu

11. Nubes de tormenta en Bercianos del Real Camino. Autor, Luis Echanove

Nubes de tormenta en Bercianos del Real Camino. Autor, Luis Echanove

Estas “zarandajas”, o cosas de poca importancia, no lo eran en realidad para cualquier caminante o peregrino. Ni tampoco el socorrido cuchillo de monte, que tanto valía para cortar rebanadas de pan, siempre a punto de endurecerse, como de arma para metérsela en el corazón a un jabalí, a un lobo o a un bandolero. Un proverbio antiguo dice: “cuchillo de Pamplona, zapato de Baldés y amigo Burgalés, líbreme Dios de los tres”. Tan común era llevar cuchillo de monte, que la iconografía pictórica y estatuaria de la edad media representa a menudo a los santos con un cuchillo pendiente del cíngulo, o cordón ceñido a la cintura. Finalmente, no podía faltar tampoco en el hatillo o alforja lo necesario para hacer fuego: eslabón, pedernal y yesca. Nadie podía aventurarse a olvidar éstas y otras menudencias, tan necesarias para una vida fuera de casa durante varios meses por campos, bosques y posadas, donde la incertidumbre acechaba por doquier y el peligro y las incomodidades tenían asiento diario junto al camino.

Continuará…

 

12. Camino en invierno. Autor, Lola Hierro

Camino en invierno. Autor, Lola Hierro

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«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»