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El Lugar de La Mancha

Corresponde siempre, y más en años de conmemoraciones, tratar de indagar acerca de asuntos que inciden muy directamente en la cultura, la economía, la sociabilidad, el turismo y el prestigio de determinados territorios.
Nada impide aportar la propia opinión sin mayor pretensión. Contando con que el paso del tiempo, la investigación y la documentación serán los verdaderos artífices que clarifiquen todas las dudas e interrogantes que hasta ahora condicionan el enigma lugar.

Atendiendo al sentido práctico y a la intención de utilizar el sentido común según datos evidentes y al alcance de todos, quisiera exponer un punto de vista alejado de dogmas o intereses locales, tratando de acentuar aspectos que abarquen mayores márgenes culturales que la limitante y excluyente localización de un punto concreto. Por otra parte, hasta ahora tan difícil de asegurar, precisamente por la falta de documentación que lo acredite.

Así pues, quiero comenzar aludiendo a este respecto recordando a Cervantes en una de sus citas mencionadas en el Quijote: “Mientras se gana algo no se pierde nada”. A lo cual añado, que donde todos ganan, nadie pierde.

El molino del Mediterráneo

El molino del Mediterráneo

Hasta ahora, el Lugar de la Mancha, no nos ha servido de mucho a los manchegos. Creo que las ansias por acapararlo y acotarlo en un determinado municipio nos empobrece a todos y limita lo universal a lo local.
No olvidando nunca a Cervantes y su afición por los refranes, es preciso recordar que “la avaricia rompe el saco”.
Puede que el afán de personalismos, localismos y demás exclusivismos esté impidiendo que rentabilicemos con auténtica eficacia el incalculable tesoro de formar parte de una de las grandes obras literarias del arte universal.

Deseo mostrar respeto, agradecimiento y consideración por todos cuantos han dedicado su tiempo y sus mejores intenciones para hallar determinado lugar, aportándonos multitud de nuevos puntos de vista, datos y conocimientos. Así como tener muy presentes los estudios de concienzudos cervantistas que no cesan de sumar multitud de razones para entender la genialidad del Quijote.

Aparte de quien lo desee, los manchegos, más que nadie, estamos obligados a convivir entre sí, compartiendo la universalidad que nos ha sido concedida por Cervantes. Menospreciar dicho bien incalculable enfrentando, dividiendo y oponiendo nuestro territorio con sus pueblos, resulta lamentable y contraproducente para La Mancha en particular y para la cultura española en general.
Deberíamos sentirnos obligados a esforzarnos por encontrar el modo que posibilite distribuir la rentabilidad cultural, turística, económica y social de formar parte del universo cervantino.
Estoy convencido de que en ello debe implicarse el país entero porque el Quijote, tratándose de la obra cumbre de la literatura en lengua castellana o española, debe atenderse como un asunto de Estado.

Buscando el norte. Autora, Eve Livesey

Buscando el norte. Autora, Eve Livesey

“El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”.
Este es el título elegido por el autor. La primera frase que dice con exactitud que el protagonista pertenece a La Mancha.

Ahora a ver quien es el guapo capaz de identificar y definir con exactitud qué entendía Cervantes por el espacio que ocupaba La Mancha en la creación de su novela. Contrastando mapas y documentos que incluyan desde el Común de La Mancha, hasta la provincia de La Mancha, ya posterior a Cervantes, se podría aproximar un extenso territorio que acogería prácticamente toda la provincia de Ciudad Real y buena parte de las de Toledo, Cuenca y Albacete. Sin descartar que La Mancha pueda entenderse para muchos desde prácticamente el sur de Madrid hasta las estribaciones de Sierra Morena.
Empezando por algo tan inmenso, creo que va a ser realmente imposible precisar con exactitud ese famoso y desconocido Lugar.

“En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”
Así comienza el capítulo primero de la primera parte. Así nos dice claramente el autor que no desea recordar dicho lugar.
Para muchos es más que suficiente para no incidir en la búsqueda o designación del mismo. Para otros supone el reto de investigar y encontrarlo.
Va a ser casi imposible hallar con certeza y con autenticidad algo que no dejó escrito ni documentado el autor, y mucho más tratándose de una decisión convenida a propósito. Desde luego que puede investigarse y aproximarse al respecto. Demostrarlo lo encuentro imposible a no ser que alguna vez aparezca documento que especifique de puño y letra de Cervantes: el lugar de La Mancha del cual no quiero acordarme es tal.

Campos de Montiel. Autora, Luz Vazquez

Campos de Montiel. Autora, Luz Vazquez

Cervantes escribe literalmente que don Quijote comenzó a caminar por el Campo de Montiel y también dice que regresó al mismo después de aventurarse en sus peripecias. Parece ser que allí ubica su casa. Y por supuesto donde sitúa la casa, se supone que debe ser el lugar de origen del caballero.
La delimitación del Campo de Montiel queda bien documentada en época de Cervantes, en las Relaciones Topográficas de Felipe II.
Campo de Montiel y La Mancha son dos acepciones que se intercalan y complementan. El Campo de Montiel forma parte del entorno histórico, cultural y social de La Mancha, desde la existencia de ambos. Lo manchego integra la totalidad de la provincia de Ciudad Real incluso desde la designación toponímica de los árabes. Por tanto es absurdo discutir si el Campo de Montiel forma o formaba parte de La Mancha o no, cuando además Cervantes redunda en repetidas ocasiones que comenzó a caminar por el mismo y regresó a morir a su casa. Por tanto no es faltar al rigor literario asegurar que dicho lugar del cual no quiso acordarse se encontraba en el Campo de Montiel. Cervantes habla de una aldea.

Si volvemos a citar la frase que indica ese lugar de cuyo nombre no quiso acordarse, la lógica nos dice que sería absurdo pensar que dicho lugar fuera alguno de los que cita. Por tanto habría que descartar los mencionados de forma explícita porque el propio autor dice claramente que no quiere acordarse.
“de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.”
Aquí nos asegura Cervantes, que la patria de don Quijote es La Mancha. Y nos ha dicho también que comenzó a caminar por el Campo de Montiel y regresó a él. Con lo cual se entiende con facilidad que el Campo de Montiel aun siendo un espacio propio, formaba como siempre y como hoy, parte de La Mancha de un modo tan natural como la propia existencia de una historia, una cultura y un ambiente común.

También un lugar de La Mancha. Autora, María

También un lugar de La Mancha. Autora, María

No podrá opinarse con un mínimo de lógica, si el Quijote no se lee en paralelo a todo cuanto pueda hallarse de biografías de Cervantes. Pues la suma de la vida del escritor, junto con el espacio geográfico de La Mancha, dan como resultado la creación de la novela y muchas claves que delatan ficción inspirada en realidad.
Sabemos que no tuvo una vida fácil. Que más de una vez tuvo que empezar de cero y que en numerosas ocasiones transmite la frustración que lo acompañó tanto en lo profesional como en lo personal. Al igual que el protagonista de su novela, se vio abocado a aventurarse para buscarse la vida; pero sobre todo por necesidad de libertad.
Tuvo que emprender la aventura de una nueva vida en la inmensidad de La Mancha, que posiblemente abarcaba en su época como ahora, un gran espacio indeterminado, al igual que hoy para tantos que la cruzan, entre Madrid y Sierra Morena.
En Esquivias obtuvo ayuda de un pariente y allí se casó. Y leyendo sus biografías parece que fue más por necesidad material que afectiva. Que dicho matrimonio nunca fue bien visto por la familia de la novia. Y pudiera ser que aquel lugar de La Mancha no le trajera muy buenos recuerdos como para recordarlo a la hora de escribir. Pero, ¿quién podrá demostrarlo?
Existen partidas de bautismo en Alcalá de Henares y en Alcázar de San Juan. Sí, quizá estos documentos demuestren el lugar de nacimiento del autor, pero no el que el mismo quiso omitir como patria del protagonista.
El Toboso es el lugar más citado de la novela, por tanto absurdo que se trate del lugar que no quiso acordarse.
Nombra Argamasilla al final de la primera parte. Lo hace de forma despectiva, herido por el plagio que al parecer incitó Lope de Vega a través de Avellaneda. Nada hay documentado acerca de que Argamasilla de Alba fuera dicho lugar. Ni nada hay documentado de su estancia en la cueva de Medrano, por tanto lo que le queda es la tradición de haber pretendido dicho lugar desde que se comenzó a redescubrir la novela, buscando beneficios comerciales a través del editor, el dramaturgo y el descendiente que heredó las posesiones sanjuanistas del hijo de Carlos III. Y por cierto, Cervantes cita únicamente Argamasilla sin especificar de Alba. En la provincia de Ciudad Real, que acoge la mayor parte de La Mancha, también existe otra Argamasilla.

Casa de Medrano. Argamasilla de Alba. Autora, Paulaadm

Casa de Medrano. Argamasilla de Alba. Autora, Paulaadm

Recientemente contamos con otra población que apuesta fuerte por ese Lugar. Al igual que Esquivias, El Toboso o Argamasilla, no puede demostrar documentalmente nada. Si Esquivias compite con datos biográficos del autor, Argamasilla con la tradición de haberse autoproclamado la primera como ese lugar; Villanueva de los Infantes con ser la primera población que lo pretende a través de un estudio multidisciplinar compuesto por varios catedráticos. Cierto es que ninguna de estas poblaciones puede afirmar con certeza la autenticidad de dicho Lugar, porque sólo corresponde a Cervantes asegurarlo. En tanto en cuanto no aparezca el documento que lo acredite, el Lugar de La Mancha continuará siendo el mismo que Cervantes no quiso acordarse.
Considero más productivo para todos, entender o asumir que no es tan determinante ni tan importante que dicho lugar se defina en una localidad concreta. Pues aunque la lógica nos dice que puede tratarse de una aldea o un pueblo. Tampoco nada nos asegura que dicho lugar sea nada más que eso, un lugar impreciso sin más.
Es más auténtico, más sano y más real que dicho lugar exista donde verdaderamente permanece la esencia, la autenticidad y la atmósfera que inspiró a Cervantes. Allí donde permanezca la identidad de la cultura y la imagen manchega propia del clasicismo quijotesco, veremos realmente el Lugar de La Mancha. Ni Cervantes ni Don Quijote podrán identificarse allí donde ha desaparecido la personalidad manchega que originó las poblaciones de la mítica llanura.
Cervantes dejó escrito literalmente que todas las villas manchegas se disputarían la patria de Don Quijote. Por tanto no es nada ilícito ni fuera de lugar que cualquier localidad comprendida en el ámbito manchego, pretenda ser dicho lugar. Algunas con más motivos. Otras con más determinación y algunas con mayor rigor. Pero todas con absoluto derecho a pretenderlo haciendo honor al deseo del autor de una obra maestra que nos hace universales, no locales.

El linaje de Villanueva de los Infantes. Autor, Jose María Moreno García

El linaje de Villanueva de los Infantes. Autor, Jose María Moreno García

Quizá esta sea una de las claves de dicha universalidad. No haber localizado con exactitud la patria del héroe mítico. Haber poseído suficiente ingenio y suficiente ironía para situar mediante la parodia a un caballero medieval en la contemporaneidad barroca del autor. Cervantes no precisa nada a propósito. Permite al lector imaginar, creando con ello la genialidad de la primera novela moderna de la historia.
Nos ha regalado la libertad de imaginar ese lugar donde cada cual lo encuentre conforme a los parámetros que él halló en su imaginación. La determinación de no situarlo con exactitud geográfica confiere auténtico sentido irónico y burlesco a la condición anacrónica y patética de un personaje inteligentemente utilizado para evidenciar mediante la denuncia social camuflada de humor y demencia, la ridícula existencia de multitud de hidalgos arrogantes venidos a menos, aferrados a privilegios más que rancios.
Hablar de un determinado lugar de La Mancha, sin demostrarlo científicamente por medio de documentos históricos, sería tanto como afirmar un dogma.
Creo que dicho lugar debe entenderse como la voluntad de Cervantes por decir con la ocultación del mismo, mucho más que si lo mencionase literalmente.
Don Quijote es tan innovador que ni siquiera existe en la ficción de la obra literaria; en la cual sólo parece real mientras protagoniza las aventuras imaginadas por el autor. De hecho toda la novela vive en dichas aventuras. Nada, excepto escasos detalles de presentación, nos cuenta de su supuesta vida real al margen de la intencionada parodia caballeresca que a la vez canaliza como crítica social. Cuyo personaje muere fracasado dando por finalizadas sus aventuras, sin regresar a su vida real.
Cervantes necesitaba este sueño para liberarse de la continuada frustración que sufrió en vida.
Encuentro más productivo y más beneficioso para todos, encontrar dicho Lugar de La Mancha, allí donde se cuida, se mantiene y se fomenta la imagen que identifica el entorno con la esencia de la novela.
Aquellos pueblos que han sabido conservar la dignidad y la belleza de la identidad estética, arquitectónica y paisajista de La Mancha, será siempre el Lugar de La Mancha que asocia a Don Quijote con la universalidad que nos regaló Cervantes.
Ni don Quijote ni Cervantes, podrán verse en todos aquellos lugares que hayan adulterado dicho clasicismo cervantino.

Lagunas de Ruidera. Autor, J.S.C.

Lagunas de Ruidera. Autor, J.S.C.

Hoy en pleno siglo XXI, la genialidad que nos concedió Cervantes para encontrar ese Lugar del cual no quiso acordarse, puede descubrirse con la autenticidad que demuestra la existencia de espacios reales de la época del autor. Mantenidos idénticos a la cultura que creó e inspiró la novela. Y podrá verse en todos aquellos que se impliquen en hacer honor a sí mismos recuperando y preservando la imagen de la identidad manchega.
Así pues, el Lugar de La Mancha existe realmente en la zona de los molinos de Campo de Criptana, en la vista de la llanura manchega desde los molinos de Alcázar de San Juan. En los cerros de molinos de Consuegra y Mota del Cuervo.
En las manchegas calles de El Toboso, cada vez más cuidadas y respetuosas con el paisaje urbano castizo y popular. En los incomparables conjuntos históricos artísticos de Almagro y Villanueva de los Infantes, repletos de casas de hidalgos y casas populares donde habitaron los personajes de la obra.
Por supuesto en las Lagunas de Ruidera y Cueva de Montesinos. En las blancas calles de la pequeña villa rural manchega que es Fuenllana. En los paisajes del Campo de Montiel. En la preciosa plaza de Puerto Lápice con su flamante nueva calle porticada de porches manchegos.
En la autenticidad de la casa de Cervantes en Esquivias. En los paisajes de Sierra Morena. E incluso en la playa de la Barceloneta. Porque allí donde estuvo Cervantes, estuvo don Quijote. Y allí donde exista y perdure la autenticidad y la imagen que inspiró al genial escritor, existirá el valor universal, la magia de sentir la atmósfera que originó al Quijote.

Visitando Fuenllana. Un auténtico pueblo de La Mancha. Autor, Nestor Cano

Visitando Fuenllana. Un auténtico pueblo de La Mancha. Autor, Nestor Cano

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Un artículo de Salvador Carlos Dueñas Serrano.
Abril 2015
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Fotografía de portada: Plaza de Cervantes Alcalá de Henares. Autora, Adri Cbl
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Córcega. Paisajes de infancia de un Emperador

Córcega. Paisajes de infancia de un Emperador

Córcega, una de las dos grandes islas del Mediterráneo occidental, es también curiosamente uno de los territorios más abruptos de toda Francia. Picos como el monte Cinto o el Rotondo elevan sus cimas a más de 2600 metros de altura, en un paisaje predominantemente montañoso donde abundan los despoblados y los bosques de castaños, hayas, robles y pinos.

 

1. La costa de Napoleón. Autor, Cremona Daniel

La costa de Napoleón. Autor, Cremona Daniel

2. Paisaje montañoso en Córcega. Autor, Jonay Galván

Paisaje montañoso en Córcega. Autor, Jonay Galván

3. Playa de Bussaglia en Porto. Autor, Quique Cardona

Playa de Bussaglia en Porto. Autor, Quique Cardona

4. Rincones de la vieja isla. Autor, Tartanna

Rincones de la vieja isla. Autor, Tartanna

5. Bastia, en la Alta Córcega. Autor, Jacqueline Poggi

Bastia, en la Alta Córcega. Autor, Jacqueline Poggi

6. Torres y acantilados en Córcega. Autor, VaroX

Torres y acantilados en Córcega. Autor, VaroX

Las aldeas del interior se pierden en un mar de valles y crestas rocosas donde la agricultura solo prospera con grandes esfuerzos. Por el contrario, la mayor parte de la población se vuelca al mar: Ajaccio, Bastia o Bonifacio, ésta última en el litoral meridional, son sin duda importantes ciudades desde donde parten las rutas turísticas que se adentran en el paisaje espectacular y no siempre conocido de la isla.

 

7. Naturaleza muerta. Autor, Jonay Galván

Naturaleza muerta. Autor, Jonay Galván

8. Viejos edificios. Autor, Tartanna

Viejos edificios. Autor, Tartanna

9. Aspecto del golfo de Ajaccio. Autor, Jacqueline Poggi

Aspecto del golfo de Ajaccio. Autor, Jacqueline Poggi

10. Convento de Mausoleo. Autor, Patrick-Alain

Convento de Mausoleo. Autor, Patrick-Alain

11. Córcega en blanco y negro. Autor, Manel Armengol

Córcega en blanco y negro. Autor, Manel Armengol

La conflictiva historia reciente de Córcega se revela en el mosaico de idiomas utilizados: se habla francés en las ciudades, mientras que en las zonas rurales el lenguaje es corso, un dialecto de origen italiano. Y es que la historia italiana de la isla viene de antiguo, desde que en 1077 cayera en poder de la entonces república de Pisa y se disputase después con feroz intensidad entre pisanos y genoveses, hasta el dominio final de estos últimos.

 

12. Anochecer en la isla. Autor, Buen Viajero

Anochecer en la isla. Autor, Buen Viajero

13. Saint Michele de Murato. Autor, Uzerty

Saint Michele de Murato. Autor, Uzerty

14. Golfo de Valinco. Autor, Jacqueline Poggi

Golfo de Valinco. Autor, Jacqueline Poggi

15. Vieja aldea junto al cabo Corse. Autor, Cremona Daniel

Vieja aldea junto al cabo Corse. Autor, Cremona Daniel

16. Balagne, junto al mar. Autor, Jacqueline Poggi

Balagne, junto al mar. Autor, Jacqueline Poggi

De aquella época procede la famosa palabra vendette, o vendetta, puesto que el dominio de Génova quedó marcado siempre por una gran turbulencia popular que daba alas al bandidaje y las famosas venganzas familiares corsas. Pero fue Napoleón, su hijo ilustre, el que determinó finalmente la definitiva inclusión de la isla en el contexto francés. El Emperador hecho a si mismo siempre consideró a Córcega como su verdadera patria, y éste es el destino turístico que les presentamos en nuestra Inmersión Cultural de hoy.

 

17. Montemaggiore. Alta Córcega. Autror, Jacqueline Poggi

Montemaggiore. Alta Córcega. Autor, Jacqueline Poggi

18. Panorámica desde el cabo Corse. Autor, Cremona Daniel

Panorámica desde el cabo Corse. Autor, Cremona Daniel

19. Ruinas prehistóricas de Araghju. Autor, Jacqueline Poggi

Ruinas prehistóricas de Araghju. Autor, Jacqueline Poggi

20. Córcega en invierno. Autor, Cremona Daniel

Córcega en invierno. Autor, Cremona Daniel

Son los paisajes de infancia de Bonaparte, y por tanto, todo un honor recorrerlos por cualquiera que tenga la suerte de viajar hasta allí… Y es que ¿quién podría tener una mejor, más espectacular e imperial experiencia en estos días que corren?

 

21. Pequeña villa de Nonza. Autor, Cremona Daniel

Pequeña villa de Nonza. Autor, Cremona Daniel

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Nadando entre tiburones. Una experiencia de vértigo en el Oceanogràfic de Valencia

Nadando entre tiburones. Una experiencia de vértigo en el Oceanogràfic de Valencia

Uno de los atractivos más impactantes de la capital del Turia es el Oceanogràfic de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, todo un hito entre los acuarios a nivel mundial. De hecho, con más de 42 millones de litros de agua y 110.000 m2 de superficie, este parque está considerado como el mayor oceanario construido en Europa. Dentro del complejo, de diseño arquitectónico espectacular, el visitante tiene la oportunidad de realizar un recorrido por los más importantes y amenazados ecosistemas marinos. ¿Cómo lo hace? Incorporando módulos específicos, con visita independiente, donde es posible hallar desde los ambientes extremos del Ártico y Antártico, pasando por el ecosistema mediterráneo, el delfinario y los espacios de mar abierto, hasta la rica complejidad de los mares ecuatoriales y tropicales de todo el mundo.

Acuario de especies tropicales en el Oceanogràfic. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

                     Acuario de especies tropicales en el Oceanogràfic. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

Instalaciones del Delfinario en el Oceanográfic. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

                        Instalaciones del Delfinario en el Oceanográfic. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

Sin duda, la atracción estrella del Oceanogràfic es la experiencia real de bucear entre tiburones, cuarenta minutos de emociones impactantes entre algunos de los animales más bellos (y peligrosos) del océano. Entre ellos se encuentra el tiburón ángel, llamado también pez monje, un pequeño escualo con aspecto de raya habitante de los fondos costeros y con la peculiar costumbre de enterrarse a si mismo en el fondo arenoso, donde reposa a la espera de algún crustáceo o pececillo que se ponga a tiro para devorarlo. Si algún incauto se ofrece voluntario, este pez emerge repentinamente del suelo abriendo al mismo tiempo sus mandíbulas con velocidad pasmosa, y creando además un vacío que absorbe a su presa de forma casi instantánea y le permite tragarla entera. En general estos tiburones son casi inofensivos, y lo mismo cabe decir de otro de los inquilinos del oceanario: el tiburón nodriza o tiburón gato, llamado así por las prolongaciones que ostentan en su morro y que utilizan para localizar a sus posibles víctimas, enterradas en el fango del fondo marino. La mansedumbre de esta especie es tal que durante las inmersiones, los buceadores se acercan a ellos sin problema y montan sobre sus lomos igual que si fueran caballos marinos.

Buceando entre especies marinas en el Oceanogràfic de Valencia. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

        Buceando entre especies marinas en el Oceanogràfic de Valencia. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

Pero los protagonistas indiscutibles del Oceanogràfic son, evidentemente, el tiburón toro y el tiburón gris, dos de las especies costeras más grandes existentes. El toro puede alcanzar fácilmente los tres metros de longitud, y no debe confundirse en modo alguno con el tiburón toro anglosajón, aquí conocido como tiburón sarda, mucho más peligroso y responsable de la mayoría de los ataques a seres humanos en áreas costeras habitadas de todo el mundo. El tiburón toro no acarrea ningún riesgo y de hecho constituye una especie habitual de los acuarios por su comportamiento y fácil adaptación a la vida en cautividad. Que se sepa, es la única especie de escualo capaz de tragar aire en la superficie del agua para almacenarlo posteriormente dentro de su estómago, lo que le permite usarlo como un balón de aire para permanecer flotando entre dos aguas sin apenas mover un músculo (este comportamiento es inaudito entre los tiburones puesto que carecen de vejiga natatoria y, en consecuencia, las especies de mar abierto deben moverse de forma ininterrumpida si no quieren hundirse y perecer aplastadas en las profundidades).

Tiburón gris nadando cerca del fondo. Autor, Brian Gratwicke

                                            Tiburón gris nadando cerca del fondo. Autor: Brian Gratwicke

Tiburón ángel en fondos marinos de la Isla de Tenerife. Autor, Philippe Gillaume

                              Tiburón ángel en fondos marinos de la Isla de Tenerife. Autor: Philippe Gillaume

El tiburón gris se considera asimismo inofensivo para los humanos y puede encontrarse en muchos hábitats marinos, desde las áreas cercanas a la costa e influidas por las mareas hasta zonas relativamente alejadas del litoral, donde alcanza a veces profundidades de hasta 300 metros. Una peculiaridad de esta especie es el gran tamaño de sus aletas, mayores de lo habitual, lo que lo convierten en un pez muy apreciado por los pescadores. Las pesquerías comerciales capturan al tiburón gris sobre todo por su carne, así como para proveer de género a la exótica cocina oriental (la famosa sopa de aleta de tiburón), aunque hay que decir que este escualo es también muy valorado por los aficionados a la pesca deportiva. En cualquier caso, la persecución a que se le ha sometido ha supuesto un verdadero problema para sus poblaciones, reducidas considerablemente en los últimos años hasta el punto que está clasificado como especie poco abundante y amenazada de extinción, sobre todo en el Mediterráneo.

Tunel de Océanos y ejemplar de tiburón. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

                            Túnel de Océanos y ejemplar de tiburón. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

Tiburón toro. Autor, Richard Ling

                                                                    Tiburón toro. Autor: Richard Ling

Por supuesto, la experiencia de nadar entre tiburones del Oceanogràfic pretende ser un acontecimiento para disfrutar de la vida salvaje en los océanos, y no es ni mucho menos una actividad de riesgo. Tras una charla donde se explican las especies más importantes que vamos a encontrar (además de las especies citadas, existen otras tan atractivas como el pez sierra o los peculiares peces luna), los visitantes se dirigen al tanque preparado al efecto con una profundidad de 6 metros, donde el equipo técnico facilita a los visitantes todo lo necesario para la inmersión. De esta forma, en un espectacular paseo cuya duración aproximada es de 45 minutos, el afortunado turista submarino recorre los distintos ambientes del tanque efectuando periódicamente una serie de paradas, a fin de observar las especies propias de cada uno de ellos. En definitiva, se trata no solo de una inmersión agradable entre amigos y apasionados de la adrenalina, sino de toda una experiencia vital: la de sentirnos por un momento los reyes del océano, deleitándonos junto a los instructores con la grandiosidad de la vida submarina y nadando en compañía de algunas de las especies más bellas del planeta: mantas de todo tipo, peces luna, meros de gran tamaño, tiburones leopardo, monje, grises… Toda una sinfonía para los sentidos imposible de olvidar.

Oceanogràfic de Valencia. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

                                       Oceanogràfic de Valencia. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

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Corfú, Gerald Durrell y el reino perdido de los olivos

Corfú, Gerald Durrell y el reino perdido de los olivos

En 1956 el naturalista, divulgador y viajero británico Gerald Durrell publicó “Mi familia y otros animales”, una obra donde relata sus años de infancia en la isla griega de Corfú. Kérkyra, como se denomina en griego, se encuentra en el mar Jónico, un trozo de tierra de forma alargada en el límite entre Grecia y Albania y durante muchos siglos posesión de Venecia, antes de caer bajo el control de los británicos con las guerras napoleónicas. Sin embargo, no es su historia de asedios y batallas lo que atrajo a la familia Durrell hasta esas latitudes, allá por los años treinta del pasado siglo. Sus costas escarpadas; sus calas de aguas transparentes y fondos inmaculados; villas vetustas rodeadas de cipreses y el sempiterno aroma del arrayán envolviendo los bosques de olivos bajo el sol ardiente del Mediterráneo, son en conjunto atractivos suficientes para que cualquiera pueda sentirse tentado a considerar Corfú como el paraíso de sus sueños. Y Gerald, con sus escasos doce años, así lo consideró, a tenor de lo que escribiría posteriormente en la que hoy se considera su obra cumbre.

Las páginas del libro, cálidas, nostálgicas y divertidísimas en grado sumo, son un desfile inacabable de paisajes encantadores y de personajes imposibles de olvidar: estrambóticos unos, divertidos otros y todos entrañables en su conjunto, siempre con la Grecia más profunda resaltando sus rasgos como un telón de fondo multicolor. Un mosaico de vivencias moldeadas por el brillo cegador del Mare Nostrum, y que en su frescura juvenil contribuyen a firmar algunos de los pasajes más memorables de la literatura contemporánea universal. Les dejamos con una selección variopinta de los mismos, acompañados de un muestrario de fotografías que de seguro les hechizarán al igual que lo han conseguido en nosotros. No podía ser de otra forma, puesto que se trata de Gerald Durrell en estado puro y, por supuesto, de Corfú, la isla y el reino perdido de los olivos. ¡Que lo disfruten!

2. Amanecer. Fortaleza de Corfú a la izquierda. Autor, Alex Ki

Amanecer. Fortaleza de Corfú a la izquierda. Autor: Alex Ki

3. Callejeando por Corfú. Autor, Qfwfq78

Callejeando por Corfú. Autor: Qfwfq78

4. Estampa costera de la isla. Bas Boerman

Estampa costera de la isla. Bas Boerman

5. Sendero entre olivos y cañas. Autor, Keith Laverack

Sendero entre olivos y cañas. Autor: Keith Laverack

1. “Corríamos por una carretera blanca cubierta de un estrato de polvo sedoso que se alzaba como una hirviente nube a nuestro paso, toda ella flanqueada de chumberas formando una empalizada de placas verdes hábilmente apoyadas unas en otras, salpicadas de bolas de rojo fruto. Dejamos atrás viñedos en los que las pequeñas y achaparradas cepas se vestían de un encaje de hojas verdes, olivares cuyos troncos horadados nos dirigían mil muecas sorprendidas desde su oscura sombra, y listados cañaverales que agitaban sus hojas como una multitud de banderitas verdes. Al fin coronamos a toda marcha una colina, y Spiro pisó el freno deteniendo el coche en medio de una niebla de polvo.

– Hemos llegado – dijo, apuntando con su carnoso dedo índice –; ésa es la villa con baños, como ustedes querían.

Mamá, que durante todo el trayecto había venido con los ojos firmemente cerrados, los abrió ahora cautelosamente y miró. Spiro apuntaba hacia una suave curva de la colina asomada sobre el mar brillante. La colina y los valles circundantes formaban como un edredón de olivares, reluciente como un pez allí donde la brisa movía las hojas. A media pendiente, protegida por un grupo de altos y esbeltos cipreses, asomaba la villa, como una fruta exótica rodeada de verdor. Los cipreses cabeceaban levemente en la brisa, diríase que afanados en pintar el cielo aún más azul para nuestra llegada”.

6. Un detalle de la ciudad y su costa. Autor, Ben Salter

Un detalle de la ciudad y su costa. Autor: Ben Salter

7. Calas de aguas transparentes. Autor, Keith Laverack

Calas de aguas transparentes. Autor: Keith Laverack

8. Ambiente marinero. Autor, Carol Munro

Ambiente marinero. Autor: Carol Munro

9. Casas de labranza en el interior de la isla. Autor, Ben Salter

Casas de labranza en el interior de la isla. Autor: Ben Salter

10. Casas en la parte antigua de la ciudad de Corfú. Autor, Ingridf_nl

Edificios en la parte antigua de la ciudad de Corfú. Autor: Ingridf_nl

2. “A Margo la primavera siempre le sentaba mal. Su aspecto externo, preocupación que normalmente la absorbía, casi se convertía entonces en obsesión patológica. Montañas de ropa planchada llenaban su cuarto, mientras la cuerda de tender se hundía bajo el peso de la ropa recién lavada. Cantando con voz aguda y desafinada deambulaba por la villa, cargada de montones de vaporosa lencería o frascos de perfume. A la menor ocasión se colaba en el cuarto de baño, en medio de un revuelo de toallas blancas, y una vez dentro hacerle salir era más arduo que despegar una lapa de un peñasco. Uno a uno, todos sus familiares nos turnábamos para vociferar y aporrear la puerta, sin obtener con ello mayor satisfacción que garantía de que ya estaba terminando: garantía en la cual la amarga experiencia nos había enseñado a no confiar. Emergía por fin resplandeciente e inmaculada, y tarareando volaba a tomar el sol en los olivares o a bañarse en la playa (…)

Margo, por el simple hecho de tomar el sol en los olivares enfundada en un bañador microscópico, había reunido a una ardiente banda de apuestos jóvenes campesinos que como por arte de birlibirloque surgían de un paisaje aparentemente desierto, cada vez que se le acercaba una abeja o pretendía correr la tumbona. Mamá se sintió obligada a señalar que los dichos baños de sol le parecían un poco imprudentes.

– Además, querida, ese bañador no cubre mucho, ¿no crees? – añadió.

– Oh, mamá, no seas tan anticuada – dijo impaciente Margo -. Además, de algo hay que morirse.

Observación tan desconcertante como cierta, que bastó para silenciar a mamá”.

11. Dunas y playas al rur de Corfú. Autor, Whl.Travel

Dunas y playas al sur de Corfú. Autor: Whl.Travel

12. El mundo bajo mis pies. Autor, Mark Houchin

El mundo bajo mis pies. Autor: Mark Houchin

13. Interior de la iglesia de Agios Spyridon. Autor, Keith Laverack

Interior de la iglesia de Agios Spyridon. Autor: Keith Laverack

14. Las recortadas costas de Corfú. Autor, Keith Laverack

Las recortadas costas de Corfú. Autor: Keith Laverack

15. Rincón con olivo. Autor, Keith Laverack

Rincón con olivo. Autor: Keith Laverack

3. “En verano, cuando había luna llena, la familia se aficionó a bañarse de noche, porque durante el día el mar no refrescaba de puro caliente. En cuanto salía la luna bajábamos por entre los árboles hasta el chirriante embarcadero y saltábamos a bordo de la “Vaca marina”. Anclábamos en aguas profundas y nos tirábamos por la borda a chapotear y bucear, poniendo un temblor en la luz que bañaba la superficie de la bahía. Cansados, nadábamos desganadamente a tierra y nos tendíamos sobre las rocas, cara al cielo moteado de estrellas. Pasada una media hora me solía aburrir la conversación: entonces me iba de nuevo al agua y cruzaba a nado la bahía para luego flotar boca arriba, sostenido por el mar cálido y con la vista fija en la luna (…)

Nos tumbamos a comer en la playa. Al descorchar el vino al final de la cena y como a una señal convenida, unas cuantas luciérnagas aparecieron sobre los olivos a nuestra espalda, especie de obertura del espectáculo. Primero no fueron más que dos o tres puntitos verdes que flotaban blandamente entre los árboles, encendiéndose y apagándose con regularidad. Pero pronto surgieron más y más, hasta iluminar algunas partes del olivar con un extraño resplandor verdoso. Jamás habíamos visto tal cantidad de luciérnagas: enjambres enteros volaban entre los árboles, trepaban por la hierba, los matorrales y los troncos de olivo, pasaban sobre nuestras cabezas y se posaban en las toallas como ascuas verdes. Nubes de luciérnagas salieron al mar revoloteando sobre las olas, y en ese preciso instante aparecieron los delfines nadando en fila india por la bahía, cimbreándose rítmicamente, con los lomos pintados de fósforo. En el centro de la cala se detuvieron a nadar en círculo, girando y sumergiéndose, saltando a veces en el aire para caer en medio de un estallido de luz”.

16. Otra de las calles de Corfú. Autor, Michael of Scott

Otra de las calles de Corfú. Autor: Michael of Scott

17. Corfú, la isla del sol naciente. Ingridf_nl

Corfú, la isla del sol naciente. Autor: Ingridf_nl

18. Corfú, paraiso de cipreses y olivos. Autor, Keith Laverack

Corfú, paraíso de cipreses y olivos. Autor: Keith Laverack

19. Casas perdidas en un mar de olivos. Autor, Laura O'Connell

Casas perdidas en un mar de olivos. Autor: Laura O’Connell

20. La isla del Ratón, en Corfú. Autor, Keith Laverack

La isla del Ratón, en Corfú. Autor: Keith Laverack

4. “Hice amistad con las rollizas muchachas campesinas que mañana y tarde pasaban por delante del jardín. Montadas a la mujeriega sobre sus derrengados burros de orejas gachas, eran chillonas y parlanchinas como cotorras, y su charla y su risa reverberaban en los olivares. Por la mañana saludaban sonrientes al paso rítmico de sus burros, y al atardecer se inclinaban sobre el seto de fucsia, balanceándose precariamente en sus monturas, para ofrecerme regalos con una sonrisa: un racimo de uvas color ámbar todavía calientes del sol, brevas negras como el alquitrán veteadas de rosa por donde se habían desgarrado de puro maduras, o una sandía gigante llena de rosáceo hielo en su interior (…).

Poco a poco la magia de la isla se nos iba posando suave y adherente como un polen. Cada día tenía tal tranquilidad, tal atemporalidad, que deseábamos que no acabase nunca. Pero la oscura piel de la noche se rasgaba para entregarnos otro día más, polícromo y brillante como una calcomanía y con el mismo matiz de irrealidad”.

21. Otra estampa de la isla del Ratón. Autor, Keith Laverack

Otra estampa de la isla del Ratón. Autor: Keith Laverack

22. Rincón de la ciudad. Autor, Rob.Sandbach

Rincón de la ciudad. Autor: Rob.Sandbach

23. Una vivienda imposible junto al mar. Autor, Getty

Una vivienda imposible junto al mar. Autor: Getty

24. Villas y olivos en el interior de la isla. Autor, Powwow

Villas y olivos en el interior de la isla. Autor: Powwow

25. El olivo, la joya de Corfú. Autor, Ángel Hernansáez

El olivo, la joya de Corfú. Autor: Ángel Hernansáez

5. “Poco después de sernos arrebatada la tortuga Aquiles obtuve otro animalito. Esta vez fue un palomo. Era todavía muy joven y había que alimentarle a la fuerza a base de pan con leche y cereal mojado. Debido a su apariencia repugnante y a su obesidad, Larry propuso llamarle Quasimodo, y yo, gustándome el nombre sin darme cuenta de sus resonancias, accedí (…) Por efecto de su nada ortodoxa crianza y del hecho de no tener padres que le enseñaran las cosas de la vida, Quasimodo estaba convencido de no ser en realidad un ave y se negó a volar. En su lugar, iba a todas partes andando. Si le apetecía subirse a una mesa o a una silla, se metía debajo y, ladeando la cabeza, arrullaba con su rico timbre de contralto hasta que alguien le subía. Siempre quería participar en todo lo que hiciéramos, y hasta intentaba venirse con nosotros de paseo. Pero esto no se lo podíamos permitir, porque o había que llevarle sobre un hombro, con el consiguiente peligro de accidentes para la ropa, o dejarle caminar detrás. Si se le dejaba caminar había que ajustar el propio paso al suyo, porque si uno se adelantaba mucho pronto llegaban a sus oídos los arrullos más frenéticos e implorantes, y al volverse se encontraba a Quasimodo corriendo desesperadamente a la zaga, meneando la cola seductoramente y con el irisado buche inflado de indignación ante tamaña crueldad.

Empeñóse Quasimodo en dormir en casa; no hubo coacción ni rapapolvo que lograse hacerle ocupar el palomar que yo le había construido ex profeso. Prefería dormir a los pies de la cama de Margo. Con el tiempo, sin embargo, se le desterró al sofá del cuarto de estar, porque si de noche Margo se daba la vuelta Quasimodo se despertaba, brincaba por la casa y acababa por posársele en la cara, arrullando cariñosa y enérgicamente”.

26. Mar encrespado en la isla. Autor, Riccardo

Mar encrespado en la isla. Autor: Riccardo

27. Mi isla perdida. Autor, John Gulliver

Mi isla perdida. Autor: John Gulliver

28. Monasterios de Vlajerna y Pondikonisi. Autor, Keith Laverack

Monasterios de Vlajerna y Pondikonisi. Autor: Keith Laverack

29. Bosque de olivos centenarios. Autor, Keith Laverack

Bosque de olivos centenarios. Autor: Keith Laverack

30. Anochecer en la isla. Autor, Albusorin

Anochecer en la isla. Autor: Albusorin

6. “Aparte de Agathi, la persona que más me gustaba era el pastor Yani, un viejo alto y desgarbado con narizota ganchuda como el pico de un águila y unos bigotes increíbles. Le conocí una tarde calurosa en que Roger y yo habíamos pasado horas intentando hacer salir a un gran lagarto verde de su rendija en un muro de piedras. Al cabo, vencidos, sudorosos y cansados, nos tiramos al pie de cinco cipresitos que arrojaban un pulcro cuadrado de sombra sobre la agostada hierba. Estando allí tendido oí aproximarse el tintineo débil y soñoliento de una esquila, y al poco todo el rebaño de cabras desfiló por nuestro lado, parándose brevemente para mirarnos con sus ojos ausentes y amarillos, balar sarcásticamente y seguir andando. El suave murmurar de sus esquilas, y de sus dientes arrancando y triscando la maleza, ejerció sobre mí un efecto sedante, y cuando ya se alejaban a paso lento y llegó el pastor yo estaba casi dormido. Apoyado en su parda garrota de olivo paróse a mirarme con sus fieros ojillos bajo las cejas hirsutas, las grandes botas bien plantadas en el brezal (…)

– Le voy a decir una cosa, pequeño lord – dijo -; es peligroso que se tumbe ahí, bajo los árboles.

Alcé la mirada a los cipreses pero me parecieron bastante sólidos, y al no encontrar en ellos nada alarmante le pregunté por qué pensaba que eran peligrosos.

– Ah, sentarse sí se puede. Dan buena sombra, fría como agua de pozo; pero ahí está lo malo, que le tientan a uno a dormirse. Y jamás, por ningún motivo, se debe dormir a la sombra de un ciprés.

Hizo una pausa, se atusó el bigote, esperó a que le preguntase por qué, y prosiguió entonces:

¿Qué por qué? Porque si se hace se despierta uno cambiado. Los cipreses negros son peligrosos, sí. Mientras que uno duerme, sus raíces se le meten en los sesos y se los llevan, y al despertarse está uno loco, con la cabeza más vacía que un pito”.

 

Todas las citas literarias se han extraído de la obra “Mi familia y otros animales”. Gerald Durrell.
Alianza Editorial, 1975

 

31. Corfú, entre amigos. Autor, Catherine Murray

Corfú, entre amigos. Autor: Catherine Murray

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Villanueva de los Infantes o las divertidas andanzas de Quevedo, el burlador real.

Villanueva de los Infantes o las divertidas andanzas de Quevedo, el burlador real.

En apenas dos semanas se cumple el 368º aniversario de la muerte de D. Francisco de Quevedo y Villegas. El que fuera miembro insigne de la Orden de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad pasó sus últimos días de enfermedad postrado en el lecho de una celda del Convento de Santo Domingo, en la ciudadrrealeña Villanueva de los Infantes, donde falleció y fue enterrado finalmente el 8 de septiembre de 1645. Hoy, tanto el convento como la celda del ilustre escritor son visitables por el turista aunque las dependencias del edificio monástico fueron transformadas hace tiempo en una Hostería Real. Sin duda el trasiego y la presencia de tanto devoto por sus huesos serían del agrado de don Francisco, aunque es casi seguro que, de poder coger una pluma, nada evitaría que nos regalase uno de sus sonetos cargados de ironía y buen hacer… De Quevedo, cualquiera puede decir sin temor a equivocarse aquello de: “Genio y figura hasta la sepultura”.

2. Pintura de Don Francisco de Quevedo y Villegas

Pintura de Don Francisco de Quevedo y Villegas

A Quevedo, truhan, pendenciero y bebedor, lo temían en su época más que al mismísimo diablo. Sus agudezas y salidas de tono han sobrevivido con frescura inusual a través de los siglos, tremendamente actuales además debido a su manía de no dejar títere con cabeza en cualquier estrato de la sociedad. Borrachos, prostitutas, escritores, nobles y hasta la mismísima familia real fueron objeto de sus bromas pesadas, lo que en más de una ocasión le llevaron a tener problemas y serios disgustos con las autoridades. Conocida es, por ejemplo, la antipatía que profesaba a su contemporáneo y rival Luis de Góngora, un sentimiento que sin duda alguna era mutuo. He aquí las lindezas que le dedicaba éste último refiriéndose a la desmedida afición por la bebida que compartía Quevedo con el también célebre Lope de Vega:

Hoy hacen amistad nueva
Más por Baco que por Febo
Don Francisco de Que-Bebo
Y don Felix Lope de Beba.

A lo que don Francisco, que no era manco por cierto, respondía con una oda dedicada a su monumental nariz:

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa (…)

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era (…).

3. Celda del antiguo convento de Santo Domingo, donde murió Quevedo

Celda del antiguo convento de Santo Domingo en Infantes, donde murió Quevedo

Para las prostitutas tenía en cambio sus cariños y consuelos, nacidos desde luego de la predilección que sentía hacia las clases más humildes:

No te quejes, ¡oh Nise!, de tu estado
aunque te llamen puta a boca llena,
que puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han reinado.

De Quevedo se dice que fue maestro entre maestros y que los principiantes acudían presurosos a su lado para compartir con él sus sonetos y pedirle opinión. Y es que tenía fama de sincero. Eso debió de pensar cierto aprendiz de poeta, que tras recitarle su última composición le solicitó la gracia de una crítica constructiva. El maestro le dijo: «El siguiente será mejor». «¿Cómo podéis saberlo, si aún no lo he leído?» inquirió el novato, a lo que Quevedo le soltó impertérrito: «Sencillamente, amigo mío, porque es imposible que sea peor que el que acabáis de leerme«.

4. Plaza Mayor y balaustradas de madera. Autor, Zubitarra

Plaza Mayor de Infantes y balaustradas de madera. Autor: Zubitarra

Tampoco la Iglesia salía muy bien parada de la pluma del escritor, y en uno de sus famosos chascarrillos se dice que puso en entredicho hasta el propio símbolo de la Cruz. En aquella España sucia y decadente del siglo XVII era costumbre que los orinales se vaciasen en plena calle desde los balcones, al grito de “agua va”, y también que la gente orinara en cualquier sitio de la ciudad, a resguardo o no de miradas ajenas. Los vecinos solían poner cruces o santos en sus puertas y esquinas para evitar estos regalitos desinteresados, y Quevedo, que tenía por costumbre orinar siempre en el mismo portal de la calle, se encontró una noche con que el propietario había colocado la figura de una cruz en su rincón preferido. Por supuesto don Francisco hizo caso omiso y siguió siendo fiel a su costumbre, de modo que el vecino agudizó su ingenio y fue a poner un cartel bajo la cruz que rezaba: “Donde se ponen cruces no se mea”. Quevedo, muy consciente de su orden de preferencias, escribió justo debajo: “Donde se mea no se ponen cruces”.

5. Pozo en el patio de la Alhóndiga. Autor, Zubitarra

Pozo en el patio de la Alhóndiga. Autor: Zubitarra

Sin lugar a dudas las anécdotas más famosas de Quevedo tienen que ver con su desmedida afición a chotearse de la familia real. Felipe IV y su consorte fueron objeto de algunas de las burlas más desternillantes que se recuerdan en aquella España abocada al desamparo y la penuria, lo cual era de agradecer. Juzguen si no el efecto que debió de tener el siguiente episodio entre los mentideros y bajos fondos del reino: se cuenta que el rey, harto de los continuos desplantes de su amigo escritor, expulsó del país a Quevedo y le prohibió volver a pisar tierra española, por lo que éste sacudió sus sandalias y tomó camino de Portugal. Mas al llegar allí cargó un carro de tierra, se sentó encima y ni corto ni perezoso volvió a España. Al pasar por palacio se puso de pie en el carro, y al verlo el rey se disgustó muchísimo: “¿Cómo tienes valor de volver a mi presencia después de haberte prohibido que pisaras tierra española”. Don Francisco respondió sin despeinarse: “Perdone Su Majestad, pero yo vengo pisando tierra portuguesa”.

6. Calle típica de Villanueva de los Infantes. Autor, Ángel Aroca

Calle típica de Villanueva de los Infantes. Autor: Ángel Aroca

Y es que Felipe IV no era precisamente santo de la devoción de nuestro hombre. El Imperio español se deshacía a ojos vista, se perdían guerras y países, y el oro, en vez de servir para paliar la escasez del pueblo, marchaba por los puertos del Mediterráneo con destino a las arcas de los banqueros genoveses. Felipe IV era llamado “el Rey Planeta” o “el Grande” en alusión a sus dominios repartidos por las cuatro esquinas del mundo, pero Quevedo supo estar a la altura que se esperaba de él, y con una sola frase resumió a sus contemporáneos la verdadera y patética realidad que se escondía tras el Austria… ¿Cómo lo hizo? Pues comparándolo con un agujero: “Su Majestad es más grande cuanta más tierra le quitan”.

7. Yacimiento de Jamila. Autor, Pahuer

Yacimiento de Jamila en Vva. de los Infantes.  Autor: Pahuer

De esta forma no es extraño que don Francisco aprovechase cualquier ocasión para hacer del monarca objeto de sus burlas más crueles. Como aquella que alude a la famosa ventosidad del escritor junto a las mismísimas narices de Felipe IV: Subiendo estaban Quevedo y el rey por unas escaleras de palacio cuando a don Francisco se le desató un zapato, y dándose cuenta enseguida se agachó para anudarse los cordones. Las tripas le andaban un tanto revueltas aquella tarde, y al doblar el espinazo en tamaña postura no pudo evitar que se le escapase un monumental pedo, el cual por efecto expansivo fue a parar a los morros de Felipe, situado justo debajo. El monarca, dándole unos golpecitos en el trasero, va y le dice: ”¡Hombre, Quevedo!”, a lo que éste, no sabemos si temiendo o no por su vida, contestó: “Hombre, ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?”

8. El rey de España Felipe IV. Diego Velázquez. Óleo sobre tela, 1632

El rey de España Felipe IV. Diego Velázquez. Óleo sobre tela, 1632

La España de aquella época debió de regodearse impunemente ante estas salidas de tono, y de seguro elevó a Quevedo a los altares de la religión justo por debajo de Santa Eduvigis, patrona de los afligidos y deudores. En otro de sus chascarrillos más felices, el rey Felipe IV le pidió un día a su amigo que le dedicase unos versos espontáneos, sabedor de la gran creatividad y arrojo de que hacía gala el poeta en sus círculos más íntimos. Quevedo salió del paso pidiéndole al monarca que le diese pie, refiriéndose con ello a que le diese un comienzo. Pero bien por la baja acústica de palacio o por la soberana estupidez del Cuarto Felipe, éste lo interpretó de otro modo y no tuvo otra que plantar su pie en las manos de don Francisco. No se descompuso por ello el poeta. Sin retirar la insigne zarpa, y en alusión directa a la inteligencia caballuna del rey, le dedicó de seguido los siguientes versos:

“Paréceme, gran señor,
que estando en esta postura,
yo parezco el herrador
y vos la cabalgadura.”

9. Detalle de la Plaza Mayor de noche. Autor, Zubitarra

Detalle nocturno de la Plaza Mayor de Infantes. Autor: Zubitarra

La reina tampoco fue ajena a las ocurrencias de Quevedo. Y es que Doña Mariana de Austria y segunda esposa de Felipe IV sufría de una cojera más que aparente, cosa de la que andaba sin duda muy susceptible. Nadie podía hacer ni la más mínima alusión o mofa a su discapacidad si no quería verse sometido a las iras del rey… Pero no ocurrió así con nuestro poeta, quien se apostó con sus amigos lo que no tenía a que era capaz de decirle a la reina en su misma cara que era coja, y bien coja. “Veréis como yo se lo voy a decir. No os quepa la menor duda” decía Quevedo a sus compañeros “¡Pero tú estás loco! ¿Cómo le vas a decir…? Si le dices que está coja, te cortarán en pedacitos y los echarán al Manzanares como pasto de los peces…”. Haciendo caso omiso de los consejos de sus amigos, Quevedo se llegó hasta el palacio real no sin antes tomar de los jardines una hermosa rosa y un clavel. Después se presentó ante la reina, dobló el espinazo a la moda de la época y con exquisita galantería le dijo a Doña Mariana: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, Su Majestad es-coja”.

10. La reina Mariana de Austria. Diego Velázquez. Óleo sobre tela. 1655-57

La reina Mariana de Austria. Diego Velázquez. Óleo sobre tela. 1655-57

Para quitarse el sombrero es la siguiente hazaña recogida en el anecdotario popular, que de ser cierta supuso un nivel de desparpajo difícilmente igualable en las monarquías absolutas y todopoderosas de aquel periodo. Se dice que estando un día Quevedo en palacio sentado a la mesa real, en compañía de numerosos miembros de la nobleza, ocurrió que en mitad del banquete fue a volcar accidentalmente un plato lleno de viandas sobre su compañero de mesa. La víctima, viéndose sus ropas cubiertas de salsa, no pudo contenerse y propinó un sonoro bofetón en el rostro al poeta, el cual no tuvo más ocurrencia que girarse a su vez y darle un guantazo al comensal del otro lado. Éste no era otro que el rey (como ya habrán imaginado). Los rostros palidecieron y la sala entera cayó en un silencio sepulcral mientras todos miraban al monarca, tieso como un mástil y con uno de sus mofletes hinchado peligrosamente. Pero de forma increíble Quevedo salió al paso con su habitual ingenio, y tras sobreponerse de la sorpresa dijo: “¡Que siga la rueda!”

11. Pisto manchego con huevo. Autor, Bocadorada

Pisto manchego con huevo. Autor: Bocadorada

Después de este anecdotario sublime, no nos queda sino esperar que la figura de don Francisco no vuelva a caer en el olvido, y que todo el mundo tenga presente a este genial escritor en el próximo aniversario de su fallecimiento. Escritor que supo servirse de su pluma para aliviar las penas de sus contemporáneos, y que con infinita maestría la utilizó como un fino estilete endiabladamente bien esgrimido. Un estilete con el que rebanó las presunciones y la pompa apolillada y rancia de una monarquía que por aquellos años, estaba claro, tenía signos de sumir a España en la más absoluta de las miserias… En cierto modo, si hacemos honor a la verdad, todavía no hemos salido de ella.

12. Retrato de Francisco de Quevedo. Obra atribuida a John Vanderham

Retrato de Francisco de Quevedo. Obra atribuida a John Vanderham

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Cuando la playa era salud. San Sebastián y la élite de sus Baños de mar

Cuando la playa era salud. San Sebastián y la élite de sus Baños de mar

Todos estamos acostumbrados a considerar el verano, la playa y las costas mediterráneas como la combinación perfecta para unas vacaciones de órdago… Pero cuesta imaginar que, en el pasado, esta imagen hoy tan familiar resultaba totalmente desconocida. El turismo de playa no comenzó en nuestro país sino hasta 1830 y difería enormemente del actual, tanto en lo que se refiere a volumen de turistas como a destinos, usos y costumbres establecidos. Podemos decir que sus peculiaridades partían de dos puntos básicos: en primer lugar se trataba de una actividad reservada exclusivamente a las clases pudientes. El turismo de masas solo se generalizó a lo largo del siglo XX cuando los sueldos y las jornadas laborales permitieron disponer de dinero y tiempo en grandes cantidades. Por otro lado, en sus comienzos la playa era considerada atractiva solo por sus supuestas propiedades medicinales, de modo que fueron las frías aguas del Atlántico y no el Mediterráneo (cálido y al parecer insalubre) donde se concentraron inicialmente los más elitistas focos del turismo nacional e internacional. Lanneau Rolland, en su guía editada en 1864 sobre nuestro país, cuenta que: “Ante Alicante, la mar tiene poco fondo. Las aguas del Mediterráneo en este punto son viscosas, fétidas y de baños imposibles”. No sabemos si ésta era también la idea de los españoles, pero si se sabe que aunque existían por aquel tiempo baños en Arenys de mar, Barcelona, Valencia o Málaga, muchos entendidos (como fue el caso de Richard Ford, autor del famoso manual de viajeros por España de 1844) descartaban el Mediterráneo y el verano para los baños “por las altas temperaturas que se daban en aquellas costas, que hacían insalubre dicha actividad”.

Isla de Santa Clara y Monte Urgull. Autor, Sfgamchick

                                                    Isla de Santa Clara y Monte Urgull. Autor: Sfgamchick

Aunque ya hubo referentes en la Inglaterra del siglo XVIII, fue en el XIX cuando se consolidó la idea de que el mar podía ser un antídoto a las agresiones de la civilización. La medicina entonces en boga argumentaba que el mar fortalecía los cuerpos y era bueno contra la melancolía y las ansiedades de las clases dominantes. En la francesa Dieppe se construyó una estación balnearia abierta al mar durante la primera mitad del siglo XIX, y dentro de la ciudad un hotel de baños de mar calientes, todo ello muy lujoso y asiduamente visitado por personajes tan sonados como la mismísima esposa del Delfín de Francia (se sabe que esta buena mujer tenía la costumbre de zambullirse en las olas acompañada de dos bañeros uniformados y de un médico inspector de baños). Fue también por aquella época cuando San Sebastián comenzó a darse cuenta de las posibilidades de su emplazamiento: desde el 26 de julio hasta el 15 de agosto de 1830 fueron a pasar allí parte de su temporada estival el Infante Francisco de Paula Antonio, hermano de Fernando VII, su esposa (hermana de la Reina María Cristina), sus 6 hijos y un séquito regio de 24 personas.

Gran Casino de San Sebastián, en 1905. Autor, Biblioteca Nacional de España

                              Gran Casino de San Sebastián, en 1905. Autor: Biblioteca Nacional de España

Plaza de toros de San Sebastián, a principios del siglo XX. Autor, Biblioteca Nacional de España

                 Plaza de toros de San Sebastián, a principios del siglo XX. Autor: Biblioteca Nacional de España

Sin ninguna duda, los “baños de mar” decimonónicos tuvieron en Santander, y sobre todo en San Sebastián, sus principales hitos de categoría “cinco estrellas”. En la capital donostiarra el éxito de los baños fue nacional e internacional. Ya existía cerca de “La Bella Easo” un turismo de termalismo antes del “Boom”, y Francisco de Paula Madrazo, quien en 1849 publicó su conocida obra «Una expedición a Guipúzcoa en el verano de 1848», nos refiere algunos lugares guipuzcoanos que por entonces empezaban a ser frecuentados, como Baños Viejos de Arechavaleta, Santa Águeda de Mondragón o Cestona. También cita en su trabajo a las villas costeras de Deva y San Sebastián, relativamente próximas a dichos centros termales. Posteriormente y tras la destrucción de las murallas que cercaban el casco antiguo en 1863, la ciudad comenzó a crecer por todas partes surgiendo barrios residenciales e industrias más o menos relacionadas con la actividad balnearia: vidrio, chocolate, cerveza o sombreros. Este hecho, unido a las nuevas infraestructuras de avenidas; los alcantarillados; parques o jardines; el encauzamiento del Urumea o la ampliación del tendido eléctrico evidenciaban la repercusión que esta ciudad del Cantábrico comenzaba a tener entre las clases pudientes de medio mundo. También fue decisiva la inauguración de la línea del ferrocarril del Norte, en 1864, lo que permitió la llegada de una importante masa de visitantes de Madrid y otras zonas del interior peninsular.

Hotel María Cristina de San Sebastián, al anochecer. Autor, Krista

                                         Hotel María Cristina de San Sebastián, al anochecer. Autor: Krista

La ciudad de San Sebastián tuvo en la vecina Biarritz un modelo a seguir. Biarritz cuadruplica su población de 1826 a 1872, y la presencia allí de personalidades de alcurnia (como Napoleón III y la Emperatriz Victoria Eugenia de Montijo, que veranearon ininterrumpidamente en Villa Eugénie desde 1864 hasta 1878), daban cuenta del alto standing alcanzado en pocos años por la población vecina. En 1869 aparece “la Perla del Océano”, el primer establecimiento donostiarra de baños con una concesión del Estado, al cual sucede “La Nueva Perla” en 1908. Finalizando el siglo XIX se acometieron colosales obras en el monte Urgull y el Igueldo, que se convirtieron en deliciosos lugares de paseo y recreo para la colonia turística. Por otro lado, y con el fin de dar más brillo a la actividad veraniega, se proyectó también la construcción de un casino (obviamente, ya existía uno en Biarritz). En 1880 es lanzado el proyecto y solo dos años más tarde, en 1882, se inaugura el edificio de lujo con gran éxito desde el primer día de apertura.

San Sebastián y su Balneario de La Perla, junto a la playa. Autor, Biblioteca Nacional de España

                 San Sebastián y su Balneario de La Perla, junto a la playa. Autor: Biblioteca Nacional de España

San Sebastián y bahía de La Concha desde el Monte Igueldo. Autor, Aerismaud

                              San Sebastián y bahía de La Concha desde el Monte Igueldo. Autor: Aerismaud

Claro que, al contrario de lo que ocurría con el resto de ciudades-balneario europeas, faltaba todavía en San Sebastián una importante oferta hotelera. Se echaban especialmente de menos las llamadas fincas de especulación, es decir, casas en barrios de lujo alquiladas a familias de acaudalados y a precios exorbitantes, que se alojaban allí aislados de trato y roce con el resto de la población. El sistema de alojamiento fue en sus comienzos muy dispar e iba desde el socorrido alquiler de habitaciones y las casas de pupilaje (domicilios donde se recibían huéspedes que hacían vida en común con la familia propietaria) hasta fondas, paradores y algún que otro hotel de dudosa catadura. Más tarde se crean barrios residenciales de alto standing y el número y categoría de los hoteles crece sin parar: 3 en 1884; 15 en 1916; 31 en 1936… El más espectacular de todos ellos fue sin duda el María Cristina, aunque no abrió sus puertas hasta 1912.

Quiosco para conciertos en el Boulevard. Autor, Carmen A. Suarez

                                        Quiosco para conciertos en el Boulevard. Autor: Carmen A. Suarez

Aparte de las actividades balnearias, no pasa mucho tiempo sin que se imponga en San Sebastián la idea de que hay que divertir a la colonia extranjera. Y se hace en torno a 3 ejes: el baño; el casino y el programa de fiestas. Se alarga la temporada de verano del 24 de julio al 27 de septiembre, intentando fomentar la de invierno “porque es inverosímil que Biarritz la tenga y San Sebastián no”. Sin embargo, nunca se consiguió este último objetivo. En cambio, durante los dos meses veraniegos se prodigan actos y atracciones a todas horas, entre los que destacan por su vistosidad y éxito multitudinario los conciertos de calle. La Banda Municipal toca cada noche a las 21h en el quiosco de la Alameda del Boulevard, construido por el famoso ingeniero Eiffel; los jueves, domingos y festivos se organizan más en el mismo sitio y a las 12 del mediodía; y en el Gran Casino, esta vez a las 5 de la tarde, la Sociedad de Conciertos ameniza igualmente al respetable con su propio repertorio. Luego estaban los fuegos artificiales, los cotillones, las consabidas corridas de toros (en San Sebastián se presumía de tener la mejor plaza de toros del mundo con vistas al mar) y la iluminación nocturna de los montes Igueldo y Urgull, que en el escenario natural de La Concha producía unos efectos espectaculares. Para el turista de a pie habían cucañas acuáticas, batallas de flores, batallas navales y otros concursos de variada tipología; para los acaudalados, cacerías de patos y 5 o 6 días de regatas; y para todos ellos, festivales, ferias y romerías populares a cual más atractiva. Cada balneario intenta innovar antes que los demás y copiar las actividades que resultaban de más éxito entre los visitantes. Por otro lado, en 1916 se abre el hipódromo; en los años 20 el circuito de automóviles de Lasarte, y en los 30 varios campos de golf y de tenis, fomentando de esta forma un turismo de élite por encima del de masas, cada vez más en boga en otros puntos del litoral.

Banda de música tocando en el quiosco del Boulevard. Autor, Gipuzkoakultura

                                Banda de música tocando en el quiosco del Boulevard. Autor: Gipuzkoakultura

Palacio de Miramar, residencia de la Familia Real de Alfonso XIII. Autor, Julio Codesal

                          Palacio de Miramar, residencia de la Familia Real de Alfonso XIII. Autor: Julio Codesal

Evidentemente, el papel de la realeza fue primordial para el éxito de San Sebastián. Tras la visita del Infante Don Francisco de Paula Antonio, primero en 1830 y luego en 1833, la misma Isabel II visitó la ciudad en 1845 afectada por un problema de piel. A partir de ese momento diferentes miembros de la realeza se acercarían a esta localidad a tomar los baños. Incluso la reina María Cristina, asidua veraneante desde 1887, decidió construir su propio palacio en la bahía de La Concha. No fue raro por tanto que desde 1887 la ciudad pasara a ser lugar habitual de veraneo de la Familia de Alfonso XIII y su corte. Y con ella, por supuesto, de la aristocracia, de los políticos, la prensa y el mundillo social más elitista de nuestro país (aunque solo lo pretendiesen)… Pero de eso, y de cómo eran las costumbres playeras en la encorchetada sociedad de entonces, comentaremos largo y tendido en un próximo capítulo veraniego.

Día de regatas en la bahía de La Concha. 1905. Autor, Biblioteca Nacional de España

                         Día de regatas en la bahía de La Concha. 1905. Autor: Biblioteca Nacional de España

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Cabrera. La isla de los náufragos perdidos de Napoleón

Cabrera. La isla de los náufragos perdidos de Napoleón

A unos 25 km al sur de Mallorca se alza sobre la superficie de las olas unas peñas e islotes conocidos con el nombre de archipiélago de Cabrera. La mayor de estas islas, llamada asimismo Cabrera por las cabras montesas que antaño existían allí, exhibe un paisaje idílico de aguas transparentes, playas y calas de excepcional belleza bajo el sol luminoso del Mediterráneo. De hecho, todo el conjunto de islas mayores y menores posee actualmente la figura de Parque Nacional Marítimo y Terrestre. Pero más allá de su indudable atractivo, el archipiélago y sobre todo su isla principal merecen una lectura más atenta por cierto suceso acaecido a principios del siglo XIX, durante la cruenta guerra que mantuvieron las tropas napoleónicas contra el pueblo español. Un antiguo monolito erigido en el lugar recuerda aquel episodio negro y poco conocido de nuestra historia, pero que aún hoy sigue teniendo ecos funestos por los dramáticos acontecimientos que tuvieron lugar: el desembarco en la isla de miles de soldados franceses y su abandono durante años a sus propios medios, en unas condiciones que la mayoría de historiadores no han dudado en definir como infernales.

Aguas del puerto de Cabrera. Autor, Cayetano

                                                         Aguas del puerto de Cabrera. Autor: Cayetano

La rendición de Bailén. Obra de José Casado del Alisal. 1864

                                              La rendición de Bailén. Obra de José Casado del Alisal. 1864

Tras la derrota de las tropas napoleónicas en Bailén a manos del General Castaños, el 19 de julio de 1808, miles de soldados franceses fueron hechos prisioneros y enviados en largas comitivas hasta la ciudad de Cádiz. En un principio las órdenes indicaban su traslado a los puertos de Rota y Sanlúcar de Barrameda para embarcar de vuelta a su país, pero la idea inicial quedó sin efecto ante la decisión de última hora de la Junta Suprema de Sevilla, quien decidió “No respetar tratados y acuerdos firmados con el enemigo francés”. Si se sumaban a este contingente los prisioneros de Trafalgar, todavía en Cádiz tras la batalla que libró la coalición británica contra franceses y españoles, el número de cautivos en esa ciudad superaba ampliamente las 20.000 personas, por lo que existía el temor razonable de que a su regreso se integrasen nuevamente en el ejército de Napoleón. Esto era algo que debía evitarse a cualquier precio, de modo que tanto las tropas españolas como sus socios británicos se negaron en redondo a liberar a los prisioneros, y la Junta Central terminó firmando su deportación a diferentes destinos dentro del territorio español.

Una parte importante partió de inmediato a las islas Canarias mientras que el resto (se estima que alrededor de 4.500 soldados) tomaba rumbo al grupo de las Baleares: Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera. Las condiciones del viaje en los pontones fueron pésimas. Hacinados, mal alimentados y peor tratados, muchos de ellos enfermaron de tifus, escorbuto, disentería y otros males que hacían muy elevado el riesgo de contagio. La noticia se extendió como la pólvora a su llegada a aguas mallorquinas, el 20 de abril de 1809, y la Junta de Mallorca prohibió el desembarco ante el temor de que la epidemia pudiese extenderse entre la población local (lo mismo ocurrió en Menorca). De esta forma, tras permitir tomar tierra a los oficiales de mayor rango, los soldados rasos continuaron su fatídico viaje hasta la isla de Cabrera adonde llegaron finalmente dos semanas después para ser abandonados a su suerte.

Puesta de sol en la isla de Cabrera. Autor, Ingo Meironke

                                                 Puesta de sol en la isla de Cabrera. Autor: Ingo Meironke

Es Port Cabrera, con el castillo de Cabrera al fondo. Autor, Cayetano

                                       Es Port Cabrera, con el castillo de Cabrera al fondo. Autor: Cayetano

Con una superficie de 1.836 Has. y un perímetro costero de apenas 14 km, la isla terminó siendo el hogar obligado de los soldados franceses supervivientes, un hogar que con el paso de las semanas y los meses no tardo en transformarse en su peor pesadilla. En un terreno que apenas ofrecía lo necesario para la vida de unas cuantas familias se hacinaron miles de hombres hambrientos, enfermos y semidesnudos, viviendo en cuevas y oquedades entre las rocas, o en cobertizos fabricados con piedras apiladas y ramas de arbustos, al igual que robinsones olvidados del mundo y sin esperanza alguna de salvación. A medida que transcurría la guerra, Cabrera se convirtió en el presidio ideal para las autoridades españolas. Cada cierto tiempo llegaban nuevos contingentes de desgraciados que tras su desembarco venían a ocupar una zona ya atestada de compatriotas, por lo que las escenas de luchas y salvajismo por acceder a los contados recursos de la isla debieron ser constantes. Se calcula que a lo largo de la guerra fueron trasladadas desde la Península y confinadas allí más de 12.000 personas.

El estado higiénico era espantoso, lo que propició la aparición de enfermedades y epidemias que elevaron la mortandad hasta límites insospechados. Puesto que la isla no disponía de corrientes de agua o pozos permanentes, el suplicio de la sed era una amenaza constante entre los cautivos, y en cuanto a la comida, el hambre se aliviaba escasamente por la caza de conejos, lagartos o insectos en un terreno empobrecido que no daba para mucho más. La recolección ocasional de huevos de aves y sobre todo la pesca fueron el principal sustento para unas gentes que, en su desesperación, no dudaron en devorar la carne de compañeros fallecidos y de cometer actos de canibalismo y coprofagia. Al principio los más enfermos eran trasladados a Mallorca para ser tratados allí, pero estas atenciones terminaron pronto. Se sabe que los enfermos que regresaban a Cabrera tras su cura no dudaban en automutilarse para salir nuevamente de la isla, lo que prueba hasta qué punto se trataba de un lugar maldito y ajeno a la humanidad y al trato más elementales.

Batalla de Trafalgar. Obra de Auguste Mayer. 1836

                                                     Batalla de Trafalgar. Obra de Auguste Mayer. 1836

Acantilados de Cabrera desde el mar. Autor, Cayetano

                                                   Acantilados de Cabrera desde el mar. Autor: Cayetano

Fue el gran periodista mallorquín Don Miguel de los Santos Oliver el que, en 1896, aportó los primeros datos sobre el calvario de los “náufragos de Cabrera”. Estas informaciones se ampliaron después con diversas excavaciones arqueológicas in situ, única forma real de conocer las condiciones de vida casi prehistóricas a que estuvieron sometidos los soldados. Así, a través de los restos de huesos, madera y otros materiales pudo constatarse que los franceses trabajaron la piedra para fabricar armas de caza, y que tallaron madera y fabricaron recipientes de mimbre y otros enseres necesarios para la vida cotidiana. De los testimonios recogidos por los supervivientes se sabe también que las pocas mujeres que llegaron con ellos no tuvieron más remedio que prostituirse para conseguir comida, y que la lucha contra el hambre hizo que hasta las habas constituyesen entre ellos una moneda de cambio. Tras más de 5 años de calvario, las enfermedades, la desnutrición y la misma desesperación que conducía muchas veces a la locura o al suicidio, terminaron diezmando las filas de presidiarios en una sangría constante solo en fechas recientes desvelada en sus verdaderas dimensiones.

Acantilados de Illa des Conills, otra del archipiélago de Cabrera. Autor, Cayetano

                              Acantilados de Illa des Conills, otra del archipiélago de Cabrera. Autor: Cayetano

Oficial francés a caballo, del ejército de Napoleón. Autor, Jose Luis Cernadas

                                Oficial francés a caballo, del ejército de Napoleón. Autor: Jose Luis Cernadas

Cuando en mayo de 1814 fueron liberados y embarcados hacia Francia el número de supervivientes ascendió apenas a 3.500 almas, es decir, casi la cuarta parte del total de presidiarios que albergó la isla. Antes de subir a bordo los cautivos prendieron fuego a los cobertizos y utensilios que durante ese tiempo les habían servido de sustento, en un intento de borrar del mapa (y también de su mente) la barbarie colectiva que supuso el presidio de Cabrera. Un antiguo monolito erigido en la isla recuerda a los miles de prisioneros franceses muertos allí, y fue precisamente en ese lugar donde tuvo lugar el acto de homenaje que en mayo de 2009 rindieron los ejércitos de España y Francia a la memoria de los caídos. El delegado del Gobierno en las islas ensalzó el recuerdo de estos soldados que «lucharon por su patria», calificando el homenaje como «un acto de justicia histórica para pasar página a una de las etapas más oscuras de la historia reciente de las Baleares”. Y por supuesto, añadimos, también de nuestro país.

Vista desde el castillo de cabrera. A lo lejos, la isla de Mallorca. Autor, Ingo, Meironke

                         Vista desde el castillo de Cabrera. A lo lejos, la isla de Mallorca. Autor: Ingo, Meironke

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A su salud. La historia más alocada del vino (1ª parte).

A su salud. La historia más alocada del vino (1ª parte).

1. El origen del vino es tan antiguo que nadie puede aventurar cuando se animó el hombre a echar el primer trago. En yacimientos de época neolítica situados al sur de los Alpes los investigadores han encontrado pepitas de uva junto a restos de palafitos (antiguas viviendas construidas en lagos), lo que sugiere que la uva no era de origen silvestre y había sido transportada hasta allí. Es probable sin embargo que la elaboración del vino se produjera mucho antes y de forma casual, cuando alguien dejó olvidados en un cuenco algunos racimos. Dado que este fruto fermenta espontáneamente solo hizo falta que otro más avispado apurara después el contenido.

Lo que sí es cierto es que el cultivo de la vid y la producción de vino han sido una práctica habitual desde hace más de 7000 años. Las pruebas más claras se encuentran en antiquísimos asentamientos de Irán, como Hajji Firuz Tepe, donde las excavaciones han sacado a la luz recipientes de cerámica con restos de ácido tartárico, lo que indica sin género de dudas que en el pasado contuvieron vino. Es posible que de allí el consumo se extendiese con rapidez por amplias regiones de Oriente Medio, y que fuese un artículo muy solicitado en la densa red de intercambios comerciales de la época. Las primeras referencias escritas proceden de Ur, durante el periodo de las ciudades-estado sumerias. Los arqueólogos han encontrado en este yacimiento numerosas tablillas de arcilla donde se narran diversos episodios sobre la elaboración del vino. Pero sin duda la cita más famosa de aquellos tiempos corresponde a la Biblia. En ella está escrito: «Noé se dedicó a la labranza y plantó una viña. Bebió del vino, se embriagó, y quedó desnudo en medio de su tienda”. (Génesis 9. 20-21).

Racimo de uvas blancas. Autor, Tuku

Racimo de uvas blancas. Autor: Tuku

2. Aunque para los egipcios la cerveza era más popular que el vino (puesto que era diez veces más barata), los investigadores han hallado en el interior de tumbas egipcias vasijas de vino “de marca” donde se hacía constar datos del propietario, la calidad del vino o la añada. Este hecho indica el gran interés de los habitantes del Nilo por la calidad de los caldos. Sin embargo fueron los fenicios y sobre todo los griegos quienes extendieron la cultura del vino por todo el Mare Nostrum, trayéndolo finalmente a la Península Ibérica en el I milenio a.C. De la importancia del vino en Grecia da cuenta la costumbre del brindis, al que los griegos eran devotos: se brindaba en las comidas por todos los presentes; se brindaba por los difuntos; se brindaba por los Dioses en forma de libaciones y ni siquiera dejaban de hacerlo en sus viajes por mar, para lo cual abastecían generosamente sus bodegas antes de partir… No es extraño que el Mediterráneo esté repleto de naves griegas hundidas.

Sirviendo vino en un banquete. Copa de cerámica griega. 450 a.C.

Sirviendo vino en un banquete. Copa de cerámica griega. 450 a.C.

En tierra el vino era esencial durante los ritos funerarios o en las ofrendas sagradas, únicos actos por cierto donde podía tomarse en su forma pura ya que los griegos tenían por costumbre beber vino mezclado con agua. Aunque su consumo era un lujo para las clases bajas, las familias y el mundo acomodado en general lo bebían a diario en los llamados banquetes, palabra de origen griego que significa literalmente “reunión de bebedores”. En los banquetes las bebidas se acompañaban de diversos aperitivos y eran con mucho la parte más importante de la velada. Era habitual, por ejemplo, que el anfitrión ofreciese a los presentes una selección de vinos, muchos de ellos exóticos, así como diversos números de variedades (si podía permitírselo), mientras los invitados permanecían postrados en sus divanes y recitaban versos alusivos a la embriaguez de los presentes: “¡No, no está muerto, nuestro querido Harmodio”.

3. Los romanos, como ya es sabido, tenían una gran afición al vino (el consumo medio de un romano variaba entre 1 y 5 litros por persona y día). Durante sus fiestas en honor al dios Saturno, celebradas en lo que hoy es nuestra Navidad, todo lo prohibido dejaba de serlo y las normas eran violadas sistemáticamente al tiempo que el vino corría en las mesas como agua de mayo. En las Saturnales el juego estaba permitido y los prisioneros recuperaban su libertad, los esclavos portaban máscaras y se convertían en señores mientras el dueño pasaba a ser siervo y les obedecía. También estaba permitido que las mujeres consumiesen vino, cosa que debían evitar el resto del año si no querían exponerse a un altercado conyugal (de aquella época viene la costumbre de besar a la esposa en la boca al llegar a casa, aunque ellos lo hacían para cerciorarse de que no había bebido).

El triunfo de Baco. Óleo sobre lienzo. Diego Velázquez, 1629

El triunfo de Baco. Óleo sobre lienzo. Diego Velázquez, 1629

Por supuesto, la embriaguez era cosa generalizada en estas fiestas de hasta una semana de duración, y hasta tal punto fue así que su nombre pasó a designar la enfermedad que produce el envenenamiento de plomo, o saturnismo, puesto que las ánforas destinadas al vino estaban recubiertas interiormente de ese metal. Sus síntomas, por cierto, eran sospechosamente parecidos a la embriaguez: vómitos, dolores de cabeza y reducción de las facultades mentales.

4. ¿Cuál fue el verdadero sabor de estos vinos? Más de uno se habrá preguntado alguna vez si los caldos griegos o romanos serían comparables a los que disfrutamos en la actualidad. Tenemos referencias históricas que hablan de vinos de sabor fuerte, o especiados con diversas hierbas aromáticas u otras sustancias (en algunas islas como la de Léucade, en el mar Egeo, los griegos tenían la costumbre de añadir yeso al vino para aclarar su color), pero la experiencia más fascinante en este sentido vino de la mano de las primeras exploraciones subacuáticas, cuando empezaron a salir a la luz los hallazgos de pecios hundidos en el fondo del Mediterráneo.

Explorando un pecio hundido en Murcia. Autor, Lindacq

Explorando un pecio hundido en Murcia. Autor: Lindacq

El mítico Jacques Cousteau y su equipo hallaron en los años cuarenta del siglo XX dos de estos pecios frente a las costas de Marsella. En su interior, preservadas admirablemente tras más de dos milenios en el lecho marino, los buceadores contabilizaron un total de 1400 ánforas destinadas a transportar vino y otros productos comerciales de la época. Estos recipientes, muchos de procedencia etrusca, estaban recubiertos con resina para evitar la evaporación y tenían tapones de corcho que se sellaron con brea a fin de conseguir un cierre hermético. Por supuesto, después de subir algunas de estas ánforas a la superficie, los expedicionarios estaban ansiosos por probar el contenido y brindar con vino de 2000 años a la salud de todo el equipo. Cousteau comentaba después la experiencia en su ya clásico Mundo del Silencio: “contiene un vino mohoso, vetusto y con una pizca de sal, pero no ha perdido el alcohol”. Sus palabras lo dicen todo.

Antiguas ánforas egipcias de vino. Autor, Rama

Antiguas ánforas egipcias de vino. Autor: Rama

5. La religión de Mahoma prohíbe a los musulmanes el consumo de vino y bebidas alcohólicas. A pesar de ello el vino fue un producto habitual que se generalizó en  Al-Ándalus durante todo el periodo islámico. Hay que decir que algunos productos propios de la vid gozaban de gran reputación en la Península, como el rubb (nuestro actual arrope), un jarabe que se elaboraba mediante la cocción del mosto extraído de uvas pasas. El rubb era legal, pero con mucha frecuencia se sustituía por vino aprovechando el idéntico color de ambos, lo que obligó a las autoridades a prohibirlo igualmente. En la mesa de las clases altas el vino circulaba sin tapujos y se toleraba siempre y cuando no condujese a la embriaguez. Otra cosa era el pueblo llano. La venta en las ciudades de Al-Ándalus tenía carácter clandestino y para ello existían los murus (antiguos silos de grano abandonados), donde el alcohol se despachaba sin demasiados miramientos. Ante una inspección la excusa era clara: el vino solo se vendía a los cristianos (la población mozárabe).

Sin duda los cristianos disfrutaron de una mayor tolerancia debido a su religión y a su categoría de infieles, aunque en ciertas épocas el rigor subió de tono, como cuando el sultán magrebí Abu-l-Hasan les permitió únicamente el vino que pudiesen consumir imponiendo penas a aquellos cristianos que lo vendiesen o compartiesen con los musulmanes. Pero hay que decir que ninguno de estos esfuerzos tuvo realmente mucho éxito. En las zonas rurales su consumo estaba apenas controlado y durante el siglo X el califa cordobés Al-Hakam II quiso atajar el problema ordenando arrancar todas las viñas. Sus consejeros, sin embargo, le convencieron fácilmente de lo ineficaz de la medida: “Es inútil» dijeron «A falta de uva la población puede elaborar bebidas alcohólicas casi con cualquier cosa”.

Pintura andalusí del siglo XIII

Pintura andalusí del siglo XIII

6. Probablemente, una de las armas que más se esgrimieron a favor del vino entre los musulmanes fue el propio Corán, el Libro Sagrado de los creyentes. En las primeras revelaciones al Profeta el vino aparece como uno de los regalos de Dios a la humanidad (sura XVI, 69/67), y es, junto a la leche y la miel, uno de los placeres que se pueden hallar en el Paraíso (sura XLVII, 16/15). En cualquier caso, aunque al vino siempre se le juzgó con un doble rasero en el mundo islámico, es cierto que muchos fieles repudiaron el alcohol poniéndolo a la altura de los peores vicios. Nada mejor para ilustrarlo que el relato del viajero granadino del siglo XII Abu Hamid, donde explica tras uno de sus periplos la conversación mantenida con el rey de los Húngaros:

«Cuando se enteró de que yo había prohibido a los musulmanes beber vino y les había permitido tener esclavas concubinas, además de cuatro esposas legítimas, dijo: “Eso no es cosa razonable, porque el vino da fuerza al cuerpo, y en cambio la abundancia de mujeres debilita el cuerpo y la vista. La religión del Islam no está de acuerdo con la razón”. Yo dije entonces: “(…) el musulmán que bebe vino no busca sino embriagarse hasta el máximo, pierde la razón, se vuelve loco, comete adulterio, mata, dice y hace impiedades (…) Por lo que respecta a las esclavas concubinas y a las mujeres legítimas, a los musulmanes les conviene la poligamia a causa del ardor de su temperamento. Además, cuantos más hijos tengan, más soldados serán”. Dijo entonces el rey: “Escuchad a este jeque, que es hombre muy sensato”. De esta suerte, aquel rey, que amaba a los musulmanes, se desentendió de los sacerdotes cristianos y permitió que se tuviesen esclavas concubinas».

Como puede verse, el rey húngaro supo lo que le convenía de boca de Abu Hamid. Pero no por ello renunció al vino.

Vino, porrón y olivas. Autor, Txapulán

Vino, porrón y olivas. Autor: Txapulán