El estado venezolano de Sucre, frente al mar Caribe y las Antillas Menores, es un lugar tropical idílico sembrado de selvas majestuosas y cayos perdidos en un mar cálido, donde el golfo de Cariaco y el de Paria conforman sin discusión posible una geografía espectacular. Hacia el norte, sobre la plataforma continental y más allá, existen infinidad de islas de blancas playas que apenas sobresalen unos metros del océano. Muchas de ellas están deshabitadas, pues con ocasión de los huracanes que frecuentemente azotan estas costas su superficie es barrida por completo por la fuerza del oleaje. Pero a pesar de la belleza salvaje y proverbial, el rosario de islotes y la tierra firme que la protege hacia el sur tuvieron en el pasado un atractivo bien distinto para los que, por primera vez, arribaban desde la vieja Europa a este litoral desconocido. Un atractivo deslumbrante, no menos paradisíaco, pero sin duda más pragmático y lucrativo en extremo: las pesquerías vírgenes de perlas.
La roca, el árbol y el sol. Autor, Yasmary
Amanecer en Cumaná, junto al golfo de las Perlas. Autor, Le P’tit Zouave
Litoral desde la Vía Altos de Sucre. Autor, JR2V
Perla, el objeto codiciado del Caribe
Iglesia de Cariaco. Estado de Sucre. Autor, Iván iván iván
Playa de Cumaná. Autor, Guillermo Esteves
La expedición de Alonso de Ojeda partió en el año de 1499 del gaditano Puerto de Santa María y, tras una breve escala en la isla de Lanzarote, abordó audazmente la tarea de cruzar el océano entonces casi desconocido hacia el oeste. Sabemos que cruzaron el Atlántico sin ningún incidente, aprovechando los vientos alisios al igual que lo hiciera pocos años antes Colón. Pero la empresa seguía siendo descomunal: 24 días sin avistar tierra y guiados por las únicas referencias facilitadas por el almirante, que por otro lado era muy parco en detalles a la hora de difundir la localización exacta de sus descubrimientos. Pero la travesía acaeció sin incidentes reseñables y alcanzaron finalmente las costas de la Guayana, donde a pesar de su necesidad de aprovisionarse no pudieron desembarcar debido a los abundantes manglares que tapizaban el litoral. Tomando rumbo noroeste lograron al fin tomar tierra y descansar en el río Pomerun, que por ello bautizaron con el nombre de Holganza. Pocos días después avistarían la costa de la isla de Trinidad, ya en las costas venezolanas, entrando en el golfo de Paria a fin de descubrir el lugar en el que Colón encontró perlas entre los indígenas.
Vista de Playa Colorada. Autor, Gianfranco Cardogna
Vista de la playa Medina. Autor, Elena Salim
Mineral de esmeralda. Autor, Traleo
Se acerca un huracán. Parque Nacional Mochima. Autor, Worlds9thwonder
Playa de Los Roques, en el archipiélago venezolano del mismo nombre. Autor, SFC9394
Alcatraces. Autor, Veronidae
Mala suerte tuvieron sin embargo los expedicionarios, pues aquellos no les facilitaron la estancia ni les proporcionaron perlas con la facilidad que suponían. ¿La razón? Con tan solo unos días de diferencia se les había adelantado la carabela de Pedro Alonso Niño y su compañero Cristóbal Guerra. En efecto, el experto piloto había salido de España dos semanas después que Ojeda, pero su travesía fue mucho más rápida debido a que éste derivó demasiado hacia el sur. Así, tras una feliz travesía, arribaron directamente a la costa norte de Trinidad desde donde trataron de penetrar en el golfo de Paria con los mismos objetivos que sus competidores. Sin embargo, al intentar pasar por la Boca del Drago que separa esta isla de tierra firme, la fuerza de la corriente se lo impidió. De este modo iniciaron una navegación de cabotaje hacia el oeste y en dirección a la isla Margarita, contactando cierta vez con 18 canoas tripuladas por nativos y que repentinamente atacaron su embarcación. Gracias a uno de aquellos hombres, al que capturaron, supieron que se trataba de una expedición de indios Caribes que volvían cargados de prisioneros apresados en aquella costa. Por señas comprendieron también que aquellas tribus eran caníbales, resultándoles de este modo más que evidente el fin que les esperaba a aquellos desgraciados.
Ostra perlífera. Autor, Chris 73
Cayo de Agua, en Islas de Los Roques. Autor, Márcio Cabral de Moura
Viaje al olvido. Parque Nacional Mochima. Sebastian Delmont
Vista panorámica en el Golfo de Paria. Autor, César Gonzáles
Isla La Orchila. Autor, DilanKF
Fue más adelante cuando la suerte les cambió de forma espectacular. Continuando el costeo hacia la isla de Margarita hallaron a unos indios pescadores que se acercaron a ellos con sus canoas, mostrándoles las perlas que tenían en unos zurroncitos hechos con palma. Así se iniciaron los trueques de estas preciadas joyas por las baratijas que llevaban. Mientras Ojeda seguía siendo objeto de hostilidades allí donde tocaba tierra, Alonso Niño y Guerra desembarcaron en las playas de Cumaná, donde fueron favorablemente acogidos y adquirieron por trueque una cantidad inmensa de perlas. Fue tan grande el acopio que dieron a aquel lugar el nombre de golfo de las Perlas, permaneciendo allí durante algún tiempo para incrementar al máximo los beneficios de la expedición. Consiguieron igualmente oro de los indígenas, por lo que dado el excelente cargamento decidieron poner rumbo a España, adonde llegaron pocas semanas después para atracar finalmente en Bayona, en la ría de Vigo. Se dice que causó asombro entre los locales el cargamento tan valioso de perlas que llevaban, y que descargaban “como si fuera paja”, según cuenta Martín de Anglería.
Atardecer en Macuro. Autor, Luisovalles
Gaviotas en el archipiélago de Los Roques. Autor, Whl. travel
Playa Macuro, zona de Arribada de Colón en su tercer viaje. Autor, Luisovalles
Otra vista de playa Medina. Autor, Bubilla2002
Costa de Macuro, frente a isla Trinidad. Autor, Luisovalles
Atrás quedaba Alonso de Ojeda con su expedición. Aunque por fortuna para ellos, y tras unos comienzos decepcionantes, consiguirían finalmente el objetivo que se habían propuesto. Después de pasar a la península de Paraguaná, cerca del golfo de Maracaibo, hallaron un poblado “que tenía sus casas construidas en el mar, como Venecia, con mucho arte”. La visión de estos palafitos se repitió en otros poblados cercanos, por lo que decidieron llamar a aquel territorio Venezuela. Para entonces se encontraban muy apurados por lo mucho que llevaban costeado y el estado lamentable de las naves (debían achicar el agua de continuo con las bombas para mantenerlas a flote), pero al fin encontraron en una tribu indígena de aquel litoral un mineral que denominaron “piedras verdes”, y que no era otra cosa que esmeraldas. De ellas tomaron todas las que pudieron, enterándose que procedían de la zona Chibcha del interior, al sur, y que a través del valle colombiano de Upar eran conducidas junto a cargamentos de oro hasta la costa para intercambiarlas por sal y perlas… Se iniciaba así la leyenda de El Dorado, y por añadidura, el expolio sistemático y casi a cualquier precio del continente Sudamericano. Pero esa es ya otra historia que contaremos en su momento.
Playa del archipiélago Los Testigos. Autor, David Lawrence