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Toledo, una degustación de gastronomía y cultura

Toledo, una degustación de gastronomía y cultura

La imperial Toledo, cuyo origen aparece envuelto en la leyenda, es la joya monumental y más entrañable reliquia artística cultural de toda Castilla – La Mancha.
Desde la plaza de Zocodover, de pintoresco atractivo, bajo cuyo cielo revolotean cien palomas al paso de paisanos y turistas, hasta las ruinas de la antigua judería, toda una vieja ciudad medieval acoge el conjunto monumental toledano.
En sintonía con tanta maravilla, Toledo y sus pueblos han sabido cuidar celosamente su riqueza culinaria impregnada de sabores legados por las culturas hispano-romanas, cristiana, judía y musulmana, que encuentran feliz complemento en los recios vinos toledanos nacidos de unas viñas que se enseñorean entre los campos de labor y las dehesas.

La comarca de los montes alberga su gran reserva cinegética y entre otros platos típicos, su cocina tiene el gran mérito de preparar las piezas de caza como en ninguna otra parte. La especialidad la tienen en la perdiz estofada, las codornices y en la preparación de la carne de ciervo, aderezada con el aromático laurel y el oloroso tomillo.
Por todo su territorio y en común con las otras provincias manchegas, la tortilla, la sopa de ajo, el cordero, las judías con liebre y el queso, pero es el mazapán quien le da nombradía y fama, mereciendo el honor de tener su propio museo en la localidad toledana de Sonseca.

He aquí la vieja Venta de la que tu estómago saldrá fortalecido y en la que, tal vez, hallaron refugio y sustento un Hidalgo manchego y el bueno de Sancho, su escudero, quien, a no dudarlo, daría cumplida cuenta de más de un plato cocinado con las piezas abatidas por pícaros o desocupados, hombres de zurrón, escopeta y perro, dedicados al alegre ejercicio de la caza.

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Catedral de Toledo, transparente. Autor, Ignacio Pomar Gomá

Reflexiones cinegéticas

Hoy, como ayer, Toledo tiene en muchos de sus platos como elemento común, la caza menor. Un capítulo gastronómico que le da carácter de cocina recia, sabrosa, campestre y pastoril, adaptada en cada lugar a sus tradiciones y costumbres, con resultados y gustos diferentes y hasta sorpresivos, en cada olla, en cada lugar…
Es pues, sin duda, nuestra perdiz roja la reina de las especies de caza menor, a la que le siguen la codorniz, el conejo, la liebre, amén de otras de pelo y pluma menos codiciadas.
Para saciar el apetito, vamos tras esas perdices y algunas otras liebres y conejos que después se sustancian en la mesa.

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Por la calle Ángel, Toledo. Autor, José Luis Rodriguez Holgado

Deliciosas recetas con sus pertinentes consejos

PERDICES A LA TOLEDANA
Para evitarse ese trance que tiene un par de narices, voy a poner a tu alcance cómo guisar las perdices.
Plumas, pelo y perdigones no deben dejar señales; no sólo son las perdices, palomas y gorriones, palominos y pichones, las liebres y codornices, conejos y gazapillos, y otros muchos animales que ni cito ni comento, irán a los comensales de pluma y de pelo exentos.
Aplícate, pues, el cuento, porque estos conocimientos son del todo elementales.
Cuando estén limpias, se embridan con un delgado bramante, se sazonan al instante con sal, por fuera y por dentro, y es oportuno momento para dejarlas echadas en sartén con buen aceite hasta ponerlas doradas.
Después, sácalas, ponlas aparte en cacerola o en olla y en el aceite que usaste pon cortada una cebolla – mejor que gruesa, delgada -, unos ajos aplastados, unos granos de pimienta, teniendo además en cuenta que de orégano y tomillo deben ir acompañadas las otras cosas citadas hasta quedar la cebolla debidamente dorada.
El todo, vierte al momento, sobre las tiernas perdices, agregando al condimento – según la receta dice y tú has de fijar en mente -, vino blanco, buen vinagre y agua clara de la fuente y con lentitud cociendo se pondrán tiernas y a punto, para luego irlas comiendo.
Cuando las sirvas, entiendo que debes desembridarlas pues no es de buen gusto darlas para irlas consumiendo con cuerdas, hechas un fardo, pues si hay algún comensal indiscreto y charlatán, te dirigirá algún dardo envuelto en su verborrea que hiere, duele y marea, queriendo inquirir razones del por qué su perdigón fuese con cuerdas fajado para ser escabechado, sin mediar explicación. De alas y patas atado, tras matarlo la escopeta, no explica tu decisión; te dirá, asistido de razón, que el método utilizado mucho más está indicado para un palomo ladrón.

JUDIAS CON LIEBRE
Las judías, según costumbre, cocerás en buena lumbre y sin cometer destrozos partirás la liebre en trozos que pondrás en una olla con buen aceite dorado y, finamente picadas, unas jugosas cebollas y atados en manojillo, perejil, laurel, tomillo rociando el todo con vino quedando el guiso ultimado con sal, que echarás con tino, una pequeña guindilla unos ajos troceados, vinagre – tres cucharillas – y luego, un buen añadido del caldo de las judías que a fuego lento han cocido.
Taparás luego la olla de la siguiente manera: poniendo un papel de estraza entre olla y tapadera y en ebullición muy lenta ponla al fuego y ten en cuenta que veinte minutos antes de que la liebre está a punto has de agregar las judías para ultimar el conjunto.
Luego, coge de pan un pedazo y antes que una aguja enhebres – tengas o no tengas tino,- podrás darte el gran gustazo de comer judías con liebre regadas con un buen vino.
La especialidad del plato la tiene un manchego nato con coto en Almuradiel.
Erase un cabo furriel, cojo por salto de valla que a su profesión es fiel y entre pucheros batalla.

MAZAPAN
De antiguo tres siglos dan los doctos historiadores, que el manchego mazapán a la mesa, presta honores.
Almendra, azúcar y miel en los hornos artesanos de los pueblos toledanos se funden para ofrecer a quien sea, o no, goloso, saborear con placer tras un condumio copioso con el que ahuyentar el hambre un manjar que sabe a gloria, que tildan de oscura historia y discutida raigambre, pues si hoy dicen que es semita se afirma, otro cualquier día, que es árabe o es judía, pero me apuesto una mano que cortareis, de dedo a dedo, a que es de La Mancha, hermano, el mazapán de Toledo.
Moldeado en figuritas, comerlo es mi gran placer por Reyes y Navidad, en fiestas tradicionales y siempre, de vez en vez, en las tardes invernales, al tiempo que veo caer – como divino maná -, lluvia por los ventanales, en tanto, que junto al fuego, que atizo con viejos leños, leo, como, duermo y sueño que el mundo es un mazapán del que soy único dueño.

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Mazapán. Autor, Tamorlan

Si queréis conocer Toledo en todo su esplendor, os propongo vivir esta experiencia: Toledo. Tour monumental de las Tres Culturas


Un artículo de Antonio Bellón Márquez


Bibliografía y fuentes de información:
– Diccionario General de Cocina. Muro, Ángel.
– Historia de la Gastronomía Española. Martínez Llopis, Manuel.
– Efemérides cervantinas. Cotarelo y Mori, Emilio. Revista de Archivos, 1905.
– Estudios cervantinos. Rodríguez Marín, Francisco. Atlas, 1952.


Fotografía de portada: Panorámica de Toledo. Autor, Diliff

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Cabalgando con Don Quijote. El código y las reglas de Caballería (2ª Parte)

Reglas de Caballería

Afirmaba Alfonso X el Sabio que el caballero debía ser de carácter duro para sufrir trabajos y males de todo tipo. Y a este hombre, “el más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás (…)” se le da el caballo, una bestia noble al servicio del bien, “y que por esta razón el elegido era llamado caballero”. Don Quijote tenía claros sus objetivos en la vida, que no eran otros que los de defender a la Iglesia católica y a su señor terrenal; ayudar a las viudas, huérfanos y pobres; cabalgar, romper lanzas, acudir a justas y torneos y cazar; tener castillo y caballo para guardar caminos y defender a los labradores; y por supuesto, practicar virtudes y destruir a los malvados.

Entrada a La Mancha. Autor, José Rodríguez

Entrada a La Mancha. Autor, José Rodríguez

Que el caballero debía estar siempre dispuesto a sufrir por honor, es algo que destila en cada página de la obra cervantina. Al caballero lo impulsaba el amor a la lucha: combatir a caballo o a pie cubierto de una armadura de 25 kg de peso; chocar contra un adversario al galope, mientras se enristraba una lanza de casi 6 metros de longitud; dar y recibir golpes con la espada o el hacha; vivir hoy con comida de sobra y mañana de pan mohoso o galletas, o de nada; poco o ningún vino; agua de un charco; pésimos cuarteles al abrigo de una tienda o de unas ramas; escaso sueño y con la armadura puesta, siempre a la espera de un ataque imprevisto o del olor infalible de la traición…

Ilustración del Quijote. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Ilustración del Quijote. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Para ser caballero era necesario armarse como tal, para lo que se necesitaba un igual, caballero de digno linaje y a ser posible veterano en probados hechos de armas. De ahí que nuestro hidalgo buscase para tal fin al castellano de la primera fortaleza que encontró (y que otros confundieron con una venta). Ni una mujer, por emperadora o reina que fuera, o un clérigo, podían armar caballero a un aspirante de forma lícita. Al día siguiente, y solo después de cerrar sus juramentos, nuestro caballero podría al fin ceñir la espada y cabalgar en su montura, símbolos que en definitiva han de adornar de virtudes su existencia hasta el último aliento de vida.

Venta de Don Quijote. Autor, Jibi44

Venta en La Mancha. Autor, Jibi44

Quizás el prototipo más conseguido de caballero medieval, ese que don Quijote habría admirado sin dudar un momento, se encuentre en la figura del rey ciego Juan de Bohemia, que vivió en pleno siglo XIV. Este monarca apenas se perdió una contienda militar en Europa, y cuando no había guerra que batallar descansaba concurriendo a los torneos, en uno de los cuales al parecer recibió la herida que le cegó. Aliado del francés Felipe VI y al frente de quinientos caballeros, Juan luchó contra los ingleses siempre en primera línea de batalla, ya totalmente ciego. En Crécy pidió a sus caballeros que le llevasen más adentro en la batalla para descargar más espadazos. Entonces doce de ellos anudaron sus bridas y, con el rey a la cabeza, avanzaron hasta lo más recio de la pelea, “tan lejos que jamás retornaron”. El cadáver de Juan de Bohemia se encontró al día siguiente entre los de sus fieles acompañantes, mientras sus corceles seguían atados y paciendo allí cerca…

Sancho Panza en la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Stephen Haworth

Sancho Panza en la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Stephen Haworth

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Fotografía de portada: Duelo de Caballeros de época romántica. Museo del Louvre. Delacroix, 1824.
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