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Filemón y Baucis. La leyenda del amor convertido en árbol

Filemón y Baucis. La leyenda del amor convertido en árbol

Estando un grupo de pensadores debatiendo sobre el poder de los dioses, cuenta Lélex, la siguiente historia que demuestra el inmenso poderío del cielo y sus dioses y acalla a los que lo desprecian. Un tilo, pegado a una encina en las colinas frigias prueba de ello es.
No lejos del lugar hay un pantano que fue en otro tiempo tierra habitable. Júpiter, acompañado de Mercurio, bajaron un día a ese lugar presentándose como simples mortales con aspecto de vagabundos. A mil casas acudieron pidiendo lugar y descanso y mil casas les cerraron las puertas, salvo una, la más humilde, una pequeña cabaña, hecha sólo de varas y caña, dónde vivían una anciana pareja, Filemón y Baucis. En ella se unieron cuando jóvenes y en ella envejecieron compartiendo sin amargura sus escasos recursos.
Cuando los dioses, irreconocibles con sus pobres vestimentas, les solicitaron asilo, los ancianos les hicieron pasar y les ofrecieron su humilde morada y escasos víveres: un repollo de su huerto, las últimas aceitunas, cerezas silvestres y unas lonchas de las viejas espaldas de cerdo que colgaban de una negra viga, reservadas largo tiempo.
Entretanto charlan con ellos les preparan un rústico baño en una artesa para aliviar su cansancio y un sencillo lecho para recostarse, hecho de vieja ropa que usaban los ancianos en tiempos de fiesta.

El reflejo de Ruidera. Autor, Jaro-es

El reflejo de Ruidera. Autor, Jaro-es

Baucis dispone la comida en la mesa y les ofrece un vino que guardaban para ocasión especial. En esto, los ancianos ven atónitos que el ánfora de la que sacan la bebida se vuelve, mágicamente, a llenar. La pareja, sospechando que sus huéspedes no eran corrientes mortales y avergonzados ante la pobreza de lo ofrecido –pese a que era lo único que tenían-, les rogaron que esperaran mientras sacrificaban para agasajarlos a un ganso, único animal de su corral. Pero el animal, más rápido que sus viejos dueños, escapó y buscó refugio entre las piernas de los invitados que impidieron su muerte.
Fue entonces cuando aquellos hombres, con sus raídas ropas, se transformaron en dos seres deslumbrantes, fuertes, con lujosas vestiduras, diciendo “Dioses somos, y sus merecidos castigos pagará esta vecindad impía. Sólo a vosotros inmunidad se os dará. Dejad vuestra cabaña y acompañadnos a lo alto del monte». Obedecen los ancianos y con dificultad suben por la larga cuesta cuando al volver la vista atrás ven que toda la zona ha quedado sumergida en una laguna, excepto su vieja cabaña que se va convirtiendo en un templo: sus puntales en columnas, su techo de paja en tejado de oro, sus humildes puertas cinceladas y su piso de barro en brillante mármol.

Puchero manchego en la lumbre. Autor, mediatripa.com

Puchero manchego en la lumbre. Autor, mediatripa.com

Dijo entonces Júpiter: «Decidnos, justo anciano y justa digna mujer de su esposo, qué deseáis». Tras hablar brevemente entre ellos, dijo Filemón: «Queremos ser sus sacerdotes y guardar ese vuestro santuario y puesto que en armonía hemos pasado juntos los años, a los dos nos lleve la misma hora y no vea yo las hogueras de mi esposa, ni haya de ser sepultado yo por ella”.
Sus deseos fueron cumplidos y tutelaron el templo mientras les fue dada vida. Ya muy ancianos estaban un día charlando en los peldaños sagrados cuando vio Baucis que a Filemón le iban saliendo ramillas y hojas, y Filemón vio que le salían a Baucis. Mientras una tenue copa se formaba sobre sus rostros, “adiós mi cónyuge” pudieron decirse a la vez antes de transformarse en dos árboles tan próximos que sus troncos nacían de la misma raíz; Filemón en un tilo y Baucis en una encina.

Tilo Plateado. Autor, Javier

Tilo Plateado. Autor, Javier

Esto me narraron unos ancianos que habían oído de sus abuelos y estos de los suyos como el tilo y la encina, se susurraban palabras con el viento y acariciaban sus ramas con la brisa. Y yo mismo vi unas guirnaldas sobre sus ramas a las que añadí otras diciendo: «El cuidado de los dioses, dioses sean, y los que adoraron, se adoren».

Adaptación extraída de la obra de Metamorfosis 8, 611-724, Ovidio.
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Fotografía de portada: El susurro de los árboles. Autor, Antonio Carrillo López
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