Yorkshire, el mítico condado inglés de páramos desolados y colinas azotadas por el viento intratable del oeste, ha sido durante siglos escenario de numerosas obras de la literatura de todos los tiempos. Desde la famosa “Cumbres Borrascosas” de Emily Brontë, pasando por el refugio del conde Drácula en la abadía de Whitby o la más reciente Retorno a Brideshead, cuya mansión fue llevada al cine gracias a la inmejorable presencia del castillo de Howard, en el norte de York. Pero hoy queremos acercarnos a estas tierras de la mano de un autor no menos conocido, aunque quizás sin el aura clásica de las obras anteriormente citadas. Nos referimos a James Herriot, el veterinario escocés que en los años treinta del pasado siglo consiguió una plaza en el pueblo de Thirsk, perdido en un anonimato total, para trabajar desde entonces como veterinario rural entre vacas, caballos, terneros y la galería entrañable de rudos granjeros del Yorkshire. Allí residió toda su vida, y en 1972 escribió la obra “Todas las Criaturas grandes y pequeñas” que le haría universalmente famoso. Un canto a la vida, al amor por los animales y a la belleza de unas tierras que parecen tocadas por el dedo de Dios. Os dejamos con esta prodigiosa selección de fotografías y fragmentos del libro, cargado a partes iguales de textos hilarantes y de sensibilidad, y que a buen seguro hará las delicias de cualquier amante de la naturaleza… De la naturaleza, y del fino humor inglés. ¡Feliz día!
Campos del Yorkshire. Autor, Davesag
Landas y muros de piedra. Autor, Tim Fields
Pueblo del Yorkshire. Autor, Mutbka
Niebla sobre el río. Autor, Ben Bore
Marea baja en la playa de Scarborough. Autor, Alm1
“Apenas observaba el paso del tiempo mientras recorría los caminos bordeados de brezales en mis rondas diarias, pero el distrito empezaba a tomar forma ante mis ojos, e iba conociendo y distinguiendo a la gente en su auténtica personalidad. Casi todos los días tenía un pinchazo. Los neumáticos estaban prácticamente desgastados hasta el límite en todas las ruedas; lo que me maravillaba era que pudieran llevarme a cualquier parte.
Uno de los pocos refinamientos del coche era su techo descapotable. Rechinaba melancólicamente cuando lo retiraba pero casi siempre conducía sin techo, con las ventanillas bajas y en mangas de camisa, gozando del aire tan puro que me rodeaba. En los días húmedos apenas servía de nada correr el techo porque la lluvia entraba por las junturas formando riachuelos en mi regazo y en los asientos. Llegué a tener gran habilidad para zigzaguear alrededor de los charcos, ya que conducir en línea recta era una gran equivocación porque el agua fangosa ascendía hasta mí por los agujeros del suelo del coche”.
Un rincón de Thirsk, el pueblo de James Herriot. Autor, Reinholdbehringer
Castillo de Hemsley. Autor, Dvdbramhall
Landas y colinas típicas del Yorkshire. Autor, Seattleforge
La iglesia de Leake, cerca de Thirsk. Autor, Dvdbramhall
“Pero era un verano magnífico y las largas jornadas al aire libre dieron a mi piel un tono moreno que rivalizaba con el de los granjeros. Ni siquiera me molestaba tener que cambiar una rueda en aquellos caminos abiertos sin vallas, sin más compañía que los chorlitos y el viento cargado con el perfume de las flores y árboles de los valles. Y todavía hallaba más excusas para salir y sentarme sobre la hierba fresca y contemplar los tejados del Yorkshire. Era como ganar tiempo a la vida. Tiempo para ver las cosas en su debida perspectiva y evaluar mis progresos. Era una vida tan diferente de la anterior que en ocasiones me sentía confundido. Vivir en el campo después de haber recorrido durante años las calles de la ciudad; la sensación de alivio tras los años de estudios y exámenes… Y el trabajo, que suponía un desafío constante. Y además, mi jefe.
Siegfried Farnon se lanzaba al trabajo con una energía constante y vehemente de la mañana a la noche, y a menudo yo me preguntaba qué le impulsaba a hacerlo. No era el dinero, ya que lo trataba con muy poco respeto. Cuando se cobraban las facturas metía el dinero en aquel jarro sobre la repisa de la chimenea, y de allí lo cogía a puñados cuando lo necesitaba. Jamás lo vi utilizar una cartera; llevaba el bolsillo lleno de monedas sueltas y de billetes arrugados. Al sacar el termómetro, algunos salían revoloteando en torno como copos de nieve”.
Vistas desde el Castillo de Howard, al norte de York. Autor, Jordanhill School
Viaducto de Arthington, en el río Wharfe. Autor, Tj. Blackwell
Paisaje costero desde el castillo de Scarborough. Autor, Clumsy_jim
El pueblo de Hemsley, al norte del Yorkshire. Autor, Dvdbramhall
“La tierra llana en lo alto del páramo era una inmensidad blanca que se extendía hasta el horizonte, el cielo muy bajo sobre ella como una manta oscura. Vi la granja allá abajo, en una hondonada, y también parecía distinta, pequeña, remota, como un trozo de carbón caído entre los bultos blancos y suavizados de las colinas. El bosque de pinos era otra mancha oscura en las laderas, pero la escena carecía de la mayoría de sus rasgos familiares. (…) Era difícil caminar por la nieve y en algunos lugares me hundía hasta el borde de las botas. Seguí adelante con la cabeza inclinada hasta que me hallé a unos centenares de metros del edificio de piedra. Aquel frío estremecedor borraba la noción del tiempo. Había algo hipnótico en el modo en que los copos grandes y suaves caían silenciosos sobre mi piel cubriendo con una venda espesa mis ojos cerrados. (…)
Al llamar a la puerta me apoyé contra ella, la boca abierta, respirando con dificultad. Creo que el alivio que sentía bordeaba la histeria porque me pareció que, cuando me abrieran, lo más adecuado sería dejarme caer de cabeza dentro de la habitación. Ya veía en la imaginación el cuadro de toda la familia rodeando mi figura caída y atiborrándome de coñac”.
Mítico Yorkshire. Autor, Mike Showden
Otra vista del castillo Howard. Autor, Robbophotos
Los típicos muros de piedra del Yorkshire. Autor, Freefotouk
Otley, cerca de Leeds, en el Yorkshire occidental. . Autor, Tim Green
“Sin embargo, cuando la puerta se abrió, algo me mantuvo en pie. El señor Clayton me miró durante unos segundos, nada conmovido al parecer por la vista del hombre de las nieves.
– Ah, es usted, señor Herriot. No podía haber llegado en mejor momento. Acabo de terminar la cena. Espere un minuto para que me ponga algo. El animal está al otro lado del patio.
Buscó tras la puerta, se caló un sombrero viejo, se metió las manos en los bolsillos y se lanzó al exterior silbando. Descorrió el cerrojo del establo y, con profunda sensación de alivio, pasé del frío indecible, de los torbellinos de nieve, al calor del animal y al olor del heno. Mientras me libraba de la mochila cuatro bueyes de pelo largo me miraban tranquilamente por encima del tablón divisorio, sin dejar de mover las mandíbulas rítmicamente. Parecían tan impertérritos ante mi presencia como su propietario. Mostraban un poco de interés; nada más. Detrás de ellos vi un animal pequeño envuelto en sacos, de cuya nariz se escapaba una hemorragia purulenta”.
La campiña del Yorkshire, desde Richmond Castle. Autor, JeanM1
Río Wharfe. Autor, Bods
Un momento de reflexión. Autor, Pete98
“Aquello me recordó la razón de mi visita. Cuando mis dedos ateridos buscaban el termómetro en el bolsillo, una ráfaga de viento hizo temblar la puerta cuyo cerrojo tintineó suavemente, y nos lanzó nieve en polvo al oscuro interior. El señor Clayton se volvió y frotó con la manga el cristal de la única ventanita. Hurgándose los dientes con la uña contempló la tormenta ululante.
– Ah – dijo, eructando con placer -. Un día bastante bueno…”.
Todos los textos han sido extraídos de la obra:
“Todas las Criaturas grandes y pequeñas”.
James Herriot. Editorial Grijalbo, 1974.
El mundo de James Herriot. Autor, Gruban