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Chocolate. El oscuro deseo del Monasterio de Piedra (2ª Parte)

Chocolate. El oscuro deseo del Monasterio de Piedra (2ª Parte)

Es curioso comprobar cómo los aztecas reverenciaban el chocolate atribuyéndole las más variadas propiedades. Sabían, por ejemplo, que una taza de xocolatl eliminaba el cansancio y estimulaba las capacidades psíquicas y mentales. Para los aztecas el xocolatl era asimismo una fuente de sabiduría espiritual, energía corporal y potencia sexual. Era muy apreciado como producto afrodisíaco y, por supuesto, se reservaba únicamente a una élite que lo tomaba de forma ritualizada en actos festivos, o bien usándolo como pintura facial en sus ceremonias religiosas. Se denominaba también al cacao oro líquido, pues sus semillas se intercambiaban como moneda, y por cierto no de escaso valor. Así, con cuatro semillas se podía comprar un conejo; con 10, la compañía de una dama, y con 100, un esclavo…

 

2. Granos de cacao. La moneda de los aztecas. Autor, SuperManu

Granos de cacao. La moneda de los aztecas. Autor, SuperManu

En cualquier caso, con la llegada a América de los primeros conquistadores españoles la preparación del chocolate sufrió una transformación a fin de adaptarse al gusto europeo. Los del grupo de Hernán Cortés echaban pestes de esta bebida, que encontraban muy amarga y picante debido al empleo de condimentos exóticos e incluso setas alucinógenas. No tardó por tanto en dulcificarse este producto, aprovechando además que el cultivo de caña de azúcar (procedente de Asia) estaba ya aclimatado en México a finales del siglo XVI. Los españoles gustaban asimismo de beberlo caliente y aromatizarlo con canela, y pronto hubo una gran diferencia entre el chocolate de los autóctonos y aquel que se hacían servir los recién llegados del otro lado del Atlántico.

 

3. Recipiente para servir chocolate. Porcelana de Limoges. Autor, Petitpoulailler

Recipiente para servir chocolate. Porcelana de Limoges. Autor, Petitpoulailler

Curiosamente, uno de los usos más raros del chocolate en España fue su utilización como producto de botica. Los boticarios de los siglos XVII y XVIII solían disponer de recetas pasteleras y de elaboración de dulces, que como el resto de su farmacopea eran ultrasecretas, y que les servían para la elaboración de letuarios, es decir, preparados de diversas mezclas medicinales endulzadas con miel o chocolate, para así facilitar el “mal trago” a los pacientes.

 

4. Figura decorativa en el salón del Chocolate de París. Autor, Pathien

Figura decorativa en el salón del Chocolate de París. Autor, Pathien

Pero presente o no en las farmacias, lo cierto es que el chocolate comenzaba a hacer furor en las confiterías de Madrid y otras grandes ciudades de España, donde los clientes entraban deseosos de experiencias exóticas y solicitaban “esa bebida que procedía de las Indias”. A finales del siglo XVII era servido como helado, utilizándose nieve procedente de las sierras que se bajaba en recuas de mulos al amparo del fresco nocturno, para así estar disponible en la capital desde primeras horas de la mañana. No deja de ser sintomático de una oscura época el hábito de servir chocolate granizado mientras la nobleza disfrutaba del “agradable” espectáculo de los Autos de Fe.

 

5. Mancerina y taza acoplada. Autor, Tamorlan

Mancerina y taza acoplada. Autor, Tamorlan

Por supuesto el chocolate entró también en las casas de las familias españolas, sobre todo de las de alcurnia, donde pronto se alzó con el galardón de “bebida oficial para visitas distinguidas”. Existía todo un rito alrededor de la chocolatada, como se llamaba a esta costumbre en las “familias bien” del Siglo de Oro. Los invitados pasaban al saloncito junto con la anfitriona, un lujoso departamento adornado con tapices, almohadones y cojines, y caldeado con las ascuas de un brasero o dos según el frío que hiciese esa mañana. Entonces el mayordomo traía las tazas repletas de chocolate acompañadas de una bandeja de bizcochos y un búcaro (recipiente de cerámica) repleto de nieve.

 

6. Receta de chocolate. Autor, Michael Carpentier

Receta de chocolate. Autor, Michael Carpentier

Las conversaciones iban y venían con el entrechocar de las tazas, los sorbos pausados y el ocasional mordisquito al bizcocho o incluso (curiosamente) al borde de la porcelana, ya que comer barro se consideraba entonces como un eficaz tratamiento de belleza. Efectivamente, ingerir arcilla produce un trastorno hepático y biliar que se traduce en una extrema palidez del rostro, signo considerado durante siglos como de distinción entre las clases más altas. Cuando la cosa se ponía seria (debido al deterioro del hígado), los médicos aconsejaban polvos de hierro o, todavía mejor, ir a tomar las aguas a algún balneario ferruginoso de la sierra, receta que se llevaba alegremente a la práctica cuando llegaba la temporada veraniega.

 

7. El metate, básico para la fabricación del chocolate a la piedra. Autor, Yelkrokoyade

El metate, básico para la fabricación del chocolate a la piedra. Autor, Yelkrokoyade

En las casas de la nobleza la chocolatada era un ritual extraordinariamente lujoso. El chocolate se servía allí en grandes salas utilizando finas mancerinas de plata o de porcelana china, bandejas especiales que disponían de una abrazadera fija en el centro donde se colocaba la jícara, o taza de porcelana que contenía la bebida. Este tipo de recipientes era considerado de gusto exquisito y las principales familias españolas rivalizaban entre si por poseer la colección de mancerinas más lujosa, de modo que era habitual encargarlas a orfebres para potenciar su belleza y distinción. Algunas de las mancerinas hoy conservadas están fabricadas en plata labrada y son de una factura difícilmente igualable hoy en día. Por cierto que ya era costumbre por aquel tiempo remojar en la jícara bizcochos u otro tipo de productos reposteros, al igual que hacemos en la actualidad con los famosos churros.

8. Bizcocho de chocolate y chocolate líquido. Autor, FotoosVanRobin

Bizcocho de chocolate y chocolate líquido. Autor, FotoosVanRobin

Los avances técnicos en la producción del chocolate, descubiertos en el Norte de Europa en el primer cuarto del siglo XIX, dieron lugar a pastas mucho más finas y a nuevas formas de presentar el cacao en estado sólido, como los famosísimos bombones. Ya en 1870 la industria chocolatera consiguió fabricar el chocolate con leche en polvo, al tiempo que aparecieron las primeras tabletas de chocolate hoy tan popularizadas en los supermercados de todo el mundo. Sin embargo y a pesar de la revolución de las máquinas, en España seguía causando furor el llamado “chocolate a la piedra”, es decir, aquel que se fabricaba moliéndolo a mano. Las tareas de molido manual eran un trabajo muy arduo, y la condesa Emilia Pardo Bazán atribuía el gusto especial del chocolate español al sudor de los molineros, quienes recorrían calles y plazas realizando al momento el trabajo solicitado poniéndose de rodillas y moviendo sin descanso la muela sobre una piedra curva.

 

9. El famoso chocolate con churros. Autor, sabersabor.es

El famoso chocolate con churros. Autor, sabersabor.es

El chocolate alcanza por esta época a la clase burguesa y esta situación hace que proliferen diversos establecimientos de reunión social como los cafés de tertulia o las chocolaterías. Esta costumbre española nace a finales del siglo XVIII y florecería sobre todo en el siguiente, consolidándose a nivel local añadiendo un elemento culinario como acompañante idóneo. De esta forma nacieron los churros con chocolate en Madrid, los buñuelos y porras en Valencia, los bizcochos de soletilla y los sequillos en Barcelona, y los picatostes y bolados en la cornisa cantábrica. Cada chocolatería ofrecía su especialidad, que se servía junto con el chocolate. Por cierto que la primera referencia escrita en España acerca de la profesión de «churrero» data del año 1621, durante el reinado de Felipe IV, fabricándolo un ciudadano conocido como Pedro Velasco perteneciente al gremio de los alojeros.

 

10. Delicatessen. Autor, Stephanie Kilgast

Delicatessen. Autor, Stephanie Kilgast

Sin embargo, con la llegada del siglo XX las tradicionales chocolaterías comenzaron a ceder ante el empuje de otro establecimiento no menos conocido, y que hoy se extiende sin excepción por todos los rincones del país: las cafeterías. Hoy es habitual servir el oscuro alimento de los dioses en estas últimas, de modo que no está de más hacer caso a las recomendaciones de los monjes del monasterio de Piedra y, ya sea en chocolatería o en cafetería, paladear la entrada de esta Navidad con una estupenda taza de chocolate. ¡Que lo disfruten!

 

11. Tarta de chocolate. Autor, Tamorlan

Tarta de chocolate. Autor, Tamorlan

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Chocolate, el oscuro secreto del monasterio de Piedra (1ª Parte)

Chocolate, el oscuro secreto del monasterio de Piedra (1ª Parte)

Se dice que en los conventos se guardan los secretos más sensuales y prohibidos del mundo. Y aunque esta afirmación podría ser objeto de acaloradas discusiones, al menos resulta cierta cuando nos referimos a cierto monasterio de Zaragoza… Tanto es así, que en su interior se conserva y puede ser visitado un espacio museístico dedicado exclusivamente a estos menesteres. Estamos hablando del monasterio de Piedra, en la localidad zaragozana de Nuévalos, una obra de arte medieval construida durante los años en que el Reino de Aragón ampliaba espectacularmente sus fronteras en detrimento del poder musulmán. Y el objeto de deseo no podía ser otro que el chocolate.

 

2. Entorno del monasterio de Piedra. Autor, Pablo.sanchez

Entorno del monasterio de Piedra. Autor, Pablo.sanchez

Resulta inevitable preguntarse por qué existe un museo dedicado enteramente al chocolate en el interior de un monasterio, por entonces uno de los más importantes de la Orden del Císter en tierras hispánicas. ¿Era el chocolate un producto de mercado más para sus propietarios? ¿Formó parte del desayuno habitual de los monjes, a pesar de su exotismo y sus propiedades estimulantes? ¿O quizás constituyó en los tonsurados, como suele decirse, el sustituto perfecto de pasiones que de abrirse paso, hubieran resultado aún más inconvenientes? Para encontrar la razón debemos sumergirnos en la curiosa y llamativa historia de este “Alimento de los Dioses”, empezando por su “descubrimiento” en las Américas, y siguiendo con la llegada a Sevilla de los primeros galeones traídos por los vientos chocolateros, repletas sus bodegas de semillas de cacao procedentes de Nueva España…

 

3. Decoración de chocolate. Autor, Ilaria

Decoración de chocolate. Autor, Ilaria

4. Monasterio de Piedra. restos de la iglesia. Autor, Kevin Rodriguez Ortiz

Monasterio de Piedra. Restos de la iglesia. Autor, Kevin Rodriguez Ortiz

El monasterio de Piedra es bien conocido por el entorno paradisíaco que se despliega a su alrededor. El río Piedra crea en el lugar unos pintorescos lagos, grutas y cascadas de gran belleza, y de las que la Cola de Caballo, con sus más de 50 metros de altura, es la que despierta mayor interés entre los visitantes. Sus impresionantes edificios se construyeron en lo que antaño fue la fortaleza musulmana de Piedra Vieja, tomada por las tropas cristianas durante la Reconquista, y donada a la Orden del Císter a finales del siglo XII por Alfonso II de Aragón para la construcción de un monasterio. Aprovechando las piedras de la muralla y el castillo antiguos, los monjes levantaron a lo largo de 23 años (1195-1218) lo que ahora podemos contemplar con devota admiración: la iglesia y el claustro, el refectorio y la sala capitular, las bodegas y todas aquellas dependencias que constituían el centro de la vida y la dedicación monástica por aquella época. En la despensa se almacenaban los alimentos necesarios para las comidas diarias de monjes, visitantes y menesterosos, entre la hora prima y las completas, y que se elaboraban más tarde en la amplia cocina adaptada a las necesidades de la congregación.

 

5. Dentro de la cascada. Autor, Pablo.sanchez

Dentro de la cascada. Autor, Pablo.sanchez

Pero esta cocina tiene además un valor añadido, y es el de constituir el lugar donde por primera vez se elaboró el chocolate en Europa. La historia afirma que Hernán Cortés, el conquistador del imperio Azteca, llevó entre sus acompañantes a un monje del Císter llamado Fray Jerónimo de Aguilar, quien trajo consigo en 1524 las primeras semillas de cacao junto a la receta de la elaboración del chocolate. Al llegar a España Fray Jerónimo regaló este producto al abad del monasterio de Piedra, quien no tardó en hacer del chocolate un alimento de gran fama y tradición no solo en su monasterio, sino también en todas las casas de su Orden. De hecho, se sabe que en algunos monasterios existía una pequeña estancia justo encima de los claustros llamada chocolatería, y donde al parecer los monjes cocinaban y degustaban el chocolate en sus escasos momentos de ocio.

 

6. Cacao y semillas de cacao. Autor, Photos Gobva

Cacao y semillas de cacao. Autor, Photos Gobva

Aunque se cree que fue Cristóbal Colón el primer europeo en consumir chocolate, parece que el sabor amargo propio del cacao no fue precisamente de su agrado, un detalle que se agravaba además por la costumbre de los aztecas de consumirlo frío y condimentado con chiles. Dicho sea de paso, tampoco resultaría objeto de devoción de los Reyes Católicos, quienes lo probaron tras el regreso del almirante del cuarto de sus viajes. No volvió a hacer ninguno más. Tuvo que ser Hernán Cortés, sin embargo, quien nos dejara una de las primeras descripciones que se conocen sobre las propiedades del chocolate: «cuando uno lo bebe, puede viajar toda una jornada sin cansarse y sin tener necesidad de alimentarse», haciendo una clara alusión al poder calórico de este producto.

 

7. Mujer tomando una tada de chocolate. Obra de Raimundo de Madrazo. Oleo sobre lienzo. 1841-1920

Mujer tomando una taza de chocolate. Obra de Raimundo de Madrazo. Oleo sobre lienzo. 1841-1920

Lo cierto es que el chocolate no tardó en ser un artículo muy apreciado por la alta sociedad española del siglo XVI, que lo consumía como bebida caliente y reconstituyente. Las damas de la nobleza lo consideraban un manjar exótico, tomándolo en secreto y condimentado con diversas especias como la pimienta, mientras que en la alta sociedad mejicana se acostumbraba mezclarlo con canela. En 1601, el confesor de la Corte en la ciudad de Córdoba elaboraba chocolatinas con un relleno de hortalizas en su interior. Fue con la implantación de la caña de azúcar en las regiones cálidas de América cuando se pusieron realmente las bases para crear el chocolate dulce, lo que le dio un sabor más parecido al que hoy conocemos. Parece que el invento vino también de la mano de eclesiásticos, y concretamente de las monjas residentes en un convento de Oaxaca (Méjico), algo que hizo que el consumo de chocolate con azúcar se extendiese como la pólvora por los monasterios de Nueva España. Los benedictinos solían afirmar que: «No bebía del cacao nadie que no fuese fraile, señor o valiente soldado».

 

8. Los famosos Brownies. Autor, Roboppy

Los famosos Brownies. Autor, Roboppy

Este hecho trajo la preocupación, como es lógico, a las autoridades católicas de rigor, quienes consideraban inadecuado el manjar de Moctezuma debido a sus propiedades excitantes. Las costumbres de la alta sociedad con respecto al chocolate tampoco ayudaban a mejorar la situación, ya que las damas españolas se hacían servir esta bebida dentro del templo para hacer así más llevaderos los sermones del párroco. El obispo de Chiapas (Méjico) prohibió tal hábito y amenazó a los feligreses con la excomunión si persistían en su actitud. Y aunque la amenaza surtió efecto no convencería por completo a las devotas damas, ya que al poco tiempo las chocolatadas organizadas después de misa se hicieron muy populares a ambos lados del Atlántico.

 

9. Chocolate negro. Autor, Timsackton

Chocolate negro. Autor, Timsackton

Fuera cual fuese la opinión de la Iglesia, lo cierto es que los galeones regresaban a España cargados de riquezas procedentes de América, y entre las cuales la base del chocolate, el cacao, constituía un producto selecto y de gran valor. No era raro, por ejemplo, encontrar pasajeros transportando semillas de cacao ocultas en sus guardajoyas, y que a su llegada a España las mostrasen a sus allegados como un tesoro exótico e impagable. Existía ciertamente el temor a que el secreto del chocolate fuera descubierto por otras naciones, lo que supondría en la práctica perder el monopolio de su comercialización. Sin embargo, estas preocupaciones fueron al principio bastante infundadas. El italiano Girolamo Benzoni escribía en 1565 que «el chocolate parecía más una bebida para cerdos, que para ser consumido por la humanidad», mientras que los corsarios ingleses y holandeses incendiaban y mandaban a pique las embarcaciones españolas que capturaban, cuando descubrían que éstas no transportaban otra cosa que cacao, lo que da idea del valor real que tenía este producto entre los extranjeros. No tardarían en darse cuenta de su error.

Continuará…

 

10. Detalle del claustro del monasterio de Piedra. Autor, Shortshot

Detalle del claustro del monasterio de Piedra. Autor, Shortshot

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Serenos, aguadores y claveteras. Un paseo nostálgico por las calles y gentes de Madrid

Serenos, aguadores y claveteras. Un paseo nostálgico por las calles y gentes de Madrid

A principios del siglo XIX Madrid ofrecía un triste aspecto en comparación con la mayoría de las demás ciudades europeas: ningún alumbrado en las calles, sin agua y sin higiene, empedrado precario, escasos espacios verdes y demasiada inmundicia. Afortunadamente, los trabajos iniciados con la ocupación francesa y terminados con los reinados de María Cristina e Isabel, transformaron para siempre el rostro de la capital de España. Gracias a ellos se abrieron grandes avenidas, se instalaron farolas de gas, conductos de agua y alcantarillas, al tiempo que se remodelaron numerosos edificios y se edificaron monumentos públicos a lo largo y ancho de la ciudad (en algunos casos con bastante mal gusto, todo hay que decirlo). Las plazas públicas son limpias y las fuentes relucen en las encrucijadas. Se procede a la demolición de miles de casuchas y se transforman barrios enteros, como los de la Plaza de Oriente, Barquillo o la Puerta del Sol, mientras que otros ven por primera vez la luz del día: Recoletos, Salamanca, la Castellana, Chamberí…

2. Detalle del Paseo del Prado. Autor, Rubenvike

Detalle del Paseo del Prado. Autor: Rubenvike

1. El Madrid del XIX. Autor, Manuel Vicente

Azulejo representando una estampa madrileña de finales del XVIII. Autor: Manuel Vicente

Sin embargo, los paseantes dominicales están menos interesados en estas nuevas barriadas que en el garbeo tradicional por Alcalá, Puerta del Sol y, sobre todo, el Paseo del Prado. Éste último ha cambiado bastante desde principios de siglo. A lo largo de dos kilómetros está sombreado por hileras de árboles cuyas ramas se entrecruzan para formar una bóveda de frescor. Ya no se camina sobre el barro sino sobre suelo sólido y plano. Al Prado van a pasearse las damas elegantes vestidas a la francesa y con sombreros de plumas, seguras de encontrar allí su “galán”. Es además el lugar preferido de la multitud cuando acaba la siesta. Allí se reúnen aprovechando un carril reservado solo a los coches de caballos, que aparecen allí desde todos los puntos de la ciudad. A uno y otro lado de la calle se sientan los peatones, a distancia respetuosa, en bancos de piedra o en sillas de alquiler (ocho maravedíes), y contemplan maravillados el espectáculo que ofrecen los coches y aquella distinguida sociedad de altos vuelos. Como es de suponer, chicos y chicas aprovechan la ocasión para urdir discretas intrigas a golpe de miradas furtivas, abanicos y pañuelos.

3. Paseo de Recoletos, en Madrid. Finales del siglo XIX. Autor, MnGyver

Paseo de Recoletos, en Madrid. Finales del siglo XIX. Autor: MnGyver

Nadie se aburre en Madrid y es fácil extraviarse deambulando por sus calles, pues están numeradas por manzanas y a menudo se comunican por medio de pasajes difíciles de encontrar. Será el corregidor Vizcaíno el que tendrá la feliz idea de numerar las calles por casas. Cuando hace calor y el tiempo es seco, los regadores utilizan las bocas de riego dispuestas a intervalos en los bordes de las aceras, y por medio de mangueras elevan al aire unos chorros de agua de hasta veinte o treinta metros, para caer nuevamente al empedrado en forma de lluvia. En las vías donde no hay bocas circulan enormes barricas de agua con ruedas, tiradas por caballos, de las que salen mangas de riego que el empleado acciona de uno a otro lado para conseguir que el agua llegue a todas partes. A los transeúntes también se los riega.

4. Ambiente nocturno en la Puerta del Sol. Autor, Mallol

Ambiente nocturno en la Puerta del Sol. Autor: Mallol

Todavía no han nacido las churrerías y el famosísimo chocolate con churros, tomado muy temprano por los trabajadores urbanos, o bien con ocasión de tertulias, a la hora de la merienda (la famosa chocolatería de San Ginés situada junto a la Plaza del Sol no fue fundada sino hasta 1894). Pero no por ello escasean las oportunidades de entretenimiento para los peatones. Si se gusta de madrugar hay que ir temprano a la Puerta de Toledo, que acaba de ser construida. Por allí entra a Madrid desde todas direcciones el transportista, el mercader o el agricultor, que viene a la capital a vender los productos de su región. Una familia de extremeños va de casa en casa ofreciendo picantes y chorizos. Algo más lejos, dos valencianos conducen un carro lleno de esteras, mientras que un grupo de arrieros de La Mancha llevan una docena de yeguas, y en cada una, a lado y lado de la silla de montar, aparecen cuatro barricas de vino fresco y oloroso que venden como rosquillas.

5. Una gran ración de churros con chocolate. El desayuno perfecto de Madrid. Autor, Ellsea64

Una gran ración de churros con chocolate. El desayuno perfecto de Madrid. Autor: Ellsea64

1. La madrileña Plaza de Oriente. Autor, Doug

La madrileña plaza de Oriente. Autor: Rubenvike

La calle de Toledo parece una feria permanente con sus tiendas y cestos, sus albergues y tabernas, éstas últimas en número de ochocientas diez en Madrid. Es casi imposible cruzar y difícil avanzar debido a las carretas que descargan equipajes y viajeros, y cajas de género a la puerta de las posadas. De trecho en trecho aparecen hileras de mulas atadas unas a otras, encorvadas bajo el peso de los atados de paja. Basta el paso de un entierro para obstruir por completo la circulación. La gente se distrae mirando los cartelones de los comerciantes pintorescamente redactados: “Aquí arrancamos los dientes a gusto del cliente”, o bien este otro: “Aquí se venden hábitos completos para el difunto”.

6. Calle de Toledo, en Madrid. Autor, Miguel Díaz

Calle de Toledo, en Madrid. Autor: Miguel Díaz

En las calles de Madrid es donde se ejercen también los pequeños oficios. Hay aguadores reconocibles por sus grandes cántaros de barro color cera, provistos de un brillante aparato mecánico; por una moneda se tiene derecho a un vaso de agua y a un terrón de azúcar. Los libreros de viejo hacen su negocio en aparadores colocados en las aceras. No hace falta preguntarles por el contenido de los libros expuestos, pues a menudo no saben leer. Hay vendedores de pájaros con jaulas a las espaldas, donde cantan canarios y loros. Aquí, la vendedora de claveles, con su ramillete rojo dentro de un pequeño barrilete de madera lleno de agua. Allá la vendedora de billetes de lotería; más allá el vendedor de entradas para la corrida de toros y, naturalmente, en todas partes los limpiabotas.

7. Bella estampa de la Puerta de Alcalá. Autor, Claudiki

Bella estampa de la Puerta de Alcalá. Autor: Claudiki

Madrid 4

El castizo arte de tocar el organillo. Autor: M.Peinado

Toda esta gente trabaja de día, y con la llegada de la noche desaparecen en la sombra. Dos importantes personajes, por el contrario, no se manifiestan sino de noche: el pocero o limpiador de letrinas, y el sereno. A partir de medianoche los empleados de la empresa Sabatini empiezan su trabajo. Recorren la ciudad montados en coches especialmente acondicionados para bombear los excrementos; se detienen en cada pozo negro, lo vacían y cargan el fétido contenido, que volcarán en un vasto depósito común. En ocasiones los poceros circulan en el preciso momento en que los “elegantes” de Madrid vuelven a sus casas después de una noche de sarao, una cena o una sesión de teatro. Vayan en tílburi descubierto o a pie, los noctámbulos, embargados por la fetidez de la noche, no pueden evitar hacer gestos de asco y taparse la nariz.

8. La madrileña Puerta del Sol en 1857. Autor, Recuerdos de Pandora

La madrileña Puerta del Sol en 1857. Autor: Recuerdos de Pandora

El sereno es, en cambio, un personaje típicamente romántico, tan pagado de si mismo que llega a creerse el defensor armado de la seguridad del país. Cuando todo el mundo descansa se desprende de los brazos de esposa e hijos, se coloca su túnica negra, raída a causa de vientos y heladas, y toma su chuzo en el cual suspende un farol. Parte seguidamente y se sumerge en la noche, dueño de la calle. Descubre un portal mal cerrado e informa al propietario; apacigua una gresca de alborotadores en la puerta de una taberna; impide una agresión nocturna y acompaña a la víctima hasta su casa; ayuda en la captura de un ladrón. A veces permanece de pie, inmóvil, apoyado en su chuzo, con los ojos dirigidos hacia el cielo y la claridad de la luna, verdadera imagen quijotesca y medieval que guarda las calles madrileñas hasta que el alegre sonido de los pájaros anuncia la llegada de la aurora. Las campanas llaman a la primera misa y los devotos saltan de la cama. Es entonces cuando el sereno apaga su farol y, al igual que sus colegas, regresa a casa. Son “las cinco en punto”, anuncia. Madrid se despierta.

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Plaza Mayor de Madrid. Autor: Anónimo