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Un paseo por Uclés, el Escorial de La Mancha

Monasterio de Uclés

Esta villa de la Mancha Alta ha sido desde hace siglos la capital de la otrora poderosa Orden militar de Santiago


No existen mejores testigos de la historia de Uclés que sus obras monumentales más significativas, el castillo y el monasterio. En ellos se funde una legendaria tradición medieval en la que se conjugan la biblia y la espada, que a sangre y fuego han marcado el destino de los hombres. Los recuerdos de la villa se pierden en un pasado remoto que se asoma a nosotros con la nostalgia del poderío perdido.

Monasterio de UclésMonasterio de Uclés

La ladera del cerro sobre el que se encuentra Uclés ya era utilizada como asentamiento por la población íbera anterior a la presencia en la península de los romanos. Fueron estos los primeros en conceder gran importancia al antiguo núcleo urbano incluyéndolo en el trazado de la calzada que llevaba hasta Segóbriga.

Con el tiempo se transformaría en ciudad visigoda que irremediablemente cumpliría su destino de formar parte del imperio musulmán a partir del siglo VIII. Los árabes la bautizaron con el nombre de Uklis y, al igual que con otras muchas ciudades conquistadas, apreciaron su valor estratégico como potente enclave militar frente al reconquistado reino de Toledo, arrebatado a Fath Ben Musa Ibn Zenun. Este caudillo bereber se refugió en la villa, hizo reforzar sus defensas y construyó el castillo, con mezquita y baños públicos. Sin duda había decidido crear un lugar estratégico de resistencia frente a la imposibilidad de recuperar nuevamente sus territorios.

A pesar de ello, Alfonso VI conquistó la ciudad en el año 1085 para mantener en ella la presencia de las tropas cristianas durante veintitrés años, periodo en el que se intenta una forzada integración de la población mudéjar en las costumbres de los castellanos. En 1108 vuelve a caer en manos de los almorávides tras la cruenta batalla de Uclés, que reúne todos los requisitos de la épica del momento. Las tropas musulmanas habían traspasado a frontera del Tajo y asediaban Uclés.

El rey, ya muy enfermo, envió al lugar un fuerte contingente de tropas para evitar una contraofensiva almorávide y situó al frente de sus huestes a su hijo Sancho, que no había cumplido aún los diez años, custodiado y protegido por el conde de Nájera. El resultado del encuentro fue una terrible derrota castellana en la que el bando enemigo rodeó al infante dándole muerte junto a los siete condes que le acompañaban.

Cruz de la Orden de Santiago en UclésCruz de la Orden de Santiago en Uclés

Rincón de UclésRincón de Uclés


A la Orden de Santiago pertenecieron ilustres artistas como Diego Velázquez o Francisco de Quevedo


La fortaleza no dejaría de ser musulmana hasta el año 1157, tras la firma de un pacto entre el rey Alfonso Vlll y el rey Lobo. Tan solo diecisiete años más tarde sería cedida a la Orden de Santiago, con lo que iniciaría su etapa de mayor esplendor y prosperidad. Allí fijaron residencia los más altos representantes de la orden, siendo esta la encargada de realizar la repoblación de la comarca. Este cúmulo de circunstancias, unidas a la estratégica posición que continuaba manteniendo, provocaron que Uclés se transformase en una gran ciudad fortificada presta para la batalla, pero poseedora de todo lo necesario para atender la presencia de los maestres.

Se trató de un periodo que se prolongó hasta el siglo XIV en el que la comunidad judía mantuvo una presencia importante. La decadencia de la villa fue paralela al distanciamiento progresivo de la frontera conforme se conquistaban nuevos territorios. La Orden de Santiago también trasladaba sus centros de poder siguiendo la misma línea divisoria. En 1493 esta orden militar pasó a depender de la corona, ocupada por los Reyes Católicos, y con ella la localidad. La política de restricción y sometimiento de los maestrazgos y señoríos practicada por Isabel y Fernando dictó su definitivo ocaso.

Ya en el año 1809, fiel a su tradición guerrera, la ciudad fue protagonista de la batalla librada entre las tropas españolas capitaneadas por Venegas y Serra, y las napoleónicas bajo el mando del mariscal Víctor, en la que se registró una importante victoria francesa.

El Escorial de La ManchaEl Escorial de La Mancha

Claustro del Monasterio de UclésClaustro del Monasterio de Uclés

Fachada del Monasterio de UclésFachada del Monasterio de Uclés


Un impresionante monasterio que le otorga su sobrenombre y esconde entre sus muros una joya arquitectónica y artística sin parangón en la comarca


Uno de los testigos más importantes de la historia de Uclés es “El Escorial de La Mancha”, sobrenombre popular con el que se ha bautizado al monasterio, construido entre los siglos XVI y XVIII sobre una antigua iglesia gótica. Es de planta cuadrada y el espacio central está ocupado por un patio y un claustro formado por dos cuerpos. Hacia el exterior muestra una de las obras de mayor tamaño del plateresco español, la fachada del muro este, que se divisa desde la villa.

Las portadas norte y oeste están formadas por arcos de medio punto sobre columnas, destacando en la segunda el medallón de Santiago y las torres gemelas que la flanquean. La portada principal es del año 1735, atribuida a Pedro de Ribera. Toda ella es churrigueresca rematada por un busto del apóstol con espada y estandarte.

El claustro, del siglo XVII, se compone de dos alturas con treinta y seis arcadas. Es obra de Francisco de Mora, discípulo de Herrera, el arquitecto de El Escorial, y en él se puede apreciar una escalera barroca de cuarenta y cuatro escalones realizados cada uno de ellos de una sola pieza de piedra caliza.

La planta de la iglesia es de cruz latina con una nave, y sobre el crucero se eleva una cúpula de media naranja que en su parte exterior está rematada por un chapitel.

La sacristía fue terminada durante el año 1537 y la sala capitular, de gran interés, contiene un busto del emperador Carlos I y también de los treinta y seis maestres de la Orden de Santiago.

En el refectorio se conserva enteramente un artesonado tallado en madera de pino melis, compuesto por 36 casetones, entre los que destacan el del rey Carlos V y el de una calavera coronada que pudiera ser la de Don Álvaro de Luna.

Artesonado del refectorio en el interior del Monasterio de Uclés Artesonado del refectorio en el interior del Monasterio de Uclés

Puerta principal del Monasterio de Uclés en la fachada surPuerta principal del Monasterio de Uclés en la fachada sur

Interior de la iglesia del Monasterio de UclésInterior de la iglesia del Monasterio de Uclés

En el año 1530 trabajaba en el monasterio el gran maestro Andrés de Vandelvira (yerno de Francisco de Luna) que con el correr del tiempo sería conocido por sus impresionantes trabajos en la Plaza Mayor de su localidad natal, Alcaraz, en la Catedral de Jaén, en la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda, Catedral de Baeza y un largo etc.

Las piedras utilizadas en esta fase se trajeron de la cercana ciudad romana de Segóbriga por lo que no es extraño ver algunas de las mismas con inscripciones romanas que han sido reutilizadas en esta parte del edificio, concretamente dos lapidas en el exterior del lado este de la fachada, una de ellas junto a la ventana central del refectorio puede leerse «Iulius Celtiber«.

A destacar que en la iglesia de este monasterio estuvieron enterrados el maestre de la Orden don Rodrigo Manrique y su hijo Jorge Manrique (1440-1479), señor de Villamanrique (Ciudad Real), conocido por haber escrito Coplas por la muerte de su padre. En la construcción de la actual iglesia las tumbas fueron removidas y al día de hoy se desconoce tanto el lugar del enterramiento como el destino de los restos mortales de ambos personajes.

Claustro superior del Monasterio de UclésClaustro superior del Monasterio de Uclés


Os recomendamos completar la visita con el cercano e importante yacimiento de la ciudad romana de Segóbriga, el Parque Natural de la Laguna del Hito y la monumental Huete


En cuanto al castillo de Albarllana, la otra obra monumental de Uclés, guarda la estructura originaria del siglo XI. La parte más importante que se conserva son las dos torres unidas entre sí por un arco. Son las torres del homenaje y de la plata. El centro de esta fortaleza debió de ser el terreno ocupado actualmente por el monasterio.

Por cierto, en el Monasterio de Uclés se han rodado diversas películas, entre ellas podemos citar “Los tres mosqueteros” de Richard Lester, “El puente de San Luis Rey” de Mary McGuckian y “El capitán Alatriste” de Agustín Díaz.


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Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Curiosidades sobre la cerveza

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La cerveza constituyó la bebida medieval de las clases humildes y formó parte de la paga de los soldados. Los nobles la desdeñaban, pero era alabada por las órdenes monásticas más austeras


En muchas películas de Hollywood sobre Robin Hood hay escenas en las que los frailes invitan a dar gracias a Dios por el más importante fruto del cereal, la cerveza. En medio de la maraña de errores históricos que acompañan a estas producciones, esta alusión proporciona un detalle auténtico de la vida cotidiana en la Inglaterra medieval.
Durante siglos, el agua de los ríos, manantiales o pozos fue considerada –y en parte realmente lo era- como una bebida peligrosa, potencialmente portadora de enfermedades, que tan sólo se podía utilizar hervida y nunca para beber. Por otra parte, la leche se empleaba para la fabricación de queso o de mantequilla. Por tanto, para apagar la sed, alimentarse, relajarse o embriagarse, solamente quedaban el vino, varios tipos de cerveza y algún que otro producto de la fermentación, como la sidra.
El vino tenía una gran difusión, debido al valor simbólico que le daba la sociedad cristiana, pero en las zonas donde difícilmente se podía cultivar la vid, como sucedía en las islas Británicas y en el centro y norte de Europa, la importación lo convertía en un producto reservado a las clases privilegiadas. A las masas populares, que vivían en el campo y en las ciudades, tan sólo les quedaba la cerveza.

Campesinos de fiesta en una taberna holandesa. Adriaen van Ostade. 1673

El lúpulo y la seducción femenina

Puesto que la fabricación de la cerveza era un trabajo esencialmente doméstico, en Inglaterra hasta finales del siglo XIV la producción y el comercio de esta bebida estaba, casi en su totalidad, en manos de mujeres. Junto a las amas de casa, que preparaban la cerveza para la familia y vendían el excedente, existían algunas mujeres que iban un poco más allá en la comercialización, sin que esto incomodase al marido.
Cada año, algunos magistrados recorrían pueblos y ciudades para recaudar el assizes of ale (impuesto de la cerveza): cataban la producción, concedían licencias de venta o las revocaban, controlaban que las medidas usadas y la calidad correspondiese a lo que exigían los Estatutos, o a las costumbres transmitidas oralmente por la administración regia, local o señorial; finalmente fijaban el precio al que se podía vender la cerveza en ese lugar. En sus registros quedan reflejados, entre otras muchas cosas, los nombres de mujeres “cerveceras”. Una producción y un comercio hecho por las mujeres en el que, sin embargo, las pautas de calidad y los precios eran fijados por los hombres, no siempre funcionaba sin tropiezos. Los registros están repletos de cerveceras que intentaron evitar el pago de estos impuestos. Por otro lado, tampoco para los catadores debía ser fácil distinguir las mujeres que realizaban la producción para sí mismas de aquellas que lo hacían con fines comerciales. A todo esto hay que añadir que la imagen que los hombres daban de estas cerveceras no era demasiado atractiva: las describen como violentas y poco femeninas, o también como peligrosas seductoras, capaces de engañarte mientras venden su cerveza. En cualquier caso, con la progresiva introducción de la beer con lúpulo, cuya importación y posterior producción fue acaparada por los hombres, la presencia de las mujeres en el comercio de la cerveza se redujo drásticamente, hasta convertirse en época moderna en una simple labor de intercambio de productos caseros. Mientras tanto comenzaban a surgir las public houses, donde es podía ir por la noche a beber cerveza sin tener que hacer frente a las terribles y peligrosas cerveceras.

El alegre bebedor. Judith Leyster. 1629

Cerveza para mojar pan

En la Edad Media, el consumo de cerveza era muy alto y se repartía a lo largo de toda la jornada. Se desayunaba con cerveza, mojando en ella pan seco, acompañado de queso, sopa de avena, verduras y en las otras comidas del día, cuando las había, a veces carne. Con ella se apagaba la sed durante el trabajo cuando hacía calor y servía de bebida reconfortante cuando, por el contrario, el tiempo se volvía frío y húmedo. Finalmente, con la llegada de la noche, se ahogaban en cerveza las fatigas de la jornada. Eduardo I de Inglaterra (1239-1307) estableció que sus soldados tenían derecho a recibir un galón de cerveza al día (unos 4,5 litros), que era lo que un hombre adulto inglés bebía cotidianamente.
Este es un detalle que puede encontrarse en la contabilidad de las casas señoriales, en las prescripciones monásticas y en los donativos a los pobres. En Polonia, los castellanos bebían entre tres y seis litros de cerveza al día, mientras que los campesinos debían contentarse con tan sólo un par de ellos. Efectivamente, en el campo el consumo era más reducido, no llegando casi nunca al exceso. Se sabe que una mujer que tuviera que cuidar de una familia de cinco personas fabricaba semanalmente unos ocho galones de cerveza (lo que significaría el consumo de un litro per cápita al día). Es difícil establecer la cantidad de alcohol que contenían estas bebidas, pues esto dependía de la proporción entre agua y malta, así como de la fermentación. Probablemente se podían obtener cervezas más o menos fuertes, dependiendo de la estación y, por otra parte, la cerveza se podía rebajar con agua, al igual que se hace con el vino.

Solo cerveza de barril. Autor, Dan Graham

Inferior al noble fruto de la vid

En el campo como en la ciudad la cerveza siempre fue una bebida de pobres, tanto por sus características alimenticias y de sabor, como por tener un precio relativamente bajo (siempre ligado al de los cereales), pero también y sobre todo, por su imagen: en la sociedad cristiana solamente podía ser una bebida inferior al noble fruto de la vid. Una vez superado el largo periodo en el que beber cerveza era indicativo de origen germano, los nobles y los burgueses que podían permitírselo se inclinaban por el consumo de vino, incluso en aquellas regiones en las que no había ni rastro de viñedos. A menos que pretendieran haber gala de un estatus diferente, como sucedió con ciertos grupos de nobles de origen anglosajón, que en la Inglaterra de los siglos XI-XII trataban de diferenciarse de los normandos.
Por lo que se refiere a la convivencia entre el vino y la cerveza en las hosterías, el primero era solicitado por sacerdotes, caballeros, jóvenes damas, señores y ricos comerciantes, mientras que la segunda era del agrado de artesanos, peregrinos y muchachos. Incluso en la literatura se respeta plenamente esta distinción, como se pone de manifiesto en los Cuentos de Canterbury. Aunque los señores y las clases acomodadas podían beber cerveza por la mañana o para apagar la sed durante una partida de caza, habría sido inadecuado servirla en un banquete nocturno.
También los recipientes destinados a conservar o beber la cerveza transmiten la idea de pobreza o simplicidad: no solamente los barriles eran de madera, sino también los enormes jarros y las barricas de un galón, así como las jarras más pequeñas, las garrafas o los vasos de una pinta (cerca de medio litro). Las familias más opulentas hicieron a este respecto alguna pequeña concesión al lujo, decorando con plata los grandes jarros de madera, a los que se añade una tapa. Son objetos personales que como tal aparecen en los testamentos y en los listados de bienes.
El aura de humildad ligada a la cerveza hacía de ella una bebida muy bien vista en las abadías. Aunque San Benito en la Regla había aceptado el consumo de vino, numerosos movimientos de reforma monástica, para distinguirse de la riqueza de las mesas episcopales o de las que proliferaban en las abadías decadentes, predicaban frecuentemente el regreso a la pobreza y a la frugalidad y, en este contexto, la cerveza era mejor tolerada que el vino. Fue así como en el norte de Francia, en Bélgica, en Holanda y en Inglaterra muchas abadías desarrollaron su propia producción de cerveza, que más tarde se convirtió en característica y tradicional. No es una casualidad que gracias a los Trapenses del siglo XVIII la denominada cerveza de abadía, con cuerpo, de color ámbar, muy alcohólica pero apenas amarga y con un inconfundible regusto a levadura, haya llegado hasta nosotros con la fama de ser la mejor del mercado.

Cerveza artesana de autor


Acompáñanos en esta actividad: Entre cerveza artesana y Quijotes 

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Chocolate. El oscuro deseo del Monasterio de Piedra (2ª Parte)

Chocolate. El oscuro deseo del Monasterio de Piedra (2ª Parte)

Es curioso comprobar cómo los aztecas reverenciaban el chocolate atribuyéndole las más variadas propiedades. Sabían, por ejemplo, que una taza de xocolatl eliminaba el cansancio y estimulaba las capacidades psíquicas y mentales. Para los aztecas el xocolatl era asimismo una fuente de sabiduría espiritual, energía corporal y potencia sexual. Era muy apreciado como producto afrodisíaco y, por supuesto, se reservaba únicamente a una élite que lo tomaba de forma ritualizada en actos festivos, o bien usándolo como pintura facial en sus ceremonias religiosas. Se denominaba también al cacao oro líquido, pues sus semillas se intercambiaban como moneda, y por cierto no de escaso valor. Así, con cuatro semillas se podía comprar un conejo; con 10, la compañía de una dama, y con 100, un esclavo…

 

2. Granos de cacao. La moneda de los aztecas. Autor, SuperManu

Granos de cacao. La moneda de los aztecas. Autor, SuperManu

En cualquier caso, con la llegada a América de los primeros conquistadores españoles la preparación del chocolate sufrió una transformación a fin de adaptarse al gusto europeo. Los del grupo de Hernán Cortés echaban pestes de esta bebida, que encontraban muy amarga y picante debido al empleo de condimentos exóticos e incluso setas alucinógenas. No tardó por tanto en dulcificarse este producto, aprovechando además que el cultivo de caña de azúcar (procedente de Asia) estaba ya aclimatado en México a finales del siglo XVI. Los españoles gustaban asimismo de beberlo caliente y aromatizarlo con canela, y pronto hubo una gran diferencia entre el chocolate de los autóctonos y aquel que se hacían servir los recién llegados del otro lado del Atlántico.

 

3. Recipiente para servir chocolate. Porcelana de Limoges. Autor, Petitpoulailler

Recipiente para servir chocolate. Porcelana de Limoges. Autor, Petitpoulailler

Curiosamente, uno de los usos más raros del chocolate en España fue su utilización como producto de botica. Los boticarios de los siglos XVII y XVIII solían disponer de recetas pasteleras y de elaboración de dulces, que como el resto de su farmacopea eran ultrasecretas, y que les servían para la elaboración de letuarios, es decir, preparados de diversas mezclas medicinales endulzadas con miel o chocolate, para así facilitar el “mal trago” a los pacientes.

 

4. Figura decorativa en el salón del Chocolate de París. Autor, Pathien

Figura decorativa en el salón del Chocolate de París. Autor, Pathien

Pero presente o no en las farmacias, lo cierto es que el chocolate comenzaba a hacer furor en las confiterías de Madrid y otras grandes ciudades de España, donde los clientes entraban deseosos de experiencias exóticas y solicitaban “esa bebida que procedía de las Indias”. A finales del siglo XVII era servido como helado, utilizándose nieve procedente de las sierras que se bajaba en recuas de mulos al amparo del fresco nocturno, para así estar disponible en la capital desde primeras horas de la mañana. No deja de ser sintomático de una oscura época el hábito de servir chocolate granizado mientras la nobleza disfrutaba del “agradable” espectáculo de los Autos de Fe.

 

5. Mancerina y taza acoplada. Autor, Tamorlan

Mancerina y taza acoplada. Autor, Tamorlan

Por supuesto el chocolate entró también en las casas de las familias españolas, sobre todo de las de alcurnia, donde pronto se alzó con el galardón de “bebida oficial para visitas distinguidas”. Existía todo un rito alrededor de la chocolatada, como se llamaba a esta costumbre en las “familias bien” del Siglo de Oro. Los invitados pasaban al saloncito junto con la anfitriona, un lujoso departamento adornado con tapices, almohadones y cojines, y caldeado con las ascuas de un brasero o dos según el frío que hiciese esa mañana. Entonces el mayordomo traía las tazas repletas de chocolate acompañadas de una bandeja de bizcochos y un búcaro (recipiente de cerámica) repleto de nieve.

 

6. Receta de chocolate. Autor, Michael Carpentier

Receta de chocolate. Autor, Michael Carpentier

Las conversaciones iban y venían con el entrechocar de las tazas, los sorbos pausados y el ocasional mordisquito al bizcocho o incluso (curiosamente) al borde de la porcelana, ya que comer barro se consideraba entonces como un eficaz tratamiento de belleza. Efectivamente, ingerir arcilla produce un trastorno hepático y biliar que se traduce en una extrema palidez del rostro, signo considerado durante siglos como de distinción entre las clases más altas. Cuando la cosa se ponía seria (debido al deterioro del hígado), los médicos aconsejaban polvos de hierro o, todavía mejor, ir a tomar las aguas a algún balneario ferruginoso de la sierra, receta que se llevaba alegremente a la práctica cuando llegaba la temporada veraniega.

 

7. El metate, básico para la fabricación del chocolate a la piedra. Autor, Yelkrokoyade

El metate, básico para la fabricación del chocolate a la piedra. Autor, Yelkrokoyade

En las casas de la nobleza la chocolatada era un ritual extraordinariamente lujoso. El chocolate se servía allí en grandes salas utilizando finas mancerinas de plata o de porcelana china, bandejas especiales que disponían de una abrazadera fija en el centro donde se colocaba la jícara, o taza de porcelana que contenía la bebida. Este tipo de recipientes era considerado de gusto exquisito y las principales familias españolas rivalizaban entre si por poseer la colección de mancerinas más lujosa, de modo que era habitual encargarlas a orfebres para potenciar su belleza y distinción. Algunas de las mancerinas hoy conservadas están fabricadas en plata labrada y son de una factura difícilmente igualable hoy en día. Por cierto que ya era costumbre por aquel tiempo remojar en la jícara bizcochos u otro tipo de productos reposteros, al igual que hacemos en la actualidad con los famosos churros.

8. Bizcocho de chocolate y chocolate líquido. Autor, FotoosVanRobin

Bizcocho de chocolate y chocolate líquido. Autor, FotoosVanRobin

Los avances técnicos en la producción del chocolate, descubiertos en el Norte de Europa en el primer cuarto del siglo XIX, dieron lugar a pastas mucho más finas y a nuevas formas de presentar el cacao en estado sólido, como los famosísimos bombones. Ya en 1870 la industria chocolatera consiguió fabricar el chocolate con leche en polvo, al tiempo que aparecieron las primeras tabletas de chocolate hoy tan popularizadas en los supermercados de todo el mundo. Sin embargo y a pesar de la revolución de las máquinas, en España seguía causando furor el llamado “chocolate a la piedra”, es decir, aquel que se fabricaba moliéndolo a mano. Las tareas de molido manual eran un trabajo muy arduo, y la condesa Emilia Pardo Bazán atribuía el gusto especial del chocolate español al sudor de los molineros, quienes recorrían calles y plazas realizando al momento el trabajo solicitado poniéndose de rodillas y moviendo sin descanso la muela sobre una piedra curva.

 

9. El famoso chocolate con churros. Autor, sabersabor.es

El famoso chocolate con churros. Autor, sabersabor.es

El chocolate alcanza por esta época a la clase burguesa y esta situación hace que proliferen diversos establecimientos de reunión social como los cafés de tertulia o las chocolaterías. Esta costumbre española nace a finales del siglo XVIII y florecería sobre todo en el siguiente, consolidándose a nivel local añadiendo un elemento culinario como acompañante idóneo. De esta forma nacieron los churros con chocolate en Madrid, los buñuelos y porras en Valencia, los bizcochos de soletilla y los sequillos en Barcelona, y los picatostes y bolados en la cornisa cantábrica. Cada chocolatería ofrecía su especialidad, que se servía junto con el chocolate. Por cierto que la primera referencia escrita en España acerca de la profesión de «churrero» data del año 1621, durante el reinado de Felipe IV, fabricándolo un ciudadano conocido como Pedro Velasco perteneciente al gremio de los alojeros.

 

10. Delicatessen. Autor, Stephanie Kilgast

Delicatessen. Autor, Stephanie Kilgast

Sin embargo, con la llegada del siglo XX las tradicionales chocolaterías comenzaron a ceder ante el empuje de otro establecimiento no menos conocido, y que hoy se extiende sin excepción por todos los rincones del país: las cafeterías. Hoy es habitual servir el oscuro alimento de los dioses en estas últimas, de modo que no está de más hacer caso a las recomendaciones de los monjes del monasterio de Piedra y, ya sea en chocolatería o en cafetería, paladear la entrada de esta Navidad con una estupenda taza de chocolate. ¡Que lo disfruten!

 

11. Tarta de chocolate. Autor, Tamorlan

Tarta de chocolate. Autor, Tamorlan

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La Liébana, Morfeo y el secreto de la hibernación del oso

La Liébana, Morfeo y el secreto de la hibernación del oso

El oso ibérico, refugiado en las últimas estribaciones salvajes de las montañas cantábricas y pirenaicas, sigue siendo un animal totémico para nosotros. Cuando podía vivir a sus anchas en Europa, Asia y Norteamérica, ocupaba no solamente las montañas y los bosques cerrados, sino terrenos abiertos y de fácil accesibilidad donde en el pasado debió de tener frecuentes choques con el ser humano. Y éste terminó erigiendo un culto al oso, que todavía se conserva entre los asiáticos Ainu y que debió de ser común en la prehistoria, quizá motivado por el aspecto lejanamente humano del señor de los bosques. Las montañas cántabras de la comarca de Liébana viven ahora un acontecimiento de singular trascendencia para esta especie: la retirada de los individuos hacia las cuevas más recónditas de la montaña, y el inicio de un periodo biológico que todos conocemos con el nombre de hibernación, pero que hasta hace poco no ha sido plenamente desvelado por los científicos. ¿Qué secretos se esconden tras el largo sueño invernal del oso pardo ibérico?

 

1. Cosgaya, en el municipio de Camaleño. Autor, JKD

Cosgaya, en el municipio de Camaleño. Autor, JKD

2. Oso pardo al acecho. Autor, N. Feans

Oso pardo al acecho. Autor, N. Feans

Ciertamente, durante estas últimas semanas el oso ha estado, literalmente, atiborrándose de comida. Este plantígrado no es solamente omnívoro (es decir, que consume todo tipo de alimentos), sino además extraordinariamente sensible a los placeres de “la buena mesa”. El colosal gourmet llega hasta el punto de, olvidando su providencial cautela, dejarse sorprender por el día si encuentra un manjar que lo tiente. El régimen del oso varía con las estaciones. En primavera, cuando las frutas y bayas son aún escasas, este animal captura una mayor proporción de animales seleccionados de una amplia carta. Viendo sus grotescas zarpas, cuesta creer en la habilidad con que el oso las emplea para volver piedras en busca de lombrices e insectos, catar colmenas, desenterrar ratones, pescar truchas o salmones e, incluso, abatir de un certero golpe ovejas y terneros. Las reses abatidas no son comidas totalmente en una sola noche, y el prudente cazador esconde los restos de su festín bajo una cubierta de ramas, para volver a los dos días y acabar lo empezado.

 

3. Panorámica de la comarca. Autor, Borf the Dog

Panorámica de la comarca. Autor, Borf the Dog

Después, a medida que avanza el año, la dieta se diversifica para incluir el mundo vegetal. Los osos muestran gran glotonería devorando frutas cuando les es posible, suben a los árboles a cogerlas y, si las ramas son demasiado finas para soportar su peso, las sacuden para hacer caer los preciados alimentos. En octubre bajan a buscar castañas, y tras ellas las bellotas del roble, la encina y los hayucos, de lo que se deduce que los hidratos de carbono son fundamentales para que el oso acumule la grasa necesaria para su hibernación. Hacia la mitad de diciembre, gordos y saciados, casi todos los individuos que viven por encima de los mil doscientos metros se retiran a hibernar.

 

4. Monasterio de Santo Toribio de Liébana, cerca de Potes. Autor, Guillenperez

Monasterio de Santo Toribio de Liébana, cerca de Potes. Autor, Guillenperez

El refugio de invierno, al contrario que los abrigos del buen tiempo, es único, y por ello los osos lo eligen cuidadosamente dotándolo de la mayor comodidad posible. Prefieren grutas naturales situadas entre los mil y mil quinientos metros, orientadas al medio día, en lugares de difícil acceso y que por su ubicación se mantengan perfectamente secas. Frecuentemente, si la entrada de la osera es demasiado amplia, los osos construyen un entramado con ramas de pino y haya, cuidadosamente entremezclado con musgo y dejando siempre un pequeño orificio de paso. Otras veces los osos cierran completamente su cueva, retirando la puerta o colocándola cuidadosamente cada vez que salen o entran. En el interior y en el lugar más seco y protegido, el animal excava una pequeña depresión que hace las veces de cama, y donde deposita una espesa capa compuesta asimismo de musgo, hierbas y hojas secas. La espesura es tal que, cuando el oso se acuesta, su lomo apenas sobresale.

 

5. Paseando por Potes. Autor, Neticola

Paseando por Potes. Autor, Neticola

Extraordinariamente pulcros, los osos siempre orinan y defecan fuera del refugio. No siempre el abrigo invernal está situado en una cueva, pues cuando no puede encontrar una osera rupestre aprovecha árboles huecos y ramas tendidas que formarán una especie de cabaña, protegida perfectamente de la caída de grandes nevadas. La fecha en que los osos comienzan la hibernación varía no solo con la localidad, sino también con las condiciones climáticas de cada invierno, aunque de manera general diciembre es el mes clave para estos menesteres.

 

6. Campiña al sur de Liébana. Autor, Lundur39

Campiña al sur de Liébana. Autor, Lundur39

7. El peculiar oso pardo. Autor, Guillermo Fdez

El peculiar oso pardo. Autor, Guillermo Fdez

Al comienzo de la hibernación, sumamente gordos, los osos salen frecuentemente de la osera para cumplir con sus necesidades biológicas. Poco a poco se reduce esta actividad hasta que el intestino queda vacío, tras lo cual solo necesitan salir para expulsar la pequeña cantidad de orina que producen los riñones. Al final del tubo digestivo, una vez vacío, se forma un verdadero tapón de células epiteliales y secreción mucosa. De hecho, durante la hibernación todas las funciones fisiológicas están amortiguadas, particularmente el latido cardiaco y la respiración. La temperatura corporal desciende. Pero lo más característico de este estado es el metabolismo de las grasas, que debe proporcionar la energía suficiente para compensar al organismo la falta de alimentación. La grasa se acumula sobre todo en el abdomen y puede ser de hasta 40 kg en algunos ejemplares, es decir, hasta un cuarto del peso total del animal.

 

8. Potes. Al fondo, el macizo de Ándara nevado. Autor, Only J.

Potes. Al fondo, el macizo de Ándara nevado. Autor, Only J.

El sueño invernal del oso está interrumpido por frecuentes despertares y no es lo que podríamos llamar un estado de sueño profundo, como ocurre con sus vecinas las marmotas. Su estado es simplemente el de un sopor más o menos ligero, manteniendo sus sentidos siempre alerta hasta el punto de detectar con suficiente antelación la llegada de un enemigo, a fin de huir o hacerle frente. Con los buenos días de invierno, soleados y tentadores, algunos individuos salen en mitad de su hibernación y disfrutan de unos buenos baños de sol. Ello ha dado lugar a la creencia de que ciertos osos, a pesar de habitar en lugares fríos, no hibernan. También puede haber influido en esta creencia la observación de osos que tuvieron que abandonar su retiro invernal, molestados por cazadores, y que buscan otros refugios de emergencia y necesariamente menos confortables. En cualquier caso, todavía queda mucho para la llegada de la primavera, cuando el rey de la Liébana recupera su pasada vitalidad saliendo de la cueva como un ser totalmente depauperado, y cuyo único objetivo en la vida es simplemente éste: comer.

 

9. Cabellera de niebla en Picos de Europa. Autor José Miguel

Cabellera de niebla en Picos de Europa. Autor José Miguel

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Chocolate, el oscuro secreto del monasterio de Piedra (1ª Parte)

Chocolate, el oscuro secreto del monasterio de Piedra (1ª Parte)

Se dice que en los conventos se guardan los secretos más sensuales y prohibidos del mundo. Y aunque esta afirmación podría ser objeto de acaloradas discusiones, al menos resulta cierta cuando nos referimos a cierto monasterio de Zaragoza… Tanto es así, que en su interior se conserva y puede ser visitado un espacio museístico dedicado exclusivamente a estos menesteres. Estamos hablando del monasterio de Piedra, en la localidad zaragozana de Nuévalos, una obra de arte medieval construida durante los años en que el Reino de Aragón ampliaba espectacularmente sus fronteras en detrimento del poder musulmán. Y el objeto de deseo no podía ser otro que el chocolate.

 

2. Entorno del monasterio de Piedra. Autor, Pablo.sanchez

Entorno del monasterio de Piedra. Autor, Pablo.sanchez

Resulta inevitable preguntarse por qué existe un museo dedicado enteramente al chocolate en el interior de un monasterio, por entonces uno de los más importantes de la Orden del Císter en tierras hispánicas. ¿Era el chocolate un producto de mercado más para sus propietarios? ¿Formó parte del desayuno habitual de los monjes, a pesar de su exotismo y sus propiedades estimulantes? ¿O quizás constituyó en los tonsurados, como suele decirse, el sustituto perfecto de pasiones que de abrirse paso, hubieran resultado aún más inconvenientes? Para encontrar la razón debemos sumergirnos en la curiosa y llamativa historia de este “Alimento de los Dioses”, empezando por su “descubrimiento” en las Américas, y siguiendo con la llegada a Sevilla de los primeros galeones traídos por los vientos chocolateros, repletas sus bodegas de semillas de cacao procedentes de Nueva España…

 

3. Decoración de chocolate. Autor, Ilaria

Decoración de chocolate. Autor, Ilaria

4. Monasterio de Piedra. restos de la iglesia. Autor, Kevin Rodriguez Ortiz

Monasterio de Piedra. Restos de la iglesia. Autor, Kevin Rodriguez Ortiz

El monasterio de Piedra es bien conocido por el entorno paradisíaco que se despliega a su alrededor. El río Piedra crea en el lugar unos pintorescos lagos, grutas y cascadas de gran belleza, y de las que la Cola de Caballo, con sus más de 50 metros de altura, es la que despierta mayor interés entre los visitantes. Sus impresionantes edificios se construyeron en lo que antaño fue la fortaleza musulmana de Piedra Vieja, tomada por las tropas cristianas durante la Reconquista, y donada a la Orden del Císter a finales del siglo XII por Alfonso II de Aragón para la construcción de un monasterio. Aprovechando las piedras de la muralla y el castillo antiguos, los monjes levantaron a lo largo de 23 años (1195-1218) lo que ahora podemos contemplar con devota admiración: la iglesia y el claustro, el refectorio y la sala capitular, las bodegas y todas aquellas dependencias que constituían el centro de la vida y la dedicación monástica por aquella época. En la despensa se almacenaban los alimentos necesarios para las comidas diarias de monjes, visitantes y menesterosos, entre la hora prima y las completas, y que se elaboraban más tarde en la amplia cocina adaptada a las necesidades de la congregación.

 

5. Dentro de la cascada. Autor, Pablo.sanchez

Dentro de la cascada. Autor, Pablo.sanchez

Pero esta cocina tiene además un valor añadido, y es el de constituir el lugar donde por primera vez se elaboró el chocolate en Europa. La historia afirma que Hernán Cortés, el conquistador del imperio Azteca, llevó entre sus acompañantes a un monje del Císter llamado Fray Jerónimo de Aguilar, quien trajo consigo en 1524 las primeras semillas de cacao junto a la receta de la elaboración del chocolate. Al llegar a España Fray Jerónimo regaló este producto al abad del monasterio de Piedra, quien no tardó en hacer del chocolate un alimento de gran fama y tradición no solo en su monasterio, sino también en todas las casas de su Orden. De hecho, se sabe que en algunos monasterios existía una pequeña estancia justo encima de los claustros llamada chocolatería, y donde al parecer los monjes cocinaban y degustaban el chocolate en sus escasos momentos de ocio.

 

6. Cacao y semillas de cacao. Autor, Photos Gobva

Cacao y semillas de cacao. Autor, Photos Gobva

Aunque se cree que fue Cristóbal Colón el primer europeo en consumir chocolate, parece que el sabor amargo propio del cacao no fue precisamente de su agrado, un detalle que se agravaba además por la costumbre de los aztecas de consumirlo frío y condimentado con chiles. Dicho sea de paso, tampoco resultaría objeto de devoción de los Reyes Católicos, quienes lo probaron tras el regreso del almirante del cuarto de sus viajes. No volvió a hacer ninguno más. Tuvo que ser Hernán Cortés, sin embargo, quien nos dejara una de las primeras descripciones que se conocen sobre las propiedades del chocolate: «cuando uno lo bebe, puede viajar toda una jornada sin cansarse y sin tener necesidad de alimentarse», haciendo una clara alusión al poder calórico de este producto.

 

7. Mujer tomando una tada de chocolate. Obra de Raimundo de Madrazo. Oleo sobre lienzo. 1841-1920

Mujer tomando una taza de chocolate. Obra de Raimundo de Madrazo. Oleo sobre lienzo. 1841-1920

Lo cierto es que el chocolate no tardó en ser un artículo muy apreciado por la alta sociedad española del siglo XVI, que lo consumía como bebida caliente y reconstituyente. Las damas de la nobleza lo consideraban un manjar exótico, tomándolo en secreto y condimentado con diversas especias como la pimienta, mientras que en la alta sociedad mejicana se acostumbraba mezclarlo con canela. En 1601, el confesor de la Corte en la ciudad de Córdoba elaboraba chocolatinas con un relleno de hortalizas en su interior. Fue con la implantación de la caña de azúcar en las regiones cálidas de América cuando se pusieron realmente las bases para crear el chocolate dulce, lo que le dio un sabor más parecido al que hoy conocemos. Parece que el invento vino también de la mano de eclesiásticos, y concretamente de las monjas residentes en un convento de Oaxaca (Méjico), algo que hizo que el consumo de chocolate con azúcar se extendiese como la pólvora por los monasterios de Nueva España. Los benedictinos solían afirmar que: «No bebía del cacao nadie que no fuese fraile, señor o valiente soldado».

 

8. Los famosos Brownies. Autor, Roboppy

Los famosos Brownies. Autor, Roboppy

Este hecho trajo la preocupación, como es lógico, a las autoridades católicas de rigor, quienes consideraban inadecuado el manjar de Moctezuma debido a sus propiedades excitantes. Las costumbres de la alta sociedad con respecto al chocolate tampoco ayudaban a mejorar la situación, ya que las damas españolas se hacían servir esta bebida dentro del templo para hacer así más llevaderos los sermones del párroco. El obispo de Chiapas (Méjico) prohibió tal hábito y amenazó a los feligreses con la excomunión si persistían en su actitud. Y aunque la amenaza surtió efecto no convencería por completo a las devotas damas, ya que al poco tiempo las chocolatadas organizadas después de misa se hicieron muy populares a ambos lados del Atlántico.

 

9. Chocolate negro. Autor, Timsackton

Chocolate negro. Autor, Timsackton

Fuera cual fuese la opinión de la Iglesia, lo cierto es que los galeones regresaban a España cargados de riquezas procedentes de América, y entre las cuales la base del chocolate, el cacao, constituía un producto selecto y de gran valor. No era raro, por ejemplo, encontrar pasajeros transportando semillas de cacao ocultas en sus guardajoyas, y que a su llegada a España las mostrasen a sus allegados como un tesoro exótico e impagable. Existía ciertamente el temor a que el secreto del chocolate fuera descubierto por otras naciones, lo que supondría en la práctica perder el monopolio de su comercialización. Sin embargo, estas preocupaciones fueron al principio bastante infundadas. El italiano Girolamo Benzoni escribía en 1565 que «el chocolate parecía más una bebida para cerdos, que para ser consumido por la humanidad», mientras que los corsarios ingleses y holandeses incendiaban y mandaban a pique las embarcaciones españolas que capturaban, cuando descubrían que éstas no transportaban otra cosa que cacao, lo que da idea del valor real que tenía este producto entre los extranjeros. No tardarían en darse cuenta de su error.

Continuará…

 

10. Detalle del claustro del monasterio de Piedra. Autor, Shortshot

Detalle del claustro del monasterio de Piedra. Autor, Shortshot

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San Ildefonso y el palacio real de La Granja. El Pequeño Versalles del rey (2ª Parte)

San Ildefonso y el palacio real de La Granja. El Pequeño Versalles del rey (2ª Parte)

La vida cotidiana de los reyes en el palacio de La Granja era de lo más aburrida. El embajador especial de Francia ante Felipe, mariscal duque de Tessé, pasó en febrero de 1724 por San Ildefonso en medio de un paisaje cubierto por la nieve y la primera impresión que tuvo queda bien reflejada en las siguientes palabras: “es tal vez el más bárbaro y más incómodo lugar del mundo”. Mientras el carruaje avanzaba por los invernales bosques a través de un paisaje desolador, donde no se atisbaba ni un alma en varias leguas a la redonda, el mariscal podía observar sin embargo cómo varios cientos de ciervos vagaban tranquilamente por las cercanías del palacio.

2. La Granja en el lienzo. Autor, Jesuscm

                                                               La Granja en el lienzo. Autor, Jesuscm

En La Granja la corte se limitaba a un grupo de personas de las cuales la más importante era José, marqués de Grimaldo, que se había retirado con el rey y continuaba ocupándose de los asuntos públicos. A causa del total aislamiento se ofrecían pocas oportunidades de variar la rutina diaria de la corte. Por la mañana Felipe e Isabel asistían a misa en la capilla, y por las tardes o bien iban de caza o se alejaban un poco para visitar las iglesias y conventos de Segovia. Si hacía mal tiempo se quedaban en el interior de palacio y jugaban al billar. Las noches, algo más animadas, las dedicaban Sus Majestades a consultar con los confesores y a los negocios que fuese necesario tratar con Grimaldo.

3. Nieve y montañas de la sierra de Guadarrama. Autor, Miguel303xm

                                        Nieve y montañas de la sierra de Guadarrama. Autor, Miguel303xm

El embajador francés contaba ya con la edad de setenta y tres años, y acostumbrado a las excelencias de la corte vecina no estaba para muchos elogios mientras convivió con su anfitrión. Tessé estaba además seguro de una cosa: aparte del rey nadie se sentía del todo feliz en aquel lugar. “Todo el mundo está desesperado de haber de vivir en este desierto” llegó a escribir en una ocasión. Cuando el mariscal habló con los monarcas pudo ver por la expresión de la reina que ésta quería volver a la civilización, aunque quizás la frase más elocuente en este sentido fue la que oyó en boca del propio marqués de Grimaldo: “El rey no está muerto ni yo tampoco, y no tengo ganas de morirme”, añadiendo después en voz baja: “Nada más puedo deciros”.

4. Detalle de una de las salas interiores. Autor, Jaime Pérez

                                                 Detalle de una de las salas interiores. Autor, Jaime Pérez

Después de pasar cinco días en San Ildefonso, Tessé fue a visitar la corte en Madrid. Los sentimientos que se manifestaban en La Granja están de sobra confirmados en las cartas de la propia reina, Isabel de Farnesio, que en su correspondencia de 1724 se refiere al lugar como un “desierto”, “un desierto con ciervos y aburrimiento”, o bien utilizaba expresiones lapidatorias para expresar su desánimo: “no olvidéis a aquellos que viven en el desierto”. El uso de la palabra “desierto” no era en modo alguno exclusivo de sus sentimientos, ya que en Madrid era común referirse al retiro del rey como “aquel desierto”.

5. Espectacular estatua en una de las fuentes. Autor, Luis Miguel García

                                      Espectacular estatua en una de las fuentes. Autor, Luis Miguel García

Felipe, por supuesto, adoraba el palacio que había creado. Era, literalmente, la única residencia en toda España donde se sentía como en casa, y tras su abdicación a favor de su hijo Luis pasó a vivir allí permanentemente. El príncipe de Asturias tenía diecisiete años cuando subió al trono con el nombre de Luis I de España, y fue proclamado rey el 9 de febrero de 1724. El hecho de que además estuviese casado desde los quince años con Luisa Isabel de Orleans, llevada al altar con doce y con un carácter totalmente aniñado y extravagante, da una idea real acerca de en qué manos quedaban las riendas de la nación. A finales de marzo el rey hizo su primera visita de un par de días a San Ildefonso, donde paseó con su padre por los jardines y comentaron algunos de sus problemas más inmediatos. Pero en realidad, a Luis I le interesaban poco los asuntos nacionales y estaba más atraído por las francachelas que organizaba con sus amigos en la corte de Madrid.

6. Aspecto invernal del palacio. Autor, Toni Castillo

                                                       Aspecto invernal del palacio. Autor, Toni Castillo

Luis y su esposa visitaron nuevamente La Granja en verano de ese mismo año, y Felipe aprovechó la estancia para hablar seriamente con su nuera. Ahora Luisa tenía catorce años y se hacía insoportable para todos con su comportamiento imprevisible e indecoroso, lo que en la España ultracatólica del XVIII resultaba imperdonable. La muchacha se hizo muy conocida en la corte por su lenguaje obsceno y su conducta poco menos que disoluta. A menudo no llevaba ropa interior y se movía por los pasillos de palacio cubierta solo con un salto de cama muy ligero, que no dejaba nada para la imaginación. Un noble de la corte, el marqués de Santa Cruz, escribía que “tenemos todo el día un continuado sinsabor, y si no es para perder nuestras saludes no es otra cosa. (…) Este pobre rey ha sido bien desgraciado si esta señora no muda en un todo”.

7. El entorno de La Granja. Sierra de Guadarrama. Autor, Alejandro Valero

                                     El entorno de La Granja. Sierra de Guadarrama. Autor, Alejandro Valero

Luisa aceptó la reprimenda de su suegro y le prometió que cambiaría su conducta, pero al regresar a Madrid se comportó como siempre. Luis, desesperado, escribió a su padre que “no veo otro remedio que el encerrarla, porque el mismo caso hace de lo que le dijo el rey como si se tratara de un cochero”. Finalmente, el 4 de julio, el rey ordenó que fuera puesta bajo arresto en el Alcázar viendo que la conducta de la reina era “muy perjudicial a su salud y daña a su augusto carácter”. Permaneció aislada durante siete días y solo fue liberada cuando prometió solemnemente que se portaría bien a partir de entonces.

8. Palacio del Real Sitio de La Granja. Autor, Miguel303xm

                                                  Palacio del Real Sitio de La Granja. Autor, Miguel303xm

Y desde luego parece que cumplió con las expectativas, puesto que el 14 de agosto el rey Luis I enfermó de viruela repentinamente y tuvo que guardar cama. La viruela era por entonces una enfermedad temida y con una alta tasa de mortalidad, pero a pesar de ello Luisa se mantuvo junto a su marido cuidándole solícitamente y exponiéndose con ello a su contagio. De nada sirvieron sus desvelos. A finales de mes el rey contrajo una fiebre muy alta que le hacía delirar, redactó a duras penas un testamento nombrando a su padre heredero universal, y falleció finalmente en las primeras horas del 31 de agosto después de un breve reinado de siete meses y medio.

9. Tupido bosque en los jardines. Autor, MarkioM

                                                       Tupido bosque en los Jardines. Autor, MarkioM

Ese fue el fin del sueño de San Ildefonso para Felipe. A pesar de que renegaba del trono y llegó a decir aquello de “no quiero ir al infierno”, refiriéndose con ello a la corte de Madrid, no tuvo más remedio que retomar las riendas del poder y regresar a la vida política, cosa que sucedió con su reinstauración en el trono el 5 de septiembre de 1724. Pero no olvidó nunca su querido palacio de La Granja. A él regresó frecuentemente cuando los problemas de la corte le daban un respiro, y allí descansó definitivamente como fue su deseo, al fallecer en julio de 1746 y terminar su largo reinado de cuarenta y cinco años y tres días (el más largo de la historia de este país). Fue enterrado pocos días después en el palacio real de San Ildefonso, donde descansa dentro del mausoleo emplazado en la Sala de las reliquias junto a los restos de la que fue su segunda esposa, Isabel de Farnesio… a la que nunca le gustó el palacio en vida.

10. Estatua clásica en La Granja. Autor, Sammy Pompon

                                                   Estatua clásica junto a palacio. Autor, Sammy Pompon

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San Ildefonso y el palacio real de La Granja, el Pequeño Versalles del Rey (1ª parte)

San Ildefonso y el palacio real de La Granja, el Pequeño Versalles del Rey (1ª parte)

En la vertiente norte de la Sierra de Guadarrama, a 13 kilómetros de Segovia y a unos 80 de Madrid, se levanta en un marco de incomparable fastuosidad el que fuera símbolo central del reinado de Felipe V, el rey loco y primer Borbón que tuvo la nación española. Mañana se cumplen 290 años desde que los reyes de España estrenaran sus innumerables salas y habitaran por primera vez el complejo. Y todavía hoy, para los que visitan el Real Sitio de la Granja, su recorrido constituye toda una experiencia de lujo principesco pocas veces repetida en otros palacios de nuestra geografía, pues el estilo barroco, el enclave a los pies de la boscosa sierra de Guadarrama y el hecho de que el rey construyera sus jardines a semejanza de los de Versalles (hablaba a menudo de su “pequeño Versalles”) hicieron de esta residencia monárquica una de las más importantes de Europa por aquella época. El nombre de La Granja procede de la existencia real en el lugar de una humilde granja, propiedad de los monjes Jerónimos residentes en el cercano monasterio del Parral. Pero hoy su aspecto resulta de todo menos humilde y pueblerino, y de hecho, tras la construcción del edificio central y los espléndidos jardines a principios del siglo XVIII, pasaría a convertirse rápidamente en residencia veraniega oficial de los reyes de España hasta el desgraciado incendio del palacio, ocurrido en 1918, cuando se destruyeron las habitaciones ocupadas por Alfonso XIII y su familia.

2. Impresionante fachada principal del palacio. Autor, Katharsia

                                             Impresionante fachada principal del palacio. Autor, Katharsia

La historia de su construcción y primeros años está llena de avatares sorprendentes. Después de la guerra de Sucesión llegaron años pacíficos en los que Felipe V e Isabel pudieron dedicarse sin remilgos a su pasión favorita: la caza. Las visitas se repitieron varias veces, aunque parece que la primera de ellas fue en marzo de 1716. El suntuoso palacio de Felipe II en la cercana Valsaín se había incendiado en 1686 (todavía pueden verse sus memorables ruinas junto a las casas y corrales de la periferia), de modo que cuando Felipe V descubrió su emplazamiento dio instrucciones al principal arquitecto de Madrid, Teodoro Ardemáns, para que lo reconstruyera. Se llevó a cabo una mínima reconstrucción, aunque suficiente como para permitir que el rey y la reina pudiesen cazar por la zona cuando les viniese en gana.

3. Vista del palacio desde los jardines. Autor, Asteresp

                                                      Vista del palacio desde los jardines. Autor, Asteresp

Mientras tanto, en una de sus expediciones de caza el rey encontró casualmente un nuevo paraje, tan magnífico a sus ojos que le animó a pensar seriamente en una nueva residencia real. En marzo de 1720 compró dichas tierras al monasterio de Jerónimos, y poco después tomó las medidas oportunas para empezar a construirla. Para Felipe el futuro palacio real de La Granja sería su definitivo retiro espiritual, pues en aquella mente enferma ya se había concebido seriamente la idea de abdicar en favor de su hijo Luis, por entonces de apenas 13 años de edad. Así, durante los últimos meses de 1720 una numerosa cuadrilla de operarios comenzó a limpiar y preparar el espacio, mientras que la construcción del edificio se confiaba a Ardemáns, que dirigió y levantó la parte principal de la obra en un tiempo record (entre 1721 y 1723). Ardemáns edificó un palacio tradicional de cuatro torres modelado a imitación de un alcázar, y mientras duraron las obras Felipe e Isabel residieron a menudo en Valsaín, desde donde supervisaban todos los detalles de la construcción de La Granja mientras seguían cazando en los espléndidos bosques de la sierra circundante.

4. Espectáculo de agua en una de las fuentes del palacio. Autor, Druidabruxux

                                 Espectáculo de agua en una de las fuentes del palacio. Autor, Druidabruxux

En una de las visitas, Isabel comentaba la “beauté ravissante” del paisaje, “repleto de flores amarillas, violáceas, blancas y azules, y además de ésto muchos ciervos que nos aguardan”. Después de la muerte de Ardemáns, en 1726, los arquitectos romanos Procaccini y Subisati tomaron el relevo y modificaron sustancialmente el estilo del edificio, cambiando la distribución, dotándolo de nuevos patios y ampliando los jardines aledaños. La Granja acabó teniendo un estilo más europeo que español, y esto inevitablemente provocaba reacciones adversas por parte del pueblo, que preferían algo más familiar y acorde con el estado de las arcas públicas. Pero sea como fuere, el palacio se mantiene hoy en un admirable buen estado y es todo un ejemplo del barroco europeo más rampante y monumental. Se ha dicho de La Granja que “el núcleo era español, la composición francesa y las superficies italianas”. Y en contra de la opinión general no hubo intención alguna de imitar Versalles. Solo los jardines, cuidadosamente planificados por Felipe, eran una realización consciente de los recuerdos que guardaba Felipe sobre la que fue Joya arquitectónica de su abuelo, El Rey Sol, a unas pocas leguas al oeste de París.

5. Fuente de las Tres Gracias. Autor, Mackote_VK

                                                        Fuente de las Tres Gracias. Autor, Mackote_VK

El palacio y los edificios anexos, que dan al conjunto una forma de gran U, disponían de infinidad de salas lujosamente decoradas, dormitorios, salones de recepción, gabinetes, oratorios… Todo para mayor comodidad de los reyes y el resignado servicio que los acompañaba. Hoy las dependencias del Real Sitio de La Granja son visitadas asiduamente por el turista, que en su recorrido no se cansa de oír por los pasillos el sonoro repertorio de nombres con que se conocen cada una de las dependencias: Museo de los Tapices; Salón de Alabarderos; Pieza de Comer, Pieza de Vestir o Pieza de la Chimenea; Dormitorio de sus Majestades; Gabinete de la Reina; Tocador de la Reina; Antecámara de la Reina; Sala de Lacas; Gabinete de Espejos…

6. Jardines reales en invierno. Autor, Roberto Lazo

                                                       Jardines reales en invierno. Autor, Roberto Lazo

Pero la espléndida visión del Palacio real no sería completa sin sus 146 hectáreas de jardines, que en nada tienen que envidiar a su modelo parisino. Para su diseño se aprovecharon las pendientes naturales de las colinas que circundan el palacio, y no sólo para conseguir unos decorados insuperables, sino también como un inteligente medio para hacer brotar el agua de las 26 magníficas fuentes que lo componen. El procedimiento, en realidad muy sencillo, se basaba en la única ayuda de la gravedad y en un lago artificial llamado “El Mar”, construido en el emplazamiento más elevado del parque. Actualmente sólo algunas fuentes (la mayoría bellamente inspiradas en la mitología clásica) son puestas en funcionamiento cada día, aunque coincidiendo con jornadas señaladas se activa todo el conjunto en un auténtico espectáculo para los sentidos, que cada año atrae a miles de personas llegadas de todos los puntos del país.

7. Torres del palacio real de La Granja. Autor, Gabsiq

                                                      Torres del palacio real de La Granja. Autor, Gabsiq

Sin duda el palacio real de La Granja fue la primera gran contribución del monarca a la arquitectura real de la época, pero sin duda supuso una carga inoportuna para los tesoreros del gobierno, que en esta época estaban luchando para poder pagar las aplastantes deudas de guerra a que estaba sometida la nación. El rey y la reina comenzaron a vivir en La Granja a partir del 10 de septiembre de 1723, cuando el edificio aún no estaba finalizado, y varios meses antes de que Felipe V abdicara en favor de su hijo Luis, quien subió finalmente al trono con 16 años y adoptando el nombre de Luis I.

8. Detalle de la Fuente de La Fama. Autor, Druidabruxux

                                                   Detalle de la Fuente de La Fama. Autor, Druidabruxux