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Un paseo por Uclés, el Escorial de La Mancha

Monasterio de Uclés

Esta villa de la Mancha Alta ha sido desde hace siglos la capital de la otrora poderosa Orden militar de Santiago


No existen mejores testigos de la historia de Uclés que sus obras monumentales más significativas, el castillo y el monasterio. En ellos se funde una legendaria tradición medieval en la que se conjugan la biblia y la espada, que a sangre y fuego han marcado el destino de los hombres. Los recuerdos de la villa se pierden en un pasado remoto que se asoma a nosotros con la nostalgia del poderío perdido.

Monasterio de UclésMonasterio de Uclés

La ladera del cerro sobre el que se encuentra Uclés ya era utilizada como asentamiento por la población íbera anterior a la presencia en la península de los romanos. Fueron estos los primeros en conceder gran importancia al antiguo núcleo urbano incluyéndolo en el trazado de la calzada que llevaba hasta Segóbriga.

Con el tiempo se transformaría en ciudad visigoda que irremediablemente cumpliría su destino de formar parte del imperio musulmán a partir del siglo VIII. Los árabes la bautizaron con el nombre de Uklis y, al igual que con otras muchas ciudades conquistadas, apreciaron su valor estratégico como potente enclave militar frente al reconquistado reino de Toledo, arrebatado a Fath Ben Musa Ibn Zenun. Este caudillo bereber se refugió en la villa, hizo reforzar sus defensas y construyó el castillo, con mezquita y baños públicos. Sin duda había decidido crear un lugar estratégico de resistencia frente a la imposibilidad de recuperar nuevamente sus territorios.

A pesar de ello, Alfonso VI conquistó la ciudad en el año 1085 para mantener en ella la presencia de las tropas cristianas durante veintitrés años, periodo en el que se intenta una forzada integración de la población mudéjar en las costumbres de los castellanos. En 1108 vuelve a caer en manos de los almorávides tras la cruenta batalla de Uclés, que reúne todos los requisitos de la épica del momento. Las tropas musulmanas habían traspasado a frontera del Tajo y asediaban Uclés.

El rey, ya muy enfermo, envió al lugar un fuerte contingente de tropas para evitar una contraofensiva almorávide y situó al frente de sus huestes a su hijo Sancho, que no había cumplido aún los diez años, custodiado y protegido por el conde de Nájera. El resultado del encuentro fue una terrible derrota castellana en la que el bando enemigo rodeó al infante dándole muerte junto a los siete condes que le acompañaban.

Cruz de la Orden de Santiago en UclésCruz de la Orden de Santiago en Uclés

Rincón de UclésRincón de Uclés


A la Orden de Santiago pertenecieron ilustres artistas como Diego Velázquez o Francisco de Quevedo


La fortaleza no dejaría de ser musulmana hasta el año 1157, tras la firma de un pacto entre el rey Alfonso Vlll y el rey Lobo. Tan solo diecisiete años más tarde sería cedida a la Orden de Santiago, con lo que iniciaría su etapa de mayor esplendor y prosperidad. Allí fijaron residencia los más altos representantes de la orden, siendo esta la encargada de realizar la repoblación de la comarca. Este cúmulo de circunstancias, unidas a la estratégica posición que continuaba manteniendo, provocaron que Uclés se transformase en una gran ciudad fortificada presta para la batalla, pero poseedora de todo lo necesario para atender la presencia de los maestres.

Se trató de un periodo que se prolongó hasta el siglo XIV en el que la comunidad judía mantuvo una presencia importante. La decadencia de la villa fue paralela al distanciamiento progresivo de la frontera conforme se conquistaban nuevos territorios. La Orden de Santiago también trasladaba sus centros de poder siguiendo la misma línea divisoria. En 1493 esta orden militar pasó a depender de la corona, ocupada por los Reyes Católicos, y con ella la localidad. La política de restricción y sometimiento de los maestrazgos y señoríos practicada por Isabel y Fernando dictó su definitivo ocaso.

Ya en el año 1809, fiel a su tradición guerrera, la ciudad fue protagonista de la batalla librada entre las tropas españolas capitaneadas por Venegas y Serra, y las napoleónicas bajo el mando del mariscal Víctor, en la que se registró una importante victoria francesa.

El Escorial de La ManchaEl Escorial de La Mancha

Claustro del Monasterio de UclésClaustro del Monasterio de Uclés

Fachada del Monasterio de UclésFachada del Monasterio de Uclés


Un impresionante monasterio que le otorga su sobrenombre y esconde entre sus muros una joya arquitectónica y artística sin parangón en la comarca


Uno de los testigos más importantes de la historia de Uclés es “El Escorial de La Mancha”, sobrenombre popular con el que se ha bautizado al monasterio, construido entre los siglos XVI y XVIII sobre una antigua iglesia gótica. Es de planta cuadrada y el espacio central está ocupado por un patio y un claustro formado por dos cuerpos. Hacia el exterior muestra una de las obras de mayor tamaño del plateresco español, la fachada del muro este, que se divisa desde la villa.

Las portadas norte y oeste están formadas por arcos de medio punto sobre columnas, destacando en la segunda el medallón de Santiago y las torres gemelas que la flanquean. La portada principal es del año 1735, atribuida a Pedro de Ribera. Toda ella es churrigueresca rematada por un busto del apóstol con espada y estandarte.

El claustro, del siglo XVII, se compone de dos alturas con treinta y seis arcadas. Es obra de Francisco de Mora, discípulo de Herrera, el arquitecto de El Escorial, y en él se puede apreciar una escalera barroca de cuarenta y cuatro escalones realizados cada uno de ellos de una sola pieza de piedra caliza.

La planta de la iglesia es de cruz latina con una nave, y sobre el crucero se eleva una cúpula de media naranja que en su parte exterior está rematada por un chapitel.

La sacristía fue terminada durante el año 1537 y la sala capitular, de gran interés, contiene un busto del emperador Carlos I y también de los treinta y seis maestres de la Orden de Santiago.

En el refectorio se conserva enteramente un artesonado tallado en madera de pino melis, compuesto por 36 casetones, entre los que destacan el del rey Carlos V y el de una calavera coronada que pudiera ser la de Don Álvaro de Luna.

Artesonado del refectorio en el interior del Monasterio de Uclés Artesonado del refectorio en el interior del Monasterio de Uclés

Puerta principal del Monasterio de Uclés en la fachada surPuerta principal del Monasterio de Uclés en la fachada sur

Interior de la iglesia del Monasterio de UclésInterior de la iglesia del Monasterio de Uclés

En el año 1530 trabajaba en el monasterio el gran maestro Andrés de Vandelvira (yerno de Francisco de Luna) que con el correr del tiempo sería conocido por sus impresionantes trabajos en la Plaza Mayor de su localidad natal, Alcaraz, en la Catedral de Jaén, en la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda, Catedral de Baeza y un largo etc.

Las piedras utilizadas en esta fase se trajeron de la cercana ciudad romana de Segóbriga por lo que no es extraño ver algunas de las mismas con inscripciones romanas que han sido reutilizadas en esta parte del edificio, concretamente dos lapidas en el exterior del lado este de la fachada, una de ellas junto a la ventana central del refectorio puede leerse «Iulius Celtiber«.

A destacar que en la iglesia de este monasterio estuvieron enterrados el maestre de la Orden don Rodrigo Manrique y su hijo Jorge Manrique (1440-1479), señor de Villamanrique (Ciudad Real), conocido por haber escrito Coplas por la muerte de su padre. En la construcción de la actual iglesia las tumbas fueron removidas y al día de hoy se desconoce tanto el lugar del enterramiento como el destino de los restos mortales de ambos personajes.

Claustro superior del Monasterio de UclésClaustro superior del Monasterio de Uclés


Os recomendamos completar la visita con el cercano e importante yacimiento de la ciudad romana de Segóbriga, el Parque Natural de la Laguna del Hito y la monumental Huete


En cuanto al castillo de Albarllana, la otra obra monumental de Uclés, guarda la estructura originaria del siglo XI. La parte más importante que se conserva son las dos torres unidas entre sí por un arco. Son las torres del homenaje y de la plata. El centro de esta fortaleza debió de ser el terreno ocupado actualmente por el monasterio.

Por cierto, en el Monasterio de Uclés se han rodado diversas películas, entre ellas podemos citar “Los tres mosqueteros” de Richard Lester, “El puente de San Luis Rey” de Mary McGuckian y “El capitán Alatriste” de Agustín Díaz.


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Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Entre carbón, viñas y raíles: los viejos trenes de Puertollano

Entre carbón, viñas y raíles: los viejos trenes de Puertollano

Desde que se inauguró la primera línea ferroviaria española a mediados del siglo XIX, entre Barcelona y Mataró, es mucho lo que ha llovido alrededor del mundo del tren. El ferrocarril constituyó un medio ideal para la comunicación y el desarrollo en numerosas zonas, que de esta forma potenciaron su economía y dieron impulso a un desarrollo en ocasiones efímero. Fueron zonas que tuvieron su auge gracias a la llegada puntual del convoy, que crecieron a una velocidad endiablada y que en muchos casos, con la clausura de la línea, perdieron su importancia y se despoblaron con la misma rapidez. Curiosamente, en aquellos años la riqueza no venía sólo del pasaje de viajeros, y junto a vagones atestados de obreros, madres y zagales, vendimiadores, tenderos y gallinas, el convoy transportaba también otros repletos de todo lo imaginable siempre y cuando fuese rentable hacerlo: ganado, agua, plomo, arcilla, vino, carbón… Al oeste de Ciudad Real, en la comarca del Campo de Calatrava, existieron ejemplos muy llamativos de estas líneas de carácter mixto.

En 1873 se descubrió carbón en Puertollano. La necesidad de dar salida a este producto llevó a la construcción de una línea férrea que finalmente conectó esta localidad con Madrid, Sevilla y los pueblos mineros del norte de Córdoba atravesando el Valle de Alcudia y las estribaciones de Sierra Madrona. El tren a vapor supuso una considerable ventaja respecto a la situación anterior, ya que hasta entonces el mineral se acarreaba a lomos de mulas y era sacado del valle por caminos infames donde ni siquiera los carros podían circular. Además del carbón, las estaciones del tren minero daban también servicio a viajeros de toda índole (en 1928, un billete entre dos paradas contiguas costaba entre 2 reales y una peseta). Los pasajeros más habituales eran mineros, cazadores y pastores (con perro) camino de sus quinterías, así como grupos de jornaleros que en verano se ocupaban de la siega en los campos de cereal. A las dehesas del Valle de Alcudia llegaban también porqueros para buscar trabajo en “la montanera”, es decir, el cuidado del cerdo a base de varear y acarrear bellotas para el engorde.

Pantano de Montoro en el Valle de Alcudia

                                                               Pantano de Montoro en el Valle de Alcudia

La línea fue desmantelada en los años setenta del pasado siglo por baja rentabilidad, pero en sus primeros tiempos las estaciones debieron ser todo un hervidero de viajeros, obreros, mozos de tren, vendedores y pilluelos de dudosa estampa, todos ellos merodeando por vagones y andenes bajo la atenta mirada del jefe de estación. El tren llegaba envuelto en humo y emitiendo grandes pitidos cuyo cometido era diverso: no sólo servía para alertar de su inminente entrada, sino que avisaba también a los operarios que debían accionar el freno de mano (puesto que estos trenes carecían de frenado automático), y que para este cometido viajaban encerrados en una especie de garita-ratonera bajo el techo de uno de los vagones. No hay que decir que el trabajo era de los menos solicitados en el mundo ferroviario y fuera de él.

Reparando la vía del tren minero. Autor, Fotos de Carrio

                                               Reparando la vía del tren minero. Autor: Fotos de Carrio

Una vez parado el tren, todo se aceleraba extraordinariamente. En el propio andén las situaciones grotescas se sucedían sin tregua. Era frecuente, por ejemplo, que los mozos de estación se compincharan con vendedores y mercachifles para endosar la mercancía al viajero, que ignorante de la emboscada no sospechaba lo que se le venía encima. El alquiler de almohadas tenía gran demanda en los viajes nocturnos. Pero aunque el folleto dejaba claro que las fundas se renovaban con cada viaje, la necesidad de afirmarlo y la propia actitud del tendero hacían dudar a más de uno. Durante los años de posguerra no eran raros asimismo los timos y hurtos de todo tipo, y en las estaciones más importantes las carteras volaban junto a piezas de carrocería, carbón, ruedas de vagoneta y hasta motores de tren completos que luego vendían por partes en los talleres cercanos.

La llegada del tren. Óleo sobre lienzo. Claude Monet, 1877

                                                  La llegada del tren. Óleo sobre lienzo. Claude Monet, 1877

Después, sonaba el silbato y el maquinista hacía circular de nuevo el convoy. Maquinista y fogonero formaban un dúo magistral en la época anterior a la electrificación de las vías, ambos unidos en la adversidad y con todo lo necesario para hacer de la máquina “un lugar donde vivir”. En su utillaje no faltaban sartenes y pucheros a fin de improvisar guisos en plena marcha, cosa que conseguían practicando un orificio en el domo de la caldera y colocando encima la olla rebosante de verduras. Y si la parada era larga nunca estaba de más un asado en el menú: para ello solo era necesario algo de maña y recalentar al fuego la pala de acarrear carbón…

Otra de estas curiosas líneas ferroviarias fue el tren a vapor de Calzada inaugurado en 1893 para conectar las localidades de Valdepeñas y Calzada de Calatrava, y que en 1903 se amplió pasando por Aldea del Rey hasta terminar en Puertollano. El Rey Alfonso XIII aprobó en 1907 una Ley por la cual se autorizó la prolongación del ferrocarril a Villanueva de los Infantes, aunque este proyecto nunca se llevó a cabo. Al igual que en el caso del tren minero, esta línea se creó para dar salida a los productos de la zona entre los que se encontraba el vino, pero el plan originario se malogró finalmente quedando todo en algo mucho más modesto. Efectivamente, hasta 1926 Valdepeñas careció de agua corriente y gracias a esta línea pudo abastecerse del preciado líquido al tiempo que servía de transporte para los viajeros.

Iglesia de la Asunción en Valdepeñas. Autor, Drewbee

                                                    Iglesia de la Asunción en Valdepeñas. Autor: Drewbee

Una de las características más sobresalientes del “trenillo”, como también se le conocía, era la extrema lentitud con que efectuaba los apenas 76 km de recorrido. Desde Valdepeñas hasta Puertollano, final de viaje, el sufrido pasajero dedicaba más de cuatro horas a mirar por la ventanilla, arreglarse las uñas o trabar amistades profundas con sus correligionarios. La causa se debía al carácter mixto de la línea, lo que ocasionaba innumerables pérdidas de tiempo a la hora de cargar o descargar las mercancías. En el apeadero de La Gredera, adonde el “trenillo” llegaba repleto de ociosos camino de unos baños muy frecuentados durante el verano, el regreso podía en cambio resultar un verdadero suplicio mientras se esperaba la carga de greda en el apartadero anexo… Ésto hacía perder los nervios a más de uno.

Y eso si no sufrían un descarrilamiento, cosa por demás frecuente cuando el convoy tomaba un tramo en curva con demasiada viveza. En esas circunstancias el retraso duraba lo que tardaban los vagones en ocupar nuevamente la vía, un trabajo esforzado al que se dedicaban con ahínco maquinista, operarios y en muchas ocasiones hasta los propios pasajeros. Las anécdotas pululaban alrededor de la lentitud del tren. En época de vendimia era habitual ver a los viajeros bajar del “trenillo” en marcha, entrar en las viñas, recoger racimos a manos llenas y alcanzar de nuevo el vagón, todo ello sin apenas despeinarse. Las dudosas hazañas del tren merecieron incluso una copla cantada con guasa en la zona de Valdepeñas: «El trenillo del Moral ya no puede andar de noche, se asusta de las olivas y descarrilan sus coches.»

Un antiguo apeadero de tren. Autor, Willtron.

                                                         Un antiguo apeadero de tren. Autor: Willtron

Afortunadamente estas anécdotas no reducían ni un ápice la seriedad del servicio. El reglamento era algo muy serio y las llamadas de atención, a menudo pintorescas, resultaban cotidianas en éste y otros trenes de la época. Por poner algún ejemplo estaba terminantemente prohibido subir a un vagón en marcha desde las vías, cosa lógica por otro lado si se quería evitar descalabros. Otros motivos de queja tuvieron que ver con los fumadores, el transporte de animales o la antiestética costumbre de colgar botijos de las ventanillas, algo frecuente en las tórridas tardes de agosto cuando ésta era la única solución para refrescar el agua y aligerar el sofoco que se sufría dentro de los vagones.

Custodiado por la la soberbia fortaleza de Calatrava la Nueva, el “trenillo” de Valdepeñas a Puertollano estuvo en funcionamiento durante setenta años hasta su clausura definitiva el día 1 de Septiembre de 1963, tras la mejora de las comunicaciones por carretera y el progresivo despoblamiento de los pueblos y comarcas que atravesaba la línea. Se conservan todavía en Calzada de Calatrava algunos recuerdos de su pasado ferroviario: una caseta de ferrocarril, algunos puentes y las piedras de la estación, poca cosa si hemos de considerar la gran actividad que tuvo en sus primeros años. En la zona donde se ubicaba el edificio y los andenes, los vecinos pueden disfrutar hoy de un merecido descanso en el parque Pedro Almodóvar… Pero sin duda, se trata de un recreo algo menos animado que la barahúnda y la alegría de aquellos años, cuando el “trenillo” cargado de pasajeros hacía sonar su silbato, atacaba los últimos metros y entraba triunfalmente con una hora de retraso en la tranquila localidad del Campo de Calatrava.

Castillo de Calatrava la Nueva, en Calzada de Calatrava. Autor, Mián Prici

                                    Castillo de Calatrava la Nueva, en Calzada de Calatrava. Autor: Mián Prici