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Salamanca, Aula Magna

“Feliz usted que vive en una ciudad por muchas de cuyas calles se puede ir soñando sin temor a que le rompan a uno el sueño”. Usted era Miguel de Unamuno, la apacible ciudad, Salamanca, y quien así consideraba y con tan escaso margen de error era su gran amigo Guerra Junqueiro


Unamuno dijo que era “ciudad abierta y alegre, sí, muy alegre”. George Borrow, en 1840, exclamó “¡qué espléndido lugar es Salamanca!”. La mágica superposición de la ciudad literaria y universitaria con la real hizo decir a Sciascia que Salamanca se acerca a la idea de felicidad cuando vas o vuelves de ella.
Salamanca no forma parte del paisaje, es un mundo cerrado y propio. Como una casa antigua llena de obras de arte, en la que se entra con respeto y cuyas maravillas deben ser valoradas por el que llega, porque los salmantinos saben que lo que tienen en casa es de primera calidad. A lo mejor ellos no le hacen mucho caso, pero saben lo que vale. Aunque se vea mucha gente en la calle y mucha marcha por la noche, no olvidéis que os encontráis en una de las mejores ciudades históricas de Europa, con más monumentos ella sola que algunos países completos. Pasarlo bien no significa pasar de lo bueno, y los monumentos y la historia de Salamanca son de lo mejor.
Allí nació una de las constantes de la cultura hispánica: la ciencia y la picaresca dándose la mano. La viejísima universidad del siglo XIII consiguió ser la mayor de Europa y un gran prestigio en los siglos XVI y XVII. Allí enseñaron Fray Luis de León y Francisco de Vitoria, y allí nacieron desde La Celestina, de Fernando de Rojas, a El Lazarillo de Tormes, la novela picaresca que tendría continuación salmantina con el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y La vida del escudero Marcos de Obregón, de Vicente Espinel. Cultura y pobreza dieron como resultado algunas de las mejores páginas de nuestra literatura, con Salamanca como escenario común de todas ellas.

Vista de Salamanca

Medallón de los Reyes Católicos, fachada de la Universidad de Salamanca

Rúa Mayor

Fray Luis de León, en la noche de Salamanca


Cultura y pobreza en torno a la ciudad de Salamanca dieron como glorioso resultado algunas de las mejores páginas de nuestra literatura


Gran parte del misterio, de la picaresca y de la historia de Salamanca permanece vivo en sus calles. Hay docenas de edificios monumentales, y también tiene varias universidades que proveen de gente muy joven las calles de la ciudad. Su panorama más evocador lo vemos desde la otra orilla del río Tormes: el Puente Romano reflejado en el agua junto a las cúpulas de sus catedrales y al friso del arbolado de la ribera. Si el lugar parece propio para evocar el Siglo de Oro, no podemos olvidar que por estas aguas traían de vuelta a las furcias que habían sido sacadas de la ciudad con motivo de la Semana Santa, en una gran fiesta colectiva llamada Lunes de Aguas.
De la postal del Tormes podemos pasar, caminando sobre el puente romano, a una de sus rarezas: las dos catedrales –Vieja y Nueva- cosidas por la espalda como siamesas nacidas con cuatro siglos de diferencia. Una lo hace en el siglo XII, la románica, y otra en el XVI, gótica, que sería terminada en estilo barroco. El milagro de no destruir la vieja catedral para construir la nueva, ha permitido ver juntas dos soluciones diferentes a un mismo problema arquitectónico. La espléndida vista que, de ambos templos, se divisa desde el Patio Chico hace lamentar que esta actitud conservacionista no sea más que una excepción en nuestra historia arquitectónica.
La universidad, afortunadamente, conserva sus hermosos edificios viejos. En torno al Patio de las Escuelas asoman las Escuelas Mayores, el Hospital del Estudio y las Escuelas Menores. Forman un conjunto plateresco de una belleza delicada y rica, capaz de hacernos viajar al pasado más brillante de Salamanca, aunque siempre encontraremos a alguien que intente sacarnos de la ensoñación para enseñarnos la dichosa rana de la fachada, que traía suerte a los malos estudiantes –A los buenos no les hace falta-. Nadie debe dejar de entrar en las Escuelas Mayores para ver el patio o el aula de Fray Luis, pero menos aún debería perderse el precioso claustro de las Escuelas Menores y el museo en el que se ve un mágico Cielo de Salamanca, un mural cuajado de estrellas donde se dibujan las constelaciones con los signos del Zodiaco.
Durante el Siglo de Oro, en las calles de Salamanca se mezclaban los catedráticos con los astutos predicadores de la orden dominica. El buque insignia de los poderosos dominicos era la iglesia convento de San Esteban, a dos pasos de la catedral y de la universidad; ellos revisaron los papeles de Colón en que pedía ayuda real para su viaje en busca de las Indias, y eran excelentes predicadores con enorme influencia cuyo parecer era extremadamente tenido en cuenta en la España de los Reyes Católicos.
La fachada de San Esteban es de lo mejor del plateresco español, una belleza labrada en el muro exterior con tanta riqueza como imaginación. Al caer la tarde se ilumina son el sol declinante ofreciendo su mejor aspecto.
En competencia con los dominicos, estaban los jesuitas, con grandes influencias en la Corte y en América. Esta orden levantó, no muy lejos de San Esteban, su edificio – emblema: La Clerecía, Colegio Real de la Compañía de Jesús, destinado hoy a Universidad Pontificia. Se trata de un inmenso conjunto de iglesia y edificios destinados a la enseñanza y a residencia de religiosos que destaca en el conjunto urbanístico de la ciudad. La descomunal cúpula del templo y las altas torres nos recuerdan el trabajo de Juan Gómez de Mora de otros arquitectos que llegan hasta el barroco, con el magnífico patio de García de Quiñones.

Casa de las Conchas

Interior de la iglesia de San Esteban

Convento de San Esteban

La Tuna


Aquí nacieron de la mano dos de nuestras constantes: la ciencia y la picaresca


En Salamanca es un placer caminar por las calles de la parte antigua sin rumbo fijo. Todo está próximo y se descubren rincones encantadores y comercios pequeños con ciertas reminiscencias artesanas e, incluso, gremiales entre excelentes edificios como la Casa de las Conchas, famosa por ser una de las mejores obras del gótico civil español, o el Palacio de Monterrey diseñado por Gil de Hontañón, para terminar llegando a la formidable Plaza Mayor, obra del barroco Alberto Churriguera. Es una de las mejores plazas del mundo, sin discusiones, hermosa, clara y compleja. Grande y acogedora, es el verdadero corazón de la ciudad que cada día atrae y vuelve a bombear a sus ciudadanos.
La vida de Salamanca pasa constantemente por la Plaza Mayor. Es el mejor lugar para citarse, para sentarse en sus terrazas, para comer o para pasear a la caída de la tarde, como se hizo siempre desde hace un par de siglos. Esta plaza ha visto de todo, desde corridas de toros a ceremonias religiosas a millares de ligues entre los jóvenes salmantinos de las últimas nueve generaciones. Ahora se liga más en las calles adyacentes, llenas de bares y pubs que desbordan gente hasta impedir la circulación. No podía ser de otra manera en una ciudad con miles de estudiantes y una joven y abundante población prestada. Acuden en busca de saber (“El que quiera saber que vaya a Salamanca”), pero muchos comprueban que “Lo que Natura non da, Salamanca non presta”.

Puente romano y catedrales

Rua Mayor de Salamanca

Catedral Nueva de Salamanca

Retablo Catedral Vieja de Salamanca

Plaza Mayor de Salamanca


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Un paseo por Uclés, el Escorial de La Mancha

Monasterio de Uclés

Esta villa de la Mancha Alta ha sido desde hace siglos la capital de la otrora poderosa Orden militar de Santiago


No existen mejores testigos de la historia de Uclés que sus obras monumentales más significativas, el castillo y el monasterio. En ellos se funde una legendaria tradición medieval en la que se conjugan la biblia y la espada, que a sangre y fuego han marcado el destino de los hombres. Los recuerdos de la villa se pierden en un pasado remoto que se asoma a nosotros con la nostalgia del poderío perdido.

Monasterio de UclésMonasterio de Uclés

La ladera del cerro sobre el que se encuentra Uclés ya era utilizada como asentamiento por la población íbera anterior a la presencia en la península de los romanos. Fueron estos los primeros en conceder gran importancia al antiguo núcleo urbano incluyéndolo en el trazado de la calzada que llevaba hasta Segóbriga.

Con el tiempo se transformaría en ciudad visigoda que irremediablemente cumpliría su destino de formar parte del imperio musulmán a partir del siglo VIII. Los árabes la bautizaron con el nombre de Uklis y, al igual que con otras muchas ciudades conquistadas, apreciaron su valor estratégico como potente enclave militar frente al reconquistado reino de Toledo, arrebatado a Fath Ben Musa Ibn Zenun. Este caudillo bereber se refugió en la villa, hizo reforzar sus defensas y construyó el castillo, con mezquita y baños públicos. Sin duda había decidido crear un lugar estratégico de resistencia frente a la imposibilidad de recuperar nuevamente sus territorios.

A pesar de ello, Alfonso VI conquistó la ciudad en el año 1085 para mantener en ella la presencia de las tropas cristianas durante veintitrés años, periodo en el que se intenta una forzada integración de la población mudéjar en las costumbres de los castellanos. En 1108 vuelve a caer en manos de los almorávides tras la cruenta batalla de Uclés, que reúne todos los requisitos de la épica del momento. Las tropas musulmanas habían traspasado a frontera del Tajo y asediaban Uclés.

El rey, ya muy enfermo, envió al lugar un fuerte contingente de tropas para evitar una contraofensiva almorávide y situó al frente de sus huestes a su hijo Sancho, que no había cumplido aún los diez años, custodiado y protegido por el conde de Nájera. El resultado del encuentro fue una terrible derrota castellana en la que el bando enemigo rodeó al infante dándole muerte junto a los siete condes que le acompañaban.

Cruz de la Orden de Santiago en UclésCruz de la Orden de Santiago en Uclés

Rincón de UclésRincón de Uclés


A la Orden de Santiago pertenecieron ilustres artistas como Diego Velázquez o Francisco de Quevedo


La fortaleza no dejaría de ser musulmana hasta el año 1157, tras la firma de un pacto entre el rey Alfonso Vlll y el rey Lobo. Tan solo diecisiete años más tarde sería cedida a la Orden de Santiago, con lo que iniciaría su etapa de mayor esplendor y prosperidad. Allí fijaron residencia los más altos representantes de la orden, siendo esta la encargada de realizar la repoblación de la comarca. Este cúmulo de circunstancias, unidas a la estratégica posición que continuaba manteniendo, provocaron que Uclés se transformase en una gran ciudad fortificada presta para la batalla, pero poseedora de todo lo necesario para atender la presencia de los maestres.

Se trató de un periodo que se prolongó hasta el siglo XIV en el que la comunidad judía mantuvo una presencia importante. La decadencia de la villa fue paralela al distanciamiento progresivo de la frontera conforme se conquistaban nuevos territorios. La Orden de Santiago también trasladaba sus centros de poder siguiendo la misma línea divisoria. En 1493 esta orden militar pasó a depender de la corona, ocupada por los Reyes Católicos, y con ella la localidad. La política de restricción y sometimiento de los maestrazgos y señoríos practicada por Isabel y Fernando dictó su definitivo ocaso.

Ya en el año 1809, fiel a su tradición guerrera, la ciudad fue protagonista de la batalla librada entre las tropas españolas capitaneadas por Venegas y Serra, y las napoleónicas bajo el mando del mariscal Víctor, en la que se registró una importante victoria francesa.

El Escorial de La ManchaEl Escorial de La Mancha

Claustro del Monasterio de UclésClaustro del Monasterio de Uclés

Fachada del Monasterio de UclésFachada del Monasterio de Uclés


Un impresionante monasterio que le otorga su sobrenombre y esconde entre sus muros una joya arquitectónica y artística sin parangón en la comarca


Uno de los testigos más importantes de la historia de Uclés es “El Escorial de La Mancha”, sobrenombre popular con el que se ha bautizado al monasterio, construido entre los siglos XVI y XVIII sobre una antigua iglesia gótica. Es de planta cuadrada y el espacio central está ocupado por un patio y un claustro formado por dos cuerpos. Hacia el exterior muestra una de las obras de mayor tamaño del plateresco español, la fachada del muro este, que se divisa desde la villa.

Las portadas norte y oeste están formadas por arcos de medio punto sobre columnas, destacando en la segunda el medallón de Santiago y las torres gemelas que la flanquean. La portada principal es del año 1735, atribuida a Pedro de Ribera. Toda ella es churrigueresca rematada por un busto del apóstol con espada y estandarte.

El claustro, del siglo XVII, se compone de dos alturas con treinta y seis arcadas. Es obra de Francisco de Mora, discípulo de Herrera, el arquitecto de El Escorial, y en él se puede apreciar una escalera barroca de cuarenta y cuatro escalones realizados cada uno de ellos de una sola pieza de piedra caliza.

La planta de la iglesia es de cruz latina con una nave, y sobre el crucero se eleva una cúpula de media naranja que en su parte exterior está rematada por un chapitel.

La sacristía fue terminada durante el año 1537 y la sala capitular, de gran interés, contiene un busto del emperador Carlos I y también de los treinta y seis maestres de la Orden de Santiago.

En el refectorio se conserva enteramente un artesonado tallado en madera de pino melis, compuesto por 36 casetones, entre los que destacan el del rey Carlos V y el de una calavera coronada que pudiera ser la de Don Álvaro de Luna.

Artesonado del refectorio en el interior del Monasterio de Uclés Artesonado del refectorio en el interior del Monasterio de Uclés

Puerta principal del Monasterio de Uclés en la fachada surPuerta principal del Monasterio de Uclés en la fachada sur

Interior de la iglesia del Monasterio de UclésInterior de la iglesia del Monasterio de Uclés

En el año 1530 trabajaba en el monasterio el gran maestro Andrés de Vandelvira (yerno de Francisco de Luna) que con el correr del tiempo sería conocido por sus impresionantes trabajos en la Plaza Mayor de su localidad natal, Alcaraz, en la Catedral de Jaén, en la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda, Catedral de Baeza y un largo etc.

Las piedras utilizadas en esta fase se trajeron de la cercana ciudad romana de Segóbriga por lo que no es extraño ver algunas de las mismas con inscripciones romanas que han sido reutilizadas en esta parte del edificio, concretamente dos lapidas en el exterior del lado este de la fachada, una de ellas junto a la ventana central del refectorio puede leerse «Iulius Celtiber«.

A destacar que en la iglesia de este monasterio estuvieron enterrados el maestre de la Orden don Rodrigo Manrique y su hijo Jorge Manrique (1440-1479), señor de Villamanrique (Ciudad Real), conocido por haber escrito Coplas por la muerte de su padre. En la construcción de la actual iglesia las tumbas fueron removidas y al día de hoy se desconoce tanto el lugar del enterramiento como el destino de los restos mortales de ambos personajes.

Claustro superior del Monasterio de UclésClaustro superior del Monasterio de Uclés


Os recomendamos completar la visita con el cercano e importante yacimiento de la ciudad romana de Segóbriga, el Parque Natural de la Laguna del Hito y la monumental Huete


En cuanto al castillo de Albarllana, la otra obra monumental de Uclés, guarda la estructura originaria del siglo XI. La parte más importante que se conserva son las dos torres unidas entre sí por un arco. Son las torres del homenaje y de la plata. El centro de esta fortaleza debió de ser el terreno ocupado actualmente por el monasterio.

Por cierto, en el Monasterio de Uclés se han rodado diversas películas, entre ellas podemos citar “Los tres mosqueteros” de Richard Lester, “El puente de San Luis Rey” de Mary McGuckian y “El capitán Alatriste” de Agustín Díaz.


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Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©