El Buen Retiro fue creado para diversión y solaz del cuarto Felipe, y desde luego cumplió su cometido a las mil maravillas. Parecía que un carnaval colorista y extravagante se había instalado en los vergeles del Parque durante todo el año, y las alegres fiestas nobles, religiosas y paganas, con trajes caprichosos y carrozas despampanantes, fluían por doquier en avenidas y parterres haciendo del lugar una pintoresca mascarada. Desde el momento de su inauguración, Felipe IV no se anduvo con remilgos y se apresuró a semejarse a su regio colega francés convocando certámenes, justas, cabalgadas mitológicas, cuadrillas festivas, toros y juegos de cañas. Otras veces se decantaba por los banquetes, las comedias ligeras, las músicas, los bailes y hasta los espectáculos acuáticos, sucediéndose sin interrupción en aquel centro del bullicio y del placer.
Cielo y agua. Autor, Paulo Valdivieso
Las críticas por tamaño despilfarro no tardaron en correr como la pólvora afectando no solo al gracioso monarca sino también a su propio valido, el conde-duque de Olivares. De él se decía que:
“Pasa el tiempo inventando saraos, máscaras, farsas y otras fiestas, en que se perdía el tiempo y quizás algunos negocios de importancia; y parecía más a los de Nínive, a los días de Nerón y a los últimos de los romanos en el uso y en el proceder”.
Noche y nieve en El Retiro. Autor, Pedro Pimentel
La primera fiesta fue en el año 1631, es decir, a poco de comenzar las obras del Retiro. Y luego, a medida que se acababan las diferentes partes,iban viniendo más fiestas para celebrarlo. Apenas terminada la plaza y el cuerpo principal de palacio, fiesta. Con la llegada de la verbena de san Juan en los jardines del Prado, otra fiesta… Y así sucesivamente. Se hizo preparar una plaza especial para el popular juego de las cañas, y con gradas que ocupaban damas de la corte con lujosos atavíos. El juego de cañas era uno de los más atractivos en aquella época de incontenible pasión militar, y consistía en una competición a caballo entre grupos de nobles, que se perseguían en cargas sucesivas lanzándose cañas a modo de dardos arrojadizos. La habilidad del jinete para detener las lanzas con el escudo al tiempo que manejaba el caballo era motivo muy celebrado en los círculos de sociedad, y como no podía ser de otra forma, al término de estos juegos se repartían sonados premios (que curiosamente ganaba siempre el rey) mientras la fiesta y el regocijo volvía a hacer aparición en el parque.
El juego de las Cañas. Obra de Juan de la Corte. 1590-1662
Pero por lucidos y costosos que fueran aquellos primeros saraos, todos quedaron eclipsados por el brillo, la variedad y la magnificencia que revistieron los de 1637. ¿El motivo? Éste fue lo de menos, aunque para cumplir con el pueblo se decidió que la excusa perfecta sería un hecho tan ajeno a la corona española como la elevación del primo del rey, Fernando III de Hungría, a sucesor del trono imperial. Los festejos duraron diez días sin interrupción, y en los preparativos se llegó a eliminar un monte que allí había “desde que Dios crió el mundo” y que costó al erario de la villa 100.000 ducados. Así empezó la noche del 15 de febrero, la primera de la serie de diez, con las costrucciones de madera iluminadas mediante 900 candelabros gigantescos, que se encendieron al anochecer y, según palabras textuales de una gaceta de la época, “Estaba la plaza hecha un cielo”. La comitiva real con carrozas, jinetes portando antorchas y bandas de música atravesó todo Madrid en dirección al Buen Retiro, y fue todo un acontecimiento comentado durante las siguientes décadas.
Cascada y estanque en el Retiro. Autor, Manuel Martín Vicente
Durante éste y otros espectáculos no dejaron de sobrevenir accidentes, tenidos algunos como signos de presagio fatal. Así, en la noche de san Juan de 1639, a punto de dirigirse los reyes a tomar un estrado improvisado para que presenciasen ciertas danzas, se rompió un estanque que se hallaba detrás y en alto, destrozando toda la estructura con la fuerza del agua. De haber ocurrido minutos después hubiera acarreado una catástrofe. Más graves efectos tuvo la misma noche al año siguiente cuando se representaba una fiesta dramático mitológica en la isleta central del lago del Retiro, ocupando la orquesta y los espectadores gran número de barcas. En plena función una fuerte corriente de viento apagó las luces, arrastró los toldos del tablado y los artificios teatrales y dispersó las embarcaciones, estando a punto de hacerlas zozobrar con gran riesgo de sus ocupantes, que a duras penas se salvaron a nado.
Otoño en El Retiro. Autor, Manuel Martín Vicente
Pero el acontecimiento más tremendo de todos fue el incendio de palacio en los carnavales de 1641, solo 8 meses después del acontecimiento narrado. Ardieron sus dos principales torres y un lienzo de la pared que miraba a Madrid, con lo que se perdieron cuadros, muebles y alhajas de gran valía y murieron algunas personas que acudieron a sofocarlo. El rey, la reina y las damas, a medio vestir, salieron o fueron sacados de sus habitaciones donde también había prendido el voraz elemento, que duró más de un día sin interrupción mientras grupos de desalmados acudían allí presurosos para ver de qué manera podían aprovecharse. Estas tres calamidades ocurridas en el espacio de pocos meses una de la otra, dieron lugar a amplios comentarios y profecías funestas, llegándose a decir que en la primera ocasión el castigo vino del agua; en la segunda del aire, y en la tercera del fuego… No quedaba otra que el próximo castigo viniera de la tierra, como así efectivamente ocurrió, en enero de 1643, cuando el conde-duque de Olivares perdió finalmente todo su crédito político y fue desterrado para siempre de Madrid…
Un rincón del Parque. Autor, Manuel Martín Vicente
Continuará…