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Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (3ª Parte)

Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (3ª Parte)

Dado el entusiasmo que a Felipe IV le inspiraban las comedias, deducimos que aquel Real Sitio creado para su placer no podía estar sin representaciones teatrales que le permitieran alimentar su distracción favorita, y además hacerlo a lo grande, sin el incógnito y el misterio con que asistía a veces a los corrales públicos. De esta forma, al construirse el palacio del Buen Retiro se dispuso en su ala meridional un salón para representaciones teatrales. Después, en 1639, terminó de levantarse el llamado “Coliseo del Buen retiro”, más amplio y suntuoso que los corrales públicos y adecuado para las más variadas complicaciones de tramoya. Era el teatro oficial de la corte, y durante cierto tiempo solo asistían a él las personas distinguidas que el soberano gustaba de invitar. Sin embargo, la mayoría de las veces estaba abierto al público y aún con entradas de pago, al menos con parte de las localidades.

Estampa invernal. Autor, Sabersabor.es

Estampa invernal. Autor, Sabersabor.es

El escenario del “Coliseo del Buen Retiro” aventajaba en magnitud a cualquier teatro conocido en Madrid, y tenía además el privilegio de que podía abrirse por el fondo hacia el jardín, haciendo que éste formara también parte de las representaciones cuando se trataba de paisajes con árboles (preludio de lo que sería después el teatro de la Naturaleza). La etiqueta para asistir a estas representaciones debió ser estricta a juzgar por el comportamiento de la propia familia real, sus acompañantes y sus damas de honor. Según el relato del francés Bernaut:

“Entraron luego el rey, la reina y la infanta, llevando delante una vela una de las damas. El rey, al entrar, saludó a todas ellas, quitándose el sombrero, y se sentó en un cancel; la reina a su izquierda y la infanta a la izquierda de la reina. El rey, durante toda la representación, salvo una sola palabra que dijo a su esposa, no movió pie, ni mano, ni cabeza, solamente volvió los ojos a un lado y a otro, y cerca de él solo había un enano. Terminada la comedia abrazáronse todas las damas y fueron saliendo una tras otra, juntáronse en medio y asiéronse de las manos e hiciéronse mutuamente reverencias, que duraron un cuarto de hora, porque las hacían una tras otra. En tanto el rey estaba con el sombrero en la mano. Al fin se levantó también e hizo una reverencia a la reina, la cual hizo lo propio con la infanta”.

Cabaña del pescador. Autor, marcp_dmoz

Cabaña del pescador. Autor, marcp_dmoz

Atardecer. Autor, Javier Martin Espartosa

Atardecer. Autor, Javier Martin Espartosa

Felipe IV gustaba de las representaciones espectaculares y con complicados efectos visuales y sonoros (lo que hoy identificaríamos con un buen film de George Lucas o James Cameron), aunque respetasen poco el argumento original. Así, ante los ojos del atónito espectador se hacían surgir inundaciones, lluvias de fuego, tempestades furiosas, terremotos, o bien aparecían centenares de comparsas en desfiles de ejércitos y pasos de procesiones. Además, las funciones del Buen Retiro duraban una media de cinco a seis horas, sirviéndose a los asistentes durante ellas manjares y refrescos en abundancia. No se escatimaban los gastos por cuantiosos que estos fueran, para representar dichas escenas con todo el brillo posible, de modo que en cada obra era normal desembolsos del erario público de muchos miles de ducados.

Cañon y palomas de la paz. Autor, Chatarra.

Cañón y palomas de la paz. Autor, Chatarra

Pero no solo se representaban obras escénicas en el teatro del Buen Retiro, sino que los jardines y el estanque grande servían a menudo para el mismo fin, convenientemente dispuestos. En una de estas representaciones, titulada “Los encantos de Circe”, la isla central del estanque se revistió de corales, moluscos y otros productos marinos, además de adornarla con cascadas de surtidores de agua que caían con gran aparato en el estanque. Al comenzar el primer acto apareció la diosa del mar sentada en su trono (en el interior de una barca, rodeada de nereidas y tritones que cantaban y bailaban en el agua). Ulises aparecía después acosado por una terrible tempestad en la que un monte, dispuesto para la ocasión sobre la isla, desaparecía trocado al instante en un maravilloso palacio de oro, mármol, cristal y pedrería. Todos los compañeros de Ulises quedaron hechizados y transformados en cerdos a causa de los encantos de la diosa. Todos salvo Ulises, por supuesto, quien avisado a tiempo tomó del dios Mercurio un amuleto en forma de flor que le permitiría acercarse a Circe sin peligro. Con lo que no contaba es con la arrolladora pasión que surgió de inmediato entre los dos, mientras de las profundidades del estanque surgían monstruos, ballenas y delfines a rendirles pleitesía (éstos últimos arrojaban al aire surtidores de agua perfumada que salpicaba a los espectadores)… En fin, seis horas de espectáculo ininterrumpido que recordaba insistentemente a las antiguas naumaquias de los romanos o, con mucho menor aparato, lo que en nuestros días constituyen ciertos espectáculos circenses.

Todo el arco iris en una ventana. Palacio de Cristal. Autor, Sabersabor.es

Todo el arco iris en una ventana. Palacio de Cristal. Autor, Sabersabor.es

El Real Sitio del Retiro dejó, pues, una estela brillante en los anales de la pompa regia y del epicureismo cortesano. Fue la apoteosis del placer, de la galantería, de la magnificencia, de la visualidad. Ni Babilonia, ni Roma, ni Venecia, ni París disfrutaron tal vez de fiestas más ruidosas y alegres, de pedestal más propicio para cimentar las glorias fáciles de un soberano gozador… Pero hasta aquel paraíso no llegaban los clamores públicos, y el rey pasó los mejores años de su gobierno ajeno a los graves problemas por lo que atravesaba España. Pues mientras se agotaban allí el ingenio y las arcas del Tesoro Público perdíamos Portugal y el Rosellón; sufríamos sangrientas insurrecciones en Cataluña, Nápoles y Sicilia; fraguábanse planes separatistas en Andalucía y Aragón, y hasta carecíamos de recursos para pagar a los soldados que luchaban en media Europa, y a quienes el hambre y las inclemencias de un tiempo pasado a la intemperie obligaban a la indisciplina y la depredación… El gran drama de España tras los excelsos bastidores del Retiro.

Las fieras. Autor, Franco Caruzzo

Las fieras. Autor, Franco Caruzzo

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Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (2ª Parte)

Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (2ª Parte)

El Buen Retiro fue creado para diversión y solaz del cuarto Felipe, y desde luego cumplió su cometido a las mil maravillas. Parecía que un carnaval colorista y extravagante se había instalado en los vergeles del Parque durante todo el año, y las alegres fiestas nobles, religiosas y paganas, con trajes caprichosos y carrozas despampanantes, fluían por doquier en avenidas y parterres haciendo del lugar una pintoresca mascarada. Desde el momento de su inauguración, Felipe IV no se anduvo con remilgos y se apresuró a semejarse a su regio colega francés convocando certámenes, justas, cabalgadas mitológicas, cuadrillas festivas, toros y juegos de cañas. Otras veces se decantaba por los banquetes, las comedias ligeras, las músicas, los bailes y hasta los espectáculos acuáticos, sucediéndose sin interrupción en aquel centro del bullicio y del placer.

 

2. Cielo y agua. Autor, Paulo Valdivieso

Cielo y agua. Autor, Paulo Valdivieso

Las críticas por tamaño despilfarro no tardaron en correr como la pólvora afectando no solo al gracioso monarca sino también a su propio valido, el conde-duque de Olivares. De él se decía que:
“Pasa el tiempo inventando saraos, máscaras, farsas y otras fiestas, en que se perdía el tiempo y quizás algunos negocios de importancia; y parecía más a los de Nínive, a los días de Nerón y a los últimos de los romanos en el uso y en el proceder”.

 

3. Noche y nieve en El Retiro. Autor, Pedro Pimentel

Noche y nieve en El Retiro. Autor, Pedro Pimentel

La primera fiesta fue en el año 1631, es decir, a poco de comenzar las obras del Retiro. Y luego, a medida que se acababan las diferentes partes,iban viniendo más fiestas para celebrarlo. Apenas terminada la plaza y el cuerpo principal de palacio, fiesta. Con la llegada de la verbena de san Juan en los jardines del Prado, otra fiesta… Y así sucesivamente. Se hizo preparar una plaza especial para el popular juego de las cañas, y con gradas que ocupaban damas de la corte con lujosos atavíos. El juego de cañas era uno de los más atractivos en aquella época de incontenible pasión militar, y consistía en una competición a caballo entre grupos de nobles, que se perseguían en cargas sucesivas lanzándose cañas a modo de dardos arrojadizos. La habilidad del jinete para detener las lanzas con el escudo al tiempo que manejaba el caballo era motivo muy celebrado en los círculos de sociedad, y como no podía ser de otra forma, al término de estos juegos se repartían sonados premios (que curiosamente ganaba siempre el rey) mientras la fiesta y el regocijo volvía a hacer aparición en el parque.

 

4. El juego de las Cañas. Obra de Juan de la Corte. 1590-1662

El juego de las Cañas. Obra de Juan de la Corte. 1590-1662

Pero por lucidos y costosos que fueran aquellos primeros saraos, todos quedaron eclipsados por el brillo, la variedad y la magnificencia que revistieron los de 1637. ¿El motivo? Éste fue lo de menos, aunque para cumplir con el pueblo se decidió que la excusa perfecta sería un hecho tan ajeno a la corona española como la elevación del primo del rey, Fernando III de Hungría, a sucesor del trono imperial. Los festejos duraron diez días sin interrupción, y en los preparativos se llegó a eliminar un monte que allí había “desde que Dios crió el mundo” y que costó al erario de la villa 100.000 ducados. Así empezó la noche del 15 de febrero, la primera de la serie de diez, con las costrucciones de madera iluminadas mediante 900 candelabros gigantescos, que se encendieron al anochecer y, según palabras textuales de una gaceta de la época, “Estaba la plaza hecha un cielo”. La comitiva real con carrozas, jinetes portando antorchas y bandas de música atravesó todo Madrid en dirección al Buen Retiro, y fue todo un acontecimiento comentado durante las siguientes décadas.

 

5. Cascada y estanque en el Retiro. Autor, Manuel Martín Vicente

Cascada y estanque en el Retiro. Autor, Manuel Martín Vicente

Durante éste y otros espectáculos no dejaron de sobrevenir accidentes, tenidos algunos como signos de presagio fatal. Así, en la noche de san Juan de 1639, a punto de dirigirse los reyes a tomar un estrado improvisado para que presenciasen ciertas danzas, se rompió un estanque que se hallaba detrás y en alto, destrozando toda la estructura con la fuerza del agua. De haber ocurrido minutos después hubiera acarreado una catástrofe. Más graves efectos tuvo la misma noche al año siguiente cuando se representaba una fiesta dramático mitológica en la isleta central del lago del Retiro, ocupando la orquesta y los espectadores gran número de barcas. En plena función una fuerte corriente de viento apagó las luces, arrastró los toldos del tablado y los artificios teatrales y dispersó las embarcaciones, estando a punto de hacerlas zozobrar con gran riesgo de sus ocupantes, que a duras penas se salvaron a nado.

 

6. Otoño en El Retiro. Autor, Manuel Martín Vicente

Otoño en El Retiro. Autor, Manuel Martín Vicente

Pero el acontecimiento más tremendo de todos fue el incendio de palacio en los carnavales de 1641, solo 8 meses después del acontecimiento narrado. Ardieron sus dos principales torres y un lienzo de la pared que miraba a Madrid, con lo que se perdieron cuadros, muebles y alhajas de gran valía y murieron algunas personas que acudieron a sofocarlo. El rey, la reina y las damas, a medio vestir, salieron o fueron sacados de sus habitaciones donde también había prendido el voraz elemento, que duró más de un día sin interrupción mientras grupos de desalmados acudían allí presurosos para ver de qué manera podían aprovecharse. Estas tres calamidades ocurridas en el espacio de pocos meses una de la otra, dieron lugar a amplios comentarios y profecías funestas, llegándose a decir que en la primera ocasión el castigo vino del agua; en la segunda del aire, y en la tercera del fuego… No quedaba otra que el próximo castigo viniera de la tierra, como así efectivamente ocurrió, en enero de 1643, cuando el conde-duque de Olivares perdió finalmente todo su crédito político y fue desterrado para siempre de Madrid…

 

7. Un rincón del Parque. Autor, Manuel Martín Vicente

Un rincón del Parque. Autor, Manuel Martín Vicente

Continuará…

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Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (1ª Parte)

Cuando el parque del Retiro era joven. Felipe IV y sus antojos (1ª Parte)

El Parque del Retiro de Madrid, hoy pulmón de los madrileños y uno de los parques históricos más reverenciados de todo el país, fue la única gran obra realizada por Felipe IV en la entonces ya excelsa capital de España. Sin embargo, conviene saber que los orígenes de este parque fueron muy humildes. En el monasterio de San Jerónimo, situado en las proximidades del Prado, Felipe II hizo ampliar algunas de sus dependencias para su uso privado y lo rodeó de un modesto jardín, que agrandó y adornó con un estanque cuando entró en la corte su cuarta esposa, Ana de Austria. Aquel paraje fue llamado “Cuarto Real de San Jerónimo”, y también “Retiro”, por ser el lugar favorito al que se retiraban los reyes en lutos, Cuaresma, Penitencias, etc. Arrimada a la huerta del monasterio se encontraba también una casa de aves extrañas, denominada por esta causa “El Gallinero”, y que fue precursora de la posterior “Casa de fieras” o jardín zoológico.

 

2. Una de las fuentes del parque. Autor, Slasher-fun

Una de las fuentes del parque. Autor, Slasher-fun

Este “Gallinero” era una gran pajarera perteneciente a la condesa de Olivares, que había reunido allí una colección magnífica de aves muy estimada por ella y por su marido, y de la cual hicieron donación a los reyes. Vista la obra en conjunto desde la perspectiva de los siglos, es llamativo comprobar cómo a pesar de su indiscutible valía el Retiro fue uno de los asuntos más impopulares del reinado de Felipe IV. Ello se debió a su estratosférico coste, un ultraje a la miseria de la nación por aquella época, que debió pagar además un impuesto extra para sostener el alocado antojo de su rey. Fue además el Retiro en centro preeminente de la frivolidad y la disipación para el monarca y sus cortesanos, de modo que las fiestas y las orgías de aquel espléndido parque contrastaban demasiado con los males públicos como para que la opinión pública las viese con indiferencia.

 

3. Estanque del Parque del Retiro. Autor, LensesDrilling

Estanque del Parque del Retiro. Autor, LensesDrilling

El Buen Retiro fue un Versalles español, y con el fin de emular el lujo y el excelso brillo del rey Sol y su corte, Felipe IV lo construyó seguro de superar en esplendor las glorias pomposas del Real Sitio francés. Eco fiel del desagrado popular ante tamaño exceso son ciertos versos humorísticos atribuidos a Quevedo:

“Pero no es buena ocasión
Que, cuando hay tantos desastres,
Hagas brotar fuentes de agua
Cuando corren ríos de sangre.
No es razón que cuando el cielo,
Desenvainando el alfanje,
Se mira contra nosotros
Por nuestros pecados graves,
Andes haciendo retiros
Y no haciendo soledades”.

4. Rincones para Eros. Autor, B. Iru Pérez

Rincones para Eros. Autor, B. Iru Pérez

Se pensó durante mucho tiempo que el Retiro era empresa codiciada por el Conde-Duque de Olivares, para lo cual puso para contribución de los trabajos las arcas públicas y se apropió de numerosas parcelas pertenecientes al monasterio de los Jerónimos. Todo se construyó en el corto plazo de 10 años, y en sus orígenes fue más amplio que el que ahora conocemos.

 

5. El Palacio de Cristal. Autor, Cristiano Maia

El Palacio de Cristal. Autor, Cristiano Maia

Solo parcialmente cercado, el parque incluía además de las dependencias del monasterio, cinco grandes plazas; un estanque casi cuatro veces como la plaza Mayor de Madrid, y otros más pequeños; ocho ermitas; dos teatros; una construcción especial para saraos y bailes; un juego de pelota y el famoso “Gallinero”. Completaba las obras un número considerable de huertas, bosques, jardines y glorietas. El famoso estanque o lago del Retiro ya existía en su emplazamiento actual, cercado por una barandilla de hierro y por varias norias, mientras que en su centro se destacaba un islote oval con árboles, que se convirtió varias veces en escenario para la representación de obras de teatro y mitológicas fiestas. Al lado oriental del estanque se encontraba el edificio de las “Atarazanas”, para construir o reparar los barcos destinados a aquel. Pero lo más curioso es que del estanque arrancaba un canal navegable, llamado “El Mallo” o río Grande”, que iba hacia el sitio donde se encontraba la “Casa de fieras”. Para los paseos se hizo traer de Nápoles 6 góndolas guarnecidas de plata, en las que el rey y los suyos embarcaban una tarde sí y otra también hasta el punto de terminar siendo una de las principales diversiones de la Corte.

 

6. Estampa clásica del parque. Autor, Cibustos

Estampa clásica del parque. Autor, Cibustos

En definitiva, el Buen Retiro, con sus lagos, explanadas y grandes salones para espectáculos y fiestas; con sus bosques para la caza; con su mezcla de ermitas católicas y desnudas divinidades paganas en las glorietas; con sus apartados pabellones y rincones floridos, ocultos, ideados más para el culto a Eros que como solaz místico, fue un parque destinado al fasto de la monarquía y la nobleza española de más abolengo, y de ahí su esplendor clásico con que hoy se engalana ante las miradas sorprendidas de los paseantes. Fue el adecuado marco para aquel rey galante y libertino, y para aquella Corte caballeresca, sensual y fastuosa, que encontraba en algunos de aquellos poéticos lugares su escenario ideal para reales o imaginarias aventuras de amor. El pueblo, sin embargo, no pudo hacer otra cosa ante tal derroche que sacar salvajes coplillas y recitarlas en los burladeros y tabernas de Madrid, y en las orillas del Manzanares, donde las lavanderas reían entre sábana y sábana mientras oían la voz de los galanes ociosos cantando aquello de:

“Buenos están los faroles,
La plazuela y plateado;
Medio millón se ha gastado
Solamente en caracoles”.

7. Paseo de las Estatuas. Autor, B. Iru Pérez

Paseo de las Estatuas. Autor, B. Iru Pérez

Continuará…

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La Biennale di Venezia. En busca del espíritu de la Ciudad de los Canales

La Biennale di Venezia, o en busca del espíritu de la Ciudad de los Canales

Hoy da comienzo en Venecia su glamorosa Mostra Internacional de Cine, la 70 edición de la Biennale que hasta el próximo 7 de septiembre deslumbrará al mundo cinematográfico con su repertorio de films para todos los gustos. Es ésta una ocasión ideal que nos permitirá aunar en un entorno único la élite del cine en su más fastuosa expresión, con el entorno aún más elitista, señorial, romántico y vetusto de la Venecia que todos conocemos. ¿Qué tiene esta ciudad encaramada a 118 islas junto al mar Adriático, en la laguna de Venecia, con sus 150 canales y sus más de 400 puentes atravesando la ciudad en todos los sentidos? ¿Qué poseen los palacios, las iglesias, las plazas o las colecciones artísticas venecianas que no tengan otros lugares como Florencia, Nápoles o la mismísima Roma, la que fue centro indiscutible del mundo durante casi un milenio…?

2. Canal de Venecia. Una vista de cine. Ghetu Daniel

                                                      Canal de Venecia. Una vista de cine. Ghetu Daniel

3. Destino, Venecia. Autor, Rodrigo Soldon

                                                             Destino, Venecia. Autor: Rodrigo Soldon

4. Gran Canal y Basílica della salutte. Canaletto. Óleo fechado en 1697

                                        Gran Canal y Basílica della salutte. Canaletto. Óleo fechado en 1697

5. Canal y góndola. Autor, Alex Scarcella

                                                                Canal, puente y barca. Autor: Alex Scarcella

6. Fachada de San Moisè. Autor, Paolagospo

                                                            Fachada de San Moisè. Autor: Paolagospo

7. Vista nocturna del Gran Canal de Venecia. Autor, Jdiego Gr

                                               Vista nocturna del Gran Canal de Venecia. Autor: Jdiego Gr

La atracción de Venecia resiste cualquier interpretación lógica. Y es que, tal vez, debamos buscar más en las impresiones indelebles de nuestros sentidos que en el denso currículum que sobre “La ciudad de los Canales” ofrece cualquier enciclopedia al uso. Venecia es Venecia, y ya en el siglo XIX el famoso escritor Mark Twain (que luego se haría universalmente famoso por sus inolvidables “Tom Sawyer” y “Las aventuras de Huckleberry Finn”) renunciaba por completo a todo intento de explicar esa atracción lánguida y a la vez excitante que a todos nos envuelve cada vez que visitamos la ciudad… Renunció, sí. Y de seguido escribió esto:

“Vemos a las niñas y a los niños salir en las góndolas con sus niñeras, a tomar el aire. Vemos a familias austeras, con el libro de oraciones y el rosario, subir a la góndola vestidos con las galas del domingo, e irse flotando a misa. Y a medianoche, vemos como se abre el teatro y se deshace de su enjambre de juventud y belleza; escuchamos los gritos de los gondoleros y contemplamos cómo salta a bordo la multitud, forcejeando, y la negra masa de barcas que se deslizan por las avenidas iluminadas por la luna; vemos cómo se separan aquí y allá, y desaparecen por calles divergentes; escuchamos las débiles risas y las remotas despedidas que flotan en la distancia; y luego, cuando ha pasado ya la curiosa procesión, disfrutamos de solitarios tramos de aguas resplandecientes, de edificios majestuosos, de sombras emborronadas, de extraños rostros de piedra que se mueven sigilosamente a la luz de la luna, de puentes solitarios, de barcas detenidas, ancladas. Y por encima de todo ello, se cierne esa misteriosa quietud, ese silencio furtivo, que tanto le conviene a esta Venecia, vieja y soñadora”.

De la obra: “Guía para viajeros inocentes”. Mark Twain
Ediciones del Viento, 2009

8. El tétrico puente de los Suspiros, el último paseo de los condenados. Autor, Raúl Soriano

                      El tétrico puente de los Suspiros, último paseo de los condenados. Autor: Raúl Soriano

9. Piazza San Marco. Autor, Fabriziosinopoli

                                                            Piazza San Marco. Autor: Fabriziosinopoli

10. Un paseo por Venecia. Autor, Rodrigo Soldon

                                                          Un paseo por Venecia. Autor: Rodrigo Soldon

11. Anochecer en Venecia. Autor, José María Cuéllar

                                          Anochecer en la Ciudad de los Canales. Autor: José María Cuéllar

12. Venecia en blanco en negro. Autor, Giovy It

                                                           Venecia en blanco en negro. Autor: Giovy It

13. Basílica de Santa María della Salute, Venecia. Autor, Rodrigo Soldon

                                               Basílica de Santa María della Salute. Autor: Rodrigo Soldon

14. Vista de Venecia. Palacio Ducal y parte de San Giorgio. Joseph Mallord William Turner. Óleo sobre lienzo, 1841

     Vista de Venecia. Palacio Ducal y parte de San Giorgio. Joseph Mallord William Turner. Óleo sobre lienzo, 1841

La magia y la decadencia sublime de Venecia han sido evocadas por infinidad de visitantes a lo largo de los siglos, y este extracto del famoso libro de viajes de Mark Twain, escrito hacia 1869, nos sugiere ante todo un paisaje sentimental: no tiene más pretensiones, ni pretende esgrimirse como definición, pero lo dice todo. Parece como si “La ciudad de los Canales”, la “Serenissima” asomada al Adriático desde donde dominó antaño el devenir comercial y cultural de medio mundo, haya conseguido atesorar desde entonces esa sutil mirada introspectiva de las glorias perpetuadas en piedra, esa patina del tiempo que posee una obra de Tizziano y que dice tanto sobre lo que fue, más allá de lo que hoy queramos otorgarle. En cualquier caso es indiscutible que la mirada señorial de Venecia sigue viva en el presente, atraviesa el tiempo y las aguas calmas de su laguna maternal para venir a nosotros y ofrecernos un hechizo tejido de agua, de piedra y sueños viajeros. Evocaciones que, como ya observó Twain, avanzan en lánguida procesión de góndolas por los rincones más sensibles de nuestra imaginación… ¿Es éste el secreto que encierra “La Serenissima”? Nosotros renunciamos a entenderlo y por ello, simplemente, les invitamos a descubrir sus rincones y maravillas más emblemáticas gracias al siguiente post fotográfico. Eso sí: esperamos sinceramente que, de tener una respuesta a este misterio, tengan a bien iluminarnos dándonos también su opinión…

15. Canale Grande di Venezia. Autor, Axel V

                                                               Canale Grande di Venezia. Autor: Axel V

16. Uno de los numerosos puentes de Venecia. Autor, Luca.Sartoni

                                           Uno de los numerosos puentes de la ciudad. Autor: Luca.Sartoni

17. Noche y marea alta en la Piazza San Marco. Autor, Mikealex

                                             Noche y marea alta en la Piazza San Marco. Autor: Mikealex

18. Vista del puente Rialto. Autor, Axel V

                                                                 Vista del puente Rialto. Autor: Axel V

19. Venecia. Fondeadero desde la Giudecca. Canaletto. Óleo sobre lienzo, 1740

                                Venecia. Fondeadero desde la Giudecca. Canaletto. Óleo sobre lienzo, 1740

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La «Serenissima» y su bella puesta de sol. Autor: desconocido

20. La canción del gondolero. Autor, Luca.Sartoni

                                                          La canción del gondolero. Autor: Luca.Sartoni

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Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (2ª Parte)

Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (2ª Parte)

A finales del siglo I de nuestra era, probablemente bajo influencia del teatro helenístico, los personajes del teatro romano se convirtieron en meras figuras de ballet. Durante la República el texto de las tragedias romanas se dividía en diálogos, recitativos y cantos, de los cuales solo los últimos ofrecían verdadero entretenimiento. Los cantica suponían además un alivio para el público, harto de perder continuamente el hilo del argumento y de unos diálogos que las más de las veces ni se oían. Visto el filón, los jefes de las compañías terminaron subiendo el coro de la orquesta a escena, pero al hacerlo el trabajo de los actores perdió protagonismo al quedar diluido entre los decorados y el lirismo musical. Claro que para entonces este detalle ya no preocupaba a nadie.

Actores romanos en plena interpretación. Mosaico conservado en el Museo arqueológico nacional de Nápoles

      Actores romanos en plena interpretación. Mosaico conservado en el Museo arqueológico nacional de Nápoles

Cada compañía solía tener un grupo de seguidores o fautores, pagados o no, que durante las largas tardes de representación se afanaban por alabar a sus favoritos y abuchear a los contrarios haciendo del todo intrascendente la calidad de la obra. Para más inri los directores no tenían ningún prejuicio a la hora de «arreglar» los manuscritos clásicos a fin de adaptarlos a las exigencias del público. Entre sus prioridades, por ejemplo, se encontraba restringir en lo posible la extensión de los diálogos, de modo que al final la tragedia quedaba en una simple sucesión de pausas líricas separadas por diálogos lo más cortos posible y distribuidos convenientemente para no constituir un estorbo. Los espectadores salían del teatro de Emerita cantando a viva voz cada interludio musical, que se sabían de memoria, aunque no hubiesen entendido nada del argumento de la obra.

Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor, Fernand0

                                       Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor: Fernand0

El teatro se recargó así de elementos accesorios y el aparato escénico acabó por predominar. Por ejemplo, si el asunto exigía que se representase la toma de Troya, esto era un pretexto para hacer desfilar cortejos inacabables de actores, literas y animales de todo tipo. Los prisioneros encadenados pasaban y volvían a pasar por la escena; se presentaban al público despojos de una ciudad, cantidades increíbles de oro y plata, vasos preciosos, estatuas, tejidos orientales, y todo con el fin de excitar la imaginación de unas gentes habituadas a poner la riqueza material por encima de cualquier otra cosa. Al mismo tiempo, la tendencia al realismo hacía que los directores se esforzasen por representar cada episodio de la manera más verídica posible. El rey mítico Penteo, por ejemplo, quien termina destrozado por las bacantes en la famosa tragedia de Eurípides, era efectivamente cogido en volandas y hecho pedazos ante la vista de los espectadores (al actor principal se le cambiaba a última hora por un reo de muerte); el fuego devorando las murallas de Troya no era simulado, sino un incendio verdadero, y Hércules se quemaba sobre su pira de manera literal y entre gritos inhumanos…

Mosaico romano con motivos mitológicos.

                                                              Mosaico romano con motivos mitológicos

Como en una especie de ópera, el público vibraba en las gradas del teatro de Emerita con los espectaculares decorados y el deambular de los coristas y danzarines, moviéndose al son de una melodía interpretada con cítaras, trompetas, címbalos, flautas o acordeón (scabellarii). El coro reforzaba la escena en los momentos álgidos con la cadencia de sus voces, pero era el solista principal (siempre masculino) quien llenaba indudablemente la actuación. Dentro de su repertorio incluía todo tipo de habilidades, entre las que se encontraban no solo cantar o deleitar con su belleza (se sabe que emperatriz Domitia cayó rendida en brazos del actor Paris a causa de la pasión que le profesaba), sino también el uso de artes tales como la mímica, la danza o las acrobacias más chirriantes, viniesen o no a cuento. Para prolongar su juventud y conservar una silueta estilizada, el pantomimo (que así se llamaba nuestro hombre) se sometía a un severo régimen en el que estaban prohibidos los alimentos grasos y las bebidas ácidas, y al igual que ocurría con los divos del pasado siglo no dudaba en tomar purgantes y vomitivos ante una mínima referencia de sobrepeso por parte de sus fans. Obviamente debía seguir estrictos ejercicios de flexibilidad y de modulación de la voz, un ritual en conjunto excesivo que terminó convirtiéndolo en el histriónico personaje que todos conocemos, favorito de las damas y caricaturizado hasta la saciedad en la literatura, el cine y el teatro de todas las épocas.

Río Guadiana a su paso por Mérida. Autor, Tomás Fano

                                                 Río Guadiana a su paso por Mérida. Autor: Tomás Fano

A orillas del Guadiana, Emerita fue una ciudad importante y como tal debieron afluir a ella las más rutilantes estrellas del Occidente romano. Con la salida del pantomimo la pasión se desbordaba entre un público deseoso de seguir sus evoluciones, mientras las féminas suspiraban por sus piruetas y acababan inertes en brazos de amigos o esclavos, aunque no por mucho tiempo. También eran frecuentes las riñas y tumultos protagonizados por seguidores y detractores del solista, que a menudo saldaban la noche con varios muertos y heridos de consideración. Todo ello, evidentemente, contribuía a ensalzar aún más el mito. La presuntuosidad de estas estrellas se revela en una curiosa anécdota de tiempos de Augusto y protagonizada por el famoso pantomimo Pylades I, quien observaba como su alumno Hylas interpretaba a Edipo con gran habilidad durante unos ensayos. El maestro no pudo soportar tamaña afrenta a su ego, de modo que se acercó a su pupilo y le dijo: “Recuerda, Hylas, que eres ciego”.

La vida en la cumbre es dura, y no pasó mucho antes de que estos endiosados artistas descartaran dominar canto y danza simultáneamente. Con Domiciano y Trajano pasaron a ser simples bailarines que dejaban al coro la tarea de entonar los cantica mientras ellos se limitaban a traducir el sentimiento en cada escena por medio de gestos, actitudes y danzas de todo tipo. Excepto en la voz, todo en ellos hablaba: la cabeza, los hombros, los músculos de la cara, las rodillas, las manos… Se sabe que en el siglo II d.C. el solista llegó a alcanzar tal maestría con sus gestos que, sin acudir a la palabra, era capaz de aprenderse de memoria y encarnar consecutivamente a todos los personajes de la obra…

Reproducción de máscaras de teatro clásico. Autor, Javier Marzal

                                           Reproducción de máscaras de teatro clásico. Autor: Javier Marzal

Acueducto Los Milagros, en Mérida. Autor, Rafael dP

                                                    Acueducto Los Milagros, en Mérida. Autor: Rafael dP

Claro que con el tiempo, también, estos divos acabaron matando al arte por culpa de sus acrobacias. Para comenzar invirtieron gravemente el orden de valores y en lugar de acompañar a los cantica con su mímica terminaron por subordinarla a ésta. Los jefes de compañía, los músicos o los libretistas tenían como único fin el lucimiento de la estrella, y nada se hacía sin su supervisión directa: gustaban de regular la puesta en escena, elegir a los actores, dictar los versos, inspirar la música, proponer los decorados y por supuesto elegir cada composición lírica, según fuese adecuada o no a sus virtuosismos o sus deficiencias. En definitiva, habían renunciado a llegar al corazón del público y solo buscaban atraer sus miradas y su aprobación.

Actuación en el teatro de Emerita. Autor, Antonio Pineda

                                                  Actuación en el teatro de Emerita. Autor: Antonio Pineda

Y mientras tanto el arte escénico seguía cayendo a sus cotas más bajas, que rayaban a veces en lo estrafalario. Se preferían por ejemplo las obras de género negro donde los actores sembraban espanto a base de intrigas, gritos histéricos por todo el escenario y un generoso derroche de sangre. O libidinosas, dado que siempre fue mucho más fácil y “seguro” apelar al sentido erótico del respetable… Pero a pesar de la caída en picado no todo fueron malas noticias. La necesidad de encontrar nuevos modos de agradar al público también trajo consigo una originalísima modalidad de interpretación, y que ya entonces hacía furor entre la plebe: el mimo. Era ésta una farsa burlesca que trataba de acercarse lo más posible a la realidad. Eso sí: al igual que en la vida misma, cruda y sin adornos, los argumentos se basaban también en las situaciones más groseras y en los personajes más bajos, lo que hacía que el espectáculo alcanzase tintes caricaturescos semejantes a los modernos payasos del circo.

Majestuosas ruinas romanas en Mérida. Autor, Xornalcerto

                                                Majestuosas ruinas romanas en Mérida. Autor: Xornalcerto

El número de mimos de una compañía dependía de los personajes que requiriese la obra, y al contrario que en el teatro clásico, todos actuaban sin máscara y vestían como el ciudadano de la calle. Otra original aportación del mimo fue la presencia de mujeres en el escenario (en la comedia o la tragedia los personajes femeninos eran interpretados invariablemente por hombres), lo que contribuyó a relanzar al teatro por más que las historias redundasen en los mismos temas de siempre. Raptos, suicidios, maridos burlados o amantes escondidos en un baúl providencial eran el pan de cada día en la cartelera por aquella época, a lo que se sumaba un evidente interés por el exotismo, la ostentación, la lujuria y el morbo más exacerbados. Igual que ocurre hoy día con el mundo del espectáculo, el reclamo del sexo y la impudicia estaba entonces muy extendido y no era raro, por ejemplo, que las actrices acostumbraran a desnudarse completamente por “exigencias del guión” o incluso a petición del respetable.

Fresco que representa una mujer tocando una kithara. Autor, Ranveig

                                      Fresco que representa una mujer tocando una kithara. Autor: Ranveig

Puente romano en Mérida. Autor, Antonio Pineda

                                                       Puente romano en Mérida. Autor: Antonio Pineda

El espectador romano en Emerita y otros teatros de la época era también muy aficionado a los mimos terroríficos en los que los actores se intercambiaban golpes, se oían palabras malsonantes o sonaban bofetadas repartidas entre comparsas sin venir a cuento. Por lo común la bronca acababa degenerando en riñas “a pie de grada”, lo que hacía las delicias de un público que no contaba con estos extras en el guión. Otras veces, sin embargo, la jarana estaba anunciada a bombo y platillo: es lo que ocurrió por ejemplo con una obra, “Laureolus”, que destacó precisamente por la violencia de su personaje principal, un ladrón incendiario y degollador. En el momento del castigo final el actor que lo interpretaba era sustituido por un reo común, y éste salía al escenario para interpretar su canto de cisne y morir entre torturas que no tenían nada de fingidas. ¿El resultado? La obra fue un gran éxito de taquilla y público y se mantuvo en cartel durante dos años consecutivos… Qué grandes guionistas e intérpretes se perdió Broadway.

Templo de Diana, en Merida. Autor, Rafael dP
                                                        Templo de Diana, en Mérida. Autor: Rafael dP