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Valle de Gavarnie. En el país de la Brecha divina

Valle de Gavarnie. En el país de la Brecha divina

A 55 kilómetros de Lourdes y en pleno Parque Nacional de los Pirineos, en el departamento francés de Hautes-Pyrénées, se encuentra una de las maravillas naturales más impresionantes y conmovedoras de Europa. Hautes-Pyrénées incluye también enclaves de singular belleza como la reserva de Néouvielle, famosa por sus lagos de montaña engarzados entre bosques y picos nevados; las cascadas de Pont d’Espagne junto al Vignemale o el excelente mirador de Pic du Midi de Bigorre, sin duda el espacio museográfico más alto del continente… Pero a nuestro parecer, todo se queda corto frente a la grandiosidad del circo de Gavarnie, verdadero altar a lo sublime que en 1997 fue declarado con todo merecimiento Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

2. Prados y cascada en invierno. Autor, Mathieu Legros

                                                    Prados y cascada en invierno. Autor: Mathieu Legros

3. La entrada al pueblo de Gavarnie. Autor, Drumsara

                                                     La entrada al pueblo de Gavarnie. Autor: Drumsara

4. Pastos de verano junto al pueblo. Autor, Paulo Valdivieso

                                            Pastos de verano junto a la población. Autor: Paulo Valdivieso

5. Mar de nubes en Gavarnie. Autor, Petitonnerre

                                                         Mar de nubes en Gavarnie. Autor: Petitonnerre

Imaginen por un momento un boscoso valle enclavado entre alturas deslumbrantes, justo al otro lado de la frontera española. Prados, masas de hayas y de abetos de sabiduría centenaria, granjas desperdigadas en las alturas, subiendo más y más en escalones de un verdor imposible hasta los primeros lienzos de roca virgen, neblinosa, veteada por cientos de cortinas de agua de deshielo procedentes de los glaciares. Y de repente, tras volver un recodo del camino, aparece para grabarse en la retina de forma indeleble: es Gavarnie. El valle perfecto. La definición más acabada, más irreprochable y definitiva de lo que cualquiera en su sano juicio entendería por un paraíso de montaña.

6. Circo de Gavarnie. El rey del Mundo. Autor, David Domingo

                                               Circo de Gavarnie. El rey del Mundo. Autor: David Domingo

7. Otoño en el valle. Autor, TarValanion

                                                                 Otoño en el valle. Autor: TarValanion

8. Escaleras hacia el cielo. Autor, Cletus Awreetus

                                                          Escaleras hacia el cielo. Autor: Cletus Awreetus

9. Flores en las rocas. Autor, Francisco Antunes

                                                         Flores en las rocas. Autor: Francisco Antunes

La muralla de roca de Gavarnie se eleva 1500 metros desde el fondo del valle hasta las cimas que coronan este impresionante escenario natural. El Gran Astazu, el Pico Taillón o el Marboré, éste último con 3248 metros de altura, son sin duda los guardianes perfectos para custodiarla. Se trata de un circo de origen glaciar creado durante el Pleistoceno, cuando media Europa estaba cubierta de hielo, y los pliegues alpinos del Pirineo o los Alpes fueron cortados a cuchillo para formar estos desniveles de vértigo con forma de anfiteatro. Aquí existen pequeños lagos virginales escondidos entre las cumbres, espejos solo perturbados por el galope de las tormentas o la caricia imperceptible del silencio. Y las corrientes derretidas de los glaciares se trenzan para alimentar más abajo la que se considera como la cascada más alta de Europa, un salto prodigioso de agua pulverizada de más de 400 metros de altura.

10. Un descanso en plena ruta. Autor, Guillaume Baviere

                                                   Un descanso en plena ruta. Autor: Guillaume Baviere

11. Espectacular vista de la cascada de Gavarnie. Autor, Ekuinos

                                             Espectacular vista de la cascada de Gavarnie. Autor: Ekuinos

12. Río y cascada de Gavarnie. Autor, Nicolas Bayou

                                                 Río y cascada en el circo glaciar. Autor: Nicolas Bayou

13. Espectacular vista de la Brecha de Roland. Autor, Guillaume Baviere

                                        Espectacular vista de la Brecha de Roland. Autor: Guillaume Baviere

Para los más aventureros, las paredes teóricamente inaccesibles de Gavarnie pueden salvarse gracias a un paso al límite, verdadera creación tolkieniana que los lugareños denominan escaleras de Serradets y que ataja aprovechando las fracturas de la roca para dirigirse a la Brecha de Rolando. Un paisaje, el de la Brecha, que supera todo intento de la imaginación por concebirlo. A 2800 metros de altura, en mitad de la nada, los vientos de las cumbres arrecian con fuerza y se encajonan por este inmenso tajo en la roca amortajado de nieves perpetuas sobre su cara norte, y que con sus 40 metros de ancho y 100 metros de altura constituye el paso más elevado para dirigirse a España y al conocido valle de Ordesa.

14. Vistas sobre Gavarnie. Al fondo, el inicio de la cascada. Autor, Guillaume Pomente

                             Vistas sobre Gavarnie. Al fondo, el inicio de la cascada. Autor: Guillaume Pomente

15. El refugio de Serradets. Autor, Francisco Antunes

                                                      El refugio de Serradets. Autor: Francisco Antunes

16. Otra vista de la cabecera del valle. Autor, Cletus Awreetus

                                               Otra vista de la cabecera del valle. Autor: Cletus Awreetus

17. El típico paseo en burro por el valle de Gavarnie. Autor, Reuben Cleetus

                                     El típico paseo en burro por el valle de Gavarnie. Autor: Reuben Cleetus

La leyenda afirma que el héroe de las gestas de Carlomagno, Rolando, habiendo sido derrotado por las tribus vascas en la batalla de Roncesvalles y huyendo de la persecución a que se vio sometido, llegó hasta este paraje desolador, cubierto de rocas y hielo, por lo que le fue imposible proseguir su camino hasta Francia. Viéndose acorralado y para evitar que su espada Durandarte cayera en manos enemigas, la arrojó fuertemente contra la roca antes de morir provocando esta profunda hendidura, que hoy constituye un centro de peregrinación de numerosos montañeros y alpinistas llegados de toda Europa.

18. La brecha de Roland. Al pie, algunas personas. Autor, Cotitoo

                                            La brecha de Roland. Al pie, algunas personas. Autor: Cotitoo

19. Otra vista del mar de nubes sobre Gavarnie. Autor, Damien.be

                                           Otra vista del mar de nubes sobre Gavarnie. Autor: Damien.be

20. La soledad del montañero. Autor, Francisco Antunes

                                                   La soledad del montañero. Autor: Francisco Antunes

21. Niebla y misterio sobre la Brecha de Roland. Autor, Stevemonty

                                Niebla y misterio sobre la Brecha. Al pie, dos montañeros. Autor: Stevemonty

Les invitamos, pues, a realizar este recorrido fotográfico por el valle y sus enclaves geológicos más emblemáticos, sabedores de que la calidad de las imágenes no les defraudará. Destino ideal para el fotógrafo, el montañero o simplemente el amante de lo idílico, estamos además convencidos de que cualquiera que sea su caso no demorarán por mucho tiempo una visita obligada a este paraíso pirenaico. Gavarnie merece la pena, está enclavado en un valle con una importante oferta hostelera y por si fuera poco se encuentra muy cerca de España. Por otro lado, cualquier montañero sabe que nunca hay que desaprovechar una visita a estos valles durante la estación otoñal, cuando los días se hacen más cortos y la hoja muda de color, de modo que si no han planeado nada para este mes de octubre… quizás el país de la Brecha divina sea su destino más acertado.

22. El paso de la Brecha. Autor, Benoit Dandonneau

                                                       El paso de la Brecha. Autor: Benoit Dandonneau

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Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (2ª Parte)

Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (2ª Parte)

A finales del siglo I de nuestra era, probablemente bajo influencia del teatro helenístico, los personajes del teatro romano se convirtieron en meras figuras de ballet. Durante la República el texto de las tragedias romanas se dividía en diálogos, recitativos y cantos, de los cuales solo los últimos ofrecían verdadero entretenimiento. Los cantica suponían además un alivio para el público, harto de perder continuamente el hilo del argumento y de unos diálogos que las más de las veces ni se oían. Visto el filón, los jefes de las compañías terminaron subiendo el coro de la orquesta a escena, pero al hacerlo el trabajo de los actores perdió protagonismo al quedar diluido entre los decorados y el lirismo musical. Claro que para entonces este detalle ya no preocupaba a nadie.

Actores romanos en plena interpretación. Mosaico conservado en el Museo arqueológico nacional de Nápoles

      Actores romanos en plena interpretación. Mosaico conservado en el Museo arqueológico nacional de Nápoles

Cada compañía solía tener un grupo de seguidores o fautores, pagados o no, que durante las largas tardes de representación se afanaban por alabar a sus favoritos y abuchear a los contrarios haciendo del todo intrascendente la calidad de la obra. Para más inri los directores no tenían ningún prejuicio a la hora de «arreglar» los manuscritos clásicos a fin de adaptarlos a las exigencias del público. Entre sus prioridades, por ejemplo, se encontraba restringir en lo posible la extensión de los diálogos, de modo que al final la tragedia quedaba en una simple sucesión de pausas líricas separadas por diálogos lo más cortos posible y distribuidos convenientemente para no constituir un estorbo. Los espectadores salían del teatro de Emerita cantando a viva voz cada interludio musical, que se sabían de memoria, aunque no hubiesen entendido nada del argumento de la obra.

Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor, Fernand0

                                       Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor: Fernand0

El teatro se recargó así de elementos accesorios y el aparato escénico acabó por predominar. Por ejemplo, si el asunto exigía que se representase la toma de Troya, esto era un pretexto para hacer desfilar cortejos inacabables de actores, literas y animales de todo tipo. Los prisioneros encadenados pasaban y volvían a pasar por la escena; se presentaban al público despojos de una ciudad, cantidades increíbles de oro y plata, vasos preciosos, estatuas, tejidos orientales, y todo con el fin de excitar la imaginación de unas gentes habituadas a poner la riqueza material por encima de cualquier otra cosa. Al mismo tiempo, la tendencia al realismo hacía que los directores se esforzasen por representar cada episodio de la manera más verídica posible. El rey mítico Penteo, por ejemplo, quien termina destrozado por las bacantes en la famosa tragedia de Eurípides, era efectivamente cogido en volandas y hecho pedazos ante la vista de los espectadores (al actor principal se le cambiaba a última hora por un reo de muerte); el fuego devorando las murallas de Troya no era simulado, sino un incendio verdadero, y Hércules se quemaba sobre su pira de manera literal y entre gritos inhumanos…

Mosaico romano con motivos mitológicos.

                                                              Mosaico romano con motivos mitológicos

Como en una especie de ópera, el público vibraba en las gradas del teatro de Emerita con los espectaculares decorados y el deambular de los coristas y danzarines, moviéndose al son de una melodía interpretada con cítaras, trompetas, címbalos, flautas o acordeón (scabellarii). El coro reforzaba la escena en los momentos álgidos con la cadencia de sus voces, pero era el solista principal (siempre masculino) quien llenaba indudablemente la actuación. Dentro de su repertorio incluía todo tipo de habilidades, entre las que se encontraban no solo cantar o deleitar con su belleza (se sabe que emperatriz Domitia cayó rendida en brazos del actor Paris a causa de la pasión que le profesaba), sino también el uso de artes tales como la mímica, la danza o las acrobacias más chirriantes, viniesen o no a cuento. Para prolongar su juventud y conservar una silueta estilizada, el pantomimo (que así se llamaba nuestro hombre) se sometía a un severo régimen en el que estaban prohibidos los alimentos grasos y las bebidas ácidas, y al igual que ocurría con los divos del pasado siglo no dudaba en tomar purgantes y vomitivos ante una mínima referencia de sobrepeso por parte de sus fans. Obviamente debía seguir estrictos ejercicios de flexibilidad y de modulación de la voz, un ritual en conjunto excesivo que terminó convirtiéndolo en el histriónico personaje que todos conocemos, favorito de las damas y caricaturizado hasta la saciedad en la literatura, el cine y el teatro de todas las épocas.

Río Guadiana a su paso por Mérida. Autor, Tomás Fano

                                                 Río Guadiana a su paso por Mérida. Autor: Tomás Fano

A orillas del Guadiana, Emerita fue una ciudad importante y como tal debieron afluir a ella las más rutilantes estrellas del Occidente romano. Con la salida del pantomimo la pasión se desbordaba entre un público deseoso de seguir sus evoluciones, mientras las féminas suspiraban por sus piruetas y acababan inertes en brazos de amigos o esclavos, aunque no por mucho tiempo. También eran frecuentes las riñas y tumultos protagonizados por seguidores y detractores del solista, que a menudo saldaban la noche con varios muertos y heridos de consideración. Todo ello, evidentemente, contribuía a ensalzar aún más el mito. La presuntuosidad de estas estrellas se revela en una curiosa anécdota de tiempos de Augusto y protagonizada por el famoso pantomimo Pylades I, quien observaba como su alumno Hylas interpretaba a Edipo con gran habilidad durante unos ensayos. El maestro no pudo soportar tamaña afrenta a su ego, de modo que se acercó a su pupilo y le dijo: “Recuerda, Hylas, que eres ciego”.

La vida en la cumbre es dura, y no pasó mucho antes de que estos endiosados artistas descartaran dominar canto y danza simultáneamente. Con Domiciano y Trajano pasaron a ser simples bailarines que dejaban al coro la tarea de entonar los cantica mientras ellos se limitaban a traducir el sentimiento en cada escena por medio de gestos, actitudes y danzas de todo tipo. Excepto en la voz, todo en ellos hablaba: la cabeza, los hombros, los músculos de la cara, las rodillas, las manos… Se sabe que en el siglo II d.C. el solista llegó a alcanzar tal maestría con sus gestos que, sin acudir a la palabra, era capaz de aprenderse de memoria y encarnar consecutivamente a todos los personajes de la obra…

Reproducción de máscaras de teatro clásico. Autor, Javier Marzal

                                           Reproducción de máscaras de teatro clásico. Autor: Javier Marzal

Acueducto Los Milagros, en Mérida. Autor, Rafael dP

                                                    Acueducto Los Milagros, en Mérida. Autor: Rafael dP

Claro que con el tiempo, también, estos divos acabaron matando al arte por culpa de sus acrobacias. Para comenzar invirtieron gravemente el orden de valores y en lugar de acompañar a los cantica con su mímica terminaron por subordinarla a ésta. Los jefes de compañía, los músicos o los libretistas tenían como único fin el lucimiento de la estrella, y nada se hacía sin su supervisión directa: gustaban de regular la puesta en escena, elegir a los actores, dictar los versos, inspirar la música, proponer los decorados y por supuesto elegir cada composición lírica, según fuese adecuada o no a sus virtuosismos o sus deficiencias. En definitiva, habían renunciado a llegar al corazón del público y solo buscaban atraer sus miradas y su aprobación.

Actuación en el teatro de Emerita. Autor, Antonio Pineda

                                                  Actuación en el teatro de Emerita. Autor: Antonio Pineda

Y mientras tanto el arte escénico seguía cayendo a sus cotas más bajas, que rayaban a veces en lo estrafalario. Se preferían por ejemplo las obras de género negro donde los actores sembraban espanto a base de intrigas, gritos histéricos por todo el escenario y un generoso derroche de sangre. O libidinosas, dado que siempre fue mucho más fácil y “seguro” apelar al sentido erótico del respetable… Pero a pesar de la caída en picado no todo fueron malas noticias. La necesidad de encontrar nuevos modos de agradar al público también trajo consigo una originalísima modalidad de interpretación, y que ya entonces hacía furor entre la plebe: el mimo. Era ésta una farsa burlesca que trataba de acercarse lo más posible a la realidad. Eso sí: al igual que en la vida misma, cruda y sin adornos, los argumentos se basaban también en las situaciones más groseras y en los personajes más bajos, lo que hacía que el espectáculo alcanzase tintes caricaturescos semejantes a los modernos payasos del circo.

Majestuosas ruinas romanas en Mérida. Autor, Xornalcerto

                                                Majestuosas ruinas romanas en Mérida. Autor: Xornalcerto

El número de mimos de una compañía dependía de los personajes que requiriese la obra, y al contrario que en el teatro clásico, todos actuaban sin máscara y vestían como el ciudadano de la calle. Otra original aportación del mimo fue la presencia de mujeres en el escenario (en la comedia o la tragedia los personajes femeninos eran interpretados invariablemente por hombres), lo que contribuyó a relanzar al teatro por más que las historias redundasen en los mismos temas de siempre. Raptos, suicidios, maridos burlados o amantes escondidos en un baúl providencial eran el pan de cada día en la cartelera por aquella época, a lo que se sumaba un evidente interés por el exotismo, la ostentación, la lujuria y el morbo más exacerbados. Igual que ocurre hoy día con el mundo del espectáculo, el reclamo del sexo y la impudicia estaba entonces muy extendido y no era raro, por ejemplo, que las actrices acostumbraran a desnudarse completamente por “exigencias del guión” o incluso a petición del respetable.

Fresco que representa una mujer tocando una kithara. Autor, Ranveig

                                      Fresco que representa una mujer tocando una kithara. Autor: Ranveig

Puente romano en Mérida. Autor, Antonio Pineda

                                                       Puente romano en Mérida. Autor: Antonio Pineda

El espectador romano en Emerita y otros teatros de la época era también muy aficionado a los mimos terroríficos en los que los actores se intercambiaban golpes, se oían palabras malsonantes o sonaban bofetadas repartidas entre comparsas sin venir a cuento. Por lo común la bronca acababa degenerando en riñas “a pie de grada”, lo que hacía las delicias de un público que no contaba con estos extras en el guión. Otras veces, sin embargo, la jarana estaba anunciada a bombo y platillo: es lo que ocurrió por ejemplo con una obra, “Laureolus”, que destacó precisamente por la violencia de su personaje principal, un ladrón incendiario y degollador. En el momento del castigo final el actor que lo interpretaba era sustituido por un reo común, y éste salía al escenario para interpretar su canto de cisne y morir entre torturas que no tenían nada de fingidas. ¿El resultado? La obra fue un gran éxito de taquilla y público y se mantuvo en cartel durante dos años consecutivos… Qué grandes guionistas e intérpretes se perdió Broadway.

Templo de Diana, en Merida. Autor, Rafael dP
                                                        Templo de Diana, en Mérida. Autor: Rafael dP

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Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (1ª Parte)

Tragedias, comedias y mimo. El Teatro de Mérida en la época del Imperio Romano (1ª Parte)

El pasado 5 de julio se dio el pistoletazo de salida al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida con la representación de la obra Medea, de Séneca. Se trata sin duda del evento más antiguo de estas características en España, y con diferencia el más importante, puesto que tiene lugar en el ambiente único del Teatro romano existente en esa localidad (Mérida se conocía entonces como Augusta Emerita y fue durante una época capital y residencia del máximo dignatario del Emperador en Hispania). Emulando el fasto y la solemnidad de los espectáculos de la Roma clásica, el teatro de Mérida pasa por ser el más antiguo que todavía funciona como tal en el mundo. Este año su Festival llega ya a la LIX edición en una singladura que se inició allá por 1933, y que tras el parón obligado por la guerra civil y los años más duros de la postguerra, continuó ya sin interrupción desde 1953 hasta alcanzar el éxito de público y fama que posee hoy día.

Mérida y su puente romano. Autor, Diego M. Castañeda

                                                 Mérida y su puente romano. Autor: Diego M. Castañeda

Durante los meses de julio y agosto, los afortunados asistentes al Festival pueden disfrutar además de uno de los conjuntos arquitectónicos más emblemáticos de España y que en 1993 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El teatro es en si mismo una obra monumental a pesar de las frecuentes remodelaciones que ha sufrido desde sus orígenes, allá por el año 15 a.C. Parcialmente apoyado en las laderas del monte de San Albín esta construcción fue levantada para poder albergar hasta un total de 6000 espectadores, lo que prueba la importancia que debió de tener Mérida en los primeros siglos del Imperio romano. Gracias a los trabajos de restauración efectuados por José Menéndez Pidal y Álvarez y otros profesionales a lo largo del siglo XX hoy podemos admirarnos del poder y la elegancia señorial que emanaba del edificio durante su época de explendor. Y es que del deterioro en que se sumió en otras épocas hemos pasado a unas estructuras escénicas con plena funcionalidad: el semicírculo de la gradería, por ejemplo, se encuentra notablemente conservado a excepción del tramo de filas superiores, o summa, y lo mismo podemos decir de la orchestra, lugar de élite donde se situaban los más importantes personajes de la urbe y de toda la provincia romana.

Escena de Lisístrata en el Teatro romano de Mérida. Autor, Becante

                                       Escena de Lisístrata en el Teatro romano de Mérida. Autor: Becante

Pero el elemento que atrae todas las miradas del público es sin duda el frontal, o scaenae frons, una espectacular estructura en columnas de orden corintio adornada de estatuas y con tres puertas para el acceso de los actores al escenario: la central y las dos laterales. El carácter exclusivo del teatro se ve incrementado además por una acústica fuera de lo común y que permite que las compañías puedan actuar sin micrófonos, tal y como lo debieron hacer en las representaciones clásicas hace más de dos mil años. Pero, ¿fueron éstos realmente los espectáculos de masas que hoy nos imaginamos, valorados y seguidos por el público como ocurre en la actualidad? ¿Cómo transcurrió en realidad la vida, las obras, el favor de la audiencia y el trabajo de directores, comediantes y estrellas en el mundo del teatro de Emerita, allá por sus años de mayor gloria imperial?

Mosaico que representa máscaras de teatro clásico.

                                                     Mosaico que representa máscaras de teatro clásico

Addison dijo una vez que el teatro es el alma en sueños. Sin embargo, durante el auge de Roma, el oficio de la escena fue siempre muy mal valorado por la sociedad. En el periodo antiguo solo los esclavos y libertos podían trabajar como actores, y hasta tal punto fue así que el mero hecho de ser comediante, libretista o aún director de escena constituía una causa lícita para limitar sus derechos jurídicos. Hoy actor es sinónimo de estrella, riqueza, fama y glamour, pero en aquella época el ciudadano romano despreciaba aquello que le divertía y denominaba a los trabajadores de las compañías teatrales “histriones”, término que tuvo siempre un sentido despectivo y que los relegaba por definición a la cola de las clases sociales.

Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor, Extremaduraclásica

                                Columnata tras el escenario del Teatro de Mérida. Autor: Extremaduraclásica

Durante la República el teatro estuvo mejor considerado que los juegos circenses, pero esto cambió al llegar el Imperio. Plinio el Joven se lamentaba diciendo que lo más granado de la sociedad prefería asistir a las carreras de carros antes que a una buena tragedia en verso, y si eso ocurría con los grupos instruidos, no es difícil imaginar la atracción que supuso el circo o el anfiteatro para el hombre de la calle. A menudo la máxima ambición de un mercader o tendero medianamente pudiente era comprarse dos esclavos fuertes que lo llevaran al circo en litera y que peleasen por él para lograrle el mejor sitio en las gradas. Frente al espectáculo de las fieras y los gladiadores el teatro estaba en desventaja, pero no por ello debemos despreciar su importancia puesto que el de Emerita, con no ser uno de los más importantes, poseía unas proporciones de escándalo en comparación a la mayoría de los actuales.

Busto de Séneca, en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Autor, Finizio

                              Busto de Séneca, en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Autor: Finizio

Para satisfacer las exigencias de las ciudades, primero el senado y después los emperadores financiaron la construcción de teatros excavados directamente en roca, algo en verdad muy caro, ampliando además la temporada de representaciones al periodo comprendido entre abril y noviembre. En un principio sólo se programaba una comedia o tragedia al día, pero no pasó mucho tiempo antes de que el cupo incluyese dos y más obras que a menudo competían entre si por el favor del público y de un magistrado, el cual elegía finalmente al vencedor. La jornada de teatro se alargaba así a lo largo de varias horas obligando a intercalar descansos entre representaciones, durante los cuales un músico solía amenizar con la flauta a la audiencia acompañado o no del coro. La larga duración de las obras también dio paso a costumbres un tanto rústicas, como aquella que permitía a los espectadores llevar consigo comida y bebida. Es fácil entender que estas medidas terminaran por hacer del programa un caos absoluto, puesto que al barullo del respetable se unía frecuentemente el vuelo de las viandas por encima de gradas y cabezas cuando la obra no era del agrado de los asistentes.

Entrada lateral al escenario del Teatro de Mérida. Autor, Shepenupet

                                      Entrada lateral al escenario del Teatro de Mérida. Autor: Shepenupet

De todas formas, aún en la época en que Roma comenzó a construir aquellos teatros grandiosos y de perfecta curvatura, el arte dramático ya estaba agonizando y daba paso a nuevas formas de diversión. Algunos de los más insignes ya se habían adaptado a los nuevos tiempos, como el antiguo teatro grecorromano de Taormina, en Sicilia, y ofrecían de manera habitual espectáculos de gladiadores para satisfacer a un público ávido de emociones fuertes. Desde Augusto y Claudio dejaron de crearse títulos nuevos, y en tiempos de Nerón los literatos más creativos tenían que conformarse con leerlos en los auditoria (espacios públicos donde podían recitarse trabajos propios o ajenos), como ocurrió de hecho con Medea y otras tragedias de Séneca. Puede decirse que desde finales del siglo I a.C. el público solo pudo asistir al teatro para ver obras del repertorio tradicional, y a las que era asiduo no tanto por la trama (que no importaba demasiado) como por el fasto, la música u otros accesorios comúnmente asociados a estos espectáculos.

Muchos argumentaron entonces que el declive del teatro tenía su justificación puesto que en aquellos inmensos edificios al aire libre, entre la confusión reinante y la gran afluencia de personas, casi nadie era capaz de seguir un delicado argumento en verso si no conocía la obra por haberla visto en otras ocasiones. Aún así era necesario el apoyo de la introducción para saber de qué iba, así como de signos preestablecidos que facilitaban la comprensión de las diferentes escenas. Las máscaras trágicas y cómicas, por ejemplo, se pintaban de marrón o de blanco para identificar a ambos sexos, mientras que el color del vestuario permitía aclarar cuál era la condición social del personaje: el blanco para los ancianos; el amarillo para las cortesanas; el púrpura para los ricos, el rojo para los pobres o el abigarrado para los proxenetas eran solo algunos de los más representativos.

Fin de la Primera Parte …

Teatro grecorromano de Taormina, en Sicilia. Autora, Benedetta Alosi

                                       Teatro grecorromano de Taormina, en Sicilia. Autora: Benedetta Alosi