El post de hoy nos lleva en un viaje cálido y fragante hasta la India milenaria, la India infinita y la India innumerable de nuestras evocaciones. Pero no lo vamos a hacer por los tours turísticos habituales. De la mano de Ramiro Calle, un orientalista y viajero incansable de este país, recorreremos en una preciosista selección de fotografías los rincones más bellos y ajenos al tiempo que pueden hallarse hoy en día. En sus escritos, Ramiro Calle confiesa ser incapaz de elegir entre la India del norte y la del sur, la tropical de las costas del Índico o la esplendorosa del Himalaya, donde nacen algunos de los ríos más místicos del planeta. Hemos seleccionado algunos fragmentos de su obra “La India que amo” como ejemplo gráfico de esta indecisión crónica, pero que como todo acto humano tiene también acoplada su propia sentencia hindú: “Cada vez que pones el pie en el suelo, mil caminos se abren”.
Indio cerca de Panaji. Autor, Adam Jones
Estampa clásica en Goa. Autor, Travelmeasia
Elefantes en la ceremonia de un templo. Autor, Reji
El medio de transporte ideal. Autor, Travelmeasia
“Me gusta Panaji, la capital de Goa, por su atmósfera decadente, por su encanto colonial, por esa especie de halo de lentitud y de desidia que se agarra al ambiente; Es una ciudad pequeña, con sabor mediterráneo en los días secos y luminosos, simpática y que todavía conserva cierto aire portugués y por tanto colonial. Así que todo ello quiere decir, amigos míos: iglesias. Los colonizadores alzaban iglesias en territorio indio como los niños comen caramelos. Y estas iglesias son hermosas, tienen su toque, por eso las visito cuando tengo ocasión de ello y, además, están sorprendentemente limpias, cuidadas, bien conservadas, y cuando no hay liturgia son lugar excelente para recogerse, descansar unos minutos, renovarse, apartarse del bullicio y del caos (…) Al final, como no podía ser de otro modo, voy a dar con la playa Nagoa y sumerjo mi cuerpo en esas aguas cálidas, no muy claras (nunca lo están en la India), relajantes, que tanto el cuerpo como la mente agradecen.
Puesta de sol frente a Goa, la mítica colonia de los portugueses. Autor, Selmerv
Estampa típica de un mercado en Badami. Autor, Wendkuni
La bendición del elefante. Autor, Mrbichel
La siesta de la inocencia. Autor, Wildxplorer
Son días para poner en orden mis notas, reflexionar, hacer yoga y practicar frente a las aguas sosegadas los ejercicios de pranayama, que tanto fortalecen el cuerpo y tanta paz otorgan a la mente. Estoy de suerte porque no hay mosquitos. ¡Qué alivio! Tampoco, al parecer, las implacables y terribles pulgas que te hacen unos ronchones que echa uno de menos los mosquitos. Al atardecer de uno de esos días lejos del mundanal ruido, un grupo de muchachitos se ha sentado horas conmigo y me ha acribillado a preguntas, pero su compañía era grata. Me han puesto hasta la coronilla de arena con sus juegos, se han subido por mis piernas y por mis hombros, han querido imitar mis posiciones de yoga y me han preguntado mil veces por mi nombre. No habían escuchado hablar de España, pero sí de Italia, así que les he dicho que no están lejos una de otra cuando han querido saber donde se ubica mi país. Al final se han llevado todos mis bolígrafos y mis lápices, un par de blocs de notas y mis caramelos masticables.
Estampa del Ganges al amanecer. Autor, On the go Tours
Mujeres lavando en el lago de Badami. Autor, Matso
Monjes navegando por el Ganges. Autor, Travelwayoflive
Badami desde un templo cueva. Autor, Matso
Los templos cueva de Badami. Atardece. El cielo se ha teñido de coral. El silencio solo se ve quebrado por el ruido sordo y agradable, sosegador, de las paletas de madera que las mujeres utilizan para golpear la ropa que están lavando en el lago. Me he sentado a contemplarlas, a la orilla del lago, rodeado por un circo de montañas bajas. El tiempo parece haberse suspendido en la conjunción del día y de la noche. Este instante supremo toca mi corazón, deja una huella indeleble en él. Comprendo que Jung dijera a propósito de la India: “Me dejó huellas que me llevaron de una infinitud a otra” (…) Al día siguiente, muy de mañana, parto para visitar la última capital que fuera de los Chalukya, donde hay un buen número de fabulosos templos muy antiguos en perfecta conservación. Desde allí me desplazo a Aihole, nombre que deriva de Arya-holi, o sea, “ciudad de los santos”, con setenta templos muy antiguos desparramados por toda la zona, y alrededor de los cuales se ha ido conformando un poblado de casitas muy sencillas y gentes muy primitivas y afables.
Iglesia de la Inmaculada Concepción, en Panaji. Goa. Autor, Dms_303
Detalle de un templo en Rameshwaran. Autor, Indi.ca
Recolectores de cocos. Autor, Travelmeasia
Abluciones en el templo de Ramanatha Swami. Autor, Dwanjavi
Doloridos los huesos, me bajo de la carreta de bueyes, que conducía un simpático campesino por una escasa suma de rupias. Estoy frente al templo de Ramanatha Swami, del más puro estilo drávida, que cubre nada menos que siete hectáreas y cuenta con dos gopurams (torres) de treinta y nueve y veinticuatro metros cada una. Los corredores son impresionantemente largos y magníficamente ornamentados. Me deslizo por ellos boquiabierto (…) Lo más curioso del templo es que alberga veintidós pozos (kundas) y en cada uno de ellos el agua tiene un sabor distinto; son aguas sagradas y se me asegura que tienen un gran poder terapéutico y propiedades medicinales. Primero los peregrinos se bañan en el mar, al que da una parte del templo, y luego lo hacen con las aguas de los veintidós pozos.
Templos cueva de Badami. Autor, Amit Rawat
Mercado de Panaji, en Goa. Autor, Asebest
La India en blanco y negro. Autor, Matso
Clásica estampa de Goa. Autor, Travelmeasia
Nos adentramos por esas tierras tropicales en dirección a Rameshwaran, la isla a la que yo hacía años había viajado desde Sri Lanka por mar, cuando la situación política lo permitía, pues ahora ya no es posible. A menudo nos detenemos a estirar las piernas, comprar cocos de agua y dejar que su néctar se deslice como una dulce ambrosía por la garganta. Difícilmente puedo resistirme a detener el automóvil y pasear entre los palmerales, las inmensas plantaciones, los arrozales. Las mujeres, en plena carretera, hacen cuerdas sirviéndose del material de las palmeras. Algunos hombres, muy diestra y velozmente, ascienden por el cimbreante tronco de las palmeras y a través de cuerdas enganchadas a las ramas pasan de unas a otras con la misma habilidad o más que lo haría un simio. Son los que preparan el licor de palmera, intenso, que rasga la garganta y altera enseguida la consciencia. A lo lejos veo los bueyes y tras ellos los campesinos arando. Esa imagen nunca se borra de la retina. Es una de las imágenes más vivas de la India eterna…”
Todos los textos han sido extraídos de la obra:
“La India que amo”.
Ramiro Calle. Editorial Kailas, 2009.
Anocheciendo en la enigmática India. Autor, Skizofrenias