En la plaza Mayor de Almagro, delante del Teatro y rodeada de un pequeño espacio ajardinado, los visitantes pueden contemplar la estatua de un caballero en pose orgullosa y desafiante sobre su montura. Se trata del Adelantado Don Diego de Almagro, hijo ilustre de la ciudad, que en la primera mitad del siglo XVI llevó a esta villa ciudadrealeña a figurar con honor en los anales de la historia hispanoamericana y aún mundial. Su hazaña: el viaje que organizó y lideró para descubrir las entonces ignotas tierras de Sudamérica bañadas por el Pacífico, y hoy conocidas por el nombre de Chile.
Estatua ecuestre de Don Diego en Almagro. Autor: Luiszamarreno
Retrato en blanco y negro de una calle de Almagro. Autor: Festival de Almagro
Detalle de la Plaza Mayor de Almagro. Autor: Elarequi61
La Plaza Mayor de Almagro cuenta con los suficientes atractivos arquitectónicos como para ser considerada una obra maestra. Su forma de planta rectangular, y los magníficos soportales de columnas en piedra de orden toscano bajo dos galerías corridas, atraen cada año a miles de visitantes que gustan de pasear sosegadamente por uno de los rincones urbanos más originales de Europa. Hoy las galerías están cubiertas con acristalamientos, pero en su origen sirvieron de tribunas abiertas para actos públicos de todo tipo, como las famosas corridas de toros, organizadas en ésta y otras plazas españolas hasta que fueron prohibidas en el siglo XVIII por el rey Carlos III. En uno de sus extremos se encuentra la estatua ecuestre de Don Diego de Almagro, obra de Joaquín García Donaire. Su figura sigue presidiendo la vida cultural y social de este rincón almagreño, y aunque alguien poco versado en acontecimientos opine que se trate de un mero atributo local, carente de importancia, nada está más lejos de la realidad: el porte señorial e impertérrito de esta imagen atesora una de las más increíbles historias de esfuerzo, coraje y supervivencia protagonizadas alguna vez por el ser humano…
Plaza de Armas e Iglesia de la Compañía de Jesús, en Cuzco, Perú. Autor: Palindrome6996
Expedición de Almagro a Chile. Obra de Fray Pedro Subercaseaux (1880-1956)
Y es que pocos alcanzan a imaginar las enormes penalidades que el Adelantado Don Diego debió arrostrar en su viaje hacia las latitudes más meridionales de Sudamérica, partiendo de la ciudad de Cuzco. Aún hoy la travesía se presenta complicada debido a la imponente cordillera andina, con picos que superan ampliamente los 6000 metros de altura, así como a la existencia en la zona de algunos de los desiertos más áridos del mundo. En el mes de julio de 1535, acompañado por 570 españoles y varios miles de indios y negros, Almagro salió de Cuzco para acometer el proyecto de explorar las tierras situadas al sur del recientemente conquistado Imperio Inca. Tras los hombres viajaban varios rebaños de llamas y piaras de cerdos, animales que iban a servirles de sustento durante el largo viaje. A unos 250 km al sureste de Cuzco, el camino Inca sale definitivamente de la protección de los valles y entra en el altiplano boliviano, una alta meseta azotada por los vientos y rodeada de cumbres heladas y saladares. Los españoles quedaron admirados cuando vieron allí restos de edificios imponentes construidos con bloques de piedra tallada, cada uno de los cuales pesaba más de 100 toneladas.
Paisaje en el altiplano boliviano. Autor: A. Davey
Detalle del sitio arqueológico de Tiwanaku, Bolivia. Autor: Josemar Ferreira
Cuando superaron los 4000 metros sobre el nivel del mar, el sufrimiento del grupo empezó a ser evidente. A los soldados les costaba respirar y quedaban cegados por la brillante luz presente en aquella atmósfera tan enrarecida. Mientras el frío causaba estragos en los hombres, la comida y el agua se hacían cada vez más escasas. En aquellas latitudes meridionales era mediado el invierno, y ninguna ropa ni armadura resultaban suficientes para preservar del frío helador que les atravesaba el cuerpo. Jinetes y caballos caían presos de los primeros síntomas de congelación, de los cuales ya nunca se curarían. Un cronista de la época relata que: “El suelo estaba tan frío que cuando Don Diego de Almagro volvió a Cuzco en su regreso, muchos meses después, encontró en varios lugares a hombres que habían fallecido helados junto a las rocas, y al lado de los caballos que montaban, y sus cuerpos estaban tan incorruptos que parecía que acababan de morir”. Solo en una noche murieron hasta 70 caballos, mientras que al vadear un río desbordado se perdió la mayor parte de las provisiones y casi todo el rebaño de llamas que traían. En cuanto a los indios, éstos caían aniquilados o desertaban en tan gran número que los españoles tuvieron que tomar porteadores a la fuerza entre los residentes del país, lo que causó más de un serio revés. El propio Almagro sufriría importantes heridas tras precipitarse al suelo y ser aplastado por su montura, después del ataque que organizó a una de las escasas aldeas existentes en la zona.
Volcán Parinacota, en la frontera entre Chile y Bolivia. Autor: S. Rossi
Conquistador español a caballo. Autora: Margaret Duncan Coxhead
En Tupiza, en el suroeste de Bolivia, alcanzaron el límite sur del altiplano. La exhausta fuerza descendió al solitario valle de Salta, en el noroeste de Argentina, zona donde descansarían los restantes meses del invierno antes de reanudar la marcha. Pero la parte más difícil de su viaje no había comenzado aún. Ahora los exploradores tenían que cruzar las cumbres de los Andes si querían pasar a la zona costera de Chile, y las bajas fueron aumentando conforme Don Diego les conducía a través de los pasos helados hacia Copiapó. La expedición se separó en varios grupos para afrontar mejor la búsqueda de alimento y refugio en las montañas. Aún así, era ya pleno invierno y un frío intensísimo hizo muy difícil el paso de la cordillera, en la cual murieron casi todos los indios que los acompañaban. Una vez agotadas sus provisiones, los hombres comían únicamente hierbas y raíces, salvo cuando la suerte los llevaba a encontrar algún caballo muerto y abandonado por los grupos precedentes, y que gracias al frío se conservaba en perfecto estado. La escasa vegetación hacía poco menos que imposible encender fuego para calentarse, de modo que más de 1600 personas murieron finalmente durante aquella marcha a consecuencia del hambre o las bajas temperaturas. Era tal el reguero de hombres caídos a lo largo del sendero que llevaba a las cumbres, que durante las tempestades de nieve, frecuentes en esa época del año, los soldados se defendían del viento formando parapetos con los cadáveres de los indios que habían quedado atrás.
Mujeres Aymara en El Alto, Bolivia. Autor: Szeke
Caravana atravesando un paso de montaña en plena tormenta. Obra de Alfred Jacob Miller (1810-1874)
Llamas en el desierto de Atacama, norte de Chile. Autor: Luca Galuzzi
Uno de los miembros más fuertes de la expedición fue la llama, puesto que en medio de todas aquellas penalidades, estos animales necesitaban pocos cuidados y podían transportar cómodamente hasta 30 kilos de peso durante toda una jornada. Ahora bien, según cuenta el cronista Zárate, el temperamento de la “oveja peruana” dejaba mucho que desear: “Cuando se fatigan, se tumban y no se levantan aunque se les pegue o se tire de ellas; lo único que cabe hacer es descargarlas de su peso. Si se cansan cuando uno va montado y les acucia para que sigan adelante, giran la cabeza y le salpican con un líquido que apesta y que llevan en el buche (…)”.
La Araucania, al sur de Chile. Autor: Flavio Camus
Mujer y gaucho chileno en un trigal, años cuarenta. Autor: Toni Frissell
Una vez llegados a Copiapó, Almagro llevó a sus hombres hacia el sur a lo largo de la costa chilena. La brisa suave y la vegetación abundante fueron un constante alivio con respecto a la etapa anterior, pero finalmente se detuvieron en lo que hoy es Santiago, en el Chile central. Tras más de 4000 km desde su salida del Perú, no habían encontrado en parte alguna riquezas que pudieran compararse con las de los Incas, de modo que no tuvieron más alternativa que plantear su regreso. Para no pasar las penalidades que arrostraron en la ida, ciñeron su viaje de vuelta a Cuzco lo más cerca posible de la costa, y en consecuencia la primera fase del trayecto fue rápida y cómoda para todos. Las tierras no eran ya desconocidas y los soldados estaban repuestos de fatigas y con buenos ánimos, puesto que regresaban a la civilización.
Catedral y Plaza de Armas de Santiago de Chile. Autor: Poco a Poco
Paisaje costero en la isla de Chiloé, Chile. Autor: Ian Rutherford
Reunión de indios Mapuches, propios del sur de Chile. Autor: Jules Peco (siglo XIX)
Sin embargo la dicha no duró mucho, puesto que los españoles se encontraron más allá de Copiapó a las puertas del desierto de Atacama, una de las regiones más áridas e impenetrables del mundo. Conforme iban progresando hacia el norte en jornadas de más de 20 km al día, el sol caía a plomo sobre ellos y no había vegetación alguna que rompiera la monotonía de aquel paisaje muerto. Tan solo destacaba al fondo la cordillera de los Andes, cubierta de nieve, que parecía burlarse de los soldados, mientras éstos avanzaban penosamente bajo el sol abrasador y los efectos paralizantes de la sed. Hasta tal punto regresaron quebrantados Almagro y sus tropas, dos años después de su salida de Cuzco, que desde entonces se denominó «roto de Chile» a todo aquel que volvía de un viaje a esas tierras meridionales. Sin embargo los atractivos superaron a las penalidades, y solo 4 años más tarde se organizó una nueva expedición hacia los valles fértiles del cono sur, esta vez coronada por el éxito: fue la que llevó al extremeño Pedro de Valdivia a la conquista del reino de Chile, o Nueva Extremadura, y a fundar su actual capital Santiago de Chile en las cercanías del Huelén el día 12 de febrero de 1541.
Mulos salvajes en el desierto de Atacama. Autor: Chris Huggins
Torres del Paine, al sur de Chile. Autor: S. Rossi