Sin más equipaje que un garrote ni más medio de ganarse la vida que su violín (con el que consigue no solo sustento sino arrimarse a lo más granado del arte, la música y la poesía andaluzas) el irlandés Walter Starkie recorrió España en las décadas de los veinte y los treinta del pasado siglo. Fue precisamente la vida errante y despreocupada que vislumbró en su primer encuentro con los gitanos, lo que hizo que se apasionara con ellos, pues siempre se sintió reticente a la vida ordenada y académica que su padre pretendía imponerle. El resultado, unos viajes fascinantes por la España calé más profunda en busca de la personalidad de este pueblo errante y su genuina expresión artística: el cante jondo. Los siguientes fragmentos están extraídos de una de sus obras clásicas, “Don Gitano”, publicado en Inglaterra en 1936. Solo un apunte más: en la dedicatoria de su libro no puede evitar dejarse influir por el espíritu pesimista y melancólico de sus amigos, los gitanos, y escribe:
El que me oyere cantar
pensará que estoy alegre,
yo soy como el pajarito
que canta cuando se muere.
La Alhambra de Granada desde el Generalife. Autor, Joao Máximo
“Charlando apaciblemente subimos por el camino que conduce a la Alhambra. Sus torres, entradas y ruinosas tapias, rodeadas por una gran riqueza de vegetación, daban una impresión de melancolía. Sentí como si innumerables duendecillos vigilantes saliesen de las torres en espera del anochecer, hora en que descienden a los patios y, murmurando, se reúnen alrededor de las fuentes misteriosas… Siguiendo a Mariano de sala en sala pensaba en los concurridos zocos de Tetuán; y en Xauen en lo alto de su verde colina donde los cantores moros añoran lastimeramente los jardines y patios de la Alhambra, que los de su raza perdieron. Pero en África hay ruido, movimiento, vocerío y vitalidad. Aquí, en cambio, las flores brotan sobre una tumba. No se oye nada salvo el murmullo de las fuentes, el zumbido de los insectos y el blando murmullo de las palomas en la Torre de Comares. (…) Como ha escrito el poeta granadino García Lorca:
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil
callarla.
Llora monótona.
Como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Llora por cosas
lejanas.
El alma del cante Jondo. Autor, Cuellar
Bajamos unos pasos y llegamos a la taberna y casa de comidas de Poliganga, sitio de reunión de artistas, cantaores y guitarristas desde que el viejo y fornido Antonio lo hizo famoso con sus tertulias (…) Camacho de pronto se puso a carraspear y escupir; con voz enronquecida tanteaba su cante y desgranaba algunas notas. Se bebía de un trago caña tras caña y mientras, volvía a tantear con su voz. Era como esos canarios que ensayan tímidamente antes de desbordarse en un surtidor de trinos. Pálido y sudoroso, con las venas de la frente hinchadas, sombrío, entornaba los ojos adormecido. Antes de empezar a cantar se desanudó la corbata y se desabrochó el cuello de la camisa; en seguida lanzó un largo gemido: ¡Ay, ay!…; que rompiéndose apenas comenzado dio lugar a los ritmos siempre en aumento, de la siguiriya gitana:
La camisa en un año
no me voy a poner,
hasta no verme junto
con mi compañera.
Plaza en el barrio del Albaicín. Granada. Autor, Mariuccox
En cuanto oí la siguiriya comprendí que nos hallábamos en el corazón del cante jondo. Según el poeta andaluz Manuel Machado, la siguiriya es una copla de la noche musulmana (…) Es un cante lleno de lágrimas al que, por este motivo, se denomina playera (la canción que llora).
A llorá mis penas
salgo toos los días
y compadesíos de ver mis fatigas
toítos me miran.
La Alhambra y Sierra Nevada. Autor, Tim Rawle
Mientras Camacho canta siguiriyas, Mariano y Nicolás Sánchez baten palmas y Camacho golpea con los nudillos sobre la mesa. Detrás de él aguarda un mozo de chaqueta blanca pendiente de su rostro, pues en cuanto Camacho hace el menor gesto de fatiga acude solícito con un frasco de manzanilla que el cantaor bebe de un trago entre copla y copla. Nuestro auditorio había aumentado con ocho o nueve personas más y la habitación estaba llena de humo. Camacho seguía cantando completamente abstraído de cuanto le rodeaba. De las siguiriyas pasó a los polos: He aquí uno que me apunté en mi carnet:
Todos le piden a Dios
la salud y la libertad.
Y yo le pido la muerte
y no me la quiere mandar.
– Cántenos un martinete, Antonio – dijo Mariano marcando un ritmo con mi bastón en el suelo.
Ambiente en un local de cante Jondo. Granada, 1888. Autor, Carlos Teixidor
Patio interior del Generalife. Autor, Matteo
Entonces Camacho entonó con una voz dura y metálica la siguiente copla gitana:
Unos decían que mueran,
otros anaqueraban por qué.
Que dañito habrán cometío
los probes de los calés.
El martinete conserva toda la salvaje poesía de la vida de tribu. Suele describir venganzas, riñas sangrientas entre gitanos, escenas de presidio, memorias de crímenes que terminan en el patíbulo. Es la expresión más íntima de la vida gitana, lo que cantan los herreros en la fragua mientras trabajan. Lo cantan a palo seco, es decir, sin otro acompañamiento que el batir del metal sobre el yunque o el ruido del hierro sobre el pavimento. Sus temas más frecuentes son los que tratan de aventuras y tipos raciales como los de la familia Montoya, famosa por sus pesares, o la figura de Curro Puya, el fanfarrón, cuyas bravuconerías son el asunto de muchas coplas:
Mi me yaman Curro Puya
Por la tierra y por la má,
Y en yegando a la taberna,
La piedra fundamentá.
Barrio del Albaicín y la Alhambra. Autor, R. Fernández
En estos cantos hay supervivencias de lejanos tiempos cuando los gitanos iban de pueblo en pueblo perseguidos por todo el mundo. Los gitanos de Andalucía han asimilado muchas tradiciones picarescas de “germanía”. Sus héroes raciales son aquellos que soportan con mayor indiferencia las persecuciones de la gente (…) Nos pusimos alegres, y ni Mariano ni Camacho mostraban el menor cansancio. La resistencia física de este último me maravillaba porque había cantado con toda la fuerza de sus pulmones durante más de tres horas en la taberna llena de humo.
Poema del cante Jondo. Autor, Markiddo
Ya eran las siete cuando nos decidimos a ir a otra taberna. ¡Dios sabe lo que hubiera pasado si no hubiera tenido bastante dinero! Me encomendé por lo bajo a San Antonio para salir del apuro, pero no al venerable santo, sino a esa abstracción a que suelen encomendarse los pícaros y maleantes en Andalucía cuando están en un mal paso o no tienen dinero para dormir en la posada. Con gran sorpresa vi que la cuenta solo ascendía a quince pesetas, cantidad verdaderamente ridícula considerando que mis amigos y yo habíamos comido y bebido hasta hartarnos. Yo creo que las sutiles artes de Mariano hicieron, a espaldas mías, que la cuenta fuese tan modesta. En cuanto me vi salvado decidí seguir tentando a la suerte, como hacen los tahúres.
– Vamos, Mariano – dije -, hace una hermosa noche. Vamos a recorrer los colmados.
Salimos; la noche era balsámica; íbamos cogidos del brazo y nos pusimos a cantar una típica canción andaluza:
¡Chirindín, chirindín, chirindero!
en la feria su mare
le va a comprar un mortero:
¡Chirindín, chirindín, chirindero!
pa que maje er perejil
y sargan los cardos güenos.
Rincón florido del Albaicín. Autor, Mario López
Nos esperaba un concierto de magia. Sobre nuestras cabezas, en los árboles, oímos gorjeos. Cantaba un pájaro solitario con un trino suave que iba aumentando en volumen. Crujían las ramas en la fronda batidas por un aire perfumado. La brisa traía hacia nosotros la fragancia de los almendros en flor del Generalife. El ruiseñor seguía cantando, haciendo rápidas escalas y trinos que parecían sembrar su música por el bosque. Era como si miríadas de libélulas de fuego hubiesen nacido entre el murmullo de las hojas alrededor nuestro. Me volví hacia Mariano y le vi envuelto en su capa y con lágrimas en los ojos”.
Todos los extractos están sacados de la obra:
Don Gitano. Walter Starkie. Ed. Pallas. 1944
Agua y magia en el Generalife. Autor, Landahlauts