Quizás fuera Washington Irving, un neoyorquino de buena familia nacido en 1783, el que mejor plasmara literariamente los paisajes naturales y humanos de la tierra manchega. En su celebérrima obra «Cuentos de la Alhambra», y antes de cantar el feliz encuentro con Granada y su vega de reminiscencias moras, Washington se lanzó a describir las sensaciones que le causaron las estepas eternas de la meseta española, tanto en lo referente al paisaje como en el de las gentes que lo habitaron y recorrieron incansables de un lado a otro. Os invitamos a conocer estas vivencias en la siguiente selección de textos de nuestro artículo de hoy:
«El viajero puede atravesar, en ocasiones, grandes sembrados de cereales, que abarcan hasta donde llega la vista, y que pueden aparecer en ocasiones como un mar de verdor y en otras desnudos y requemados por el sol. Pero, en vano se busca la mano que los trabajó. Al fin se percibe una aldea, sobre una empinada ladera o un risco roquero, con murallas a punto de desplomarse y el torreón en ruinas; una plaza fuerte, en el pasado, durante las guerras fratricidas o las incursiones de los moros; porque, como consecuencia de los ataques de los salteadores, aún existe en la mayor parte de España la costumbre de que los campesinos se agrupen para defenderse mutuamente.
Los tonos de La Mancha. Autor, Diego Sevilla Ruíz
Pero, aunque una gran parte de España tiene carencia de arboledas y bosques y del sedante y encantador atractivo que proporcionan los cultivos, sin embargo, sus paisajes poseen en su austeridad, una gran nobleza a la que se añaden los valores de su gente; yo creo que entiendo mucho mejor al español orgulloso, resistente, frugal y sobrio, su hombría al desafiar las dificultades y su desprecio del relajamiento afeminado, desde que he conocido el país y sus moradores.
Patio de la casa de los Estudios en Villanueva de los Infantes. Autor, Rafa
Hay algo también en la adusta sencillez de las tierras españolas que se imprime en el espíritu con una emoción sublime. Las inmensas llanuras de las Castillas y de La Mancha, que se extienden hasta donde el ojo alcanza, atraen el interés precisamente por su propia desnudez e inmensidad, y poseen, en cierto grado, la grandeza solemne del océano. Al recorrer esos baldíos inmensos, la vista capta, aquí y allá, un rebaño trashumante, guardado por un solitario pastor, inmóvil, como una estatua, con su enhiesto cayado enhiesto en el aire como una lanza; o se puede percibir una recua de mulas moviéndose cansinas por la paramera como una caravana de camellos en el desierto; o un solitario jinete, rondando por el llano, armado con trabuco y estilete. De forma que el país, sus costumbres y la apariencia de sus habitantes tienen algo del carácter árabe».
Bombo en Tomelloso. Autor, Miguel Angel Corral Sánchez
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Fotografía de portada: Torreón de la Higuera. Villamanrique. Autor, Francisco Jaramillo
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