Al otro lado del desierto del Sáhara, el río Níger avanza como una gigantesca serpiente entre las acacias y colinas agostadas del trópico africano. Allí, en los monasterios-fortaleza llamados rabita, los al-murabitum consolidaron al inicio del pasado milenio un movimiento islamista fanático e intransigente que impusieron por la fuerza a las tribus colindantes. En 1042 Abd Allah ben Yasin se convierte en su líder y no tarda en dirigir sus armas contra el Magreb, decidido a imponer a sangre y fuego el rigor almorávide en todo el occidente musulmán. Un pariente suyo, Yusuf ben Tasufin, heredó la empresa norteafricana y fue elegido caudillo indiscutible del movimiento, lo que le llevó a fundar la ciudad de Marrakesh para que sirviera de capital y de centro estratégico a sus avances. Tomó Tánger y Melilla en 1077, y Ceuta en 1084, y con él los almorávides no tardaron en dominar las rutas camelleras que transportaban el oro, el marfil o los esclavos del interior del continente negro, lo que les dio acceso a una fuente casi ilimitada de riquezas. Fue de tal calibre la influencia que ejerció sobre los pueblos camelleros magrebíes, que el eco de sus hazañas no tardó en cruzar el estrecho y llegar a oídos de los reyes Taifas, así como del propio rey de León y Castilla, Alfonso VI, en aquellos momentos exultante por la reciente conquista de la ciudad de Toledo.
Aspecto de una fortaleza-monasterio, o ribat. Autor, Alkainel
Murallas defensivas de Marrakesh, al sur de Marruecos. Autor, Jerzy Strzelecki
La esperanza de los reyes andalusíes era, sin duda, ver enfrentados a Yusuf y a Alfonso VI, y hacer que se estrellaran el uno contra el otro. La presión del “emperador de las dos religiones” era cada vez más asfixiante: en 1086 Zaragoza estaba sitiada, Córdoba seriamente amenazada y otro ejército actuaba en la frontera de Badajoz. En tales circunstancias se sucedieron insistentemente los mensajes a Yusuf, que en realidad no habían dejado de producirse desde 1075, para que cruzara a la península y salvara la verdadera religión del avance de los cristianos. En realidad la situación era más complicada para los reyezuelos Taifas, puesto que su libertinaje y relajación en los preceptos del Islam les habían atraído también la furia de los estrictos almorávides, deseosos de imponer una vuelta al Corán y a la Suna rígidamente interpretados. Pero, atrapados entre dos frentes, los reyes andalusíes consultaron a sus allegados y terminaron pidiendo ayuda a Yusuf: “Mejor ser camellero que porquero”, escribirían los autores islámicos de la época. En consecuencia, la petición de ayuda se hizo firme y el paso del estrecho por las tropas almorávides no se demoró en demasía bajo la atenta vigilancia tanto de musulmanes como de castellanos.
Alfonso VI y el Cid Campeador en La Jura de Santa Gadea. Marcos Giráldez de Acosta (1830_1896). Óleo sobre lienzo
Dehesas en la provincia de Badajoz. Autor, Juaninda
Alfonso VI se hallaba en una posición difícil y era consciente de ello. Sabía de los éxitos y de la eficacia de Yusuf ben Tasufin, de modo que pidió ayuda a todas las regiones españolas, desde Galicia a Cataluña, y especialmente a Sancho Ramírez, rey de Aragón. Se cree que vinieron también refuerzos allende el Pirineo, lo cual permitió aumentar la confianza del caudillo castellano ante el avance imparable de los almorávides por la península. Después del desembarco Yusuf había marchado hacia Badajoz, donde se instaló a la espera de que se incorporasen las tropas andalusíes convocadas a la lucha. Entretanto Alfonso hubo de improvisar un ejército en poco más de dos meses con el que se fue a instalar en la ciudad cacereña de Coria, situada sobre la fértil llanura regada por el Alagón. La literatura islámica posterior habla del cruce de mensajes de desafío, a cual más altanero, entre los dos caudillos. En cualquier caso nada se solucionó con ello y al final prevalecieron las palabras que se atribuyen a Yusuf: “No hay más cartas que las espadas y las lanzas”.
Puerta de Palmas, en Badajoz. Autor, Jose Antonio Kesada
Plaza de España. Autor, Madogdidit
En la batalla que se avecinaba iban a combatir dos jefes heridos en su orgullo, caudillos de dos civilizaciones nada dispuestas a doblegarse la una ante la otra. Alfonso VI tuvo la precaución de concentrar su ejército al sur del Sistema Central y penetrar luego en tierras musulmanas para, de este modo, llevar el choque a territorio enemigo. De esta forma, si salía derrotado podría hallar refugio fácilmente en la montaña y evitar que su país fuera asolado por el invasor. El encuentro decisivo tuvo lugar el viernes 23 de octubre de 1086, en un lugar que las fuentes cristianas sitúan en las llanuras del Guadiana inmediatas a Badajoz, y junto a las cuales se extiende la dehesa de Sagrajas.
Miniatura medieval que representa una batalla de la época. Biblia de Maciejowski
Aspecto del río Guadiana. Autor, Darkummy
La batalla comenzó al amanecer con el ataque de la vanguardia cristiana, formada por Alvar Fáñez y por combatientes aragoneses. Éste atacó y logró poner en fuga a los contingentes andalusíes dirigidos por Mu’tamid de Sevilla. Sin embargo, al entrar en acción las tropas almorávides la situación cambió por completo. Más que el estruendoso son de los tambores de piel de hipopótamo, o la dudosa presencia de cuerpos de arqueros turcos, el factor decisivo fue el número y disciplina de los ejércitos de Yusuf. En lo más encarnizado de la batalla el caudillo almorávide lanzó su caballería ligera, que envolvió rápidamente a las tropas leonesas y castellanas hasta hacerles entrar en pánico y provocar su repliegue progresivo. Ya avanzada la tarde y con las fuerzas al límite, la balanza se inclinó del lado de los musulmanes con la entrada en acción de los 4000 guerreros negros africanos de la retaguardia, armados con largas jabalinas y espadas indias, y que hasta entonces se habían mantenido frescos y a la espera de acontecimientos. La aparición de los africanos provocó una total carnicería y la desbandada absoluta de las fuerzas cristianas. Se estima que al término del choque las bajas entre las tropas de Alfonso llegaron a sesenta mil, y que solo cien caballeros lograron ponerse a salvo y huir del campo de batalla. Yusuf quedó muy afectado al percatarse de la magnitud de la matanza, y hasta el propio Alfonso VI sufrió una lanzada que le atravesó la loriga y fue a clavarse en su muslo, aunque pudo escapar tomando con grandes dificultades el camino de Coria.
Callejuela en el casco antiguo de Badajoz. Autor, David Pedrero
Badajoz y el río Guadiana desde el fuerte de San Cristóbal. Autor, Lord Wellington1815
Una helada sensación de peligro corrió por los reinos cristianos al conocerse la noticia del terrible desastre de Sagrajas. Se perdieron todos los territorios conquistados al sur del río Tajo, y las fortalezas cristianas de Toledo y Talavera se aprestaron a defenderse contra un ataque inminente de las fuerzas musulmanas. Los más pesimistas temían incluso la invasión y pérdida del viejo reino leonés. Con semejante amenaza ante si, Alfonso VI no dudó en lanzar una petición de auxilio a la Cristiandad del otro lado de los Pirineos, la primera dirigida a los reinos europeos desde el territorio astur-leonés en cuatro siglos, y que afortunadamente encontró amplio eco entre los nobles y caballeros de todos los estados ultrapirenaicos.
En lo más árduo de la lucha. Obra de Mariano Barbasán. Óleo sobre madera. 1882
Otro aspecto de las dehesas en Badajoz. Autor, Frank Black Noir
Por fortuna, un extraordinario golpe de suerte vino a socorrer a las atemorizadas fuerzas cristianas. En el mismo campo de batalla, Yusuf, el caudillo almorávide, recibió la noticia de la muerte de su hijo y príncipe heredero, al cual había dejado enfermo en Ceuta. De este modo hubo de regresar precipitadamente junto a sus hombres a Marruecos, perdiendo así la ventaja adquirida para emprender acciones inmediatas contra Alfonso VI y arrasar el territorio leonés. Se trataba de una oportunidad inesperada, y ciertamente única, que se prolongó por espacio de cinco largos años. Y fue la ausencia casi permanente de los almorávides lo que permitió al rey castellano reconstruir su poder económico y militar, ayudado además por los buenos oficios de vasallos como Alvar Fáñez, y por supuesto, del legendario Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. La batalla de Sagrajas pudo ser así el final de la Reconquista, pero la fortuna quiso que este revés significase el principio de una nueva etapa de éxitos para las fuerzas cristianas: el sometimiento del Levante español y la conquista, de manos del Cid, de una de las ciudades islámicas más florecientes a orillas del Mediterráneo: Valencia. Así fue como la derrota en las dehesas del Guadiana fue definitivamente olvidada.
El río Guadiana a su paso por la ciudad. Autor, ÁlvaroBá
La vanguardia del ejército, antes de la batalla. Obra de J. Robert-Fleury, 1840