¿Por qué eran las brujas objeto de una persecución tan rigurosa por parte de la Iglesia y la sociedad de aquella época? En el centro de toda esta superchería pagana se encontraba el diablo, fuente de su magia, socio supremo y objeto de su adoración incondicional. A lo largo de la Edad Media el demonio recibió varios nombres por parte de las autoridades eclesiásticas, pero el más común fue sin duda el de Satán, o Satanás, palabra que significa “El Enemigo” y que solo en el Nuevo Testamento comienza a adquirir una preeminencia destacable. La figura del diablo fue evolucionando con el paso de los siglos. Es curioso constatar, por ejemplo, que lo que hoy definimos como estampa clásica del demonio nació en realidad de la fusión de distintos conceptos culturales: así, pintar al diablo de negro proviene de la asociación tradicional del color negro con el pecado, mientras que las alas derivan de su condición de ángel caído, ambas ideas tomadas de la cultura judeocristiana oriental. Por el contrario, la barba de chivo, las pezuñas partidas, los cuernos o la forma semi-animal proceden del dios celta Cernuno, mientras que los senos de mujer con que se representa en diversas obras pictóricas inglesas son un concepto tomado de la cultura grecorromana y la imagen de la diosa de la fertilidad, Diana.
Imagen del pueblo de Zugarramurdi. Autor: Jroura
La bruja. Obra pictórica de Salvator Rosa. 1640-1649
Lucifer, el gran arcángel que se rebeló contra Dios y fue expulsado al infierno, no fue el único Señor adorado por los brujos en los aquelarres. Satán tenía también su corte de príncipes del mal, encabezados por figuras del calibre de Belcebú, Leviatán y Belial, y su capacidad para tomar posesión real del cuerpo de una persona fue uno de los terrores más evocados por el subconsciente del pueblo hasta fechas muy recientes. La posesión demoníaca acabó desempeñando un papel importante en la brujería, pues la bruja tenía potestad para ordenar al diablo que poseyera a una víctima en virtud de un pacto concluido entre ambos. Este pacto es citado ya en sus escritos por San Agustín, en el siglo V d.C. Gracias a él el diablo proporcionaba salud o alguna otra forma de poder terrenal a cambio de servicios diversos, y por supuesto la potestad sobre el alma del contratante humano tras su muerte física.
Ríos y umbrías en el valle de Baztán. Autor: F0ff0
Bosques de la localidad con la llegada del invierno. Autor: Marycesyl
La asociación de pacto demoníaco y prácticas mágicas creció a lo largo de la Edad Media con la traducción de gran número de libros de origen islámico o griego, que hasta entonces se habían considerado perdidos. A pesar de las reticencias de la Iglesia los ritos mágicos fueron comunes entre los monarcas europeos, e incluso en la corte papal, y los nigromantes que las practicaban no eran en absoluto personas iletradas. Los métodos de conjuro varían considerablemente, pero por lo general implicaban fidelidad a una fórmula escrita a fin de atrapar al demonio dentro de una botella, un anillo o un espejo, para así ordenarle luego que proporcionase la ayuda deseada. En estas prácticas, luego repetidas con profusión por las brujas en sus ritos y aquelarres, el diablo exigía un tributo a cambio de esta ayuda, lo que solía resolverse con la entrega de una gallina o la propia sangre del nigromante. Pero en cualquier caso dicho pacto atrajo el rechazo más enérgico de los teólogos escolásticos y condenaba al practicante como hereje, ya que cedía a Satán unos derechos solo atribuibles a Dios. Peor aún: el mago era un apóstata, pues renunciaba a su Fe cristiana al prestarse a adorar al demonio o servirlo de alguna otra manera. Se asentaba por tanto el argumento clave que permitía su persecución por los inquisidores papales en toda Europa.
La cueva de los aquelarres, en Zugarramurdi. Autor: Carlalove
Lucifer y el Paraíso perdido. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)
Con el tiempo, los cargos consistentes en practicar magia y establecer pactos con el diablo se dirigieron contra campesinos ignorantes, y el mago pasó gradualmente de ser señor o socio del diablo a ser brujo, o bruja, un servidor a las órdenes de Lucifer. Según lo expresaría más adelante el rey Jacobo VI de Escocia: “Las brujas solo son siervas y esclavas del diablo; pero los nigromantes son sus señores y dueños”. Un signo claro del cambio es que la bruja suele acceder a servir a Satán a cambio de recompensas económicas o materiales muy escasas. Es muy frecuente que el demonio consiga su lealtad mediante el ofrecimiento de una monedilla, convertida en piedra inmediatamente después de realizarse el pacto irrevocable. Y resulta interesante señalar que cuando el mago-señor se transformó en bruja servil, el sexo del malhechor cambió de varón a hembra…
Las cumbres neblinosas de Zugarramurdi. Autor: Karrikas
Mar de nieblas en el valle de Baztán. Autor: Iloiola
La caza de brujas de Zugarramurdi tuvo gran repercusión a nivel europeo, una fama que no decayó con los años y que terminó dando a la villa el merecido sobrenombre de “Pueblo de las Brujas”. La mayor parte de los acusados murió en las cárceles de la Inquisición o de camino a ellas (lo cual da idea del trato recibido de manos de sus carceleros) hasta que finalmente, y como resultado de las condenas leídas en el Auto de Fe del 7 de noviembre de 1610, once de los encausados fueron sentenciados a la inhumana y aterradora pena de hoguera. Seis víctimas subieron al cadalso y fueron quemadas en persona, mientras que otras cinco lo fueron en efigie (es decir, sus restos mortales, puesto que ya habían fallecido durante los días previos). La Iglesia quedó satisfecha y el peligro satánico conjurado. Pero el recuerdo de estos hechos resuena todavía en los bosques y en las sendas montañesas de la localidad, donde multitud de familias ignorantes de todo lo que no fuera sobrevivir con el trabajo de sus manos quedaron mutiladas para siempre. Rotas por la pérdida de padres, hermanos o hijos, y señaladas además de por vida por la zarpa del catolicismo y la ignorancia a ultranza de sus vecinos.
El Aquelarre. Obra de Francisco de Goya. 1821-1823
Detalle del museo de las brujas de Zugarramurdi. Autor: Jesús Reinoso
Es precisamente este recuerdo el que impulsó en fechas recientes la creación del Museo de las Brujas de Zugarramurdi en el antiguo edificio del hospital. Sin duda el lugar perfecto para comprender las consecuencias que el oscurantismo, la intolerancia y el extremismo de cualquier signo han causado en las poblaciones humanas bajo la bandera de la, en ocasiones, mal llamada civilización. No nos queda sino señalar que, en apenas unas semanas, esta población navarra celebrará el aniversario del proceso por brujería más famoso de la historia de España. Recordemos los nombres de los ajusticiados, y crucemos los dedos por que unos hechos tan tenebrosos e incomprensibles no vuelvan a repetirse en nuestra historia en el futuro: Domingo de Subildegui, Graciana Xarra, Petri de Juangorena, María de Echatute, María de Arburu y María Baztán de la Borda.
Senderos del Baztán. Autor: Fernando Elia