La sacerdotisa del aquelarre es siempre “la Vieja”, un título de honor, pero ella puede ser muy bien joven. La novia del Diablo puede tener alrededor de unos treinta años, de mirada profunda y febril. Los cabellos en desorden, negros e indomables, coronados por una diadema de verbenas, hiedra de las tumbas y violetas. Después viene la negación de Jesús y el homenaje al nuevo señor, al igual que en las recepciones del temple en las que se da todo sin reservas, pudor, dignidad o voluntad. En ese momento, Él consagra a su sacerdotisa. El dios del bosque la acoge y ella se entrega a él, según la forma pagana. Recibe su hálito, el alma, la vida, la fecundación simulada.. Después, no menos solemnemente, ella se purifica y se constituye como altar viviente a partir de ese momento.
Bosques navarros de la Selva de Irati. Autor, MC SimónE
Así termina el rito del Introito y el servicio se interrumpe para el banquete. Al revés del festín de los nobles, con la espeda siempre dispuesta a un lado del cuerpo, aquí, en el festín de los hermanos, nada de armas, ni siquiera un cuchillo.. Cada uno tiene además una mujer como guardián de la paz. Nadie puede ser admitido sin mujer. Pariente o no, esposa o no, vieja o joven, hace falta una mujer.
¿Qué bebidas circulaban? Hidromiel, sidra, cerveza y vino, e incluso licor de pera. Probablemente no se escanciase ningún brebaje alucinógeno, puesto que el exceso de confusión habría hecho difícil la danza que seguía al banquete. Esta danza, este frenesí giratorio, la famosa Ronda del aquelarre, bastaba para completar un primer grado de embriaguez. Giraban espalda contra espalda, los brazos hacia atrás, sin verse; pero a menudo las espaldas se tocaban. Poco a poco nadie se conocía, ni siquiera a la persona que tenía al lado. La vieja entonces ya no lo era. Milagro de Satán. Ella era todavía mujer y deseable, confusamente amada.
Bardenas Reales. Autor, Miguel Angel García
En el momento en el que la multitud, unida en este vértigo, se sentía un solo cuerpo por una irresistible emoción de fraternidad y sensualidad, se continuaba el oficio con el Gloria. En las formas antiguas y clásicas del aquelarre primitivo, el altar ofrecía a los presentes la hostia. ¿En qué forma? La Mujer misma. De su cuerpo prosternado, de su persona humillada, ella se ofrecía mientras un supuesto demonio oficiaba sobre sus riñones, decía el Credo y hacía la ofrenda. Este rito fue inmoral más tarde, como es obvio, pero su atractivo continuó siendo poderoso hasta el punto de que en la corte de Luis XIV de Francia se reproducía en sus fiestas privadas como un espectáculo más de diversión para los nobles invitados. Ahora bien, una cosa era la diversión de la nobleza y otra el rito del pueblo, de forma que las asambleas de los aquelarres tenían mucho que perder si eran sorprendidas. Y desde luego, la bruja se arriesgaba en extremo con este audaz comportamiento.
El Aquelarre. Obra de Francisco de Goya. 1823
En un siguiente acto, sobre el altar viviente que se entregaba se hacía la plegaria y la ofrenda para la cosecha. Era común aportar trigo al Espíritu de la tierra, que hace germinar el grano. Pájaros liberados llevaban al Dios de la libertad el suspiro y los votos de los siervos. Según las zonas podían utilizarse también gatos negros, machos cabríos negros o toros negros.
Paisaje navarro en la niebla. Autor, Rufino Lasaosa
¿Qué hostia se distribuía en los antiguos aquelarres? No la hostia de burla que se verá en tiempos posteriores, sino la hostia de Amor. Para ello se coloca sobre los riñones desnudos de la bruja una tablilla y sobre ella un pequeño horno donde se cuece un pastel, el mismo que se utilizaba durante el medievo para los famosos filtros de amor en los que la enamorada mandaba un presente a su deseado varón, para atarlo irremediablemente a ella. Para terminar se depositaban sobre el altar viviente dos ofrendas de carne, que representaban ficticiamente elementos de peso en el rito: la carne del último muerto de la comunidad, y la del último recién nacido. El resto de los presentes comulgaba entonces bajo la sombra vaga de Satán, y al término la bruja se levantaba y tomando un sapo entre las manos lo reducía a pedazos. Era el momento de la fiesta final, y la multitud saltaba las grandes hogueras impunemente como una anticipación consciente de los fuegos del Infierno.
Gallipienzo viejo. Autor, JMMCai