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El Valle de Erro y la senda de los Contrabandistas

El Valle de Erro y la senda de los Contrabandistas

En el norte de Navarra, tan solo a unos kilómetros de la frontera francesa y el Camino de Santiago, el valle de Erro despliega en estas fechas todo el esplendor de sus galas primaverales. Las cumbres del macizo de Alduide, todavía hoy cubiertas de nieve, protegen un enclave idílico de arroyos, montañas, florestas y caseríos en pleno Pirineo Occidental, y los separan de otros valles con nombres tan evocadores como el de Arce o el de Baztán, este último atravesado por el río Bidasoa. Un país de gentes duras y de ganado, como demuestra la reciente celebración el pasado sábado de la marca de Baigorri, y el paso de 240 vacas francesas para veranear en la pradería comunal de Sorogain. El acto, que atrae a numerosos visitantes, se cerró con la comida popular a base de carne de vacuno y trucha de la zona, y fue amenizada por las voces de un grupo de bertsolaris, que ensalzaron en euskera las gestas heroicas de este pueblo de pastores.

2. Marca de ganado en Sorogain. Autor, Carlos Octavio Uranga

 Marca de ganado en Sorogain. Autor: Carlos Octavio Uranga

Vaca paciendo en un prado de montaña. Autor, Jozelui

Vaca paciendo en un prado de montaña. Autor: Jozelui

El clima en Erro es muy húmedo, fecundo en nieblas otoñales y nieve de invierno que propicia la existencia de bosques como el Quinto Real, una de las extensiones de hayas más importantes de Navarra. Rincones misteriosos cubiertos por el velo del tiempo, como la magnífica cueva de Arpea, o los dólmenes funerarios en Sorogain. Paisajes verdaderamente feéricos donde la imaginación del visitante se desborda. Es el Pirineo más verde, más lluvioso, más exuberante. Pero es también la tierra del estraperlo por excelencia, donde los pasos silenciosos del contrabandista atravesaban cada noche infinidad de regatos y largos terraplenes de hierba en la más completa oscuridad, en busca de los collados que daban paso a los valles fronterizos.

Construcciones megalíticas en el valle de Erro. Autor, Erizu

Construcciones megalíticas en el valle de Erro. Autor: Erizu

Contrabandista en un puerto pirenaico. Paul Gavarni. Cromolitografía. 1829

Contrabandista en un puerto pirenaico. Paul Gavarni. Cromolitografía. 1829

Aunque el contrabando (o paso clandestino de mercancías prohibidas) existió desde siempre en estas montañas, su auge se inició con las guerras Carlistas del siglo XIX mediante el abastecimiento de áreas aisladas o el paso de refugiados, ya fuese entre zonas carlistas y liberales, o desde ambas hasta la frontera con Francia. En otras ocasiones se cruzaba también ganado, pero en realidad el grueso del estraperlo consistía en productos básicos de consumo como azúcar, café o cobre, entonces considerados de lujo y de los cuales se extraían importantes ganancias. Este contrabando no era necesariamente una actividad de subsistencia y se practicaba a diario por numerosas familias de los valles como otra forma más, aunque peligrosa, de ganarse la vida.

Bosques navarros de ls Selva de Irati. Autor, MC SimónE

Bosques navarros en el Quinto Real. Autor: MC SimónE

En realidad pasaban cualquier cosa y de cualquier manera, siempre que hubiese pingües beneficios para el que arriesgaba. En una ocasión los contrabandistas cruzaron a Francia un Seat recién salido de fábrica, para lo cual se ocultó el vehículo en un carro lleno de hierba. Y es famosa la anécdota sobre el muchacho del cercano valle de Baztán, que todos los días atravesaba la frontera en bici transportando un gran bulto en la parte de atrás. Cuando los guardias le daban el alto y le obligaban a abrirlo, el paquete siempre estaba misteriosamente vacío. Mucho tiempo después se descubrió que el negocio consistía en las bicicletas.

Pueblo de Villanueva de Arce, junto a Erro. Autor, Rahego

Pueblo de Villanueva de Arce, junto a Erro. Autor: Rahego

Hayas del bosque de Irati. Autor, Rufino Lasaosa

Hayas del bosque de Irati. Autor: Rufino Lasaosa

El estraperlo de Erro está repleto de historias de travesías en la nieve, de noches al raso y huidas precipitadas a través de los campos de nieve o los bosques, con la Guardia Civil pisando los talones a los fugitivos. Está tan presente en la memoria del valle y sus aledaños que, en realidad, puede decirse que forma parte de su cultura más arraigada, al igual que los prados, los bertsolaris o las marcas de ganado. Es imposible calcular cuantas fortunas familiares se han amasado gracias al mercadeo clandestino, pero se sospecha que muchos caseríos deben su gran auge de los siglos XIX y XX, precisamente, a estas correrías nocturnas entre valles vecinos.

Contrabandistas. Guasavo Doré (1832-1883). Grabado

Contrabandistas. Gustavo Doré (1832-1883). Grabado

El negocio era generalizado y se daba el caso de parejas de la Benemérita confraternizando con las mismas familias que luego, al amparo de la noche, se escabullían de su vigilancia cargados de mercancías y camino del puerto. Claro que, para evitar problemas, nada mejor que la argucia de los montañeses y su calzado mágico. Al igual que uno de aquellos maravillosos cuentos infantiles de Perrault, los contrabandistas usaban zuecos de madera con la suela tallada del revés, y mientras la autoridad corría en pos de unas huellas de ida, ellos en realidad ya estaban de vuelta. Eso por no hablar de las suelas con forma de herradura o de pezuña de vaca… Maravillas de la vida montañesa.

Bosques navarros de la Selva de Irati. Autor, Danel Solabarrieta

Atardecer en un bosque navarro pirenaico. Autor: Danel Solabarrieta

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San Francisco Javier y la Javierada. Un hito religioso en tierras navarras (1ª parte)

“Francisco, capitán de Dios, ha terminado sus cruceros. Ya no le queda suela a sus plantas y tiene más gastado el cuerpo que la sotana. Ha llevado adelante lo que le indicaron que hiciera; no todo, pero sí lo que pudo. Se acuesta sobre la tierra, porque no puede más. Y es verdad que ahí cerca tiene a China, y es verdad que aún no la ha pisado. Pero ya no puede adentrarse, muere ante ella; se tiende, pone a su vera el breviario. Dice “Jesús”. Perdona a sus enemigos, hace su plegaria y, tranquilo, como un soldado, pies juntos, cuerpo erguido, cierra austeramente los ojos y se cubre con la señal de la cruz”.

Vista desde el Castillo de Javier. Autor, Viajar sin Destino

Vista desde el Castillo de Javier. Autor, Viajar sin Destino

Las palabras de Claudel ilustran bellamente el momento de la entrega del alma del que fuera un peregrino incansable por este mundo de Dios, navarro por más señas y del Castillo de Javier, que expiró a las puertas de China en el amanecer del día 3 de diciembre de 1552. Se trataba de San Francisco Javier, miembro del grupo precursor de la Compañía de Jesús y estrecho colaborador de su fundador, Ignacio de Loyola.

Detalle de la vida de San Francisco Javier. Autora, Jacqueline Poggi

Detalle de la vida de San Francisco Javier. Autora, Jacqueline Poggi

El Castillo de Javier se encuentra cercano a la localidad del mismo nombre, sobre una colina cercana donde exhibe su estampa clásica al estilo de las grandes fortificaciones renacentistas de Francia o Alemania. Pero el castillo de Javier es mucho más antiguo, ya que sus orígenes se remontan a los comienzos del X. Efectivamente, en su base se conservan todavía algunos zócalos de confección musulmana y que podrían ser de aquella lejana época, aunque la construcción, tal y como la podemos ver ahora, es mucho más reciente y de origen cristiano. Del siglo XI data el primer edificio y su recinto, mientras que no fue sino hasta dos siglos más tarde cuando se añadieron varios cuerpos poligonales y torres que le dieron su configuración definitiva. Era la época del rey Sancho VII de Navarra, héroe de las Navas de Tolosa y cuñado del archiconocido Ricardo Corazón de León. En torno al año 1223 el castillo pasó a su poder debido a los impagos de su anterior propietario, y desde entonces la historia le fue muy dispar, llegando a quedar abandonado y al borde de la ruina más absoluta a finales del siglo XIX.

Javierada año 2011. Autor, Parroquia de Santa Engracia

Javierada año 2011. Autor, Parroquia de Santa Engracia

Tuvo que llegar 1940 para que la cuna de San Francisco Javier fuera catapultada a la fama con la celebración de la Javierada, peregrinación religiosa en honor al Santo y que en próximas fechas tendremos ocasión de disfrutar de pleno. Efectivamente, en la actualidad se realizan dos convocatorias de la Javierada sin distinción de sexo: en la primera participan sobre todo diversos pueblos del sur de Navarra, que se dirigen hacia el castillo el primer domingo entre el 4 y el 12 de marzo. El segundo turno, en cambio, se realiza con mayor devoción si cabe para el sábado siguiente.

El jesuita viajero. Autor, Víctor Gomez

El jesuita viajero. Autor, Víctor Gómez

Francisco Javier fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que santos insignes de la talla de Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro el Labrador. Uno de los tripulantes del navío que lo llevó hasta las costas donde había de encontrar la muerte, había aconsejado que se llenase de barro el féretro para poder trasladar más tarde los restos. Diez semanas después, se procedió a abrir la tumba. Al quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba perfectamente fresco y que no había perdido el color; también el resto del cuerpo estaba incorrupto y sólo olía a barro. El cuerpo fue trasladado a Malaca donde todos salieron a recibirlo con gran gozo, y a finales de ese mismo año se llevó a Goa, en la costa oeste de la India, donde los médicos comprobaron que efectivamente el cuerpo no había sufrido los estragos habituales de la muerte y se hallaba incorrupto. Ahí reposa todavía, en la iglesia del Buen Jesús.

Restos de la iglesia jesuita de San Paulo. Macao, China. Autor, Viajando ando

Restos de la iglesia jesuita de San Paulo. Macao, China. Autor, Viajando ando

La Javierada tuvo ya un loable intento de instauración en el siglo XIX, concretamente el 4 de marzo de 1886. Entonces la peregrinación fue organizada por la Diputación Foral de Navarra como agradecimiento al santo por haber evitado (según creencia popular de la época) una grave epidemia de cólera que sí causó numerosas bajas en otras zonas. Pero fue el 10 de marzo de 1940 cuando podemos hablar realmente de la primera Javierada, llevada a cabo por los carlistas de la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz en un intento de «perpetuar el espíritu de la Cruzada». Al año siguiente se convocó de forma oficial para el segundo domingo de marzo. La participación popular fue tal que tan solo 20 años más tarde se decidió organizar una Javierada exclusivamente femenina. Ésta se hacía durante el fin de semana posterior al masculino, y a pesar de los intentos de la Iglesia por evitarlo, la versión femenina siguió ganando adeptas hasta el punto de resultar inevitable la instalación de puestos de socorro en el camino, para tratar los frecuentes desfallecimientos que se producían en la marcha.

Continuará…

Puesta de sol en Goa, India. Autor, Shahnawaz Sid

Puesta de sol en Goa, India. Autor, Shahnawaz Sid

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Un paseo por Navarra y sus Aquelarres. En el país de la bruja (2ª Parte)

Un paseo por Navarra y sus Aquelarres. En el país de la bruja (2ª Parte)

La sacerdotisa del aquelarre es siempre “la Vieja”, un título de honor, pero ella puede ser muy bien joven. La novia del Diablo puede tener alrededor de unos treinta años, de mirada profunda y febril. Los cabellos en desorden, negros e indomables, coronados por una diadema de verbenas, hiedra de las tumbas y violetas. Después viene la negación de Jesús y el homenaje al nuevo señor, al igual que en las recepciones del temple en las que se da todo sin reservas, pudor, dignidad o voluntad. En ese momento, Él consagra a su sacerdotisa. El dios del bosque la acoge y ella se entrega a él, según la forma pagana. Recibe su hálito, el alma, la vida, la fecundación simulada.. Después, no menos solemnemente, ella se purifica y se constituye como altar viviente a partir de ese momento.

Bosques navarros de ls Selva de Irati. Autor, MC SimónE

Bosques navarros de la Selva de Irati. Autor, MC SimónE

Así termina el rito del Introito y el servicio se interrumpe para el banquete. Al revés del festín de los nobles, con la espeda siempre dispuesta a un lado del cuerpo, aquí, en el festín de los hermanos, nada de armas, ni siquiera un cuchillo.. Cada uno tiene además una mujer como guardián de la paz. Nadie puede ser admitido sin mujer. Pariente o no, esposa o no, vieja o joven, hace falta una mujer.

¿Qué bebidas circulaban? Hidromiel, sidra, cerveza y vino, e incluso licor de pera. Probablemente no se escanciase ningún brebaje alucinógeno, puesto que el exceso de confusión habría hecho difícil la danza que seguía al banquete. Esta danza, este frenesí giratorio, la famosa Ronda del aquelarre, bastaba para completar un primer grado de embriaguez. Giraban espalda contra espalda, los brazos hacia atrás, sin verse; pero a menudo las espaldas se tocaban. Poco a poco nadie se conocía, ni siquiera a la persona que tenía al lado. La vieja entonces ya no lo era. Milagro de Satán. Ella era todavía mujer y deseable, confusamente amada.

Bardenas Reales. Autor, Miguel Angel García

Bardenas Reales. Autor, Miguel Angel García

En el momento en el que la multitud, unida en este vértigo, se sentía un solo cuerpo por una irresistible emoción de fraternidad y sensualidad, se continuaba el oficio con el Gloria. En las formas antiguas y clásicas del aquelarre primitivo, el altar ofrecía a los presentes la hostia. ¿En qué forma? La Mujer misma. De su cuerpo prosternado, de su persona humillada, ella se ofrecía mientras un supuesto demonio oficiaba sobre sus riñones, decía el Credo y hacía la ofrenda. Este rito fue inmoral más tarde, como es obvio, pero su atractivo continuó siendo poderoso hasta el punto de que en la corte de Luis XIV de Francia se reproducía en sus fiestas privadas como un espectáculo más de diversión para los nobles invitados. Ahora bien, una cosa era la diversión de la nobleza y otra el rito del pueblo, de forma que las asambleas de los aquelarres tenían mucho que perder si eran sorprendidas. Y desde luego, la bruja se arriesgaba en extremo con este audaz comportamiento.

El Aquelarre. Obra de Francisco de Goya. 1823

El Aquelarre. Obra de Francisco de Goya. 1823

En un siguiente acto, sobre el altar viviente que se entregaba se hacía la plegaria y la ofrenda para la cosecha. Era común aportar trigo al Espíritu de la tierra, que hace germinar el grano. Pájaros liberados llevaban al Dios de la libertad el suspiro y los votos de los siervos. Según las zonas podían utilizarse también gatos negros, machos cabríos negros o toros negros.

Paisaje navarro en la niebla. Autor, Rufino Lasaosa

Paisaje navarro en la niebla. Autor, Rufino Lasaosa

¿Qué hostia se distribuía en los antiguos aquelarres? No la hostia de burla que se verá en tiempos posteriores, sino la hostia de Amor. Para ello se coloca sobre los riñones desnudos de la bruja una tablilla y sobre ella un pequeño horno donde se cuece un pastel, el mismo que se utilizaba durante el medievo para los famosos filtros de amor en los que la enamorada mandaba un presente a su deseado varón, para atarlo irremediablemente a ella. Para terminar se depositaban sobre el altar viviente dos ofrendas de carne, que representaban ficticiamente elementos de peso en el rito: la carne del último muerto de la comunidad, y la del último recién nacido. El resto de los presentes comulgaba entonces bajo la sombra vaga de Satán, y al término la bruja se levantaba y tomando un sapo entre las manos lo reducía a pedazos. Era el momento de la fiesta final, y la multitud saltaba las grandes hogueras impunemente como una anticipación consciente de los fuegos del Infierno.

Gallipienzo viejo. Autor, JMMCai

Gallipienzo viejo. Autor, JMMCai

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Un paseo por Navarra y sus Aquelarres. En el país de la Bruja (1ª Parte)

Un paseo por Navarra y sus Aquelarres. En el país de la Bruja (1ª Parte)

Tras celebrar en la pasada ceremonia cinematográfica como el film “Las brujas de Zugarramurdi” se ha llevado la palma en número de premios Goya, con ocho estatuillas de las 10 a las que optaba (actriz de reparto para Terele Pávez, maquillaje y peluquería, efectos especiales, dirección de producción, sonido, montaje, diseño de vestuario y dirección artística), uno no deja de preguntarse qué tendrá Zugarramurdi y sus brujas para que hoy estén tan de moda en medios públicos y círculos privados. En otra ocasión hablamos del famoso auto de Fe que condeno a numerosos vecinos de la zona a penas que incluyeron la temible muerte en la hoguera, pero… Hoy nos acercaremos al propio rito en sí, el famoso aquelarre en el que la misa negra y el culto a Satán eran el centro mismo de la vida pagana, y referencia importante en unas regiones montañosas y remotas, donde a su pesar la luz cristiana todavía no había calado con la suficiente profundidad.

2. Fuente en el valle de Erro. Autor, Federico

Fuente en el valle de Erro. Autor, Federico

Hubo un tiempo en que el siervo llevó la vida del lobo y del zorro, fue un animal nocturno, entendiendo con esto que actuaba mínimamente de día y que su reino verdadero lo constituía la oscuridad. Todavía en el año 1000, mientras el pueblo fabricaba sus santos y sus leyendas, la vida a plena luz tenía algún interés para él. El dios Pan persigue alegre a las mujeres y a los niños en forma de vecino enmascarado, y en las casas las viejas encienden velas en honor a Diana-Luna-Hécate. Pero a partir del segundo milenio la Iglesia y la nobleza arremete con toda resistencia pagana y el siervo no tiene más remedio que convertirse o huir a la noche. En parte, las terribles revueltas sociales del siglo XII se vieron influidas por esta huida, estos misterios y vida nocturna del lobo y del contrabandista. Los primeros aquelarres fueron de hecho una especie de venganza ante el ostracismo, y en el aislamiento de los bosques y de la noche las gentes que allí se congregaban bebían entre ellas su propia sangre y comían la tierra húmeda como hostia.

3. Bruja y el círculo mágico. Obra de J. W. Waterhouse. 1886

Bruja y el círculo mágico. Obra de J. W. Waterhouse. 1886

Tuvo que pasar algún tiempo para que los aquelarres tomasen la forma que conocemos, es decir, una guerra declarada a Dios. Esto no se plantea hasta el siglo XIV, el siglo de Dante, durante el Gran Cisma, y fue entonces cuando empieza a acuñarse el término “Misa Negra” con el que se conoció desde entonces. Los fieles son esos mismos siervos y campesinos que no encuentran alivio alguno en la conmiseración de una Iglesia aliada con los poderosos. El cielo les parecía un aliado de sus feroces verdugos, lo que allanó el camino a revueltas terribles como la Jacquerie y manifestaciones satánicas para todos los gustos.

4. Dolmen en Isaba. Autor, Rafael Miró

Dolmen en Isaba. Autor, Rafael Miró

Curiosamente, la mujer tuvo en los aquelarres un papel importante. Desde 1300 su medicina se considera maléfica, sus remedios castigados como venenos. El inocente sortilegio a partir del cual los leprosos creían mejorar su suerte lleva a la matanza de estos infortunados mientras la bruja terminaba desollada viva por orden del párroco o el señor feudal. Con una represión tan ciega los aquelarres comenzaron a pulular en cuevas, florestas umbrías y prados de altura, siempre al amparo de la noche. Porque el gran milagro de aquellos tiempos miserables es que podía encontrarse en la cena nocturna de la fraternidad lo que no se había encontrado durante el día…

5. Niebla en los Pirineos navarros. Autor, Anamfp

Niebla en los Pirineos navarros. Autor, Anamfp

Los aquelarres de la época están bien documentados desde antiguo, de forma que puede describirse con bastante exactitud sus diferentes estadios (aunque siempre de manera general, puesto que cada región y a menudo cada aldea tenía sus propias manifestaciones locales). Podéis imaginaros la escena: una gran landa, a menudo cerca de un viejo dolmen céltico y en la linde de un bosque. De un lado la pradera iluminada por la luna, donde va a realizarse la comida en común de los fieles; de otra, hacia el bosque, el altar de esta iglesia negra cuya cúpula es el cielo. Y entre ambos fuegos resinosos de llamas amarillentas y rojas, que proporcionan un vapor fantástico. La bruja vestía su Satán, un gran Satán de madera, negro y peludo. Tenebrosa figura que cada uno veía de manera diferente, puesto que mientras unos se aterrorizaban otros terminaban sollozando, emocionados por la grandeza melancólica que parecía envolver al Ángel caído…

Continuará…

6. Detalle de un Aquelarre. Obra de Henry Fuseli. 1741-1825

Detalle de un Aquelarre. Obra de Henry Fuseli. 1741-1825

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Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (5ª Parte)

A casi cien kilómetros de Santiago salían a recibir a los peregrinos

A casi cien kilómetros de Santiago salían a recibir a los peregrinos los juglares gallegos, con típicos cantos, romances y narraciones de los milagros del santo Apóstol. Ellos les acompañaban el resto del camino hasta dar vista a la ciudad. Otros acompañantes eran los comerciantes, que se hacían cada vez más numerosos a medida que se aproximaba Compostela. Ofrecían hospedaje, buena comida y alojamientos, cambio de dinero y toda clase de reliquias y baratijas, como conchas o vieiras. Doce kilómetros separan a Labacolla de Santiago, con el repecho del Monte del Gozo donde veían los peregrinos medievales la tan deseada ciudad, si es que el orvallo, la lluvia o la niebla no se lo impedían. El gozo era indescriptible. Se contagiaban unos a otros entonando himnos de júbilo. Se hincaban de rodillas para dar gracias a Dios por haberles concedido la gracia de arribar al término deseado. Repuestos de la primera impresión, emprendían la carrera final. Cuesta abajo se apresuraban y hasta corrían los peregrinos, emulándose celosamente. El primero que llegaba a la catedral era declarado rey del grupo, dignidad que a algunos les hizo tanta ilusión que tomaron ese título como apellido, de donde muchos franceses han heredado el apellido “Leroy”.

camino santiago

Señalando el camino. Autor, sabersabor.es

2. Pazo de Raxoi. Compostela. Autor, Amaianos

Pazo de Raxoi. Compostela. Autor, Amaianos

Santiago, en tiempos medievales, era muy distinta de lo que hoy conocemos. Poseía las casa típicas de la época: dos o a lo más tres plantas, de humilde apariencia y escasa comodidad. Las calles, estrechas y tortuosas, eran como las que hoy encontramos en lo más viejo de Compostela, las típicas rúas, que hoy se han quedado demasiado estrechas para el tráfico moderno. Por el barrio de San Lázaro entraban presurosos los peregrinos, sin detenerse, buscando el camino más corto hasta la Catedral, donde eran recibidos oficialmente por uno o varios canónigos con su largo acompañamiento de sacristanes, clérigos y monaguillos. Solamente en casos de notabilísimos peregrinos, que podían ser reyes, duques u otros nobles, era el arzobispo el que recibía y oficiaba. Sonaban entonces las chirimías de plata, que aún se oyen en las procesiones presididas por el arzobispo de Santiago.

 

3. Luz oculta del Universo. Autor, Fusky

Luz oculta del Universo. Autor, Fusky

4. Vista de Santiago en primavera. Autor, Compostelavirtual

Vista de Santiago en primavera. Autor, Compostelavirtual

Hecho un relativo silencio, después de una no corta prédica, se impartía la absolución de todos los pecados. Los peregrinos se sentían como si en aquel momento hubieran acabado de recibir las aguas bautismales. Se narraba la leyenda del hallazgo de la tumba del apóstol Santiago, allá por el siglo IX, cuando un ermitaño que vivía en aquellos parajes vio caer por la noche una lluvia de estrellas sobre un determinado lugar. La repetición en los siguientes días del mismo hecho le llevó a la convicción de que aquello era una señal y aviso del cielo, y fue a comunicarlo al obispo de Iria Flavia, donde estaba la residencia episcopal. El obispo Teodomiro se desplazó hasta el lugar y pudo ver por si mismo la portentosa lluvia estelar. Con su comitiva se dirigió al punto exacto y encontró una pequeña cueva, y en ella un cuerpo yacente vestido de hábitos pontificales, llegándose a la conclusión de que aquel era el cuerpo de Santiago el Mayor, del que se sabía que estaba enterrado en la comarca pero sin haberlo podido hallar hasta entonces.

 

5. El espectáculo del Botafumeiro. Autor, Carlos, Octavio Uranga

El espectáculo del Botafumeiro. Autor, Carlos, Octavio Uranga

6. La Catedral. Autor, Bernavazqueze

La Catedral. Autor, Bernavazqueze

La Vía Láctea, camino lechoso de estrellas, nos ha traído a Compostela y cumplido su fin. No importa ya que desaparezca de nuestra vista, porque si mirando a las estrellas se puede llegar a Santiago, al entrar en la ciudad es muy probable que se oculten al peregrino debido a la lluvia tan asociada al paisaje gallego, como ocurrió a los Reyes Magos cuando dieron con el lugar en que nació el Redentor. La Vía Láctea ha sido para nosotros nube luminosa que conducía a Israel por el desierto, según las palabras del Éxodo. Pero sea una lluvia sin descanso y sin tregua; un agua menudita, persistente y fina de calabobos; o de un violento chaparrón, como si sobre el pueblo se desplomasen los cielos, Santiago y la contemplación de la Catedral quedarán para siempre grabados en el alma del peregrino. He aquí las palabras que Gerardo Diego dedicó a esta privilegiada contemplación:

“Aquella noche de mi amor en vela
Grité con voz de arista, dura y fría:
Creced, mellizos lirios de osadía,
Creced, pujad, torres de Compostela.
Todos los santos, sí. Ni una candela
Faltó a la cita unánime. Y se oía,
Junto a Gelmírez, por la Platería,
El liso resbalar de un vuelo en vela,
La ronda de los Ángeles. Yo oculto
Entre las sombras de los soportales (…)
Para medir, grabar moles y estrellas,
Y el santo y seña de las catedrales”.

7. Espectacular vista panorámica de la Vía Láctea. Autor, Slworking2

Espectacular vista panorámica de la Vía Láctea. Autor, Slworking2

Y así, el camino y su verdad, lo que comienza y en un punto ha de terminar, con sus dificultades y sus peligros, con suaves complacencias o alegrías desbordantes, ha sido el destino de millones de personas de todas las épocas, lenguas y condiciones sociales. Nunca se ha cantado con palabras más bellas la experiencia de caminar a pie, despacio, porque peregrinar es bello siempre que haya espíritus que sepan percibir sensaciones, captar bellezas de la naturaleza, de la historia, de la leyenda o del arte:

“Bajo la luminosa, nocturna estela,
Entre la polvareda de los caminos,
En busca de Santiago de Compostela
Pasan, cantando salmos, los Peregrinos”.

8. Espectacular vista de la fachada de la Catedral. Autor, Hornet, 18

Espectacular vista de la fachada de la Catedral. Autor, Hornet, 18

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«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»

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Días y noches en el Camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (4ª Parte)

Días y noches en el Camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (4ª Parte)

Los peregrinos a Santiago, los santiagueros, estaban muy orgullosos de su viaje y no querían ser confundidos con ningún otro:

¿A dónde vas, romero,
por la calzada?
Que yo no soy romero,
Soy santiaguero.
A Roma van por tierra,
Yo miro al cielo.
Va la luna conmigo
Descalza. Y sigo.

Y aún menos cuando, después de pasadas las puertas de León y los puertos de Irago y del monte Cebrero, se llegaba finalmente a la tierra de los gallegos. El francés Picaud la describía así en el Codex Calixtinus: “frondosa, con ríos y prados, abundante en campos de manzanos, buenos frutos y clarísimas fuentes; rara en ciudades, villas y sembrados; escasa en pan de trigo y en vino; rica en pan de centeno y en sidra; abundante en ganados y bestias, leche, miel y enormes pescados de mar, pocos de ellos comestibles (…) Las gentes gallegas, mejor que las demás gentes españolas, son las que más se parecen a las nuestras francesas, por las costumbres cultas; pero los tienen por iracundos y litigiosos en gran manera”.

 

1. Puente en Sahagun. Autor, Calafellvalo

Puente en Sahagún. Autor, Calafellvalo

2. Bosque milenario en Barbadelo. Lugo. Autor, FreeSat

Bosque milenario en Barbadelo. Lugo. Autor, FreeSat

Podemos estar conformes o no con algunas de estas afirmaciones, pero lo que sí es cierto es que, al entrar en Galicia, el peregrino entraba al mundo de la leyenda y de la devoción más arraigadas. Mirando a las aguas de los arroyos el peregrino medieval cree ver sombras en el fondo. Alguna vez se oyen murmullos. No se distingue bien si son cantos místicos u oraciones, pero es una delicia colocarse en la orilla y dirigir la mirada a lo profundo de las aguas. En cada aldea encontrarán a su paso a ancianos acercándose a orillas de tal o cual balsa de piedra, para recordar aquel rincón asolanado de su juventud, aquel prado que era el orgullo de la familia, el cementerio donde reposan los antepasados. Su alma escuchará rumores nostálgicos, leyendas en gallego, y acaso imaginen ver la “Santa Compaña, el paso de las ánimas que van y vienen del camposanto. ¡Toda una historia de siglos y corazones se encuentra bajo las aguas!

En camino de Santiago
Iba un alma peregrina,
Una noche tan oscura
Que ni una estrella lucía;
Por donde el alma pasaba
La tierra se estremecía.

“¿Dírasme, alma pecadora,
Lo que por Santiago había?”
“Perdóneme el caballero,
decírselo non podía;
que tengo el cuerpo en las andas,
voy a la misa del día”.

3. El camino en La Rioja. Autor, Calafellvalo

El camino en La Rioja. Autor, Calafellvalo

En O Cebreiro, Lugo, se localiza también una legendaria historia de la que aún hoy resuenan ecos entre las gentes de los valles: una mañana invernal y dura entró en la iglesia un campesino para oír misa, como acostumbraba todos los días. El sacerdote que celebraba pensó distraído que durante la misa no merecía la pena que aquel labriego hiciera tanto sacrificio para ver un poco de pan y vino. Instantáneamente las especies sacramentales se presentaron a los ojos de sacerdote y campesino en la apariencia de carne y de sangre, que la vista y tacto podían certificar. Siglos después pasó por allí Isabel la Católica y ordenó que fueran puestas aquellas especies sacramentales en dos ampollas de plata, que aún se conservan.

 

4. Galicia mística. Etapa de Portomarín a Palas del Rei. Autor, Jexweber

Galicia mística. Etapa de Portomarín a Palas del Rei. Autor, Jexweber

Animados por las canciones y leyendas del camino las leguas iban quedando atrás, y el peregrino, cansado pero feliz, ansiaba el final de cada jornada con una mezcla de misticismo y cordialidad que contagiaba. A esas alturas se siente dueño de la ruta, sacia el hambre con los frutos que le da el bosque o la huerta bienhechora; toma el agua con las manos, ya de una charca, ya de una fuente de mármol en el jardín de un abandonado palacio. A pesar de todas las incomodidades, hallar un techo bajo el que cobijarse era un don de Dios. Los peregrinos, como los enfermos de los hospitales, rezaban agradecidos y devotos, dando gracias al Cielo por haberles deparado cobijo. La oración les confortaba, sobre todo si era dirigida por un monje, sacerdote o dueño más o menos letrado, que eran quienes solían encargarse de las hospederías.

 

5. Campos de Belorado a finales del invierno. Burgos. Autor, Davidmiguel.com

Campos de Belorado a finales del invierno. Burgos. Autor, Davidmiguel.com

En el refugio, el cansancio del camino hacía que cualquier camastro o rincón fuese bueno para dormir. La gente de aquellos tiempos estaba acostumbrada al duro lecho, y esto facilitaba conciliar el sueño tan pronto como el peregrino arropaba su cuerpo fatigado con una manta o tabardo. La habitación podía ser un cuarto con varias camas, un salón grande en el que se apiñaban gentes de todas clases, un pajar, o la misma cuadra, junto a los animales domésticos, que tenían poco respeto por el necesario silencio interrumpiendo constantemente con ladridos, patadas, rebuznos o gruñidos. Pero el viajero percibe también otras sensaciones, éstas más halagadoras: el murmullo de las fuentes; la primera luz centelleante de la mañana, posándose sobre los tejados, torres y roquedos; el aire oscuro de la madrugada, o el sonido estival de las ranas en la noria, junto al río, al caer la noche.

 

6. Etapa conseguida. Autor, Jexweber.fotos

Etapa conseguida. Autor, Jexweber.fotos

Pero al fin, por mucha poesía que requiriese el peregrino, lo pragmático acudía y era necesario alimentarse del modo que fuese posible. No causaba la gula grandes estragos entre los caminantes a Santiago. Más bien, eran el apetito agudo y los recuerdos de mesas mejor abastecidas objeto obligado de su experiencia y nostalgia, como claman aquellos versos de Tirso de Molina:

¿Dónde estáis, jamones míos,
que no os doléis de mi mal?
Cuando yo solía cursar
La ciudad y no las peñas
¡memorias me hacen llorar!
De las hambres más pequeñas
Gran pesar solíais tomar.
Erais, jamones, leales:
Bien os puedo así llamar,
Pues merecéis nombre tales,
Aunque ya de los mortales
No tengáis ningún pesar.

7. Viñedos en Navarrete, La Rioja. Autor, Calafellvalo

Viñedos en Navarrete, La Rioja. Autor, Calafellvalo

La ayuda alimenticia que prestaban los hospitales de peregrinos no solía ser todo lo abundante y nutritiva que ellos necesitaban. Como heredera de aquella caridad quedó la famosa sopa de los conventos que se daba todos los días, o algún día por semana, a los que la solicitaban. Era llamada “la sopa boba” por ser gratuita, y si no arrancaba de cuajo hambres atrasadas, sí alivió muchas en gran medida. Había incluso quien se organizaba y sabía que el lunes la tendría en los benedictinos, el martes en los franciscanos, el miércoles en el convento de la Merced, el jueves en Santo Domingo…

 

8. Un recibimiento muy especial. Belorado. Autor, Scouts Burgos

Un recibimiento muy especial. Belorado. Autor, Scouts Burgos

Fuera de esta sopa de urgencia, los alimentos que consumían habitualmente las personas humildes en las hospederías eran sopa de lentejas, garbanzos, nabos, espinacas y pocas cosas más, todo condimentado con hierbas, grasa o sebo (el aceite fue un lujo hasta principios del siglo XX). Manjares de ricos al alcance de unos pocos peregrinos, o de todos en las grandes solemnidades, eran el jamón, chorizo, gallinas, cecina de vaca, conejo o queso. Que el pan fuese blanco resultaba raro, y comúnmente se fabricaba con trigo, centeno, cebada o maíz. Para pobres se cocía un pan inferior en forma de panecillos llamados bodigos, que eran entregados en limosna a quien la suplicaba en la puerta, o se enviaban a las iglesias o albergues para que ellos hiciesen la caridad.

 

9. Puente a la altura de Sahagún, León. Autoer, Calafellvalo

Puente a la altura de Sahagún, León. Autor, Calafellvalo

Y por supuesto, no podía faltar el vino. Sin líquido no es fácil pasar la comida a no ser que se trate de potaje abundante en caldo. Agua sola no solía ser apetecida, una afirmación que los italianos recalcaban con consejos como el que sigue: «bebe vino al modo alemán: por la mañana, puro; para comer, sin agua, y a la cena, tal como viene del pellejo”. Por unas razones u otras, el viajero a Santiago bebía moderadamente siempre que tenía oportunidad y dinero. Para el vino llevaba su bota de cuero, aunque muchos utilizaban la calabaza como recipiente, la cual albergaba los vinos más baratos, ásperos y de no demasiados grados, que daban al paladar un cierto gusto a resina, a miel y otras especias. Cuando la calabaza se iba haciendo demasiado liviana repostaba el peregrino en las tabernas, que no escaseaban, o en las casas particulares de los cosecheros. Cualquier lugar era propicio para un convite, y si hemos de ser sinceros, el vino fue el gran compañero del alma para muchos de los que transitaba por aquellas sendas de Dios:

Cuando yo me muera, tengo que dejar
En el testamento que me han de enterrar
En una bodega, al pie de una cuba,
Y un racimo de uvas en el paladar.

Continuará…

 

10. Santo Domingo de la Calzada, hito del camino. Autor, Calafellvalo

Santo Domingo de la Calzada, hito del camino. Autor, Calafellvalo

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«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»

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Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (3ª Parte)

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (3ª Parte)

El peregrino de la Edad Media no seguía un camino de rosas hacia Santiago. Los procedentes del norte de Europa, por ejemplo, se daban cuenta muy pronto tras su paso por los Pirineos que cada vez les era más difícil soportar el clima, sobre todo a partir de Puente la Reina, donde comienzan a experimentarse la sequedad y los calores de la meseta castellana. En verano los días son largos y calurosos, de modo que venía bien el sombrero redondo del que habla el Arcipreste de Hita como propio del peregrino. Y es que la falta de agua en el paisaje llegaba a ser odiosa para unas gentes acostumbradas a los grandes ríos de Europa central. Sin embargo, tampoco convenía rogar demasiado por su presencia en una región como Castilla, donde las tormentas son temibles. Para el caminante una tormenta es un peligro pasajero, pero nada grato, pues a veces resultaba imposible encontrar en tamañas soledades la choza bienhechora, abandonada por los pastores, o una roca que sirviera de cobijo.

 

1. El camino por Villalcázar de Sirga, Palencia. Bill Bereza

El camino por Villalcázar de Sirga, Palencia. Bill Bereza

2. Camino y encina. Autor, Jule_Bertin

Camino y encina. Autor, Jule_Bertin

La mayor parte de los peregrinos, por necesidad o por penitencia, hacían el viaje a pie, sin caballerías. Algunos las alquilaban en los trechos más penosos por sus pendientes o por el mal estado de conservación de su suelo. Y es que se utilizaban las calzadas romanas y caminos antiguos, que con las lluvias y tormentas quedaban en malísimo estado. Otra cosa era el paso de los ríos. No siempre había puentes, de ahí que se señalara como gran obra de caridad el construirlos. Se tiene referencia incluso de una cofradía llamada de los “pontífices”, porque tenía como finalidad la construcción y reparación de puentes. Por desgracia, estas obras se realizaban en los ríos de mayor calado. Los pequeños carecían muy frecuentemente de ellos y se cruzaban por pontones inseguros o por vados, menos seguros aún, puesto que podían cambiar súbitamente de caudal con las riadas. Vadear era un arte y un riesgo. Los primeros que lo hacían avisaban a los compañeros que venían detrás, y por ello se hizo proverbio que: “En río desconocido debes pasar el último”, y por la misma razón los señores pasaban el vado después de sus criados.

 

3. El mejor momento del día, en la hospedería. Autor, Calafellvalo

El mejor momento del día, en la hospedería. Autor, Calafellvalo

Otro peligro evidente para los peregrinos eran el robo y el pillaje, concretados a menudo en emboscadas en los pasos más solitarios del trayecto. Conservamos referencias históricas, y no solo literarias, sobre el bandidaje en tiempos medievales. Como es natural, en España destacaban sobre todo los españoles; pero había también bandoleros de otros países. Eran intrusos, como Juan de Londres, que robó a los viajeros mientras dormían en la posada de Domingo, llamado “el Gallego”. Una banda de salteadores ingleses tuvo por campo de operaciones los Montes de Oca, no lejos de Burgos. Los robos en los hospitales de peregrinos tampoco constituían una novedad, siendo frecuente el caso de fingidos caminantes que ofrecían su amistad a los compañeros de refugio para después robarles, o también el caso del posaderos que envenenaban a sus huéspedes. Se sabe incluso de un caso en el que aparecieron muertos por intoxicación cien peregrinos, aunque bien pudiera explicarse también por el mal estado de las comidas. En cualquier caso estos delitos estaban perseguidos y se trataba con dureza a los culpables, que a menudo acababan ahorcados, azotados o desorejados según la magnitud del delito.

 

4. Palacio episcopal de Astorga. Actualmente dedicado al museo del Camino. Autor, Eryoni

Palacio episcopal de Astorga. Actualmente dedicado al museo del Camino. Autor, Eryoni

Es siempre peligroso salir de casa en mal estado de salud. Pero más aún en los tiempos medievales, cuando los hospitales de enfermos, los médicos y las medicinas dejaban tanto que desear. El término “hospital de peregrinos” en el camino a Santiago era utilizado preferentemente para designar a las hospederías, puesto que los hospitales para enfermos no existían. Estos viajeros eran atendidos en locales propios de la ciudad o villa, o bien en departamentos especiales anexos a la hospedería. La enfermedad en el peregrino era en verdad temible. Apenas sin dinero, lejos de su tierra, poco podía esperar si no era de manos de la caridad. Los enfermeros de los hospitales resultaban comúnmente monjes, ayudados con aportaciones que prestaban personas especialmente caritativas que dedicaban algunas horas diarias a la atención de los enfermos.

 

5. Luz antes de la tormenta. Carrión de los Condes, Palencia. Autor, Digustipado

Luz antes de la tormenta. Carrión de los Condes, Palencia. Autor, Digustipado

Existían instituciones benéficas destinadas únicamente a estos menesteres, entre ellas algunas Órdenes religiosas. Sin embargo, y a pesar de estas buenas intenciones, la atención médica era muy primitiva y se basaba las más de las veces en sangrías, emplastos de dudosa eficacia o, peor aún, en fórmulas mágicas y supercherías. Tanto la autoridad eclesiástica como civil prohibían dichas prácticas, pero lo cierto es que resultaba muy difícil desarraigarlas. De todas formas, en una época donde la vida media de una persona estaba en cuarenta años y el impacto de las epidemias era enorme, poco más podía hacerse. Por poner un ejemplo, a lo largo del camino, y en realidad en toda Europa, la lepra era una plaga endémica y especialmente temida. A ella se añadía la escasa higiene de siervos y caballeros, que dormían vestidos y hasta con las armaduras interiores puestas. Los piojos y chinches se tenían por compañeros de viaje, y el agua se usaba poco. Debido a ello el cuerpo era un libro abierto donde podían encontrarse pústulas, eczemas, erisipela, lepra y gangrenas en grado difícil de cuantificar, pero sin duda elevadísimo.

 

6. Mejor en compañía. Autor, Calafellvalo

Mejor en compañía. Autor, Calafellvalo

Al descuido personal se unía el poco cuidado que se tenía en hospitales y hospederías, en nada semejante a lo que hoy conocemos. El peregrino dormía sobre una yacija o cama de madera, o sobre un jergón de hojas de maíz, arropado con el tabardo y una manta, que hacía su oficio una noche y otra también para diferentes huéspedes. Son frecuentes las calles, barrios y edificaciones que llevan el nombre de San Lázaro, en alusión a antiguos hospitales para leprosos. El “gafe” o “gafo” era el apestado, el que podía traer la mala suerte de contagiar la lepra y por tanto era temida su presencia. De ahí la expresión actual tan común de “ser un gafe”. Al leproso se le apartaba de la sociedad, y en los caminos debía llevar un vestido que le distinguiera de los demás, usar guantes, no tocar a los niños y ni siquiera hablar a las gentes si éstas no se dirigían a él. En las hospederías se usaban diversas medidas preventivas como hervir el agua, aromatizar el aire y matar a los perros, los cuales eran considerados transmisores de las epidemias… Ni que decir tiene que estos remedios eran muy poco eficaces para atajar la enfermedad.

 

7. Proximidades de Cirauqui, Navarra. Autor, ElcaminodeSantiago092006

Proximidades de Cirauqui, Navarra. Autor, ElcaminodeSantiago092006

No sabemos si por costumbre o por algún precepto municipal de la ciudad de Compostela, nació la obligación moral de que todos los peregrinos se lavaran cuidadosamente en el arroyo, que por ello tomó el nombre de Lavacolla, y que se encuentra a medio camino entre O Pedrouzo y Santiago. La Guía de Peregrinos de Aymeric Picaud menciona ya la citada costumbre y añade que no deben lavarse solamente las partes visibles del cuerpo, sino hasta las más íntimas. Que no otra cosa significa en Galicia la palabra lavacolla, y que en latín se decía “lave méntula”. Un buen diccionario latino dará al lector la significación exacta de las dos palabras…

 

Continuará…

 

8. Iglésia románica de Santa María de Eunate, Navarra. Autor, Rufino Lasaosa

Iglesia románica de Santa María de Eunate, Navarra. Autor, Rufino Lasaosa

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Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (2ª Parte)

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (2ª Parte)

Los viajes se planeaban para la primavera, coincidiendo con la terminación de las fiestas de Pascua de Resurrección. Era el mejor tiempo y, sobre todo, quedaban muchos meses por delante hasta que se pudiera pensar en los días cortos y desapacibles de un otoño anticipado. Chaucer ilustraba este hecho con una bella poesía en sus famosos cuentos de peregrinación, Los cuentos de Canterbury:

“Cuando en abril caen los dulces chubascos (…), cuando el céfiro, con su alentar suave, envía a los aires el perfume de cada arboleda y de cada matorral sobre sus tiernos retoños, el sol joven señala el equinoccio (…) y los ruiseñores cantan sus melodías (…), los que han de ir en peregrinación, los romeros, buscan las playas extranjeras de los santos lejanos, reverenciados en países llenos de sol”.

2. La estampa clásica del peregrino. Cebreiro, Lugo. Autor, Moisés Gallego

La estampa clásica del peregrino. Cerca de Cebreiro, Lugo. Autor, Moisés Gallego

3. Puente de la Rabia. Zubiri, en Navarra. Autor, Miguel Ángel García

Puente de la Rabia. Zubiri, en Navarra. Autor, Miguel Ángel García

Antes de abandonar su pueblo o su ciudad, el peregrino debía cumplir con unos ritos. No era él quien vestía la túnica y tomaba el bordón, sino que estas insignias le eran entregadas por las autoridades eclesiásticas en conformidad con un meticuloso ceremonial. Vestir el hábito del peregrino significaba una cierta consagración temporal a Dios, y al Apóstol Santiago. Por eso el peregrino era respetado, tenido en estima y eximido de los impuestos que había de pagar al paso por los puertos de montaña o al entrar en las ciudades, y de otros tributos con que las autoridades civiles hacían frente a los gastos públicos. Tras la despedida y la ceremonia religiosa obligada, el buen romero, el santiaguero de ley, ponía la mirada hacia poniente para no abandonarla en lo sucesivo. La mirada por donde desaparecía el sol todas las tardes. Y al llegar la noche, antes de acostarse, miraba al cielo también: pues si estaba despejado le permitiría ver su Vía Láctea clavada en el cielo como un tenue sendero de estrellas, marcándole el camino a seguir durante los días venideros

 

4. Monasterio de Irache, Navarra, antiguo hospital de peregrinos. Autor, Canduela

Monasterio de Irache, Navarra, antiguo hospital de peregrinos. Autor, Canduela

1. Puente cerca de Sahagún. León. Autor, Calafellvalo

Puente cerca de Sahagún. León. Autor, Calafellvalo

Un apunte: los literatos de todas las épocas han imaginado al peregrino caminando a toda prisa, casi corriendo, tropezando con los guijarros y levantando grandes polvaredas con los pies en la rapidez de su marcha. Sin embargo, esta prisa era más imaginaria que real. Aparte de los descansos exigidos por el duro caminar, por las inclemencias del tiempo o la búsqueda de provisiones y recambios, el reposo se imponía también cuando en la seca Castilla aparecía una alameda placentera. También se permitía lo que hoy llamaríamos excursiones cortas. Romerías a los santuarios célebres que habían surgido, ya en el camino, ya en lugares un poco apartados de él, en poblados, ciudades o descampados. Las visitas a estos centros de piedad cristiana y litúrgica están recogidas en multitud de trabajos históricos y documentos de la época. Era frecuente que una desviación a un lugar de peregrinación secundaria durara los tres días de hospedaje gratuito que se solía conceder a los visitantes, más los dos días de viaje contando el de ida y el de vuelta.

 

5. Peregrinos por los páramos de Palencia. Autor, Ruhei

Peregrinos por los páramos de Palencia. Autor, Ruhei

6. Verde sobre verde en el camino. Autor, Guu

Verde sobre verde en el camino. Autor, Guu

La alegría de los peregrinos, tanto en esas “cortas excursiones” como en el camino propiamente dicho, no es fácil de describir. Siguiendo la pauta que nos marca León Felipe en sus versos, podría decirse que esta dicha nace de una profunda convicción de la ruta como ideal de vida:

“Ser en la vida romero,
Romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero
Sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero… sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
Ligero, siempre ligero”.

7. Una buena noticia. Padrón, camino Portugués. Autor, Compostelavirtual

Una buena noticia. Padrón, camino Portugués. Autor, Compostelavirtual

Además de la túnica de paño grueso, o tabardo, que le servía para resguardarse de las inclemencias del tiempo y para envolverse con él por la noche, el peregrino llevaba asimismo un báculo o bordón cuya utilidad era entonces mucho más variada que hoy en día. Se le utilizaba para apoyo, defensa contra hombres y fieras, o para que sirviera de mástil a una tienda de campaña improvisada… Por otro lado, el equipaje era siempre escaso: un hatillo o mochila para los pobres, porque “hasta una paja estorba en el viaje”, y algo más si el peregrino venía a caballo, señal segura de distinción y riqueza. Los caballeros no hacían el viaje solos y era común que se hiciesen acompañar de sus escuderos o mochileros, por lo que la alforja, y aún el cofre o el arca voluminosa, venían sobre una segunda montura en la que también cabalgaba el servidor del romero rico.

 

8. Casona habilitada como albergue de peregrinos. Villafranca del Bierzo, León. Autor, Titoalfredo

Casona habilitada como albergue de peregrinos. Villafranca del Bierzo, León. Autor, Titoalfredo

9. La alegría del peregrino. Autor, Juanpol

La alegría del peregrino. Autor, Juanpol

La alforja solía estar bien nutrida de comida que se pudiera conservar algunos días. Cordillo, personaje creado por Lope de Vega, decía envidiando a los peregrinos y arrieros:

“Canalla inútil
Que no solo come y bebe
Lo que siempre le hace falta,
Sino que toda va siempre
Apercibida de alforjas
Donde permite que lleven
Las calabazas de vino,
Quesos, hogazas y nueces
Y otras zarandajas.”

10. Monasterio y albergue de peregrinos. Carrión de los Condes. Autor, Guu

Monasterio y albergue de peregrinos. Carrión de los Condes. Autor, Guu

11. Nubes de tormenta en Bercianos del Real Camino. Autor, Luis Echanove

Nubes de tormenta en Bercianos del Real Camino. Autor, Luis Echanove

Estas “zarandajas”, o cosas de poca importancia, no lo eran en realidad para cualquier caminante o peregrino. Ni tampoco el socorrido cuchillo de monte, que tanto valía para cortar rebanadas de pan, siempre a punto de endurecerse, como de arma para metérsela en el corazón a un jabalí, a un lobo o a un bandolero. Un proverbio antiguo dice: “cuchillo de Pamplona, zapato de Baldés y amigo Burgalés, líbreme Dios de los tres”. Tan común era llevar cuchillo de monte, que la iconografía pictórica y estatuaria de la edad media representa a menudo a los santos con un cuchillo pendiente del cíngulo, o cordón ceñido a la cintura. Finalmente, no podía faltar tampoco en el hatillo o alforja lo necesario para hacer fuego: eslabón, pedernal y yesca. Nadie podía aventurarse a olvidar éstas y otras menudencias, tan necesarias para una vida fuera de casa durante varios meses por campos, bosques y posadas, donde la incertidumbre acechaba por doquier y el peligro y las incomodidades tenían asiento diario junto al camino.

Continuará…

 

12. Camino en invierno. Autor, Lola Hierro

Camino en invierno. Autor, Lola Hierro

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Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (1ª Parte)

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (1ª Parte)

En estos días de comunión con nuestros familiares y amigos difuntos, aquellos que partieron en peregrinación a un mundo inalcanzable aún para nosotros, queremos dedicar nuestro reportaje de hoy a la esperanza, la belleza, la paz y la caridad del camino. Vivir el sosiego de aquel caminante medieval en peregrinación a Santiago, su día a día afrontando penalidades, contratiempos, pero también volcado en su interior al ritmo íntimo y a la naturaleza del paisaje. Un paisaje bellísimo, milenario, extendido como un manto protector a lo largo y ancho de las tierras de Navarra, Castilla, Galicia o La Rioja; vivir también con él la noche estrellada en la hospedería, coincidiendo con otros peregrinos a la espera de comida y lecho, y de un consejo amigo para afrontar con éxito las incógnitas de la siguiente jornada… El camino es, en realidad, una alegoría de nuestro paso por la vida, y como tal queremos mostrarlo a todo aquel que no desespera en buscar, todavía hoy y por encima de todas las cosas, la ilusión y la belleza en todo lo que nos rodea. Sin duda, y en este sentido, la ruta a Santiago es su mejor modelo a seguir.

2. Amanecer en Puente la Reina. Autor, Guu

Amanecer en Puente la Reina. Autor, Guu

3. A la sombra de los alisos. Autor, Frescotours

A la sombra de los alisos. Autor, Frescotours

Animados por la esperanza de una cordial y caritativa hospitalidad, muchos peregrinos se han echado a andar por el mundo en el transcurso de los siglos. Con la fe, la caridad y la esperanza viajaban los peregrinos medievales, alentados al saberse reconocidos como hermanos; porque si no pertenecían a un mismo pueblo ni a una misma raza, se sentían unidos por una cristiandad viva, que se traducía en el buen trato y obras nacidas de su amor por el prójimo. Esta fue la finalidad primordial de tantos hospitales, hospederías, albergues y refugios con los que se satisfacía las necesidades del caminante, romero a Compostela.

 

4. Ermita de la Virgen del Puente, cerca de Sahagún. Autor, Freecat

Ermita de la Virgen del Puente, cerca de Sahagún. Autor, Freecat

5. Parameras infinitas. Autor, Tomás Peñalver

Parameras infinitas. Autor, Tomás Peñalver

Por encima de todo, los hitos básicos en la ruta a Santiago eran las ciudades, las aldeas y los caminos. La Península Ibérica contaba en la Edad Media con menos de la décima parte de la población actual, y muchos de los pueblos que jalonan el camino de Santiago tuvieron su origen y desarrollo en las mismas peregrinaciones. Los caminos, por consiguiente, eran los grandes compañeros del viajero, quien evitaba deambular por trochas y jarales expuesto al peligro de fieras, asesinos o amigos de lo ajeno. Ortega y Gasset escribió en cierta ocasión:

“ Si una noche desaparecieran los caminos, si alguien avieso los sustrajera, quedaría España confundida, hecha una masa informe, encerrada cada gleba dentro de sí, de espaldas a las demás, bárbara, intratable. La red de caminos es el sistema venoso de la nación, que unifica y, a la vez, hace circular por todo el cuerpo una única espiritualidad”.

6. Feliz cena. Albergue de Ferreiros, Lugo. Autor,

Feliz cena. Albergue de Ferreiros, Lugo

En el Medievo no siempre se seguían los mismos caminos. Cada grupo o caravana elegía “su camino”, en conformidad con las devociones secundarias que los peregrinos se proponían cumplir. Además de las calzadas existía otra red caminera entre los castillos, pueblos y posesiones agrícolas y ganaderas. Tenían el nombre de senda o sendero, carril, vereda, camino real, camino cordel y cañadas, en conformidad con su anchura. Las más anchas eran las cañadas, tierra liberada de propietarios particulares que no podía ser cultivada y se reservaba para el paso de ganado trashumante. Además, a estas vías se añadían los caminos privados o de peaje, construidos por señores o ganaderos que exigían un pago por su utilización. Los mapas y guías de peregrinación aconsejaban entonces, al igual que ahora, cómo habían de hacerse racionalmente las jornadas, es decir, el camino de cada día, aunque cada cual las pudiera corregir o acomodar a su voluntad. De ahí la frase “hacer el viaje por sus jornadas”, que aparece con tanta frecuencia en las piezas literarias de aquel tiempo. Cada fin de jornada o etapa solía coincidir con una ciudad, una villa, un hospital de peregrinos o una venta. Aunque había quien, por ir más aprisa y a caballo, hacía jornadas dobles de hasta quince y veinte leguas, saltándose así la parada en aldeas de dudosa catadura.

 

7. Naturaleza en el camino de Santiago. Autor, Jexweber.fotos

Naturaleza en el camino de Santiago. Autor, Jexweber.fotos

8. Paisajes del camino. Autor, Guu

Paisajes y horizontes. Autor, Guu

Desde el camino y por el camino, el peregrino llegaba a un feliz estado de contemplación virginal de la naturaleza. El hombre medieval gozaba de ella, de sus picachos, de las vertientes del Pirineo bordadas de hayedos y robledales, con vacíos dejados para solaz de la vista en forma de verdes prados. Poco a poco se iba adentrando en las tierras llanas hasta llegar a las estepas y parameras, con horizontes infinitos que hacían dudar hasta al más decidido de poder dar término a su jornada. El gran poeta y crítico teatral español Enrique de Mesa describe así el paisaje que se abría a los ojos del peregrino:

“Un molino,
Perezoso por el viento.
Un triste son de campana.
Un camino
Que se pierde polvoriento
Surco estéril de la tierra castellana.
Ni un rebaño
Por las tierras. Ni una fuente
Que dé alivio al caminante”.

9. Afrontando la dura jornada. Autor, Calafellvalo

Afrontando la dura jornada. Autor, Calafellvalo

Debido a la singular cosmovisión del Medievo, el caminante y cualquier hombre de la edad media se consideraba rey en aquella tierra diáfana, montañosa, boscosa o esteparia. Era el elegido por Dios para contemplar y disfrutar de toda aquella naturaleza desplegada como un inmenso tapiz, con sus bellezas, sus bonanzas y sus rigores. El caminante curtido contemplará cada mañana los primeros rayos del sol ya un poco lejos del lugar donde ha pasado la noche; los atardeceres, por el contrario, desde las torres de una ciudad amurallada o desde el balcón de un albergue. El atardecer se recibe siempre con ánimo recogido, y la noche promete un descanso reparador a la espera de la fresca brisa de la mañana, y con ella una nueva esperanza. Este es el ciclo del viajero y del peregrino. Durante la jornada, en bella expresión de Víctor Hugo:

“Dios nos presta un momento los prados y las fuentes, los grandes bosques temblorosos, las profundas y sordas rocas y los cielos azulados, los lagos y las llanuras, para que pongamos en ellos nuestros ensueños, nuestros amores”.

10. Interior del albergue de Roncesvalles. Autor, Arquepoética.

Interior del albergue de Roncesvalles. Autor, Arquepoética

11. Camino de Santiago e iglesia románica, en Castrojeriz. Autor, Calafellvalo

Camino de Santiago e iglesia románica, en Castrojeriz. Autor, Calafellvalo

El caminante, sin darse cuenta, se llena de luz, de rumor de trigos ondulantes, de horizontes que se abren en cada colina. Más que nadie sabe de la caricia de una corriente de agua, de la sombra de los alisos o de la flor que brota entre las zarzas. Campo es sudor, polvo y penosas ascensiones; pero también olor a pino, a jara y a libertad. Y el atardecer le sorprende en casa, la suya por aquella noche. Y hace el recuento de la jornada con el cuerpo agotado, requemado por el sol y el duro viento de las parameras… ¿No es ésta una feliz coincidencia con el recorrido, a veces fácil, a veces triste y amargo, que nos ha tocado realizar en nuestra vida?

Continuará…

 

12. Amanecer y esperanza. Autor, Julio Codesal

Amanecer, colores de esperanza. Autor, Julio Codesal

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De toros y pamplonicas. La historia más oculta de los Sanfermines

De toros y pamplonicas. La historia más oculta de los Sanfermines

En estos días de canícula entrado ya el mes de julio, el espectáculo vital y primigenio de los encierros durante las fiestas de San Fermín vuelve a ser protagonista destacado en la prensa de medio mundo. Se trata de unos festejos que vienen de antiguo, debiéndonos remontar en su origen hasta la edad media y la época de las primeras ferias ganaderas organizadas alrededor de la festividad de San Pedro. Como suele ocurrir en cualquier evento de este tipo, la presencia de ganaderos, comerciantes y demás público ávido de negocio y diversión propiciaron poco a poco una mayor variedad de festejos, entre los que se incluyeron lógicamente las corridas de toros, que casi desde el primer momento fueron elevadas a la categoría de “súmmum” de la fiesta. Ahora bien, se dio el caso de que existía asimismo en Pamplona otro multitudinario y celebrado sarao, éste en honor a San Fermín, patrón de la diócesis pamplonesa y copatrón de Navarra junto a San Francisco Javier. Venía organizándose el 10 de octubre e incluía, además de las consabidas suertes taurinas, diversos espectáculos de música, actores, comediantes y puestos de venta, lo que atraía como es de rigor a un numeroso respetable… que con frecuencia se quedaba sin festejos por las abundantes tronadas y aguaceros propios de esa época del año. Visto el problema, de no pequeñas dimensiones, el Ayuntamiento solicitó formalmente en 1591 una solución definitiva y ésta consistió en hacer coincidir en un solo día (7 de julio) las ferias comerciales de San Pedro y la festividad de San Fermín. La fecha satisfizo a todos y desde entonces se considera como oficial e inamovible.

Aspecto de la plaza de toros de Pamplona tras un encierro. Autor, Bigsus

                                   Aspecto de la plaza de toros de Pamplona tras un encierro. Autor: Bigsus

En un principio las fiestas duraban escasamente dos días, pero no pasó mucho tiempo antes de que se alargasen hasta el día 10 mientras aparecían sin cesar nuevas y originales variedades de ocio. Los actos religiosos aumentaron a partir del siglo XVII y junto a ellos surgieron también saltimbanquis, gigantes y cabezudos, el vuelo de la mujer cañón, torneos con animales exóticos y otras ligerezas que hacían temer, a juicio de los clérigos, por la decencia y virtud de los jóvenes pamplonicas. Por supuesto, los encierros y sobre todo las corridas de toros siguieron siendo el elemento central de la fiesta, aunque no como las conocemos ahora, puesto que en el siglo XIX solían ser más largas y se organizaban en improvisadas estructuras de madera. La primera plaza fija se construyó en los años cuarenta de ese siglo, y hay que decir que resultó tan ruinosa que terminó llevando a los tribunales a la pobre viuda del constructor, ignorante por completo de las pifias de su marido. Por supuesto, salió absuelta.

Espectáculo en la plaza en el siglo XIX. Obra de Francisco de Goya (1824-25)

                                Espectáculo en la plaza en el siglo XIX. Obra de Francisco de Goya (1824-25)

Entrada de un encierro en la plaza. Autor, Baltasar García

                                               Entrada de un encierro en la plaza. Autor: Baltasar García

Antes de la modernización de los festejos taurinos era muy común organizar todo tipo de suertes y torneos durante las corridas, hoy afortunadamente extinguidos a causa de su peligrosidad. Por poner un ejemplo, se tiene constancia que durante los 4 días de Sanfermines del año 1804 los toros lidiados mataron un total de 19 caballos, mientras que una de las reses llegó a saltar la barrera y terminó muerta a bayonetazos por unos granaderos que casualmente se encontraban en el lugar. Claro que esta “hazaña” fue superada ampliamente en 1845, cuando se compraron para los 4 días de fiesta un total de 97 caballos, de los que solo sobrevivieron 24. Era asimismo frecuente ofrecer al populacho durante los Sanfermines los llamados novillos ensogados, reses sujetas con una o varias cuerdas para impedir sus embestidas, así como la utilización de perros de presa para rendir a los toros. Ésta última modalidad se practicó hasta el último tercio del siglo XIX y hay que decir que resultaba especialmente sangrienta, puesto que acababa casi siempre con los canes moribundos y abiertos en canal en mitad de la plaza. El arte consistía en soltar a los perros de tres en tres a medida que iban retirándose los inutilizados, hasta que al fin conseguían inmovilizar al astado lo suficiente como para que el maestro le rematase con el estoque y la puntilla. En 1958 volvió a verse un espectáculo espontáneo de esta guisa cuando “Ortega”, un perro pastor acostumbrado a guardar ganado, se enfrentó a dentelladas con un toro hasta que lo hizo batirse en retirada y fue retirado de la plaza. Que se recuerde, es la única ocasión en que un chucho recibe la ovación del respetable y completa a hombros una vuelta al ruedo.

El perro en los toros. Alano Español

                                                                 El perro en los toros. Alano Español

Las peculiaridades de las corridas durante los Sanfermines decimonónicos rayaban a veces en el esperpento, como cuando se probó a sacar a la plaza machos cabríos con muñecos a modo de picadores adosados a sus lomos. No se conoce la reacción del toro ante tal invento, ni tampoco el éxito alcanzado, pero sin duda fue menor que el que obtenían los aclamados mozos molineros a los que se reservaban astados para despacharlos con la suerte del palenque. Consistía esta técnica en esperar al toro en la plaza con la única defensa de una pica o lanza, y al tiempo que el toro embestía, los mozos lo levantaban por los aires sobre las picas hasta dejarlo muerto en la arena. El público pamplonica era especialmente aficionado a esta modalidad y celebraba con júbilo las diversas muestras de valor durante el episodio. Por contra no dudaban en mostrar su disgusto cuando espadas o banderilleros rebajaban las expectativas, lo que hacían saber de la manera más usual en aquella época: lanzando cualquier cosa que encontraban a mano. Es lo que ocurrió en 1876 cuando el respetable, iracundo ante una mala tarde de faena, comenzó a arrojar a la plaza pedazos de pan, botellas, cacerolas, herraduras y hasta cubos desvencijados llenos de basura, haciendo que los picadores temiesen por su integridad y corriesen a buscar refugio tras la barrera.

Aspecto de las calles de Pamplona durante un encierro. Autor, Baltasar García

                               Aspecto de las calles de Pamplona durante un encierro. Autor: Baltasar García

Palenque de los moros hecho con burro. Obra de Francisco de Goya (1814-16)

                               Palenque de los moros hecho con burro. Obra de Francisco de Goya (1814-16)

Pero son los encierros los que, a tenor de la cobertura mediática, han despertado siempre el mayor interés entre propios y extraños de los cinco continentes. Su origen estuvo en la conducción de reses bravas hasta las plazas donde iba a efectuarse la corrida, y por tanto puede decirse que en Pamplona existen encierros desde el mismo momento en que existieron festejos taurinos. La figura del corredor no aparece hasta el siglo XIX, cuando el itinerario de los toros por las calles de la ciudad comenzó a aglutinar a una población ansiosa por ver en primera línea el espectáculo de la manada. De ahí a correr delante de las reses solo había un paso, y otro más para poner doble vallado en el recorrido (cosa que ocurrió finalmente en 1939), pues durante los primeros tiempos no era raro que algún toro escapase y terminara de estampida por las calles para sorpresa mayúscula de tenderos y ancianas desprevenidas. Fue la figura del conocido escritor estadounidense Ernest Hemingway la que dio un impulso definitivo a los Sanfermines con la publicación de su obra Fiesta, de 1926, aunque él mismo sufrió un percance con un novillo embolado al que intentó coger en vano por los cuernos, proeza que le costó un buen revolcón y dos o tres duros de multa. Esperemos que la fiesta del presente año no vaya más allá de unos sonoros moratones para los mozos de la calle Estafeta, y que en cualquier caso siga siendo un foco de hermandad y pasión por el toro como lo ha venido siendo desde hace más de 500 años… ¡Víva San Fermín!

Mozos en la plaza de Pamplona. Autor, Baltasar garcía

                                                  Mozos en la plaza de Pamplona. Autor: Baltasar garcía