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En los dominios del gaucho. Darwin y su aventura patagónica

En los dominios del gaucho. Darwin y su aventura patagónica

A finales de julio de 1833, el famoso científico inglés Charles Darwin navegaba a bordo del Beagle camino de El Carmen, en la Patagonia argentina, el puesto más meridional del continente americano habitado por gente “civilizada”. Se encontraba en su segundo año de periplo alrededor del mundo, un viaje que sentaría las bases para desarrollar la teoría evolutiva de los seres vivos y que se concretó en 1859 con el libro “El Origen de las Especies”, la obra que le haría universalmente famoso. Pero durante aquel año estaba, ciertamente, muy lejos de imaginar todo aquello, y sí en cambio apuradísimo preparando su gran viaje a caballo por el interior de la Patagonia. No era para menos: esta región era entonces (y también hoy en día) un territorio poco menos que desértico extendido entre Tierra del Fuego y las Pampas cercanas a Buenos Aires, miles de kilómetros cuadrados de estepas y cerros salvajes, semiáridos y poblados en aquella época por indígenas ajenos a todo rastro de civilización.

 

2. La estepa, cerca de Bariloche. Autor, Andreinvs

La estepa, cerca de Bariloche. Autor, Andreinvs

3. Alazanes. Autor, Mariano Srur - UnchartedPatagonia.com

Alazanes. Autor, Mariano Srur – UnchartedPatagonia.com

4. Los dominios del gaucho. Autor, Gerald Davison

Los dominios del gaucho. Autor, Gerald Davison

El plan del joven Darwin era ir a caballo desde El Carmen hasta el río Colorado, establecer allí contacto con el general Rosas, y seguir luego todo el camino de posta en posta hasta llegar a Buenos Aires. Un inglés llamado Harris se ofreció a hacer de guía, se contrató una escolta de 6 gauchos, y el 11 de agosto Darwin se despidió de sus compañeros para partir hacia el norte. Al principio su itinerario discurrió por un desierto frío e inhóspito, donde de vez en cuando veían aparecer grupos de hasta 20 o 30 ñandúes deambulando entre los matorrales. “Era fácil acercarse al galope a una distancia corta, pero entonces, extendiendo las alas, echaban a correr en la dirección del viento y pronto los caballos quedaban rezagados”. Una vez los gauchos abatieron un puma y lo asaron en una fogata como si fuera una ternera, aunque normalmente solo cazaban ciervos o guanacos. Cuando se presentaba la ocasión atrapaban también armadillos, los cuales eran especialmente sabrosos asados en su propio caparazón. En sus incursiones de caza iban acompañados por buitres y águilas, siempre atraídos por la visión de las piezas muertas. Por supuesto, estos necrófagos atacaban al hombre si tenían oportunidad. “Una persona descubrirá los hábitos del carancho (Caracara) si se detiene en una de estas desoladas llanuras y se echa a dormir. Cuando despierte verá en cada montículo de los alrededores una de estas aves observándole pacientemente con ojos diabólicos”.

 

5. Pilcaniyeu, en Río Negro. Autor, Mariano Srur - UnchartedPatagonia

Pilcaniyeu, en Río Negro. Autor, Mariano Srur – UnchartedPatagonia

6. Andes patagónicos, en las proximidades de río Turbio. Autor, cHaghi

Andes patagónicos, en las proximidades de río Turbio. Autor, cHaghi

7. Jinetes gauchos y perros. Autor, Mariano Mantel

Jinetes gauchos y perros. Autor, Mariano Mantel

8. Estepa entre Zapala y Villa Pehuenia, Neuquén, Patagonia. Autor, Valerio Pillar

Estepa entre Zapala y Villa Pehuenia, Neuquén, Patagonia. Autor, Valerio Pillar

Por la noche el grupo acampaba generalmente en la llanura alrededor de un fuego, las sillas como almohada y los sudaderos como sábanas; para Darwin la escena tenía algo de mágico: los caballos atados en la penumbra de la fogata, los restos de la cena (un ñandú o un ciervo) esparcidos por el suelo, el armadillo profiriendo su gruñido subterráneo y los hombres fumando cigarros y jugando a cartas, mientras los perros deambulaban en la oscuridad para avisar al grupo en caso de algún peligro. Todo rastro de ociosidad cesaba de inmediato si un ruido desconocido llegaba hasta ellos. Entonces los gauchos pegaban el oído a tierra y escuchaban atentamente; nunca se sabía cómo ni cuándo atacarían los indios. Por el día la cabalgada era constante, de la mañana a la noche, pues los gauchos eran muy reacios a caminar. “Cada 20 metros sentía calambres en la parte superior de los muslos” comentaba Darwin tras varios días de marcha. El genuino gaucho solo fumaba su cigarro, bebía su mate, cabalgaba o dormía, manteniéndose a base de una dieta compuesta por carne y alterada solo de vez en cuando por otros platos, como cuando tuvieron el feliz hallazgo de un nido de ñandúes con 27 huevos en su interior, cada uno de ellos de un peso 11 veces superior al de una gallina.

 

9. Lago Lolog, Neuquén, Argentina. Autor, Mariano Lopardo

Lago Lolog, Neuquén, Argentina. Autor, Mariano Lopardo

10. Noche y silencio. Autor, Fede salvo

Noche y silencio. Autor, Fede salvo

11. Rancho aislado en Chubut, Argentina. Autor, Rodoluca88

Rancho aislado en Chubut, Argentina. Autor, Rodoluca88

Una vez pasaron la noche en la estancia de un inglés, y Darwin pudo estudiar el curioso sistema de adiestramiento de los perros pastores que podían verse a gran distancia cuidando rebaños de ovejas. Se les educaba separándolos de sus madres cuando todavía eran cachorrillos y poniéndolos a vivir con las ovejas. “Se agarraba una oveja tres o cuatro veces al día para amamantar al cachorro, y se le fabricaba un nido de lana en el corral de las ovejas; en ningún momento podía asociarse con otros perros o con los niños de la familia”. Muy a menudo el cachorro era además castrado para que al llegar a adulto no sintiese deseos de dejar el rebaño y, de la misma forma que un perro corriente defiende a su dueño, el hombre, así defendían estos perros a los corderos. La dedicación que mostraban a los que consideraban sus “hermanos de leche” era tal que los rebaños eran raramente atacados, ni siquiera por los hambrientos perros salvajes que infectaban las estepas y colinas próximas.

 

12. En la ruta. Autor, Jussi Mononen

En la ruta. Autor, Jussi Mononen

13. Estepa en El Cuy. Río Negro. Autor, Mariano Srur - UnchartedPatagonia

Estepa en El Cuy. Río Negro. Autor, Mariano Srur – UnchartedPatagonia

14. Bosque petrificado. Chubut, Patagonia. Autor, Virginia Artaza

Bosque petrificado. Chubut, Patagonia. Autor, Virginia Artaza

Darwin apreciaba a los gauchos. Eran tan duros y estaban tan curtidos como botas viejas. Incluso en aquella época sin afectaciones eran hombres rabiosamente pintorescos, con sus bigotes y sus largos cabellos negros cayéndoles sobre los hombros. Usaban ponchos escarlatas y calzones de montar anchos, botas blancas con inmensas espuelas y cuchillo calado en la faja. Eran peligrosos en el trato, pero a la vez extraordinariamente corteses y considerados, explica Darwin, “como si le cortaran a uno el cuello y al mismo tiempo le hicieran una reverencia”. La carne constituía toda su dieta, nada más que carne, y usaban los huesos de los animales como combustible para sus fogatas. Tenían además un método peculiar de caza: los hombres se dispersaban en diferentes direcciones y se concentraban a una hora determinada (más o menos exacta, no tenían forma de contar el tiempo), conduciendo a todos los animales que habían avistado a algún punto central, donde los sacrificaban en grupo.

 

15. Costa desértica en la Península Valdés. Autor, Ostrosky Photos

Costa desértica en la Península Valdés. Autor, Ostrosky Photos

16. Ansias de libertad. Autor, Denise Rowlands

Ansias de libertad. Autor, Denise Rowlands

17. Luces en los bosques patagónicos. Autor, Mariano Draghi

Luces en los bosques patagónicos. Autor, Mariano Draghi

Cuando no cazaban les gustaba tocar la guitarra, fumar, y de vez en cuando se enzarzaban en pequeñas reyertas de borrachos con sus cuchillos. Eran soberbios jinetes y la idea de ser derribados de su montura no les cabía en la cabeza. Como un patinador sobre una delgada capa de hielo, cabalgaban a toda velocidad sobre un suelo tan desigual que sería intransitable a una velocidad inferior. Al llegar a un río de ancho cauce obligaban a sus monturas a nadar; un gaucho, desnudo, entraba a caballo en el agua y cuando éste dejaba de tocar fondo, se deslizaba del lomo y se agarraba a la cola. Cada vez que el animal intentaba retroceder, el jinete salpicaba agua en su cara y seguía adelante, sin parar, hasta que finalmente encontraba la orilla opuesta. Existía en la llanura una prueba de equitación consistente en colocar a un hombre en un larguero encima de la entrada de un corral, para después hacer salir al caballo salvaje por aquella puerta, sin silla ni freno; el hombre caía en el lomo del animal y lo montaba hasta que se detenía. Se dice que el general Rosas, más tarde gran militar y dirigente de la confederación argentina (1835-1852) logró el respeto absoluto de su ejército después de concluir con éxito una de estas pruebas suicidas.

 

18. Lago Huechulafquen. Neuquén. Autor, Patricia Sgrignuoli

Lago Huechulafquen. Neuquén. Autor, Patricia Sgrignuoli

19. Ballena en Península Valdés. Autor, Pululante

Ballena en Península Valdés. Autor, Pululante

20. Vías hacia la nada. Chubut. Autor, Fernando Lorenzale

Vías hacia la nada. Chubut. Autor, Fernando Lorenzale

21. El poder del gaucho. Autor, Eduardo Amorim

El poder del gaucho. Autor, Eduardo Amorim

El arma de caza favorita de los gauchos eran las boleadoras, dos o tres piedras atadas en el extremo de largas correas que hacían girar alrededor de la cabeza, lanzándolas contra el animal que perseguían a caballo para que sus patas quedasen enredadas, con lo que caía al suelo inmovilizado. Aprendían desde niño practicando con boleadoras en miniatura con los perros, y era corriente utilizarlas a pleno galope; el joven Darwin lo intentó al trote con gran diversión de los gauchos porque derribó a su propio caballo y a sí mismo con él. Pero los días se sucedían uno detrás de otro y no había tiempo para el aburrimiento, mientras Darwin sentía una euforia maravillosa, un sentido de la realidad realzado por el riesgo. “Hay un gran deleite en la independencia de vida del gaucho, poder detener su montura en cualquier momento y decir – aquí pasaremos la noche –“Nunca parecía estar cansado, nunca perdió su curiosidad ni su capacidad de asombro. Finalmente, después de 40 días en medio de la soledad, llegaron hasta Buenos Aires cabalgando a través de los campos de membrillos y melocotoneros. Con su desgastadas ropas y su cara tostada por el sol debía parecer un vaquero, o quizás un buscador de oro que vuelve a la ciudad tras una dura temporada de rastreo: estaba tan curtido y calloso como los gauchos.

 

22. Nahuel Huapí. Neuquén. Patagonia. Autor, Mariano Srur - UnchartedPatagonia

Nahuel Huapí. Neuquén. Patagonia. Autor, Mariano Srur – UnchartedPatagonia

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De toros y pamplonicas. La historia más oculta de los Sanfermines

De toros y pamplonicas. La historia más oculta de los Sanfermines

En estos días de canícula entrado ya el mes de julio, el espectáculo vital y primigenio de los encierros durante las fiestas de San Fermín vuelve a ser protagonista destacado en la prensa de medio mundo. Se trata de unos festejos que vienen de antiguo, debiéndonos remontar en su origen hasta la edad media y la época de las primeras ferias ganaderas organizadas alrededor de la festividad de San Pedro. Como suele ocurrir en cualquier evento de este tipo, la presencia de ganaderos, comerciantes y demás público ávido de negocio y diversión propiciaron poco a poco una mayor variedad de festejos, entre los que se incluyeron lógicamente las corridas de toros, que casi desde el primer momento fueron elevadas a la categoría de “súmmum” de la fiesta. Ahora bien, se dio el caso de que existía asimismo en Pamplona otro multitudinario y celebrado sarao, éste en honor a San Fermín, patrón de la diócesis pamplonesa y copatrón de Navarra junto a San Francisco Javier. Venía organizándose el 10 de octubre e incluía, además de las consabidas suertes taurinas, diversos espectáculos de música, actores, comediantes y puestos de venta, lo que atraía como es de rigor a un numeroso respetable… que con frecuencia se quedaba sin festejos por las abundantes tronadas y aguaceros propios de esa época del año. Visto el problema, de no pequeñas dimensiones, el Ayuntamiento solicitó formalmente en 1591 una solución definitiva y ésta consistió en hacer coincidir en un solo día (7 de julio) las ferias comerciales de San Pedro y la festividad de San Fermín. La fecha satisfizo a todos y desde entonces se considera como oficial e inamovible.

Aspecto de la plaza de toros de Pamplona tras un encierro. Autor, Bigsus

                                   Aspecto de la plaza de toros de Pamplona tras un encierro. Autor: Bigsus

En un principio las fiestas duraban escasamente dos días, pero no pasó mucho tiempo antes de que se alargasen hasta el día 10 mientras aparecían sin cesar nuevas y originales variedades de ocio. Los actos religiosos aumentaron a partir del siglo XVII y junto a ellos surgieron también saltimbanquis, gigantes y cabezudos, el vuelo de la mujer cañón, torneos con animales exóticos y otras ligerezas que hacían temer, a juicio de los clérigos, por la decencia y virtud de los jóvenes pamplonicas. Por supuesto, los encierros y sobre todo las corridas de toros siguieron siendo el elemento central de la fiesta, aunque no como las conocemos ahora, puesto que en el siglo XIX solían ser más largas y se organizaban en improvisadas estructuras de madera. La primera plaza fija se construyó en los años cuarenta de ese siglo, y hay que decir que resultó tan ruinosa que terminó llevando a los tribunales a la pobre viuda del constructor, ignorante por completo de las pifias de su marido. Por supuesto, salió absuelta.

Espectáculo en la plaza en el siglo XIX. Obra de Francisco de Goya (1824-25)

                                Espectáculo en la plaza en el siglo XIX. Obra de Francisco de Goya (1824-25)

Entrada de un encierro en la plaza. Autor, Baltasar García

                                               Entrada de un encierro en la plaza. Autor: Baltasar García

Antes de la modernización de los festejos taurinos era muy común organizar todo tipo de suertes y torneos durante las corridas, hoy afortunadamente extinguidos a causa de su peligrosidad. Por poner un ejemplo, se tiene constancia que durante los 4 días de Sanfermines del año 1804 los toros lidiados mataron un total de 19 caballos, mientras que una de las reses llegó a saltar la barrera y terminó muerta a bayonetazos por unos granaderos que casualmente se encontraban en el lugar. Claro que esta “hazaña” fue superada ampliamente en 1845, cuando se compraron para los 4 días de fiesta un total de 97 caballos, de los que solo sobrevivieron 24. Era asimismo frecuente ofrecer al populacho durante los Sanfermines los llamados novillos ensogados, reses sujetas con una o varias cuerdas para impedir sus embestidas, así como la utilización de perros de presa para rendir a los toros. Ésta última modalidad se practicó hasta el último tercio del siglo XIX y hay que decir que resultaba especialmente sangrienta, puesto que acababa casi siempre con los canes moribundos y abiertos en canal en mitad de la plaza. El arte consistía en soltar a los perros de tres en tres a medida que iban retirándose los inutilizados, hasta que al fin conseguían inmovilizar al astado lo suficiente como para que el maestro le rematase con el estoque y la puntilla. En 1958 volvió a verse un espectáculo espontáneo de esta guisa cuando “Ortega”, un perro pastor acostumbrado a guardar ganado, se enfrentó a dentelladas con un toro hasta que lo hizo batirse en retirada y fue retirado de la plaza. Que se recuerde, es la única ocasión en que un chucho recibe la ovación del respetable y completa a hombros una vuelta al ruedo.

El perro en los toros. Alano Español

                                                                 El perro en los toros. Alano Español

Las peculiaridades de las corridas durante los Sanfermines decimonónicos rayaban a veces en el esperpento, como cuando se probó a sacar a la plaza machos cabríos con muñecos a modo de picadores adosados a sus lomos. No se conoce la reacción del toro ante tal invento, ni tampoco el éxito alcanzado, pero sin duda fue menor que el que obtenían los aclamados mozos molineros a los que se reservaban astados para despacharlos con la suerte del palenque. Consistía esta técnica en esperar al toro en la plaza con la única defensa de una pica o lanza, y al tiempo que el toro embestía, los mozos lo levantaban por los aires sobre las picas hasta dejarlo muerto en la arena. El público pamplonica era especialmente aficionado a esta modalidad y celebraba con júbilo las diversas muestras de valor durante el episodio. Por contra no dudaban en mostrar su disgusto cuando espadas o banderilleros rebajaban las expectativas, lo que hacían saber de la manera más usual en aquella época: lanzando cualquier cosa que encontraban a mano. Es lo que ocurrió en 1876 cuando el respetable, iracundo ante una mala tarde de faena, comenzó a arrojar a la plaza pedazos de pan, botellas, cacerolas, herraduras y hasta cubos desvencijados llenos de basura, haciendo que los picadores temiesen por su integridad y corriesen a buscar refugio tras la barrera.

Aspecto de las calles de Pamplona durante un encierro. Autor, Baltasar García

                               Aspecto de las calles de Pamplona durante un encierro. Autor: Baltasar García

Palenque de los moros hecho con burro. Obra de Francisco de Goya (1814-16)

                               Palenque de los moros hecho con burro. Obra de Francisco de Goya (1814-16)

Pero son los encierros los que, a tenor de la cobertura mediática, han despertado siempre el mayor interés entre propios y extraños de los cinco continentes. Su origen estuvo en la conducción de reses bravas hasta las plazas donde iba a efectuarse la corrida, y por tanto puede decirse que en Pamplona existen encierros desde el mismo momento en que existieron festejos taurinos. La figura del corredor no aparece hasta el siglo XIX, cuando el itinerario de los toros por las calles de la ciudad comenzó a aglutinar a una población ansiosa por ver en primera línea el espectáculo de la manada. De ahí a correr delante de las reses solo había un paso, y otro más para poner doble vallado en el recorrido (cosa que ocurrió finalmente en 1939), pues durante los primeros tiempos no era raro que algún toro escapase y terminara de estampida por las calles para sorpresa mayúscula de tenderos y ancianas desprevenidas. Fue la figura del conocido escritor estadounidense Ernest Hemingway la que dio un impulso definitivo a los Sanfermines con la publicación de su obra Fiesta, de 1926, aunque él mismo sufrió un percance con un novillo embolado al que intentó coger en vano por los cuernos, proeza que le costó un buen revolcón y dos o tres duros de multa. Esperemos que la fiesta del presente año no vaya más allá de unos sonoros moratones para los mozos de la calle Estafeta, y que en cualquier caso siga siendo un foco de hermandad y pasión por el toro como lo ha venido siendo desde hace más de 500 años… ¡Víva San Fermín!

Mozos en la plaza de Pamplona. Autor, Baltasar garcía

                                                  Mozos en la plaza de Pamplona. Autor: Baltasar garcía