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Noviembre de 1938. Madrid y la lucha por la supervivencia durante la Guerra Civil (2ª Parte)

Noviembre de 1938. Madrid y la lucha por la supervivencia durante la Guerra Civil (2ª Parte)

El éxodo obligado por la guerra era el otro azote que no había cesado desde que, en los primeros días de agosto de 1936, unos campesinos andaluces y extremeños iniciaron iniciado una alucinada huida. Pero con el fin de la contienda éste se intensificó, convirtiendo a Madrid en una estación con viaje a ninguna parte. La presencia de todos estos hombres, mujeres y niños planteaba nuevos y numerosos problemas de acomodo, de adaptación, mientras las estaciones se llenaban de una muchedumbre que en muchos casos llevaba consigo todas sus pertenencias dentro de un hatillo, o de la maleta desvencijada: unos con la esperanza de encontrar una tierra donde poner punto final a su perenigraje; otros en disfrute de un permiso y muchos más de regreso a la unidad después de una licencia. El tren, a punto de partir de Madrid, era un hervidero de pasajeros de toda condición y clase. Los evacuados se abrazaban a sus posesiones, aferraban la mano a sus pequeños, no fueran a perderse en el tumulto. Las madres apretaban contra su pecho a los más pequeños. Y mientras el tren iniciaba su lenta marcha, se alargaban las despedidas, los últimos consejos para alguien que quedaba en el andén y a quien probablemente no se volvería a ver.

 

1. Zona de Atocha y caballos muertos después de un bombardeo. Autor, Druidabruxux

Zona de Atocha. Caballos muertos después de un bombardeo. Autor, Druidabruxux

2. Madrid y la calle Toledo durante la guerra. Autor, Recuerdos de Pandora

Madrid y la calle Toledo durante la guerra. Autor, Recuerdos de Pandora

El final de la guerra trajo sus propios estragos, evidenciados por una carestía casi total de recursos y el control férreo que las autoridades aplicaban tanto a la producción como al comercio. Como resultado, en las calles y plazas de Madrid el estraperlo hacía de las suyas. Para los comerciantes y productores la implantación del mercado negro a todos los niveles fue algo providencial, y con ellos entraron también en el negocio una extraordinaria tropa de aventureros, intermediarios que crearon el eslabón preciso entre los que no querían dar la cara y el inevitable consumidor. Las variantes no tenían fin: adulteraciones, ventas ilícitas, compra de influencias, mercado de cupos… Y el nivel variaba desde la operación de altos vuelos hasta el estraperlo folklórico de las clases más bajas, el ferroviario del aceite o del arroz, o el callejero de la barra de pan oculta en el refajo, todo lo cual no era sino un medio de subsistir cuando la vida ofrecía para los de abajo su más tétrica faz. Cualquier producto de mercado se ocultaba al fisco y su venta se montaba sobre bases falseadas, documentos amañados y facturas camufladas. Los recibos iban sin membrete, los albaranes igual. En estas circunstancias la contabilidad era una completa superchería y el “¡usted no sabe con quién está hablando!”, la frase que abría puertas a la más completa impunidad.

 

3. Parque del Capricho, en Madrid, horadado de túneles de defensa republicanos. Autor, Druidabruxux

Parque del Capricho, en Madrid, horadado de túneles de defensa republicanos. Autor, Druidabruxux

Ni que decir tiene que la pillería infantil madrileña rozaba el esperpento de las mejores novelas de Dickens. Muchos de ellos, sin padre y con la madre trabajando o sin ninguno de los dos, hacían de la calle su hábitat predilecto, y tras tomar su potaje en el comedor infantil se echaban al mundo urbano cual bandadas de gorriones para cometer pillerías. La recogida de niños pedigüeños era cosa de todos los días, llevándose después a albergues donde a algunos nadie los reclamaba. Allí los más pequeños se codeaban con los mayorcitos, más maleados, que enseñaban así al ignorante los trucos, las estratagemas y los hurtos más eficaces para ir tirando. Muchos vivían como carteristas típicos; otros simulando incapacidades y locuras mientras mendigaban, o haciendo de lazarillos de falsos invidentes. Estaba la hornada de los estraperlistas de tres al cuarto, aquellos que ofrecían tabaco rubio; y también los que hacían de avisacoches o abrían puertas. Las noches daban trabajo a la salida de los cabarets donde, a altas horas de la madrugada, se utilizaban sus servicios para ir hasta un piso donde comer un par de huevos fritos con jamón y pan blanco. Eso, o cosas peores, como aquellos infantes que alcahueteaban descaradamente la compañía de una hermana suya que decían virgen, o bien conducían a un prostíbulo a tanto el cliente.

 

4. Refugio familiar improvisado bajo una carretera

Refugio familiar improvisado bajo una carretera

Eran también las noches el escenario ideal para las escenas más esperpénticas. Gentes que buscaban en las basuras restos comestibles o trozos de carboncillo susceptible de arder y dar calor. Gentes sin hogar, acurrucadas en las bocas del metro. Todo un escaparate de pillos, de chulos y de noctámbulos impenitentes poblaba la Gran Vía madrileña y sus calles adyacentes, mientras la fila de estraperlistas ofrecía bocadillos o pan, siempre prestos a correr al oír el grito de “¡la bofia!” y desapareciendo como por ensalmo de la vista de los transeúntes. Y de la estafa se pasaba con facilidad al hurto, sobre todo de metales: el hierro, el plomo, el aluminio o el cobre eran objeto de un tráfico ilícito intensísimo. Los robos de cañerías de plomo utilizadas en la conducción del gas estaban a la orden del día, a veces con mortales consecuencias por los escapes y explosiones consiguientes, y las conducciones de cobre eran asimismo muy solicitadas, aunque algunos pagaron con la vida electrocutándose al cortar cables de alta tensión. El robo de automóviles revestía características curiosas puesto que el vehículo en si no era muy apetecible (dada la escasez de carburante), de modo que los ladrones se limitaban a vaciar el depósito y a desmontar los neumáticos y todo lo que supusiese un beneficio inmediato. En algún caso, del coche no quedaba más que el chasis.

 

5. Madrid, 1938. Efectos de los bombardeos. Autor, Druidabruxux

Madrid, 1938. Efectos de los bombardeos. Autor, Druidabruxux

Uno de los robos más macabros consistía en llevarse las lápidas mortuorias de los cementerios, convirtiéndolas después en mesitas para los cafés. Más de un cliente quedo estupefacto al pasar la mano distraídamente por el reverso de la mesa, palpando de seguido la leyenda del “tus hijos no te olvidan”. Y clamoroso fue también el caso de locales donde se vendían apetitosas liebres sabrosamente preparadas, y al parecer con disponibilidad inmediata. Tras levantar las sospechas de los agentes, la inspección concluía que lo que en realidad se vendía eran gatos… haciendo bueno el conocido refrán.

 

6. Evacuando los cuadros del Museo del Prado. Autor, M. Martín Vicente

Evacuando los cuadros del Museo del Prado. Autor, M. Martín Vicente

Anécdotas que no ocultaban, en realidad, lo durísimo de una situación laboral trágica, aquella en la que cada cual, y según sus posibilidades, no tenía más remedio que recurrir al mercado negro para subsistir. El trabajador, a menudo sin convenios ni fijación de salarios mínimos, tenía que superar la insuficiencia de sus ingresos trabajando horas extraordinarias, o bien practicando un frenético pluriempleo. La angustiosa situación provocaba que la familia entera tuviese que colaborar en su conjunto: la madre buscando algún jornal como asistenta; los más pequeños practicando el estraperlo en las estaciones, o comenzando a trabajar en unos comercios o industrias totalmente dispuestos a aprovecharse de la mano de obra infantil; y el padre apurando una jornada laboral hasta llegar al agotamiento absoluto, y en la que ni siquiera el tiempo para la comida era un alivio: ésta se despachaba en el patio de la factoría o en un descampado cercano a base de gachas, algún arenque y un boniato de postre. Y todo para abordar después la larga jornada vespertina hasta el momento del pitido final, hora para salir disparado y sin lavarse apenas (tampoco abundaba el jabón) en busca del tranvía que le llevaría al trabajo nocturno. De madrugada se producía el retorno cansino a un hogar en el que aguardaba, si acaso, otro plato de gachas o de lentejas, algún trozo de tocino rancio y otro boniato.

 

7. La Gran Vía madrileña, en la actualidad. Autor, MisterTe

La Gran Vía madrileña, en la actualidad. Autor, MisterTe

Claro que, lo que son las cosas, todavía podía estar esperándole una buena noticia en forma de botella de vino o un plato bien guisado. Esto solo ocurría si las tretas del mercado negro habían funcionado ese día para la madre o la hermana, principales agentes del merodeo clandestino. Y es que hubo que aguzar el ingenio, el admirable ingenio popular puesto a imaginar picardías que fueron la inspiración de uno de nuestros más brillantes géneros literarios: así surgieron las falsas embarazadas y los falsos jorobados que ocultaban el género en sus protuberancias. Así surgieron los chalecos con doble fondo, los petos con cámara llena de aceite que se acoplaba al torso. Las mujeres aparecían vestidas con miriñaques en cuyas oquedades (y hasta en la entrepierna) se colgaban lonchas de lomo y ristras de chorizos y longanizas. Y todo esto sin hablar de los trucos rozando lo sublime, como aquel cortejo fúnebre con un ataúd lleno hasta los bordes de pasta para sopa, o el más tierno del niño de pecho, y que en realidad se trataba de un odre lleno de aceite y envuelto en una toquilla…

 

8. Niños tomando su desayuno en el comedor social

Niños tomando su desayuno en el comedor social

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Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (2ª Parte)

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (2ª Parte)

Los viajes se planeaban para la primavera, coincidiendo con la terminación de las fiestas de Pascua de Resurrección. Era el mejor tiempo y, sobre todo, quedaban muchos meses por delante hasta que se pudiera pensar en los días cortos y desapacibles de un otoño anticipado. Chaucer ilustraba este hecho con una bella poesía en sus famosos cuentos de peregrinación, Los cuentos de Canterbury:

“Cuando en abril caen los dulces chubascos (…), cuando el céfiro, con su alentar suave, envía a los aires el perfume de cada arboleda y de cada matorral sobre sus tiernos retoños, el sol joven señala el equinoccio (…) y los ruiseñores cantan sus melodías (…), los que han de ir en peregrinación, los romeros, buscan las playas extranjeras de los santos lejanos, reverenciados en países llenos de sol”.

2. La estampa clásica del peregrino. Cebreiro, Lugo. Autor, Moisés Gallego

La estampa clásica del peregrino. Cerca de Cebreiro, Lugo. Autor, Moisés Gallego

3. Puente de la Rabia. Zubiri, en Navarra. Autor, Miguel Ángel García

Puente de la Rabia. Zubiri, en Navarra. Autor, Miguel Ángel García

Antes de abandonar su pueblo o su ciudad, el peregrino debía cumplir con unos ritos. No era él quien vestía la túnica y tomaba el bordón, sino que estas insignias le eran entregadas por las autoridades eclesiásticas en conformidad con un meticuloso ceremonial. Vestir el hábito del peregrino significaba una cierta consagración temporal a Dios, y al Apóstol Santiago. Por eso el peregrino era respetado, tenido en estima y eximido de los impuestos que había de pagar al paso por los puertos de montaña o al entrar en las ciudades, y de otros tributos con que las autoridades civiles hacían frente a los gastos públicos. Tras la despedida y la ceremonia religiosa obligada, el buen romero, el santiaguero de ley, ponía la mirada hacia poniente para no abandonarla en lo sucesivo. La mirada por donde desaparecía el sol todas las tardes. Y al llegar la noche, antes de acostarse, miraba al cielo también: pues si estaba despejado le permitiría ver su Vía Láctea clavada en el cielo como un tenue sendero de estrellas, marcándole el camino a seguir durante los días venideros

 

4. Monasterio de Irache, Navarra, antiguo hospital de peregrinos. Autor, Canduela

Monasterio de Irache, Navarra, antiguo hospital de peregrinos. Autor, Canduela

1. Puente cerca de Sahagún. León. Autor, Calafellvalo

Puente cerca de Sahagún. León. Autor, Calafellvalo

Un apunte: los literatos de todas las épocas han imaginado al peregrino caminando a toda prisa, casi corriendo, tropezando con los guijarros y levantando grandes polvaredas con los pies en la rapidez de su marcha. Sin embargo, esta prisa era más imaginaria que real. Aparte de los descansos exigidos por el duro caminar, por las inclemencias del tiempo o la búsqueda de provisiones y recambios, el reposo se imponía también cuando en la seca Castilla aparecía una alameda placentera. También se permitía lo que hoy llamaríamos excursiones cortas. Romerías a los santuarios célebres que habían surgido, ya en el camino, ya en lugares un poco apartados de él, en poblados, ciudades o descampados. Las visitas a estos centros de piedad cristiana y litúrgica están recogidas en multitud de trabajos históricos y documentos de la época. Era frecuente que una desviación a un lugar de peregrinación secundaria durara los tres días de hospedaje gratuito que se solía conceder a los visitantes, más los dos días de viaje contando el de ida y el de vuelta.

 

5. Peregrinos por los páramos de Palencia. Autor, Ruhei

Peregrinos por los páramos de Palencia. Autor, Ruhei

6. Verde sobre verde en el camino. Autor, Guu

Verde sobre verde en el camino. Autor, Guu

La alegría de los peregrinos, tanto en esas “cortas excursiones” como en el camino propiamente dicho, no es fácil de describir. Siguiendo la pauta que nos marca León Felipe en sus versos, podría decirse que esta dicha nace de una profunda convicción de la ruta como ideal de vida:

“Ser en la vida romero,
Romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero
Sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero… sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
Ligero, siempre ligero”.

7. Una buena noticia. Padrón, camino Portugués. Autor, Compostelavirtual

Una buena noticia. Padrón, camino Portugués. Autor, Compostelavirtual

Además de la túnica de paño grueso, o tabardo, que le servía para resguardarse de las inclemencias del tiempo y para envolverse con él por la noche, el peregrino llevaba asimismo un báculo o bordón cuya utilidad era entonces mucho más variada que hoy en día. Se le utilizaba para apoyo, defensa contra hombres y fieras, o para que sirviera de mástil a una tienda de campaña improvisada… Por otro lado, el equipaje era siempre escaso: un hatillo o mochila para los pobres, porque “hasta una paja estorba en el viaje”, y algo más si el peregrino venía a caballo, señal segura de distinción y riqueza. Los caballeros no hacían el viaje solos y era común que se hiciesen acompañar de sus escuderos o mochileros, por lo que la alforja, y aún el cofre o el arca voluminosa, venían sobre una segunda montura en la que también cabalgaba el servidor del romero rico.

 

8. Casona habilitada como albergue de peregrinos. Villafranca del Bierzo, León. Autor, Titoalfredo

Casona habilitada como albergue de peregrinos. Villafranca del Bierzo, León. Autor, Titoalfredo

9. La alegría del peregrino. Autor, Juanpol

La alegría del peregrino. Autor, Juanpol

La alforja solía estar bien nutrida de comida que se pudiera conservar algunos días. Cordillo, personaje creado por Lope de Vega, decía envidiando a los peregrinos y arrieros:

“Canalla inútil
Que no solo come y bebe
Lo que siempre le hace falta,
Sino que toda va siempre
Apercibida de alforjas
Donde permite que lleven
Las calabazas de vino,
Quesos, hogazas y nueces
Y otras zarandajas.”

10. Monasterio y albergue de peregrinos. Carrión de los Condes. Autor, Guu

Monasterio y albergue de peregrinos. Carrión de los Condes. Autor, Guu

11. Nubes de tormenta en Bercianos del Real Camino. Autor, Luis Echanove

Nubes de tormenta en Bercianos del Real Camino. Autor, Luis Echanove

Estas “zarandajas”, o cosas de poca importancia, no lo eran en realidad para cualquier caminante o peregrino. Ni tampoco el socorrido cuchillo de monte, que tanto valía para cortar rebanadas de pan, siempre a punto de endurecerse, como de arma para metérsela en el corazón a un jabalí, a un lobo o a un bandolero. Un proverbio antiguo dice: “cuchillo de Pamplona, zapato de Baldés y amigo Burgalés, líbreme Dios de los tres”. Tan común era llevar cuchillo de monte, que la iconografía pictórica y estatuaria de la edad media representa a menudo a los santos con un cuchillo pendiente del cíngulo, o cordón ceñido a la cintura. Finalmente, no podía faltar tampoco en el hatillo o alforja lo necesario para hacer fuego: eslabón, pedernal y yesca. Nadie podía aventurarse a olvidar éstas y otras menudencias, tan necesarias para una vida fuera de casa durante varios meses por campos, bosques y posadas, donde la incertidumbre acechaba por doquier y el peligro y las incomodidades tenían asiento diario junto al camino.

Continuará…

 

12. Camino en invierno. Autor, Lola Hierro

Camino en invierno. Autor, Lola Hierro

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«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»