Leyendas manchegas sobre castillos, fortalezas defensivas, alcazabas y palacios. Todos ellos testigos mudos a lo largo de los siglos de una gran cantidad de historias impregnadas por un halo de misterios y secretos. Nobles, reyes y señores tanto cristianos como musulmanes son los principales protagonistas de estos relatos.
Aquí os dejamos una de estas leyendas que bien pudiera escucharse todavía en los muros de cualquier castillo de las órdenes militares de Calatrava, de San Juan o de Santiago.
Castillo de Consuegra. Autor, Fernando de Castro
Castillo de Montizón
Calatrava la Nueva
Cuentan que hace muchos años, cuando la población vivía al amparo del castillo, ocurrió un hecho extraordinario del que aún se pueden ver hoy las consecuencias.
Era el protagonista el moro Xanu, sastre de oficio, y personaje conocido por todo habitante cristiano, judío o musulmán, de dentro o fuera del castillo. Xanu era también famoso por su avaricia y por su capacidad para adiestrar animales a los que mantenía en un corral que era visitado con admiración por clientes y curiosos venidos de todas las alquerías. Perros, gatos, gallinas, ocas y pavos obedecían sus órdenes sin recibir a cambio más que lo justo para comer, de lo que se jactaba el sarraceno ante sus visitantes.
– Comen lo justo, medran sanos, acatan mi voluntad y encima no me sacan ni una golosina –solía explicarles a los visitantes, boquiabiertos mientras admiraban las mañas de los bichos.
– ¡Qué prodigio!
– Eres un mago Xanu… les falta hablar.
El sastre, henchido de vanidad y tras las numerosas alabanzas del personal ante las habilidades de los animales, desvelaba entonces la sorpresa final, su mejor ejemplar, un pollo de altiva cresta y sedoso plumaje y andares mayestáticos que acudía presto a la llamada de su amo: ¡Ki-Ket, ven aquí, Ki-Ket!
– ¡Qué espléndido ejemplar! –exclamaba la gente.
– Es el orgullo de mi casa. Porque no sólo habla, piensa también.
Orgulloso ante el asombro e incredulidad de los presentes, Xanu le mandaba caminar a la pata coja, hacer piruetas o quedarse inmóvil para terminar mostrando el increíble hecho: preguntado Ki-Ket ¿a quién quieres más? el pollo respondía, ¡a ti Xanu! Interrogado sobre el tiempo que haría, Ki-Ket escrutaba el cielo y las nubes, y pronosticaba la posibilidad de lluvia.
Pero su estima por el animal se transformó en odio por su feroz avaricia. Una tarde, mientras Xanu cosía en su taller, vio a través de la ventana que el pico de Ki-Ket relucía como el oro. Acercándose al pollo comprobó que efectivamente llevaba una moneda de oro atrapada en el pico. Intentó quitársela y pidió al animal que la soltará.
– Anda, Ki-Ket, suelta esa baratija.
Pero el sabio animal, sordo a sus ruegos, se subió de un salto a un árbol diciéndole:
– Eres un tacaño que además de matarnos de hambre nos zurras para que te obedezcamos. No te daré la moneda, esta baratija, como tú la llamas, hasta que no jures dejarme libre.
El sastre lo juró una y mil veces y el pollo, cuya sabiduría no le alcanzaba para calcular el volumen de las miserias humanas, inocente, saltó al suelo sin calcular lo que se le vendría encima. En cuanto lo tuvo a su alcance, Xanu lo ató con una cuerda y le obligó a conducirlo al lugar donde había encontrado la moneda, confiando en que habría muchas más, una mina…
Ki-Ket tirando del amo a la carrera, forzándole a correr como loco, lo llevó a las puertas del castillo. Tres veces arrastro Xanu el culo por las calles hasta que llegaron a un tramo de muralla elevado sobre unas peñas agrestes.
– Ahí la encontré, dijo Ki-Ket. Y el moro lo forzó a volar y a remover las piedras mientras estaba ya anocheciendo.
Tiró el pollo un par de monedas a sus pies y enloquecido por lo que ya parecía ser un tesoro, apremiaba a Ki-Ket hasta que un brusco tirón dejó inconsciente al animal.
– Toma tu premio Ki-Ket, que yo subiré a por el mío y a nadie podrás contarle que soy rico al fin.
Sin sentir la más mínima compasión, Xanu emprendió él mismo la búsqueda trepando por las rocas ya a tientas por la oscuridad, escarbando en la muralla y llevándose trastazos y arañazos varios. Casi había conseguido su objetivo, casi podía tocar un cofre cuando se desprendieron varias losas de la muralla, precipitándolo al vacío.
A la mañana siguiente unos niños encontraron al pobre Ki-Ket que afónico y malherido les contó la tragedia antes de morir pero nadie encontró el cuerpo del avaro Xanu entre las rocas, sólo grandes manchas de sangre en abundancia que, ennegrecidas por el paso de los siglos, aún tiñen los escarpados peñascos del lugar.
Posiblemente de este hecho surgiera la célebre copla castellana: el sastre, corte y cosa, y no se meta en otra cosa.
Castillo de la Estrella, Montiel
Torreón del Gran Prior, Alcázar de San Juan
Calatrava la Vieja