Probablemente sea Burgos la capital española de la patata por excelencia. Certificada como Marca de Garantía en 2009, la “Patata de Burgos” constituye viva muestra de cómo una hortaliza aparentemente insulsa puede convertirse en referente de toda una comarca, y protagonista absoluto en infinidad de festejos y eventos a lo largo de todo el año.
Plaza Mayor de Burgos, y su ambiente nocturno. Autor: EEPaul
Morcilla de Burgos con Patatas. Autor: Jlastras
Aranda del Duero organiza puntualmente las Jornadas de la Tortilla de Patata; Zardajos, sus “Fiestas de Exaltación de la Patata”; a 10 km de Burgos, la localidad de Villariezos logró en 2003 el record Guiness a la tortilla de patata más grande del mundo, mientras que en la capital burgalesa y coincidiendo con su Concurso anual de tortillas, llegan a cocinarse platos tan originales como “Tortilla de Patata, morcilla y Queso Dobro con lechuga de Medina”; “Decantación de Tortilla de Patatas de Burgos con patitas de Lechazo”, o el súmmum del sibarita: “Tortilla de Patata de Burgos y Lechazo confitado a baja temperatura con reducción de su jugo, tempura de alcachofas y pan de tomate y aceite de oliva”.
Concurso de Tortilla de Patatas. Autor: Donostia-San Sebastián 2016
A pesar de estos éxitos gastronómicos, sorprende descubrir como en el pasado este producto fue despreciado y calumniado durante siglos por medio mundo. Tras su arribada a España en el año 1554, cuando Europa se moría de hambre víctima de malas cosechas, de guerras y de opresión, la patata se empleó al principio como forraje para el ganado y como planta exótica ornamental. Frailes, curas, nobles y príncipes adornaban con macetas de patatas monasterios y palacios, y comparaban con orgullo sus adquisiciones al considerarla un bello exponente del reino vegetal. Y es que muy poca gente creía que este oscuro y sucio tubérculo tuviese algún valor nutritivo.
Campos de Burgos. Autor, El Coleccionista de Imágenes
Castillo de Poza de la Sal, en Burgos. Autor: Antecessor
La patata se extendió por Europa, y su fama empeoró. Al principio, en Italia se la conocía con el nombre de «tartuffola» o pequeña trufa, pero a los rusos les hizo menos gracia aún y terminaron llamándola “manzana del diablo”, lo que da idea de la opinión que le merecía al pueblo. En Alemania se cultivó únicamente como pienso para animales, mientras que los clérigos escoceses llegaron a prohibir su consumo al no estar citada en la Biblia. El Rey Luis XIII de Francia la consideraba una excentricidad, y a menudo solía ofrecer potajes de patata en sus banquetes ocasionando el consabido revuelo entre los invitados, que la veían como una real tomadura de pelo (entre ellos el famoso cardenal Richelieu).
Planta y flor de la patata. Autor: H. Zell
Afortunadamente su consumo fue extendiéndose poco a poco y durante las grandes guerras religiosas del siglo XVII se generalizó como alimento básico para los soldados. Hasta tal punto llegó el interés de algunos gobernantes en imponerla, que Federico Guillermo amenazó en Prusia con cortar nariz y orejas a quien rechazase su consumo. Y debió de tener éxito con la propaganda, puesto que en 1778, durante la guerra de Sucesión Bávara que mantuvo su hijo contra Austria, los soldados de ambos bandos se vieron obligados a regresar a casa tras agotarse las reservas de patata en sus carros de intendencia. A esta guerra se la conoció con el nombre de «Guerra de la patata».
Vista de la Catedral de Burgos. Autor: El Coleccionista de Instantes