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Días de sol y mieses. El trabajo de los segadores en tierras manchegas

Días de sol y mieses. El trabajo de los segadores en tierras manchegas

Los días 28 y 29 de junio de 2008 se celebró en Tomelloso la Fiesta de la Siega y la Trilla, un evento que atrajo a numeroso público y que sirvió para recordar esta actividad tradicional tan arraigada en tierras manchegas. Y es que antes de la llegada de las cosechadoras y otros artilugios mecánicos, la siega de la mies era una de las tareas con mayor calado de todo el calendario agrícola. En La Mancha son característicos los veranos secos y calurosos, y era precisamente entonces, coincidiendo con San Juan y San Pedro, cuando comenzaban los preparativos para la siega en los inmensos trigales de Campo de San Juan, La Mancha y Campo de Montiel, tierras de cereal por excelencia. A partir de finales de junio la espiga adquiere un color dorado y comienza a doblarse por el peso del grano, lo que en el argot se denomina “estar granada”. Como el “granado” no era igual para todos los tipos de cereal, primero se segaba la espiga más temprana, la cebada, continuando después sucesivamente con el trigo, el centeno y finalmente la avena, ésta última ya en el mes de agosto.

Alpacas de paja en el rastrojo. Autor, JC Hupo

                                                         Alpacas de paja en el rastrojo. Autor: JC Hupo

La siega del cereal era una actividad de gran importancia para las familias de jornaleros, puesto que su llegada significaba ocupación e ingresos asegurados durante los largos meses estivales. En los campos de mediano tamaño ocupaba a todos los integrantes de la familia, incluyendo a parientes más o menos cercanos, puesto que era necesario ayudarse entre todos a fin de acabar pronto y tener el grano listo para la venta. Distinto era, sin embargo, el procedimiento de los grandes propietarios, los cuales contrataban o “ajustaban” a cuadrillas de segadores venidos a veces desde muy lejos para efectuar el trabajo. Las cuadrillas, cargadas con sus alforjas y hoces, salían de los pueblos a principios de junio en grupos más o menos numerosos, y marchaban por caminos polvorientos en busca de las grandes haciendas cerealistas, donde la faena estaba casi asegurada.

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                                                             Cuadrilla de segadores. Autor: Büschgens

La apariencia del segador resultaba inconfundible: ropas bastas y gastadas, remendadas por largos años de uso; pantalones de pana, camisas de algodón y pañuelo anudado al cuello. En la cabeza no podía faltar el gran sombrero de paja, mientras que los pies se calzaban con unas abarcas aseguradas al empeine y el tobillo con correas entrelazadas. Estos “agosteros” regresaban normalmente a los mismos campos de años anteriores, y una vez ajustada la faena se alojaban en la casa del “amo”, a menudo en los graneros o en las cuadras que éste ponía a su disposición. No era raro, sin embargo, que hombres y mujeres durmiesen directamente en los campos, bien “al raso” o bien habilitando cada noche en el rastrojo una estructura con gavillas, lo que les servía de refugio improvisado en caso de tormenta.

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El trabajo de la siega. Autor, Jose Luis Tajada
                                                           El trabajo de la siega. Autor: Jose Luis Tajada

Las cuadrillas ajustaban su trabajo “a destajo” o “a jornal”. En el primer caso se recibía una cantidad dada por cada fanega de candeal segado, mientras que el jornal significaba un sueldo idéntico para cada trabajador excepto para el jefe de cuadrilla o “manijero”, que recibía siempre algo más. En cualquier caso, la faena de siega era una actividad agotadora que duraba de sol a sol y en la que no había domingos ni jornadas de descanso. Normalmente sólo se paraba el 25 de julio, día de Santiago. El resto suponía un esforzado trabajo contrarreloj para finalizar antes que llegasen las temibles “nubes” de granizo, propias de mediados de verano, lo que podía dar al traste en solo una hora con la cosecha y los desvelos de todo un año.

Campo de cereal con las espigas granadas. Autor, Les jardiniers du possible

                                Campo de cereal con las espigas granadas. Autor: Les jardiniers du possible

El trabajo daba comienzo alrededor de las cinco de la mañana. A esa hora los segadores marchaban con buen paso hacia los campos, y ya con la primera claridad del día comenzaba la ardua tarea de mover la hoz y cortar el tallo de la espiga, blando y suave por el relente. Se paraba únicamente a media mañana y a mediodía, y comían lo que los segadores tenían comprado en el pueblo a cuenta de la paga: sopas de ajo, chorizo, tocino, migas o gazpacho, según se terciase. En otras zonas de La Mancha, en cambio, la comida era por cuenta del propietario y éste les habilitaba todo lo necesario para que el “hatero” preparase el rancho. El “hatero” estaba a cargo del “hato”, un lugar a propósito en el rastrojo donde se guardaba todo lo necesario para la siega: los aparejos de las mulas, piedras de afilar y hoces de repuesto, el cántaro de agua y los botijos, el saco con el pan, los condimentos o las verduras. Cuando la familia se desplazaba al completo hasta los campos de mies, los más pequeños quedaban también en el rastrojo, bajo un toldo y al cuidado de un mozalbete que hacía las veces de hermano mayor.

Diversas actividades de la siega. Autor, José Flores Sánchez

                                             Diversas actividades de la siega. Autor: José Flores Sánchez

Hombres, mujeres y adolescentes trabajaban al unísono, los mayores llevando hasta tres surcos y los jóvenes uno o dos, según sus capacidades. Con una mano se cogía la mies, protegida por la “zoqueta”, mientras que la otra empuñaba firmemente la hoz e iba realizando el corte de las espigas. La mies cortada se ataba en gavillas para que quedase bien sujeta, y después se cargaba en el carro o galera formando grandes y espectaculares montones para su traslado hasta las eras, donde se extendía en “parvas” para el posterior trillado. Y así, hora tras hora, surco tras surco, el trabajo y los segadores avanzaban infatigables hasta la puesta de sol:

Ya se está poniendo el sol.
Ya se debiera haber puesto.
Para el jornal que ganamos
no es menester tanto tiempo.

Preparando las gachas en el hato del rastrojo. Autor, José serrano
                                        Preparando las gachas en el hato del rastrojo. Autor: José serrano

Esta era la hora más ansiada de la jornada. Llegaba la noche y el tiempo de descanso. Los padres iban en busca de los niños, se afilaban las hoces, se tomaba un refrigerio y todos marchaban después al pueblo para comprar la comida del día siguiente y alojarse en las dependencias del dueño. Otras veces, la gran distancia de los campos al pueblo obligaba a hacer noche en el mismo rastrojo. Para ello se juntaban algunos haces de mies, se extendían otros por el suelo y así, vestidos y con una simple manta por encima para ahuyentar el frío de la madrugada, los segadores tomaban el merecido descanso a la espera de un nuevo y duro día de trabajo.

En la Siega. Obra de Jose Lull

                                                                      En la Siega. Obra de Jose Lull

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Ciudad Real, años Cincuenta. Tertulias y anécdotas alrededor de un botijo

Ciudad Real, años Cincuenta. Tertulias y anécdotas alrededor de un botijo

El próximo 7 de junio y durante 3 días se llevará a cabo en la plaza Mayor de Ciudad Real el popular Mercado “Años 50” con el objetivo de revivir en la mente de todos una época única, cargada de connotaciones nostálgicas. Actores, artesanos y visitantes habrán de unir esfuerzos para recrear no sólo los oficios, sino también el vocabulario y los usos de una década que muchos de nosotros no conocemos más que en los libros o el cine, pero que sin duda nos resulta totalmente familiar… Sin ir más lejos ¿Quién no tiene en casa el típico botijo del abuelo decorando la estantería del comedor?

Plaza Mayor de Ciudad real. Autor, Kyezitri

                                                           Plaza Mayor de Ciudad Real. Autor: Kyezitri

Mujer bebiendo de botijo. William-Adolphe Bouguereau. Óleo sobre lienzo. 1886

                              Mujer bebiendo de botijo. William-Adolphe Bouguereau. Óleo sobre lienzo. 1886

Y hablando de botijos… Aunque se trata de un invento que ya viene de lejos, una de sus imágenes más populares procede de aquellos veraneos familiares de los 50 y 60, cuando la familia en bloque se embutía dentro del Seiscientos para atravesar España en plena canícula de julio, camino del litoral. Y es que nadie puede negar que el botijo es un gran invento. Había botijos de arcilla blanca y de arcilla roja, y existían también de verano y de invierno. Los primeros refrescaban el agua gracias a los poros de la arcilla y al efecto de transpiración producido en la superficie del recipiente. En cambio los de invierno se recubrían de una capa vítrea impidiendo tal proceso, al tiempo que se aprovechaba para decorarlo según gustos y producir un objeto de gran valor ornamental. Con el fin de proteger el agua de los insectos era frecuente que la boca ancha apareciese cubierta por el conocido tapete blanco de ganchillo, mientras que al pitorro se le insertaba una pieza artística acabada en punta (o para acabar pronto, un simple trozo de sarmiento).

Cerámica de Talavera y botijo de invierno. Autora, Lourdes Cardenal

                                      Cerámica de Talavera y botijo de invierno. Autora: Lourdes Cardenal

Madre y niño con un botijo. Joaquín Sorolla. Óleo sobre lienzo, 1905

                                        Madre y niño con un botijo. Joaquín Sorolla. Óleo sobre lienzo, 1905

Los botijos tenían su aquel, y todos sabían por ejemplo que nunca debía usarse un botijo nuevo si éste no era antes “curado” para evitar que el agua tuviera sabor a barro. Para evitarlo se llenaba el recipiente de una mezcla de agua y anís y se dejaba reposar al menos una semana antes del estreno. No era mala idea lo del anís, y de hecho en muchas zonas de España fue tradición usar el botijo no para el agua, sino para contener “palometa”, léase agua mezclada con un buen chorro de cazalla, lo que aparte de quitar la sed resultaba un buen reconstituyente. Sobran los testimonios que ilustran esta costumbre, como el recogido en uno de aquellos viajes infumables a la costa levantina: “Nemesio, ya nos hemos dejado otra vez el cruce, a ver si prestas más atención. Y deja de hacerle caso a tu padre que desde que salimos del pueblo no suelta el botijo ni para toser” El conductor al volante, que se cabrea “¡Pero qué tiene que ver ahora mi padre y el botijo, a ver!”. “¡Pues qué va a ser! Que lo ha llenao al salir con el aguardiente de la alacena. ¡Ea, míralo como sonríe!”.

El inefable Seiscientos a la aventura. Autor, Óscarq

                                                   El inefable Seiscientos a la aventura. Autor: Óscarq

En todas las casas había un botijo con agua fresca, y hasta el barbero o el maestro presumían de tener el suyo, siempre sobre un plato de barro arrimado al rincón más alejado de la puerta. Para muchos el botijo de los Cincuenta está asociado a su niñez y a aquellas expediciones de la chiquillería hasta el taller del alfarero para recoger las piezas defectuosas, que luego servían en multitud de juegos más o menos inocentes. Era aquella la época de separación de sexos y las niñas en corro se iban pasando el cacharro al compás de canciones pegadizas, que resonaban en las plazas con voz despreocupada y feliz. Los niños, en cambio, éramos más de piedra, correa y descalabro. Algunos (los menos) se quedaban junto al torno para ver como las manos portentosas del artesano sacaban esos recipientes y filigranas de barro, nacidos como por arte de birlibirloque de un montón de arcilla informe. Luego se supo que al fin y al cabo no era tan milagroso el invento, y que el secreto de un buen botijo consistía en añadir sal a la masa con el fin de lograr la porosidad adecuada, lo que permitía a la pieza “sudar” y por tanto refrescar el agua contenida en su interior.

Aquellos maravillosos años de la niñez. José Benlliure y Gil (1855-1937). Óleo sobre lienzo

                      Aquellos maravillosos años de la niñez. José Benlliure y Gil (1855-1937). Óleo sobre lienzo

Las manos milagrosas del alfarero. Autor, Juantiagues

                                                 Las manos milagrosas del alfarero. Autor: Juantiagues

Con el paso de los años los botijos cambiaron de contexto pero no de importancia para el populacho. En los cines de verano era habitual, por ejemplo, que el aguador (gran oficio anterior a la existencia de agua corriente en los edificios) vendiese tragos en botijo a peseta la «jartá», es decir, que por una peseta uno bebía lo que pudiese de un tirón. El truco consistía en aprender a tragar y respirar a un tiempo, y los jóvenes más habilidosos llegaban a vaciar el recipiente por completo para desesperación del botijero, que debía ir a llenarlo una y otra vez a la fuente. Los que no sabían usarlo terminaban con la camisa empapada y eran objeto de burlas constantes. Quizá sea éste el origen de ciertas asociaciones crueles entre botijo y maña: “Parecía tonto cuando lo cambiamos por un botijo”, o también este otro, “El otro día murió uno ahogado en la cocina de su casa. Se puso a beber de un botijo, y no supo pararlo”.

El aguador de Sevilla. Diego Velázquez. Óleo sobre lienzo, 1620

                                          El aguador de Sevilla. Diego Velázquez. Óleo sobre lienzo, 1620

Durante la siega o la vendimia se agradecía un parón para hacer circular el botijo rebosante de agua fresca, acompañado a ser posible de un trago de aguardiente, y en muchos pueblos era costumbre tener el botijo a la puerta de casa para invitar a los transeúntes más o menos ociosos, que agradecían el gesto quedándose «un momento» a intercambiar los ultimos comadreos locales. De noche, en cambio, lo erótico tomaba cuerpo: como en los hogares todavía escaseaba el televisor, la tertulia de calle alrededor del botijo resultaba cosa obligada, y también los paseos de la moza hasta el pozo para buscar agua fresca (como era tradición). Y, claro, adonde iba ella… allá que volaba él. Si los botijos hablaran. No cabe duda que el Generalísimo debió de estar muy contento con este instrumento nacional tan apropiado a sus planes de repoblar el país, en las décadas de los 50 y 60. Aunque no todos compartieron su idea: harto de oír que ésta y otras decisiones del Caudillo le venían inspiradas por la paloma del Espíritu Santo, el novelista y diplomático español Agustín de Foxá replicó: “Si eso es cierto, yo me hago del tiro a pichón”.

Acarreando paja después de la siega. Autora, Plácida

                                                   Acarreando paja después de la siega. Autora: Plácida

Tertulia en el cortijo. José Benlliure y Gil (1855-1937). Óleo sobre lienzo

                                    Tertulia en el cortijo. José Benlliure y Gil (1855-1937). Óleo sobre lienzo

Y es que el socorrido botijo servía lo mismo para una boda que para un bautizo, aunque existen testimonios de la época que achacan a este recipiente los usos más inverosímiles. Es el caso recogido por el escritor José Ignacio de Arana en su Anecdotario Médico, donde cuenta el intento de suicidio de uno de sus pacientes: una mujer entra despavorida en la consulta al grito de “¡Corra, por Dios, Doctor, que mi padre se está suicidando!”. El médico se incorpora, coge al vuelo el maletín y ambos salen de estampida sin tiempo que perder. La carrera es más de lo que puede soportar el galeno, cuesta arriba y cuesta abajo, esquivando transeúntes al galope y con más de un tropiezo en los cruces peligrosos a causa de los vehículos, de modo que en poco tiempo comienza a faltarle el resuello y a quedarse atrás. “¡Doctor, por lo que más quiera! Quizás sea ya demasiado tarde”. Totalmente derrengado pregunta con un hilo de voz “¿Pero se ha tomado algo? ¿Se ha cortado las venas, o qué?” “No, que va. Ha cogido el botijo de madre y se está abriendo la cabeza con él”. El médico para en seco su carrera y se la queda mirando. “Es que está mal de la chaveta, mi padre. Por la mañana se ha levantado con esa fijación y ahora no hay quien lo pare”. Cuando llegaron a su casa vieron que, efectivamente, el hombre asía el recipiente con las dos manos y se daba porrazos al grito de “¡Es que me mato, me mato!”. Por fortuna la cosa no pasó de ser un buen susto y el doctor pudo volver finalmente a su consulta, esta vez a un paso más tranquilo.

La ciencia del botijo. Autor, Frado66

                                                               Graffiti sobre la ciencia del botijo. Autor: Frado66

A pesar del desuso y la caída en popularidad, hoy podemos decir sin temor a equivocarnos que existe un botijo en cada pueblo o aldea de nuestro territorio. Hay, incluso, museos enteros con el botijo como único protagonista. Toral de los Guzmanes, en León, o el más conocido de Villena, han incorporado a lo largo de los años cientos de piezas únicas de valor material y sentimental incalculable, y lo mismo puede decirse sobre la colección particular de la alcazareña Julia Morales, verdadera obra maestra de artesanía en tierras manchegas. Pero el botijo, como suele decirse, traspasa fronteras, y si hay un sitio donde este recipiente ha sido ensalzado y aparece como verdadero estereotipo de la personalidad de un pueblo, es en la capital de España. Según la leyenda San Isidro hizo brotar agua de una roca mientras trabajaba en los campos, y como recuerdo de aquel milagro se levantó junto a aquel rincón del Manzanares la famosa ermita en su honor. Desde el siglo XVI y durante las fiestas del Santo es costumbre que los madrileños acudan a beber de esas aguas antes de marcharse a la Pradera para merendar, y hoy abundan allí los puestos de venta de rosquillas, garrapiñadas y por supuesto los tradicionales botijos de vino de San Isidro, solicitadísimos por cualquier devoto ávido de plegarias y diversión.

Botijos de Alcorcón. Autor, Tamorlan

                                                               Botijos de Alcorcón. Autor: Tamorlan

Fiesta en la ermita de san Isidro. Francisco de Goya. Óleo sobre lienzo. 1788

                               Fiesta en la ermita de san Isidro. Francisco de Goya. Óleo sobre lienzo. 1788

Pero no hay que echar mano de leyendas castizas para explicar la fama de este recipiente. Existió antaño en Madrid un comercio de aperos y quincalla llamado precisamente “La Tienda del Botijo”, en el madrileño barrio de La Latina, y cuyo sonoro nombre aludía al botijo lleno de aguardiente que el propietario colocaba muy ufano en su mostrador. Por una perra gorda cualquiera podía echar un buen trago de aquel manantial de sabiduría, y mucho nos tememos que fue este servicio y no el género de venta lo que terminó por hacer del local uno de los puntos más aclamados de la capital (no es casualidad que hoy, transformada en tienda de cosméticos, siga conservando el nombre original).

Tendero y exposición de piezas de alfarería. Autor, Wiros

                                                 Tendero y exposición de piezas de alfarería. Autor: Wiros

Todo un icono de lo español, el botijo pretende en los próximos años saltar las fronteras de nuestro planeta y hacer un viaje al espacio. Sí, como se oye. Esa es al menos la idea de Xavier Gabriel, el famoso lotero de la Bruja de Oro, quien tras pagar 156.000 € a tocateja será uno de los próximos tripulantes de la nave espacial VSS Enterprise, propiedad de un magnate estadounidense. Tras arduas negociaciones el leridano consiguió también que la empresa aceptase colocar en órbita un botijo de su propiedad, y que encargó previamente a un artesano extremeño del municipio de Salvatierra. Sin duda la epopeya supera todas las expectativas para tan humilde utensilio, y según comentó el propio Xavier: “No sé si decir algunas palabras históricas, algo así como que es un pequeño paso para un botijo, pero un gran trago para la humanidad». Sea cual sea el resultado de esta historia, y a pesar del gusto por la modernidad y el glamour aplastantes que nos invade hoy día, tendremos que aceptar que el humilde botijo lleva camino de convertirse en estereotipo único de nuestra cultura ante el mundo, y por supuesto, en el utensilio español más famoso de la galaxia.

La Tierra desde el Espacio exterior. Aytor, Garysan97

                                                    La Tierra desde el Espacio exterior. Autor: Garysan97

Botijo decorando una ventana. Autora, Bego Díaz

                                                       Botijo decorando una ventana. Autora: Bego Díaz