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Del cancionero popular manchego: la seguidilla manchega

Zapatitos de lana lleva esa dama; yo conozco al borrego que dio la lana… (seguidillas manchegas)


Hoy veremos resurgir, por estas tierras húmedas y pardas de La Mancha legendaria, gracias a Cervantes, las canciones de cuna, de cava, apaño de aceitunas, cerner la harina, ronda de noche o serenata, canciones de arada, acarreo de mieses, siega y trilla… ¿Cuántas veces no habrán celebrado, desde Montiel al Toboso, el misterio de la vida fecunda, a través del inmenso campo silencioso?. ¡Canciones de serranilla (serreñas que dicen los gañanes y mayorales), villancicos de segadores y espigadoras, canciones de boda, de mayo, cánticos de velador, villancicos pastoriles, cantos de romería… ¿Cuántas añoranzas no vivieron en las postrimerías de esa vieja lírica, impregnada de aroma campestre?
¡Hermosa virtud esta de la canción popular, plena de poesía y de amor!. He ahí, en forma de canto, el poder invencible de la lírica popular. Con razón decía el sabio Menéndez Pelayo que “La poesía popular, con ser lo más castizo que existe, es, al mismo tiempo, lo más universal y no se puede estudiar a fondo en una región determinada, sin que este estudio difunda nueva luz sobre toda la poesía de las gentes”. Por eso, la copla de la seguidilla manchega –perfume sonoro del sentimiento- es, por regla general, socarrona, liviana y loquesca, en versicos fáciles, picardeados de imágenes lascivas. Quién sino una copla ha hecho famosos a dos pueblos manchegos, cuando canta:

Desde Manzanaricos
a la Solana,
hay una legüecita
de tierra llana?

Quién se acordaría hoy día del pueblo de la Virgen de la Carrasca, sino sonara la canción que dice con orgullo:

San Pedro, si vas al Cielo,
sólo te pido una cosa:
prepárame un “abujero”
para ver a Villahermosa

Quién sabría dónde está la belleza de la mujer manchega, sino lo reflejara exactamente la copla que dice:

Cuatro son de La Roda,
tres del Toboso;
pero la más bonita,
del Tomelloso

Y qué moza infanteña, al oír el eco lejano de la Ronda que pasa, no abandona, un poco nerviosilla, la cama, y, ¡ojo avizor!, espía por la celosía de sus balcones las andanzas de los mozos, que van recorriendo las calles del pueblo cantando el típico mayo:

Despierta, si estás dormida;
tiempo tendrás de dormir,
que mientras abres los ojos,
entra mayo y sale abril

Asociación “Cruz de Santiago” de Villanueva de los Infantes en las Bodas de Camacho de FuenllanaAsociación “Cruz de Santiago” de Villanueva de los Infantes en las Bodas de Camacho de Fuenllana

Seguidilla manchega música tradicional Ciudad Real

grupación de Coros y Danzas Mancha Verde de Argamasilla de AlbaAgrupación de Coros y Danzas Mancha Verde de Argamasilla de Alba


La seguidilla manchega es la decana entre las de su estirpe, que han adquirido popularidad en el solar español


El cancionero manchego es rico y abundoso, basado en una música sui géneris, que, por su carácter propio y específico, puede parangonarse con los mejores de otras regiones españolas. Hemos nombrado a las seguidillas manchegas, o manchegas, a secas, como las llama el vulgo. La seguidilla manchega es un aire de canto y baile, cuyo compás es de tres tiempos, de un movimiento muy animado, que empieza y acaba con estribillos. Las manchegas tuvieron su origen en esta región, en el siglo XV, y ya se cantaban y bailaban en tiempos de Cervantes. Tienen tres tercios, que se bailan diferentemente.
Francisco Navarro y Ledesma, en su curiosa obra El Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra –sucesos de su vida-, nos cuenta, con gracia sin igual, los incidentes que pasó Miguel al entrar en la cárcel de Sevilla, donde estuvo detenido, y la declaración que prestó al portero de la puerta de oro, quien le tomó el nombre y le preguntó el delito.
Bien da a entender Cervantes –afirma- que el ruido y la incomodidad de la cárcel eran insufribles. Por el día, a la barándula y estrépito de las riñas y zurizas, los gritos, cantes y bailes flamencos, y el disputar y gruñir de los jugadores perdiciosos. Separadas de los presos, pero en el mismo edificio, las presas pasaban todo el santo día cantando en coro, acompañadas de vihuela y de arpa o laúd, las seguidillas siguientes:

Por un sevillano,
rufo a lo valón,
tengo socarrado
todo el corazón

No es extraño, pues este suceso que acaeció al autor de la inmortal obra del Quijote en los últimos años del siglo XVI, ya que, como hemos indicado anteriormente, las manchegas tuvieron su origen cien años antes aproximadamente. ¡Y es que las seguidillas manchegas pueden considerarse como la única y más genuina expresión de la vida, usos, costumbres, ceremonias, juegos, etc de las gentes de La Mancha!
“Las seguidillas melódicas, voces de antiguas civilizaciones, han quedado enterradas. Hay que escarbar hondo para que vuelvan a brotar con energía”. Estas acertadas palabras del ilustre musicólogo y folklorista zamorano, Gonzalo Castrillo, vienen, como anillo al dedo, a reforzar, más y más, nuestro modesto juicio acerca de la actividad y dinamismo que deben desplegarse para seguir trabajando en la recopilación del CANCIONERO POPULAR MANCHEGO.

A La Mancha manchega
que hay mucho vino
mucho pan mucho aceite,
mucho tocino
Y si vas a La Mancha no te alborotes
porque vas a la tierra de don Quijote

Asociación Folklórico-Musical Virgen de las Viñas de TomellosoAsociación Folklórico-Musical Virgen de las Viñas de Tomelloso

jota manchega música tradicional

Coros y Danzas de Villahermosa en la ofrenda a la virgen de la CarrascaAgrupación de Coros y Danzas de Villahermosa durante la ofrenda a la virgen de la Carrasca. Autor, Juan Amores


Un artículo de Antonio Bellón Márquez ©


Fotografía de portada: Fiesta de la Rosa del Azafrán, Consuegra. Autor, Jose María Moreno

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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (2ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (2ª parte)

Las eras se construían en parcelas amplias de tierra, de unos 800 o 1000m², con el fin de tener espacio suficiente para las parvas y el trabajo constante de trillar, limpiar, acarrear y cargar el grano. Muchas eran de trazado rectangular, aunque las había circulares y de otras formas en función del terreno disponible. También según el terreno podían construirse atendiendo a 2 modelos distintos: las eras de tierra, también llamadas “terrizas”, y las empedradas. Estas últimas, de elaboración más compleja, tenían una resistencia mucho mayor y podían aguantar durante décadas con un mínimo mantenimiento.

En el caso sencillo de las terrizas, al dueño le bastaba con disponer de un terreno duro, firme y bien asentado. Entonces se limpiaba de rocas y vegetación, allanándose la extensión principal mediante un rodillo de piedra de gran peso conocido como «rulo». En el proceso de allanado se humedecía previamente el suelo para facilitar la compactación, y de seguido empezaba el trabajo de rodar la era, es decir, dar vueltas y más vueltas con la mula tirando del rulo hasta cubrir por completo toda su superficie. Solo al concluir el «paseo» la era quedaba lista para la trilla. Ciertamente el trabajo de construcción de terrizas resultaba muy sencillo, aunque en zonas donde había varias eras colindantes se adornaba un poco más el conjunto colocando lajas de piedra clavadas verticalmente por todo el perímetro, a modo de mojones. En la siguiente temporada de siega, el propietario únicamente tenía que limpiar la superficie de cardos y otras plantas silvestres antes de proceder al acarreo de la mies.

2. Trillando la parva en Villahermosa. Años ochenta. Autor, foto Arcángel Sánchez Briz

Trillando la parva en Villahermosa. Años ochenta. Autor: Arcángel Sánchez Briz

Otra cosa muy distinta eran las eras empedradas. Su elaboración resultaba mucho más costosa y se llevaba a cabo por cuadrillas dedicadas específicamente a este cometido. Las piedras utilizadas eran normalmente de roca caliza, más abundantes en el centro y este de la comarca, pero también se usaban lajas de piedra rodeno y cantos de río que se traían de lugares a menudo situados a gran distancia. Las eras empedradas comenzaban a construirse a finales de verano, una vez acabada la temporada de siega y trilla y antes que llegasen las lluvias de otoño. De esta forma la era podía quedar en reposo durante casi nueve meses (hasta dos años según los casos), tiempo suficiente para que la hierba y otras plantas formasen un denso tapiz de raicillas que apelmazasen y fijasen todo el conjunto. Hay que tener en cuenta que el empedrado se realizaba sin ningún tipo de mortero, de modo que resultaba obligado un plazo más o menos amplio de inactividad durante el cual la era no podía ser utilizada.

3. Limpiando el grano, una vez trillado. Autora, Plácida

Limpiando el grano, una vez trillado. Autora: Plácida

Para la construcción de una era empedrada había que elegir bien el terreno. Se situaban siempre en una zona alta y a ser posible abierta a todos los vientos, y a menudo también en lugares con pendiente, haciéndose necesario entonces construir un murete de piedra para asegurar el terreno. La cuadrilla contratada empezaba el trabajo allanando previamente el terreno con picos y palas a fin de nivelar toda la superficie y eliminar los altos y hondonadas del perfil. Todo el material extraído en este proceso se acarreaba por peones, muchas veces niños o adolescentes, que lo iban depositando poco a poco en montones hacia la parte exterior. El trabajo era duro y no estaba exento de percances. Después de la guerra civil fue relativamente frecuente encontrar granadas y explosivos perdidos en los alrededores de cualquier pueblo, y se dieron casos de accidentes mortales cuando un trabajador hacía explotar accidentalmente con su pico alguno de estos artefactos durante la construcción de la era.

El duro trabajo de la trilla. Autor, Pelayo2

El duro trabajo de la trilla. Autor: Pelayo2

Una vez nivelado del terreno comenzaba el proceso de empedrado. Para ello se tendían unas guías de cuerda de un extremo a otro y se colocaban bajo ellas las hileras de piedra maestra, de mayor tamaño que el resto. La cuadrilla trabajaba sin ningún tipo de mortero, añadiendo simplemente una base de tierra suelta procedente de los montones y «maceando» después cada piedra, hundiéndola y fijándola en esta base blanda mediante golpes de mazo. Una vez colocadas conformaban las “calles”, de unos 3 metros de anchura, donde los obreros plantaban seguidamente los guijarros de menor tamaño a modo de mosaico. El procedimiento era similar al de las lajas principales: tierra suelta debajo, piedras encima y un constante “macear” para asegurarlas bien al terreno, que quedaba así perfectamente compactado. Solo cuando las eras se construían en un terreno muy inclinado, el trabajo se completaba con un muro externo de piedra a fin de que no hubiese deslizamientos pendiente abajo.

Con la finalización del empedrado, la cuadrilla procedía finalmente a un trabajo de ampliación utilizando la tierra de los montones desalojada en la fase inicial. Esta tierra se extendía alrededor formando un anillo de varios metros de anchura, que se allanaba al igual que el resto obteniendo una era mucho más amplia que la inicial, con una parte interior de piedra y otra externa de tierra apisonada. Todo el conjunto quedaba así listo para la siguiente temporada, aunque a veces se dejaba reposar hasta dos años para que hierbas y raíces compactasen bien el terreno y quedase en perfectas condiciones para el duro trabajo de la trilla.

Aventando garbanzos. Horencio. Años ochenta. Autora, Plácida

Aventando garbanzos. Horencio. Años ochenta. Autora: Plácida

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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

En toda La Mancha y a principios de junio, con el inicio de la siega, comenzaba también para trilladores y “ereros” el arduo trabajo de trillar la mies, es decir, cortar la paja y espigas de la parva para liberar el grano. Durante todo el verano y medida que llegaban las galeras cargadas de candeal desde los campos cercanos, los “ereros” (gañanes a cargo del dueño encargados del trabajo en la era) descargaban las gavillas e iban agrupándolas en un gran montón llamado “hacina”. Galera tras galera, el candeal recién segado iba al suelo con la ayuda de horcas, y después se acumulaba a la espera de extender la parva y dejarla lista para la labor de las mulas y el trillador. Muchas de estas eras han desaparecido a medida que los pueblos crecían y se iban construyendo nuevas casas, barrios o naves de ganado. Pero todavía se conservan algunas de nombres evocadores, cuya sola mención nos trae a la mente unos tiempos y quehaceres hoy ya relegados al olvido.

Trillando en la estepa. Autor, Lito Encinas

Trillando en la estepa. Autor: Lito Encinas

Las eras eran terrenos llanos, de grandes dimensiones, construidas siempre en un espacio abierto en las inmediaciones del pueblo y normalmente de forma rectangular o circular. Por supuesto también existían eras en los cortijos, pero el volumen de trabajo en las cortijadas siempre era mucho menor. Trillar cerca del casco urbano facilitaba el acarreo de la mies desde los campos, así como el proceso de almacenaje y venta posterior del grano. En el pueblo confluían los principales caminos que atravesaban el término y allí se encontraban también los silos de la cámara agraria, adonde iba a parar la práctica totalidad de la cosecha.

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

El emplazamiento de la era tenía su importancia: debía estar siempre en lugares elevados y lejos de edificios, árboles u otros elementos que impidiesen la libre circulación del aire. Y es que en la era también se realizada la labor de “aventar”, es decir, separar la paja del grano de candeal mediante la acción del viento. Los “ereros” sabían que en una era abierta a todos los vientos podían trillar y aventar simultáneamente sin esperar a que soplase el aire en la dirección adecuada (lo que a veces tardaba días en producirse). Las eras se construían con un empedrado consistente en lajas de roca, normalmente de piedra caliza, con lo cual el trillado mejoraba en efectividad y se atenuaba además el grave deterioro a que estaban sometidas a lo largo del año: en verano por el paso de las galeras y el pisoteo continuo de animales y hombres; y en invierno por las inclemencias del tiempo, lo que obligaba a menudo a una reparación periódica para asentar y asegurar de nuevo el terreno.

Las eras tenían asimismo cierto detalle que las hacía todavía más eficaces: una suave inclinación. Y es que, con el fin de evitar que las lluvias encharcasen el terreno y lo inutilizasen, siempre se construían con una ligera pendiente para facilitar la evacuación del agua hacia el extremo más bajo. Así, mientras trilladores y gañanes corrían a guarecerse con la repentina aparición de una “nube” de verano, el agua corría por la lisa superficie de la era y, una vez escampado, quedaba libre de charcos y dispuesta rápidamente para el trabajo…

Trillando en los años ochenta. Autora, Plácida

Trillando en los años ochenta. Autora: Plácida

Las eras fueron de gran importancia en zonas de secano de todo el interior de España, donde una gran proporción del término se dedicaba al cultivo del cereal. Sin embargo, estas explanadas no se destinaban únicamente a grano y servían también para otros productos tan comunes como las legumbres (garbanzos, guijas o lentejas), cuya producción local era igualmente notable. Del volumen de trabajo que allí se llevaba a cabo da idea el gran número de eras que todavía se conservan en la mayoría de los municipios rurales, rodeando en ocasiones todo el perímetro del casco urbano: en definitiva, no existía zona donde estos terrenos llanos y empedrados no flanqueasen la entrada a la población, una presencia que hoy en día sigue formando parte del paisaje físico, cultural y también nostálgico del gran territorio manchego.

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

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Días de sol y mieses. El trabajo de los segadores en tierras manchegas

Días de sol y mieses. El trabajo de los segadores en tierras manchegas

Los días 28 y 29 de junio de 2008 se celebró en Tomelloso la Fiesta de la Siega y la Trilla, un evento que atrajo a numeroso público y que sirvió para recordar esta actividad tradicional tan arraigada en tierras manchegas. Y es que antes de la llegada de las cosechadoras y otros artilugios mecánicos, la siega de la mies era una de las tareas con mayor calado de todo el calendario agrícola. En La Mancha son característicos los veranos secos y calurosos, y era precisamente entonces, coincidiendo con San Juan y San Pedro, cuando comenzaban los preparativos para la siega en los inmensos trigales de Campo de San Juan, La Mancha y Campo de Montiel, tierras de cereal por excelencia. A partir de finales de junio la espiga adquiere un color dorado y comienza a doblarse por el peso del grano, lo que en el argot se denomina “estar granada”. Como el “granado” no era igual para todos los tipos de cereal, primero se segaba la espiga más temprana, la cebada, continuando después sucesivamente con el trigo, el centeno y finalmente la avena, ésta última ya en el mes de agosto.

Alpacas de paja en el rastrojo. Autor, JC Hupo

                                                         Alpacas de paja en el rastrojo. Autor: JC Hupo

La siega del cereal era una actividad de gran importancia para las familias de jornaleros, puesto que su llegada significaba ocupación e ingresos asegurados durante los largos meses estivales. En los campos de mediano tamaño ocupaba a todos los integrantes de la familia, incluyendo a parientes más o menos cercanos, puesto que era necesario ayudarse entre todos a fin de acabar pronto y tener el grano listo para la venta. Distinto era, sin embargo, el procedimiento de los grandes propietarios, los cuales contrataban o “ajustaban” a cuadrillas de segadores venidos a veces desde muy lejos para efectuar el trabajo. Las cuadrillas, cargadas con sus alforjas y hoces, salían de los pueblos a principios de junio en grupos más o menos numerosos, y marchaban por caminos polvorientos en busca de las grandes haciendas cerealistas, donde la faena estaba casi asegurada.

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                                                             Cuadrilla de segadores. Autor: Büschgens

La apariencia del segador resultaba inconfundible: ropas bastas y gastadas, remendadas por largos años de uso; pantalones de pana, camisas de algodón y pañuelo anudado al cuello. En la cabeza no podía faltar el gran sombrero de paja, mientras que los pies se calzaban con unas abarcas aseguradas al empeine y el tobillo con correas entrelazadas. Estos “agosteros” regresaban normalmente a los mismos campos de años anteriores, y una vez ajustada la faena se alojaban en la casa del “amo”, a menudo en los graneros o en las cuadras que éste ponía a su disposición. No era raro, sin embargo, que hombres y mujeres durmiesen directamente en los campos, bien “al raso” o bien habilitando cada noche en el rastrojo una estructura con gavillas, lo que les servía de refugio improvisado en caso de tormenta.

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El trabajo de la siega. Autor, Jose Luis Tajada
                                                           El trabajo de la siega. Autor: Jose Luis Tajada

Las cuadrillas ajustaban su trabajo “a destajo” o “a jornal”. En el primer caso se recibía una cantidad dada por cada fanega de candeal segado, mientras que el jornal significaba un sueldo idéntico para cada trabajador excepto para el jefe de cuadrilla o “manijero”, que recibía siempre algo más. En cualquier caso, la faena de siega era una actividad agotadora que duraba de sol a sol y en la que no había domingos ni jornadas de descanso. Normalmente sólo se paraba el 25 de julio, día de Santiago. El resto suponía un esforzado trabajo contrarreloj para finalizar antes que llegasen las temibles “nubes” de granizo, propias de mediados de verano, lo que podía dar al traste en solo una hora con la cosecha y los desvelos de todo un año.

Campo de cereal con las espigas granadas. Autor, Les jardiniers du possible

                                Campo de cereal con las espigas granadas. Autor: Les jardiniers du possible

El trabajo daba comienzo alrededor de las cinco de la mañana. A esa hora los segadores marchaban con buen paso hacia los campos, y ya con la primera claridad del día comenzaba la ardua tarea de mover la hoz y cortar el tallo de la espiga, blando y suave por el relente. Se paraba únicamente a media mañana y a mediodía, y comían lo que los segadores tenían comprado en el pueblo a cuenta de la paga: sopas de ajo, chorizo, tocino, migas o gazpacho, según se terciase. En otras zonas de La Mancha, en cambio, la comida era por cuenta del propietario y éste les habilitaba todo lo necesario para que el “hatero” preparase el rancho. El “hatero” estaba a cargo del “hato”, un lugar a propósito en el rastrojo donde se guardaba todo lo necesario para la siega: los aparejos de las mulas, piedras de afilar y hoces de repuesto, el cántaro de agua y los botijos, el saco con el pan, los condimentos o las verduras. Cuando la familia se desplazaba al completo hasta los campos de mies, los más pequeños quedaban también en el rastrojo, bajo un toldo y al cuidado de un mozalbete que hacía las veces de hermano mayor.

Diversas actividades de la siega. Autor, José Flores Sánchez

                                             Diversas actividades de la siega. Autor: José Flores Sánchez

Hombres, mujeres y adolescentes trabajaban al unísono, los mayores llevando hasta tres surcos y los jóvenes uno o dos, según sus capacidades. Con una mano se cogía la mies, protegida por la “zoqueta”, mientras que la otra empuñaba firmemente la hoz e iba realizando el corte de las espigas. La mies cortada se ataba en gavillas para que quedase bien sujeta, y después se cargaba en el carro o galera formando grandes y espectaculares montones para su traslado hasta las eras, donde se extendía en “parvas” para el posterior trillado. Y así, hora tras hora, surco tras surco, el trabajo y los segadores avanzaban infatigables hasta la puesta de sol:

Ya se está poniendo el sol.
Ya se debiera haber puesto.
Para el jornal que ganamos
no es menester tanto tiempo.

Preparando las gachas en el hato del rastrojo. Autor, José serrano
                                        Preparando las gachas en el hato del rastrojo. Autor: José serrano

Esta era la hora más ansiada de la jornada. Llegaba la noche y el tiempo de descanso. Los padres iban en busca de los niños, se afilaban las hoces, se tomaba un refrigerio y todos marchaban después al pueblo para comprar la comida del día siguiente y alojarse en las dependencias del dueño. Otras veces, la gran distancia de los campos al pueblo obligaba a hacer noche en el mismo rastrojo. Para ello se juntaban algunos haces de mies, se extendían otros por el suelo y así, vestidos y con una simple manta por encima para ahuyentar el frío de la madrugada, los segadores tomaban el merecido descanso a la espera de un nuevo y duro día de trabajo.

En la Siega. Obra de Jose Lull

                                                                      En la Siega. Obra de Jose Lull