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El miedo, cuento de vendimia

Más de una hora tardamos en llegar a la casa de labor, desde pleno campo, en donde aquel día de septiembre nos sorprendió la tormenta. Interrumpida la vendimia nuestra marcha fue lenta y penosa, porque el fuerte viento y los arreos dificultaban el acceso a través de cañadas y alcores.

Al llegar vimos guarecidos en derredor del hogar algunos pastores de la zona, que habían prendido buena fogata para secarse y hablaban del poder del miedo. Nos quedamos a escucharles, máxime al ser el tío Celestino, viejo rabadán a quien ya conocíamos, el que comenzaba a narrar una inquietante historia.

Referíase a aquellos ya lejanos años en que él iba con el gran rebaño trashumante del marqués de Mudela al fértil valle de Alcudia, la tierra siempre pródiga en pasturaje, situada más allá de las llanadas calatravas de la Mancha Alta. Su verbo, de cálida y jugosa simplicidad, describía admirablemente esta región, comprensiva de buena parte de la provincia de Ciudad – Real, confinante con las otras tres, en parte también manchegas: Toledo, Cuenca y Albacete. “Este terreno –decía a modo de comparación con su tierra de adopción, Castilla y León- es muy distinto de la vieja Castilla. Allí los pueblos, por lo general, son pequeños y se encuentran cercanos; aquí son grandes y están lejos entre sí. Allí predomina el trigo y el pino; aquí la vid y la encina. La propiedad está en Castilla muy repartida, mientras que en La Mancha, por el contrario abundan el absentismo y las fincas de enorme extensión.

La industria vitivinícola, que tanto se ha desarrollado aquí, merced al poder admirable que tiene el suelo para el cultivo del bíblico arbusto, ha enriquecido a sus pueblos: Valdepeñas, Tomelloso, Manzanares, Alcázar, Villarrobledo, Socuéllamos, Argamasilla…”

Y siguió el pastor hablando de parecida guisa a como nosotros describimos, a grandes pinceladas, La Mancha. Por la feraz campiña, entre pueblo y pueblo, vénse diseminadas numerosas edificaciones, algunas blancas por el enjalbegado de reminiscencia agarena, todas ellas destinadas a guarecerse labriegos y ganados, a las que los naturales del país denominan quinterías y bombos.

Bombo de Tomelloso

Casilla manchega

Los labradores, los gañanes, permanecen en el campo toda la semana, principalmente durante la época hiemal, en que han de binar viñas y roturar barbechos. Salen del lugar el domingo, a la caída del véspero, y van por los caminos con sus carros y yuntas, bien aprovisionados para los seis días, llegando al bombo o a la quintería –en ocasiones, vestigio de la antigua venta- a la hora de hacer la cena y acostarse para madrugar al día siguiente y trabajar. No ha de tornar al pueblo hasta el sábado siguiente, al mediodía, con el fin de renovar sus provisiones, reparar los útiles del trabajo, atender un poco a su simplicísimo aseo personal y ver, a la vez, a la familia, a la esposa, a la novia… Caminan cantando, animosos, mientras el sol agonizante ilumina con sus rayos postreros aquella caravana de la gleba, que a veces se extiende en larga hilera. Y allá, a su llegada a la habitación campestre, que siempre está abierta ofreciendo asilo al labriego que necesite ocuparla y al pobre viandante desheredado que haya menester de refugio, han de convivir todos en fraterna calma.

Se da a veces el caso de encontrarse solo un labriego por todo ocupante de la quintería; pero estas gentes, habituales a las privaciones, a los rudos trabajos, e, indistintamente, a la compañía y a la soledad, no sienten, por lo general, el miedo. Mas éste, como algunas otras cosas, puede presentarse en quien menos se piense y cuando menos se crea, como lo prueba esta narración del longevo pastor.

Fué el sucedido un día de crudo invierno. Llegó solo un joven zagalón al apartado habitáculo, situado en plena llanura por la que otrora efectuara su primera salida Alonso Quijano el Bueno. No había nadie –que se viese- en ella. Desenjaezó sus mulas, diólas pienso y, por último, prendió en el hogar unas gavillas bien secas que como incipiente combustible del pueblo llevaba, a fin de calentarse y preparar el condumio –las insustituibles gachas de almortas y los sabrosos torreznos-, cantandillo, a todo esto, sus endechas en recuerdo del amor que a 10 leguas de distancia dejaba.

Una vez terminado todo ello preparóse para cenar y, apartada ya la sartén y con pan y navaja en mano, ocurriósele decir en alta voz, al mismo tiempo que se sentaba, con tono irónico al creer firmísimamente en su completa soledad:
– ¡Vaya!, ¿ustedes gustan?
Y no bien hubo acabado de pronunciar aquellas contadas palabras cuando oyó que respondían con hoscas y entrecortadas voces, desde el fondo de la destartalada estancia:
– ¡Muchas gracias! ¡Qué aproveche!

Eran unos mendigos, tendidos e invisibles en un rincón de la cuadra, en la que antes de llegar el mancebo habíanse guarecido, despeados por el largo caminar, para pasar la noche, los que, creyéndose en verdad invitados, así contestaban.

Pero el joven labriego, que dijo aquellas palabras plenamente convencido de ser él la única persona que allí alentaba, no imaginando, por ende, que nadie le respondería, recibió el susto más formidable que cabe concebir. Se produjo en él una brusca reacción y levantóse en actitud vesánica.

Precipitadamente unció de nuevo los semovientes, sin voluntad ni dominio de sí, tembloroso y balbuciente, obsedido por la idea de la veloz huída, y a toda prisa, dejando allí la mayor parte de los aperos que del pueblo había llevado, partió en retorno hacia el mismo a todo el galope de la fustigada yunta, despavorido, aterrado, jadeante como alma que lleva el diablo.

Apenas si con entrecortadas palabras pudo después explicar lo sucedido. Postrado y abatido, a los pocos días murió.

Interior de un bombo

Figuras en una casa. 1967. Obra de Antonio López García

Bajada a antigua cueva bodega de Tomelloso

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Tour por los Escenarios de Cervantes y los Paisajes del Quijote

Os proponemos un viaje cultural, natural y gastronómico inolvidable por Madrid, Toledo, La Mancha y el Campo de Montiel para descubrir el origen del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. Un viaje por una Tierra Universal, el Siglo de Oro Español, los paraísos y escenarios naturales de la novela, con toda la esencia de nuestras ciudades, pueblos y aldeas, y disfrutando de nuestra rica gastronomía, en la que no pueden faltar el delicioso y afamado Queso Manchego y los vinos de la tierra. Sin duda, una auténtica experiencia cultural universal


Día 1

Iniciamos nuestro maravilloso recorrido por el Madrid de los Austrias, sede de la corte de Felipe II, bajo cuyas órdenes lucho Don Miguel de Cervantes durante gran parte de su vida. Un paseo por el casco histórico de la ciudad, lleno de calles estrechas, callejuelas, pasajes, pasadizos, travesías, plazuelas, palacios, conventos…
Y a la hora de comer nada mejor que un tour gastronómico de tapas y vinos por las tabernas más emblemáticas de Madrid. Un delicioso recorrido entre catas y degustación de pequeños platos de temporada maridados con vinos de La Mancha.
Madrid, Villa y Corte, que tiene su centro en el «kilómetro cero» de los caminos de España, posee un mapa gastronómico inigualable en el que tienen destacada presencia platos tradicionales que ofrecen un perfil propio, con aromas de la cocina manchega, al estar su territorio enclavado en el corazón de la meseta. En los más típicos rincones del viejo Madrid, antiguas posadas, figones y mesones, – aparte del famoso Lhardy -, ofrecen la clásica sopa de ajo, y su inigualable cocido al que los castizos llamaban «el coci» ó «el piri», plato típico, saludable, sabroso y antañón que con el mismo regusto se come por tierras de Castilla en las que Madrid se asienta.
Por la tarde nos trasladamos hasta la cercana Alcalá de Henares, Ciudad Patrimonio de la Humanidad, para disfrutar de un recorrido guiado por esta bella localidad donde vivió sus primeros años Don Miguel de Cervantes, visitando su museo-casa natal, los edificios relacionados con su familia y aquellos vinculados a la publicación de sus obras.
Dar un paseo por las calles aledañas al Palacio Arzobispal, la Catedral Magistral y el Monasterio de San Bernardo nos transporta a la época del Cardenal Cisneros, allá por el siglo XVI.


Día 2

Iniciamos la jornada con un espectacular recorrido panorámico por Toledo, Ciudad Patrimonio de la Humanidad. A continuación hemos disfrutado de un atractivo y ameno recorrido guiado por el impresionante casco histórico y por los barrios de las Tres Culturas, admirando el legado de las diferentes civilizaciones que han dejado su huella en Toledo: Edad del Bronce, carpetanos, visigodos, romanos, musulmanes, judíos y cristianos. Y visitando los monumentos más importantes: Mezquita del Cristo de la Luz, Sinagoga de Santa María la Blanca, Iglesia de Santo Tomé (El Greco) y un subterráneo exclusivo en la judería.
De todos es conocido que Miguel de Cervantes disfrutó un amor sincero por la ciudad de Toledo. Al entrar por la puerta principal de la ciudad, la de Bisagra, nos encontramos, en su patio de armas, el elogio más apasionado de Cervantes a Toledo: “¡Oh, peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades…”
La mañana ha finalizado visitando un Taller de Damasquinado, donde hemos visto en directo cómo trabajan y descubierto todos los secretos de esta artesanía joyera conocida como el Oro de Toledo.
Por la tarde nos esperaba la impresionante Catedral Primada de Toledo, una de las obras maestras de la arquitectura ojival y obra magna del gótico, que mereció en el lenguaje eclesiástico el título de Dives Toletana (La Rica Toledana), que alude a la grandiosidad de sus dimensiones, riqueza artística y solemnidad litúrgica. La Catedral Primada fue concebida como Summa Artis, un Vaticano en tierras ibéricas. Esconde una interminable acumulación de tesoros artísticos que abarcan páginas enteras de la historia de la vidriera, la rejería o la escultura, y una colección pictórica sin igual, con obras de El Greco, Tiziano, Goya o Van Dick.


Día 3

Nuestro camino nos llevó hasta Campo de Criptana, para conocer uno de los enclaves fundamentales de la geografía española: la maravillosa sierra de los molinos de viento, una estampa clásica reconocida en los cinco continentes. Esta experiencia nos ha permitido rememorar la leyenda cervantina del famoso lance entre Don Quijote y sus “gigantes”, así como descubrir algunos secretos del noble arte de la molinería.
A continuación, la visita imprescindible a una prestigiosa bodega con D.O. La Mancha. Un interesante itinerario por sus emblemáticas instalaciones para adentrarnos en el apasionante mundo de la viticultura y en los procesos de vinificación, con una degustación de sus vinos de la mano de todo un maestro en este arte. La historia y los secretos del brebaje de Dioniso, dios del vino, han dejado de ser un secreto para nosotros. Una auténtica experiencia enoturística.
Y a la hora del almuerzo, nos esperaba una deliciosa y auténtica Comida Típica del Quijote, a base de platos tradicionales de la cocina manchega. Una cocina universalizada por Cervantes.
Por la tarde hemos conocido un tesoro de gran trascendencia en la tradición cervantina: la Cueva de Medrano en Argamasilla de Alba, la celda donde, según algunos estudiosos, D. Miguel de Cervantes comenzó a escribir su inmortal obra “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”.
Imprescindible la visita a la cercana ciudad de Tomelloso para descubrir el interesante Museo del Carro y del Bombo de Tomelloso, con el maravilloso Bombo tomellosero en su interior, una auténtica joya de la arquitectura popular rústica.
Y por supuesto alguna de las más de 2200 antiguas cuevas-bodega existentes en el subsuelo de la ciudad, excavadas antaño en la roca para hacer y almacenar el vino en tinajas de barro. ¡Un patrimonio vitivinícola impresionante!

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Día 4

Por la mañana hemos visitado una tradicional y prestigiosa quesería manchega, para conocer los secretos de un producto único: el Queso Manchego. Hemos tenido la oportunidad de conocer desde el pastoreo del ganado en el campo, las ovejas y corderos, y el ordeño hasta la transformación de la leche en queso, el trabajo artesanal y la maduración, asistiendo a la elaboración del queso en vivo y en directo. Para finalizar con una deliciosa degustación de este producto tan cotizado a nivel nacional e internacional.
Listos para iniciar una de las visitas más importantes de este tour: Villanueva de los Infantes, Conjunto Histórico-Artístico Nacional, uno de los más bellos de España y centro histórico de la comarca del Campo de Montiel, citada hasta cinco veces por D. Miguel de Cervantes en su obra más universal “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”.
Cuna del Quijote, según algunos estudiosos, y el lugar donde vivió el genial escritor Don Francisco de Quevedo y Villegas, hemos disfrutado con un inolvidable recorrido por esta monumental villa. Iglesias y conventos; plazas porticadas; pósitos, casas señoriales, palacios y calles… Todo un viaje al irrepetible Siglo de Oro español.

Llega el medio día y con él un almuerzo campestre en una huerta de la zona, un lugar lleno de encanto y esencia manchega donde hemos dado cuenta de una comida típica a base de platos tradicionales maridados con los mejores vinos de la tierra.

Por la tarde nuestro viaje nos ha llevado hasta Fuenllana, cuna de Santo Tomás de Villanueva y villa rural manchega por excelencia, descubierta con sorpresa a principios del siglo XX por el famoso fotógrafo francés Charles Alberty ‘Loty’, cuyas fotos se mostraron en la Exposición Universal de Barcelona en 1929. Un magnífico ejemplo de lo que debe ser un pueblo con estilo propio, integrado en su paisaje, su historia y su cultura. Callejear por su casco urbano, respirar la esencia del Campo de Montiel… inolvidable.

Para nuestro siguiente paso por el histórico y sorprendente Campo de Montiel nos esperan enclaves como Villahermosa, Torre de Juan Abad, Montiel, Almedina, Villanueva de la Fuente, Alhambra… cada uno con una inmenso patrimonio histórico, cultural y natural.


Día 5

La jornada comenzaba con la visita a El Toboso para descubrir todos los secretos y leyendas de este bonito pueblo, y todos los rincones relacionadas con Don Quijote de La Mancha y Dulcinea. Imprescindible adentrarse en el Museo de la Casa de Dulcinea y descubrir de una forma amena y divertida el legado que D. Miguel de Cervantes dejo en El Toboso en su búsqueda del gran palacio de Dulcinea, y las características de los principales personajes, Don Quijote y Sancho, en el contexto histórico de una España en pleno Siglo de Oro de la literatura.
Tras un merecido descanso, ponemos rumbo a Alcázar de San Juan, última etapa de nuestro viaje. Desde la inmensa llanura que lo bordea, salpicada de bellas lagunas, pasando por sus conocidas fiestas de Moros y Cristianos, las tortas de Alcázar o el legado de su artesanía del cuero, la alfarería y la madera.
La visita a Alcázar de San Juan está llena de lugares de interés turístico y patrimonial.
Alcázar de San Juan es según algunos estudiosos la verdadera cuna de Don Miguel de Cervantes, así que nada mejor que iniciar nuestro recorrido en la Casa del Hidalgo, donde nos han explicado las costumbres y cómo era la vida de los hidalgos que inspiraron a Miguel de Cervantes cuando creó el personaje de Don Quijote de La Mancha. A continuación un bonito recorrido por el Conjunto Palacial del Gran Prior, donde destaca el Torreón de Don Juan José de Austria, uno de los emblemas de la ciudad, una torre almohade del siglo XIII, y actualmente un maravilloso espacio dedicado a los Caballeros Hospitalarios de San Juan.
La naturaleza está muy presente en estas tierras. Prueba de ello es el Complejo Lagunar de Alcázar de San Juan. Declarado Reserva Natural de la Biosfera, está conformado por 700 hectáreas integradas tres lagunas pertenecientes a La Mancha Húmeda. Se trata de un lugar perfecto para observar especies únicas y disfrutar de la naturaleza.
En los caminos que las recorren encontramos puntos de observación de aves, alternando paisajes salinos y desérticos, que cambian a estepas para después convertirse en prados húmedos. Estos cambios hacen de este espacio protegido por la UNESCO su mayor atractivo.
Hemos avistado aves difíciles de encontrar en ninguna otra parte. Cigüeñuelas, pagazas piconegras, zampullines, tarros blancos y canelos, porrones, malvasías cabeciblancas, patos colorados y cucharas, cercetas carretonas, fochas, garcillas cangrejeras, garzas imperiales, aguiluchos laguneros y flamencos. Un lugar perfecto para hacer turismo ornitológico.


Si estas interesado en realizar este tour, contacta con sabersabor.es


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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El origen de los cortijos manchegos

Los inalcanzables horizontes de la interminable llanura que, aparentemente todo lo exponen al primer vistazo del transeúnte, esconden como sorpresas para el explorador, todavía hoy, infinidad de edificaciones en mitad del campo, habitadas por la historia, ya sea en ruinas o en buen estado. Donde la tradición delata en cada uno de sus detalles el paso de diversas culturas, y el trabajo de miles de brazos.
Cortijo, quintería o casilla. Han servido para denominar una forma de hábitat disperso en la mitad meridional de España. Significando el cortijo, el sinónimo más extendido que mejor identifica tanto en Andalucía como en Extremadura o La Mancha, una gran construcción en el centro de una finca dedicada a la producción agropecuaria.
Paseando la vista por los páramos del Campo de Montiel, los cerros del Campo de Calatrava, las cañadas del Campo de San Juan o la colosal planicie manchega, encontraremos en cada uno de sus sitios, lugares y parajes edificados con sus correspondientes antecedentes culturales de los actuales cortijos que hoy sirven de fincas de recreo para actividades turísticas o cinegéticas, felizmente rehabilitados.
A la vez no faltan infinidad de ruinas que poco a poco van regresando a su origen de materias primas obtenidas del entorno para edificar ese necesario cobijo que acortara la distancia al pueblo y delimitara el espacio de refugio tan necesario para los habitantes del campo. El arrendatario que entregaba la quinta parte de la cosecha al propietario de la finca, llamado quintero y por tanto, morador de una quintería. Muy distinto del propietario de una quinta. Fincas de recreo nacidas en el entorno de Madrid, equivalentes a los Reales Sitios y a imitación y semejanza de los palacios del rey, servían a la nobleza a menor escala y proporción, como fincas de recreo y caza, además de producción agrícola.
Tanto el cortijo como el paraíso, poseen el don de delimitar un espacio cercado para uso privado. Los paraísos más antiguos nacieron con el inicio mismo de la civilización, en Persia y Mesopotamia. Tanto es así, que hoy nos cuesta entender dicha palabra disociada de un jardín del Edén o un lugar perfecto en la naturaleza.

Algo similar ocurre con el cortijo. Que sirvió para marcar un pedazo de terreno donde edificar ese imprescindible sitio para albergar utensilios de labor y alojar a sus moradores. Cuyos orígenes más remotos en esta parte del Mediterráneo, los encontramos en las opulentas e industriosas villas romanas, dueñas y señoras de los latifundios por antonomasia.
Con los árabes y sobre todo con Al-Ándalus, muchos latifundios romanos se transformaron en alquerías o pequeños núcleos de población rural, que sobre todo en Levante y parte oriental de Andalucía, fueron evolucionando a muchos de los cortijos actuales.
Aquí en La Mancha, además de las evidentes huellas romanas y musulmanas, lo que más determinó la posición actual de los cortijos contemporáneos fueron las órdenes militares, propietarias de toda La Mancha hasta no hace mucho. Por medio de castillos y cortijos fortificados, fueron colonizando y conquistando el territorio hasta estructurarlo y administrarlo al principio de la Baja Edad Media como grandes dehesas, cañadas y veredas de gigantescos rebaños que hicieron posible su poderío y riqueza a través de la lana.
Con el agotamiento de las órdenes militares y la extensión paulatina de la agricultura comenzaron a surgir nuevos latifundios propiedad primero de la nobleza y luego de la burguesía que a finales del XVIII y principios del XIX, impusieron el cultivo del cereal. Necesitando de enormes infraestructuras agrícolas con la edificación de grandes cortijos donde albergar el gran número de jornaleros, animales y aperos. Además de la residencia del propietario.
El último paso en la evolución del asentamiento del cortijo manchego fue de aspecto meramente utilitario más que productivo representativo o de recreo. Se trata de “la casilla”. Construcción característica de la llanura manchega. Elemento arquitectónico que como casi todo, surgió de la necesidad, y posee la inadvertida virtud de haber creado Racionalismo sin saberlo.
Los libros de texto nos dicen que fue Le Corbusieur. Pero yo veo muy claro que fueron, al menos uno o dos siglos antes, los labriegos manchegos. Haciendo uso de esa inteligencia natural para solventar una necesidad. Utilizando materiales del entorno, adaptándose al medio y a la escasez de recursos. Limitando el espacio a la racionalidad de la más elemental escala humana. Resolviendo en el espacio más elemental todo cuanto precisaban.

Así pues, si puede definirse o identificarse como vernácula, propia u original un elemento o edificio que defina por sí mismo la arquitectura manchega, esa es “la casilla”. Hoy llamada cortijo en casi todas partes, por encontrarse en mitad del campo en cada una de las fincas o parcelas que se sirven de su uso como almacén de aperos y cobijo del labrador.
En ellas se aprecia con virtuosismo natural, lo mejor de las construcciones adaptadas al medio. Que deben figurar como elementos a proteger del patrimonio cultural humano. Pues definen por sí mismas la esencia de la arquitectura manchega. Funcional, utilitaria, práctica, sencilla, humilde, natural, elegante. Libre de todo complemento decorativo. Totalmente al margen de espacios que no respondan al más estricto interés del uso cotidiano. Líneas rectas. Dimensiones tan humanas como el propio tamaño de hombres y animales. Una simple chimenea y dos pollos para cocinar y dormir, junto a una cuadra para animales y aperos. El Racionalismo en su estado más originario. Nacido en La Mancha sin conocimiento de sus inventores.
Este es el valor más incalculable y universal del cortijo manchego. Surgido de la opulencia romana, el pragmatismo árabe, la necesidad agrícola y el sentido común del ser humano.
Una edificación tan sencilla que siempre ha sido infravalorada como un simple almacén circunstancial. Cuando en realidad es fruto de milenios de adaptación al medio. Y medio de vida para la esencia de La Macha.
La casilla manchega: el auténtico cortijo manchego. Seña de identidad y motivo de orgullo como una de las grandes aportaciones del ser humano a la arquitectura universal. Como siempre con esa humildad tan sazonada de complejos de los manchegos. Un valor menospreciado y olvidado por nosotros mismos.


Un artículo de Salvador Carlos Dueñas Serrano ©


Fotografías de sabersabor.es ©

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La Huerta Manchega

portada huerta manchega Campo de Montiel turismo sostenible

A finales de los años 60 del siglo XX, la última etapa de la Edad Media se oía y se veía en los pueblos del Campo de Montiel, en multitud de estampas cotidianas que para cualquiera de los escasos forasteros que se aventuraban a explorar estas tierras remotas; parecían algo irreal, fantástico e insólito


El traqueteo lento y repetitivo de los carros de los hortelanos procedentes de El Romeral. Antigua dehesa boyal transformada en inmensa huerta entre Villanueva de los Infantes y Fuenllana que abastecía durante todo el verano y principios del otoño las frescas despensas encaladas, donde reposaban también los chorizos en la pringue de las orzas. Y los quesos y las perdices en escabeche y los jamones colgados. Bodegones propios de los grabados de Gustavo Doré para el Quijote.

Huertas en el Campo de MontielHuertas en el Campo de Montiel

Despensa de La ManchaDespensa de La Mancha

En las partes sombreadas de la plaza, las fachadas orientadas al norte, perduraba más tiempo la fresca sombra hasta casi el mediodía. Momento que ya estaba todo vendido y la caravana de carros y tartanas ordenaba su regreso por el camino de la Huerta del Cura o de La Solana. Unos hacia Villanueva de los Infantes, otros hacia las huertas del Romeral.
Por las mañanas bien temprano. Antes de que el implacable sol del augusto verano calentase la tersura viva y apetitosa de los sabrosos tomates, pimientos, judías verdes, calabacines, zanahorias, patatas, cebollas… Los carros llegaban al pueblo haciendo retumbar el empedrado de las calles al tiempo que las herraduras de las mulas y borricos avisaban con naturalidad y sosiego que en breves instantes, el mercado medieval de la plaza quedaría constituido como todos los lunes, desde la Edad Media.
A la sombra del carro, el fiel perro del hortelano, sesteando y vigilando. Las sandías abiertas como inmensos rubíes expuestas a los sedientos ojos de los compradores. Montones de melones chinos y de corteza. Calabazas, ristras de ajos. Todo pura y llanamente natural. Abonado con el estiércol de las mismas mulas que araban y acarreaban.

El burro y el hortelanoEl burro y el hortelano

Tomates de la huerta manchegaTomates de la huerta manchega

Ver la caravana, tranquila, caminando sin tiempo. Detenida en la historia, transitando el siglo XX como si fuera el XVIII o incluso el XIII, cuando todavía este legendario Campo de Montiel formaba parte ya por breve tiempo de la Cora de Jaén. Cuando todavía éramos andalusíes y formábamos parte de la tierra más culta de Occidente con capital en Córdoba; esta tierra heredada por La Mancha de los árabes que la regaron con norias y acequias en la multitud de alquerías que la alimentaron, aún hoy en el XXI permanece inmersa en esa atmósfera rural y hortelana que abastecía de vitaminas multicolores la salud de sus moradores.

La noria, clave en la huerta manchegaLa noria, clave en la huerta manchega

El pozo de la huerta manchegaEl pozo de la huerta manchega

Los atardeceres de verano, ya no dejan ver las norias de sangre con un pobre burro condenado a dar vueltas al ronde con los ojos vendados regando la tierra. Pero sí hacen ruido con los escasos motores que activan los pocos artes de hierro que todavía empapan por goteo buenos bancales de pimientos, tomates, espinacas, acelgas y judías.
También nos quedan las casas de las huertas heredadas de las alquerías. Donde vivían los hortelanos desde mayo hasta los Santos. Donde El Romeral y la Frescura en Villanueva de los Infantes, constituían curiosos poblados de hortelanos con hábitat disperso. Campos salpicados de huertas adornados con pequeñas casas de una planta. Cuya traza y distribución responden a la más estricta utilidad. Cocina con chimenea, dos pollos a los lados para dormir, un portal pequeño dormitorio a un lado. Las más elementales.
Lo mismo pero además con corral y cuadras adosadas al cuerpo principal para las más completas. Pero todas con la misma imagen. Hermosa imagen de un mundo rural ancestral que originó toda una forma de vida.

La casa de un hortelano en el Campo de Montiel
La casa de un hortelano en el Campo de Montiel

Sería muy oportuno comenzar a valorar esta zona de huertas y además de servir de abastecimiento y rentabilidad agrícola, multiplicaran sus recursos siendo puestas en valor como atractivo turístico y cultural. Conservar y potenciar su arquitectura y la posibilidad de horticultura saludables a través de cultivo ecológico.
Es curioso que de los cientos de norias que abastecían las cuantiosas huertas de Villanueva de los Infantes, Alcubillas, Fuenllana, Almedina, Montiel y varios pueblos más de la comarca, apenas queden ejemplos originales. Al igual que las construcciones que servían de refugio y almacén para los hortelanos.
Pero con todo, si se desea, se está muy a tiempo de preservar un patrimonio cultural excepcional que bien puede servir de complemento económico y entretenimiento ocioso a todos aquellos que valoran la belleza de lo auténtico y lo cultural. Tanto el paisaje que acoge las huertas como el valor de los elementos arquitectónicos y etnográficos que las componen constituyen un testimonio de valor excepcional de la trayectoria histórica de esta singular comarca del Campo de Montiel.
Distinguida entre otras muchas cosas, por ser a la vez, la tierra de origen de los primeros pasos de las aventuras de Don Quijote y la única tierra andalusí de La Mancha.
Tesoro y valores que suman a los muchos que posee este rincón de Castilla a los pies de Sierra Morena. Donde el pimiento de Villanueva de los Infantes espera con paciencia ese lugar que le corresponde como uno de los mejores productos de la tierra. Donde el pisto manchego espera desde siempre a ser considerado por el mundo entero como uno de los platos más saludables y deliciosos de la gastronomía manchega.

La alegría de la huerta. RecuerdosLa alegría de la huerta. Recuerdos


Un artículo de Salvador Carlos Dueñas Serrano

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La Mancha y el gorrino de San Antón. Una tradición milenaria

San Antón. 1. Hoguera y caballería. Autor, David Ramos

En numerosos pueblos manchegos y de toda España la llegada de la tradicional fiesta de San Antonio Abad da inicio a otra costumbre no menos valorada: el famoso gorrino de San Antón. Es además una de las contadas ocasiones en que la tradición de origen religioso, siempre ligada a un día concreto del santoral, se extiende de forma ininterrumpida durante los doce meses del año. Las peculiares andanzas del gorrino de San Antón nacen con el propio San Antonio Abad, del que se decía que era amigo de todos los animales y especialmente de los cerdos pequeños o “cochinillos”. Este singular eremita vino al mundo a mediados del siglo III d.C. en el Alto Egipto, y con escasos 20 años de edad vendió todas sus posesiones y se retiró a una vida ascética y contemplativa en el desierto. Los hagiógrafos afirman que a la muerte de su amigo Jerónimo de Estridón, Antonio le dio cristiana sepultura ayudándose de leones y otros seres de dos y cuatro patas. De ahí viene sin duda su acertada elección como patrón de los sepultureros y de los animales.

2. Bendiciendo mascotas el día de la Fiesta

Bendiciendo mascotas el día de la Fiesta

Pero la leyenda que más nos interesa es la que tiene que ver con el cerdo salvaje que decidió acompañarle toda su vida, una vez que el santo le otorgó el milagro de devolverles la vista a sus jabatos. Los cristianos de siglos posteriores acostumbraban a representar a San Antonio con un cerdo domado a sus pies, dando a entender así que el santo había logrado dominar la impureza con su vida milagrosa. Se cree que la tradición del cerdo de San Antón se remonta al menos a la Edad Media, pues era costumbre de hospitales y hospederías soltar sus animales para que pastasen libremente por los alrededores. Para evitar que cualquier desalmado los robase era rito obligado ponerlos bajo la tutela y el patrocinio del santo: nadie en su sano juicio se atrevería a llevárselos provocando la ira de su benefactor.

3. El gorrino de San Antón. Autor, Cruccone

El gorrino de San Antón. Autor, Cruccone

En los meses de febrero o marzo de cada año, era común hasta hace muy poco donar un cochinillo como agradecimiento a algún favor recibido de San Antonio. Por lo general se le colocaba en el cuello una cinta de color con una campanilla, y tras ello se soltaba para que deambulase libremente por las calles en busca de alimento y compañía. Desde luego el cochino no tenía que complicarse mucho la vida para encontrar el sustento, puesto que al sonido alegre de la campanilla los vecinos sacaban rápidamente a la calle cualquier golosina, restos de comida, harina de cebada o salvado. Otras veces se trataba simplemente de granos de cebada, guisantes o guijas, pero en cualquier caso alimentos perfectamente apetecidos por el animal, que como todo el mundo sabe es capaz de ingerir cualquier cosa. Corren cientos de anécdotas acerca de la voracidad y el exceso de confianza que el cerdo adquiría con el tiempo, a lo largo de las semanas y meses de vida virginal. Entre ellas nos ha llamado la atención la de aquel cochino que aprovechó una puerta abierta para colarse dentro de la vivienda, dirigiéndose de inmediato hasta el lugar donde el niño de pocos meses dormía en su cuna. Aunque la madre pudo echar a tiempo al animal éste ya había hecho desafortunadamente de las suyas: con los años, aquel niño confiado recibió el significativo nombre de “desorejao”.

 

4. Hoguera de San Antón. Autor, Jose María Moreno García

Hoguera de San Antón. Autor, Jose María Moreno García

Era asimismo frecuente aprovechar los hoyos y baches de las calles, o bien las cunetas de los caminos cercanos, para vaciar unos cuantos cubos de agua y preparar así al gorrino un magnífico baño donde revolcarse. De forma natural estos animales se dan con frecuencia baños de barro para librarse de los parásitos, por lo que el animal agradecía sinceramente el detalle, aún más si se realizaba durante las largas y calurosas jornadas veraniegas. Día tras día acudía al lugar donde la comida disponible era más de su agrado, una especie de “menú a la carta” que ya hubieran querido muchos de sus vecinos humanos. Con la comida le facilitaban el agua, y cuando en aquella casa ya no había nada que rascar, cambiaba sin dudarlo de restaurante en una búsqueda constante de mimos no siempre merecidos.

5. San Antonio Abad. Obra de Francisco Zurbarán (1598-1664)

San Antonio Abad. Obra de Francisco Zurbarán (1598-1664)

Como es lógico, nadie se atrevía a molestar al gorrino puesto bajo la advocación del santo, aunque hay que decir que tampoco eran todo perlas para el animal, ya que las cuadrillas de chicos no entendían de rezos y solían perseguirlo por calles y plazas en pos de una diversión asegurada. También debía tener cuidado con la circulación de carros y caballerías, aunque los conductores se cuidaban muy bien de cometer la imprudencia de atropellarlo y asegurarse una desgracia celestial. Hasta para pasar la noche el gorrino tenía suerte, puesto que cuando no se buscaba un sitio cobijado en algún almacén, o en una caseta de peones carreteros abandonada, siempre había quien le ofreciese un rincón en las cuadras o en el corral de su casa, preparándole para ello un buen lecho con paja reservada a sus bestias.

 

6. En busca de la bendición del Santo. Autor, Luipermom

En busca de la bendición del Santo. Autor, Luipermom

Así transcurrían apaciblemente los días, semanas y meses de aquel año de gloria. Pasaba el verano y avanzaba el otoño lluvioso, y aquel cochinillo se había convertido para entonces en un lustroso cerdo de notables proporciones. Al término de las Pascuas los cofrades de San Antón o los vecinos del barrio aledaño a la ermita, se dedicaban a vender boletos de rifa por todo el pueblo con la malsana intención (para el cerdo) de rifar al animal y costear así los gastos de los festejos, así como alguna que otra reparación inexcusable. A este loable cometido se unía el de los jóvenes pidiendo leña de casa en casa para la famosa hoguera, a encender durante la noche de la víspera de San Antón en las inmediaciones de la ermita. Era frecuente que los chavales llamaran a las puertas al grito de: “¡Leña para la hoguera de San Antón!”; si el vecino respondía con una aportación los niños lo bendecían con un “¡Que San Antón se lo pague!”; en caso contrario la maldición de la chiquillería era solemne: “¡Si qui’a se le muera el gorrino!” (es decir, “si quiera se le muera el gorrino”, en el sentido de «ojala se le muera»).

7. Espectacular hoguera de San Antón. Autor, Culpix

Espectacular hoguera de San Antón. Autor, Culpix

Además de la pira oficial casi todas las casas del pueblo solían encender su propia hoguera (eso sí, de menores dimensiones) frente a la puerta de la calle, con el fin de que el Santo protegiera de todo mal a caballerías, cochinos, gallinas, conejos, palomos, perros u otros animales del estilo. De hecho el fuego ha sido considerado secularmente un símbolo de purificación y remedio infalible para ahuyentar las calamidades. Se sabe incluso que durante la Edad Media fue utilizado para limpiar una maldición también asociada al Santo, y ciertamente temible por su carácter incurable: el fuego de San Antón o ergotismo. Se trataba de una enfermedad causada por la ingesta de centeno contaminado por cornezuelo, un hongo parásito del cereal, y que provocaba a la víctima síntomas típicos de intenso frío y posterior quemazón en el cuerpo. En estados avanzados el mal desembocaba en graves mutilaciones, parálisis e incluso la muerte. Los que sobrevivían a ésta y otras enfermedades similares como la lepra, por lo común marcados de por vida con graves deformaciones, eran llamados “gafos” por las gentes ignorantes de la época, un insulto tan terrible que no podía aplicarse a ninguna persona “honorable” sin riesgo de abonar multas que podían llegar hasta los diez maravedíes.

8. Procesión del Santo. Autor, Luipermom

Procesión del Santo. Autor, Luipermom

Y por fin llegaba la jornada del 17 de enero, el día oficial de la fiesta. La mañana, como es lógico, se dedicaba a oficiar la misa y la procesión de San Antón recorriendo varias calles del pueblo. Cuando la localidad era pequeña y la procesión tenía visos de acabar demasiado pronto, los cofrades solucionaban la papeleta dando varias vueltas al casco urbano… No hay dificultad que no pueda ser salvada por la devoción de las gentes. Al caer la tarde los jóvenes se dedicaban a “santonear”, es decir, a deambular por las calles con caballerías (mulos, caballos, burros), normalmente al trote rápido o al galope y con el consiguiente riesgo de caídas, vuelco de carros o atropellos generalizados. La mayoría, sin embargo, se lo tomaban con mayor parsimonia y así llevaban en brazos a sus mascotas preferidas hasta el lugar donde aguardaba la imagen del Santo, a fin de lograr su bendición por aquel año. En definitiva todo un día de festejos en mitad del oscuro invierno, lleno de intensidad y haciendo valer ese dicho popular tan arraigado que afirma que: “Hasta San Antón, Pascuas son”.

 

9. El misterio de las hogueras. Autor, David Ramos

El misterio de las hogueras. Autor, David Ramos

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Días de sol y mieses. El trabajo de los segadores en tierras manchegas

Días de sol y mieses. El trabajo de los segadores en tierras manchegas

Los días 28 y 29 de junio de 2008 se celebró en Tomelloso la Fiesta de la Siega y la Trilla, un evento que atrajo a numeroso público y que sirvió para recordar esta actividad tradicional tan arraigada en tierras manchegas. Y es que antes de la llegada de las cosechadoras y otros artilugios mecánicos, la siega de la mies era una de las tareas con mayor calado de todo el calendario agrícola. En La Mancha son característicos los veranos secos y calurosos, y era precisamente entonces, coincidiendo con San Juan y San Pedro, cuando comenzaban los preparativos para la siega en los inmensos trigales de Campo de San Juan, La Mancha y Campo de Montiel, tierras de cereal por excelencia. A partir de finales de junio la espiga adquiere un color dorado y comienza a doblarse por el peso del grano, lo que en el argot se denomina “estar granada”. Como el “granado” no era igual para todos los tipos de cereal, primero se segaba la espiga más temprana, la cebada, continuando después sucesivamente con el trigo, el centeno y finalmente la avena, ésta última ya en el mes de agosto.

Alpacas de paja en el rastrojo. Autor, JC Hupo

                                                         Alpacas de paja en el rastrojo. Autor: JC Hupo

La siega del cereal era una actividad de gran importancia para las familias de jornaleros, puesto que su llegada significaba ocupación e ingresos asegurados durante los largos meses estivales. En los campos de mediano tamaño ocupaba a todos los integrantes de la familia, incluyendo a parientes más o menos cercanos, puesto que era necesario ayudarse entre todos a fin de acabar pronto y tener el grano listo para la venta. Distinto era, sin embargo, el procedimiento de los grandes propietarios, los cuales contrataban o “ajustaban” a cuadrillas de segadores venidos a veces desde muy lejos para efectuar el trabajo. Las cuadrillas, cargadas con sus alforjas y hoces, salían de los pueblos a principios de junio en grupos más o menos numerosos, y marchaban por caminos polvorientos en busca de las grandes haciendas cerealistas, donde la faena estaba casi asegurada.

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                                                             Cuadrilla de segadores. Autor: Büschgens

La apariencia del segador resultaba inconfundible: ropas bastas y gastadas, remendadas por largos años de uso; pantalones de pana, camisas de algodón y pañuelo anudado al cuello. En la cabeza no podía faltar el gran sombrero de paja, mientras que los pies se calzaban con unas abarcas aseguradas al empeine y el tobillo con correas entrelazadas. Estos “agosteros” regresaban normalmente a los mismos campos de años anteriores, y una vez ajustada la faena se alojaban en la casa del “amo”, a menudo en los graneros o en las cuadras que éste ponía a su disposición. No era raro, sin embargo, que hombres y mujeres durmiesen directamente en los campos, bien “al raso” o bien habilitando cada noche en el rastrojo una estructura con gavillas, lo que les servía de refugio improvisado en caso de tormenta.

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El trabajo de la siega. Autor, Jose Luis Tajada
                                                           El trabajo de la siega. Autor: Jose Luis Tajada

Las cuadrillas ajustaban su trabajo “a destajo” o “a jornal”. En el primer caso se recibía una cantidad dada por cada fanega de candeal segado, mientras que el jornal significaba un sueldo idéntico para cada trabajador excepto para el jefe de cuadrilla o “manijero”, que recibía siempre algo más. En cualquier caso, la faena de siega era una actividad agotadora que duraba de sol a sol y en la que no había domingos ni jornadas de descanso. Normalmente sólo se paraba el 25 de julio, día de Santiago. El resto suponía un esforzado trabajo contrarreloj para finalizar antes que llegasen las temibles “nubes” de granizo, propias de mediados de verano, lo que podía dar al traste en solo una hora con la cosecha y los desvelos de todo un año.

Campo de cereal con las espigas granadas. Autor, Les jardiniers du possible

                                Campo de cereal con las espigas granadas. Autor: Les jardiniers du possible

El trabajo daba comienzo alrededor de las cinco de la mañana. A esa hora los segadores marchaban con buen paso hacia los campos, y ya con la primera claridad del día comenzaba la ardua tarea de mover la hoz y cortar el tallo de la espiga, blando y suave por el relente. Se paraba únicamente a media mañana y a mediodía, y comían lo que los segadores tenían comprado en el pueblo a cuenta de la paga: sopas de ajo, chorizo, tocino, migas o gazpacho, según se terciase. En otras zonas de La Mancha, en cambio, la comida era por cuenta del propietario y éste les habilitaba todo lo necesario para que el “hatero” preparase el rancho. El “hatero” estaba a cargo del “hato”, un lugar a propósito en el rastrojo donde se guardaba todo lo necesario para la siega: los aparejos de las mulas, piedras de afilar y hoces de repuesto, el cántaro de agua y los botijos, el saco con el pan, los condimentos o las verduras. Cuando la familia se desplazaba al completo hasta los campos de mies, los más pequeños quedaban también en el rastrojo, bajo un toldo y al cuidado de un mozalbete que hacía las veces de hermano mayor.

Diversas actividades de la siega. Autor, José Flores Sánchez

                                             Diversas actividades de la siega. Autor: José Flores Sánchez

Hombres, mujeres y adolescentes trabajaban al unísono, los mayores llevando hasta tres surcos y los jóvenes uno o dos, según sus capacidades. Con una mano se cogía la mies, protegida por la “zoqueta”, mientras que la otra empuñaba firmemente la hoz e iba realizando el corte de las espigas. La mies cortada se ataba en gavillas para que quedase bien sujeta, y después se cargaba en el carro o galera formando grandes y espectaculares montones para su traslado hasta las eras, donde se extendía en “parvas” para el posterior trillado. Y así, hora tras hora, surco tras surco, el trabajo y los segadores avanzaban infatigables hasta la puesta de sol:

Ya se está poniendo el sol.
Ya se debiera haber puesto.
Para el jornal que ganamos
no es menester tanto tiempo.

Preparando las gachas en el hato del rastrojo. Autor, José serrano
                                        Preparando las gachas en el hato del rastrojo. Autor: José serrano

Esta era la hora más ansiada de la jornada. Llegaba la noche y el tiempo de descanso. Los padres iban en busca de los niños, se afilaban las hoces, se tomaba un refrigerio y todos marchaban después al pueblo para comprar la comida del día siguiente y alojarse en las dependencias del dueño. Otras veces, la gran distancia de los campos al pueblo obligaba a hacer noche en el mismo rastrojo. Para ello se juntaban algunos haces de mies, se extendían otros por el suelo y así, vestidos y con una simple manta por encima para ahuyentar el frío de la madrugada, los segadores tomaban el merecido descanso a la espera de un nuevo y duro día de trabajo.

En la Siega. Obra de Jose Lull

                                                                      En la Siega. Obra de Jose Lull