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Atienza o la sombra de un castillo

Atienza o la sombra de un castillo

“…las gentes simplemente viven los tiempos que corren a la velocidad que creen adecuada…”
Cada domingo de Pentecostés desde hace ya ochocientos años, la villa de Atienza revive con asombrosa fidelidad los acontecimientos que procuraron la victoria de Alfonso VIII, futuro rey de Castilla, sobre su ambicioso tío Fernando II de León, y confirma su lealtad al monarca con la celebración de la famosa “Caballada” de la Cofradía de la Santísima Trinidad.
Ese domingo los cofrades acuden en caballerías vistosamente ajaezadas a casa del “prioste” para desde allí ir a buscar al abad y todos juntos encaminarse a la ermita de la Virgen de la Estrella, desde la cual se inicia la procesión.
Después, los atienzanos proceden a la “planta del mayo”, subastan roscos y frutos que penden del árbol, y celebran el baile de la Virgen.
Quien hasta Atienza llega en tan señalado domingo de mayo, quedará prendado de la magia de esta fiesta y de seguro con la panza llana, pues es casi imposible ser prudente a la hora de comer los sabrosos chorizos y el rico jamón que da esta tierra.

La caballada. Autora, Maribel Ranz

La caballada. Autora, Maribel Ranz

Vale la pena hacer un buen descanso si después se ha de ascender hasta el recinto del que fue en tiempos un poderoso e imponente castillo, cuyas ruinas presiden la villa, situada en el centro mismo de las tierras altas de Guadalajara. Sus piedras guardan los secretos de un brillante pasado medieval en una ciudad cuyos tesoros artísticos y arquitectónicos le han valido la calificación de Conjunto Histórico Artístico, galardón que ostenta desde el año 1962.
Tierra de los titios -celtíberos aliados de arévacos y lusones frente a la dominación romana-, los musulmanes hicieron de Atienza un lugar poderosamente fortificado con un gran castillo -la conocida “peña muy fuerte” del Cantar del Mío Cid-, levantado sobre un peñón de 220 metros de altura. Desde abajo, la imagen de la fortaleza recuerda sobre manera a la proa de un galeón.

«A la izquierda dejan Atienza, una peña muy fuerte,
la sierra de Miedes la pasaron entonces,
por los Montes Claros espolean con vigor»
Versos 2691 y ss. Cantar del Mío Cid

Durante mucho tiempo, la villa mora de Atienza resistió a los reyes cristianos, si bien es cierto que durante varios siglos de luchas y enfrentamientos la fortaleza cambió en numerosas ocasiones de dueño, pasando de ser mora a cristiana con tanta facilidad como de cristiana a musulmana.
En una de estas batallas fue conquistada definitivamente por Alfonso I el Batallador, Rey de Aragón. Corría el año 1102.
Como muestra del cariño que el monarca profesaba a la villa, el rey aragonés presidió años más tarde la Consagración de la Iglesia de Santa María del Rey, un templo románico edificado sobre la antigua mezquita que los árabes habían levantado el pide del castillo.

Vista del castillo. Autora, María Velázquez de Castro

Vista del castillo. Autora, María Velázquez de Castro

Durante aquellos años Atienza disfrutó de una vida agradable y placentera y se convirtió en cabeza de un extenso territorio. La decadencia de la villa comienza en el siglo XV, cuando la Casa de los Austrias vuelve la espalda a la Castilla interior. La villa, que llegó a tener una población superior a las diez mil almas, se quedó vacía y sin recursos a la sombra del que fue “peña muy fuerte”.
El famoso castillo de Atienza soporta desde entonces con dignidad los estragos causados por el tiempo y, allá en lo alto, alardea de su espléndido pasado. Sus muros se acomodan al perfil del cerro sobre el que se levantó la fortaleza en el siglo XI, con un fuerte torreón en el Sur, extremo por el cual el castillo es completamente inaccesible. A juzgar por las veces que cambió de manos, su poder defensivo nunca fue tal. Perdido su valor bélico, la fortaleza sirvió de cárcel de Estado, alojando a personajes de cierta relevancia: durante diez años al duque de Calabria, heredero nada más y nada menos del trono de Nápoles.
Todavía se conserva parte de la poderosa torre del Homenaje y parte de sus dos recintos amurallados originales, con algunas de sus puertas, como la Puerta de la Guerra, junto a la iglesia de la Trinidad, o la Puerta de Arrebatacapas, cercana a la iglesia de San Juan, con arco apuntado y capiteles románicos.
Esta iglesia está situada en la plaza del Trigo o del Mercado y su estructura medieval la convierte en una de las más bellas de Castilla – La Mancha. Uno de los lienzos de su altar mayor, El festín de Herodes, forma parte actualmente de los fondos del Museo del Prado.

Plaza de Atienza. Autor, Juliblog

Plaza de Atienza. Autor, Juliblog

El gran número de iglesias conservadas y la importancia de las mismas confiere a Atienza un lugar destacado en la ruta del románico.
De las catorce iglesias parroquiales que poseyó perduran restos románicos en cinco y sorprendentemente son de gran heterogeneidad, probablemente porque se construyeron en diferentes fechas de los siglos XII y XIII, recibiendo dispares influencias.
Entre ellas destaca la ya mencionada iglesia de Santa María del Rey, la construcción más antigua de la villa, fechada a principios del siglo XII y remozada en el XVI.
Románicas en parte son las iglesias de San Gil, que aún conserva el ábside del siglo XII, y la de Nuestra Señora del Val, construida a mediados del XII lejos del núcleo urbano, y en la que destacan las bellas figuras de la portada.

Ni que decir tiene que Atienza es un hito fundamental del Camino del Cid, en su tramo llamado El Destierro, un itinerario turístico cultural que sigue las huellas de Rodrigo Díaz de Vivar utilizando, como principal guía de viaje, el anónimo Cantar de Mío Cid.
El poeta ideó, alrededor del año 1200, un viaje en el que se funden datos históricos y licencias literarias que sería el germen del futuro Camino.
La idea de recrear el camino del destierro y del honor en la realidad actual nació en 1996 con motivo de la conmemoración de los 800 años del Cantar de Mío Cid, a instancias de la Diputación Provincial de Burgos que propuso un primer sendero de 18 km de recorrido, entre Vivar del Cid y San Pedro de Cardeña a través de la ciudad de Burgos, los tres hitos fundamentales de los primeros versos del poema.
Posteriormente se fueron incorporando al proyecto otras diputaciones hasta que en 1999 se presenta oficialmente como ruta turístico cultural y en 2001 se constituye el Consorcio Camino del Cid con ocho diputaciones provinciales: Burgos, Soria, Guadalajara, Zaragoza, Teruel, Castellón, Valencia y Alicante. Su principal objetivo era definir y promocionar el Camino del Cid y el valioso patrimonio existente a lo largo del itinerario, al tiempo que generar recursos económicos en las zonas por las que transcurre, en general con baja densidad demográfica.
En 2007 se consolida y comienza a señalizarse aunque ya había antecedentes del interés por seguir los pasos del Cid desde principios del siglo XX, cuando Ramón Menéndez Pidal y su mujer, recorrieron las tierras castellanas siguiendo los pasos del destierro que se narran en la obra. Desde entonces, y a lo largo del siglo XX, han sido muchos los que han seguido estas huellas, incluso en los años cincuenta existían guías turísticas de este itinerario y a finales de los ochenta, surgieron diversas propuestas de rutas cidianas, muy distintas entre sí pero con un mismo objetivo: llegar a Valencia con el Cantar como guía de viaje.

Toda una experiencia medieval a vuestro alcance.

Portada románica de Santa Maria del Rey. Autor, lean56

Portada románica de Santa María del Rey. Autor, lean56

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Fotografía de portada: Vista de la torre de la iglesia de San Salvador desde un boquete en la muralla del castillo. Autor, Julián Ocón

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La Mancha en los textos de Washington Irving

La Mancha en los textos de Washington Irving

Quizás fuera Washington Irving, un neoyorquino de buena familia nacido en 1783, el que mejor plasmara literariamente los paisajes naturales y humanos de la tierra manchega. En su celebérrima obra «Cuentos de la Alhambra», y antes de cantar el feliz encuentro con Granada y su vega de reminiscencias moras, Washington se lanzó a describir las sensaciones que le causaron las estepas eternas de la meseta española, tanto en lo referente al paisaje como en el de las gentes que lo habitaron y recorrieron incansables de un lado a otro. Os invitamos a conocer estas vivencias en la siguiente selección de textos de nuestro artículo de hoy:
«El viajero puede atravesar, en ocasiones, grandes sembrados de cereales, que abarcan hasta donde llega la vista, y que pueden aparecer en ocasiones como un mar de verdor y en otras desnudos y requemados por el sol. Pero, en vano se busca la mano que los trabajó. Al fin se percibe una aldea, sobre una empinada ladera o un risco roquero, con murallas a punto de desplomarse y el torreón en ruinas; una plaza fuerte, en el pasado, durante las guerras fratricidas o las incursiones de los moros; porque, como consecuencia de los ataques de los salteadores, aún existe en la mayor parte de España la costumbre de que los campesinos se agrupen para defenderse mutuamente.

Diego Sevilla Ruiz

Los tonos de La Mancha. Autor, Diego Sevilla Ruíz

Pero, aunque una gran parte de España tiene carencia de arboledas y bosques y del sedante y encantador atractivo que proporcionan los cultivos, sin embargo, sus paisajes poseen en su austeridad, una gran nobleza a la que se añaden los valores de su gente; yo creo que entiendo mucho mejor al español orgulloso, resistente, frugal y sobrio, su hombría al desafiar las dificultades y su desprecio del relajamiento afeminado, desde que he conocido el país y sus moradores.

Patio-de-la-casa-de-los-Estudios-en-Villanueva-de-los-Infantes.-Autor-Rafa

Patio de la casa de los Estudios en Villanueva de los Infantes. Autor, Rafa

Hay algo también en la adusta sencillez de las tierras españolas que se imprime en el espíritu con una emoción sublime. Las inmensas llanuras de las Castillas y de La Mancha, que se extienden hasta donde el ojo alcanza, atraen el interés precisamente por su propia desnudez e inmensidad, y poseen, en cierto grado, la grandeza solemne del océano. Al recorrer esos baldíos inmensos, la vista capta, aquí y allá, un rebaño trashumante, guardado por un solitario pastor, inmóvil, como una estatua, con su enhiesto cayado enhiesto en el aire como una lanza; o se puede percibir una recua de mulas moviéndose cansinas por la paramera como una caravana de camellos en el desierto; o un solitario jinete, rondando por el llano, armado con trabuco y estilete. De forma que el país, sus costumbres y la apariencia de sus habitantes tienen algo del carácter árabe».

Bombo-en-Tomelloso.-Autor-Miguel-Angel-Corral-Sanchez

Bombo en Tomelloso. Autor, Miguel Angel Corral Sánchez

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Fotografía de portada: Torreón de la Higuera. Villamanrique. Autor, Francisco Jaramillo
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Córdoba y Medina Azahara. La vida en el Harén del Califa

Córdoba y Medina Azahara. La vida en el Harén del Califa

Según Ibn Idhari, escritor marroquí del siglo XIII, el primer Califa de Al-Ándalus disponía en su harén de más de 6300 esposas, concubinas y otras esclavas de variada raza o nacionalidad. Harén significa literalmente “Lo vedado”, y para nuestra mentalidad moderna evoca la imagen de un grupo de mujeres privadas de libertad tras los muros de palacio, bajo la vigilancia constante de los eunucos… ¿Cómo era y cómo se vivía realmente en el harem de Madinat al-Zahra, o Medina Azahara, la lujosa residencia que hizo construir Abderramán III en la ladera de una colina próxima a Córdoba?

Reunión de árabes. Horace Vernet. Óleo sobre lienzo, 1834

Reunión de árabes. Horace Vernet. Óleo sobre lienzo, 1834

Situada a unos 8 kilómetros al noroeste de la ciudad y frente al valle del Guadalquivir, en una zona denominada “la montaña de la Desposada”, el yacimiento arqueológico de Medina Azahara está declarado hoy Bien de Interés Cultural desde 1923. Madinat al-Zahra, “La Ciudad de la Flor”, alude al nombre de la concubina más preciada y caprichosa del Califa, quien le pidió la construcción de este palacio para huir del bullicio y ajetreo de la corte cordobesa. Pero por bella que nos resulte esta historia, Al-Zahrá no fue en realidad sino una de las muchas “propiedades” de Abderramán. Aunque el Corán, curiosamente, es el único libro sagrado donde se cita claramente la frase “Casaos con una sola», la práctica de tener varias esposas y concubinas se hizo muy común con la expansión del Islam y tuvo su máxima expresión durante la Edad Media, en los fastuosos harenes de los mandatarios Omeyas y Abbasíes.

Interior de la mezquita cordobesa. Autor, James Gordon

Interior de la mezquita cordobesa. Autor, James Gordon

Las mujeres del harén pertenecían a dos grupos bien distintos. Las de clase más baja eran las sirvientas, que tenían asignadas labores de limpieza y servidumbre dentro del recinto vedado. Aunque rara vez llamaban la atención de Abderramán, estas esclavas podían con suerte abrirse camino en la escala del serrallo y alcanzar altos puestos, lo que les permitía retirarse al final de su vida disfrutando de suculentas pagas. Por el contrario, Las privilegiadas o de clase alta disponían de grandes bienes y a menudo eran liberadas por el Califa de su condición de esclavitud. Estas mujeres se escogían por su belleza y talento para ejercer funciones de cantantes o bailarinas privadas de palacio, al tiempo que sus compañeras más experimentadas las instruían en sus cometidos, vistiéndolas convenientemente antes de ser presentadas al Califa. Si éste se fijaba en alguna de ellas, de inmediato era conducida a una estancia personal donde la guardiana del baño y la dama de los ropajes la preparaban para su primera noche. Solo después de la velada, y si el Califa seguía otorgándole su aprecio, la mujer pasaba a convertirse en concubina real.

El mercado de esclavos. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1866

El mercado de esclavos. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1866

La vida para las concubinas en el harén estaba inmersa en la más absoluta de las rutinas. Las esclavas no musulmanas, traídas a menudo del África Negra o de mercados europeos (como Lyon y Arlés, en Francia), eran convertidas rápidamente al Islam, tras lo cual debían ir a la escuela para aprender a leer y escribir, a coser y a tocar instrumentos diversos. También gozaban de varias horas al día dedicadas a su propio recreo, que consistía básicamente en pasear por los jardines y ejercitar cuerpo y espíritu para agrado de su Señor.

La gran suerte reservada a unas pocas era llegar a convertirse en Primera Dama del Harén, o Princesa Madre, lo que solo podía conseguirse si la concubina o favorita real daba un hijo al Califa, y éste era además primogénito y por tanto heredero al trono. De ahí las abundantes crónicas relativas a intrigas, acusaciones en falso o envenenamientos para hacerse con el favor del soberano a costa de las rivales… Y también debido a ello, a las mujeres del harén se las vigilaba siempre muy de cerca. Para delitos especialmente graves no era raro que la víctima fuera atada de pies y manos, metida en un saco y arrojada por la noche a las aguas del Guadalquivir.

Vista de Córdoba y sus jardines. Autor, Sharon Mollerus

Vista de Córdoba y sus jardines. Autor: Sharon Mollerus

El harén estaba guardado por varias decenas de eunucos, que al igual que las mujeres pertenecían a todas las razas conocidas. Los eunucos eran llevados a palacio muy jóvenes y por lo general ya llegaban castrados desde el mercado de esclavos. Durante el siglo IX, la localidad francesa de Verdún fue centro tradicional de castración y lugar de residencia de numerosos médicos judíos, especialistas en realizar este tipo de operaciones. La castración entrañaba graves riesgos y no era raro que muriese el paciente, razón por la cual los eunucos alcanzaban elevadísimos precios a su llegada a Córdoba. Una vez allí el eunuco, siempre un niño de corta edad y de inusual belleza, se integraba fácilmente en la vida palaciega donde era frecuente que su aspecto inmaduro al llegar a adulto lo convirtiese en amante predilecto de su amo.

El mercader de alfombras. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1887

El mercader de alfombras. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1887

Se conoce una curiosa anécdota sobre el atractivo que ejercían los jóvenes en el que fue segundo Califa de Córdoba, Al-Hakam II. Este buen hombre poseía un harén bien surtido, pero a pesar de ello llegó a la edad de 46 años sin haber tenido ningún hijo, por lo que abundaban los rumores acerca de su manifiesta homosexualidad. Sea como fuere, una esclava cristiana de origen vasco consiguió finalmente hacerle padre siguiendo una moda entonces muy en boga en Bagdad: abandonó sus ropajes femeninos y se disfrazó de chico. Y hasta tal punto fue el cambio del agrado del Califa, que éste adoptó la costumbre de llamarla por el nombre masculino que había escogido: Yafar… Al poco tiempo, como era previsible, la inteligente concubina le dio un heredero y se convirtió en Princesa Madre del Califato.

Vista de las ruinas de Medina Azahara. Autor, Zarateman

Vista de las ruinas de Medina Azahara. Autor: Zarateman

Medina Azahara, una de las obras más notables y grandiosas que haya hecho el hombre, y prodigio entre los prodigios del Islam, desapareció cien años después de su construcción como consecuencia de la guerra civil que puso término al Califato de Córdoba. Sus tesoros fueron saqueados, sus jardines arrasados y desmantelados, y con el paso del tiempo la destrucción llegó a ser casi absoluta al utilizarse la residencia califal como cantera. El palacio quedó enterrado y olvidado hasta 1832, año en el que se identificaron los primeros vestigios que apuntaban al mítico enclave de Abderramán y su favorita, la bella Al-Zahrá. Gracias a los trabajos efectuados desde entonces en el yacimiento, Medina Azahara puede ser hoy visitada por el investigador y el turista, y aunque queda lejos aquel esplendor oriental que la caracterizó y la hizo famosa entre las cortes europeas, sin duda un recorrido por sus paseos, arcos y muros envejecidos por el tiempo nos permitirá hacer gala de nuestra imaginación, y retroceder hasta la época en que las pasiones humanas eran capaces de los más caprichosos designios… ¿Lo dudáis? Aquí tenéis otra muestra del poder de las mujeres del harén, aunque esta vez con el rey taifa Al-Mu‘tamid como protagonista:

Recepción en la sala del Estanque. Frederick Lewis. Óleo sobre lienzo, 1873

 Recepción en la sala del Estanque. Frederick Lewis. Óleo sobre lienzo, 1873

– Señor conde -dijo Patronio-, el rey Abenabet estaba casado con Romaiquía y la amaba más que a nadie en el mundo. Ella era muy buena y los moros aún la recuerdan por sus dichos y hechos ejemplares; pero tenía un defecto, y es que a veces era antojadiza y caprichosa.

»Sucedió que un día, estando Córdoba en el mes de febrero, cayó una nevada y, cuando Romaiquía vio la nieve, se puso a llorar. El rey le preguntó por qué lloraba, y ella le contestó que porque nunca la dejaba ir a sitios donde nevara. El rey, para complacerla, pues Córdoba es una tierra cálida y allí no suele nevar, mandó plantar almendros en toda la sierra para que, al florecer en febrero, pareciesen cubiertos de nieve y la reina viera cumplido su deseo».

De “El conde Lucanor”. Infante Don Juan Manuel

Danza oriental. Fabio Fabbi (1861-1946). . Autor, In Pastel

Danza oriental. Fabio Fabbi (1861-1946). . Autor: In Pastel


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