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Naturaleza en Castilla – La Mancha (1ª parte)

Un recorrido por los paisajes naturales que muestran el esplendor de Castilla – La Mancha, perfectos para cualquier escapada


PARQUE NACIONAL DE CABAÑEROS


Cabañeros es mucho más que un parque nacional. Alberga lugares sorprendentes y desconocidos. Cuenta con el paisaje único de las “rañas” –llanuras- y bosque abierto típicamente Mediterráneo, y excepcionalmente bien conservado, que hacen de Cabañeros un paraíso natural y único en el sur de Europa, que algunos lo comparan con la sabana africana. Además abundan especies animales como la cabra montés, el corzo, el ciervo, el águila imperial ibérica y el buitre negro entre otros muchos. Combinado con la raña, encontramos un paisaje de montaña con bosques de robles, pinos y madroños, con imponentes cumbres de cuarcita que dejan ver de vez en cuando, a través de sus fósiles marinos, que este inmenso lugar hace millones de años era un fondo marino.


SERRANÍA DE CUENCA: NACIMIENTO DEL RÍO CUERVO


El manantial del que nace el río Cuervo es un paisaje singular y único, marcado por las caídas de agua, la erosión y el desgaste de las rocas. Su entorno, la vega del río Cuervo, ofrece agradables paseos en plena naturaleza en cualquier época del año, rodeados de animales y plantas únicas en esta zona de Castilla – La Mancha, como el musgaño de cabrera, la ardilla, la lavandera cascadeña y el mirlo acuático entre otras especies. También sobrevuelan gavilanes y águilas culebreras. Y, por supuesto los árboles: bosques eurosiberianos de acebos, tilos y arces que en otoño crean unos contrastes temáticos insuperables, con muchas mariposas, algunas de especies protegidas, como la Graellsia Isabellae.


PARQUE NACIONAL DE LAS TABLAS DE DAIMIEL


Ultimo lugar del mundo donde podemos ver un ecosistema de tablas fluviales, gracias a que las aguas salobres del río Cigüela, y las dulces del Guadiana, quedan retenidas en una llanura sin pendientes. El humedal perfecto, que nos permite convivir y observar a los animales y las plantas que crecen unidos al agua. Las Tablas de Daimiel destacan sin duda, por el sinfín de aves que ocupan intensivamente el parque, aprovechando las ovas, praderas sumergidas de algas que las alimentan, dan refugio y protección. Garzas, somormujos, patos colorados, porrones europeos, y muchas otras, que convierten a Las Tablas de Daimiel en un observatorio de importancia internacional. Un santuario natural espectacular.


EL CALAR DEL RÍO MUNDO Y DE LA SIMA


El patrimonio paisajístico, geológico y de biodiversidad de este Parque Natural lo convierten en único y en una gozada para los visitantes. En su accidentada e intrincada orografía destaca su paisaje kárstico, que moldea relieves y desniveles sugerentes gracias a la erosión, creando formas caprichosas e inverosímiles. Sus bosques entremezclan especies como los tejos, los fresnos, los sauces y los olmos entre pinares y encinares. Junto a los muflones, cabras montesas, y ardillas, habitan grandes rapaces protegidas como las águilas reales y las perdiceras, y los buitres leonados. Pero sin duda, el elemento más sorprendente y espectacular es la cascada del río Mundo en su nacimiento, un espectáculo sobrecogedor de belleza y vida especialmente con el deshielo al inicio de la primavera.


ALTO TAJO


El Alto Tajo nos traslada a gargantas y valles fluviales por donde en el pasado transcurrían los “gancheros”. Parajes sorprendentes, silenciosos, angostos y de una belleza salvaje y majestuosa, que además crean curiosas y caprichosas formas geológicas, como el Santuario de la Hoz cerca de Molina de Aragón, en un hermoso barranco. Este territorio, duro y bello también alberga a una gran diversidad de fauna y flora, gracias a su excelente conservación natural. Sus bosques son otra de sus maravillas, que nos permite disfrutar de aves rapaces, reptiles, anfibios y especies autóctonas de peces. Las mejores épocas de visita son los meses primaverales y el otoño, cuando la naturaleza muestra toda su belleza en tonos anaranjados y amarillos.


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Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Tejera Negra, la vitalidad de un hayedo insólito

El Hayedo de Tejera Negra, Patrimonio Mundial de la UNESCO, forma parte del Bien Natural “Hayedos primigenios de los Cárpatos y otras regiones de Europa”


El primer haya solitaria aparece a la izquierda de la pista forestal que conduce al corazón del bosque, rodeada de una alfombra del verde rabioso de la gayuba húmeda. No se sabe cómo ha podido sobrevivir a la industria maderera, al carboneo y al calor, pero crece ahí como una unidad de medida del bosque. Posee la copa amplia y redondeada que caracteriza los ejemplares aislados y estira las ramas al cielo entre amenazadoras y suplicantes. Con toda seguridad anuncia la excepcionalidad de uno de los hayedos más meridionales de Europa.

El resto de ejemplares se reparten en edades: los más jóvenes en los lugares más accesibles, como en la senda de Matarredonda, donde también crece un tejo testimonial y antiguo; los más viejos en los lugares más inaccesibles, en las cabeceras de los ríos Lillas y Zarza; los desmochados, por doquier.

El hayedo de Tejera Negra constituye una especie de isla vegetal en la cordillera Central, pudiendo ser considerado el escombro botánico de una masa forestal gigantesca diezmada por la influencia humana y el cambio climático regional.

El haya es un árbol muy común, pero en el centro de Europa, típico de lugares húmedos y que, en España, se concentra en la mitad norte, sobre todo en Navarra.
Sicilia y la sierra de Ayllón, donde se encuentra Tejera Negra, constituyen excepciones forestales en la distribución geográfica de los hayedos.

De los tres enclaves de hayas que se aferraron a la sierra del Sistema Central: en Madrid, Montejo de la Sierra; Riofrío de Riaza en Segovia y Tejera Negra en Guadalajara, es este último el de mayor extensión y riqueza faunística y botánica.
Las hayas de Tejera Negra debieron de establecerse aquí en una época remota en que el clima era más frío y húmedo que el actual. Hoy, estos árboles todavía encuentran refugio en valles umbríos, laderas norte y canchales escasamente expuestos al sol pero sometidos a nieblas, vientos y lluvias.


El carácter de excepción que reviste el bosque del hayedo de Tejera Negra consiste en crecer allí donde nadie lo podía esperar


El ser humano se sirvió de estos árboles hasta casi agotarlos para fabricar arcos de guerra, muebles y carbón vegetal.

En otros tiempos, piras de troncos de hayas, brezos, robles, encinas y melojos recubiertos de paja y tierra ardían en una combustión controlada, casi exenta de oxígeno, para convertir la preciada madera en carbón vegetal. Este combustible era repartido luego entre los pueblos de los alrededores y transportado a las capitales (Madrid, Guadalajara…) hasta convertirse en rescoldo de brasero. En travesías que sólo los pájaros pueden realizar podría observarse el lugar ocupado por aquellos hornos circulares de 25 metros de diámetro, colocados al tresbolillo, como volcanes extinguidos a quienes la naturaleza todavía no ha conseguido olvidar.

La consecuencia de las talas sucesivas (la última se produjo hace unos 50 años) es que, paradójicamente, a pesar de su antigüedad, el hayedo es joven y homogéneo. Sólo en los lugares más profundos del valle, en los cortados de más difícil acceso en los que la explotación no parecía rentable por lo abrupto del terreno, crecen las hayas centenarias. En la solana del río Zarzas y en el barranco que da nombre al Parque (Tejera Negra) es donde la majestuosidad del bosque que causa respeto, temor o admiración –y en el que Caperucita, Blancanieves o Pulgarcito podían haber pasado los peores momentos de su existencia-, se convierte en hojarasca ocre y corteza lisa y cenicienta.

En este bosque donde las hayas han tenido que luchar por su supervivencia frente a la especie humana, también han librado batalla contra plantaciones, más o menos afortunadas, de pino silvestre. En lugares donde ambas especies combatían en igualdad de condiciones, las ramas de las hayas fueron decapitando las copas de los intrusos y asfixiándolos a continuación gracias a su corpulencia, contradiciendo así todas las teorías sabias sobre la escasa capacidad de regeneración de los hayedos meridionales.


El hayedo de Tejera Negra (Guadalajara) está configurado por los ríos Lillas y Zarzas, que nacen en el valle glaciar de la Buitrera


Avanzando a pie, paralelos al curso del río Zarzas (también denominado Sorbe o de la Hoz) y acompañándolo hacia su nacimiento, puede verse cómo el valle se cierra por picos que quisieran alcanzar los 2000 m de altitud. El circo del valle se cierra en torno a la Atalaya (1887 m), Tejera Negra (1914 m) y Tiñosa (1971); y otros que consiguen superar los 2000 m dispuestos a lo largo de la cuerda de las Berceras y ocultos con frecuencia por la niebla, como el Alto del Porrejón (2012 m) y la Buitrera (2046 m). La máxima elevación del macizo la ostenta el pico del Lobo con 2272 m.

Hasta bien entrada la primavera, algunos neveros obstinados alimentan los arroyos que vierten su caudal en las aguas del río Zarzas.
En Tejera Negra, también crecen otros árboles como robles, acebos, serbales, cerezos silvestres y abedules, pero la vegetación no se distribuye al azar, sino que tiene predilección por asentamientos concretos, en función sobre todo de la altitud… por encima de los 1800 m, cota hasta la que también llegan los pinos, sólo crecen pastos, resistentes a las inclemencias del tiempo y a la deshidratación provocada por el viento que sopla de manera casi constante en los collados.

Las aves encuentran en el haya protección y refugio para establecer sus nidos. La corteza lisa de los árboles y el suelo despejado son factores que favorecen la elección de las copas de los árboles por algunas especies, como las águilas reales. Y por supuesto los roquedos para los buitres leonados y halcones abejeros.

Entre los grandes mamíferos, la desaparición del lobo en los años cincuenta es la ausencia más significativa, dejando el camino libre al zorro, gato montés, garduña, tejón y comadreja. Las nutrias dentro del agua. El mayor herbívoro es el corzo, al que no es difícil ver fugazmente atravesando algún calvero del bosque en busca de pasto fresco.


Merece la pena presenciar el espectáculo cromático que cada Otoño produce su singular y grandiosa riqueza forestal, con una extraordinaria y sorprendente explosión de colores


A medida que la carretera de Ayllón se aproxima a la tierra de Galve, el color rojizo de la tierra desaparece hasta convertirse en un caos pizarroso sobre el que crecen, precisamente, las hayas.
Estas lajas de pizarra han permitido la construcción de edificaciones tanto para los humanos como para el ganado (taínas). Ahora son testimonios del pasado.
La prosperidad de estos pueblos, que no eran más que premios otorgados a la aristocracia feudal como pago a los servicios prestados durante la Reconquista, estaba basada en el aprovechamiento de la tierra dedicada al pastoreo.

La disminución de la trashumancia y la regresión del sistema pastoril significaron la decadencia de la zona a partir de principios del siglo XX y a todo lo largo de él. Es como si los pueblos de esta sierra hubieran adelantado en medio siglo a la emigración de las gentes a las ciudades.
El resultado es el envejecimiento de la población y el abandono de las localidades, con el consiguiente riesgo de pérdida definitiva de los valores culturales locales.

Entre los pueblos más cercanos a Tejera Negra, Galve destaca por haber poseído un pasado esplendoroso del que rinden cuenta las tres ermitas, el castillo de los Zúñiga y la iglesia de planta rectangular de la Asunción.
A escasos kilómetros de Cantalojas, la carretera local deja a un lado a Villacadima, pueblo abandonado que parece estar dormido. El paso del tiempo y la desidia lo convirtieron en morada de fantasmas y refugio de recuerdos. En ningún momento más oportuno que el presente, Villacadima es merecedora de nombre: la palabra cadima, de origen árabe, significa vieja.

Los libros de geología dicen que Cantalojas se asienta sobre una llanura de calizas procedentes de la era Terciaria, pero al llegar a esta localidad es mucho más gratificante mirar al cielo que al suelo: en función de la hora del día no es difícil descubrir por encima de las fincas y tejados del pueblo alguna bandada de buitres leonados que descienden, volando en círculos, desde las más altas cumbres del macizo de Ayllón en busca de las carroñas dispersas por los valles.

En cualquier época del año es gratificante una visita al hayedo de Tejera Negra: en primavera, las hojas hacen derroche de color verde vivo, mientras que en otoño la luz y el suelo se tornan ocres. En pleno verano, el tupido follaje ofrece frescor y, en invierno, el bosque entero es un misterio. Inolvidable.


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©


Próximos destinos: Ruta de la Arquitectura Negra o de los “pueblos negros” y Ruta del Románico Rural de Guadalajara

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Marchando una de cocina manchega

Cocina manchega

Yo no canto de Marte los furores
que el cañón me aterra el estallido,
ni del hambre y la peste los horrores,
ni los vanos impúdicos amores
del mundo corrompido.
Canto el placer más sólido y durable
que ofrece la existencia deleznable
en su curso apacible:
canto, público amable,
el mágico poder del comestible.
Giman enhorabuena
en las redes de amor de su sirena
los necios amadores,
no creo que el estómago se llena
con el humo fugaz de los amores.”
Vicente Sainz Pardo.

En la cocina de Castilla – La Mancha, de la que poco, o muy poco se sabe hasta que poblaron sus tierras las legiones de Escipión, se funden las distintas culturas de los pueblos que en ellas se asentaron, asumiendo el legado de sus costumbres culinarias, asociadas a tradiciones, gustos y sabores, al tiempo que se enriquece con lógicas influencias de las regiones limítrofes de las que nuestra región es ‘frontera de culturas’.
Si los romanos aportaron el ajo y el aceite de oliva, los árabes introdujeron el azafrán, la nuez moscada, la pimienta negra y la caña de azúcar. Después, con el descubrimiento de América, las cocinas se enriquecen con la patata, el tomate y el pimentón.
En la geografía culinaria hay que distinguir sus distintas peculiaridades. La cocina de La Mancha propiamente dicha, se nutre de productos de la tierra, del cerdo y sus derivados y de los platos que aporta la caza menor. De parecido corte lo es la madrileña, con el añadido de algunos preparados ‘castizos’, teniendo en el cocido su plato más representativo, en tanto que la gastronomía de Guadalajara está presidida por los asados, complementada con los platos que aportan fogones familiares de sus tres comarcas: Campiña, Sierra y Alcarria.

Flor de azafrán. Autora, Soledad Garcia Salas

Flor de azafrán. Autora, Soledad Garcia Salas

Las tierras de La Mancha, tierras de transición desde Castilla a la musulmana Andalucía, estuvieron siempre jalonadas, para el descanso y yantar de arrieros y caminantes, de posadas, ventas y mesones cuya cocina divulgó ampliamente Cervantes a través de su obra inmortal.
Una cocina popular celosamente respetada a través de los tiempos, basada en una fina observación y en la sabia experiencia de cada día con recetas que nos acercan entrañablemente al sentir y latir de esta tierra sencilla, humilde y prosaica en la que cada pueblo es puerta abierta al caminante.
La gastronomía manchega tiene su característica más definida en la sobriedad, con un extenso repertorio de platos populares que, en amplia mayoría, los dio a conocer Cervantes a través de El Quijote.
En las cazuelas madrileñas hay una gran influencia manchega, al estar la Villa y corte en el corazón de la Meseta. No parece, pues, ocioso, destacar conjuntamente, algunos de los platos más populares o característicos de la región. Destaca, en primer lugar, la ‘olla podrida’; de ella se deriva el famoso cocido madrileño, que lo es igualmente de La Mancha en un amplio sector de pueblos y aldeas.
Los ‘duelos y quebrantos’, el ‘tiznao’, el ‘salpicón’, los ‘galianos o gazpachos’, el ‘guiso de Bodas’, y los derivados de la caza menor gozándose todos ellos de gran vigencia, así como las ‘gachas’ y las ‘migas de pastor’, y con tradición igualmente pastoril, en la mesa, como aperitivo o como postre, se agiganta el protagonismo del queso.

Queso manchego al romero. Cooperativa de Ganaderos Manchegos, Tomelloso

Queso manchego al romero. Cooperativa de Ganaderos Manchegos, Tomelloso

En el capítulo de postres, los árabes nos legaron una deliciosa repostería y de los claustros monacales salieron recetas y secretos de exquisitos bocados y golosinas de tentación irresistible. Se llevan la palma el mazapán de Toledo, y la ‘bizcochá’ alcazareña, pero en las mesas tienen lucida presencia otros dulces y platos para el deleite y la caricia de los más exigentes paladares.

Tradicionales recetas del solar manchego que, desde viejos tiempos, vertidas al puchero, prestan calor al cuerpo entumecido de nativos y foráneos.
Sobria comida con la que nos agasajan manos hacendosas que manejan con sabiduría, ternura, mimo, diligencia y tiempo, fogones y pucheros que se ven reforzados con la nutricia aportación de cuatro venerables y Santos varones:

San Isidro nos da el pan
y San Andrés nos trae el vino.
San Antón pone el gorrino
y San Blas… ‘tó’ lo demás.

En este recordatorio, no olvidemos que a la hora del yantar cada guiso viene del brazo de unos vinos que riegan y realzan el sabor de cada plato.
Todos ellos están nacidos en cien pueblos manchegos para ser bebidos con calma, sin ritual alguno a la hora del yantar o del castizo y popular ‘tapeo’ que anima la charla y la tertulia y que, tal vez, preceden a un suculento gazpacho.

Vino de La Mancha. Autor, Thomas Leuzinger

Vino de La Mancha. Autor, Thomas Leuzinger

Ponte, pues, en camino porque La Mancha, en la grandiosidad de la llanura te ofrece algo más que un gozoso itinerario por senderos jalonados de posadas, ventas y mesones para degustar ollas y pucheros. Para gozo del alma se te ofrece una ruta de caminos con pueblos, paisajes y molinos.
Para gozo del cuerpo, jamás te negarán posada y pan. Y a ti, afortunado viajero que en breve y sustancioso viaje cruzaste los caminos de esta tierra y has degustado paisajes, platos y vinos que son referencia permanente de un Hidalgo Caballero y del realista y bueno de Sancho, a la par que has dejado en estas soñadas tierras la huella de tu paso, une mi ruego de que no aparques en el desván del olvido esta parcela sin linderos, por siempre abierta al forastero, para sellar afectos y compartir de nuevo el pan y el vino de la amistad.

Nuestro ajo morado. Autor, Juantiagues

Nuestro ajo morado. Autor, Juantiagues

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Fotografía de portada: Una postal de Almagro. Autor, Manuel
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Bibliografía y fuentes de información:
– Don Quijote de La Mancha. Centro Virtual Cervantes. Instituto Cervantes.
– Vinos, platos y recetas. Miguel Espadas.
– La Vid y el Vino de La Mancha. 1963. Sixto Fernández.
– Hombres, lugares y cosas de La Mancha. Fascículos VIII y XLIII. Rafael Mazuecos.

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Atienza o la sombra de un castillo

Atienza o la sombra de un castillo

“…las gentes simplemente viven los tiempos que corren a la velocidad que creen adecuada…”
Cada domingo de Pentecostés desde hace ya ochocientos años, la villa de Atienza revive con asombrosa fidelidad los acontecimientos que procuraron la victoria de Alfonso VIII, futuro rey de Castilla, sobre su ambicioso tío Fernando II de León, y confirma su lealtad al monarca con la celebración de la famosa “Caballada” de la Cofradía de la Santísima Trinidad.
Ese domingo los cofrades acuden en caballerías vistosamente ajaezadas a casa del “prioste” para desde allí ir a buscar al abad y todos juntos encaminarse a la ermita de la Virgen de la Estrella, desde la cual se inicia la procesión.
Después, los atienzanos proceden a la “planta del mayo”, subastan roscos y frutos que penden del árbol, y celebran el baile de la Virgen.
Quien hasta Atienza llega en tan señalado domingo de mayo, quedará prendado de la magia de esta fiesta y de seguro con la panza llana, pues es casi imposible ser prudente a la hora de comer los sabrosos chorizos y el rico jamón que da esta tierra.

La caballada. Autora, Maribel Ranz

La caballada. Autora, Maribel Ranz

Vale la pena hacer un buen descanso si después se ha de ascender hasta el recinto del que fue en tiempos un poderoso e imponente castillo, cuyas ruinas presiden la villa, situada en el centro mismo de las tierras altas de Guadalajara. Sus piedras guardan los secretos de un brillante pasado medieval en una ciudad cuyos tesoros artísticos y arquitectónicos le han valido la calificación de Conjunto Histórico Artístico, galardón que ostenta desde el año 1962.
Tierra de los titios -celtíberos aliados de arévacos y lusones frente a la dominación romana-, los musulmanes hicieron de Atienza un lugar poderosamente fortificado con un gran castillo -la conocida “peña muy fuerte” del Cantar del Mío Cid-, levantado sobre un peñón de 220 metros de altura. Desde abajo, la imagen de la fortaleza recuerda sobre manera a la proa de un galeón.

«A la izquierda dejan Atienza, una peña muy fuerte,
la sierra de Miedes la pasaron entonces,
por los Montes Claros espolean con vigor»
Versos 2691 y ss. Cantar del Mío Cid

Durante mucho tiempo, la villa mora de Atienza resistió a los reyes cristianos, si bien es cierto que durante varios siglos de luchas y enfrentamientos la fortaleza cambió en numerosas ocasiones de dueño, pasando de ser mora a cristiana con tanta facilidad como de cristiana a musulmana.
En una de estas batallas fue conquistada definitivamente por Alfonso I el Batallador, Rey de Aragón. Corría el año 1102.
Como muestra del cariño que el monarca profesaba a la villa, el rey aragonés presidió años más tarde la Consagración de la Iglesia de Santa María del Rey, un templo románico edificado sobre la antigua mezquita que los árabes habían levantado el pide del castillo.

Vista del castillo. Autora, María Velázquez de Castro

Vista del castillo. Autora, María Velázquez de Castro

Durante aquellos años Atienza disfrutó de una vida agradable y placentera y se convirtió en cabeza de un extenso territorio. La decadencia de la villa comienza en el siglo XV, cuando la Casa de los Austrias vuelve la espalda a la Castilla interior. La villa, que llegó a tener una población superior a las diez mil almas, se quedó vacía y sin recursos a la sombra del que fue “peña muy fuerte”.
El famoso castillo de Atienza soporta desde entonces con dignidad los estragos causados por el tiempo y, allá en lo alto, alardea de su espléndido pasado. Sus muros se acomodan al perfil del cerro sobre el que se levantó la fortaleza en el siglo XI, con un fuerte torreón en el Sur, extremo por el cual el castillo es completamente inaccesible. A juzgar por las veces que cambió de manos, su poder defensivo nunca fue tal. Perdido su valor bélico, la fortaleza sirvió de cárcel de Estado, alojando a personajes de cierta relevancia: durante diez años al duque de Calabria, heredero nada más y nada menos del trono de Nápoles.
Todavía se conserva parte de la poderosa torre del Homenaje y parte de sus dos recintos amurallados originales, con algunas de sus puertas, como la Puerta de la Guerra, junto a la iglesia de la Trinidad, o la Puerta de Arrebatacapas, cercana a la iglesia de San Juan, con arco apuntado y capiteles románicos.
Esta iglesia está situada en la plaza del Trigo o del Mercado y su estructura medieval la convierte en una de las más bellas de Castilla – La Mancha. Uno de los lienzos de su altar mayor, El festín de Herodes, forma parte actualmente de los fondos del Museo del Prado.

Plaza de Atienza. Autor, Juliblog

Plaza de Atienza. Autor, Juliblog

El gran número de iglesias conservadas y la importancia de las mismas confiere a Atienza un lugar destacado en la ruta del románico.
De las catorce iglesias parroquiales que poseyó perduran restos románicos en cinco y sorprendentemente son de gran heterogeneidad, probablemente porque se construyeron en diferentes fechas de los siglos XII y XIII, recibiendo dispares influencias.
Entre ellas destaca la ya mencionada iglesia de Santa María del Rey, la construcción más antigua de la villa, fechada a principios del siglo XII y remozada en el XVI.
Románicas en parte son las iglesias de San Gil, que aún conserva el ábside del siglo XII, y la de Nuestra Señora del Val, construida a mediados del XII lejos del núcleo urbano, y en la que destacan las bellas figuras de la portada.

Ni que decir tiene que Atienza es un hito fundamental del Camino del Cid, en su tramo llamado El Destierro, un itinerario turístico cultural que sigue las huellas de Rodrigo Díaz de Vivar utilizando, como principal guía de viaje, el anónimo Cantar de Mío Cid.
El poeta ideó, alrededor del año 1200, un viaje en el que se funden datos históricos y licencias literarias que sería el germen del futuro Camino.
La idea de recrear el camino del destierro y del honor en la realidad actual nació en 1996 con motivo de la conmemoración de los 800 años del Cantar de Mío Cid, a instancias de la Diputación Provincial de Burgos que propuso un primer sendero de 18 km de recorrido, entre Vivar del Cid y San Pedro de Cardeña a través de la ciudad de Burgos, los tres hitos fundamentales de los primeros versos del poema.
Posteriormente se fueron incorporando al proyecto otras diputaciones hasta que en 1999 se presenta oficialmente como ruta turístico cultural y en 2001 se constituye el Consorcio Camino del Cid con ocho diputaciones provinciales: Burgos, Soria, Guadalajara, Zaragoza, Teruel, Castellón, Valencia y Alicante. Su principal objetivo era definir y promocionar el Camino del Cid y el valioso patrimonio existente a lo largo del itinerario, al tiempo que generar recursos económicos en las zonas por las que transcurre, en general con baja densidad demográfica.
En 2007 se consolida y comienza a señalizarse aunque ya había antecedentes del interés por seguir los pasos del Cid desde principios del siglo XX, cuando Ramón Menéndez Pidal y su mujer, recorrieron las tierras castellanas siguiendo los pasos del destierro que se narran en la obra. Desde entonces, y a lo largo del siglo XX, han sido muchos los que han seguido estas huellas, incluso en los años cincuenta existían guías turísticas de este itinerario y a finales de los ochenta, surgieron diversas propuestas de rutas cidianas, muy distintas entre sí pero con un mismo objetivo: llegar a Valencia con el Cantar como guía de viaje.

Toda una experiencia medieval a vuestro alcance.

Portada románica de Santa Maria del Rey. Autor, lean56

Portada románica de Santa María del Rey. Autor, lean56

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Fotografía de portada: Vista de la torre de la iglesia de San Salvador desde un boquete en la muralla del castillo. Autor, Julián Ocón

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Adonde el río nos lleve. Guadalajara, el Alto Tajo y su Fiesta de los Gancheros

Adonde el río nos lleve. Guadalajara, el Alto Tajo y su Fiesta de los Gancheros

El bosque flotante continuó río abajo, guiado por sus pastores. Siempre por el estrecho callejón de sus riscos grises y rojizos; entre los desplomes cubiertos de sabinas y carrascas. Siempre compañeros del agua, clara por la mañana, opaca por la tarde, color del mar al oscurecer. Verde botella, verde gris, verde amarilla, según los arenales, los guijarros o el lodo del cauce, la sombra de los árboles o de las peñas, la calma o la furia del viento encañonado. Siempre en lo fragoso de la sierra, en los estrechos, en los saltos, en las ruderas; siempre por un recio universo de piedra y de invierno”.

Espectacular paisaje del Alto Tajo, en Taravilla. Autor, Fofo

Espectacular paisaje del Alto Tajo, en Taravilla. Autor: Fofo

Llevando troncos hacia el río. Autor, Íñigo González

Llevando troncos hacia el río. Autor: Íñigo González

Estas palabras de la famosa obra de José Luis Sampedro “El río que nos lleva” ilustran de manera muy gráfica el paisaje visual y nostálgico de la “maderada”, el viaje de cientos de troncos que desde los altos de Albarracín circulaban todos los años a lo largo del Tajo hasta llegar a su destino, en los aserraderos y las fábricas de Aranjuez. Las maderadas y los “gancheros”, aquellos heroicos pastores de troncos, desaparecieron hace décadas con la construcción de las presas de Entrepeñas y Buendía, y sobre todo cuando las carreteras y el transporte con camiones hizo demasiado costosa la labor de estas cuadrillas de profesionales, dedicados a tiempo parcial, pero que durante semanas se erigían como los dueños del río y vivían al ritmo que marcaban las crecidas, los vericuetos y los rápidos de la corriente. Una corriente siempre imprevisible, siempre señorial y diáfana como los propios días invernales que soportaron en las altas estribaciones de la Ibérica.

Tranquilo pueblo de Peralejos de las Truchas. Autor, Ángel Martín Expósito

Un tranquilo pueblo: Peralejos de las Truchas. Autor: Ángel Martín Expósito

Gancheros en Peralejos de las Truchas. Autor. El S@lmón

Gancheros en el Tajo, a la altura de Peralejos de las Truchas. Autor: El S@lmón

Afortunadamente los pueblos del Alto Tajo no han olvidado a sus “gancheros”. Como cada año a finales de verano, el recuerdo de la maderada reúne a varias localidades de esta comarca, Poveda de la Sierra, Peñalén, Zaorejas, Taravilla y Peralejos de las Truchas, con el fin de realizar un homenaje festivo y multitudinario a estos hombres y mujeres semi-míticos que a finales de los años 30 del pasado siglo condujeron las últimas grandes maderadas hasta Aranjuez. Todos los pueblos participan de forma cíclica en este acontecimiento, declarado en 2008 Fiesta de Interés Regional, y que este año está previsto se celebre los días 30 y 31 de agosto en la localidad de Peralejos de las Truchas. La Edición de 2014 va a ser sin duda muy especial puesto que servirá asimismo para rendir homenaje a la figura del recientemente desaparecido José Luis Sampedro, autor de la obra que en 1961 sacó del olvido a este oficio esforzado, vital y centenario. En memoria de Sampedro se colocará una placa conmemorativa y una figura de forja que representa a un ganchero en la plaza del Ayuntamiento de Peralejos, uno de los municipios inmortalizados en su celebrada novela “El río que nos lleva”.

Otoño en el Alto Tajo, cerca de Zaorejas. Autor, Elfer

Otoño en el Alto Tajo, cerca de Zaorejas. Autor: Elfer

Peñalén, en el Alto Tajo. Autor, Sonsaz

Peñalén, otro de los municipios del Alto Tajo. Autor: Sonsaz

“La Fiesta Ganchera” reúne todos los años a miles de personas para contemplar la tradicional saca de la madera, cuando se liberan los troncos en el espectacular escenario del río Tajo para retirarlos luego a tiro de caballería, tal y como se hacía tradicionalmente hace apenas sesenta años. Son los mozos (y no tan mozos) del pueblo, los encargados de conducir el rebaño de troncos de pino por la corriente, y desde primera hora de la mañana los paisanos reciben a todos los visitantes con un obsequio para la ocasión (en la edición del pasado año triunfó el aguardiente y las rosquillas). Ya en el río, autóctonos y turistas se agolpan en ambas orillas, sobre los puentes, sobre las pasarelas o en cualquier otro elemento que sirva de mirador, a fin de observar del mejor modo posible el paso de la mítica maderada. Es frecuente que la espera se acompañe de la música de los dulzaineros, elevándose en inconfundibles tonos pastoriles por encima del fragor de los rápidos y del viento arremolinado en las altas copas de los pinos. Y así, en medio de un paisaje espectacular de cortados, huertas feraces y extensas masas forestales, arracimadas allí donde las escabrosidades del terreno lo permiten, con el aroma a resina flotando en el ambiente y la sempiterna voz del río dominándolo todo, llega el momento feliz en que tras uno de los recodos del Tajo se ven aparecer los primeros troncos del “rebaño”. Y sobre ellos, guardando hábilmente el equilibrio con pies firmes, vislumbramos de nuevo la silueta sin edad de los “gancheros” en un espectáculo de rabiosa certidumbre histórica, aunque a todos nos parece sacado de las páginas de una novela.

Gancheros creando un cauce artificial de troncos. 1929. Autor, Nemo

Gancheros creando un cauce artificial de troncos. 1929. Autor: Nemo

El río Tajo en Peralejos de las Truchas. Autor, El S@lmón

El río Tajo en Peralejos de las Truchas. Autor: El S@lmón

Los “gancheros”, unos en el agua y otros en equilibrio sobre los troncos, conducen un grupo de unos cincuenta árboles que en nada se asemeja a las almadías y los “bosques flotantes” de antaño. Pero resulta suficiente para recomponer la imagen nostálgica de la jornada. La cuadrilla avanza poco a poco por el río, navegando cuando la corriente lo permite o arrastrando los troncos en los vados, allí donde el agua es demasiado escasa y el fondo se vislumbra apenas a un par de palmos. Acabada la faena, aplausos, abrazos y felicitaciones a los héroes que un año más nos han deleitado con la figura perdida del “pastor de árboles”. Juegos tradicionales, muestras de corte de troncos y las consabidas jotas amenizarán un final de fiesta donde solo queda que los grupos de locales y turistas se desperdiguen a cientos por las alamedas, como todos los años, para comer y regocijarse en los frescos prados que abundan junto al río. Pero de alguna manera, y aunque todos sepamos que la fiesta volverá a repetirse en próximas ediciones, este año será sin duda distinto a otros: cuando el visitante escuche los silbidos de los “gancheros” más allá del recodo, todavía invisibles a la vista; cuando al fin los vea aparecer sobre las aguas en un cuadro de arrolladora vitalidad, perfilados contra el agreste y bello paisaje del Alto Tajo, no podrá evitar sentir que el autor de “El río que nos lleva” llega también con ellos bajando el río como ya lo hizo entonces. Junto a Shannon, “el Americano”, “la Paula” y el resto de compañeros de ese viaje realizado en los años cincuenta, inmortales todos en nuestra memoria gracias a unas páginas forjadas en oro, y que revelan sin duda a uno de los principales representantes de la narrativa contemporánea española del siglo XX.

Jose Luís Sampedro. Autor, Javier Luengo

José Luis Sampedro. Autor: Javier Luengo

Hasta siempre, José Luís. Autor, Julio Codesal

Hasta siempre, José Luis. Autor: Julio Codesal