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Manchegos de leyenda. Fernando Yáñez de la Almedina

Almedina

En nuestro recorrido por el Campo de Montiel, vamos a conocer a Fernando Yáñez de la Almedina, natural de Almedina (Ciudad – Real) y según afirman los expertos en arte el “más exquisito pintor del Renacimiento en España” 


Es la cuna de Yáñez, un poblachón manchego, hacinamiento de casas blancas al amparo de la iglesia, entre egidos y tierras de pan llevar. Como Goya, nace en un país sin poesía; las llanuras manchegas como las parameras de Aragón, figuran entre los lugares más áridos y desolados de la Península. En Almedina, pues, vino al mundo, de posible ascendencia morisca, que la raíz del apellido Yáñez no desmiente, éste que luego habría de ser pintor insigne español.

Yáñez personifica esa madurez, que es, a un tiempo, sazón de unos siglos cristianos vividos en excepcional tensión heroica, de verdadera cultura militante, y, a la vez, de gran aprovechamiento de las mejores conquistas renacentistas, puestas al servicio, según el sentir italiano, del orden y la armonía, que es la belleza.

Fernando Yáñez de la Almedina se trata no menos que del más grande pintor español del siglo XVI y acaso también del más grande de los alumnos, discípulos y continuadores de Leonardo da Vinci (colaborador de Leonardo en la inconclusa Batalla de Anghiari), acaso el único que no imitó servilmente la técnica del maestro, sino que heredó las inquietudes de su espíritu atormentado.

De haber nacido en una ciudad de Italia, el Vasari hubiera escrito su vida, o por mejor decir, su novela; habríanla divulgado los críticos neoclásicos del XVIII y los románticos del XIX y hoy tendría salas en los museos, calles en las ciudades, y sus cuadros, muy escasos en número, se cotizarían a precios fabulosos.

Pero tuvo la honra y la desventura de nacer en España, en una aldea de La Mancha y de pasar toda su vida pintando retablos para catedrales y parroquias españolas, sin otra ambición ni otra consideración social que la que hoy concedemos a un menestral hábil en su oficio y su nombre ha permanecido más de tres siglos ignorado y aún hoy lo es. Vayan, pues, estas líneas en aumento de la gloria del pintor que mejor supo asimilar y españolizar las más puras esencias del Renacimiento Italiano.

Paisaje entre Almedina y Puebla del Príncipe. Autor, CalixPaisaje entre Almedina y Puebla del Príncipe. Autor, Calix

Puente romano en Almedina. Autor, Pedro CastellanosPuente romano en Almedina. Autor, Pedro Castellanos


“Y… todavía Yáñez no es nadie para muchos oídos españoles”. Elías Tormo


Francisco de Quevedo, en unos versos hoy perdidos, ensalzó al pintor cuyos cuadros vería en alguna excursión desde su Torre de Juan Abad, donde vino además a cumplir destierro.

Luego lo mencionan, de pasada, los historiadores del Arte, entre ellos Carducho, Palomino y Cean. Don Antonio Ponz se extasiaba de admiración ante sus obras de Valencia y de Cuenca.

El gran crítico alemán Carlos Justi, le dedicó un completo estudio que fue reiteradamente vertido al castellano.

El más fino y comprensivo de los críticos franceses; el único, acaso, que haya sabido valorar exactamente el arte español: Emile Bertaux, consagró a nuestro pintor varios trabajos admirables y el maestro de todos, el gran valenciano Don Elías Tormo le consagró unos cuantos años y dos estudios, uno titulado “Yáñez de la Almedina, el más exquisito pintor del Renacimiento en España”.

Fernando Yáñez de la Almedina supo captar, de Leonardo, lo esencial, lo que no se aprende, pero que se revela cuando se lleva dentro: la inquietud, el poder de sugestión, la facultad para encontrar soluciones inesperadas y geniales. Fernando Yáñez se apodera de lo que del maestro hoy más nos sugestiona: la gracia inimitable de los dibujos, el fuerte carácter expresivo, el misterio embrujado de sus figuras apenas esbozadas.

En un cuadro, hoy quemado, que en la Seo de Játiva figuraba el Juicio Final, Fernando Yáñez imaginó dos personajes: el uno era un anciano de barbas flameantes, el mismo Leonardo, tal como aparece en los dibujos de los museos de Italia; el otro, un hombre en la plenitud de la edad, imberbe y cetrino, que mira fijamente al espectador con esa mirada característica de los autorretratos. Es el mismo modelo del Santo del Museo del Prado y de tantos otros personajes de los cuadros de Almedina. Ni Bernardino Luini, ni Marco d’Oggione, ni Cesare da Sesto supieron captar cómo el aldeano español lo más sutil del espíritu leonardesco.

Santa Catalina de Alejandría. Museo del PradoSanta Catalina de Alejandría. Museo del Prado

Santa Ana, la Virgen, Santa Isabel, San Juan y Jesús niño. Museo del PradoSanta Ana, la Virgen, Santa Isabel, San Juan y Jesús niño. Museo del Prado

Tránsito de la Virgen. Puertas del retablo mayor de la catedral de Valencia.Tránsito de la Virgen. Puertas del retablo mayor de la catedral de Valencia


Yáñez es el primero de los pintores españoles en el siglo de los Macip, de Correa de Vivar, de Morales el Divino


En el pintor manchego hay mucho más. Hay un portentoso dibujante, una mano tan segura como pocas veces ha tenido un español. Hay figuras humanas, dibujadas de pies a cabeza sin una falta, sin una desviación.

Nada más lejano de la frialdad neoclásica. Hay en él algo de misterioso, de inquietante. Sus figuras se resuelven a veces de la forma más inesperada. Muchas de ellas quedan en los fondos, vaporosos, ondulantes, enormemente expresivas.

Fernando Yáñez de la Almedina es como yo, un viajero, un pasajero que desaparece pronto, cumplida su tarea; un menestral del arte que acude a desarrollar las recetas de su oficio allá donde le ofrecen trabajo.

Museo al aire libre de AlmedinaMuseo al aire libre de Almedina

Museo al aire libre de Almedina. Autor, Pedro CastellanosMuseo al aire libre de Almedina. Autor, Pedro Castellanos

Museo al aire libre de Almedina 3Museo al aire libre de Almedina


Imprescindible la visita al museo al aire libre de Fernando Yáñez en su pueblo natal, Almedina


Para admirar la obra de Fernando Yáñez de la Almedina tenéis que viajar: retablo de los santos Cosme y Damián en la Catedral del Valencia.

En el Museo del Prado están expuestas y podréis admirar Santa Ana, la Virgen, Santa Isabel, San Juan y Jesús niño (este cuadro procede de la iglesia parroquial de Villanueva de los Infantes, comprada en 1941 con fondos del legado Conde de Cartagena), y Santa Catalina de Alejandría (su obra maestra).

La Sagrada Familia de la colección Grether de Buenos Aires o la Virgen con el Niño y San Juan en la National Gallery de Washington… entre otros muchos lugares.

Pero si queréis disfrutar de la tierra que lo vio nacer y crecer como pintor, os recomendamos una visita al municipio de Almedina y a su museo al aire libre.

Cuando entramos en el pueblo, lo primero que despierta nuestra atención, son los grandes cuadros distribuidos por todas sus calles, obras pertenecientes a Fernando Yáñez. Podemos contemplar un total de 26 copias de la obra más representativa de Yáñez, haciendo un estupendo recorrido por el mejor renacimiento español.

Pasear por Almedina descubriendo las obras del pintor, es otro de los atractivos turísticos y culturales que nos ofrece el Campo de Montiel.

Imprescindible el festival anual de “Almedina Mora”, que se celebra el primer fin de semana de agosto.

Museo al aire libre de Almedina 2Museo al aire libre de Almedina



Fotografía de portada: Iglesia de Santa María. Autor, Juan Amores


Un artículo de Antonio Bellón Márquez

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Atienza o la sombra de un castillo

Atienza o la sombra de un castillo

“…las gentes simplemente viven los tiempos que corren a la velocidad que creen adecuada…”
Cada domingo de Pentecostés desde hace ya ochocientos años, la villa de Atienza revive con asombrosa fidelidad los acontecimientos que procuraron la victoria de Alfonso VIII, futuro rey de Castilla, sobre su ambicioso tío Fernando II de León, y confirma su lealtad al monarca con la celebración de la famosa “Caballada” de la Cofradía de la Santísima Trinidad.
Ese domingo los cofrades acuden en caballerías vistosamente ajaezadas a casa del “prioste” para desde allí ir a buscar al abad y todos juntos encaminarse a la ermita de la Virgen de la Estrella, desde la cual se inicia la procesión.
Después, los atienzanos proceden a la “planta del mayo”, subastan roscos y frutos que penden del árbol, y celebran el baile de la Virgen.
Quien hasta Atienza llega en tan señalado domingo de mayo, quedará prendado de la magia de esta fiesta y de seguro con la panza llana, pues es casi imposible ser prudente a la hora de comer los sabrosos chorizos y el rico jamón que da esta tierra.

La caballada. Autora, Maribel Ranz

La caballada. Autora, Maribel Ranz

Vale la pena hacer un buen descanso si después se ha de ascender hasta el recinto del que fue en tiempos un poderoso e imponente castillo, cuyas ruinas presiden la villa, situada en el centro mismo de las tierras altas de Guadalajara. Sus piedras guardan los secretos de un brillante pasado medieval en una ciudad cuyos tesoros artísticos y arquitectónicos le han valido la calificación de Conjunto Histórico Artístico, galardón que ostenta desde el año 1962.
Tierra de los titios -celtíberos aliados de arévacos y lusones frente a la dominación romana-, los musulmanes hicieron de Atienza un lugar poderosamente fortificado con un gran castillo -la conocida “peña muy fuerte” del Cantar del Mío Cid-, levantado sobre un peñón de 220 metros de altura. Desde abajo, la imagen de la fortaleza recuerda sobre manera a la proa de un galeón.

«A la izquierda dejan Atienza, una peña muy fuerte,
la sierra de Miedes la pasaron entonces,
por los Montes Claros espolean con vigor»
Versos 2691 y ss. Cantar del Mío Cid

Durante mucho tiempo, la villa mora de Atienza resistió a los reyes cristianos, si bien es cierto que durante varios siglos de luchas y enfrentamientos la fortaleza cambió en numerosas ocasiones de dueño, pasando de ser mora a cristiana con tanta facilidad como de cristiana a musulmana.
En una de estas batallas fue conquistada definitivamente por Alfonso I el Batallador, Rey de Aragón. Corría el año 1102.
Como muestra del cariño que el monarca profesaba a la villa, el rey aragonés presidió años más tarde la Consagración de la Iglesia de Santa María del Rey, un templo románico edificado sobre la antigua mezquita que los árabes habían levantado el pide del castillo.

Vista del castillo. Autora, María Velázquez de Castro

Vista del castillo. Autora, María Velázquez de Castro

Durante aquellos años Atienza disfrutó de una vida agradable y placentera y se convirtió en cabeza de un extenso territorio. La decadencia de la villa comienza en el siglo XV, cuando la Casa de los Austrias vuelve la espalda a la Castilla interior. La villa, que llegó a tener una población superior a las diez mil almas, se quedó vacía y sin recursos a la sombra del que fue “peña muy fuerte”.
El famoso castillo de Atienza soporta desde entonces con dignidad los estragos causados por el tiempo y, allá en lo alto, alardea de su espléndido pasado. Sus muros se acomodan al perfil del cerro sobre el que se levantó la fortaleza en el siglo XI, con un fuerte torreón en el Sur, extremo por el cual el castillo es completamente inaccesible. A juzgar por las veces que cambió de manos, su poder defensivo nunca fue tal. Perdido su valor bélico, la fortaleza sirvió de cárcel de Estado, alojando a personajes de cierta relevancia: durante diez años al duque de Calabria, heredero nada más y nada menos del trono de Nápoles.
Todavía se conserva parte de la poderosa torre del Homenaje y parte de sus dos recintos amurallados originales, con algunas de sus puertas, como la Puerta de la Guerra, junto a la iglesia de la Trinidad, o la Puerta de Arrebatacapas, cercana a la iglesia de San Juan, con arco apuntado y capiteles románicos.
Esta iglesia está situada en la plaza del Trigo o del Mercado y su estructura medieval la convierte en una de las más bellas de Castilla – La Mancha. Uno de los lienzos de su altar mayor, El festín de Herodes, forma parte actualmente de los fondos del Museo del Prado.

Plaza de Atienza. Autor, Juliblog

Plaza de Atienza. Autor, Juliblog

El gran número de iglesias conservadas y la importancia de las mismas confiere a Atienza un lugar destacado en la ruta del románico.
De las catorce iglesias parroquiales que poseyó perduran restos románicos en cinco y sorprendentemente son de gran heterogeneidad, probablemente porque se construyeron en diferentes fechas de los siglos XII y XIII, recibiendo dispares influencias.
Entre ellas destaca la ya mencionada iglesia de Santa María del Rey, la construcción más antigua de la villa, fechada a principios del siglo XII y remozada en el XVI.
Románicas en parte son las iglesias de San Gil, que aún conserva el ábside del siglo XII, y la de Nuestra Señora del Val, construida a mediados del XII lejos del núcleo urbano, y en la que destacan las bellas figuras de la portada.

Ni que decir tiene que Atienza es un hito fundamental del Camino del Cid, en su tramo llamado El Destierro, un itinerario turístico cultural que sigue las huellas de Rodrigo Díaz de Vivar utilizando, como principal guía de viaje, el anónimo Cantar de Mío Cid.
El poeta ideó, alrededor del año 1200, un viaje en el que se funden datos históricos y licencias literarias que sería el germen del futuro Camino.
La idea de recrear el camino del destierro y del honor en la realidad actual nació en 1996 con motivo de la conmemoración de los 800 años del Cantar de Mío Cid, a instancias de la Diputación Provincial de Burgos que propuso un primer sendero de 18 km de recorrido, entre Vivar del Cid y San Pedro de Cardeña a través de la ciudad de Burgos, los tres hitos fundamentales de los primeros versos del poema.
Posteriormente se fueron incorporando al proyecto otras diputaciones hasta que en 1999 se presenta oficialmente como ruta turístico cultural y en 2001 se constituye el Consorcio Camino del Cid con ocho diputaciones provinciales: Burgos, Soria, Guadalajara, Zaragoza, Teruel, Castellón, Valencia y Alicante. Su principal objetivo era definir y promocionar el Camino del Cid y el valioso patrimonio existente a lo largo del itinerario, al tiempo que generar recursos económicos en las zonas por las que transcurre, en general con baja densidad demográfica.
En 2007 se consolida y comienza a señalizarse aunque ya había antecedentes del interés por seguir los pasos del Cid desde principios del siglo XX, cuando Ramón Menéndez Pidal y su mujer, recorrieron las tierras castellanas siguiendo los pasos del destierro que se narran en la obra. Desde entonces, y a lo largo del siglo XX, han sido muchos los que han seguido estas huellas, incluso en los años cincuenta existían guías turísticas de este itinerario y a finales de los ochenta, surgieron diversas propuestas de rutas cidianas, muy distintas entre sí pero con un mismo objetivo: llegar a Valencia con el Cantar como guía de viaje.

Toda una experiencia medieval a vuestro alcance.

Portada románica de Santa Maria del Rey. Autor, lean56

Portada románica de Santa María del Rey. Autor, lean56

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Fotografía de portada: Vista de la torre de la iglesia de San Salvador desde un boquete en la muralla del castillo. Autor, Julián Ocón

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Isabel, el retrato más querido del Emperador

Isabel, el retrato más querido del Emperador

En 1548, un anciano pintor residente en la Roma del papa Pablo III inició un viaje hacia la húmeda y boscosa Alemania. Su nombre, Tiziano Vecellio, el máximo exponente de la escuela veneciana del Renacimiento, y su destino la Dieta de Augsburgo, donde el todopoderoso Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico solicitaba la presencia del italiano para un nuevo encargo imperial. Durante su estancia en tierras germanas nuestro genial artista finalizó el cuadro “Carlos V a caballo en Mühlberg”, una de las obras cumbres de su carrera y que representa al Emperador y su montura a orillas del Elba, victorioso tras la batalla que libró contra las tropas protestantes de la Liga de Esmalcalda. Pero para su sorpresa no fue ese el único encargo que recibió. Al poco de su llegada, el Emperador le pidió encarecidamente que retocase un cuadro suyo que había entregado en 1545 y que para Carlos tenía un significado muy especial. La obra es un retrato al óleo expuesto actualmente en el museo del Prado y muestra el torso de Isabel I de Portugal, la Emperatriz y añorada esposa de Carlos que murió seis años antes en plena flor de su juventud.

Tiziano recordaba bien esa obra, un retrato póstumo que tuvo que realizar basándose únicamente en un camafeo de autor desconocido y la información facilitada por los que conocieron a Isabel en la corte. Esa fue su única inspiración, puesto que el pintor nunca la conoció en vida, de modo que cuando hoy admiramos el retrato en las galerías del museo del Prado sorprende cuanto menos observar la fidelidad y el amor con que el artista plasmó en el lienzo un rostro ajeno a él, pero del que logró extraer una belleza y bondad que a la vista de la obra parecen trascender de este mundo: la belleza de una princesa de sangre lusa que supo llevar las riendas del Imperio en las frecuentes ausencias de su marido, y la bondad y dulzura de una mujer que atrajo a Carlos desde el momento mismo en que se conocieron, durante los esponsales celebrados en Sevilla el año de 1526.

Carlos V en Mühlberg. Tiziano, Óleo sobre lienzo. 1548

Carlos V en Mühlberg. Tiziano, Óleo sobre lienzo. 1548

El 7 de febrero de 1526 llegaba Isabel a la frontera de Portugal acompañada de un impresionante cortejo, al que recibió con grandes honores la comitiva castellana presidida por el duque de Calabria, Don Fernando de Aragón. Y apenas un mes más tarde, tras viajar con grandes honores por media Andalucía, entraban juntos castellanos y portugueses en Sevilla, la joya del Guadalquivir, con todas las calles, plazas y balcones repletos de gente deseosa de saber cómo era la Emperatriz de cuya elegancia y belleza tanto se hablaba en toda Europa. Carlos V aún tardaría siete días más en llegar a Sevilla, haciendo un desaire evidente y sin duda deliberado a su futura esposa. Cuando subió al alcázar ya era entrada la noche, y al acceder a sus aposentos, Isabel, nerviosa, no pudo hacer otra cosa que hincarse de rodillas e intentar besar la mano de su Emperador.

¿Cómo era realmente Isabel? Tenemos por fortuna además del cuadro una descripción realizada por el cronista Alonso de Santa Cruz, de cuya pluma salió el siguiente comentario: “Era la Emperatriz blanca de rostro y el mirar honesto… Tenía los ojos grandes, la boca pequeña, la nariz aguileña, los pechos secos, de buenas manos, la garganta alta y hermosa (…)”. Fue ese rostro marfileño y esos ojos grandes y de mirada franca los que cautivaron por tanto al Emperador, y he aquí que en su primer encuentro surgió lo inesperado. Porque aunque la boda fue un rentable negocio concertado entre los reinos de Portugal y España, como lo eran todas las bodas de la nobleza en aquella época, Isabel lograría enamorar a Carlos V hasta un grado pocas veces conocido en las monarquías del Renacimiento Europeo. Tras su encuentro formal y un tanto precipitado, Carlos la levantó enseguida abrazándola y tomándola después de la mano. Era ya medianoche, pero aquella pareja no pudo esperar más. Se improvisó apresuradamente un altar y el Arzobispo de Toledo oficio una misa breve a la cual asistieron contados caballeros. El matrimonio fue consumado sin más ceremonias que el amor que se profesaban, un amor que duraría lo que la vida de la Emperatriz y del que su marido siempre daría muestras de añoranza a causa de sus obligadas ausencias por asuntos de Estado.

Autorretrato de Tiziano (Detalle). Óleo sobre lienzo. Entre 1565-70

Autorretrato de Tiziano (Detalle). Óleo sobre lienzo. Entre 1565-70

La pareja pasó su luna de miel en Granada, ciudad cantada por todos los poetas. Jerónimo Münzer la visitó a finales del siglo XV y decía de ella: “Repleta de jardines deleitosos con limoneros, arrayanes, estanques de marmóreos muros, tazas de mármol con surtidores de agua (…)”. Y algo de aquel soberbio enclave a los pies de Sierra Nevada debió de anidar en el corazón de los recién casados, pues decidieron prolongar su estancia en la capital nazarí hasta diciembre de aquel mismo año. Fue allí, en los aposentos de palacio, donde engendraron a su primer hijo: un heredero al que llamarían Felipe y que décadas más tarde sometería bajo su cetro los destinos de medio mundo.

La muerte de la Emperatriz vino a truncar esta dicha. Tras sufrir un aborto como consecuencia de unas fiebres sufridas en los primeros meses de embarazo, Isabel dejaba este mundo en Toledo a la edad de 36 años, el 1 de mayo de 1539. Carlos, que no se encontraba en la Corte en aquellos días, quedo sumido en una pena profunda e inconsolable. Fue tal su tristeza al conocer la noticia que marchó de inmediato hacia el convento de Santa María de la Sisla, en los Montes de Toledo, donde se encerró dos largos meses en la soledad más absoluta mientras el cortejo fúnebre de la Emperatriz atravesaba España camino de las vegas y las crestas de Sierra Nevada. Isabel volvía así a Granada, la ciudad regada por las frías aguas del río Genil. Y allí recibió finalmente sepultura en la Capilla Real que se levanta junto a la Catedral, donde ya descansaban los Reyes Católicos, su hija Juana la Loca y el marido de ésta, Felipe el Hermoso. Carlos V dejaría reflejado su pesar en diversos escritos aunque de una manera fría y casi diplomática, como si tuviese miedo de desvelar sus sentimientos a algún extraño. Pero fue con su hermana, María de Hungría, con quien el Emperador se sinceraría y daría rienda suelta al dolor más absoluto: “je suis en l’anxieté et tristesse que pouvez bien penser, d’avoir fait une si grande et extrême perte (…)”.

Cenotafio de Carlos I de España e Isabel de Portugal. Monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial. Autor, Lancastermerrin88

Cenotafio de Carlos I de España e Isabel de Portugal. Monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial. Autor: Lancastermerrin88

Desgraciadamente, en aquellos días el Emperador vino a caer en la cuenta de que no conservaba ningún retrato de Isabel, y el único existente, guardado por su hermana en la pinacoteca de Malinas, era pésimo y apenas si tenía algún parecido con el amado rostro que él recordaba. El cuadro realizado por Tiziano en 1545 vino a arreglar esta situación y palió sin duda la pena que sentía Carlos por la muerte de su esposa. Se sabe que el artista reutilizó un lienzo usado, ya que a través de análisis por radiografía se ha podido entrever tras las capas de pintura el perfil de una figura femenina. Tiziano terminó el cuadro con grandes dificultades y lo presentó finalmente en la Corte en 1545, pero por desgracia no gustó al Emperador: había plasmado el rostro con la nariz un tanto aguileña. Fue en 1548 y tras su viaje a Augsburgo, cuando el pintor italiano, que ya contada con sesenta años de edad, pudo dar los últimos retoques a su obra y ofrecerla de nuevo a su cliente y amigo.

El resultado: uno de los retratos más conmovedores, bellos y dignos de admiración de todo el Quinientos europeo. La Emperatriz se encuentra sentada y sostiene un libro abierto en su mano izquierda, quizá un misal o libro de oraciones. Isabel mira al frente con expresión dulce y profundamente humana, la postura erguida y envuelta en ricos vestidos mientras tras ella se despliega un paisaje renacentista desde unos grandes ventanales. Y Carlos, nuevamente al lado de su bienamada mujer, frente a aquel rostro marfileño y de grandes ojos que miraban al infinito y del que por desgracia no pudo despedirse, supo entonces que aquel cuadro le acompañaría siempre hasta el final de su vida. Así fue. Está documentado que el retrato de la Emperatriz fue una de las pocas pertenencias de las que no quiso desprenderse tras su renuncia al Imperio, agotado, prematuramente envejecido y enfermo de gota, y que lo siguió a su retiro definitivo en el monasterio extremeño de Yuste, donde moriría rodeado de jardines y a la sombra de la sierra de Tormantos el 21 de septiembre de 1558.

Isabel de Portugal. Óleo sobre lienzo. Tiziano, 1548

Isabel de Portugal. Óleo sobre lienzo. Tiziano, 1548