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Manchegos de leyenda. La vida de Santo Tomás de Villanueva (2ª Parte)

Santo Tomás de Villanueva 2ª parte

El convento de Agustinos de Santo Tomás de Villanueva, situado en la localidad manchega que lo vio nacer y hoy declarado Bien de Interés Cultural, es prueba palpable de la importancia que este santo tuvo para la trayectoria espiritual de nuestro país. En el interior de este edificio barroco del siglo XVIII se conserva la habitación donde su madre Lucía lo trajo al mundo, así como la pila bautismal en la que fue bautizado y que perteneció a la antigua iglesia de Santa Catalina. Como todos los edificios conventuales de esta época, el convento de Agustinos es una construcción sobria, cuadrangular y dispuesta alrededor de un patio interior rodeado de claustro porticado. En la planta baja se situaba el refectorio y otras dependencias comunes, mientras que el primer piso era destinado a las celdas de los 20 o 25 monjes que allí habitaron durante casi un siglo (hasta los años de la desamortización del ministro Mendizábal).

Esa sobriedad fue el mejor homenaje que pudo hacerse en Fuenllana a Santo Tomás, puesto que su vida fue en realidad un continuo ejemplo de desprendimiento y pobreza. Se dice que una vez nombrado arzobispo de Valencia, en su casa jamás quiso tener paños de seda ni tapicería alguna que demostraran riqueza, y que para dormir utilizaba un lecho de sarmientos sobre el suelo al lado de la cama arzobispal.

Santo Tomás de Villanueva Fuenllana Campo de Montiel Castilla La ManchaVisita escolar a Fuenllana. Plaza de Santo Tomás de Villanueva

Para evitar cualquier lujo, la casa de Santo Tomás disponía de un pequeño cuarto que hacía las veces de celda y adonde se retiraba siempre para realizar sus oraciones. Existía allí una mesa con un pequeño cajón donde guardaba aguja, hilo, tijeras y todo el recado necesario para remendar sus ropas, puesto que aún siendo prelado de la Iglesia se comportaba como el monje que siempre fue, y se remendaba hasta los zapatos cuando se gastaban demasiado.

Se dice que un día vino un religioso a su casa y, encontrando ese aposento abierto, entró sin llamar y halló a nuestro hombre sentado en una silla baja, ocupado en remendar sus calzas. El buen canónigo se escandalizó de que tal cosa hiciese, puesto que no era propio para la dignidad de un arzobispo de Valencia, a lo cual Santo Tomás respondió: “Aunque me han hecho arzobispo, no dejo de ser religioso; he profesado pobreza y me alegro de hacer de vez en cuando lo que hacen los frailes pobres. Y con ese real que me ahorro puede comer mañana un pobre”.

Continuará…

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Cabalgando con Don Quijote. El código y las reglas de Caballería (2ª Parte)

Reglas de Caballería

Afirmaba Alfonso X el Sabio que el caballero debía ser de carácter duro para sufrir trabajos y males de todo tipo. Y a este hombre, “el más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás (…)” se le da el caballo, una bestia noble al servicio del bien, “y que por esta razón el elegido era llamado caballero”. Don Quijote tenía claros sus objetivos en la vida, que no eran otros que los de defender a la Iglesia católica y a su señor terrenal; ayudar a las viudas, huérfanos y pobres; cabalgar, romper lanzas, acudir a justas y torneos y cazar; tener castillo y caballo para guardar caminos y defender a los labradores; y por supuesto, practicar virtudes y destruir a los malvados.

Entrada a La Mancha. Autor, José Rodríguez

Entrada a La Mancha. Autor, José Rodríguez

Que el caballero debía estar siempre dispuesto a sufrir por honor, es algo que destila en cada página de la obra cervantina. Al caballero lo impulsaba el amor a la lucha: combatir a caballo o a pie cubierto de una armadura de 25 kg de peso; chocar contra un adversario al galope, mientras se enristraba una lanza de casi 6 metros de longitud; dar y recibir golpes con la espada o el hacha; vivir hoy con comida de sobra y mañana de pan mohoso o galletas, o de nada; poco o ningún vino; agua de un charco; pésimos cuarteles al abrigo de una tienda o de unas ramas; escaso sueño y con la armadura puesta, siempre a la espera de un ataque imprevisto o del olor infalible de la traición…

Ilustración del Quijote. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Ilustración del Quijote. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Para ser caballero era necesario armarse como tal, para lo que se necesitaba un igual, caballero de digno linaje y a ser posible veterano en probados hechos de armas. De ahí que nuestro hidalgo buscase para tal fin al castellano de la primera fortaleza que encontró (y que otros confundieron con una venta). Ni una mujer, por emperadora o reina que fuera, o un clérigo, podían armar caballero a un aspirante de forma lícita. Al día siguiente, y solo después de cerrar sus juramentos, nuestro caballero podría al fin ceñir la espada y cabalgar en su montura, símbolos que en definitiva han de adornar de virtudes su existencia hasta el último aliento de vida.

Venta de Don Quijote. Autor, Jibi44

Venta en La Mancha. Autor, Jibi44

Quizás el prototipo más conseguido de caballero medieval, ese que don Quijote habría admirado sin dudar un momento, se encuentre en la figura del rey ciego Juan de Bohemia, que vivió en pleno siglo XIV. Este monarca apenas se perdió una contienda militar en Europa, y cuando no había guerra que batallar descansaba concurriendo a los torneos, en uno de los cuales al parecer recibió la herida que le cegó. Aliado del francés Felipe VI y al frente de quinientos caballeros, Juan luchó contra los ingleses siempre en primera línea de batalla, ya totalmente ciego. En Crécy pidió a sus caballeros que le llevasen más adentro en la batalla para descargar más espadazos. Entonces doce de ellos anudaron sus bridas y, con el rey a la cabeza, avanzaron hasta lo más recio de la pelea, “tan lejos que jamás retornaron”. El cadáver de Juan de Bohemia se encontró al día siguiente entre los de sus fieles acompañantes, mientras sus corceles seguían atados y paciendo allí cerca…

Sancho Panza en la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Stephen Haworth

Sancho Panza en la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Stephen Haworth

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Fotografía de portada: Duelo de Caballeros de época romántica. Museo del Louvre. Delacroix, 1824.
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Manchegos de leyenda. La vida de Santo Tomás de Villanueva (1ª Parte)

La Mancha sabersabor.es

El pasado 1 de noviembre se cumplieron 356 años de la canonización, por el papa Alejandro VII, del que fuera destacado hijo de la localidad de Fuenllana, un humilde pueblo de fachadas encaladas y rodeado de trigales en pleno Campo de Montiel. Santo Tomás de Villanueva nació allí en el otoño de 1486, año fatídico en el que la peste asoló Castilla y otras partes de España. Este hecho obligó a sus padres a marcharse de su residencia habitual, en Villanueva de los Infantes, para buscar refugio en el hogar de sus abuelos maternos. Casual hecho que dotó a la población de Fuenllana de una relevancia primordial: la de ser cuna del futuro arzobispo de Valencia, profesor de la Universidad de Alcalá y consejero personal del mismísimo Emperador Carlos V, dueño y señor de medio mundo.

Patio barroco del convento de los Agustinos. Autor, Excmo. Ayuntamiento de Fuenllana

Patio barroco del convento de los Agustinos. Autor, Excmo. Ayuntamiento de Fuenllana

Hoy su importancia histórica esta fuera de toda duda, y pocos son los recovecos de su vida desconocidos por el gran público. En Fuenllana, y en 1735, la orden de los Agustinos edificó un convento sobre la casa que lo vio nacer, convertida después en ermita por sus vecinos. Un convento que disponía de iglesia, desaparecida en 1964 (la iglesia actual se aloja en lo que fue el refectorio del convento), y también de escuela, donde los monjes enseñaban a los vecinos rudimentos de escritura, números y las bases de la doctrina cristiana.

Pero menos conocidas quizás son las peculiaridades del carácter de Santo Tomás; los hechos cotidianos, milagrosos o no, que forjaron poco a poco la leyenda de este hombre querido por sus semejantes y que todos invocaban como un santo, antes incluso de su beatificación. Sirva este artículo de homenaje a la persona de Santo Tomás, Tomás García por más señas, lo que nos permitirá a su vez acercarnos al carácter más humano del que fuera manchego insigne y luz espiritual en la España del Quinientos.

Santo Tomás de Villanueva, niño, repartiendo sus ropas. Bartolomé Esteban Murillo. Óleo, 1667

Santo Tomás de Villanueva, niño, repartiendo sus ropas. Bartolomé Esteban Murillo. Óleo, 1667

Tomás era de mediana estatura y poseía un rostro moreno, ni feo ni hermoso, aunque en él destellaban unos ojos azul claro que alegraban lo que de común era semblante grave y de mucha autoridad. Se dice que durante su infancia prodigó grandes ejemplos de sencillez y desapego a lo mundano, ofreciendo a cualquiera que se cruzase en su senda aquello que pudiese necesitar. Cuando tenía 16 años sus padres lo enviaron a Alcalá para estudiar Artes, y fue tal su dedicación que en poco tiempo lograría una beca para el Colegio Mayor de San Ildefonso, núcleo de la famosa Universidad de Alcalá de Henares. La enseñanza en la nueva universidad comenzó un año después de su ingreso, en otoño de 1509. Pues bien, en 1512 Tomás obtuvo el grado de Maestro en Artes, y unos meses después ya daba clases como profesor. Todo un logro que perpetuó la imagen erudita de nuestro manchego… hasta el punto de imponerse durante siglos el trámite de visitar la capilla de santo Tomás de Villanueva, a todo aquel que desease ser candidato para la rectoría de la universidad.

Continuará…

Vista de Fuenllana. Autor, Pedro Sánchez García

Vista al atardecer de Fuenllana. Autor, Pedro Sánchez García

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Cabalgando con Don Quijote. El código y las reglas de Caballería (1ª Parte)

Cabalgando con Don Quijote. El código y las reglas de Caballería

Cuéntase en el capítulo primero del Quijote que: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo”. Ciertamente, las andanzas de nuestro ingenioso hidalgo hubieran sido otras (y mucho menos divertidas) de no toparse éste con aquellos libros de caballeros andantes y damas enamoradas, añorantes en sus torres de cristal, y que tanto furor causaron en la sociedad del bajo Medioevo. ¿Qué buscaba ese Palmerín de Inglaterra, o bien ese Amadís de Gaula, cabalgando incansables en sus corceles por esos caminos de Dios? ¿A qué cuento venían tantas heridas, costaladas y quebrantos de brazos, como las que daba y recibía don Belianís, y para qué el arrojo mostrado por don Galaor, “que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga”?

De molinos. Autor, Mario Lapid

De molinos. Autor, Mario Lapid

En teoría, la finalidad de los caballeros medievales no era pelear por placer, sino en defensa de los oprimidos y para conservar el orden, la justicia y la virtud. Estos elevados propósitos les libraban por cierto del pago de impuestos, cosa que si debía hacer el vulgo, lo que al cabo de los tiempos derivó en una creciente animadversión hacia los privilegios de la nobleza… Pero éste es otro cantar. Don Quijote quiso vivir en pleno Quinientos inmerso en un mundo no ya desaparecido, sino ridiculizado hasta la saciedad, donde la persona de cuna aristocrática se pegaba a la espada como cédula de identidad y no solo para librarse de los impuestos, sino también por propia estimación. La lucha representaba su meta más excelsa. Uno de aquellos caballeros de las “Chansons de Geste” del siglo XIII insistía diciendo: “Ninguno de nuestros padres murió en casa; todos perecieron por el acero frío de la batalla”, mientras que otro de aquellos héroes, Garin li Loherains, afirmaba que “Si tuviera un pie en el Paraíso, lo retiraría para ir a pelear”.

Atardecer en La Mancha. Autor, Diego Sevilla Ruiz

Atardecer en La Mancha. Autor, Diego Sevilla Ruiz

Sin duda nuestro hidalgo de La Mancha debió de leer las palabras infames del trovador Bertrand de Born, de noble estirpe, antes de lanzarse a la aventura a través de las planicies manchegas. Mucho más explícito, aquel francés declamaba en una de sus poesías:

“Mi corazón se hincha de gozo cuando veo
fuertes castillos cercados, estacadas rotas y vencidas,
numerosos castillos derribados,
caballos de muertos y heridos vagando al azar.
Y cuando las huestes choquen, los hombres de buen linaje
piensen solo en hender cabezas y brazos,
pues mejor es morir que vivir derrotado…
Os digo que no conozco mayor alegría que cuando oigo gritar
“¡Sus! ¡Sus!” en ambos bandos, y el relincho de corceles sin jinete,
y quejidos de “¡Favor! ¡Favor!”,
¡y cuando veo a grandes y pequeños
caer en zanjas y sobre la hierba,
y veo a los muertos atravesados por las lanzas!
Señores, ¡hipotecad vuestros dominios, castillos y ciudades,
Pero jamás renunciéis a la guerra!

Continuará…

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Blanqueando en La Mancha. La caliza y los hornos de cal

Blanqueando en La Mancha. La caliza y los hornos de cal

Gran oficio éste, y muy antiguo. Para hablar de la cal y de su fabricación nos deberíamos remontar muchos años atrás en nuestra historia, pues se cree que ya los íberos fabricaban este material. Pero nuestros conocimientos son abundantes sobre todo con la edad moderna, cuando el trabajo en los hornos llegó a ser una actividad muy frecuente, y un trabajo complementario en el ciclo de faenas del mundo rural. El proceso de transformación de la piedra base (la caliza, rica en carbonato cálcico) en cal se hacía por combustión, en el interior de un horno redondeado y perforado bajo tierra o roca. Se necesitaban temperaturas de 800°C, puesto que el carbonato cálcico debe eliminar el anhídrido carbónico y pasar a óxido de calcio. La cal obtenida tenía muchas aplicaciones: servía por enjalbegar, desinfectar, para sulfatar las plantas contra las plagas, y finalmente para la construcción de casas, cortijos y corrales.

Calle de casas encaladas en Villanueva de los Infantes. Autor, Victor Chaparro

Calle con casas encaladas en Villanueva de los Infantes. Autor, Victor Chaparro

Pero este proceso no era fácil. Para lograrlo se necesitaba una preparación larga y pesada, que duraba alrededor de unos tres meses y comenzaba entre enero y febrero, cuando las faenas agrícolas eran más escasas. Antes que nada se necesitaba combustible, que podía obtenerse desembrozando el bosque. Normalmente el propietario ofrecía gratuitamente esta leña porque la limpieza vegetal evitaba el riesgo de incendios, propiciando además un bosque más productivo. Esta leña se apilaba en haces de un peso aproximado de 30 kilos, que se transportaban después hasta el horno. Para hacernos una idea, en un horno de 800 quintales de piedra (1 quintal = 40 kilos) hacían falta unos 2.000 haces de leña.

Cerrada a cal y canto. Autor, Antonio Monleón

Cerrada a cal y canto. Autor, Antonio Monleón

El siguiente paso era la pesada faena de arrancar la piedra idónea con picos. Después se transportaba junto con la leña en carros hasta el lugar donde estaba situado el horno. Éste se llenaba poniendo en forma circular las rocas dependiendo de su medida: abajo las más gruesas y arriba las más pequeñas. Finalmente, en la parte inferior se dejaba una ventana o «boca» para introducir la leña con una horca. Cuando comenzaba el encendido ya no se podía parar el proceso hasta que el maestro o capataz decidiera que la piedra estaba bien cocida.

Molino de viento. Campo de Criptana. Autor, J. Roldan

Molino de viento. Campo de Criptana. Autor, J. Roldan

Un horno de la capacidad antes mencionada tardaba de ocho a diez días en cocer todo su contenido. Cuando el maestro opinaba que ya estaba a punto, sellaban la boca del horno y la parte superior con piedras y fango durante cuatro o cinco días más. Tras este tiempo se destapaba y se recogía la cal, transportándose en carros para su uso final. Por desgracia, de esta antigua actividad tan extendida por nuestros montes en el pasado ya solamente resta el mudo testigo de aquellos hornos, que en la actualidad apenas son visibles, hundidos por la vegetación y los estragos causados tras el paso del tiempo.

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Entre flores de azafrán. La Solana y su Festival de la Zarzuela

Entre flores de azafrán. La Solana y su Festival de la Zarzuela

El próximo 17 de octubre arranca en La Solana la XXXI edición de la Semana Nacional de la Zarzuela, un acontecimiento que a lo largo de tres décadas ha conseguido el difícil logro de hacerse valorar tanto por la crítica más rigurosa como por el público. De hecho se trata de un festival único en España dentro de su categoría, que recibe una media de 4500 visitantes cada año y que en 2008 le fue concedido el galardón de Fiesta Turístico regional de Castilla La Mancha. La aventura folklórica solanera viene de lejos, concretamente de 1928, cuando viajaron a la Solana los libretistas Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, acompañados por el compositor Jacinto Guerrero, con el fin de inspirarse y buscar ambientación para su obra “La Rosa del Azafrán”. Federico Romero residió largas temporadas en esta localidad, y se sabe que varios personajes de la obra están basados en vecinos que por aquella época residían en el lugar. La composición, en dos actos, vio finalmente la luz dos años después en el Teatro Calderón de Madrid, y gozó desde un primer momento de gran popularidad debido no solo a sus melodías, sino también a que se trataba de una versión libre de la comedia de Felix Lope de Vega, El perro del Hortelano.

1. Plaza mayor de La Solana. Autor, Javier Domenech

Plaza mayor de La Solana. Autor: Javier Domenech

Sin duda, la zarzuela se merece un evento de estas características en nuestro país. Denigrada y olvidada en el último siglo, posee sin embargo una trascendencia histórica innegable que la convierten en el género operístico español por excelencia. Puede decirse que es la forma local de la opereta, género cultivado en otras partes de Europa, y que se basa al igual que la zarzuela en la combinación de partes musicales y partes habladas. Sus antecedentes hay que buscarlos en nuestro añorado Siglo de Oro, cuando autores como Lope de Vega o Calderón de la Barca comenzaron a explorar las posibilidades de esta nueva forma de expresión artística. Sin ir más lejos, la obra de Calderón titulada “El golfo de las Sirenas” fue presentada ya por su autor con el apelativo de zarzuela, el nombre de un pabellón de caza cercano a la capital española donde se estrenaron las primeras representaciones de esta índole.

3. Escena de la zarzuela La Rosa del Azafrán. Autor, ACAZ

Escena de la zarzuela La Rosa del Azafrán. Autor: ACAZ

Durante el siglo XVIII se pusieron de moda las zarzuelas basadas en el estilo operístico italiano, pero fue con la llegada del madrileño Ramón de la Cruz (quien cultivó con gran éxito el sainete) y sobre todo con la entrada del siglo XIX cuando el género de la zarzuela alcanza su apogeo indiscutible. Entra en escena el hoy considerado como padre de la zarzuela, Francisco Asenjo Barbieri, así como el músico y prolífico compositor Emilio Arrieta, quienes se encargan de dar a las composiciones su forma moderna. Aparecen canciones pegadizas que el público aprendía rápidamente, y se adoptan temas costumbristas o cómicos de tradición española, fácilmente amoldables a la estructura heredada de otras épocas: números hablados y cantados; coros, y por supuesto escenas cómicas y a menudo picantes, interpretadas casi siempre por un dúo de personajes.

4. Busto de Ramón de la Cruz, cultivador del sainete. L. Coullaut, 1913

Busto de Ramón de la Cruz, cultivador del sainete. L. Coullaut, 1913

Fue la necesidad de adoptar las representaciones a las crisis ocasionadas por las guerras lo que trajo consigo el llamado “teatro por horas”. De este modo, para la segunda mitad del XIX comenzó a ser frecuente hablar de género chico, o zarzuela en un solo acto, y género grande cuando se incluían dos, tres o más actos…. Claro que el bolsillo de los espectadores comenzaba a marcar estilo, así que el género chico terminó imponiéndose por sus precios más asequibles. Con la llegada del nuevo siglo, la guerra civil española y la posguerra llevaron la zarzuela casi a su total desaparición. Los autores escasean y las obras son costosas de representar en los duros tiempos del hambre y el estraperlo, de modo que resultó inevitable que el género acabase degenerando para dar lugar a una variedad picarona y de fuerte contenido sexual, muy al gusto de aquella época: la revista.

5. Representación de la zarzuela Los Gavilanes. Autor, ACAZ

Representación de la zarzuela Los Gavilanes. Autor: ACAZ

Desde que en 1984 la Semana Nacional de la Zarzuela iniciara su andadura en La Solana, el esfuerzo y la ilusión de sus habitantes por hacer de este género un sello distintivo de la localidad, ha permitido que la población sea conocida ya con el apelativo de “Villa de la Zarzuela”. Para este año 2014 se persigue un ambicioso objetivo: conseguir que el Festival sea declarado de Interés Turístico Nacional, y en base a ello la Asociación Cultural Amigos de la Zarzuela “Federico Romero”, organizadora habitual del evento, presenta un extenso programa de 8 días en el que se incluyen actividades tan variadas como las jornadas escolares tematizadas sobre el mundo de la zarzuela, o la escenificación en la modalidad de popurrí de diferentes obras, todas ellas muy conocidas, a cargo de la compañía lírica Maestro Andrés Uriel. Pero sin duda, los actos más esperados por el público son las seis zarzuelas completas a representar en el Teatro-Auditorio Tomás Barreda de La Solana, entre las que se encuentran «La del manojo de rosas» , «Agua, azucarillos y aguardiente» y  «La Revoltosa».

6. Zarzuela Luisa Fernanda. Autor, ACAZ

Representación de la zarzuela Luisa Fernanda. Autor: ACAZ

Las obras “Los marqueses de Matute” y “La Corte de Faraón”, darán paso el domingo 26 a la zarzuela solanera por antonomasia, “La rosa del azafrán”, cuyo argumento está basado en el inagotable pero frágil don del amor. Frágil como la flor del azafrán, que brota al salir el sol y alegra los corazones tan solo un día, para marchitarse sin remedio con la llegada del crepúsculo. Para los que gusten de una historia bien contada, les dejamos con el curioso relato de los acontecimientos:

7. Recolectando el azafrán. Autor, Jose María Moreno García

Recolectando el azafrán. Autor: Jose María Moreno García

“En una hacienda de La Solana un labrador llamado Juan Pedro es contratado para trabajar los campos, y encandilado por las gracias de Catalina, la pide en matrimonio. Como es costumbre ésta solicita permiso a su ama Sagrario para casarse con él, a lo que la dueña acepta a regañadientes ya que ella también se siente atraída por el guapo labrador. Llega mientras tanto la cosecha del azafrán, y mientras las mujeres de la hacienda extraen los preciosos botones anaranjados, Juan Pedro le confiesa finalmente su amor a Sagrario, pero ésta, aunque enamorada de él, lo rechaza airadamente por ser de una clase social inferior. El pobre labrador decide entonces abandonar la hacienda, totalmente abatido y frustrado por su amor imposible.

8. En busca de los botones de azafrán. Autor, Gabillo

En busca de los botones de azafrán. Autor: Gabillo

Pasa un año, y en ese tiempo Catalina es pretendida por el viudo Moniquito, que aunque apasionado es algo atrevido y de pocos atractivos. Mientras tanto el anciano don Generoso anda medio loco por las calles del pueblo, ya que perdió un hijo en su juventud, y a pesar del esfuerzo de sus vecinos no hay nada que le haga recuperar su cordura. En éstas regresa Juan Pedro a la hacienda, pues no había olvidado a Sagrario (ni Sagrario a él, por supuesto), y al ver su amor tan imposible decide pedir consejo a Custodia, mujer sensata en el pueblo aunque algo alcahueta en sus maneras. Ésta le plantea un arriesgado plan: hacer pasar al labrador por el hijo de don Generoso, de modo que el anciano pueda recuperar la cordura, al tiempo que Juan Pedro aumente sus activos de cara a las pretensiones con Sagrario.

9. Otra vista de la recolección del azafrán. Autor, Jose María Moreno García

Otra vista de la recolección del azafrán. Autor: Jose María Moreno García

En la última escena, la de la boda, Juan Pedro decide liberarse del engaño a que ha sometido a su amada y le cuenta todo… Pero Sagrario ya lo sabía, de modo que finalmente accede al matrimonio con él a pesar de sus diferencias de clase. La historia acaba felizmente y en medio de cantos y bailes de lo más alegres, como es tradición en toda buena zarzuela: don Generoso recupera su cordura y hasta el viudo Carracuco, a pesar de su flojedad y atrevimiento, se casa con Catalina para vivir desde entonces inmensamente felices en la bella y graciosa hacienda manchega”.

Éste es en resumidas cuentas el don de La Solana: la villa que rompió la maldición del amor fugaz, desmintiendo así el triste destino de su flor más preciada y pudorosa: la flor del azafrán.

10. Cielo y trigales. El paisaje de La Mancha. Autor, Fusky

Cielo y trigales. El paisaje de La Mancha. Autor: Fusky

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Paisajes literarios. La Mancha en la imaginación de Benito Pérez Galdós

Queremos rendir homenaje en este día a la insigne pluma de Benito Pérez Galdós, que en los comienzos de su carrera literaria nos regaló una preciosista, aunque dura, descripción de La Mancha. La estepa manchega, según sus propias palabras, «parece obra exclusiva del sol y del polvo», un lugar sin descanso y solaz para la vista que languidece entre colinas, cielos y llanos monótonos, perdidos en el olvido de la memoria. Pero en medio de estas palabras a nuestro parecer injustas, Galdós se recrea también plasmando en sus páginas un paisanaje de la imaginación. Se trata quizás del más bello razonamiento sobre la inspiración cervantina, y en definitiva, la explicación más lúcida de porqué fue esta tierra, y no otra, el lugar elegido para convertirse en cuna de nuestro inmortal don Quijote de La Mancha… Dejemos hablar a Galdós:

Una casita más que suficiente. Autor, Joser María Rodríguez

Una casita más que suficiente. Autor, Jose María Rodríguez

«Así atravesamos La Mancha, triste y solitario país donde el sol está en su reino, y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo; país entre todos famoso desde que el mundo entero se ha acostumbrado a suponer la inmensidad de sus llanuras recorrida por el caballo de don Quijote. Es opinión general que La Mancha es la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas, y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del wagon, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es cierto: La Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, es su propia desnudez y monotonía, que si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno.

Nuestros vigilantes. Autor, Joaquín Martí

Nuestros vigilantes. Autor, Joaquín Martí

La grandeza del pensamiento de don Quijote, no se comprende sino en la grandeza de La Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, don Quijote no hubiera podido existir, y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda».
Perez Galdós continúa con su descripción de La Mancha en un viaje, diríamos, iniciático de la obra cervantina. Pues tras ofrecernos esa visión simple y pueril de las soledades manchegas, propia de quien no ha conocido el llano sino de forma superficial, ahonda bajo la superficie para descubrir el verdadero tesoro de su evocación y fantasía. Es aquí donde nos quitamos el sombrero ante la maestría Galdosiana describiendo el verdadero carácter de esta tierra, un alegato a los amplios horizontes, al preciosismo de los pardos, los ocres y los dorados bajo el azul inmenso del palio celeste. Y un razonamiento magistral del acierto que tuvo Cervantes para plasmar aquí, y no en ningún otro sitio, la silueta de nuestro caballero de la Triste Figura cabalgando a lomos de su Rocinante, siempre en pos de nuevas aventuras… Solo hay que seguir leyendo a Galdós para comprobarlo:

En la vendimia. Autor, Daniel González

Cabalga y vendimia. Autor, Daniel González

«Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierra surcada por las veradas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace locos a los cuerdos, aquel campo sin fin, donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades, que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre, o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien lo ampare contra los opresores y tiranos.

La sombra de Don Quijote. Autora, Maite Moya Díaz - Pintado

La sombra de don Quijote. Autora, Maite Moya Díaz – Pintado

Necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representes el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, los cuales no necesitaban sino hablar, para asemejarse a colosos inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores».

Amanece en La Mancha. Autor, Ramón J. Zarza Carrasco

Amanece en La Mancha. Autor, Ramón J. Zarza Carrasco


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (2ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (2ª parte)

Las eras se construían en parcelas amplias de tierra, de unos 800 o 1000m², con el fin de tener espacio suficiente para las parvas y el trabajo constante de trillar, limpiar, acarrear y cargar el grano. Muchas eran de trazado rectangular, aunque las había circulares y de otras formas en función del terreno disponible. También según el terreno podían construirse atendiendo a 2 modelos distintos: las eras de tierra, también llamadas “terrizas”, y las empedradas. Estas últimas, de elaboración más compleja, tenían una resistencia mucho mayor y podían aguantar durante décadas con un mínimo mantenimiento.

En el caso sencillo de las terrizas, al dueño le bastaba con disponer de un terreno duro, firme y bien asentado. Entonces se limpiaba de rocas y vegetación, allanándose la extensión principal mediante un rodillo de piedra de gran peso conocido como «rulo». En el proceso de allanado se humedecía previamente el suelo para facilitar la compactación, y de seguido empezaba el trabajo de rodar la era, es decir, dar vueltas y más vueltas con la mula tirando del rulo hasta cubrir por completo toda su superficie. Solo al concluir el «paseo» la era quedaba lista para la trilla. Ciertamente el trabajo de construcción de terrizas resultaba muy sencillo, aunque en zonas donde había varias eras colindantes se adornaba un poco más el conjunto colocando lajas de piedra clavadas verticalmente por todo el perímetro, a modo de mojones. En la siguiente temporada de siega, el propietario únicamente tenía que limpiar la superficie de cardos y otras plantas silvestres antes de proceder al acarreo de la mies.

2. Trillando la parva en Villahermosa. Años ochenta. Autor, foto Arcángel Sánchez Briz

Trillando la parva en Villahermosa. Años ochenta. Autor: Arcángel Sánchez Briz

Otra cosa muy distinta eran las eras empedradas. Su elaboración resultaba mucho más costosa y se llevaba a cabo por cuadrillas dedicadas específicamente a este cometido. Las piedras utilizadas eran normalmente de roca caliza, más abundantes en el centro y este de la comarca, pero también se usaban lajas de piedra rodeno y cantos de río que se traían de lugares a menudo situados a gran distancia. Las eras empedradas comenzaban a construirse a finales de verano, una vez acabada la temporada de siega y trilla y antes que llegasen las lluvias de otoño. De esta forma la era podía quedar en reposo durante casi nueve meses (hasta dos años según los casos), tiempo suficiente para que la hierba y otras plantas formasen un denso tapiz de raicillas que apelmazasen y fijasen todo el conjunto. Hay que tener en cuenta que el empedrado se realizaba sin ningún tipo de mortero, de modo que resultaba obligado un plazo más o menos amplio de inactividad durante el cual la era no podía ser utilizada.

3. Limpiando el grano, una vez trillado. Autora, Plácida

Limpiando el grano, una vez trillado. Autora: Plácida

Para la construcción de una era empedrada había que elegir bien el terreno. Se situaban siempre en una zona alta y a ser posible abierta a todos los vientos, y a menudo también en lugares con pendiente, haciéndose necesario entonces construir un murete de piedra para asegurar el terreno. La cuadrilla contratada empezaba el trabajo allanando previamente el terreno con picos y palas a fin de nivelar toda la superficie y eliminar los altos y hondonadas del perfil. Todo el material extraído en este proceso se acarreaba por peones, muchas veces niños o adolescentes, que lo iban depositando poco a poco en montones hacia la parte exterior. El trabajo era duro y no estaba exento de percances. Después de la guerra civil fue relativamente frecuente encontrar granadas y explosivos perdidos en los alrededores de cualquier pueblo, y se dieron casos de accidentes mortales cuando un trabajador hacía explotar accidentalmente con su pico alguno de estos artefactos durante la construcción de la era.

El duro trabajo de la trilla. Autor, Pelayo2

El duro trabajo de la trilla. Autor: Pelayo2

Una vez nivelado del terreno comenzaba el proceso de empedrado. Para ello se tendían unas guías de cuerda de un extremo a otro y se colocaban bajo ellas las hileras de piedra maestra, de mayor tamaño que el resto. La cuadrilla trabajaba sin ningún tipo de mortero, añadiendo simplemente una base de tierra suelta procedente de los montones y «maceando» después cada piedra, hundiéndola y fijándola en esta base blanda mediante golpes de mazo. Una vez colocadas conformaban las “calles”, de unos 3 metros de anchura, donde los obreros plantaban seguidamente los guijarros de menor tamaño a modo de mosaico. El procedimiento era similar al de las lajas principales: tierra suelta debajo, piedras encima y un constante “macear” para asegurarlas bien al terreno, que quedaba así perfectamente compactado. Solo cuando las eras se construían en un terreno muy inclinado, el trabajo se completaba con un muro externo de piedra a fin de que no hubiese deslizamientos pendiente abajo.

Con la finalización del empedrado, la cuadrilla procedía finalmente a un trabajo de ampliación utilizando la tierra de los montones desalojada en la fase inicial. Esta tierra se extendía alrededor formando un anillo de varios metros de anchura, que se allanaba al igual que el resto obteniendo una era mucho más amplia que la inicial, con una parte interior de piedra y otra externa de tierra apisonada. Todo el conjunto quedaba así listo para la siguiente temporada, aunque a veces se dejaba reposar hasta dos años para que hierbas y raíces compactasen bien el terreno y quedase en perfectas condiciones para el duro trabajo de la trilla.

Aventando garbanzos. Horencio. Años ochenta. Autora, Plácida

Aventando garbanzos. Horencio. Años ochenta. Autora: Plácida

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Un canto singular en La Mancha. La leyenda del autillo

Un canto singular en La Mancha. La leyenda del autillo

Con la llegada de las cortas noches veraniegas, parques y arboledas se llenan como todos los años de paseantes, de niños y mayores buscando «la fresca» y, como cumpliendo con un rito ancestral, también de un sonido ciertamente monótono y repetitivo. Se trata de un canto tristón, aflautado y monocorde que se deja oír en la oscuridad cada pocos segundos, y que delata de paso a una de nuestras aves nocturnas más emblemáticas: el autillo. En muchas zonas del sur este toque le ha valido al autillo el poco atractivo nombre de «corneta», ya que cuando este animal decide asentarse cerca de las viviendas humanas puede hacerse muy difícil conciliar el sueño.

Carlos Uranga

La luna encuadrada en un aspa. Autor, Carlos Uranga

«Tiui… tiui… tiui» Así suena más o menos la llamada del autillo. Desesperante para el insomne, sin duda, pero no exento de atractivo si nos atenemos a la leyenda que explica su origen. Y es que hace muchos años vivieron en cierto lugar dos hermanos que se ganaban la vida custodiando los caballos del vecindario.

Una noche se desató una terrible tormenta, y a causa del temporal y los truenos que retumbaban en el valle se perdió una montura: precisamente aquella que esa misma tarde había estado montando uno de ellos, Ghioni. El otro, enfurecido, lo obligó a salir en mitad de la inclemente noche para buscarlo, y he aquí que no aparecieron nunca más ni el caballo ni el desdichado cuidador.

La perplejidad del autillo. Autor, Dominic Sherony

La perplejidad del autillo. Autor, Dominic Sherony

Su hermano recorrió durante muchos días los bosques cercanos tras la pista de Ghioni, pero todos los esfuerzos fueron baldíos. Una noche, agotadas sus fuerzas, se postró en el suelo del bosque para no levantarse más. Pero he aquí que la diosa Artemisa se apareció ante él, y con el fin de aliviar sus penas lo transformó en autillo, para que siguiese sin tregua tras la pista de su añorado hermano, noche tras noche. Y así lo hace: la vista penetrante, el vuelo raudo, e incansable en su llamada angustiosa que desde entonces los hombres oyen sin cesar durante las tranquilas madrugadas de estío: ¡Ghioni… Ghioni… Ghioni!

Bosque mediterráneo en el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera

Bosque mediterráneo en el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera. Autor, desconocido

Algo habrá de cierto, sin embargo, en esta leyenda de cariño filial. La ciencia afirma que los autillos son aves tremendamente emotivas, y las parejas duran toda la vida, hasta la muerte de uno de sus miembros. De hecho no es raro encontrar numerosas muestras de cariño en los autillos, y que hacen recordar (para el que tenga la suerte de descubrirlos) el amor que se profesaron alguna vez los desdichados hermanos de la leyenda…

Autor, Israel Jashir

De nuevo, la noche. Autor, Israel Jashir

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Fotografía de portada: El color de La Mancha. Autor, desconocido.
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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

En toda La Mancha y a principios de junio, con el inicio de la siega, comenzaba también para trilladores y “ereros” el arduo trabajo de trillar la mies, es decir, cortar la paja y espigas de la parva para liberar el grano. Durante todo el verano y medida que llegaban las galeras cargadas de candeal desde los campos cercanos, los “ereros” (gañanes a cargo del dueño encargados del trabajo en la era) descargaban las gavillas e iban agrupándolas en un gran montón llamado “hacina”. Galera tras galera, el candeal recién segado iba al suelo con la ayuda de horcas, y después se acumulaba a la espera de extender la parva y dejarla lista para la labor de las mulas y el trillador. Muchas de estas eras han desaparecido a medida que los pueblos crecían y se iban construyendo nuevas casas, barrios o naves de ganado. Pero todavía se conservan algunas de nombres evocadores, cuya sola mención nos trae a la mente unos tiempos y quehaceres hoy ya relegados al olvido.

Trillando en la estepa. Autor, Lito Encinas

Trillando en la estepa. Autor: Lito Encinas

Las eras eran terrenos llanos, de grandes dimensiones, construidas siempre en un espacio abierto en las inmediaciones del pueblo y normalmente de forma rectangular o circular. Por supuesto también existían eras en los cortijos, pero el volumen de trabajo en las cortijadas siempre era mucho menor. Trillar cerca del casco urbano facilitaba el acarreo de la mies desde los campos, así como el proceso de almacenaje y venta posterior del grano. En el pueblo confluían los principales caminos que atravesaban el término y allí se encontraban también los silos de la cámara agraria, adonde iba a parar la práctica totalidad de la cosecha.

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

El emplazamiento de la era tenía su importancia: debía estar siempre en lugares elevados y lejos de edificios, árboles u otros elementos que impidiesen la libre circulación del aire. Y es que en la era también se realizada la labor de “aventar”, es decir, separar la paja del grano de candeal mediante la acción del viento. Los “ereros” sabían que en una era abierta a todos los vientos podían trillar y aventar simultáneamente sin esperar a que soplase el aire en la dirección adecuada (lo que a veces tardaba días en producirse). Las eras se construían con un empedrado consistente en lajas de roca, normalmente de piedra caliza, con lo cual el trillado mejoraba en efectividad y se atenuaba además el grave deterioro a que estaban sometidas a lo largo del año: en verano por el paso de las galeras y el pisoteo continuo de animales y hombres; y en invierno por las inclemencias del tiempo, lo que obligaba a menudo a una reparación periódica para asentar y asegurar de nuevo el terreno.

Las eras tenían asimismo cierto detalle que las hacía todavía más eficaces: una suave inclinación. Y es que, con el fin de evitar que las lluvias encharcasen el terreno y lo inutilizasen, siempre se construían con una ligera pendiente para facilitar la evacuación del agua hacia el extremo más bajo. Así, mientras trilladores y gañanes corrían a guarecerse con la repentina aparición de una “nube” de verano, el agua corría por la lisa superficie de la era y, una vez escampado, quedaba libre de charcos y dispuesta rápidamente para el trabajo…

Trillando en los años ochenta. Autora, Plácida

Trillando en los años ochenta. Autora: Plácida

Las eras fueron de gran importancia en zonas de secano de todo el interior de España, donde una gran proporción del término se dedicaba al cultivo del cereal. Sin embargo, estas explanadas no se destinaban únicamente a grano y servían también para otros productos tan comunes como las legumbres (garbanzos, guijas o lentejas), cuya producción local era igualmente notable. Del volumen de trabajo que allí se llevaba a cabo da idea el gran número de eras que todavía se conservan en la mayoría de los municipios rurales, rodeando en ocasiones todo el perímetro del casco urbano: en definitiva, no existía zona donde estos terrenos llanos y empedrados no flanqueasen la entrada a la población, una presencia que hoy en día sigue formando parte del paisaje físico, cultural y también nostálgico del gran territorio manchego.

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955