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La Mancha en los textos de Washington Irving

La Mancha en los textos de Washington Irving

Quizás fuera Washington Irving, un neoyorquino de buena familia nacido en 1783, el que mejor plasmara literariamente los paisajes naturales y humanos de la tierra manchega. En su celebérrima obra «Cuentos de la Alhambra», y antes de cantar el feliz encuentro con Granada y su vega de reminiscencias moras, Washington se lanzó a describir las sensaciones que le causaron las estepas eternas de la meseta española, tanto en lo referente al paisaje como en el de las gentes que lo habitaron y recorrieron incansables de un lado a otro. Os invitamos a conocer estas vivencias en la siguiente selección de textos de nuestro artículo de hoy:
«El viajero puede atravesar, en ocasiones, grandes sembrados de cereales, que abarcan hasta donde llega la vista, y que pueden aparecer en ocasiones como un mar de verdor y en otras desnudos y requemados por el sol. Pero, en vano se busca la mano que los trabajó. Al fin se percibe una aldea, sobre una empinada ladera o un risco roquero, con murallas a punto de desplomarse y el torreón en ruinas; una plaza fuerte, en el pasado, durante las guerras fratricidas o las incursiones de los moros; porque, como consecuencia de los ataques de los salteadores, aún existe en la mayor parte de España la costumbre de que los campesinos se agrupen para defenderse mutuamente.

Diego Sevilla Ruiz

Los tonos de La Mancha. Autor, Diego Sevilla Ruíz

Pero, aunque una gran parte de España tiene carencia de arboledas y bosques y del sedante y encantador atractivo que proporcionan los cultivos, sin embargo, sus paisajes poseen en su austeridad, una gran nobleza a la que se añaden los valores de su gente; yo creo que entiendo mucho mejor al español orgulloso, resistente, frugal y sobrio, su hombría al desafiar las dificultades y su desprecio del relajamiento afeminado, desde que he conocido el país y sus moradores.

Patio-de-la-casa-de-los-Estudios-en-Villanueva-de-los-Infantes.-Autor-Rafa

Patio de la casa de los Estudios en Villanueva de los Infantes. Autor, Rafa

Hay algo también en la adusta sencillez de las tierras españolas que se imprime en el espíritu con una emoción sublime. Las inmensas llanuras de las Castillas y de La Mancha, que se extienden hasta donde el ojo alcanza, atraen el interés precisamente por su propia desnudez e inmensidad, y poseen, en cierto grado, la grandeza solemne del océano. Al recorrer esos baldíos inmensos, la vista capta, aquí y allá, un rebaño trashumante, guardado por un solitario pastor, inmóvil, como una estatua, con su enhiesto cayado enhiesto en el aire como una lanza; o se puede percibir una recua de mulas moviéndose cansinas por la paramera como una caravana de camellos en el desierto; o un solitario jinete, rondando por el llano, armado con trabuco y estilete. De forma que el país, sus costumbres y la apariencia de sus habitantes tienen algo del carácter árabe».

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Bombo en Tomelloso. Autor, Miguel Angel Corral Sánchez

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Fotografía de portada: Torreón de la Higuera. Villamanrique. Autor, Francisco Jaramillo
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De paseo por las Lagunas de Ruidera

visita-guiada-Ruidera-y-Peñarroya-turismo-de-naturaleza-y-cultural-Argamasilla-de-Alba

Tan largo como interesante resulta para el viajero excursionista la Ruta de Don Quijote. Poblaciones de densidad histórica y monumental poco común; paisajes hermosos cuajados de viñedos, el cultivo que mejor define el presente manchego; poblaciones pequeñas pero llenas de encanto; iglesias ante las que hay que quitarse el sombrero, y sólidas referencias quijotescas. Pocos lugares aparecen tan definidos en El Quijote como algunos de los que conoceremos en esta ruta.
Si Cervantes dejó un velo de ambigüedad –quizá para complicar la vida a los críticos- sobre los lugares de las andanzas de su caballero andante, fue muy preciso al situar algunas de sus aventuras centrales en el entorno de Ruidera: las lagunas y la cueva de Montesinos. A ellas nos dirigiremos en esta ocasión.

Sabinas cerca de Villahermosa. Autor, acusticalennon

El paisaje es decididamente de monte bajo: pinos, sabinas y, sobre todo, encinas crecen en las laderas y en las pequeñas crestas que nos rodean. La tierra está salpicada de plantas aromáticas. Una auténtica sinfonía de aromas silvestres. Cada poco saltan liebres y conejos que tienen aquí sus madrigueras.
Sin previo aviso, la tierra se abre y nos presenta a la cueva, la de Montesinos. Uno de los pocos lugares ante los que los cervantistas no se han tenido que devanar los sesos tratando de desentrañar la localización.
Para recordar las fantásticas visiones que tuvo en ella Don Quijote, nada mejor que echar mano del libro y dejarse llevar por los encantamientos en él vividos por el ingenioso hidalgo, capaz de transformar las simples paredes de roca de esta cavidad en un cristalino palacio, todo de alabastro, tal como nuestro protagonista lo relata a Sancho.

En la cueva de Montesinos. Autor, Jesús Pérez Pacheco

En la cueva de Montesinos. Autor, Jesús Pérez Pacheco

De nuevo en el camino y tras recorrer un paraje hermosísimo llamado la Quebrada del Toro, llegamos a nuestro destino: “¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!”. Si el paisaje no responde a la poética descripción quijotesca, poco le falta. El color variable de las aguas –verde brillante, verde oscuro, negro en ocasiones-, las paredes rocosas que las enmarcan, los álamos y chopos que crecen en las riberas, las playas naturales de las orillas…
“… solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de La Mancha, las llaman lagunas de Ruidera…”

Atardecer en las Lagunas de Ruidera. Autor, josebl

Atardecer en las Lagunas de Ruidera. Autor, josebl

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Fotografía de portada: El agua de laguna a laguna. Autora, María Teresa Moya Díaz – Pintado
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La Mancha y el gorrino de San Antón. Una tradición milenaria

San Antón. 1. Hoguera y caballería. Autor, David Ramos

En numerosos pueblos manchegos y de toda España la llegada de la tradicional fiesta de San Antonio Abad da inicio a otra costumbre no menos valorada: el famoso gorrino de San Antón. Es además una de las contadas ocasiones en que la tradición de origen religioso, siempre ligada a un día concreto del santoral, se extiende de forma ininterrumpida durante los doce meses del año. Las peculiares andanzas del gorrino de San Antón nacen con el propio San Antonio Abad, del que se decía que era amigo de todos los animales y especialmente de los cerdos pequeños o “cochinillos”. Este singular eremita vino al mundo a mediados del siglo III d.C. en el Alto Egipto, y con escasos 20 años de edad vendió todas sus posesiones y se retiró a una vida ascética y contemplativa en el desierto. Los hagiógrafos afirman que a la muerte de su amigo Jerónimo de Estridón, Antonio le dio cristiana sepultura ayudándose de leones y otros seres de dos y cuatro patas. De ahí viene sin duda su acertada elección como patrón de los sepultureros y de los animales.

2. Bendiciendo mascotas el día de la Fiesta

Bendiciendo mascotas el día de la Fiesta

Pero la leyenda que más nos interesa es la que tiene que ver con el cerdo salvaje que decidió acompañarle toda su vida, una vez que el santo le otorgó el milagro de devolverles la vista a sus jabatos. Los cristianos de siglos posteriores acostumbraban a representar a San Antonio con un cerdo domado a sus pies, dando a entender así que el santo había logrado dominar la impureza con su vida milagrosa. Se cree que la tradición del cerdo de San Antón se remonta al menos a la Edad Media, pues era costumbre de hospitales y hospederías soltar sus animales para que pastasen libremente por los alrededores. Para evitar que cualquier desalmado los robase era rito obligado ponerlos bajo la tutela y el patrocinio del santo: nadie en su sano juicio se atrevería a llevárselos provocando la ira de su benefactor.

3. El gorrino de San Antón. Autor, Cruccone

El gorrino de San Antón. Autor, Cruccone

En los meses de febrero o marzo de cada año, era común hasta hace muy poco donar un cochinillo como agradecimiento a algún favor recibido de San Antonio. Por lo general se le colocaba en el cuello una cinta de color con una campanilla, y tras ello se soltaba para que deambulase libremente por las calles en busca de alimento y compañía. Desde luego el cochino no tenía que complicarse mucho la vida para encontrar el sustento, puesto que al sonido alegre de la campanilla los vecinos sacaban rápidamente a la calle cualquier golosina, restos de comida, harina de cebada o salvado. Otras veces se trataba simplemente de granos de cebada, guisantes o guijas, pero en cualquier caso alimentos perfectamente apetecidos por el animal, que como todo el mundo sabe es capaz de ingerir cualquier cosa. Corren cientos de anécdotas acerca de la voracidad y el exceso de confianza que el cerdo adquiría con el tiempo, a lo largo de las semanas y meses de vida virginal. Entre ellas nos ha llamado la atención la de aquel cochino que aprovechó una puerta abierta para colarse dentro de la vivienda, dirigiéndose de inmediato hasta el lugar donde el niño de pocos meses dormía en su cuna. Aunque la madre pudo echar a tiempo al animal éste ya había hecho desafortunadamente de las suyas: con los años, aquel niño confiado recibió el significativo nombre de “desorejao”.

 

4. Hoguera de San Antón. Autor, Jose María Moreno García

Hoguera de San Antón. Autor, Jose María Moreno García

Era asimismo frecuente aprovechar los hoyos y baches de las calles, o bien las cunetas de los caminos cercanos, para vaciar unos cuantos cubos de agua y preparar así al gorrino un magnífico baño donde revolcarse. De forma natural estos animales se dan con frecuencia baños de barro para librarse de los parásitos, por lo que el animal agradecía sinceramente el detalle, aún más si se realizaba durante las largas y calurosas jornadas veraniegas. Día tras día acudía al lugar donde la comida disponible era más de su agrado, una especie de “menú a la carta” que ya hubieran querido muchos de sus vecinos humanos. Con la comida le facilitaban el agua, y cuando en aquella casa ya no había nada que rascar, cambiaba sin dudarlo de restaurante en una búsqueda constante de mimos no siempre merecidos.

5. San Antonio Abad. Obra de Francisco Zurbarán (1598-1664)

San Antonio Abad. Obra de Francisco Zurbarán (1598-1664)

Como es lógico, nadie se atrevía a molestar al gorrino puesto bajo la advocación del santo, aunque hay que decir que tampoco eran todo perlas para el animal, ya que las cuadrillas de chicos no entendían de rezos y solían perseguirlo por calles y plazas en pos de una diversión asegurada. También debía tener cuidado con la circulación de carros y caballerías, aunque los conductores se cuidaban muy bien de cometer la imprudencia de atropellarlo y asegurarse una desgracia celestial. Hasta para pasar la noche el gorrino tenía suerte, puesto que cuando no se buscaba un sitio cobijado en algún almacén, o en una caseta de peones carreteros abandonada, siempre había quien le ofreciese un rincón en las cuadras o en el corral de su casa, preparándole para ello un buen lecho con paja reservada a sus bestias.

 

6. En busca de la bendición del Santo. Autor, Luipermom

En busca de la bendición del Santo. Autor, Luipermom

Así transcurrían apaciblemente los días, semanas y meses de aquel año de gloria. Pasaba el verano y avanzaba el otoño lluvioso, y aquel cochinillo se había convertido para entonces en un lustroso cerdo de notables proporciones. Al término de las Pascuas los cofrades de San Antón o los vecinos del barrio aledaño a la ermita, se dedicaban a vender boletos de rifa por todo el pueblo con la malsana intención (para el cerdo) de rifar al animal y costear así los gastos de los festejos, así como alguna que otra reparación inexcusable. A este loable cometido se unía el de los jóvenes pidiendo leña de casa en casa para la famosa hoguera, a encender durante la noche de la víspera de San Antón en las inmediaciones de la ermita. Era frecuente que los chavales llamaran a las puertas al grito de: “¡Leña para la hoguera de San Antón!”; si el vecino respondía con una aportación los niños lo bendecían con un “¡Que San Antón se lo pague!”; en caso contrario la maldición de la chiquillería era solemne: “¡Si qui’a se le muera el gorrino!” (es decir, “si quiera se le muera el gorrino”, en el sentido de «ojala se le muera»).

7. Espectacular hoguera de San Antón. Autor, Culpix

Espectacular hoguera de San Antón. Autor, Culpix

Además de la pira oficial casi todas las casas del pueblo solían encender su propia hoguera (eso sí, de menores dimensiones) frente a la puerta de la calle, con el fin de que el Santo protegiera de todo mal a caballerías, cochinos, gallinas, conejos, palomos, perros u otros animales del estilo. De hecho el fuego ha sido considerado secularmente un símbolo de purificación y remedio infalible para ahuyentar las calamidades. Se sabe incluso que durante la Edad Media fue utilizado para limpiar una maldición también asociada al Santo, y ciertamente temible por su carácter incurable: el fuego de San Antón o ergotismo. Se trataba de una enfermedad causada por la ingesta de centeno contaminado por cornezuelo, un hongo parásito del cereal, y que provocaba a la víctima síntomas típicos de intenso frío y posterior quemazón en el cuerpo. En estados avanzados el mal desembocaba en graves mutilaciones, parálisis e incluso la muerte. Los que sobrevivían a ésta y otras enfermedades similares como la lepra, por lo común marcados de por vida con graves deformaciones, eran llamados “gafos” por las gentes ignorantes de la época, un insulto tan terrible que no podía aplicarse a ninguna persona “honorable” sin riesgo de abonar multas que podían llegar hasta los diez maravedíes.

8. Procesión del Santo. Autor, Luipermom

Procesión del Santo. Autor, Luipermom

Y por fin llegaba la jornada del 17 de enero, el día oficial de la fiesta. La mañana, como es lógico, se dedicaba a oficiar la misa y la procesión de San Antón recorriendo varias calles del pueblo. Cuando la localidad era pequeña y la procesión tenía visos de acabar demasiado pronto, los cofrades solucionaban la papeleta dando varias vueltas al casco urbano… No hay dificultad que no pueda ser salvada por la devoción de las gentes. Al caer la tarde los jóvenes se dedicaban a “santonear”, es decir, a deambular por las calles con caballerías (mulos, caballos, burros), normalmente al trote rápido o al galope y con el consiguiente riesgo de caídas, vuelco de carros o atropellos generalizados. La mayoría, sin embargo, se lo tomaban con mayor parsimonia y así llevaban en brazos a sus mascotas preferidas hasta el lugar donde aguardaba la imagen del Santo, a fin de lograr su bendición por aquel año. En definitiva todo un día de festejos en mitad del oscuro invierno, lleno de intensidad y haciendo valer ese dicho popular tan arraigado que afirma que: “Hasta San Antón, Pascuas son”.

 

9. El misterio de las hogueras. Autor, David Ramos

El misterio de las hogueras. Autor, David Ramos

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Manchegos de leyenda. La vida de Santo Tomás de Villanueva (2ª Parte)

Santo Tomás de Villanueva 2ª parte

El convento de Agustinos de Santo Tomás de Villanueva, situado en la localidad manchega que lo vio nacer y hoy declarado Bien de Interés Cultural, es prueba palpable de la importancia que este santo tuvo para la trayectoria espiritual de nuestro país. En el interior de este edificio barroco del siglo XVIII se conserva la habitación donde su madre Lucía lo trajo al mundo, así como la pila bautismal en la que fue bautizado y que perteneció a la antigua iglesia de Santa Catalina. Como todos los edificios conventuales de esta época, el convento de Agustinos es una construcción sobria, cuadrangular y dispuesta alrededor de un patio interior rodeado de claustro porticado. En la planta baja se situaba el refectorio y otras dependencias comunes, mientras que el primer piso era destinado a las celdas de los 20 o 25 monjes que allí habitaron durante casi un siglo (hasta los años de la desamortización del ministro Mendizábal).

Esa sobriedad fue el mejor homenaje que pudo hacerse en Fuenllana a Santo Tomás, puesto que su vida fue en realidad un continuo ejemplo de desprendimiento y pobreza. Se dice que una vez nombrado arzobispo de Valencia, en su casa jamás quiso tener paños de seda ni tapicería alguna que demostraran riqueza, y que para dormir utilizaba un lecho de sarmientos sobre el suelo al lado de la cama arzobispal.

Santo Tomás de Villanueva Fuenllana Campo de Montiel Castilla La ManchaVisita escolar a Fuenllana. Plaza de Santo Tomás de Villanueva

Para evitar cualquier lujo, la casa de Santo Tomás disponía de un pequeño cuarto que hacía las veces de celda y adonde se retiraba siempre para realizar sus oraciones. Existía allí una mesa con un pequeño cajón donde guardaba aguja, hilo, tijeras y todo el recado necesario para remendar sus ropas, puesto que aún siendo prelado de la Iglesia se comportaba como el monje que siempre fue, y se remendaba hasta los zapatos cuando se gastaban demasiado.

Se dice que un día vino un religioso a su casa y, encontrando ese aposento abierto, entró sin llamar y halló a nuestro hombre sentado en una silla baja, ocupado en remendar sus calzas. El buen canónigo se escandalizó de que tal cosa hiciese, puesto que no era propio para la dignidad de un arzobispo de Valencia, a lo cual Santo Tomás respondió: “Aunque me han hecho arzobispo, no dejo de ser religioso; he profesado pobreza y me alegro de hacer de vez en cuando lo que hacen los frailes pobres. Y con ese real que me ahorro puede comer mañana un pobre”.

Continuará…

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Cabalgando con Don Quijote. El código y las reglas de Caballería (2ª Parte)

Reglas de Caballería

Afirmaba Alfonso X el Sabio que el caballero debía ser de carácter duro para sufrir trabajos y males de todo tipo. Y a este hombre, “el más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás (…)” se le da el caballo, una bestia noble al servicio del bien, “y que por esta razón el elegido era llamado caballero”. Don Quijote tenía claros sus objetivos en la vida, que no eran otros que los de defender a la Iglesia católica y a su señor terrenal; ayudar a las viudas, huérfanos y pobres; cabalgar, romper lanzas, acudir a justas y torneos y cazar; tener castillo y caballo para guardar caminos y defender a los labradores; y por supuesto, practicar virtudes y destruir a los malvados.

Entrada a La Mancha. Autor, José Rodríguez

Entrada a La Mancha. Autor, José Rodríguez

Que el caballero debía estar siempre dispuesto a sufrir por honor, es algo que destila en cada página de la obra cervantina. Al caballero lo impulsaba el amor a la lucha: combatir a caballo o a pie cubierto de una armadura de 25 kg de peso; chocar contra un adversario al galope, mientras se enristraba una lanza de casi 6 metros de longitud; dar y recibir golpes con la espada o el hacha; vivir hoy con comida de sobra y mañana de pan mohoso o galletas, o de nada; poco o ningún vino; agua de un charco; pésimos cuarteles al abrigo de una tienda o de unas ramas; escaso sueño y con la armadura puesta, siempre a la espera de un ataque imprevisto o del olor infalible de la traición…

Ilustración del Quijote. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Ilustración del Quijote. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Para ser caballero era necesario armarse como tal, para lo que se necesitaba un igual, caballero de digno linaje y a ser posible veterano en probados hechos de armas. De ahí que nuestro hidalgo buscase para tal fin al castellano de la primera fortaleza que encontró (y que otros confundieron con una venta). Ni una mujer, por emperadora o reina que fuera, o un clérigo, podían armar caballero a un aspirante de forma lícita. Al día siguiente, y solo después de cerrar sus juramentos, nuestro caballero podría al fin ceñir la espada y cabalgar en su montura, símbolos que en definitiva han de adornar de virtudes su existencia hasta el último aliento de vida.

Venta de Don Quijote. Autor, Jibi44

Venta en La Mancha. Autor, Jibi44

Quizás el prototipo más conseguido de caballero medieval, ese que don Quijote habría admirado sin dudar un momento, se encuentre en la figura del rey ciego Juan de Bohemia, que vivió en pleno siglo XIV. Este monarca apenas se perdió una contienda militar en Europa, y cuando no había guerra que batallar descansaba concurriendo a los torneos, en uno de los cuales al parecer recibió la herida que le cegó. Aliado del francés Felipe VI y al frente de quinientos caballeros, Juan luchó contra los ingleses siempre en primera línea de batalla, ya totalmente ciego. En Crécy pidió a sus caballeros que le llevasen más adentro en la batalla para descargar más espadazos. Entonces doce de ellos anudaron sus bridas y, con el rey a la cabeza, avanzaron hasta lo más recio de la pelea, “tan lejos que jamás retornaron”. El cadáver de Juan de Bohemia se encontró al día siguiente entre los de sus fieles acompañantes, mientras sus corceles seguían atados y paciendo allí cerca…

Sancho Panza en la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Stephen Haworth

Sancho Panza en la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Stephen Haworth

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Fotografía de portada: Duelo de Caballeros de época romántica. Museo del Louvre. Delacroix, 1824.
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Cabalgando con Don Quijote. El código y las reglas de Caballería (1ª Parte)

Cabalgando con Don Quijote. El código y las reglas de Caballería

Cuéntase en el capítulo primero del Quijote que: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo”. Ciertamente, las andanzas de nuestro ingenioso hidalgo hubieran sido otras (y mucho menos divertidas) de no toparse éste con aquellos libros de caballeros andantes y damas enamoradas, añorantes en sus torres de cristal, y que tanto furor causaron en la sociedad del bajo Medioevo. ¿Qué buscaba ese Palmerín de Inglaterra, o bien ese Amadís de Gaula, cabalgando incansables en sus corceles por esos caminos de Dios? ¿A qué cuento venían tantas heridas, costaladas y quebrantos de brazos, como las que daba y recibía don Belianís, y para qué el arrojo mostrado por don Galaor, “que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga”?

De molinos. Autor, Mario Lapid

De molinos. Autor, Mario Lapid

En teoría, la finalidad de los caballeros medievales no era pelear por placer, sino en defensa de los oprimidos y para conservar el orden, la justicia y la virtud. Estos elevados propósitos les libraban por cierto del pago de impuestos, cosa que si debía hacer el vulgo, lo que al cabo de los tiempos derivó en una creciente animadversión hacia los privilegios de la nobleza… Pero éste es otro cantar. Don Quijote quiso vivir en pleno Quinientos inmerso en un mundo no ya desaparecido, sino ridiculizado hasta la saciedad, donde la persona de cuna aristocrática se pegaba a la espada como cédula de identidad y no solo para librarse de los impuestos, sino también por propia estimación. La lucha representaba su meta más excelsa. Uno de aquellos caballeros de las “Chansons de Geste” del siglo XIII insistía diciendo: “Ninguno de nuestros padres murió en casa; todos perecieron por el acero frío de la batalla”, mientras que otro de aquellos héroes, Garin li Loherains, afirmaba que “Si tuviera un pie en el Paraíso, lo retiraría para ir a pelear”.

Atardecer en La Mancha. Autor, Diego Sevilla Ruiz

Atardecer en La Mancha. Autor, Diego Sevilla Ruiz

Sin duda nuestro hidalgo de La Mancha debió de leer las palabras infames del trovador Bertrand de Born, de noble estirpe, antes de lanzarse a la aventura a través de las planicies manchegas. Mucho más explícito, aquel francés declamaba en una de sus poesías:

“Mi corazón se hincha de gozo cuando veo
fuertes castillos cercados, estacadas rotas y vencidas,
numerosos castillos derribados,
caballos de muertos y heridos vagando al azar.
Y cuando las huestes choquen, los hombres de buen linaje
piensen solo en hender cabezas y brazos,
pues mejor es morir que vivir derrotado…
Os digo que no conozco mayor alegría que cuando oigo gritar
“¡Sus! ¡Sus!” en ambos bandos, y el relincho de corceles sin jinete,
y quejidos de “¡Favor! ¡Favor!”,
¡y cuando veo a grandes y pequeños
caer en zanjas y sobre la hierba,
y veo a los muertos atravesados por las lanzas!
Señores, ¡hipotecad vuestros dominios, castillos y ciudades,
Pero jamás renunciéis a la guerra!

Continuará…

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Blanqueando en La Mancha. La caliza y los hornos de cal

Blanqueando en La Mancha. La caliza y los hornos de cal

Gran oficio éste, y muy antiguo. Para hablar de la cal y de su fabricación nos deberíamos remontar muchos años atrás en nuestra historia, pues se cree que ya los íberos fabricaban este material. Pero nuestros conocimientos son abundantes sobre todo con la edad moderna, cuando el trabajo en los hornos llegó a ser una actividad muy frecuente, y un trabajo complementario en el ciclo de faenas del mundo rural. El proceso de transformación de la piedra base (la caliza, rica en carbonato cálcico) en cal se hacía por combustión, en el interior de un horno redondeado y perforado bajo tierra o roca. Se necesitaban temperaturas de 800°C, puesto que el carbonato cálcico debe eliminar el anhídrido carbónico y pasar a óxido de calcio. La cal obtenida tenía muchas aplicaciones: servía por enjalbegar, desinfectar, para sulfatar las plantas contra las plagas, y finalmente para la construcción de casas, cortijos y corrales.

Calle de casas encaladas en Villanueva de los Infantes. Autor, Victor Chaparro

Calle con casas encaladas en Villanueva de los Infantes. Autor, Victor Chaparro

Pero este proceso no era fácil. Para lograrlo se necesitaba una preparación larga y pesada, que duraba alrededor de unos tres meses y comenzaba entre enero y febrero, cuando las faenas agrícolas eran más escasas. Antes que nada se necesitaba combustible, que podía obtenerse desembrozando el bosque. Normalmente el propietario ofrecía gratuitamente esta leña porque la limpieza vegetal evitaba el riesgo de incendios, propiciando además un bosque más productivo. Esta leña se apilaba en haces de un peso aproximado de 30 kilos, que se transportaban después hasta el horno. Para hacernos una idea, en un horno de 800 quintales de piedra (1 quintal = 40 kilos) hacían falta unos 2.000 haces de leña.

Cerrada a cal y canto. Autor, Antonio Monleón

Cerrada a cal y canto. Autor, Antonio Monleón

El siguiente paso era la pesada faena de arrancar la piedra idónea con picos. Después se transportaba junto con la leña en carros hasta el lugar donde estaba situado el horno. Éste se llenaba poniendo en forma circular las rocas dependiendo de su medida: abajo las más gruesas y arriba las más pequeñas. Finalmente, en la parte inferior se dejaba una ventana o «boca» para introducir la leña con una horca. Cuando comenzaba el encendido ya no se podía parar el proceso hasta que el maestro o capataz decidiera que la piedra estaba bien cocida.

Molino de viento. Campo de Criptana. Autor, J. Roldan

Molino de viento. Campo de Criptana. Autor, J. Roldan

Un horno de la capacidad antes mencionada tardaba de ocho a diez días en cocer todo su contenido. Cuando el maestro opinaba que ya estaba a punto, sellaban la boca del horno y la parte superior con piedras y fango durante cuatro o cinco días más. Tras este tiempo se destapaba y se recogía la cal, transportándose en carros para su uso final. Por desgracia, de esta antigua actividad tan extendida por nuestros montes en el pasado ya solamente resta el mudo testigo de aquellos hornos, que en la actualidad apenas son visibles, hundidos por la vegetación y los estragos causados tras el paso del tiempo.

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Entre flores de azafrán. La Solana y su Festival de la Zarzuela

Entre flores de azafrán. La Solana y su Festival de la Zarzuela

El próximo 17 de octubre arranca en La Solana la XXXI edición de la Semana Nacional de la Zarzuela, un acontecimiento que a lo largo de tres décadas ha conseguido el difícil logro de hacerse valorar tanto por la crítica más rigurosa como por el público. De hecho se trata de un festival único en España dentro de su categoría, que recibe una media de 4500 visitantes cada año y que en 2008 le fue concedido el galardón de Fiesta Turístico regional de Castilla La Mancha. La aventura folklórica solanera viene de lejos, concretamente de 1928, cuando viajaron a la Solana los libretistas Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, acompañados por el compositor Jacinto Guerrero, con el fin de inspirarse y buscar ambientación para su obra “La Rosa del Azafrán”. Federico Romero residió largas temporadas en esta localidad, y se sabe que varios personajes de la obra están basados en vecinos que por aquella época residían en el lugar. La composición, en dos actos, vio finalmente la luz dos años después en el Teatro Calderón de Madrid, y gozó desde un primer momento de gran popularidad debido no solo a sus melodías, sino también a que se trataba de una versión libre de la comedia de Felix Lope de Vega, El perro del Hortelano.

1. Plaza mayor de La Solana. Autor, Javier Domenech

Plaza mayor de La Solana. Autor: Javier Domenech

Sin duda, la zarzuela se merece un evento de estas características en nuestro país. Denigrada y olvidada en el último siglo, posee sin embargo una trascendencia histórica innegable que la convierten en el género operístico español por excelencia. Puede decirse que es la forma local de la opereta, género cultivado en otras partes de Europa, y que se basa al igual que la zarzuela en la combinación de partes musicales y partes habladas. Sus antecedentes hay que buscarlos en nuestro añorado Siglo de Oro, cuando autores como Lope de Vega o Calderón de la Barca comenzaron a explorar las posibilidades de esta nueva forma de expresión artística. Sin ir más lejos, la obra de Calderón titulada “El golfo de las Sirenas” fue presentada ya por su autor con el apelativo de zarzuela, el nombre de un pabellón de caza cercano a la capital española donde se estrenaron las primeras representaciones de esta índole.

3. Escena de la zarzuela La Rosa del Azafrán. Autor, ACAZ

Escena de la zarzuela La Rosa del Azafrán. Autor: ACAZ

Durante el siglo XVIII se pusieron de moda las zarzuelas basadas en el estilo operístico italiano, pero fue con la llegada del madrileño Ramón de la Cruz (quien cultivó con gran éxito el sainete) y sobre todo con la entrada del siglo XIX cuando el género de la zarzuela alcanza su apogeo indiscutible. Entra en escena el hoy considerado como padre de la zarzuela, Francisco Asenjo Barbieri, así como el músico y prolífico compositor Emilio Arrieta, quienes se encargan de dar a las composiciones su forma moderna. Aparecen canciones pegadizas que el público aprendía rápidamente, y se adoptan temas costumbristas o cómicos de tradición española, fácilmente amoldables a la estructura heredada de otras épocas: números hablados y cantados; coros, y por supuesto escenas cómicas y a menudo picantes, interpretadas casi siempre por un dúo de personajes.

4. Busto de Ramón de la Cruz, cultivador del sainete. L. Coullaut, 1913

Busto de Ramón de la Cruz, cultivador del sainete. L. Coullaut, 1913

Fue la necesidad de adoptar las representaciones a las crisis ocasionadas por las guerras lo que trajo consigo el llamado “teatro por horas”. De este modo, para la segunda mitad del XIX comenzó a ser frecuente hablar de género chico, o zarzuela en un solo acto, y género grande cuando se incluían dos, tres o más actos…. Claro que el bolsillo de los espectadores comenzaba a marcar estilo, así que el género chico terminó imponiéndose por sus precios más asequibles. Con la llegada del nuevo siglo, la guerra civil española y la posguerra llevaron la zarzuela casi a su total desaparición. Los autores escasean y las obras son costosas de representar en los duros tiempos del hambre y el estraperlo, de modo que resultó inevitable que el género acabase degenerando para dar lugar a una variedad picarona y de fuerte contenido sexual, muy al gusto de aquella época: la revista.

5. Representación de la zarzuela Los Gavilanes. Autor, ACAZ

Representación de la zarzuela Los Gavilanes. Autor: ACAZ

Desde que en 1984 la Semana Nacional de la Zarzuela iniciara su andadura en La Solana, el esfuerzo y la ilusión de sus habitantes por hacer de este género un sello distintivo de la localidad, ha permitido que la población sea conocida ya con el apelativo de “Villa de la Zarzuela”. Para este año 2014 se persigue un ambicioso objetivo: conseguir que el Festival sea declarado de Interés Turístico Nacional, y en base a ello la Asociación Cultural Amigos de la Zarzuela “Federico Romero”, organizadora habitual del evento, presenta un extenso programa de 8 días en el que se incluyen actividades tan variadas como las jornadas escolares tematizadas sobre el mundo de la zarzuela, o la escenificación en la modalidad de popurrí de diferentes obras, todas ellas muy conocidas, a cargo de la compañía lírica Maestro Andrés Uriel. Pero sin duda, los actos más esperados por el público son las seis zarzuelas completas a representar en el Teatro-Auditorio Tomás Barreda de La Solana, entre las que se encuentran «La del manojo de rosas» , «Agua, azucarillos y aguardiente» y  «La Revoltosa».

6. Zarzuela Luisa Fernanda. Autor, ACAZ

Representación de la zarzuela Luisa Fernanda. Autor: ACAZ

Las obras “Los marqueses de Matute” y “La Corte de Faraón”, darán paso el domingo 26 a la zarzuela solanera por antonomasia, “La rosa del azafrán”, cuyo argumento está basado en el inagotable pero frágil don del amor. Frágil como la flor del azafrán, que brota al salir el sol y alegra los corazones tan solo un día, para marchitarse sin remedio con la llegada del crepúsculo. Para los que gusten de una historia bien contada, les dejamos con el curioso relato de los acontecimientos:

7. Recolectando el azafrán. Autor, Jose María Moreno García

Recolectando el azafrán. Autor: Jose María Moreno García

“En una hacienda de La Solana un labrador llamado Juan Pedro es contratado para trabajar los campos, y encandilado por las gracias de Catalina, la pide en matrimonio. Como es costumbre ésta solicita permiso a su ama Sagrario para casarse con él, a lo que la dueña acepta a regañadientes ya que ella también se siente atraída por el guapo labrador. Llega mientras tanto la cosecha del azafrán, y mientras las mujeres de la hacienda extraen los preciosos botones anaranjados, Juan Pedro le confiesa finalmente su amor a Sagrario, pero ésta, aunque enamorada de él, lo rechaza airadamente por ser de una clase social inferior. El pobre labrador decide entonces abandonar la hacienda, totalmente abatido y frustrado por su amor imposible.

8. En busca de los botones de azafrán. Autor, Gabillo

En busca de los botones de azafrán. Autor: Gabillo

Pasa un año, y en ese tiempo Catalina es pretendida por el viudo Moniquito, que aunque apasionado es algo atrevido y de pocos atractivos. Mientras tanto el anciano don Generoso anda medio loco por las calles del pueblo, ya que perdió un hijo en su juventud, y a pesar del esfuerzo de sus vecinos no hay nada que le haga recuperar su cordura. En éstas regresa Juan Pedro a la hacienda, pues no había olvidado a Sagrario (ni Sagrario a él, por supuesto), y al ver su amor tan imposible decide pedir consejo a Custodia, mujer sensata en el pueblo aunque algo alcahueta en sus maneras. Ésta le plantea un arriesgado plan: hacer pasar al labrador por el hijo de don Generoso, de modo que el anciano pueda recuperar la cordura, al tiempo que Juan Pedro aumente sus activos de cara a las pretensiones con Sagrario.

9. Otra vista de la recolección del azafrán. Autor, Jose María Moreno García

Otra vista de la recolección del azafrán. Autor: Jose María Moreno García

En la última escena, la de la boda, Juan Pedro decide liberarse del engaño a que ha sometido a su amada y le cuenta todo… Pero Sagrario ya lo sabía, de modo que finalmente accede al matrimonio con él a pesar de sus diferencias de clase. La historia acaba felizmente y en medio de cantos y bailes de lo más alegres, como es tradición en toda buena zarzuela: don Generoso recupera su cordura y hasta el viudo Carracuco, a pesar de su flojedad y atrevimiento, se casa con Catalina para vivir desde entonces inmensamente felices en la bella y graciosa hacienda manchega”.

Éste es en resumidas cuentas el don de La Solana: la villa que rompió la maldición del amor fugaz, desmintiendo así el triste destino de su flor más preciada y pudorosa: la flor del azafrán.

10. Cielo y trigales. El paisaje de La Mancha. Autor, Fusky

Cielo y trigales. El paisaje de La Mancha. Autor: Fusky

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Paisajes literarios. La Mancha en la imaginación de Benito Pérez Galdós

Queremos rendir homenaje en este día a la insigne pluma de Benito Pérez Galdós, que en los comienzos de su carrera literaria nos regaló una preciosista, aunque dura, descripción de La Mancha. La estepa manchega, según sus propias palabras, «parece obra exclusiva del sol y del polvo», un lugar sin descanso y solaz para la vista que languidece entre colinas, cielos y llanos monótonos, perdidos en el olvido de la memoria. Pero en medio de estas palabras a nuestro parecer injustas, Galdós se recrea también plasmando en sus páginas un paisanaje de la imaginación. Se trata quizás del más bello razonamiento sobre la inspiración cervantina, y en definitiva, la explicación más lúcida de porqué fue esta tierra, y no otra, el lugar elegido para convertirse en cuna de nuestro inmortal don Quijote de La Mancha… Dejemos hablar a Galdós:

Una casita más que suficiente. Autor, Joser María Rodríguez

Una casita más que suficiente. Autor, Jose María Rodríguez

«Así atravesamos La Mancha, triste y solitario país donde el sol está en su reino, y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo; país entre todos famoso desde que el mundo entero se ha acostumbrado a suponer la inmensidad de sus llanuras recorrida por el caballo de don Quijote. Es opinión general que La Mancha es la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas, y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del wagon, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es cierto: La Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, es su propia desnudez y monotonía, que si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno.

Nuestros vigilantes. Autor, Joaquín Martí

Nuestros vigilantes. Autor, Joaquín Martí

La grandeza del pensamiento de don Quijote, no se comprende sino en la grandeza de La Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, don Quijote no hubiera podido existir, y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda».
Perez Galdós continúa con su descripción de La Mancha en un viaje, diríamos, iniciático de la obra cervantina. Pues tras ofrecernos esa visión simple y pueril de las soledades manchegas, propia de quien no ha conocido el llano sino de forma superficial, ahonda bajo la superficie para descubrir el verdadero tesoro de su evocación y fantasía. Es aquí donde nos quitamos el sombrero ante la maestría Galdosiana describiendo el verdadero carácter de esta tierra, un alegato a los amplios horizontes, al preciosismo de los pardos, los ocres y los dorados bajo el azul inmenso del palio celeste. Y un razonamiento magistral del acierto que tuvo Cervantes para plasmar aquí, y no en ningún otro sitio, la silueta de nuestro caballero de la Triste Figura cabalgando a lomos de su Rocinante, siempre en pos de nuevas aventuras… Solo hay que seguir leyendo a Galdós para comprobarlo:

En la vendimia. Autor, Daniel González

Cabalga y vendimia. Autor, Daniel González

«Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierra surcada por las veradas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace locos a los cuerdos, aquel campo sin fin, donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades, que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre, o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien lo ampare contra los opresores y tiranos.

La sombra de Don Quijote. Autora, Maite Moya Díaz - Pintado

La sombra de don Quijote. Autora, Maite Moya Díaz – Pintado

Necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representes el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, los cuales no necesitaban sino hablar, para asemejarse a colosos inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores».

Amanece en La Mancha. Autor, Ramón J. Zarza Carrasco

Amanece en La Mancha. Autor, Ramón J. Zarza Carrasco


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (2ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (2ª parte)

Las eras se construían en parcelas amplias de tierra, de unos 800 o 1000m², con el fin de tener espacio suficiente para las parvas y el trabajo constante de trillar, limpiar, acarrear y cargar el grano. Muchas eran de trazado rectangular, aunque las había circulares y de otras formas en función del terreno disponible. También según el terreno podían construirse atendiendo a 2 modelos distintos: las eras de tierra, también llamadas “terrizas”, y las empedradas. Estas últimas, de elaboración más compleja, tenían una resistencia mucho mayor y podían aguantar durante décadas con un mínimo mantenimiento.

En el caso sencillo de las terrizas, al dueño le bastaba con disponer de un terreno duro, firme y bien asentado. Entonces se limpiaba de rocas y vegetación, allanándose la extensión principal mediante un rodillo de piedra de gran peso conocido como «rulo». En el proceso de allanado se humedecía previamente el suelo para facilitar la compactación, y de seguido empezaba el trabajo de rodar la era, es decir, dar vueltas y más vueltas con la mula tirando del rulo hasta cubrir por completo toda su superficie. Solo al concluir el «paseo» la era quedaba lista para la trilla. Ciertamente el trabajo de construcción de terrizas resultaba muy sencillo, aunque en zonas donde había varias eras colindantes se adornaba un poco más el conjunto colocando lajas de piedra clavadas verticalmente por todo el perímetro, a modo de mojones. En la siguiente temporada de siega, el propietario únicamente tenía que limpiar la superficie de cardos y otras plantas silvestres antes de proceder al acarreo de la mies.

2. Trillando la parva en Villahermosa. Años ochenta. Autor, foto Arcángel Sánchez Briz

Trillando la parva en Villahermosa. Años ochenta. Autor: Arcángel Sánchez Briz

Otra cosa muy distinta eran las eras empedradas. Su elaboración resultaba mucho más costosa y se llevaba a cabo por cuadrillas dedicadas específicamente a este cometido. Las piedras utilizadas eran normalmente de roca caliza, más abundantes en el centro y este de la comarca, pero también se usaban lajas de piedra rodeno y cantos de río que se traían de lugares a menudo situados a gran distancia. Las eras empedradas comenzaban a construirse a finales de verano, una vez acabada la temporada de siega y trilla y antes que llegasen las lluvias de otoño. De esta forma la era podía quedar en reposo durante casi nueve meses (hasta dos años según los casos), tiempo suficiente para que la hierba y otras plantas formasen un denso tapiz de raicillas que apelmazasen y fijasen todo el conjunto. Hay que tener en cuenta que el empedrado se realizaba sin ningún tipo de mortero, de modo que resultaba obligado un plazo más o menos amplio de inactividad durante el cual la era no podía ser utilizada.

3. Limpiando el grano, una vez trillado. Autora, Plácida

Limpiando el grano, una vez trillado. Autora: Plácida

Para la construcción de una era empedrada había que elegir bien el terreno. Se situaban siempre en una zona alta y a ser posible abierta a todos los vientos, y a menudo también en lugares con pendiente, haciéndose necesario entonces construir un murete de piedra para asegurar el terreno. La cuadrilla contratada empezaba el trabajo allanando previamente el terreno con picos y palas a fin de nivelar toda la superficie y eliminar los altos y hondonadas del perfil. Todo el material extraído en este proceso se acarreaba por peones, muchas veces niños o adolescentes, que lo iban depositando poco a poco en montones hacia la parte exterior. El trabajo era duro y no estaba exento de percances. Después de la guerra civil fue relativamente frecuente encontrar granadas y explosivos perdidos en los alrededores de cualquier pueblo, y se dieron casos de accidentes mortales cuando un trabajador hacía explotar accidentalmente con su pico alguno de estos artefactos durante la construcción de la era.

El duro trabajo de la trilla. Autor, Pelayo2

El duro trabajo de la trilla. Autor: Pelayo2

Una vez nivelado del terreno comenzaba el proceso de empedrado. Para ello se tendían unas guías de cuerda de un extremo a otro y se colocaban bajo ellas las hileras de piedra maestra, de mayor tamaño que el resto. La cuadrilla trabajaba sin ningún tipo de mortero, añadiendo simplemente una base de tierra suelta procedente de los montones y «maceando» después cada piedra, hundiéndola y fijándola en esta base blanda mediante golpes de mazo. Una vez colocadas conformaban las “calles”, de unos 3 metros de anchura, donde los obreros plantaban seguidamente los guijarros de menor tamaño a modo de mosaico. El procedimiento era similar al de las lajas principales: tierra suelta debajo, piedras encima y un constante “macear” para asegurarlas bien al terreno, que quedaba así perfectamente compactado. Solo cuando las eras se construían en un terreno muy inclinado, el trabajo se completaba con un muro externo de piedra a fin de que no hubiese deslizamientos pendiente abajo.

Con la finalización del empedrado, la cuadrilla procedía finalmente a un trabajo de ampliación utilizando la tierra de los montones desalojada en la fase inicial. Esta tierra se extendía alrededor formando un anillo de varios metros de anchura, que se allanaba al igual que el resto obteniendo una era mucho más amplia que la inicial, con una parte interior de piedra y otra externa de tierra apisonada. Todo el conjunto quedaba así listo para la siguiente temporada, aunque a veces se dejaba reposar hasta dos años para que hierbas y raíces compactasen bien el terreno y quedase en perfectas condiciones para el duro trabajo de la trilla.

Aventando garbanzos. Horencio. Años ochenta. Autora, Plácida

Aventando garbanzos. Horencio. Años ochenta. Autora: Plácida