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La azarosa vida de furtivos y percheros en el Campo de Montiel

La azarosa vida de furtivos y percheros en el Campo de Montiel

En los años posteriores a la guerra civil, el hambre y la precariedad obligaron a muchas familias del Campo de Montiel a buscarse la vida para subsistir. La mayor parte de la gente humilde en los pueblos de campiña vivía de las labores del campo, enganchando algunas peonadas en épocas favorables, y poco más. Sin embargo la abundancia de monte arbolado y de caza en el Campo de Montiel, sobre todo en las zonas más montañosas del sur, propició el desarrollo de otras actividades de subsistencia: fue el caso del carboneo (la fabricación de carbón de encina para el picón de los braseros y los hornos de pan) y, como no podía ser de otra forma, la caza furtiva.

Montiel y S Morena 4. Autor, Pablo.Sanchez

Típicas fincas de caza en el Campo de Montiel. Villahermosa. Autor, Pablo.Sanchez

La caza furtiva constituyó el pan de cada día para muchas familias rurales, a menudo como un complemento a otros ingresos pero tambien como la única manera de sobrevivir. El producto de este furtiveo se vendía luego en los bares del pueblo, así como a algunos particulares que no sufrían o no tenían problemas económicos. Era frecuente asimismo la actividad del estraperlo asociada a la caza ilegal. En pueblos como Villamanrique o Castellar de Santiago, en las vertientes de Sierra Morena, resultaba normal la visita de mujeres especializadas en este tipo de contrabando, y que hacían de enlace entre muchos cazadores furtivos y los puntos de venta en éstos y otros municipios de los alrededores. Así, no era extraño hallar zorzales, perdices, conejos, liebres y ocasionalmente alguna pieza de caza mayor entre las mercancías que habitualmente pasaban los puertos a altas horas de la noche, y que luego servían para preparar la rica variedad culinaria de que hoy hace gala toda la comarca.

Plato de perdiz en escabeche. Autor, Javier Lastras

Plato de perdiz en escabeche. Autor: Javier Lastras

Perdiz estofada. Autor, Javier Lastras

Perdiz estofada. Autor: Javier Lastras

Las artes de caza furtiva eran abundantísimas, haciendo cierto aquel dicho de “cada pillo tiene su truquillo”. En Villahermosa y Ossa de Montiel abundaba la caza con lazo; otros utilizaban más bien cepos; los más se dedicaban a las perdices con trampas o perchas, y también los había que preferían aguardar a la estación fría para arremeter con los zorzales, a los que cazaban con trampas de alambre que ellos mismos fabricaban, o con perchas hechas con el pelo de las colas y las crines de las caballerías.

Una de las formas más complicadas de furtiveo era la caza nocturna de la perdiz con red, ya que debía de hacerse en noches de suma oscuridad, y si eran nubladas o con lluvia, tanto mejor. El problema de atrapar las perdices durante la noche era que había que conocer el monte y la sierra palmo a palmo, de ahí que no todo el mundo fuese capaz de llevarla a cabo. Los cazadores salían a altas horas de la madrugada y a menudo también durante el día, escondiéndose entonces en las escabrosidades del monte para esperar la llegada de la oscuridad. La única luz que se utilizaba era la de un carburo, débil y amarillenta, por lo que perderse en la sierra era lo más fácil del mundo.

Perdiz roja. Autor, El coleccionista de instantes

Perdiz roja. Autor: El coleccionista de instantes

En algunas zonas de la comarca la actividad de los “percheros” era tradición familiar y se transmitía de padres a hijos, llegando a constituirse verdaderos clanes familiares especializados en esta modalidad cinegética. Los padres llevaban a los chavales al monte para aprender el oficio, y una de sus primeras habilidades consistía en asegurar que no faltara la materia prima para la fabricación de perchas (las crines de caballo). Así, con las tijeras en los bolsillos, tanto en el campo como en las cuadras donde estaban las caballerías, los niños abordaban a los confiados animales y de la parte interior de la cola cortaban buenos haces de cerdas, que luego escondían en los morrales para transportarlos a casa. Este material se prefería a cualquier otro debido a su ligereza, y a la facilidad con que se deslizaba el nudo corredizo en el momento de atrapar una presa.

Lazo con nudo corredizo, para caza furtiva. Autor, Jose Juan Taboada

Lazo con nudo corredizo, para caza furtiva. Autor: Jose Juan Taboada

Las crines eran trenzadas por las mujeres del hogar para formar el cordoncillo del lazo, que se oscurecía después con hollín de la chimenea para hacerlo menos visible. Este cordoncillo se ataba por un extremo a un cordel de esparto, que a su vez era amarrado a una pequeña rama clavada en el suelo, a un matojo de romero o de jara e incluso a un haz de hierbas. Tras darle al lazo la altura y la amplitud adecuadas, la percha quedaba terminada y el cazador podía así marcharse para colocar otras trampas en los alrededores. Se sabe que cada persona, incluidos los niños, podían llevar en su zurrón hasta 600 perchas listas para su uso, y que tardaban aproximadamente diez segundos en poner cada una ellas. Mientras una parte del equipo iba creando espacios y caminos en el monte para facilitar el paso de las perdices, los demás se dedicaban a colocar las trampas. Una vez colocadas se esperaba un total de tres a cuatro días, tras los cuales la familia entera volvía a echarse al monte a recoger el resultado.

Cazadores en la nieve. Obra de Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569)

Cazadores en la nieve. Obra de Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569)

A menudo los furtivos se llevaban más de una sorpresa con lo encontrado en el lazo. En una ocasión, unos “percheros” de Villamanrique hallaron atrapado en una de sus trampas a un gran lagarto, uno de esos reptiles tan abundantes en los encinares y monte bajo de La Mancha. Claro que por aquella época no se hacía ascos a nada, así que encendieron rápidamente una lumbre, y una vez pelado y arreglado lo echaron al fuego para preparar el almuerzo…

Comenzaban a poner las perchas para San Miguel (finales de Septiembre) y se dejaba la actividad en enero a fin de evitar la época de cría de las perdices. Una peculiaridad de la percha es que la mayor parte de los ejemplares se cazaban con vida, por lo que su destino no era la despensa familiar sino la venta a las gentes adineradas del pueblo, que las soltaban después en sus fincas o las utilizaban como reclamo. En los años cincuenta comenzaron a proliferar personajes que compraban a los “percheros” el producto de su caza a tres veces su precio anterior, con lo que la cosa comenzó a ser muy rentable. Venían buscando sobre todo perdices, zorzales y otros pequeños pájaros, que luego vendían en los bares y restaurantes de Madrid donde se cotizaban extraordinariamente. Los “percheros”, entretanto, habían sacado un dinerillo extra para poder guardarlo y tener excedente de recursos cuando se acabase la temporada.

Perdices para reclamo. Autor, Jose Antonio Cotallo López

Perdices para reclamo. Autor: Jose Antonio Cotallo López

El asunto fue tan rentable y proliferó tanto el furtivismo, que algunos dueños de fincas grandes no tuvieron más remedio que aliarse con los “percheros”. De esta forma, les dejaban cazar en sus fincas libremente a cambio de la mitad de la caza que capturaban. Aún así seguía siendo un buen negocio, ya que en aquellos tiempos se vendían las perdices a cinco pesetas la pieza. Con esta convivencia entre unos y otros se llega hasta los años sesenta, cuando aparecen las primeras órdenes para acabar con los furtivos y dar entrada a la legalidad (la de los cazadores que venían a matar perdices por placer, sentados cómodamente en sus puestos). Cuando las familias dedicadas a la percha comenzaron a ser acosadas y multadas por la Guardia Civil, los “percheros” llegaron a una especie de entendimiento con las autoridades para que les dejaran hacer los “ojeos” o batidas de caza durante la temporada, y ganarse así unos jornales que les permitiesen subsistir. Y aunque se tiene constancia que la actividad continuó realizándose como mínimo hasta finales de los años ochenta, este fue sin duda el fin de los “percheros” como oficio floreciente, y el principio de la empresa cinegética tal como se conoce actualmente en el Campo de Montiel.

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Una buena partida de caza en los años setenta, Villahermosa. Autor: Juan Antonio Resa

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La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (3ª Parte)

La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (3ª Parte)

El Valle de Alcudia constituye uno de los enclaves de mayor riqueza botánica y faunística de la región, y que contrasta enormemente con el resto de paisajes de La Mancha. Este era el destino más importante de la ganadería trashumante, aquella que procedía no sólo de las provincias de Cuenca y Soria, sino también de las montañas de León, atravesando España a través de Cañadas Reales de gran renombre como la Segoviana y la Leonesa. Durante siglos el Valle de Alcudia fue uno de los más importantes invernaderos mesteños, configurando así un tipo de sociedad estrictamente agropecuaria en la que el aprovechamiento ganadero constituía la base de su actividad económica.

Rebaño en una dehesa del Valle de Alcudia. Autor, Oviso

                                                 Rebaño en una dehesa del Valle de Alcudia. Autor: Oviso

Pero los pastores aún no han llegado hasta allí. Aunque faltan pocos días para dar término de su viaje, que empezó muchas semanas atrás en los Montes Universales y la Sierra de Albarracín, deben seguir con su dura rutina diaria, y esta pasa por preparar el “rancho” que ha de alimentarlos a todos. A mediodía el grupo detiene la marcha a fin de hacer el almuerzo, que siempre es en frío y a base de la conocida carraca (chorizo, queso y carne curada) acompañada del pan que va comprando el rabadán en los pueblos de la ruta. Los pastores se colocan alrededor del rebaño hasta que las ovejas quedan tranquilas y se acuestan, operación denominada “el rodeo”. La operación siempre se realiza cerca de los pueblos o de las ventas para poder acercarse hasta allí y comprar vino, que se almacena por lo común en botas de dos litros. Cada pastor lleva la suya, ya que es imprescindible para las jornadas en las que no se encuentra agua para beber, o ésta es de mala calidad. En primavera el “rodeo” duraba a lo sumo un par de horas, mientras que en otoño, de regreso al hogar, se acortaba hasta la mitad. A veces no hay ocasión ni de sentarse y el almuerzo debe realizarse de pie, dando vueltas y más vueltas alrededor del ganado para evitar que las ovejas se dirijan a los sembrados próximos.

Una parada en el trabajo para el almuerzo

                                                          Una parada en el trabajo para el almuerzo

Tradicionalmente, en las cañadas ganaderas y en general en todos los caminos, existían ventas, posadas o paradores que se situaban en lugares estratégicos. Éstas servían de alojamiento y tienda para los viajeros y pastores que atravesaban esos lares, siendo frecuente que se adquiriese allí la comida y el vino necesarios para continuar la marcha. También servían de refugio cuando las condiciones climatológicas eran muy adversas, pues la mayoría de ellas solían disponer de corrales para el ganado.

Ganado lanar a su paso por Ávila. 1930. Autor, Avilas.es

                                                Ganado lanar a su paso por Ávila. 1930. Autor: Avilas.es

Por la noche se busca algo de leña y agua para hacer unas sopas en el caldero. Los ingredientes son sencillos: pan, un poco de sebo, aceite, pimiento y sal para entonar el estómago. Las cocina siempre el zagal, aunque siempre le ayuda alguno a encender y avivar el fuego, o bien a “migar” el pan para que adquiera la textura adecuada. Mientras tanto, el resto cuida de que el ganado realice el “remache” de las últimas hierbas del día. Cuando las sopas están listas, se sitúan todos alrededor del caldero con la rodilla derecha en tierra, la otra doblada hacia adelante y el brazo izquierdo apoyado sobre esta última. Y así, después de que el rabadán eche la bendición, se va cogiendo del contenido por turnos hasta que no queda ni una sola cucharada. La operación es rápida, silenciosa y de escasa sobremesa. Al final el zagal rebaña los restos puesto que es el encargado de fregar el caldero.

Rebaño en camino. Autor, Bubilla2002

                                                            Rebaño en camino. Autor: Bubilla2002

A veces, cuando los días son fríos y lluviosos, o cuando no hay leña a mano, no se pueden hacer las sopas y entonces no hay más remedio que cenar de frío. Son jornadas muy duras con un sinfín de calamidades y fatigas. Días enteros sin poder tomar asiento, sin comer caliente, o sin dormir por las inclemencias del tiempo, con las manos entumecidas que, al decir de algunos pastores, “no pueden ni partir el pan”. Hay que tener en cuenta que hasta muy recientemente, no existían ropas adecuadas para la lluvia (a excepción de los recios paraguas de doble ballesta), puesto que los capotes y las mantas que se usaban por entonces, en cuanto se mojaban pesaban mucho y era necesario ponerlos a secar con la consiguiente pérdida de tiempo.

Pastor de La Mancha en los años 50. Autor, Isidro Alcázar

                                                Pastor de La Mancha en los años 50. Autor: Isidro Alcázar

A veces, la humedad calaba en los costales de la ropa y esta llegaba mohosa al Valle de Alcudia. Otros días, incluso, los pastores se encuentran tan cansados que incluso no preparan cena alguna, montando rápidamente el campamento para echarse a descansar. A todas las penurias del viaje hay que unir la tristeza de la separación del hogar, que acentúa aún más la dureza de estas jornadas.

Rebaño de ovejas en un prado. Autor, Rufino Lasaosa.

                                                   Rebaño de ovejas en un prado. Autor: Rufino Lasaosa

Pero al fin llega el día, tras muchas semanas de camino, en que ganado y pastores avistan los pastos reverdecidos y las dehesas de Campo de Montiel, Campo de Calatrava y sobre todo del Valle de Alcudia. Su característica fundamental, por supuesto, es la existencia de un arbolado disperso de encinas y alcornoques entre los pastos, terrenos que en el pasado se encontraban en manos de las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava), la Iglesia, la nobleza y los grandes terratenientes, conformando una estructura que se ha mantenido intacta hasta bien entrado el siglo XX.

Pastor y rebaño despues del esquile. Años 50. Autor, Crispín Alcázar.

                                       Pastor y rebaño después del esquile. Años 50. Autor: Crispín Alcázar

Las dehesas poseen un clima suave en invierno, aunque no exento de fríos, primaveras tempranas y fuertes calores en verano que dejan agostados los campos. Las lluvias son escasas y variables, concentrándose sobre todo en otoño y en primavera. Los suelos son asimismo pobres, bajos en nutrientes y abundantes en pizarras que afloran a escasa profundidad y los hace muy difíciles para el arado. Por ello, tradicionalmente, las merinas trashumantes ocupaban los pastos de estas tierras marginales que no podían ser dedicados a cultivo, aprovechando la hierba invernal hasta la llegada de los primeros calores de mayo. Entonces, dado el poco espesor del mantillo de tierra, las hierbas se secaban con rapidez, los rebaños recién trasquilados empezaban a inquietarse y se anunciaba al fin para los pastores el esperado regreso a los puertos: la vuelta a casa y al calor de los amigos, la familia y el hogar. Pero eso es sin duda otra historia.

Paisaje adehesado, el final de la trashumancia hacia el sur. Autor, Miradas de Andalucía

                        Paisaje adehesado, el final de la trashumancia hacia el sur. Autor: Miradas de Andalucía

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La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (1ª parte)

La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (1ª parte)

El día de San Miguel era una jornada muy especial para los pastores trashumantes. En las montañas de Teruel, de amanecida, el frío pesaba sobre los valles altos y una delgada capa de hielo comenzaba a cubrir fuentes y abrevaderos. Ese día, arreglados los sueldos y las condiciones de trabajo, los pastores echaban mano a su cayado y salían cañada abajo con los rebaños de merinas para no volver sino al cabo de seis meses: empezaba así un duro viaje que, durante semanas y a razón de 20 kilómetros diarios, les llevaría a través de la serranía y la interminable estepa manchega hasta los pastos de invierno del Valle de Alcudia, en Ciudad Real, punto final de su andadura.

La cañada Conquense es una de las muchas vías pecuarias que atraviesan España de norte a sur, y que los ganaderos han utilizado tradicionalmente desde época medieval para llevar su ganado tras los mejores pastos de temporada. El viaje era de ida y vuelta: a partir de mayo y justo después del esquile de las ovejas, pastores y ganado regresaban hacia las tierras altas turolenses a fin de aprovechar el pasto joven de los agostaderos de montaña, libres ya del rigor invernal. Por el contrario, octubre y noviembre era tiempo de invernada y de bajar de nuevo a las dehesas del Valle de Alcudia en busca del clima más benigno de esas latitudes. Localidades de importancia como Socuéllamos, Tomelloso y Manzanares constituían hitos obligados en el camino y puntos de inicio de nuevas vías pecuarias, lo que multiplicaba destinos y hacía mucho más lucrativo el negocio tanto para ganaderos como para los propietarios de las tierras. 

Sierra de Gudar, zona de agostada para ganado vacuno. Autor, Po.psi.que

                                  Sierra de Gudar, zona de agostada para ganado vacuno. Autor: Po.psi.que

En los días previos a la partida, como cada otoño, la luz del día tardaba más en llegar que otras veces. Eran días frescos y mañanas en las que a menudo el sol se olvidaba hasta de asomar, arrebujado tras los jirones de niebla que arropaban laderas y collados. Entretanto se sucedían las despedidas en el pueblo. Salir a la invernada era motivo de alegría para algunos y de tristeza para la mayoría, puesto que las familias se separaban durante una larga temporada y la aldea, ya de por si con pocos recursos, quedaba más que nunca carente de brazos jóvenes y medio abandonada. Éste era un hecho crucial del que no nos hacemos cargo hoy día y que sin duda marcaba la vida en los pueblos de la sierra durante buena parte del año.

El folklore castellano está lleno de coplas tristes alusivas a la despedida de los pastores:

Ya se van los pastores,
Ya se van marchando.
Más de cuatro zagalas
quedan llorando.
Ya se van los pastores
Para la majada,
Ya se queda la sierra
Triste y callada.

O bien la siguiente, donde una muchacha lamenta la partida y queda recelosa al mismo tiempo de las promesas de su zagal:

Ya se van los pastores,
Ya marcha el día.
Ya se va aquel zagal
Que me quería.

Claro que, como era de esperar, todo troca en alegría al regreso…

Ya vienen los pastores,
Ya viene el rumbo.
Ya viene la alegría mejor del mundo.

Menos para algunas infelices:

Ya vienen los pastores,
No viene el mío.
Alguna picarona
Lo ha entretenido.

Rebaño trashumante atravesando una carretera. Autor, Mahatsorri

                                         Rebaño trashumante atravesando una carretera. Autor: Mahatsorri

Los rebaños variaban mucho en número, desde 500 o 600 ovejas a más de 1500 en el caso de grandes ganaderos. Aunque las merinas podían ser de un solo propietario, lo más frecuente era que varios se asociasen a finales de verano para unir su ganado en una sola cabaña y viajar así con mayores garantías de seguridad. A la cabeza de todo se encontraba el mayoral, cuya categoría y responsabilidad en la organización eran incuestionables. Claro que, como suele suceder con las grandes figuras, los quehaceres del mayoral eran de todo menos molestos: realizaba el trayecto a lomos de mula o directamente en ferrocarril y se desentendía por completo del ganado durante la mayor parte del recorrido. El verdadero peso del trabajo recaía en el rabadán, por debajo del cual estaban los pastores, zagales (muchos de ellos niños de apenas diez años) y un yegüero con su mula encargado del transporte de cacharros y la intendencia. Al trabajo de los hombres se sumaba también el inestimable de 3 o 4 mastines para solventar problemas diarios y otros de índole más peligrosa, como el extravío de merinas o el ataque de lobos en los pasos de montaña.

Chozo utilizado como refugio para pastores. Autor, Dvillafruela

                                            Chozo utilizado como refugio para pastores. Autor: Dvillafruela

La mañana de la partida, rabadán, pastores y zagales salían de sus casas bien temprano con el «avío» guardado en zurrones y alforjas, y partían en silencio de la aldea camino a los puertos. Arriba, sobre los collados, no era raro ver relumbrar los primeros manchones de nieve de la temporada. Este era uno de los puntos más conflictivos en todo el trayecto, pues lo avanzado de la estación daba pie a súbitos empeoramientos del tiempo o al asalto repentino de los lobos, que entonces dominaban las sierras y eran motivo de preocupación tanto para trashumantes como para el resto de montañeses. Otros problemas comunes lo constituían las nieblas propias de la estación y que obligaban a concentrar el ganado o, en caso de ser persistentes, a extremar la atención de hombres y mastines durante casi todo el día. No era raro tampoco que los pastores se desorientasen, aunque en estos casos resultaba impagable la ayuda prestada por las yeguas de la intendencia, que o bien por instinto o por haber hecho el mismo trayecto en otras ocasiones sacaban del atolladero al rebaño cuando todo lo demás estaba perdido. De hecho, al atravesar las poblaciones grandes era más fácil dejar que la mula fuese delante dirigiendo toda  la comitiva: el animal hacía uso de su memoria para elegir las calles mientras los pastores se relajaban y podían dedicarse a otros menesteres (no necesariamente asociados al trabajo).

Paisaje de La Mancha en mayo, junto a una vía pecuaria

                                                Paisaje de La Mancha en mayo, junto a una vía pecuaria

El camino de ida hacia las dehesas del sur era tranquilo y se acomodaba como un guante a la personalidad del pastor: sosegada, austera y de pocas palabras. Muchas ovejas iban preñadas, lo que obligaba a una mayor lentitud. Además la siega ya había acontecido en los campos por donde transitaban y todavía no era tiempo de siembra, de modo que la cabaña podía entretenerse en cualquier finca sin temor a destrozar los cultivos. Otra cosa era el regreso, en mayo, cuando las huertas verdeaban de hortalizas y el trigo joven ya apuntaba en espigas por la extensa llanura ciudadrealeña y conquense. En estos casos era forzoso acelerar el paso y azuzar al ganado con el fin de evitar problemas con los propietarios. Durante el día los pastores hablaban poco y eran más amigos de aislarse y buscar la soledad. Parcos en palabras o gestos gratuitos, escudriñaban sin embargo todo lo que encontraban en su camino con el instinto práctico del que ha vivido en estrecho contacto con el monte: las nubes, el viento o el vuelo de los pájaros les indicaban claramente qué tiempo había de venir; revisando las hierbas en los linderos podían encontrar muchas de gran utilidad, y que servían como remedio de males diversos tanto al hombre como a los animales; hasta un tocón informe y requemado por el sol podía ser motivo de interés, por cuanto semanas más tarde era transformado gracias a una navaja en una cazuela de madera o un cucharón, que luego se vendía en los pueblos y cortijos a lo largo del trayecto.

Rebaño en un descansadero, camino de los pastos de verano. Autor, Jaciluch

                                Rebaño en un descansadero, camino de los pastos de verano. Autor: Jaciluch

Conforme quedaban atrás las agrestes sierras, el trayecto se hacía más sencillo. En tierras manchegas la velocidad de marcha crecía considerablemente llegando incluso hasta los 30 kilómetros en una sola jornada. Terrenos llanos, es cierto, pero también repletos de conflictos por otras razones. Era de rigor, por ejemplo, extremar las precauciones durante el cruce de carreteras al suponer un peligro para los rebaños y en especial para las ovejas preñadas, mucho más lentas y torpes en su avance. Para atravesar los pueblos el rabadán elegía siempre las primeras horas de la mañana (mucho más tranquilas) circulando además con la menor demora posible a fin de evitar incidentes. Pero el riesgo estaba ahí y ni siquiera las poblaciones eran sinónimo de seguridad: algunas ovejas “se esfumaban” tras una puerta durante el tiempo que tardaban en volver la esquina (uno de los municipios más “sospechosos” en este sentido fue Malagón, en Ciudad real), y los jardines públicos o privados constituían auténticas pesadillas, ya que es sabido que las cabras podan a su gusto todo seto o arriate de flores que encuentran. Hoy, sin embargo, estos apuros han quedado prácticamente relegados al olvido y el paso de la cabaña por pueblos y ciudades constituye todo un acontecimiento, vivido y esperado por los vecinos con emoción mal disimulada. Es lo que ocurrió en Manzanares en mayo de 2012, cuando un rebaño de 1500 ovejas entró por la Avenida de Andalucía y durante hora y media atravesó las principales calles de la población manchega en su camino de regreso hacia la serranía de Cuenca.

Rebaño, pastor y burro en una cañada. Autor, Jaciluch

                                                  Rebaño, pastor y burro en una cañada. Autor: Jaciluch

Todo era mucho más tranquilo al salir de las poblaciones y atravesar los grandes llanos del Campo de San Juan o la Mancha de Criptana. Atrás quedaban apuros y gentío, el pasto abundaba y no era raro que al llegar a los despoblados la cabaña se detuviese hasta un día completo (sobre todo si había abrevaderos cerca) mientras los pastores disfrutaban de una merecida jornada de asueto. El grupo podía esperar entonces al regreso del yegüero con las viandas compradas en el pueblo más cercano. Claro que, de apretar las hambres, siempre había recursos de última hora a los que echar mano: sartén y aceite al fuego, junto a la “majada”; pan de unos días, pimiento y ajo; chorizos y panceta bien fritos, uvas cogidas sobre la marcha… y en un momento ya estaban listas las migas de pastor tan socorridas (y elogiadas también) a lo largo de nuestra historia:

“Se comía, allá arriba, lo que salía al paso, lo que daban los pasmados venteros: chorizos tostados, chorreando sangre, unas migas, huevos fritos, cualquier cosa; el pan era duro, ¡mejor! el vino malo, sabía a la pez, ¡mejor! esto le gustaba a Quintanar; y en tal gusto coincidía con su esposa, amiga también de estas meriendas aventuradas, en las que encontraba un condimento picante que despertaba el hambre y la alegría infantil.”

La Celestina. Fernando de Rojas. 1499.

Aspecto de una Cañada Real para paso de ganado. Autor,

                                                      Aspecto de una Cañada Real para paso de ganado.