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Primavera en el Campo de Montiel

Turismo castilla la mancha

Con la luna llena y los cielos despejados de finales de abril y principios de mayo, el Campo de Montiel se repuebla de vida. Los familiares vuelven. El campo reverdece


Algunos años, cuando los otoños son suficientemente lluviosos y los inviernos adecuadamente fríos; a finales de marzo y principios de abril, los arroyos, charcas, ríos y demás manantiales que aquí llaman veneros, comienzan a fluir abundantes y transparentes.

Las primeras aguas del Guadiana, llegadas del océano una y otra vez. Transportadas a bordo de las nubes procedentes de América, como orondos galeones repletos de oro, descargan su riqueza vital, fertilizando la aspereza climática del recio Campo de Montiel.
Donde la delicada primavera suele llegar más tardía que a las cálidas tierras del otro lado de Sierra Morena.

Fuente AlmedinaFuente de Carlos V, en Almedina

Campo de MontielPaisaje del Campo de Montiel

Campos de lavandaCampos de lavanda

Santa Catalina, FuenllanaSanta Catalina, Fuenllana

Coincide muchas veces con Semana Santa y los numerosos puentes del mes de mayo. Cuando llegan las gentes que de aquí se fueron con sus antepasados a mediados del siglo XX, en un continuado tránsito que no ha cesado hasta hoy. Donde se van alejando paulatinamente a través de los estudiantes. Primero a la capital de provincia y después a Madrid, Granada o Londres y Berlín.

La primera luna llena de la primavera, trae los primeros días de vacaciones del año. Con ese buen tiempo que templa la atmósfera y anima a las praderas a revestirse de alegría con el colorido de las flores silvestres.
Los alcaravanes, llamados chorlitos aquí, una de las más singulares especies de aves esteparias de la zona, protegida para ellas, surcan los cielos de estos inmensos campos con su trompetero piar en mitad de la noche, anunciando la llegada de una nueva época. Del buen tiempo.

Poco a poco, según va caldeando el sol los días y la tierra bien humedecida por las generosas lluvias de marzo, los espárragos ofrecen sus frutos a la multitud de buscadores.
Alondras, cogujadas o totovías retrinan junto a los caminos alegrando el paseo del caminante. Las nuevas camadas de conejos corretean por todas partes. Y mucho más, si en lo alto del limpio cielo azul, aparece la temible silueta de la soberana imperial. Con suerte, algún día cruzarán las majestuosas formaciones de grullas. Altísimas y lejanas.

aliaga Campo de MontielAliagas

Río Guadalén por el Castillo de MontizónRío Guadalén junto al Castillo de Montizón

Orquídea mariposa, Anacamptis papilionacea Campo de MontielOrquídea mariposa, Anacamptis papilionacea, Campo de Montiel

ecoturismo Villahermosa MontielDehesa entre Villahermosa y Montiel


Más cercanos y pausados, los milanos también surcan esta tierra e incluso duermen y permanecen


En Ruidera se aprecia mejor que en ninguna otra época, la enorme variedad de anátidas. En las estribaciones de Sierra Morena, desde la sierra de Relumbrar hasta Despeñaperros, el ancestral monte mediterráneo que bordea por el sur todo el Campo de Montiel, ofrece al naturalista los más bellos documentales, todavía tan vitales como si existiera el célebre Félix Rodríguez de la Fuente.
Linces, tejones, jinetas, meloncillos, gamos, ciervos, zorros… Robles, encinas, olmos, jaras, lentisco, madroño…
Humedad, sombra, sol. Paisajes monumentales. Vistas colosales. Grandes en lo material y en lo emocional. Miradas que desde las peñas de Montizón, ven como si miraras por las ventanas del castillo, la inspiración de Jorge Manrique.
O vistas que barren el paisaje con esa ansia de aventura americana tan melancólica y frustrada como la de Cervantes. Condenado a bajar por estos parajes intentando sobrevivir en su liberador Quijote.

Castillo de la Estrella MontielCastillo de la Estrella Montiel

En Villahermosa, la centuria romana redobla los tambores renovando el ciclo vital, como el tronar de primavera.
En Villanueva de los Infantes se vuelve a sacar mistela y rosquillos para los primos de Madrid.
No tardará en llegar mayo y san Isidro sacará a Alcubillas de sus casas hacia el cerro.
Se retomarán como en la Edad Media, las obras del eterno Castillo de la Estrella de Montiel.
El mismo ciclo vital que a duras penas, pero siempre, ha mantenido viva a esta tierra dura y difícil. Donde el frío es más frío que a pocos kilómetros al sur y el calor más cálido que a pocos kilómetros al norte. Donde llueve menos que a pocos kilómetros al oeste.
Pero que a pesar de la dificultad, preserva un atractivo singular precisamente obtenido de estar siempre al límite.
Sucesivos años de sequías o lluvias torrenciales. Despoblación y siempre carencia de medios.
Pero con todo, una tierra excepcional por permanecer en ella la esencia rural de Occidente. Donde es posible observar con facilidad la evolución del paisaje agrícola más antiguo de cuantos componen Europa. Donde es posible atisbar desde el nacimiento de la agricultura en el Neolítico hasta hoy.
Paisajes medievales con castillos desmochados. Paisajes metafísicos inspiradores de Quevedo.

Cascada del Hundimiento, Lagunas de RuideraCascada del Hundimiento, Lagunas de Ruidera

peonía Campo de MontielPeonía del Campo de Montiel

Lagunas de RuideraLagunas de Ruidera


Paisajes vacíos, llenos de la imaginación de Cervantes


Campos, lomas, sierras y vallejos donde perderse para encontrarse. Descubrir infinidad de recursos que potencialmente y de forma latente, más tarde o más temprano compartirá con todos, el célebre Campo de Montiel.
Mientras, aquí seguimos, esperando que llegue mayo y culmine la primavera con los primeros excesos de calor, los desangrados campos de amapolas. El tesoro volador de las avutardas y la esperanza de poner todo esto en valor.

Paisaje-del-Campo-de-MontielPaisaje del Campo de Montiel

Violeta de pastor, Linaria aeruginea Campo de MontielVioleta de pastor, Linaria aeruginea, Campo de Montiel

Erodium primulaceum Campo de MontielErodium primulaceum del Campo de Montiel

Primavera Campo de MontielPaisaje del Campo de Montiel


Un artículo de Salvador Carlos Dueñas Serrano ©

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El castillo de Montizón. Por tierras de Jorge Manrique

castillo de Montizon Campo de Montiel Villamanrique

Hacía mucho tiempo que alentábamos el deseo de visitar el castillo de Montizón, Mons Mentesanus, cuando romano, y Montixon, cuando árabe. Algo así como una extraña admiración romántica, por aquella grande y recia fortaleza, en la que acaso Jorge Manrique, señor de Villamanrique, escribiera sus famosas Coplas, ya que es probado que moró en ella algún tiempo.
Sirvan estas líneas para alentar en lo posible vuestra visita.

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Campo de La Mancha, campo de Montiel. Autora, Alba Casals

Ha mediado el otoño, verdadera primavera de La Mancha. Es un día tan azul y tan diáfano que asemeja el cielo una fiesta de añil y de luz. La gran patena del sol expande sobre los campos sus hostias de oro. Y el campo se esponja bajo la caridad tibia y placentera.
Allá en la distancia, un sembrador arroja la dorada bendición del trigo, en espera de que el agua obre el milagro germinador.
Una mano invisible y despiadada va pelando implacable la fronda de las vides.
Por entre el verde plata de los olivos asoman a centenares las perlas negras de las aceitunas.

Timpano iglesia de Villamanrique. Autor, César del Pozo

Tímpano de la iglesia de Villamanrique. Autor, César del Pozo

Clavadas el horizonte aparecen las casas de Cózar. Sobre el pardo de la tierra, el pardo de los tapiales. Y sobre éstos, la parda montera de los tejados y las negras pipas de las chimeneas. Cózar, como tantos otros lugares españoles, está esperando de Dios lo que los hombres le niegan. Adormecido al sol, sobre una loma, le dejamos atrás.
Un poco más allá, Torre de Juan Abad nos sale al paso. La sombra del insigne don Francisco de Quevedo llena el pueblo. Aún resuenan por las calles las pisadas patizambas y el golpear del toledano estoque del formidable escritor, que gran señor fuera de la villa.
Hemos llegado hasta Villamanrique, cruce estratégico de caminos y escenario auténtico del Quijote de Cervantes. Desde el pueblo al castillo hay un camino estrecho y bacheado, de difícil tránsito para nuestro coche.

Por fin en el castillo

Entrada al castillo de Montizón

Desde el camino no se divisa el castillo, oculto tras altas lomas. Es sólo estando encima cuando nos muestra la fortaleza los recios dientes de sus almenas, que fingen un bostezo interminable. Ni foso, ni rastrillo, ni poterna, ni puente levadizo, ni gente de armas nos vedan el acceso, cual seguro sucediera allá en los tiempos de que fuera su señor.
Ni ha sonado tampoco en la alta torre la trompa del atalaya, anunciando la llegada de gentes extrañas al alcaide de la fortaleza.
Sólo guardan la entrada, en estos tiempos, dos tremendos mastines, que al divisarnos, ladran furiosamente, con canina y tozuda obstinación.

En el interior del Castillo

En el interior del castillo

Penetramos al fin en la mansión guerrera irrumpiendo en su amplia plaza de armas; espaciosas salas castellanas, antaño adornadas de ricos tapices y muebles severos; la vieja capilla de la fortaleza, en que los caballeros de Santiago elevaron sus preces al cielo pidiendo la victoria; la gallarda torre del homenaje; el salón de honor, lugar de fiestas en un ayer remoto; las lóbregas mazmorras, en las que gimieran cautivos; la espaciosa cocina, en que hubiese cabido holgadamente el entero novillo de las Bodas de Camacho
Desde una alta ventana, en que la castellana llorara ausencias en otro tiempo, contemplamos, brillante bajo la llama del sol, el curso del Guadalén. El brazo de acero del río defiende las rocas, en que asienta el castillo su imponente mole.
El paisaje se cierra hacia el norte por cerros y onduladas lomas, que forman el escalón de la meseta manchega. Y hacia el sur se abre, siguiendo el camino que marca la estela de cristal del río, en su marcha hacia el Guadalimar, del que es tributario. Siguiendo este estrecho valle subirían, desde Andalucía, las tropas moras. Y por él bajarían, sin duda alguna, las nobles cabalgadas santiaguesas, en los duros tiempos de la Reconquista.

Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño

Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño

Montizón es el hito gigante que marca la linde de los campos de Castilla y las tierras andaluzas.
Ya ni pajes, ni escuderos, ni ballesteros, ni heraldos, ni hombres a caballo, ni gentes de la mesnada del castellano señor – Jorge Manrique, que luchando por su reina halló la muerte en Garci-Muñoz -, animan con sus voces y su marcial estruendo la plaza de armas.
Ni se escucha el sonar de tambores y trompas de guerra.
Ni fulguran al sol los aceros de las armaduras.
Ni pretenden clavarse en el cielo las lanzas.
Ni relinchan los nobles corceles presagiando la dura pelea.
Ni entre las almenas asoman las damas despidiendo al guerrero que marcha al combate.
Ni se escuchan las dulces canciones de los trovadores al pie de la torres.
La época gloriosa de los caballeros y las castellanas “pasó como pasa, bajo el puente, el río”.
Sobre su peñón cimero, negra verruga de piedra, el castillo duerme su sueño eterno.

Aquel de buenos abrigos,
Amado por virtuoso de la gente,
el maestre don Rodrigo Manrique,
tan famoso y tan valiente

Al atardecer

Al atardecer


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Tras la huella de los caballeros de la Orden de Santiago

Tras la huella de los caballeros de la Orden de Santiago

Recorrer la distancia que media entre Villanueva de los Infantes y Castellar de Santiago bajando hasta la linde de Sierra Morena es transitar por un territorio preñado de historia e historias, entre las que no podían faltar las aventuras y desventuras de nuestro buen Don Quijote. Y aunque nunca se sabe si estuvo o dejó de estar por algún lugar concreto de esta Mancha imaginada, no parece aventurado situar no lejos de estas tierras la aventura de los batanes, la conquista del yelmo de Mambrino, la liberación de los galeotes y el retiro penitencial a la Peña Pobre cual nuevo Beltenebros.
Hoy viajaremos desde Villanueva de los Infantes hasta los confines manchegos de Sierra Morena. Lo abrupto de las quebradas zonas montañosas meridionales se equilibrará con la dulce campiña dominada por el olivo.
Comenzamos.

Santuario de Ntra. Sra. de la Antigua. Villanueva de los Infantes. Autor, Pablo G. Sarompas

Santuario de Ntra. Sra. de la Antigua. Villanueva de los Infantes. Autor, Pablo G. Sarompas

Dejar a la espalda Villanueva de los Infantes es tarea costosa: tal es la acumulación de arquitecturas poderosas, la trabazón de historias, el eco de anécdotas, con aquel Caballero del Verde Gabán, cuya casa permanece y amablemente enseñan.
En nuestro camino hacia Torre de Juan Abad, divisamos Almedina (“la fortaleza”), patria del magnífico pintor renacentista Fernando Yáñez de la Almedina, y levantada por los musulmanes tras la destrucción de Mentesa, en la vecina Villanueva de la Fuente, con el fin de anclar un bastión defensivo frente al creciente empuje cristiano de los caballeros de Santiago. Nos cuentan que por esta villa alargada, pasó Enrique de Trastámara antes de la entrevista asesina en Montiel. Pero esta es otra historia.

Fuente de Almedina. Autora, Noemí León Albert

Fuente de Almedina. Autora, Noemí León Albert

Retomamos la senda, sinuosa, con suaves pero prolongadas cuestas y un paisaje muy árido, entre pequeños cerros de laderas pobladas de olivos, que nos ofrecen algún alivio para la vista al menos, hasta entrar en Torre de Juan Abad, en tiempos, señorío de don Francisco de Quevedo y Villegas, ácido y genial escritor, y caballero de la orden de Santiago. Aquí pasó sus buenos años por motivo de alguna de las muchas persecuciones y querellas que sufriera a lo largo de su azarosa vida. Aquí enfermó, y desde aquí fue llevado a Villanueva de los Infantes para morir.
El talento crítico de Quevedo aún ronda la Torre de Juan Abad.

A la sombra de Quevedo. Autor, José David Pérez Fernández

A la sombra de Quevedo. Autor, José David Pérez Fernández

Nuestro camino enfila en dirección a Castellar de Santiago. A pesar de las huertas que distinguimos en las proximidades, lo cierto es que el paisaje que nos envuelve mantiene esa misma aridez hasta el momento en que nos plantamos frente al magnífico castillo de Montizón, a orillas del Guadalén. El paraje, por contraste, es de una extraordinaria belleza y la presencia de la fortaleza no hace sino subrayarla. El castillo, levantado por los musulmanes allá por el siglo XI, aguantó las correrías de Alfonso VIII al sur de la frontera del Tajo y el triunfo definitivo de las Navas de Tolosa sobre los almohades. El mismo Jorge Manrique llegó a ser comendador de Montizón, dándose la paradoja de que esta tierra disfrutara de dos de los mejores, y tan distintos, poetas de la lengua castellana.

Castillon de Montizón. Autor, Antonio Bellón

Castillo de Montizón. Autor, Antonio Bellón

Superado el castillo, entramos ya en las estribaciones de Sierra Morena y nos rodea un paisaje abrupto tamizado por viejas y nudosas encinas. El agradable aroma de la retama, las perdices que asoman a cada instante y la certeza de la existencia de jabalíes, nos mantienen atentos hasta llegar a Castellar de Santiago, donde reposaremos por hoy los cinco sentidos.

Vista de Sierra Morena desde los Campos de Montiel. Autor, Rufino Jiménez

Vista de Sierra Morena desde el Campo de Montiel. Autor, Rufino Jiménez

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Fotografía de portada: Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño
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Julio de 1212. Salvatierra y la gesta de las Navas de Tolosa (4ª Parte)

Salvatierra y la gesta de las Navas de Tolosa

En el campo cristiano y en plena oscuridad se iniciaron los preparativos para la batalla. Primero, espiritualmente. Luego planeando la estrategia a seguir junto a los fuegos del campamento, pues nadie probablemente pudo pegar ojo en aquella calurosa noche de julio. Al amanecer, tomaron las armas y salieron en ordenadas formaciones hacia el frente, donde el Califa almohade ya esperaba capitaneando a su ejército. Éste colocó en vanguardia tropas ligeras de árabes y bereberes, con arqueros y maceros de gran movilidad cuya misión consistía en desordenar la formación cristiana a base de ataques y retiradas prontas. En la línea principal, los almohades al centro y los árabes en los flancos. Y en retaguardia las fuerzas de reserva y el propio Califa, que se situaba en un palenque sobre una altitud del terreno y rodeado de su guardia, devotos esclavos de descomunales proporciones atados con cadenas entre sí.

Caballero cristiano. Escultura de bronce. Obra de Pí Belda

Caballero cristiano. Escultura de bronce. Obra de Pí Belda

La iniciativa de ataque partió de los caballeros cristianos, lanzados en bloque contra la vanguardia musulmana de modo que los arqueros perdieron bien pronto su eficacia. Deshecha la primera línea, el bloque montado de choque fue a dar con la parte principal de los enemigos, que bloquearon el ataque obligando entrar en batalla a las fuerzas principales cristianas: las de las cuatro Órdenes militares (Calatrava, Santiago, San Juan y Temple); las casas de Haro y de Lara e, intercalados con ellas, las milicias concejiles de Castilla. El ímpetu del ataque obligó al Califa a hacer uso muy pronto de sus fuerzas de reserva, mientras Alfonso VIII dejaba intactas las suyas en la retaguardia del lado cristiano. Éstas, compuestas por los hombres del arzobispo de Toledo y los de Téllez y Girones entraron oportunamente en liz, lo que fue decisivo para provocar el desorden y la retirada de los musulmanes en masa, con excepción de la guardia califal.

Tapiz que representa el momento álgido de la batalla de las Navas de Tolosa. Autor, desconocido

Tapiz que representa el momento álgido de la batalla de las Navas de Tolosa. Autor, desconocido

El palenque del Califa resistió no solo por constituirse de fuerzas selectas que disponían de copiosísimas reservas de flechas y lanzas, sino también por estar encadenadas. Pero todo fue en vano, y el soberano emprendió la huida mientras los caballeros cristianos apretaban el cerco e irrumpían en él, arrollándolo. La gran mortandad de la batalla se produjo precisamente en el palenque y con posterioridad durante la huida de los infieles. Mientras, los del norte iniciaban la persecución por entre un campamento sumido en el caos y cuyas tiendas fueron muy pronto abatidas. Producida la derrota, Rodrigo Jiménez de Rada, con Alfonso VIII y los obispos, entonó un Te Deum laudamus al tiempo que se consumaba la descomposición de los vencedores, que abandonaron a su suerte las tierras situadas más allá del Guadalén: Vilches, Baeza, Úbeda y, a la postre, las puertas de Andalucía entera.

El escenario de la contienda

El escenario de la contienda

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Fotografía de portada: Sacro Convento y Castillo de Calatrava La Nueva. Autor, desconocido.
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