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Un paseo por la Ciudad Encantada de Cuenca

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La magia de la naturaleza

En pleno Parque de la Serranía de Cuenca, en la localidad de Valdecabras, se encuentra la Ciudad Encantada de Cuenca, declarada Sitio Natural de Interés Nacional en 1929. Este parque, cuyo origen se remonta hace 90 millones de años en el fondo del mar de Thetis, es uno de los enclaves más importantes para conocer y entender el proceso geológico del karst y disfrutar de sus curiosas formaciones.

El tipo de formaciones de la Ciudad Encantada de Cuenca son lo que se conoce como kársticas. Su origen cabe situarlo durante el Cretácico, hace aproximadamente 90 millones de años. En ese momento el mar de Thetis cubría prácticamente toda la península ibérica. Aguas tranquilas con gran deposición de sales, sobre todo carbonato cálcico que provenía de los esqueletos de animales.

Posteriormente todo ese fondo fue emergiendo hacia la superficie y los bancos de sales se convirtieron en piedra caliza que, a merced de los elementos, fueron progresivamente erosionando la roca.
La permeabilidad de esta, junto con la acción del dióxido de carbono, la disolvió, formando en su interior galerías y originando las caprichosas formaciones de este lugar encantado.

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Un recorrido repleto de curiosidades

Cabe destacar que para visitar la Ciudad Encantada solo existe un recorrido circular de unos tres kilómetros aproximadamente. Unos 90 minutos de paseo.
Se trata de un recorrido sencillo y, por supuesto, bien señalizado, que se puede realizar por cuenta propia o con los servicios de un guía experimentado.

Cada una de las figuras del camino tiene unas formas caprichosas que recuerdan a animales y elementos del mundo real, y que han originado un nombre sugerente para cada una de ellas.

El Tormo Alto, por ejemplo, es uno de los mayores símbolos de Cuenca. Su nombre proviene del latín tumulus, que hace referencia a una roca prominente. Su forma recuerda a una seta y se repite con frecuencia a lo largo de todo el recorrido.

Los Barcos recuerdan a tres grandes barcos esperando en el puerto.

El Perro es una roca que ha sido moldeada de manera caprichosa hasta dejarle un hocico redondeado y un rabo cortado.

El Puente Romano descubre un arco de medio punto que indica, probablemente, el lugar por donde antes discurría una corriente de agua.

En la Cara del Hombre es posible vislumbrar los ojos, la nariz, los pómulos, la barbilla, los labios y el cuello de una persona. Se ha convertido en uno de los principales objetivos de los fotógrafos.

La Foca nos marca el inicio de una red de callejones oscuros que nos llevan a las profundidades de la Ciudad Encantada, empezando por la zona conocida como El Tobogán, una gran hendidura y uno de los rincones más espectaculares.

A continuación, el Mar de Piedra, la Lucha entre el Elefante y el Cocodrilo, el Convento, la Tortuga, los Osos, y los Amantes de Teruel, última parte del recorrido y que simboliza el amor imposible entre dos jóvenes.

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Datos imprescindibles y todo un entorno por descubrir

La Ciudad Encantada de Cuenca abre todos los días del año, aunque sus horarios varían en función de la época y por ello es importante consultarlos.

Sin duda se trata de un destino ideal para visitar con niños, que en el caso de ser menores de siete años no pagan entrada. Se encuentra a tan solo 30 kilómetros de la ciudad Cuenca. Para llegar se debe tomar la carretera CM-2105 y después la CM-2104. Dispone de un aparcamiento público y gratuito.

Por cierto, se admite la entrada de mascotas.

Si vas a visitar la zona, esta te ofrece multitud de opciones. Antes de llegar, por ejemplo, por la carretera CM-2104 se encuentra el Ventano del Diablo, un doble ventanal desde el que es posible contemplar las vistas de la hoz del rio Júcar.

Se encuentra al pie de la carretera que une el pueblo de Villalba de la Sierra con la Ciudad Encantada de Cuenca. Al entrar en la rampa que conduce a la boca del Ventano del Diablo, un amplio espacio, público y gratuito, sirve de aparcamiento. El mirador tiene aproximadamente unos 200 metros de altura. Siempre con mucha precaución, es un lugar al que se puede acceder con niños y mascotas.

Además de albergar un bellísimo paisaje es, también, un lugar ideal para practicar escalada en su conocida vía ferrata.

Lugares como el Parque Cinegético Experimental de El Hosquillo o la Reserva natural de la Laguna del Marquesado, un enclave botánico de gran belleza, te permitirán disfrutar de bellas especies de flora y fauna.

En las lagunas del Tobar, de Cañada del Hoyo o de Uña o las Torcas de los Palancares, podrás descubrir otro tipo de efecto de la erosión de la caliza que forma una especie de cráteres o depresiones circulares.

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Bombos, o el arte de la Piedra Seca

Bombo Tomelloso

En la España meseteña del interior volcada secularmente en la agricultura, donde los municipios son tan extensos y las distancias entre pueblos y ciudades se dilatan enormemente, fue necesario desde antiguo la construcción de habitáculos en el campo que cumpliesen con funciones muy específicas. En muchos casos se trataba de simples refugios para el ganado y de carácter muy provisional. Otras, la estructura podía circunscribirse al fenómeno de vivienda dispersa tan común en nuestro país. A medio camino entre los dos es donde debemos situar el fenómeno del Bombo.

El Bombo, muy común en Tomelloso pero extendido de forma amplia por toda la geografía castellano-manchega, desde Valdepeñas hasta Albacete, es una construcción sólida, edificada para permanecer y de carácter exclusivamente rural. En un medio y un tiempo anteriores a los vehículos a motor, cuando las tierras de labor se encontraban a varias leguas y no era posible ir y volver al pueblo en un mismo día, los trabajadores debían permanecer sobre el terreno mientras duraban las faenas agrícolas de la temporada. Esa necesidad les obligaba a construir instalaciones para albergar a los labradores y gañanes, dar refugio a las bestias de labor o guardar sus aperos de labranza durante las interminables jornadas trascurridas en el campo, y que a menudo se extendían a lo largo de semanas e incluso meses.

Bombo y museo del carro, Tomelloso.Bombo y museo del carro, Tomelloso.

El rasgo más característico de los Bombos es su carácter utilitario y funcional, exento de adornos. La sobriedad y la economía eran señas de identidad y reflejo a su vez de un modo de vida donde el trabajo y el vínculo a la tierra estaban íntimamente unidos a la personalidad de los tomelloseros. En su interior, una pequeña abertura en la pared a modo de alacena, y soportes en los muros para colgar aperos, hatos de comida y manto de faena. Poco más se ofrecía a la comodidad del labriego. Las únicas aberturas eran la puerta, adintelada y orientada al sur, y el conducto cilíndrico de la chimenea. Las estancias eran también pocas, y el mobiliario se completaba casi siempre con camastros de piedra, poyos para descansar y una cuadra con pesebres destinada a los animales (que también proporcionaba calor a la estancia).

Desde el punto de vista histórico se argumenta que los bombos actuales podrían tener su origen en construcciones de piedra de edad prehistórica. Sin embargo hay que avanzar hasta el siglo XIII, con la llegada de la Mesta, para documentar en la zona manchega elementos similares y que hoy todavía abundan, como corrales para el ganado y chozos de pastores. El chozo servía al igual que el Bombo de cobijo y vivienda temporal, pero tenía un carácter mucho más provisional al no construirse enteramente en mampostería (la techumbre solía ser de ramaje o carrizo). A mediados del siglo XIX, cuando se extendieron los campos de viñas en Tomelloso, estas necesidades se hicieron evidentes ya que la vid requería de una mayor dedicación que otros cultivos como el cereal, lo que hizo inevitable el trabajo in situ de gañanes y labriegos durante largos periodos de tiempo. Fue entonces cuando surgió la figura del Bombo, que en modo alguno puede catalogarse como una construcción provisional. 

En Tomelloso la construcción del Bombo no era una tarea sencilla. Los lugareños aprovechaban el material que tenían más a mano, la piedra, apilándola en diferentes acabados sin ningún tipo de argamasa para conformar un paisaje que hoy se considera de gran valor estético en amplias zonas de España, Francia o Italia: la arquitectura de piedra seca. Para ello utilizaban lajas de piedra caliza, resistentes y de fácil manejo, que se extraían de la propia tierra de labor a medida transcurrían las faenas agrícolas. Estas piedras iban acumulándose después en montones más o menos grandes entre los campos, por lo que hoy es habitual que los bombos estén situados precisamente en los límites de parcelas y próximos a los caminos rurales. Una vez rellenados los cimientos, se disponían las lajas de piedra más grandes formando una pared de 2 muros con un hueco interior que luego se rellenaba de piedra suelta. A medida que aumentaba la altura, y siempre sin argamasa, las piedras iban siendo cada vez más pequeñas hasta que el constructor comenzaba a hacer volar ligeramente cada hilada hacia el interior, conformando así la bóveda del Bombo. El anillo del vértice, de pocos centímetros de apertura, se cubría finalmente con una piedra gruesa para dar término al edificio.

El sol cae a plomo sobre tejados, corrales y plazas de piedra. A su alrededor los campos, adormecidos, exhiben el verde intenso de las viñas cruzado desde todos lados por cintas polvorientas de un blanco terroso. Por estos caminos sin sombra avanzan los gañanes junto a las yuntas de mulas, que arrastran con aire apesadumbrado carros cargados de pertrechos y el consabido “hato” de una semana. Todo es viña alrededor. En lontananza se advierte una figura solitaria, vibrante y difusa a través del aire recalentado. A medida que el labriego se acerca su perfil va achicándose y adquiere proporciones reales, como la cáscara de un huevo invertido, toma poco a poco el color de la piedra y termina confundiéndose casi con el paisaje resabiado de la llanura. Es la misma roca utilizada desde que se tiene memoria, la roca revuelta en la tierra y sacada con esfuerzo a los pies del arado, la roca acumulada durante siglos para construir majanos y refugios, quinterías y hasta las casas familiares en el pueblo. El hombre se dirige hacia allí y a poco detiene las mulas junto a la pequeña construcción circular, sin adornos, solida y funcional como la propia viña que lo rodea. Comienza otro día de faena.

                                                                       

El Bombo, elemento básico en la personalidad de unas gentes volcadas en la tierra y en la vid, sigue estando presente en el paisaje. Ese es el legado de Tomelloso, afortunadamente todavía en pie. Esperemos que su figura siga siendo un canto a la agreste tierra de Castilla y que continúe alojando en su memoria el perfil de sus amplios horizontes, sus campos requemados y, por qué no, la figura secular del arriero, poesía viva como el propio palpitar de una tierra que no conoce edad.

“Los arrieros y sus largas recuas de mulas, adornadas con campanillas de monótono tintineo. Vedlos, con sus rostros atezados, sus trajes pardos, sus sombreros gachos; ved a los arrieros, verdaderos señores de las rutas de España (…)”. George Borrow. La Biblia en España