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Navegando por Baleares, un oasis en el mar

mediterraneo portada baleares

Las calas proliferan a lo largo de la costa, un día como refugio de piratas, hoy para amantes de la soledad


Las Baleares son el último paraíso en medio de un Mediterráneo al borde del caos. Si desde el aire las nubes pueden ocultar su belleza, acercarse hasta ellas desde el mar es como divisar un oasis inapreciable.

Llegar a Palma, en la isla de Mallorca, a menudo se transforma en una auténtica gymkhana en al que el patrón tiene que alardear de oficio entre tanto velero y tanto yate. ¿Qué pensaría Jaime I cuando conquistó la ciudad tras su viaje casi en solitario desde la apacible playa de Salou?

A lo lejos, y de forma inconfundible, la catedral fortaleza, como señal de identidad de la ciudad. El puerto es un hervidero lleno de actividad. Mientras amarramos, la noche se ha cernido sobre Palma. El club náutico, sus restaurantes, sus tiendas… se llenan de luz. La catedral gótica, iluminada, planea sobre el resto de edificios, mientras que en la otra parte de la ciudad, perdido en la montaña, el castillo de Bellver, esa fortaleza circular inconfundible, le hace competencia en señorío.

Dejamos el barco para adentrarnos en sus calles donde los ecos medievales ahogan recuerdos anteriores. Pero sus costas siguen siendo las mismas que antaño cautivaron a fenicios, griegos, romanos, árabes… Tal vez sería más fácil citar a los pueblos que nunca sintieron su atractivo.

A la mañana siguiente nos disponemos a bordear la isla. Nuestra primera etapa es Cala Figuera, un puerto pequeño, oculto entre multitud de atractivos recovecos que esconden los amantes de la soledad de la mirada de curiosos.
Seguimos hacia el norte, siempre con la costa a la derecha. Lejos vemos ya las primeras estribaciones de la sierra de Andraix. En sus valles se esconde la cartuja de Valldemossa, cuna de amores prohibidos como el de George Sand y Chopin, que han dado la vuelta al mundo.

Por estas costas se resguardaban los piratas de todas las épocas y aún se observan calas de difícil acceso, lugar en el que podían ocultarse sin ser sorprendidos por los enemigos. El puerto de Sóller fue uno de esos sitios privilegiados y aún conserva su historia así como sus viejas tradiciones gastronómicas.

Tranquilamente, con la mar calma, nos acercamos a otro de esos parajes que sobrecogen, que empequeñecen al hombre en la misma medida que engrandecen la naturaleza. Son las calas de Formentor, cortadas a pico. Sa Calobra va a ser uno de esos rincones por los que se suspira. Cincuenta metros de longitud por veinte de anchura es toda su arena vigilada por altos farallones.

Doblado el cabo del mismo nombre, entre pinos, el hotel Formentor, uno de los lugares más exclusivos de la isla, y a continuación, las playas inmensas que apenas se van a ver interrumpidas hasta Palma. Y de improviso casi, perdida en esa playa eterna, Pollensa, que con Alcudia, y su gran bahía, nos recuerdan la presencia de los viejos negociantes fenicios que se asentaron aquí.


Hacia Menorca, equilibrio natural en pleno siglo XXI


Buscando el amanecer, enfilamos el barco hacia Menorca, Reserva de la Biosfera desde 1993. Nuestro primer destino es Ciudadela, la capital vieja que perdió su protagonismo cuando los ingleses se quedaron con la isla tras el tratado de Utrech de 1713 a favor de Mahón, el puerto natural más grande del Mediterráneo y donde refugiaron su amor Nelson y Lady Hamilton.

Vamos a costear por el sur. Con las luces de Ciudadela aún encendidas y sus historias de amores, traiciones y muertes resonando en nuestras cabezas. Emprendemos la ruta para ver esas calas que marcan a todo aquel que pasa por aquí.

La primera va a ser Cala Galdana. Rodeada de hoteles y una de las más masificadas de la isla. Luego nos encontraremos con Cala Mitjana, de difícil acceso, sólo desde el mar o a través de un recorrido lleno de vericuetos.

Y por fin, antes de llegar a Mahón, una parada en Binibeca, viejo puerto de pescadores y hoy refugio del mejor arte menorquín donde todavía se encuentran creaciones hippies que un día hicieron mundialmente famosa a esta isla realizadas por artistas supervivientes de los setenta.

El interior de la isla, dominada por el monte Toro, tiene los monumentos prehistóricos más antiguos del mundo, sin olvidar la Naveta des Tudons, considerado uno de los edificios más viejos del mundo, o sus inigualables talayots.

También su queso es famoso así como su ron. La noche en Mahón es un recorrido por plazas y calles empinadas y una vista constante del puerto.


Amantes famosos como George Sand y Chopin o Nelson y Lady Hamilton encontraron en estas islas su lugar de ensueño



Ibiza y Formentera, entre Patrimonio de la Humanidad y noches infinitas


Sin duda, Ibiza es la isla para la gente joven, llena de ritmo, con arte propio. El arte “ad lib” sigue siendo conocido en el mundo entero. Patria de hippies durante los setenta, aún conserva ese aire agresivo e inquieto.
La ciudad vieja se encarama sobre un promontorio dominando el puerto y casi la isla entera, ajena al día a día, al ajetreo, a las noches que no terminan, a las discotecas que no se cansan, para seguir fiel a su historia, inamovible, en el mismo lugar que la ubicaran los fenicios y la fortificaran los árabes.

Ibiza es hoy conocida en todo el mundo por la impresionante belleza de la ‘nave de piedra’, Dalt Vila, la fortificación amurallada mejor conservada del Mediterráneo y reconocida por la Unesco con la declaración de Patrimonio de la Humanidad.

Hoteles de lujo mirando al mar, se reparten el paisaje con los cámpings o las casas solariegas. Y esas calas a las que hay que llegar caminando, como un reto. O en un alarde de sueño, mirar desde la costa la isla Conejera, donde no cabe ni una manta en la que sentarse a merendar y donde todavía se ha puesto coto a la civilización.

Lo mismo que sucede en la otra isla, menor también, aunque algo más grande, Formentera. Allí dos playas, la de Mitjorn y la de Tramuntana, en honor de esa diosa de los vientos que cuando sopla enloquece a sus habitantes y no deja en paz la mar. Y un par de casas para acoger a los despistados que se duermen en la arena y pierden el barco con el que volver a Ibiza.

Y por doquier, en una y otra isla, calas y calas donde refugiarse, donde encontrar la soledad, donde sentirse seguro en un mar lleno de nostalgia, pero que no puede renunciar a su pasado de cuna de una cultura eterna.


Un artículo de Bergen Löffler para sabersabor.es ©

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Nadando entre tiburones. Una experiencia de vértigo en el Oceanogràfic de Valencia

Nadando entre tiburones. Una experiencia de vértigo en el Oceanogràfic de Valencia

Uno de los atractivos más impactantes de la capital del Turia es el Oceanogràfic de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, todo un hito entre los acuarios a nivel mundial. De hecho, con más de 42 millones de litros de agua y 110.000 m2 de superficie, este parque está considerado como el mayor oceanario construido en Europa. Dentro del complejo, de diseño arquitectónico espectacular, el visitante tiene la oportunidad de realizar un recorrido por los más importantes y amenazados ecosistemas marinos. ¿Cómo lo hace? Incorporando módulos específicos, con visita independiente, donde es posible hallar desde los ambientes extremos del Ártico y Antártico, pasando por el ecosistema mediterráneo, el delfinario y los espacios de mar abierto, hasta la rica complejidad de los mares ecuatoriales y tropicales de todo el mundo.

Acuario de especies tropicales en el Oceanogràfic. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

                     Acuario de especies tropicales en el Oceanogràfic. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

Instalaciones del Delfinario en el Oceanográfic. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

                        Instalaciones del Delfinario en el Oceanográfic. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

Sin duda, la atracción estrella del Oceanogràfic es la experiencia real de bucear entre tiburones, cuarenta minutos de emociones impactantes entre algunos de los animales más bellos (y peligrosos) del océano. Entre ellos se encuentra el tiburón ángel, llamado también pez monje, un pequeño escualo con aspecto de raya habitante de los fondos costeros y con la peculiar costumbre de enterrarse a si mismo en el fondo arenoso, donde reposa a la espera de algún crustáceo o pececillo que se ponga a tiro para devorarlo. Si algún incauto se ofrece voluntario, este pez emerge repentinamente del suelo abriendo al mismo tiempo sus mandíbulas con velocidad pasmosa, y creando además un vacío que absorbe a su presa de forma casi instantánea y le permite tragarla entera. En general estos tiburones son casi inofensivos, y lo mismo cabe decir de otro de los inquilinos del oceanario: el tiburón nodriza o tiburón gato, llamado así por las prolongaciones que ostentan en su morro y que utilizan para localizar a sus posibles víctimas, enterradas en el fango del fondo marino. La mansedumbre de esta especie es tal que durante las inmersiones, los buceadores se acercan a ellos sin problema y montan sobre sus lomos igual que si fueran caballos marinos.

Buceando entre especies marinas en el Oceanogràfic de Valencia. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

        Buceando entre especies marinas en el Oceanogràfic de Valencia. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

Pero los protagonistas indiscutibles del Oceanogràfic son, evidentemente, el tiburón toro y el tiburón gris, dos de las especies costeras más grandes existentes. El toro puede alcanzar fácilmente los tres metros de longitud, y no debe confundirse en modo alguno con el tiburón toro anglosajón, aquí conocido como tiburón sarda, mucho más peligroso y responsable de la mayoría de los ataques a seres humanos en áreas costeras habitadas de todo el mundo. El tiburón toro no acarrea ningún riesgo y de hecho constituye una especie habitual de los acuarios por su comportamiento y fácil adaptación a la vida en cautividad. Que se sepa, es la única especie de escualo capaz de tragar aire en la superficie del agua para almacenarlo posteriormente dentro de su estómago, lo que le permite usarlo como un balón de aire para permanecer flotando entre dos aguas sin apenas mover un músculo (este comportamiento es inaudito entre los tiburones puesto que carecen de vejiga natatoria y, en consecuencia, las especies de mar abierto deben moverse de forma ininterrumpida si no quieren hundirse y perecer aplastadas en las profundidades).

Tiburón gris nadando cerca del fondo. Autor, Brian Gratwicke

                                            Tiburón gris nadando cerca del fondo. Autor: Brian Gratwicke

Tiburón ángel en fondos marinos de la Isla de Tenerife. Autor, Philippe Gillaume

                              Tiburón ángel en fondos marinos de la Isla de Tenerife. Autor: Philippe Gillaume

El tiburón gris se considera asimismo inofensivo para los humanos y puede encontrarse en muchos hábitats marinos, desde las áreas cercanas a la costa e influidas por las mareas hasta zonas relativamente alejadas del litoral, donde alcanza a veces profundidades de hasta 300 metros. Una peculiaridad de esta especie es el gran tamaño de sus aletas, mayores de lo habitual, lo que lo convierten en un pez muy apreciado por los pescadores. Las pesquerías comerciales capturan al tiburón gris sobre todo por su carne, así como para proveer de género a la exótica cocina oriental (la famosa sopa de aleta de tiburón), aunque hay que decir que este escualo es también muy valorado por los aficionados a la pesca deportiva. En cualquier caso, la persecución a que se le ha sometido ha supuesto un verdadero problema para sus poblaciones, reducidas considerablemente en los últimos años hasta el punto que está clasificado como especie poco abundante y amenazada de extinción, sobre todo en el Mediterráneo.

Tunel de Océanos y ejemplar de tiburón. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

                            Túnel de Océanos y ejemplar de tiburón. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

Tiburón toro. Autor, Richard Ling

                                                                    Tiburón toro. Autor: Richard Ling

Por supuesto, la experiencia de nadar entre tiburones del Oceanogràfic pretende ser un acontecimiento para disfrutar de la vida salvaje en los océanos, y no es ni mucho menos una actividad de riesgo. Tras una charla donde se explican las especies más importantes que vamos a encontrar (además de las especies citadas, existen otras tan atractivas como el pez sierra o los peculiares peces luna), los visitantes se dirigen al tanque preparado al efecto con una profundidad de 6 metros, donde el equipo técnico facilita a los visitantes todo lo necesario para la inmersión. De esta forma, en un espectacular paseo cuya duración aproximada es de 45 minutos, el afortunado turista submarino recorre los distintos ambientes del tanque efectuando periódicamente una serie de paradas, a fin de observar las especies propias de cada uno de ellos. En definitiva, se trata no solo de una inmersión agradable entre amigos y apasionados de la adrenalina, sino de toda una experiencia vital: la de sentirnos por un momento los reyes del océano, deleitándonos junto a los instructores con la grandiosidad de la vida submarina y nadando en compañía de algunas de las especies más bellas del planeta: mantas de todo tipo, peces luna, meros de gran tamaño, tiburones leopardo, monje, grises… Toda una sinfonía para los sentidos imposible de olvidar.

Oceanogràfic de Valencia. Autor, Ciudad de las Artes y las Ciencias

                                       Oceanogràfic de Valencia. Autor: Ciudad de las Artes y las Ciencias

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En la época de los baños de mar. La aventura de ir a la playa con corsé (2ª parte)

En la época de los baños de mar. La aventura de ir a la playa con corsé (2ª parte)

La moda de bañarse en el mar supuso una evolución lógica a la costumbre cotidiana del baño en agua dulce (ríos y lagunas), practicado con profusión por todos los estratos sociales. En Francia y antes del periodo revolucionario resultaba muy tentador para los nudistas darse un baño en un río, por lo que las repetidas órdenes y prohibiciones policiales llevaron a más de uno a ser incluso azotado al ser detenido en pleno chapuzón. Al final se optó por crear unos baños públicos controlados mediante el uso de una especie de barreños de tela agujereada que se introducían en los ríos a cubierto de mirones. Con la llegada de los baños de mar las costumbres no variaron de manera sustancial. Por cierto que lo de zambullirse en las olas tampoco estaba muy claro en aquellos años. Se preferían zonas que cumpliesen las suficientes medidas de seguridad, y eso significaba a menudo playas con charcos, abrigos rocosos con poco fondo o bancos de arena que permitiesen “hacer pie” sin riesgos innecesarios. Lo común era no saber mantenerse a flote, y todavía menos nadar, ya que la natación solo empezó prodigarse con la llegada de los primeros clubs especializados (fueron famosos el Club Natación Barcelona de 1907, o el Atlétic, fundado 6 años después en la misma ciudad). Sin duda existían bañistas atrevidos que se introducían en mar abierto en determinadas ocasiones, en especial durante la noche de San Juan para tomar la «buenaventura», pero éstos eran casos muy contados, y llegados al extremo no era raro que las damas de alcurnia se limitasen a sentarse en la arena a pocos metros de la rompiente, esperando así que una ola mayor que el resto las sorprendiese mojándoles impunemente los tobillos.

Paseo a orillas del mar. Joaquin Sorolla. 1909

                                                         Paseo a orillas del mar. Joaquin Sorolla. 1909

Caricatura de la época

                                                                           Caricatura de la época

La sociedad de entonces imponía una separación drástica de sexos en la playa, y así existía una zona para las damas (a ser posible casadas o en grupo familiar), y a una distancia prudencial otra para los caballeros. En la playa gaditana de San Lúcar de Barrameda existía todavía una más reservada a las caballerías (contigua a la masculina), que entonces se utilizaban con profusión para trasladar el pescado desde el litoral hasta los puntos de venta en el casco urbano. Por regla general, estos baños estaban vigilados por algún agente de la autoridad municipal con el fin de reprimir las intentonas de los “mirones”, verdadera plaga que solía acomodarse en las inmediaciones para observar el trasiego de féminas a orillas del agua. En este sentido, no está de más leer detenidamente algunas de las reglamentaciones que se prodigaban por aquella época en la mayoría de las playas españolas:

Art. 131. No se permitirá que las personas embriagadas ni los dementes se bañen por ningún punto de las playas.

Art. 132. Tampoco podrán bañarse juntas personas de diferente sexo.

Art. 133. Se prohíbe a los hombres bañarse por las playas de San Telmo (reservada a las mujeres) desde el toque de oraciones hasta las diez de la noche. Tampoco podrán acercarse a las mismas playas durante las indicadas horas.

Art. 134. Los que se bañaren faltando, en cualquier forma que sea, a lo que exigen la decencia, la honestidad y la moral pública, serán severamente castigados.

Baño de Venus. Coloreado a mano grabado de 1790. Thomas Rowlandson

                                  Baño de Venus. Coloreado a mano grabado de 1790. Thomas Rowlandson

Máquina de baño

                                                                      Máquina de baño. Ostende, 1915.

Claro que para evitar cualquier tipo de indiscreción, nada fue tan eficaz como las famosas “máquinas de baño”, las cuales permitían un cómodo desembarco en la orilla del mar protegidos en todo momento de la curiosidad ajena. Estas máquinas fueron populares en España y en media Europa (en el Reino Unido se utilizaban ya desde el siglo XVIII) y eran solicitadas indistintamente tanto por hombres como por mujeres. Se trataba de simples carros con cuatro paredes de madera y dos puertas: por una se accedía en traje de calle, y por la otra se salía ya ataviado para remojarse los pies en el mar. La tracción de estos carros era sobre todo animal, aunque existe constancia de psicodélicas “máquinas de baño” con raíles y propulsadas a vapor, como la que usaba el rey Alfonso XIII durante sus veraneos en San Sebastián. El palacete móvil del monarca fue construido en 1894 y permaneció en uso hasta 1911, cuando se levantó para las mismas funciones un edificio de piedra a pie de playa.

Máquinas de baño

                                                         Máquinas de baño. Bognor Regis, West Sussex

La altura de las ruedas permitía que la “máquina de baño” penetrase unos metros en el mar manteniendo secas las prendas en su interior, de modo que a menudo se hacía necesaria una escalinata para que los usuarios descendiesen hasta el nivel del mar sin chapuzones malsanos. Algunas de estas máquinas, incluso, disponían de toldos desplegables para hacer todavía más íntimo el momento del baño, y en los casos más selectos llevaba aparejada su propia asistencia de baño, los famosos “dippers”, quienes se encargaban de tareas tan útiles como tirar de los carros hasta el agua (cuando no se disponía de caballerías) o ayudar a los usuarios a entrar y salir de ella sin riesgo para su salud. Por supuesto, los “dippers” eran siempre personas del mismo sexo que los clientes a los que servían.

Bañista posando para fotografía

                                                         Bañista posando para fotografía. Ostende, 1913

Con los años la fama de los “baños de mar” aumentó. Llegó a constituirse un verdadero turismo de élite, lo que favoreció asimismo la inversión privada y la transformación de algunas ciudades en destinos veraniegos de gran atractivo. Fue el caso de San Sebastián y Santander, cuyos ayuntamientos respectivos se volcaron para ofrecer una imagen de ciudad-balneario al gusto de la moda entonces imperante en Europa. Así, en distintos puntos del litoral atlántico (también del Mediterráneo) resultó cada vez más común ver levantarse grandes balnearios y hoteles propiedad de sociedades anónimas por acciones, verdaderos complejos de varias plantas y construidos por lo general con un estilo modernista y monumental. Contaban con elegantes y ostentosas decoraciones interiores, lujosos mobiliarios, servicios de mesa, así como una gran diversidad de instalaciones y funciones lúdicas para el cliente: servicios y equipamientos de baño; piscinas al aire libre con trampolines; espacios de restauración y grandes salones de baile. Cuando la normativa lo permitió se incorporaron también los casinos de juego, sin olvidar los conciertos de las modernas y famosas orquestas y (ya entrado el siglo XX) los primeros concursos de misses que desfilaban en bañador. Pero esa es ya otra historia…

Un día de playa. Playa de San Lorenzo, Gijón. Autora, Amalia González

                                    Un día de playa. Playa de San Lorenzo, Gijón. Autora: Amalia González

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En la época de los baños de mar. La aventura de ir a la playa con corsé (1ª parte)

En la época de los baños de mar. La aventura de ir a la playa con corsé (1ª parte)

Hubo un tiempo en que ir a la playa no era sinónimo de conseguir un bonito bronceado o darse un chapuzón para combatir las altas temperaturas. Hace apenas cien años el turista ofrecía un perfil muy diferente del actual y los objetivos de una feliz estancia en la playa iban por otros derroteros. Curiosamente se trataba no tanto de enseñar palmito, sino de tapar hasta lo intapable. Además, los baños de mar eran sinónimo de curación. En la Francia del siglo XVII, madame de Sévigné alababa los méritos de los baños de mar con las siguientes palabras: «Hace ocho días que madame de Ludres, Coétlogon y la pequeña Romiroi fueron mordidos por una perrita que más tarde ha muerto de rabia. Suerte que Ludres, Coétlogon y Romiroi han partido esta mañana para Dieppe para darse tres baños de mar». Las playas constituían también para la sociedad burguesa del XIX una prolongación de la vida de salón, y así, una buena parte de sus arenas se convertía durante la estación veraniega en el escenario ideal para pasear, charlar, jugar, divertirse, tomar el fresco, estar de copas, «dejarse ver», etc. Las damas a la moda iban ataviadas con traje veraniego de falda larga, en tejido ligero y blanco, con una sombrilla o quitasol y sombrero a la francesa, mientras los caballeros galantes las acompañaban trajeados de punta en blanco, encorbatados y con su imprescindible bastón.

Dieppe. Autor, Vladimir Tkalcic

                                                                     Dieppe. Autor: Vladimir Tkalcic

En el siglo XIX era muy frecuente que lo más selecto de la clase burguesa viajase hasta las playas del Atlántico para tratarse sus males circulatorios y respiratorios, fracturas diversas o depresiones ocasionadas por el mal de amores o el stress (que ya entonces era conocido, aunque los médicos no se ponían de acuerdo acerca de sus causas). La reina Isabel II acudía gustosa a las playas de Barcelona para tratarse sus problemas dermatológicos, al tiempo que el agua marina se recomendaba muy especialmente a las mujeres de ciudad, que practicaban una vida sedentaria, y a los niños pálidos y de piel fina y apagada por los perjuicios de las ciudades industrializadas.

Banys de la Reina, Campello. Autor, Quique Andrade

                                                    Banys de la Reina, Campello. Autor: Quique Andrade

En los tratados médicos de la época se recomendaba, por ejemplo, no zambullirse en el agua sin una preparación previa, consistente ésta en mojarse primero la cabeza con uno o dos cubos de agua. Permanecer en el agua más de cinco a diez minutos se consideraba arriesgado, y en cualquier caso había que secarse enseguida tras salir de las olas y ponerse ropa seca: “El mar debe de ser usado con inteligencia y discreción”, rezaba un eslogan en uno de estos prospectos. Y hasta tal punto era el océano motivo de respeto que durante muchos años fue frecuente en las playas el llamado “baño a la cuerda”, recomendado para personas de edad, o muy susceptibles e inquietas. Esta práctica era todavía común hacia 1910 y consistía en bañarse en grupo y agarrado a un cordaje, que se sujetaba por medio de unos postes bien anclados en la arena de la playa. Desde luego, el oficio de socorrista no era de lo más solicitado por aquella época.

Playa de San Lorenzo, Gijón. Autora, Pilar Azaña

                                                       Playa de San Lorenzo, Gijón. Autora: Pilar Azaña

La sociedad decimonónica, absolutamente mojigata en cuestiones de pudor, obligaba a damas y caballeros a comportarse como tales incluso a orillas del mar, y así, los atuendos de baño podían considerarse como una segunda versión de la elegante moda imperante a pie de calle. La cosa ya venía de antes, y así descubrimos que en 1790 las leyes que protegían la decencia en las playas prohibían los baños femeninos, aunque afortunadamente el nuevo siglo llegó más permisivo y permitió, por ejemplo, que las mujeres mostraran en público sus pies y tobillos. Por entonces el traje de baño femenino cubría íntegramente el cuerpo desde el cuello hasta los pies, además de llevar encima (no hay ni qué dudarlo) toda la ropa interior. El tejido más utilizado para los bañadores era la lana y se confeccionaban siempre en dos piezas: una camisola de cuello alto, mangas hasta el codo y faldón hasta las rodillas; y la parte inferior consistente en un pantalón que llegaba casi a los tobillos. Por supuesto, el corsé era de uso obligado tanto dentro como fuera del agua. En la mayoría de playas los hombres tenían prohibido bañarse o pasearse por la playa vestidos en “caleçon” (calzoncillo) ya que se consideraba sumamente indecente. Por otro lado, el traje de baño iba acompañado siempre de una multitud de accesorios cuya finalidad era casi siempre la de guardar el pudor: gorros y bonetes para la cabeza; albornoz y sandalias de baño (que el bañista dejaba al borde del agua y los recogía después a la salida), e incluso tissus de baño (toallitas para secarse el indecoroso sudor corporal producido por los rayos solares).

Playa de Santander, años 20. Autora, Teresa Avellanosa

                                                 Playa de Santander, años 20. Autora: Teresa Avellanosa

Los apuros para cambiarse de ropa se solucionaban con unas casetas de madera desmontables que, a modo de vestuarios de alquiler, se colocaban en el acceso a la playa a fin de permitir un mínimo de intimidad antes de zambullirse en las olas. Otra indecencia a eliminar era la molesta situación de un traje de baño mojado y pegado al cuerpo, lo que insinuaba de manera insultante todas las formas corporales. La cosa podía disimularse, afortunadamente, mediante el uso de colores oscuros y poco favorecedores. Para los contemporáneos era frecuente por tanto disfrutar de una playa en blanco y negro, donde la alegría de los colores vivos brillaba por su ausencia y prevalecían en cambio los tonos gris oscuro, marrón o incluso chocolate de los bañadores (el color negro se reservaba invariablemente a las viudas).

Vendedor de trajes de baño, Ipanema, Río de Janeiro. Autor, Patricio Irisarri

                                  Vendedor de trajes de baño, Ipanema, Río de Janeiro. Autor: Patricio Irisarri

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La Serenissima del Mar del Norte, Un paseo por los canales de Ámsterdam

La Serenissima del Mar del Norte, Un paseo por los canales de Ámsterdam

Cuando un puñado de granjeros y pescadores llegaron a la zona en el siglo XIII navegando por el río Amstel hasta su desembocadura, nadie imaginó que de aquel viaje surgiría una de las ciudades más atractivas y cosmopolitas del mundo: Ámsterdam, la Venecia del Norte. Hoy la ciudad cuenta con más de 750.000 habitantes y es uno de los hitos del turismo europeo y mundial, que recala en la capital de los tulipanes para deleitarse con su despliegue de canales, sus mercados al aire libre, las casas señoriales del siglo de Oro holandés y también, por qué no decirlo, con el humo embriagador del cannabis en los célebres coffeeshops del casco antiguo, los locales autorizados para el consumo de drogas blandas.

En el siguiente post les invitamos a un paseo visual y descriptivo por el Ámsterdam más turístico, pero también por el menos conocido. Un paseo por sus puentes, por sus barrios y sus tiendas, un viaje en busca del espíritu que ha animado desde sus comienzos a esta ciudad asomada al frío Mar del Norte, y que durante más de un siglo lideró junto a países como España e Inglaterra las vías comerciales de los cinco continentes. Asomarse a Ámsterdam merece la pena, esperamos sinceramente que lo disfruten…

2. Ámsterdam, la Venecia del norte. Autor, Guillermo Ramírez

                                                Ámsterdam, la Venecia del norte. Autor: Guillermo Ramírez

3. Calles estrechas en Ámsterdam, un día de septiembre. Autor, Moyan Breen

                                   Calles estrechas de Ámsterdam en un día de septiembre. Autor: Moyan Breen

4. Barrio de Joordan. Autor, JenniKate Wallace

                            Barrio de Joordan, el antiguo distrito de la clase obrera. Autor: JenniKate Wallace

5. Edificios en El Patio de las Beguinas (Begijnhof), del siglo XIV. Autor, Dirkjankraan

                               Edificios en El Patio de las Beguinas (Begijnhof), del siglo XIV. Autor: Dirkjankraan

1. Ámsterdam (que proviene de Ámsteler-damme o “dique de Ámstel”, junto al cual se construyó el primer asentamiento) es una ciudad tremendamente viva y cosmopolita. Entre las atracciones más llamativas para el viajero que recala allí por primera vez se encuentran los museos, muchos de ellos preparados para ofrecer multitud de actividades dirigidas especialmente los más pequeños; las playas de Zandvoort, Wijk aan Zee, Bloemendaal y Noordwijk tienen un carácter muy peculiar y ofrecen diversas ofertas deportivas y de ocio, así como platos tradicionales costeros en sus restaurantes que merece la pena degustar con calma; la ciudad atesora además el zoo más antiguo de Europa, y a solo unos cuantos km hacia el exterior es posible encontrar los verdes y amplios espacios de la campiña holandesa repletos de molinos, como Zaanse Schans, un museo al aire libre donde el viajero puede sentirse como si hubiese sido transportado en el tiempo… Si lo que desea es recorrer la ciudad sin las consabidas marchas kilométricas, que a menudo terminan en el hotel con los pies doloridos y sumergidos en agua caliente, no está de más saber que Ámsterdam es la capital mundial de la cultura de la bicicleta y que no puede permitirse el lujo de encontrarse allí y rechazar un paseo en este comodísimo y útil medio de transporte. La mayoría de las calles tienen carriles-bici y puede aparcarse sin problemas en casi cualquier sitio. Claro que en ese caso es mejor no olvidar ni el aspecto de su vehículo ni el lugar elegido, puesto que los últimos censos dan para la ciudad un total de 700.000 ciclistas (el 94% de la población) y más de 7 millones de bicicletas. Además, y según un estudio reciente, cada año desaparecen unas 80.000 en pleno casco urbano, de las cuales la tercera parte acaba misteriosamente en el fondo de algún canal…

6. Rijsksmuseum de Ámsterdam. Autor, Burns!

                                                    Rijsksmuseum de Ámsterdam. Autor: Burns!

7. Biblioteca en el Rijksmuseum. Autor, Ton Nolles

                                                Biblioteca en el Rijksmuseum. Autor: Ton Nolles

8. Bicicletas en la ciudad, el mejor medio de transporte. Autor, Jorge Royan

                                    Bicicletas por la ciudad, el mejor medio de transporte. Autor: Jorge Royan

9. Molinos de viento en Zaanse Schanz, a 10 km de Ámsterdam. Autor, Tania Caruso

                                 Molinos de viento en Zaanse Schanz, a 10 km de Ámsterdam. Autor, Tania Caruso

2. Ámsterdam fue originalmente una ciudad comercial y pesquera, con el arenque como producto principal de exportación, y a principios del siglo XVI disponía ya de una red de canales y presas para controlar el nivel del río y de las mareas, de gran envergadura en las aguas del Mar del Norte. Tras las sangrientas luchas contra los ejércitos españoles, Ámsterdam inició una edad dorada con el establecimiento de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, gracias a la cual arribaban todos los años a la ciudad cientos de barcos cargados de riquezas y productos procedentes de todos los rincones del mundo: África del Sur, Ceilán, Indonesia, norte de Brasil… En el siglo XVII prosperaron los astilleros para fabricar barcos; infinidad de molinos que procesaban materias primas, y por supuesto los edificios suntuosos de la nueva clase burguesa, hoy todavía admirables en el llamado Gouden Bocht (Bucle de Oro) en torno al primer canal (las casas obreras, en cambio, ocupaban el barrio Jordaan de la periferia).

Desafortunadamente la prosperidad no duró mucho, y tras las guerras con Inglaterra por la hegemonía de los mares, y sobre todo con las disputas con Prusia y la «tutela» del país a cargo del ejército de Napoleón, el declive económico se hizo acelerado y llegó a temerse que no tuviera fin. La ocupación de Holanda por las tropas alemanas en 1940 constituyó por otro lado el fondo de una vorágine de terror, un calvario económico y humano sin precedentes que tuvo su máxima expresión en las deportaciones de decenas de miles de judíos hacia los campos de concentración y de exterminio nazis ubicados en media Europa. La historia de Ana Frank, cuya casa puede visitarse hoy como museo, es sin duda el caso más conocido…

10. Otra vista de los molinos de Zaanse Schans. Autor, Johan Wieland

                                    Otra vista de los molinos de Zaanse Schans. Autor: Johan Wieland

11. Palacio Real en Ámsterdam, en la plaza Dam. Autor, Vgm8383

                                      Palacio Real en Ámsterdam, en la plaza Dam. Autor: Vgm8383

12. La casa del señor Tripp, la más ancha de la ciudad. Autor, Jan

                                      La casa del señor Tripp, la más ancha de la ciudad. Autor: Jan

13. La casa del cochero del señor Tripp, la más estrecha de Ámsterdam. Justo en frente de la anterior. Autor, HenkLiu

    La casa del cochero del señor Tripp, la más estrecha de Ámsterdam. Justo enfrente de la anterior. Autor: HenkLiu

3. Como reminiscencia de su pasado comercial, los mercados de Ámsterdam siguen siendo uno de los lugares turísticos más atractivos de la ciudad. Entre ellos no hay que perderse el Albert Cuyp, considerado el mayor al aire libre de Europa con sus más de 300 puestos a lo largo de más de 1 km de recorrido. El Dappermarkt está reconocido por National Geographic como el 8º del ranking mundial de los mejores mercadillos del mundo, solo por detrás de algunos tan impresionantes como el “Grand Bazaar” de Estambul o el “Mercado nocturno de Patpong”, en Bangkok, Thailandia. Pero si lo que quieren es encontrar artículos únicos, existen infinidad de mercados monográficos en Ámsterdam para todos los gustos: en Looier abundan las antigüedades y los objetos de coleccionista; para los amantes de los libros se encuentra Oudemanhuisport, que atesora también grabados o partituras musicales del siglo XIX; y si su pasión son las flores, no puede olvidar acercarse al maravilloso mercado de flores flotante de Ámsterdam, el Bloemenmarkt, con decenas de barcazas-floristerías abiertas al público e instaladas permanentemente sobre las aguas de un canal…

14. Albert Cuyp markt, el mayor mercado al aire libre de Europa. Autor, Shirley de Jong

                      Albert Cuyp markt, el mayor mercado al aire libre de Europa. Autor: Shirley de Jong

15. Detalle del Mercado de flores flotante en la ciudad. Autor, Antoon's Foobar

                  Detalle del Mercado de flores flotante en la ciudad. Autor: Antoon’s Foobar

16. Canal Prinsengracht. A la izquierda, justo antes de la torre, la famosa casa de Ana Frank. Autor, Moyan Brenn

     Canal Prinsengracht. A la izquierda, justo antes de la torre, la famosa casa de Ana Frank. Autor: Moyan Brenn

17. Jardines del museo Geelvinck, ubicados en una lujosa casa del siglo XVII. Autor, David Holt

              Jardines del museo Geelvinck, ubicados en una lujosa casa del siglo XVII. Autor: David Holt

4. Para los amantes de lo prohibido, nada hay más famoso en Ámsterdam como su exclusivo Barrio Rojo (Rosse Buurt), uno de los más permisivos del mundo en cuanto a diversidad sexual, servicios de prostitución o consumo de drogas blandas. Los barrios de Singelgebied, Ruysdaelkade y De Wallen se encuentran en el centro histórico de la ciudad y exhiben locales de alterne abiertos tanto de día como de noche, donde las damas muestran sus encantos justo al otro lado del escaparate. La prostitución está totalmente regulada en Holanda y lo mismo ocurre con el consumo de cannabis y sucedáneos como el hachís, por lo que la ciudad es un verdadero imán que atrae a miles de visitantes ansiosos por curiosear en un mundo de Jauja donde todo está permitido (o al menos así lo parece). Ámsterdam no es sin embargo pionera en estos establecimientos de venta de marihuana (el Sarasani de Utrecht, de 1968, es al parecer el más antiguo local existente en Holanda y un verdadero Templo para los alegres camaradas del fumeteo). Sin embargo, la rutina suele ser similar en todos ellos.

En los coffeeshops, por ejemplo, uno puede consumir hasta 5 gramos de cannabis puro en un día: si lo compra en el propio establecimiento la broma le sale a unos 10 € el gramo, aunque son muchos los que utilizan el local como un parador de autoservicio llevándose allí su propio material, a fin de liarse el porro y fumarlo tranquilamente en un rincón apartado… aunque en ese caso tendrá que consumir alguna otra cosa dentro del garito (y hacerlo mientras todavía se encuentra en condiciones, claro está). Además de cannabis se venden también bebidas como té, café, leche o zumos naturales de frutas, de modo que el local también es utilizado por numerosos visitantes que solo desean experimentar el placer de encontrarse allí observando al respetable mientras toman un refrigerio. De hecho, el ambiente resulta en ese sentido de lo más normal: parecidos a un restaurante, los coffeeshops son lugares pequeños con mesas y sillas; ceniceros; música y diversos aparatos de entretenimiento para uso de los clientes, como mesas de ajedrez, cartas, televisión y mesas de billar… Por supuesto, en sus reglamentaciones se prohibe terminantemente circular por el establecimiento y hacer fotos a los fumadores como si fuesen reliquias de museo.

18. El famoso Red Light District de Ámsterdam, en pleno día. Autor, Nenyaki

                                     El famoso Red Light District de Ámsterdam, en pleno día. Autor: Nenyaki

19. Red Light district, durante la noche. Autor, Robert Andersson

                  Red Light District en pleno funcionamiento durante las horas nocturnas. Autor: Robert Andersson

20. Callejuela entre la plaza Dam y el museo Van Gogh. Autor, Moyan Green

                                   Callejuela entre la plaza Dam y el museo Van Gogh. Autor: Moyan Green

21. Vista invernal de los canales de Ámsterdam. Autor, Eugene Phoen

                                   Vista invernal de los canales de Ámsterdam. Autor: Eugene Phoen

5. La relación de Ámsterdam con el agua viene de antiguo. Ya en los primeros años de su fundación los autóctonos hubieron de desecar grandes extensiones de terreno pantanoso e inundado periódicamente por las mareas, y para ello construyeron una serie de presas y diques de los cuales el más antiguo es el situado debajo de la actual Plaza Dam, hoy corazón de la ciudad. Pero si hay algo por lo que se conoce a Ámsterdam hasta en el parvulario es precisamente por su red de canales, de los cuales existen unos 160 por toda la ciudad, atravesados por más de 1.200 puentes y con 2.700 barcos-casa flotantes arrimados a sus orillas. Este año la ciudad celebra el 400 aniversario de este laberinto acuático, considerado Patrimonio Cultural de la Unesco desde 2010, aunque en un principio fueron simples vías para transportar las mercancías de forma cómoda por medio de barcazas. En el siglo XVII se utilizaban asimismo como cloacas colectivas adonde se arrojaban todas las inmundicias imaginables desde balcones, puertas y ventanas. Se sabe que los marineros lanzaban vítores ante el hedor de las cloacas mucho antes de avistar Ámsterdam, al regresar de sus largas travesías por medio mundo, puesto que era éste y no la voz del vigía la primera señal de que la ciudad se encontraba próxima.

Por supuesto, no es recomendable visitar Ámsterdam sin realizar un crucero por los canales. Existen numerosas ofertas y muchísimos lugares por todo el centro de la ciudad desde donde uno puede subirse a los botes, aunque antes de hacerlo es necesario adquirir un ticket en las taquillas situadas junto a la Estación Central y las calles Damrak y Rokin. Por una media de 20€ es posible pasar el día recorriendo los canales a lo largo de las tres rutas establecidas (Green Line, Red Line y Blue Line) y con paradas libres en cualquier punto para efectuar compras o realizar las visitas que considere necesarias: el bote siempre le estará esperando a su vuelta. Todos los canales tienen un trazado concéntrico en torno al núcleo histórico y crean numerosos islotes de pintoresco aspecto y apreciables únicamente a vista de pájaro. El más antiguo de los canales es el Singel, que rodea a la ciudad, pero sin duda todo el trasiego de locales y turistas se dirige hacia aquellos que conforman el cinturón de oro de Ámsterdam, bellísimas calles acuáticas cruzadas por puentes de leyenda que como el de los Señores (Herengracht), fueron construidas como barrios residenciales para las acaudaladas familias de comerciantes en los lejanos años del siglo XVII. Los edificios, de un lujo ostentoso, se asoman plácidamente a las aguas y desfilan en un continuo perfilado además por el ramaje de miles de olmos, el árbol típico de los canales de la ciudad.

22. Edificios entre la plaza Dam y el barrio de Joordan. Autor, Moyan Brenn

                                   Edificios entre la plaza Dam y el barrio de Joordan. Autor: Moyan Brenn

23. Típico canal en Ámsterdam. Autor, Joao Maximo

                                                    Típico canal en Ámsterdam. Autor: Joao Maximo

24. Nocturno en los canales, cerca del Rijksmuseum. Autor, Martin Schmid

                              Nocturno en los canales, cerca del Rijksmuseum. Autor: Martin Schmid

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Cuando la playa era salud. San Sebastián y la élite de sus Baños de mar

Cuando la playa era salud. San Sebastián y la élite de sus Baños de mar

Todos estamos acostumbrados a considerar el verano, la playa y las costas mediterráneas como la combinación perfecta para unas vacaciones de órdago… Pero cuesta imaginar que, en el pasado, esta imagen hoy tan familiar resultaba totalmente desconocida. El turismo de playa no comenzó en nuestro país sino hasta 1830 y difería enormemente del actual, tanto en lo que se refiere a volumen de turistas como a destinos, usos y costumbres establecidos. Podemos decir que sus peculiaridades partían de dos puntos básicos: en primer lugar se trataba de una actividad reservada exclusivamente a las clases pudientes. El turismo de masas solo se generalizó a lo largo del siglo XX cuando los sueldos y las jornadas laborales permitieron disponer de dinero y tiempo en grandes cantidades. Por otro lado, en sus comienzos la playa era considerada atractiva solo por sus supuestas propiedades medicinales, de modo que fueron las frías aguas del Atlántico y no el Mediterráneo (cálido y al parecer insalubre) donde se concentraron inicialmente los más elitistas focos del turismo nacional e internacional. Lanneau Rolland, en su guía editada en 1864 sobre nuestro país, cuenta que: “Ante Alicante, la mar tiene poco fondo. Las aguas del Mediterráneo en este punto son viscosas, fétidas y de baños imposibles”. No sabemos si ésta era también la idea de los españoles, pero si se sabe que aunque existían por aquel tiempo baños en Arenys de mar, Barcelona, Valencia o Málaga, muchos entendidos (como fue el caso de Richard Ford, autor del famoso manual de viajeros por España de 1844) descartaban el Mediterráneo y el verano para los baños “por las altas temperaturas que se daban en aquellas costas, que hacían insalubre dicha actividad”.

Isla de Santa Clara y Monte Urgull. Autor, Sfgamchick

                                                    Isla de Santa Clara y Monte Urgull. Autor: Sfgamchick

Aunque ya hubo referentes en la Inglaterra del siglo XVIII, fue en el XIX cuando se consolidó la idea de que el mar podía ser un antídoto a las agresiones de la civilización. La medicina entonces en boga argumentaba que el mar fortalecía los cuerpos y era bueno contra la melancolía y las ansiedades de las clases dominantes. En la francesa Dieppe se construyó una estación balnearia abierta al mar durante la primera mitad del siglo XIX, y dentro de la ciudad un hotel de baños de mar calientes, todo ello muy lujoso y asiduamente visitado por personajes tan sonados como la mismísima esposa del Delfín de Francia (se sabe que esta buena mujer tenía la costumbre de zambullirse en las olas acompañada de dos bañeros uniformados y de un médico inspector de baños). Fue también por aquella época cuando San Sebastián comenzó a darse cuenta de las posibilidades de su emplazamiento: desde el 26 de julio hasta el 15 de agosto de 1830 fueron a pasar allí parte de su temporada estival el Infante Francisco de Paula Antonio, hermano de Fernando VII, su esposa (hermana de la Reina María Cristina), sus 6 hijos y un séquito regio de 24 personas.

Gran Casino de San Sebastián, en 1905. Autor, Biblioteca Nacional de España

                              Gran Casino de San Sebastián, en 1905. Autor: Biblioteca Nacional de España

Plaza de toros de San Sebastián, a principios del siglo XX. Autor, Biblioteca Nacional de España

                 Plaza de toros de San Sebastián, a principios del siglo XX. Autor: Biblioteca Nacional de España

Sin ninguna duda, los “baños de mar” decimonónicos tuvieron en Santander, y sobre todo en San Sebastián, sus principales hitos de categoría “cinco estrellas”. En la capital donostiarra el éxito de los baños fue nacional e internacional. Ya existía cerca de “La Bella Easo” un turismo de termalismo antes del “Boom”, y Francisco de Paula Madrazo, quien en 1849 publicó su conocida obra «Una expedición a Guipúzcoa en el verano de 1848», nos refiere algunos lugares guipuzcoanos que por entonces empezaban a ser frecuentados, como Baños Viejos de Arechavaleta, Santa Águeda de Mondragón o Cestona. También cita en su trabajo a las villas costeras de Deva y San Sebastián, relativamente próximas a dichos centros termales. Posteriormente y tras la destrucción de las murallas que cercaban el casco antiguo en 1863, la ciudad comenzó a crecer por todas partes surgiendo barrios residenciales e industrias más o menos relacionadas con la actividad balnearia: vidrio, chocolate, cerveza o sombreros. Este hecho, unido a las nuevas infraestructuras de avenidas; los alcantarillados; parques o jardines; el encauzamiento del Urumea o la ampliación del tendido eléctrico evidenciaban la repercusión que esta ciudad del Cantábrico comenzaba a tener entre las clases pudientes de medio mundo. También fue decisiva la inauguración de la línea del ferrocarril del Norte, en 1864, lo que permitió la llegada de una importante masa de visitantes de Madrid y otras zonas del interior peninsular.

Hotel María Cristina de San Sebastián, al anochecer. Autor, Krista

                                         Hotel María Cristina de San Sebastián, al anochecer. Autor: Krista

La ciudad de San Sebastián tuvo en la vecina Biarritz un modelo a seguir. Biarritz cuadruplica su población de 1826 a 1872, y la presencia allí de personalidades de alcurnia (como Napoleón III y la Emperatriz Victoria Eugenia de Montijo, que veranearon ininterrumpidamente en Villa Eugénie desde 1864 hasta 1878), daban cuenta del alto standing alcanzado en pocos años por la población vecina. En 1869 aparece “la Perla del Océano”, el primer establecimiento donostiarra de baños con una concesión del Estado, al cual sucede “La Nueva Perla” en 1908. Finalizando el siglo XIX se acometieron colosales obras en el monte Urgull y el Igueldo, que se convirtieron en deliciosos lugares de paseo y recreo para la colonia turística. Por otro lado, y con el fin de dar más brillo a la actividad veraniega, se proyectó también la construcción de un casino (obviamente, ya existía uno en Biarritz). En 1880 es lanzado el proyecto y solo dos años más tarde, en 1882, se inaugura el edificio de lujo con gran éxito desde el primer día de apertura.

San Sebastián y su Balneario de La Perla, junto a la playa. Autor, Biblioteca Nacional de España

                 San Sebastián y su Balneario de La Perla, junto a la playa. Autor: Biblioteca Nacional de España

San Sebastián y bahía de La Concha desde el Monte Igueldo. Autor, Aerismaud

                              San Sebastián y bahía de La Concha desde el Monte Igueldo. Autor: Aerismaud

Claro que, al contrario de lo que ocurría con el resto de ciudades-balneario europeas, faltaba todavía en San Sebastián una importante oferta hotelera. Se echaban especialmente de menos las llamadas fincas de especulación, es decir, casas en barrios de lujo alquiladas a familias de acaudalados y a precios exorbitantes, que se alojaban allí aislados de trato y roce con el resto de la población. El sistema de alojamiento fue en sus comienzos muy dispar e iba desde el socorrido alquiler de habitaciones y las casas de pupilaje (domicilios donde se recibían huéspedes que hacían vida en común con la familia propietaria) hasta fondas, paradores y algún que otro hotel de dudosa catadura. Más tarde se crean barrios residenciales de alto standing y el número y categoría de los hoteles crece sin parar: 3 en 1884; 15 en 1916; 31 en 1936… El más espectacular de todos ellos fue sin duda el María Cristina, aunque no abrió sus puertas hasta 1912.

Quiosco para conciertos en el Boulevard. Autor, Carmen A. Suarez

                                        Quiosco para conciertos en el Boulevard. Autor: Carmen A. Suarez

Aparte de las actividades balnearias, no pasa mucho tiempo sin que se imponga en San Sebastián la idea de que hay que divertir a la colonia extranjera. Y se hace en torno a 3 ejes: el baño; el casino y el programa de fiestas. Se alarga la temporada de verano del 24 de julio al 27 de septiembre, intentando fomentar la de invierno “porque es inverosímil que Biarritz la tenga y San Sebastián no”. Sin embargo, nunca se consiguió este último objetivo. En cambio, durante los dos meses veraniegos se prodigan actos y atracciones a todas horas, entre los que destacan por su vistosidad y éxito multitudinario los conciertos de calle. La Banda Municipal toca cada noche a las 21h en el quiosco de la Alameda del Boulevard, construido por el famoso ingeniero Eiffel; los jueves, domingos y festivos se organizan más en el mismo sitio y a las 12 del mediodía; y en el Gran Casino, esta vez a las 5 de la tarde, la Sociedad de Conciertos ameniza igualmente al respetable con su propio repertorio. Luego estaban los fuegos artificiales, los cotillones, las consabidas corridas de toros (en San Sebastián se presumía de tener la mejor plaza de toros del mundo con vistas al mar) y la iluminación nocturna de los montes Igueldo y Urgull, que en el escenario natural de La Concha producía unos efectos espectaculares. Para el turista de a pie habían cucañas acuáticas, batallas de flores, batallas navales y otros concursos de variada tipología; para los acaudalados, cacerías de patos y 5 o 6 días de regatas; y para todos ellos, festivales, ferias y romerías populares a cual más atractiva. Cada balneario intenta innovar antes que los demás y copiar las actividades que resultaban de más éxito entre los visitantes. Por otro lado, en 1916 se abre el hipódromo; en los años 20 el circuito de automóviles de Lasarte, y en los 30 varios campos de golf y de tenis, fomentando de esta forma un turismo de élite por encima del de masas, cada vez más en boga en otros puntos del litoral.

Banda de música tocando en el quiosco del Boulevard. Autor, Gipuzkoakultura

                                Banda de música tocando en el quiosco del Boulevard. Autor: Gipuzkoakultura

Palacio de Miramar, residencia de la Familia Real de Alfonso XIII. Autor, Julio Codesal

                          Palacio de Miramar, residencia de la Familia Real de Alfonso XIII. Autor: Julio Codesal

Evidentemente, el papel de la realeza fue primordial para el éxito de San Sebastián. Tras la visita del Infante Don Francisco de Paula Antonio, primero en 1830 y luego en 1833, la misma Isabel II visitó la ciudad en 1845 afectada por un problema de piel. A partir de ese momento diferentes miembros de la realeza se acercarían a esta localidad a tomar los baños. Incluso la reina María Cristina, asidua veraneante desde 1887, decidió construir su propio palacio en la bahía de La Concha. No fue raro por tanto que desde 1887 la ciudad pasara a ser lugar habitual de veraneo de la Familia de Alfonso XIII y su corte. Y con ella, por supuesto, de la aristocracia, de los políticos, la prensa y el mundillo social más elitista de nuestro país (aunque solo lo pretendiesen)… Pero de eso, y de cómo eran las costumbres playeras en la encorchetada sociedad de entonces, comentaremos largo y tendido en un próximo capítulo veraniego.

Día de regatas en la bahía de La Concha. 1905. Autor, Biblioteca Nacional de España

                         Día de regatas en la bahía de La Concha. 1905. Autor: Biblioteca Nacional de España