Publicado el 2 comentarios

Blanqueando en La Mancha. La caliza y los hornos de cal

Blanqueando en La Mancha. La caliza y los hornos de cal

Gran oficio éste, y muy antiguo. Para hablar de la cal y de su fabricación nos deberíamos remontar muchos años atrás en nuestra historia, pues se cree que ya los íberos fabricaban este material. Pero nuestros conocimientos son abundantes sobre todo con la edad moderna, cuando el trabajo en los hornos llegó a ser una actividad muy frecuente, y un trabajo complementario en el ciclo de faenas del mundo rural. El proceso de transformación de la piedra base (la caliza, rica en carbonato cálcico) en cal se hacía por combustión, en el interior de un horno redondeado y perforado bajo tierra o roca. Se necesitaban temperaturas de 800°C, puesto que el carbonato cálcico debe eliminar el anhídrido carbónico y pasar a óxido de calcio. La cal obtenida tenía muchas aplicaciones: servía por enjalbegar, desinfectar, para sulfatar las plantas contra las plagas, y finalmente para la construcción de casas, cortijos y corrales.

Calle de casas encaladas en Villanueva de los Infantes. Autor, Victor Chaparro

Calle con casas encaladas en Villanueva de los Infantes. Autor, Victor Chaparro

Pero este proceso no era fácil. Para lograrlo se necesitaba una preparación larga y pesada, que duraba alrededor de unos tres meses y comenzaba entre enero y febrero, cuando las faenas agrícolas eran más escasas. Antes que nada se necesitaba combustible, que podía obtenerse desembrozando el bosque. Normalmente el propietario ofrecía gratuitamente esta leña porque la limpieza vegetal evitaba el riesgo de incendios, propiciando además un bosque más productivo. Esta leña se apilaba en haces de un peso aproximado de 30 kilos, que se transportaban después hasta el horno. Para hacernos una idea, en un horno de 800 quintales de piedra (1 quintal = 40 kilos) hacían falta unos 2.000 haces de leña.

Cerrada a cal y canto. Autor, Antonio Monleón

Cerrada a cal y canto. Autor, Antonio Monleón

El siguiente paso era la pesada faena de arrancar la piedra idónea con picos. Después se transportaba junto con la leña en carros hasta el lugar donde estaba situado el horno. Éste se llenaba poniendo en forma circular las rocas dependiendo de su medida: abajo las más gruesas y arriba las más pequeñas. Finalmente, en la parte inferior se dejaba una ventana o «boca» para introducir la leña con una horca. Cuando comenzaba el encendido ya no se podía parar el proceso hasta que el maestro o capataz decidiera que la piedra estaba bien cocida.

Molino de viento. Campo de Criptana. Autor, J. Roldan

Molino de viento. Campo de Criptana. Autor, J. Roldan

Un horno de la capacidad antes mencionada tardaba de ocho a diez días en cocer todo su contenido. Cuando el maestro opinaba que ya estaba a punto, sellaban la boca del horno y la parte superior con piedras y fango durante cuatro o cinco días más. Tras este tiempo se destapaba y se recogía la cal, transportándose en carros para su uso final. Por desgracia, de esta antigua actividad tan extendida por nuestros montes en el pasado ya solamente resta el mudo testigo de aquellos hornos, que en la actualidad apenas son visibles, hundidos por la vegetación y los estragos causados tras el paso del tiempo.

Publicado el Deja un comentario

Villanueva de los Infantes y el origen de sus Cruces de Mayo (3ª Parte)

Villanueva de los Infantes y el origen de sus Cruces de Mayo (3ª Parte)

La tradición de las cruces de Mayo adquiere en Villanueva de los Infantes una notoriedad especial, debido sobre todo a la amplia tradición existente y al entusiasmo con que jóvenes y mayores, residentes y visitantes, llevan a cabo en estas fechas las abundantes muestras de fervor popular. Ya a finales de abril se abrió la XIX Muestra Comarcal de Mayos en el Auditorio municipal La Encarnación, donde las rondallas locales tuvieron que interpretar un Mayo y una pieza extraída de su repertorio.

Este estreno viene ni que pintado para la denominada Noche de las Damas, cuando las mismas rondallas recorren al anochecer calles y plazas del pueblo «echando el Mayo» a las señoras de sus desvelos. Por supuesto la primera Dama es Nuestra Sra. de la Antigua, y la tradición exige empezar cantando el «Mayo a la Virgen» frente a la puerta de la Iglesia Parroquial.

2º premio Concurso de Cruces año 2014. Autor, Mariano Perez Gabaldón

2º premio Concurso de Cruces año 2014. Autor, Mariano Perez Gabaldón

El momento culmen comienza a las tres de la tarde del día 2 de mayo, cuando se encienden las hogueras que por todo el casco urbano señalarán la presencia de una Cruz. Existen multitud de capillas en las calles donde, normalmente por promesa u ofrenda de alguna familia, puede erigirse una Cruz. Pero éstas también suelen levantarse en el interior de las viviendas, normalmente en una habitación próxima a la entrada a fin de poder recibir las constantes visitas que se sucederán durante las siguientes 24 horas. Antiguamente el mantenimiento de las Cruces corría a cargo de los vecinos de la calle donde se ubicaba la capilla. Cuando ésta no existía (o el espacio resultaba insuficiente para albergar al público) se incrementaba el espacio con galeras y esteras sujetas con palos.

Plaza Mayor de Vva. de los Infantes. Autor, Castor Game

Plaza Mayor de Vva. de los Infantes. Autor, Castor Game

Y es que la contemplación de estas Cruces era y es el alma de la celebración, de modo que cualquiera puede asistir recibiendo a cambio el tradicional ponche y «puñao», es decir, un aperitivo de corte sencillo pero emotivo compuesto por trigo tostado, anises, cañamones y palomitas de maíz. Para aquellos que lo deseen la hospitalidad de las «peanas» o custodias de la Cruz es todavía mayor, y así resulta todo un honor acceder hasta el «Charco» para recibir dulces y otros comestibles todavía más sabrosos. A la Cruz acuden las cuadrillas de «mayeros» para cantar el Mayo de la Cruz, un tipo de composición en la que las coplas pícaras ceden el protagonismo a escenas de la Pasión del Señor.

Cantando el mayo. Autor, Mariano Perez Gabaldón

Cantando el mayo. Autor, Mariano Perez Gabaldón

La ornamentación de las Cruces ha sufrido muchos cambios a lo largo del tiempo. A principios de siglo era sobre todo a base de motivos naturales: flores, macetas con rosales y otras plantas, romero oloroso y abundante iluminación a base de candelabros con cirios de cera. Con la llegada de la luz eléctrica (inaugurada en el verano de 1903) comenzó la era de las bombillas de arco voltaico, que se combinaban para formar llamativos reclamos junto a encajes, colchas, mantones y algún que otro espejo estratégicamente dispuesto para incrementar el efecto de los adornos.

Caminando todos juntos por el Campo de Montiel. Autor, Mancomunidad Campo de Montiel

Caminando todos juntos por el Campo de Montiel. Autor, Mancomunidad Campo de Montiel

En aquellos años podían participar hasta dos bandas de música, las cuales se esmeraban y competían durante la jornada tocando «mayos» de calle en calle. Hoy esa tradición ha cedido su protagonismo al encanto de las rondallas, que al caer la noche se «enseñorean» del pueblo para gozo de los amantes de la trasnochada. Pero entonces la noche era también de fiesta, y hasta tal punto fue así que llegaron a pregonarse bandos pidiendo moderación a los “mocicos”. Otros «mayos» de renombre fueron los dedicados a Jesús Nazareno de Santo Domingo, el ya citado a la Virgen, y los del Cristo de la Piedad y Jesús Rescatado.

Una deliciosa tarta de Santiago. Autor, Bollitttos

Una deliciosa tarta de Santiago. Autor, Bollitttos

Así pasaban las horas hasta la llegada de la luz del día, el 3 de mayo, cuando por aquellos años se oficiaba el acto religioso más importante de la festividad: la Sagrada Misa en la parroquia. Antes, la denominada Santa Cruz de las Reliquias era sacada a hombros por toda la plaza: se trataba de una obra de gran valor artístico ubicada en la hornacina de un retablo neoclásico, existente donde hoy podemos admirar el retablo de Santo Tomás. Eran las horas previas al final de la celebración. Y a las tres de la tarde, como una medianoche de Cenicienta, las hogueras se apagaban y el encanto de las Cruces pasaba el relevo a cierta resaca de canciones, de misticismo satisfecho y de pasión por unas tradiciones que, todavía hoy, se mantienen adornando la ya esmerada historia de los infanteños. Las Damas se recogen, las rondallas guardan sus coplas e instrumentos y las macetas vuelven a adornar, como cada año, la blancura inmaculada de los patios manchegos… Es el momento de descansar. Y tal como entonces, las Cruces de Mayo duermen ya a la espera de una nueva y aún más esplendorosa edición que engalane la primavera.

Publicado el 1 comentario

Villanueva de los Infantes y el origen de sus Cruces de Mayo (2ª Parte)

Villanueva de los Infantes y el origen de sus Cruces de Mayo (2ª Parte)

Santa Elena murió rogando a todos los creyentes que honraran la conmemoración del día en que fue encontrada la Cruz el 3 de mayo. Esta fiesta, en su vertiente popular, es una de las más señaladas de Villanueva de los Infantes, aunque hay que decir que posee también hondo arraigo en numerosas poblaciones del resto de España. La celebración de la Cruz de Mayo tal y como la conocemos nació en el siglo XVIII (probablemente sea todavía más antigua, aunque la ausencia de referencias documentales no nos permite asegurarlo) y alcanzó su máximo esplendor en el periodo decimonónico. Destacan para entonces las cruces de tamaño natural custodiando las calles, o en el interior de las casas, y la profusión de flores, pañuelos, macetas, candelabros o cuadros piadosos con que aparecen adornadas ante el asombrado espectador.

La plaza Mayor. Autor, Ernegon

La plaza Mayor. Autor, Ernegon

Este año el pregón de las cruces ha estado a cargo de Carlos Chaparro Contreras, pero ya a finales de abril las calles se han visto inundadas por la pasión musical de las rondallas, que recorren el pueblo “echando el mayo” a las damas objeto de sus desvelos (y a las que no, también). Y es que, de carácter mucho más profano, las rondallas adquieren un marcado carácter clásico que entronca directamente con la poesía amorosa medieval, la de los trovadores de la lírica provenzal que entró en la Península a lo largo de los siglos XIII-XIV y que fue popularizada en plazas, villorrios y palacios por los juglares.

La Asociación Cruz de Santiago canta el mayo. Autor, Excmo. Ayuntamiento de Vva. de los Infantes

La Asociación Cruz de Santiago canta el mayo. Autor, Excmo. Ayuntamiento de Vva. de los Infantes

Es cierto que en Villanueva de los Infantes existen mayos de naturaleza religiosa, pero sin duda es el “mayo de las Damas” el que destaca por su espontaneidad y su relación inequívoca con la obra de Don Miguel de Cervantes “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha”. Resulta electrizante rememorar ahora el efecto que produce la visión de estos galanes empedernidos, durante la templada noche que cierra el mes de abril, recorriendo las mismas calles que vieron salir al inmortal caballero en pos de aventuras y lances gloriosos que le hiciesen merecer el amor de la sin par Dulcinea del Toboso. Las rondallas están formadas sobre todo por hombres jóvenes que cantan bajo el balcón acompañados por el son de guitarras y bandurrias…

Esas son tus cejas
Dos arcos del cielo
Que el sol con sus rayos
No pudo romperlos.

Trovador de la Edad Media. Autor, desconocidoTrovador de la Edad Media. Autor, desconocido

…mientras que la declaración de intenciones, como no podía ser de otra forma, se recrea en la visión idealista y primaveral de las beldades de la amada, haciendo de cada uno de sus atributos un verdadero regalo del cielo:

Esas tus mejillas
Dos grandes violetas
No ha llegado mayo
Y ya están abiertas.

Esos son tus ojos
Luceros del alba
Que cuando los abres
La noche se aclara.

Continuará…

Atardecer en el Campo de Montiel. Autora, Elvira Uzábal

Atardecer en el Campo de Montiel. Autora, Elvira Uzábal

Publicado el 2 comentarios

Villanueva de los Infantes y el origen de sus cruces de mayo (1ª parte)

Villanueva de los Infantes y el origen de sus cruces de mayo (1ª parte)

En estos días de plenitud primaveral las fiestas de las Cruces de Mayo se presentan como un encuentro cristiano de primerísimo orden, impregnado además con la exaltación pagana de la estación de la siembra y la fertilidad. En Villanueva de los Infantes, en pleno Campo de Montiel, las Cruces de Mayo son por añadidura una ocasión especial y evento destacado en el panorama festivo de Castilla-La Mancha, puesto que la celebración está declarada de Interés Turístico Regional desde el 23 de marzo de 1999.

Cruz de Mayo en el Convento Franciscano de Villanueva de los Infantes. Mayo 2010. Autor, Soy Cofrade

Cruz de Mayo en el Convento Franciscano de Villanueva de los Infantes. Mayo 2010. Autor, Soy Cofrade

A pesar de su clara afinidad cristiana, la fiesta de la Santa Cruz tiene orígenes oscuros, perdidos en la incógnita de los ritos precristianos que proliferaron en toda Europa antes de la llegada de los primeros evangelizadores. En España aparece ya establecida en época mozárabe, pero es sabido que esta celebración procede a su vez de antiguos ritos griegos y fenicios relacionados con el cambio de estaciones. La fiesta fenicia de exaltación de la primavera se denominaba, precisamente, mayumea. Los celtas la llamaban en cambio Beltane y marcaba el comienzo de la temporada de verano, cuando los pastores conducían al ganado a las tierras de pasto situadas cerca de las cumbres. Los pueblos celtas encendían hogueras en las montañas, y durante la jornada principal adornaban de flores y abalorios un tótem sagrado, lo que a su vez se acompañaba de danzas, cánticos y diversos rituales de significado religioso y político.

Plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Dubas

Plaza Mayor de Villanueva de los Infantes. Autor, Dubas

Con la llegada del cristianismo los tótems y ritos paganos se sustituyeron por la imagen de la Santa Cruz. En España la festividad de las Cruces de Mayo estaba ya firmemente arraigada durante la Alta Edad Media, relacionándola con el hallazgo de la auténtica cruz de Cristo por Santa Elena en el año 326. Efectivamente, durante el viaje que la emperatriz Elena de Constantinopla (madre del que fue gran Emperador Constantino I el Grande) realizó a Jerusalén con objeto de encontrar el Santo Sepulcro, ésta hizo demoler el templo pagano situado en el Calvario de la ciudad santa, allí donde los sabios judíos afirmaban que se había dado muerte al Salvador.

Escultura Memento Mori. Cementerio de Villanueva de los Infantes. Autor de la fotografía, Carlos Chaparro Contreras

Escultura Memento Mori. Cementerio de Villanueva de los Infantes. Autor de la fotografía, Carlos Chaparro Contreras

Según la leyenda la emperatriz encontró tres cruces: una de ellas debía ser la de Jesús, mientras que las otras pertenecerían a los dos ladrones. Como era imposible averiguar a ciencia cierta cuál de las tres cruces sería la de Cristo, Santa Elena hizo traer el cadáver de un hombre recientemente fallecido, el cual, al entrar en contacto con la verdadera cruz, o Vera Cruz, resucitó. La emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el lugar del hallazgo un fastuoso templo que llamaron Basílica del Santo Sepulcro, donde desde entonces se guarda la reliquia objeto de esta antiquísima celebración.

Continuará…

Valle del río Jabalón. Autor, Entorno Jamila

Valle del río Jabalón. Autor, Entorno Jamila

Publicado el Deja un comentario

Montiel medieval. La vida cotidiana en un mercado de la Edad Media (3ª Parte)

Montiel medieval. La vida cotidiana en un mercado de la Edad Media (3ª Parte)

No es empresa fácil abrirse paso por el bullicio y el desorden que significa un mercado medieval. Como los habitantes de Montiel y aldeas próximas han de proveerse en él de todo lo necesario para el vivir diario, y aún de lo superfluo, la ciudad y el campo se han vaciado en la explanada habilitada al efecto. Existen algunas tiendas dentro de la cerca que constriñe el casco urbano, pero éstas sirven bien para remedio de los más pobres, cuya penuria no les permite hacer acopio un día a la semana de lo más necesario, o bien han surgido al calor del lujo para ofrecer a los ricos los productos más apetecibles: pan tierno, bocados exquisitos, carnes frescas, joyas y bellos paños. Ninguna de estas tiendas bastan para el aprovisionamiento de la ciudad, y así el vecindario se aglutina el día del mercado y acude al punto acordado para vender y comprar, que pocos dejan de ser a la vez mercaderes y consumidores.

2. Parroquia de San Sebastián Mártir. Autor, acusticalennon

Parroquia de San Sebastián Mártir. Montiel. Autor, acusticalennon

Unos venden las galochas, abarcas y zapatones que han fabricado durante la semana, para comprar a su vez nabos, sebo, pan, vino, una pierna de carnero, cecina de vaca o de castrón. Otros venden el trigo y el vino que les sobra, cabezas de ganado menor, lino, legumbres, alguna res envejecida por el trabajo o desgraciada en accidente fortuito, adquiriendo después rejas de arado, espadas y monturas, o bien sayas, mudas de mesa, tapetes y azadones.

Para gozar de la sombra, los hortelanos han armado sus miserables toldos. Han clavado en el suelo gruesos troncos, cruzado dos ramas por los agujeros abiertos en los palos unos dedos antes de su remate, y tendido después sobre ellas un sucio pedazo de lienzo moreno. Bajo estos tenderetes, en grandes banastas hechas con delgadas tiras de corteza de sauce, o en cestos de mimbre, ofrecen manzanas, ajos, cebollas, higos, peras, nueces y otras mil frutas y hortalizas diversas, de las que hacen acopio mujeres vestidas con sayas de todos los colores.

3. Escena cotidiana de la Baja Edad Media. Obra de Pieter Brueghel, el Joven (1564-1638)

Escena cotidiana de la Baja Edad Media. Obra de Pieter Brueghel, el Joven (1564-1638)

En todo comercio es necesario pagar impuestos al estado, y éste de Montiel no es una excepción. La tasa puede ser en dinero o en especie y varía según la mercancía y su cantidad. Por ejemplo, por cada carreta de nabos se exige tres denarios; uno por la carga de cada pollino, y un puñado de nabos a los labriegos que vienen a pie con las alforjas llenas. De cada carro de ajos o cebollas se toma veinte ristras de ocho cabezas, diez ristras por la carga de un asno y cinco por la de un peón, y en proporción análoga se cobra igualmente por las nueces, peras, higos y demás productos que se venden en aquella zona del mercado.

4. Danzas medievales infantiles. Autor, Pedro Castellanos

Danzas medievales infantiles. Autor, Pedro Castellanos

En otras zonas de la explanada pueden adquirirse pellejos de vino y de aceite; sacos de sal traídos a lomo de acémilas desde las salinas; ramas para encender fuego, cestos con gallinas y palomas, cera, miel, queso… El aceite se acaba pronto pues los sacos son disputados con energía por los siervos de cocina de nobles o prelados. Y es que no siempre es fácil proveerse de manteca en cantidad suficiente, y a menudo es insufrible el sabor del sebo rancio en las comidas. Se busca especialmente el aceite de oliva, y menos el de linaza y el de nueces, éstos últimos de menor calidad.

5. Panorámica de Terrinches. Campo de Montiel. Autor, Antonio Jimeno

Panorámica de Terrinches. Campo de Montiel. Autor, Antonio Jimeno

Resguardados por toldos parecidos a los usados por los hortelanos, algunos industriales venden sus utensilios para uso de artesanos y labradores. Sentadas detrás de sus cántaros, ollas, pucheros y barreños, unas mujeres esperan comprador para sus cacharros, mientras que algún mozo más allá ofrece instrumentos de hierro, latón, acero o cobre. Sobre mantas raídas tienen además hachas, hoces, azadas, azuelas, cuchillos y tenazas, así como morteros, sartenes, trébedes, calderos y cuencos, entre los que figuran algunos de latón. Otros venden arreos de animales de carga y ruedas para carro. El chirriar de esas ruedas para un oído avezado da idea de la solidez o al menos de la técnica empleada en su elaboración.

6. Rincón del siglo de Oro en Villanueva de los Infantes.

Rincón de Villanueva de los Infantes. Autor, Desconocido

Y todas estas mercancías, ¿con qué dinero se pagan? Asombrosamente, con el más variado. Se admiten toda clase de monedas de plata, de diferentes países, e incluso piezas romanas que surgen en el campo de vez en cuando levantadas por el arado. La variedad de numerario se unifica pesándolo todo en una pequeña balanza.

Los mercaderes de tela son los que más pueden engañar al cliente, porque juegan con la vanidad de los señores ávidos de adquirir género importado de otras áreas más ricas o supuestamente del extranjero, en cuyo caso tienen más reputación. La habilidad del vendedor para acomodar sus precios a la inteligencia del cliente es fundamental para realizar una buena venta. En otros momentos el engaño viene por la vara de medir, de modo que enseñan al cliente una vara larga y luego realizan el cambiazo midiendo el género con la vara más pequeña. Y los hay también que, con el fin de engañar más fácilmente, dejan en semioscuridad sus tiendas al mostrar las telas: de esta forma hacen pasar tejidos de un origen por otro de mayor rango, e incluso el color marrón por el púrpura, y el pálido trigueño por el dorado vivo… Todo en la más completa penumbra hasta que llega el momento de cobrar, por supuesto, cuando abren las contraventanas de par en par para poder contar mejor los dineros.

7. Atardecer en los Campos de Montiel. Autor, Miguel Angel Rivas Ayuso

Atardecer en los Campos de Montiel. Autor, Miguel Angel Rivas Ayuso

Publicado el 1 comentario

Montiel medieval. La vida cotidiana en un mercado de la Edad Media (1ª Parte)

Montiel medieval. La vida cotidiana en un mercado de la Edad Media (1ª Parte)

Los próximos 22 y 23 de marzo se celebran en la localidad de Montiel las XL Jornadas “Montiel Medieval”, Fiesta de Interés Turístico Regional y que este año coincide además con el 680 aniversario del nacimiento del Rey Pedro I de Castilla (1334-2014). Tras la conquista cristiana desencadenada en 1212 con la batalla de las Navas de Tolosa, y que culminó con el asedio y toma del castillo de la Estrella entre 1224 y 1227, Montiel se convirtió en uno de los referentes socioeconómicos más importantes de la frontera gracias a la Orden de Santiago. Mucho ha llovido desde entonces, pero visitar hoy el lugar donde leyenda y ciencia coinciden en situar la muerte del Rey Cruel a manos de su hermanastro, constituye todavía un ejercicio de espiritualidad que refrenda de manera sublime el perfil hierático del castillo, entre los cerros rojos y los olivares que lo rodean por sus cuatro horizontes. En palabras de Salvador Carlos Dueñas:

“Testimonio vencido sin quererlo. Por fin socorrido. El Castillo de la Estrella sigue siendo el rey del valle del Jabalón, imponiendo su presencia como lo más rotundo de un paisaje auténtico y esencial, clavado en la Historia, olvidado del tiempo. Donde el viento entre los cantiles, suena a veces airado como el pendón de Castilla a punto de batallar. Cerro mágico con mucho de Santiago y todavía algo de Granada, Córdoba y Sevilla”.

2. Animación en un Mercado Medieval. Autor, Jose María Moreno García

Animación en un Mercado Medieval. Autor, Jose María Moreno García

Pero más allá de la gesta queremos dedicar este artículo a lo que fue la vida cotidiana de las gentes que ocuparon Montiel, y que de forma magistral se recrea todos los años en el mercado medieval organizado a finales de marzo en esta localidad manchega. Damas, campesinos, alcahuetas, plateros, comediantes, curtidores, mendigos, frailes… Montiel fue un crisol de gentes y ocupaciones que tuvo su punto álgido entre los siglos XII y XV, en plena Baja Edad Media. Declinó después con el ascenso a categoría de villa de una de sus aldeas, Villanueva de los Infantes, honor que fue refrendado en época de Felipe II hasta alcanzar la capitalidad de toda la comarca de Campo de Montiel.

3. Escena cotidiana de la Baja Edad Media. Obra de Pieter Brueghel, el Joven (1564-1638)

Escena cotidiana de la Baja Edad Media. Obra de Pieter Brueghel, el Joven (1564-1638)

Uno de los núcleos vitales de una villa medieval como Montiel lo constituía el mercado. Los mercados se levantaban de forma más o menos regular al amparo de un castillo, junto a una posada o en un cruce de caminos, y a menudo fue esta dinámica espontánea la que dio lugar a centros urbanos en lugares antes casi despoblados. En días fijos, los habitantes de las villas y de los mansos (tierras entregadas al campesino que se encomendaba a un señor, pasando así a ser su siervo) acudían al lugar señalado, y a él iban también los mercaderes y vendedores ambulantes para realizar las compraventas o los intercambios en especie habituales. Gracias al mercado los habitantes de las zonas rurales podían procurarse alimentos, vestidos o útiles que les hubiese sido difícil adquirir de otro modo. Su periodicidad, semanal o bisemanal, garantizaba de esta forma el abastecimiento.

4. Paisaje del Campo de Montiel. Villamanrique. Autora, Sagrario Téllez Labrador

Paisaje del Campo de Montiel. Término de Villamanrique. Autora, Sagrario Téllez Labrador

En emplazamientos especiales, y con ocasión de solemnidades religiosas, solían celebrarse también ferias importantes a las que acudían personas de lugares muy alejados, y donde se compraban objetos que serían inusitados en un simple mercado. Las ferias duraban a veces varios días y daban lugar al levantamiento de barracones de madera o tenderetes, y eran ocasión de lucimiento para los juglares y otros comediantes. Sin embargo, mientras muchas ferias han perdurado hasta nuestros días y siguen aún celebrándose en descampado, algunos mercados hicieron que en el lugar donde se celebraban las transacciones fueran edificándose algunas casas, plazas o lonjas, dando lugar con el tiempo a pequeños burgos que posteriormente se convirtieron en grandes ciudades.

5. Un banquete medieval. Obra de Pieter Brueghel, el Joven (1564-1638)

Un banquete medieval. Obra de Pieter Brueghel, el Joven (1564-1638)

Los mercados, al igual que en la actualidad, empezaban a levantarse cuando aún no había apuntado apenas el día. Las calles a esa hora estaban totalmente a oscuras, porque la vida en Montiel y otras ciudades se desarrolla preferentemente desde el amanecer hasta el crepúsculo. Quienes deambulan por ellas, pocos, tienen que llevar su propia luz, y en el caso de los más pudientes es el criado o el mozalbete el que actúa de portaantorcha. Pero en general los nobles y burgueses solo ocupan las calles del mercado cuando éste ya ha sido levantado, bien entrada la mañana. A esas horas, los que atraviesan presurosos las calles desiertas son los trabajadores dirigiéndose a sus lugares de oficio, o gremios. Hasta tal punto cada oficio tenía su zona delimitada en el pueblo, que con el tiempo éstas pasaron a conocerse como “El barrio de los tejedores”, “La Platería”, “El barrio de curtidores”… tal y como siguen denominándose todavía hoy, en las ciudades de alcurnia procedentes de aquella época.

6. Campos de La Mancha, cerca de Montiel. Autor, Pablo Sánchez

Campos de La Mancha, cerca de Montiel. Autor, Pablo Sánchez

Allí, en el zaguán o en el cuartucho pobremente iluminado, están ya trabajando el maestro, el oficial y el aprendiz. Al amparo del primero se coloca el tercero, sin paga al principio, para aprender su oficio hasta convertirse en oficial. Después, si pasaba el examen ante otros maestros, accedía al grado máximo con la autorización de abrir un nuevo taller por su cuenta. Los gremios podían considerarse como los sindicatos de hoy, y de ellos proceden las actuales Cofradías y su tradicional forma de actuar hasta hace bien poco: caja de protección para enfermos y desamparados; entierros para damnificados en calamidades públicas… Y es que estos estamentos profesionales se caracterizaban por su gran dedicación religiosa, hasta el punto de que cada uno estaba bajo la advocación de algún santo patrón: los carpinteros con San José; los zapateros con San Crispín. En algunas iglesias se conservan todavía capillas especiales dedicadas al gremio y que en aquella época eran costeadas íntegramente con las donaciones de sus socios.

Continuará…

7. Monolito en el Castillo de San Polo

Monolito en el Castillo de San Polo. Montiel

Publicado el 9 comentarios

Villanueva de los Infantes o las divertidas andanzas de Quevedo, el burlador real.

Villanueva de los Infantes o las divertidas andanzas de Quevedo, el burlador real.

En apenas dos semanas se cumple el 368º aniversario de la muerte de D. Francisco de Quevedo y Villegas. El que fuera miembro insigne de la Orden de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad pasó sus últimos días de enfermedad postrado en el lecho de una celda del Convento de Santo Domingo, en la ciudadrrealeña Villanueva de los Infantes, donde falleció y fue enterrado finalmente el 8 de septiembre de 1645. Hoy, tanto el convento como la celda del ilustre escritor son visitables por el turista aunque las dependencias del edificio monástico fueron transformadas hace tiempo en una Hostería Real. Sin duda el trasiego y la presencia de tanto devoto por sus huesos serían del agrado de don Francisco, aunque es casi seguro que, de poder coger una pluma, nada evitaría que nos regalase uno de sus sonetos cargados de ironía y buen hacer… De Quevedo, cualquiera puede decir sin temor a equivocarse aquello de: “Genio y figura hasta la sepultura”.

2. Pintura de Don Francisco de Quevedo y Villegas

Pintura de Don Francisco de Quevedo y Villegas

A Quevedo, truhan, pendenciero y bebedor, lo temían en su época más que al mismísimo diablo. Sus agudezas y salidas de tono han sobrevivido con frescura inusual a través de los siglos, tremendamente actuales además debido a su manía de no dejar títere con cabeza en cualquier estrato de la sociedad. Borrachos, prostitutas, escritores, nobles y hasta la mismísima familia real fueron objeto de sus bromas pesadas, lo que en más de una ocasión le llevaron a tener problemas y serios disgustos con las autoridades. Conocida es, por ejemplo, la antipatía que profesaba a su contemporáneo y rival Luis de Góngora, un sentimiento que sin duda alguna era mutuo. He aquí las lindezas que le dedicaba éste último refiriéndose a la desmedida afición por la bebida que compartía Quevedo con el también célebre Lope de Vega:

Hoy hacen amistad nueva
Más por Baco que por Febo
Don Francisco de Que-Bebo
Y don Felix Lope de Beba.

A lo que don Francisco, que no era manco por cierto, respondía con una oda dedicada a su monumental nariz:

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa (…)

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era (…).

3. Celda del antiguo convento de Santo Domingo, donde murió Quevedo

Celda del antiguo convento de Santo Domingo en Infantes, donde murió Quevedo

Para las prostitutas tenía en cambio sus cariños y consuelos, nacidos desde luego de la predilección que sentía hacia las clases más humildes:

No te quejes, ¡oh Nise!, de tu estado
aunque te llamen puta a boca llena,
que puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han reinado.

De Quevedo se dice que fue maestro entre maestros y que los principiantes acudían presurosos a su lado para compartir con él sus sonetos y pedirle opinión. Y es que tenía fama de sincero. Eso debió de pensar cierto aprendiz de poeta, que tras recitarle su última composición le solicitó la gracia de una crítica constructiva. El maestro le dijo: «El siguiente será mejor». «¿Cómo podéis saberlo, si aún no lo he leído?» inquirió el novato, a lo que Quevedo le soltó impertérrito: «Sencillamente, amigo mío, porque es imposible que sea peor que el que acabáis de leerme«.

4. Plaza Mayor y balaustradas de madera. Autor, Zubitarra

Plaza Mayor de Infantes y balaustradas de madera. Autor: Zubitarra

Tampoco la Iglesia salía muy bien parada de la pluma del escritor, y en uno de sus famosos chascarrillos se dice que puso en entredicho hasta el propio símbolo de la Cruz. En aquella España sucia y decadente del siglo XVII era costumbre que los orinales se vaciasen en plena calle desde los balcones, al grito de “agua va”, y también que la gente orinara en cualquier sitio de la ciudad, a resguardo o no de miradas ajenas. Los vecinos solían poner cruces o santos en sus puertas y esquinas para evitar estos regalitos desinteresados, y Quevedo, que tenía por costumbre orinar siempre en el mismo portal de la calle, se encontró una noche con que el propietario había colocado la figura de una cruz en su rincón preferido. Por supuesto don Francisco hizo caso omiso y siguió siendo fiel a su costumbre, de modo que el vecino agudizó su ingenio y fue a poner un cartel bajo la cruz que rezaba: “Donde se ponen cruces no se mea”. Quevedo, muy consciente de su orden de preferencias, escribió justo debajo: “Donde se mea no se ponen cruces”.

5. Pozo en el patio de la Alhóndiga. Autor, Zubitarra

Pozo en el patio de la Alhóndiga. Autor: Zubitarra

Sin lugar a dudas las anécdotas más famosas de Quevedo tienen que ver con su desmedida afición a chotearse de la familia real. Felipe IV y su consorte fueron objeto de algunas de las burlas más desternillantes que se recuerdan en aquella España abocada al desamparo y la penuria, lo cual era de agradecer. Juzguen si no el efecto que debió de tener el siguiente episodio entre los mentideros y bajos fondos del reino: se cuenta que el rey, harto de los continuos desplantes de su amigo escritor, expulsó del país a Quevedo y le prohibió volver a pisar tierra española, por lo que éste sacudió sus sandalias y tomó camino de Portugal. Mas al llegar allí cargó un carro de tierra, se sentó encima y ni corto ni perezoso volvió a España. Al pasar por palacio se puso de pie en el carro, y al verlo el rey se disgustó muchísimo: “¿Cómo tienes valor de volver a mi presencia después de haberte prohibido que pisaras tierra española”. Don Francisco respondió sin despeinarse: “Perdone Su Majestad, pero yo vengo pisando tierra portuguesa”.

6. Calle típica de Villanueva de los Infantes. Autor, Ángel Aroca

Calle típica de Villanueva de los Infantes. Autor: Ángel Aroca

Y es que Felipe IV no era precisamente santo de la devoción de nuestro hombre. El Imperio español se deshacía a ojos vista, se perdían guerras y países, y el oro, en vez de servir para paliar la escasez del pueblo, marchaba por los puertos del Mediterráneo con destino a las arcas de los banqueros genoveses. Felipe IV era llamado “el Rey Planeta” o “el Grande” en alusión a sus dominios repartidos por las cuatro esquinas del mundo, pero Quevedo supo estar a la altura que se esperaba de él, y con una sola frase resumió a sus contemporáneos la verdadera y patética realidad que se escondía tras el Austria… ¿Cómo lo hizo? Pues comparándolo con un agujero: “Su Majestad es más grande cuanta más tierra le quitan”.

7. Yacimiento de Jamila. Autor, Pahuer

Yacimiento de Jamila en Vva. de los Infantes.  Autor: Pahuer

De esta forma no es extraño que don Francisco aprovechase cualquier ocasión para hacer del monarca objeto de sus burlas más crueles. Como aquella que alude a la famosa ventosidad del escritor junto a las mismísimas narices de Felipe IV: Subiendo estaban Quevedo y el rey por unas escaleras de palacio cuando a don Francisco se le desató un zapato, y dándose cuenta enseguida se agachó para anudarse los cordones. Las tripas le andaban un tanto revueltas aquella tarde, y al doblar el espinazo en tamaña postura no pudo evitar que se le escapase un monumental pedo, el cual por efecto expansivo fue a parar a los morros de Felipe, situado justo debajo. El monarca, dándole unos golpecitos en el trasero, va y le dice: ”¡Hombre, Quevedo!”, a lo que éste, no sabemos si temiendo o no por su vida, contestó: “Hombre, ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?”

8. El rey de España Felipe IV. Diego Velázquez. Óleo sobre tela, 1632

El rey de España Felipe IV. Diego Velázquez. Óleo sobre tela, 1632

La España de aquella época debió de regodearse impunemente ante estas salidas de tono, y de seguro elevó a Quevedo a los altares de la religión justo por debajo de Santa Eduvigis, patrona de los afligidos y deudores. En otro de sus chascarrillos más felices, el rey Felipe IV le pidió un día a su amigo que le dedicase unos versos espontáneos, sabedor de la gran creatividad y arrojo de que hacía gala el poeta en sus círculos más íntimos. Quevedo salió del paso pidiéndole al monarca que le diese pie, refiriéndose con ello a que le diese un comienzo. Pero bien por la baja acústica de palacio o por la soberana estupidez del Cuarto Felipe, éste lo interpretó de otro modo y no tuvo otra que plantar su pie en las manos de don Francisco. No se descompuso por ello el poeta. Sin retirar la insigne zarpa, y en alusión directa a la inteligencia caballuna del rey, le dedicó de seguido los siguientes versos:

“Paréceme, gran señor,
que estando en esta postura,
yo parezco el herrador
y vos la cabalgadura.”

9. Detalle de la Plaza Mayor de noche. Autor, Zubitarra

Detalle nocturno de la Plaza Mayor de Infantes. Autor: Zubitarra

La reina tampoco fue ajena a las ocurrencias de Quevedo. Y es que Doña Mariana de Austria y segunda esposa de Felipe IV sufría de una cojera más que aparente, cosa de la que andaba sin duda muy susceptible. Nadie podía hacer ni la más mínima alusión o mofa a su discapacidad si no quería verse sometido a las iras del rey… Pero no ocurrió así con nuestro poeta, quien se apostó con sus amigos lo que no tenía a que era capaz de decirle a la reina en su misma cara que era coja, y bien coja. “Veréis como yo se lo voy a decir. No os quepa la menor duda” decía Quevedo a sus compañeros “¡Pero tú estás loco! ¿Cómo le vas a decir…? Si le dices que está coja, te cortarán en pedacitos y los echarán al Manzanares como pasto de los peces…”. Haciendo caso omiso de los consejos de sus amigos, Quevedo se llegó hasta el palacio real no sin antes tomar de los jardines una hermosa rosa y un clavel. Después se presentó ante la reina, dobló el espinazo a la moda de la época y con exquisita galantería le dijo a Doña Mariana: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, Su Majestad es-coja”.

10. La reina Mariana de Austria. Diego Velázquez. Óleo sobre tela. 1655-57

La reina Mariana de Austria. Diego Velázquez. Óleo sobre tela. 1655-57

Para quitarse el sombrero es la siguiente hazaña recogida en el anecdotario popular, que de ser cierta supuso un nivel de desparpajo difícilmente igualable en las monarquías absolutas y todopoderosas de aquel periodo. Se dice que estando un día Quevedo en palacio sentado a la mesa real, en compañía de numerosos miembros de la nobleza, ocurrió que en mitad del banquete fue a volcar accidentalmente un plato lleno de viandas sobre su compañero de mesa. La víctima, viéndose sus ropas cubiertas de salsa, no pudo contenerse y propinó un sonoro bofetón en el rostro al poeta, el cual no tuvo más ocurrencia que girarse a su vez y darle un guantazo al comensal del otro lado. Éste no era otro que el rey (como ya habrán imaginado). Los rostros palidecieron y la sala entera cayó en un silencio sepulcral mientras todos miraban al monarca, tieso como un mástil y con uno de sus mofletes hinchado peligrosamente. Pero de forma increíble Quevedo salió al paso con su habitual ingenio, y tras sobreponerse de la sorpresa dijo: “¡Que siga la rueda!”

11. Pisto manchego con huevo. Autor, Bocadorada

Pisto manchego con huevo. Autor: Bocadorada

Después de este anecdotario sublime, no nos queda sino esperar que la figura de don Francisco no vuelva a caer en el olvido, y que todo el mundo tenga presente a este genial escritor en el próximo aniversario de su fallecimiento. Escritor que supo servirse de su pluma para aliviar las penas de sus contemporáneos, y que con infinita maestría la utilizó como un fino estilete endiabladamente bien esgrimido. Un estilete con el que rebanó las presunciones y la pompa apolillada y rancia de una monarquía que por aquellos años, estaba claro, tenía signos de sumir a España en la más absoluta de las miserias… En cierto modo, si hacemos honor a la verdad, todavía no hemos salido de ella.

12. Retrato de Francisco de Quevedo. Obra atribuida a John Vanderham

Retrato de Francisco de Quevedo. Obra atribuida a John Vanderham

Publicado el 1 comentario

Entre carbón, viñas y raíles: los viejos trenes de Puertollano

Entre carbón, viñas y raíles: los viejos trenes de Puertollano

Desde que se inauguró la primera línea ferroviaria española a mediados del siglo XIX, entre Barcelona y Mataró, es mucho lo que ha llovido alrededor del mundo del tren. El ferrocarril constituyó un medio ideal para la comunicación y el desarrollo en numerosas zonas, que de esta forma potenciaron su economía y dieron impulso a un desarrollo en ocasiones efímero. Fueron zonas que tuvieron su auge gracias a la llegada puntual del convoy, que crecieron a una velocidad endiablada y que en muchos casos, con la clausura de la línea, perdieron su importancia y se despoblaron con la misma rapidez. Curiosamente, en aquellos años la riqueza no venía sólo del pasaje de viajeros, y junto a vagones atestados de obreros, madres y zagales, vendimiadores, tenderos y gallinas, el convoy transportaba también otros repletos de todo lo imaginable siempre y cuando fuese rentable hacerlo: ganado, agua, plomo, arcilla, vino, carbón… Al oeste de Ciudad Real, en la comarca del Campo de Calatrava, existieron ejemplos muy llamativos de estas líneas de carácter mixto.

En 1873 se descubrió carbón en Puertollano. La necesidad de dar salida a este producto llevó a la construcción de una línea férrea que finalmente conectó esta localidad con Madrid, Sevilla y los pueblos mineros del norte de Córdoba atravesando el Valle de Alcudia y las estribaciones de Sierra Madrona. El tren a vapor supuso una considerable ventaja respecto a la situación anterior, ya que hasta entonces el mineral se acarreaba a lomos de mulas y era sacado del valle por caminos infames donde ni siquiera los carros podían circular. Además del carbón, las estaciones del tren minero daban también servicio a viajeros de toda índole (en 1928, un billete entre dos paradas contiguas costaba entre 2 reales y una peseta). Los pasajeros más habituales eran mineros, cazadores y pastores (con perro) camino de sus quinterías, así como grupos de jornaleros que en verano se ocupaban de la siega en los campos de cereal. A las dehesas del Valle de Alcudia llegaban también porqueros para buscar trabajo en “la montanera”, es decir, el cuidado del cerdo a base de varear y acarrear bellotas para el engorde.

Pantano de Montoro en el Valle de Alcudia

                                                               Pantano de Montoro en el Valle de Alcudia

La línea fue desmantelada en los años setenta del pasado siglo por baja rentabilidad, pero en sus primeros tiempos las estaciones debieron ser todo un hervidero de viajeros, obreros, mozos de tren, vendedores y pilluelos de dudosa estampa, todos ellos merodeando por vagones y andenes bajo la atenta mirada del jefe de estación. El tren llegaba envuelto en humo y emitiendo grandes pitidos cuyo cometido era diverso: no sólo servía para alertar de su inminente entrada, sino que avisaba también a los operarios que debían accionar el freno de mano (puesto que estos trenes carecían de frenado automático), y que para este cometido viajaban encerrados en una especie de garita-ratonera bajo el techo de uno de los vagones. No hay que decir que el trabajo era de los menos solicitados en el mundo ferroviario y fuera de él.

Reparando la vía del tren minero. Autor, Fotos de Carrio

                                               Reparando la vía del tren minero. Autor: Fotos de Carrio

Una vez parado el tren, todo se aceleraba extraordinariamente. En el propio andén las situaciones grotescas se sucedían sin tregua. Era frecuente, por ejemplo, que los mozos de estación se compincharan con vendedores y mercachifles para endosar la mercancía al viajero, que ignorante de la emboscada no sospechaba lo que se le venía encima. El alquiler de almohadas tenía gran demanda en los viajes nocturnos. Pero aunque el folleto dejaba claro que las fundas se renovaban con cada viaje, la necesidad de afirmarlo y la propia actitud del tendero hacían dudar a más de uno. Durante los años de posguerra no eran raros asimismo los timos y hurtos de todo tipo, y en las estaciones más importantes las carteras volaban junto a piezas de carrocería, carbón, ruedas de vagoneta y hasta motores de tren completos que luego vendían por partes en los talleres cercanos.

La llegada del tren. Óleo sobre lienzo. Claude Monet, 1877

                                                  La llegada del tren. Óleo sobre lienzo. Claude Monet, 1877

Después, sonaba el silbato y el maquinista hacía circular de nuevo el convoy. Maquinista y fogonero formaban un dúo magistral en la época anterior a la electrificación de las vías, ambos unidos en la adversidad y con todo lo necesario para hacer de la máquina “un lugar donde vivir”. En su utillaje no faltaban sartenes y pucheros a fin de improvisar guisos en plena marcha, cosa que conseguían practicando un orificio en el domo de la caldera y colocando encima la olla rebosante de verduras. Y si la parada era larga nunca estaba de más un asado en el menú: para ello solo era necesario algo de maña y recalentar al fuego la pala de acarrear carbón…

Otra de estas curiosas líneas ferroviarias fue el tren a vapor de Calzada inaugurado en 1893 para conectar las localidades de Valdepeñas y Calzada de Calatrava, y que en 1903 se amplió pasando por Aldea del Rey hasta terminar en Puertollano. El Rey Alfonso XIII aprobó en 1907 una Ley por la cual se autorizó la prolongación del ferrocarril a Villanueva de los Infantes, aunque este proyecto nunca se llevó a cabo. Al igual que en el caso del tren minero, esta línea se creó para dar salida a los productos de la zona entre los que se encontraba el vino, pero el plan originario se malogró finalmente quedando todo en algo mucho más modesto. Efectivamente, hasta 1926 Valdepeñas careció de agua corriente y gracias a esta línea pudo abastecerse del preciado líquido al tiempo que servía de transporte para los viajeros.

Iglesia de la Asunción en Valdepeñas. Autor, Drewbee

                                                    Iglesia de la Asunción en Valdepeñas. Autor: Drewbee

Una de las características más sobresalientes del “trenillo”, como también se le conocía, era la extrema lentitud con que efectuaba los apenas 76 km de recorrido. Desde Valdepeñas hasta Puertollano, final de viaje, el sufrido pasajero dedicaba más de cuatro horas a mirar por la ventanilla, arreglarse las uñas o trabar amistades profundas con sus correligionarios. La causa se debía al carácter mixto de la línea, lo que ocasionaba innumerables pérdidas de tiempo a la hora de cargar o descargar las mercancías. En el apeadero de La Gredera, adonde el “trenillo” llegaba repleto de ociosos camino de unos baños muy frecuentados durante el verano, el regreso podía en cambio resultar un verdadero suplicio mientras se esperaba la carga de greda en el apartadero anexo… Ésto hacía perder los nervios a más de uno.

Y eso si no sufrían un descarrilamiento, cosa por demás frecuente cuando el convoy tomaba un tramo en curva con demasiada viveza. En esas circunstancias el retraso duraba lo que tardaban los vagones en ocupar nuevamente la vía, un trabajo esforzado al que se dedicaban con ahínco maquinista, operarios y en muchas ocasiones hasta los propios pasajeros. Las anécdotas pululaban alrededor de la lentitud del tren. En época de vendimia era habitual ver a los viajeros bajar del “trenillo” en marcha, entrar en las viñas, recoger racimos a manos llenas y alcanzar de nuevo el vagón, todo ello sin apenas despeinarse. Las dudosas hazañas del tren merecieron incluso una copla cantada con guasa en la zona de Valdepeñas: «El trenillo del Moral ya no puede andar de noche, se asusta de las olivas y descarrilan sus coches.»

Un antiguo apeadero de tren. Autor, Willtron.

                                                         Un antiguo apeadero de tren. Autor: Willtron

Afortunadamente estas anécdotas no reducían ni un ápice la seriedad del servicio. El reglamento era algo muy serio y las llamadas de atención, a menudo pintorescas, resultaban cotidianas en éste y otros trenes de la época. Por poner algún ejemplo estaba terminantemente prohibido subir a un vagón en marcha desde las vías, cosa lógica por otro lado si se quería evitar descalabros. Otros motivos de queja tuvieron que ver con los fumadores, el transporte de animales o la antiestética costumbre de colgar botijos de las ventanillas, algo frecuente en las tórridas tardes de agosto cuando ésta era la única solución para refrescar el agua y aligerar el sofoco que se sufría dentro de los vagones.

Custodiado por la la soberbia fortaleza de Calatrava la Nueva, el “trenillo” de Valdepeñas a Puertollano estuvo en funcionamiento durante setenta años hasta su clausura definitiva el día 1 de Septiembre de 1963, tras la mejora de las comunicaciones por carretera y el progresivo despoblamiento de los pueblos y comarcas que atravesaba la línea. Se conservan todavía en Calzada de Calatrava algunos recuerdos de su pasado ferroviario: una caseta de ferrocarril, algunos puentes y las piedras de la estación, poca cosa si hemos de considerar la gran actividad que tuvo en sus primeros años. En la zona donde se ubicaba el edificio y los andenes, los vecinos pueden disfrutar hoy de un merecido descanso en el parque Pedro Almodóvar… Pero sin duda, se trata de un recreo algo menos animado que la barahúnda y la alegría de aquellos años, cuando el “trenillo” cargado de pasajeros hacía sonar su silbato, atacaba los últimos metros y entraba triunfalmente con una hora de retraso en la tranquila localidad del Campo de Calatrava.

Castillo de Calatrava la Nueva, en Calzada de Calatrava. Autor, Mián Prici

                                    Castillo de Calatrava la Nueva, en Calzada de Calatrava. Autor: Mián Prici

Publicado el 10 comentarios

De caballeros andantes y bandoleros: Campo de Montiel

De caballeros andantes y bandoleros: Campo de Montiel

A lo largo de los siglos, las tierras sureñas del Campo de Montiel han sido escenario de conquistas y guerrillas sin cuento. Por sus caminos desfiló la élite de los ejércitos victoriosos, y a su sombra, tranquilos arrieros con sus recuas de mulas, pastores y ganados de trashumancia, hidalgos de fortuna, Quijotes en busca de agravios y Damas a las que servir. El paisaje es la estampa de unas gentes y una tierra moldeadas por la misma arcilla. Apariencia dura, pero también franca e ilimitada. Una vasta sucesión de llanuras onduladas y quemadas por el sol de agosto que dan paso a florestas en las zonas más agrestes y marginales: es el caso de los carrascales del sur, en los montes que flanquean el paso de Despeñaperros; las dehesas abrigadas junto al Jabalón y el Azuer o los bosques de sabina albar de Villahermosa, especie relicta de épocas más frías cuando el hielo y las glaciaciones dominaban en toda Europa.

Históricamente, el Campo de Montiel correspondía a ciertos territorios al sur del Tajo administrados por la Orden militar y religiosa de Santiago. La Orden los adquirió después de su reconquista por las tropas cristianas de Alfonso VIII, en 1213, campaña que completó Fernando III años más tarde con la caída del castillo de la Estrella en Montiel. Fue precisamente el carácter repoblador y administrativo de los de Santiago lo que permitió transformar un paisaje islamizado en el más conocido de villorrios, monasterios y castillos propio de las tierras de frontera.

Paisaje del Campo de Montiel

Paisaje del Campo de Montiel

Hoy la comarca se integra por completo al SE de la provincia de Ciudad Real (si excluimos Ossa de Montiel, perteneciente a Albacete), pero de alguna forma el carácter fronterizo ha presidido siempre su fisionomía, pues ya fue habitada por íberos y romanos que hicieron de ella paso obligado entre las vegas Béticas y los altos meseteños del norte. Su carácter marginal no menguó con el nombramiento de Villanueva de los Infantes como nueva capital de la comarca, y durante siglos el acceso desde el sur, o paso de Despeñaperros, infame camino donde los viajeros tenían que abandonar el carruaje y continuar a lomos de mulas, resultó un lugar predilecto para los bandoleros que asolaban toda Sierra Morena. En el siglo XIX fue escenario habitual de las luchas de guerrillas entre el pueblo y las tropas napoleónicas. Francisco Abad Moreno, “Chaleco”, capituló en Almedina, y en su cuadrilla figuraron otros de gran renombre como Juan Vacas y Juan Toledo, de quienes se dice que llegaron a reunir más de 400 caballos en sus hazañas bélicas contra el invasor. Más tarde las guerrillas continuaron con idéntico tono, aunque esta vez durante las luchas carlistas que libró el pretendiente Carlos contra el gobierno liberal.

La antiquísima historia del Campo de Montiel es terreno sembrado, como no podía ser de otra forma, para leyendas y dichos populares. En los pueblos resulta común observar a finales del estío el paso de los “Remolinos”, arbustos arrastrados por los fuertes vientos en cuyo interior se cree habitan ánimas benditas en busca de alguna misa o padrenuestro no cumplido. El “Tío Nazario” de la Torre de Juan Abad suele aparecer bajando por las cadenas de los calderos colgados de la chimenea, y también se repite el mito de la dama dulce, o “Dama de los Montes”, que en Ruidera toma la forma de un niño extraviado y hallado en curiosas circunstancias: al ser preguntado por los lugareños refirió que había pasado toda la noche arropado y en compañía de una misteriosa mujer…

Balconadas de madera de la Plaza Mayor. Villanueva de los Infantes

Balconadas de madera de la Plaza Mayor. Villanueva de los Infantes.

Las villas de la comarca, surcada de este a oeste por los ríos Azuer y Jabalón, muestran de forma generalizada la estampa de la llanura manchega: grandes espacios ondulantes, villas soleadas y presididas por un campanario altivo, a veces el único hito visible en el paisaje; las casas enjalbegadas de cal, los corrales de ganado; plazas soñolientas con olmos, niños y viejos; eras de trilla, cortijos a la distancia, aljibes y abrevaderos junto al camino. De manera especial destaca Villanueva de los Infantes, capital histórica de la comarca desde 1573 y cuya Plaza Mayor es una de las más bellas de Castilla la Mancha. Declarada hoy Conjunto Histórico-Artístico, este pueblo celebra en breve sus tradicionales fiestas de las Cruces de Mayo dedicadas a la Cruz y al misterio de la Pasión de Cristo, con hogueras y rondallas que acuden a las casas para cantar el Mayo a las Damas:

    “Esas tus mejillas
dos grandes violetas,
no ha llegado mayo
y ya están abiertas”.
“Tiene tu barbilla
un hoyo perfecto,
colmado de flores
que da gusto verlo”.

Montiel, exhibe todavía con orgullo los viejos muros del castillo de la Estrella, escenario de un enfrentamiento que marcó el carácter pacífico de esta villa enclavada en la vega del Jabalón. Castillo de renombre es también el de Alhambra, una fortaleza peculiar que data de la época Omeya. Pero más peculiar aún es el emplazamiento del propio pueblo, encaramado a un cerro aislado en mitad de la llanura y desde donde íberos, romanos, visigodos y árabes trazaron durante milenios los destinos de esta parte de España.

Castillo de la Estrella, en Montiel. Autor, Francisco Pérez

Castillo de La Estrella, en Montiel. Autor: Francisco Pérez.

Muchos pueblos de la zona exhiben un pasado insigne, como Torre de Juan Abad, donde se encuentra una casa perteneciente al genial Don Francisco de Quevedo; o Fuenllana, tranquila villa entre Infantes y Montiel que fue cuna del renombrado arzobispo de Valencia Santo Tomás de Villanueva, nacido en 1486. Pero sin duda, el hecho por el que la comarca será siempre conocida y renombrada es por ser el escenario elegido por Don Miguel de Cervantes para las andanzas de sus dos inolvidables personajes, Don Quijote y Sancho Panza. Villahermosa, Infantes, Ruidera, Argamasilla de Alba… Hoy el itinerario de Don Quijote es cita obligada de turistas venidos de todos los países el mundo, que recorren el paisaje llano y surcado de veredas y cañadas, o punteado de ventas, cortijos y molinos como quien esperase encontrar en cualquier trocha la alargada sombra del caballero andante y su resignado escudero.

Laguna Conceja, en Ruidera

Laguna Conceja, en Ruidera.

Según Don Quijote, en Ruidera el viajero puede conocer a las hijas y sobrinas de tan insigne dama, quienes fueron hechizadas por obra del mago Merlín y encerradas en las profundidades de la cueva de Montesinos. Amantes o no de la buena literatura, el lugar merece sin duda una parada obligada para deleitarse con el espectáculo de un collar de lagunas surgidas de la nada, y extendidas para formar el Alto Guadiana cantado por los poetas árabes. Desde el nacimiento del río y la primera de las lagunas, ambos enclavados en Villahermosa, pasando por los saltos de agua de la Lengua y la Redondilla, el castillo berberisco de Rochafrida y las lagunas de la Colgada y del Rey, las más grandes del conjunto, la ruta es sin duda sinónimo de misticismo y poesía para todo aquel que se acerque a contemplarlas. Y si a esto unimos el complemento de una comida a base de platos y caldos de la tierra, donde no falten las migas, los galianos, las gachas o el pisto manchego, la experiencia de conocer esta comarca será sin duda algo digno de escribir y de recordar… tal y como hizo Cervantes en “Su lugar de La Mancha”.

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Autor, El Bibliomata

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Autor: El Bibliomata.