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Riópar y las Reales Fábricas de San Juan de Alcaraz

Riopar Viejo albacete

Un patrimonio cultural y natural sencillamente impresionante


Reales Fábricas de San Juan de Alcaraz. Con este aristocrático nombre surgió uno de los primeros complejos industriales de Europa, poco antes del establecimiento de la Revolución Industrial.
Confluyeron las oportunas circunstancias para la creación de la primera fábrica de España y la segunda del Mundo, dedicada a la producción de objetos de bronce y latón; gracias a la iniciativa de un joven y emprendedor ingeniero austríaco coincidiendo con el afán de progreso del ilustrado Carlos III. Quién le concedió los privilegios necesarios.

Desde 1773 el hermoso valle de Riópar, donde los Romanos bautizaron las aguas puras del Flumen Mundus, todo cambió a mayor velocidad que nunca en su millonaria historia geológica.

Las aguas fueron domadas para trabajar en los ingenios hidráulicos imprescindibles para las instalaciones de El Laminador o el propio núcleo principal, así como otros menores. Los potentes recursos forestales puestos al servicio de aquel progreso todavía primitivo desconocedor de la sostenibilidad, la ecología y demás aspectos tan necesarios para el adecuado avance de la justa calidad de vida de todo y para todo, exterminaron el valioso bosque primigenio de robles y encinas, permitiendo siglos después los grandiosos pinares que a su vez con la consecuente y mejor experimentada gestión forestal irán permitiendo el retorno de los ancestrales robles, encinas, fresnos, olmos…

Como tantas otras cosas que todavía mantenían a España como una de las potencias económicas del planeta, surgió aquí en mitad de un paisaje medieval, la infraestructura más avanzada de la época a nivel mundial.

Pocos años después desde esta remota sierra, y producto del cobre o calamina de sus entrañas, se embarcaban en Cádiz rumbo a los virreinatos españoles, los más sofisticados objetos de bronce. Así como los gigantescos veleros atracaban en Cartagena de Indias o los buques de guerra conquistaban la Bahía de Pensacola, revestidos sus cascos con láminas de latón, fabricadas en los martinetes de El Laminador.


El valle de Miraflores acoge todo el trajín histórico de Riópar


Desde los orígenes de las aguas del río Mundo, pasando por el paso de Aníbal y sus famosos elefantes, a la cautivadora huella de los andalusíes en el trazado de alquerías, huertos y cascos urbanos; hasta el brillo del metal surgido de sus montañas, enriqueciendo la zona con todo el proceso desde la extracción, fundición, aleación y elaboración. Labor que permitió al complejo de las Reales Fábricas de San Juan de Alcaraz sobrevivir y prosperar durante más de dos siglos, autoabastecido de los bosques primigenios y la red fluvial, encauzada en centrales eléctricas, de las cuales todavía una en buen estado, pero abandonada y con riesgo de ruina, permanece digna, elegante y con ese atractivo inteligente que ofrece el patrimonio arquitectónico industrial de la Ilustración, impregnado de la esencia de la mejor arquitectura, basada en la firmeza, utilidad y belleza. Se encuentra junto a la presa del arroyo del Gollizo, la que a través del acueducto abastece los edificios principales de las fábricas. Precedida por una hermosa avenida de plátanos.

Y si no me equivoco, inexplicablemente no forma parte del Conjunto Histórico que comprende el Bien de Interés Cultural de todo el legado catalogado en la zona desde el actual Riópar hasta El Laminador.

Riopar Viejo albacete

Riopar Viejo albacete

Reales Fabricas de San Juan de Alcaraz riopar

Es muchísimo lo que se puede y se debe escribir acerca de este fascinante lugar. Agraciado por su orografía, geología, botánica, paisaje. Y colmado además por uno de los primeros complejos industriales Europa.

Mientras la fábrica crecía, España ayudaba a Estados Unidos a convertirse en el primer país de América: el conde de Aranda entregaba más de doscientos cañones de bronce a Benjamín Franklin, y el general Gálvez entraba «él solo» en la bahía de Pensacola, venciendo una de las batallas determinantes para la independencia estadounidense.

Finalizaba el último periodo del siglo XVIII, y aquí en la laboriosa colonia obrera de Riópar jamás se supo ni se sabrá, que parte de sus entrañas, laminadas en latón, quizá revistieron los más heroicos buques españoles de las últimas guerras, que con honores militares daban por vencedor al mejor estratega o al más valeroso soldado.

Puede que, de aquí, de un lugar tan creído humilde, tan ensimismado en su subsistencia, partieran también en forma de beneficios los muchos reales que España sufragó para la creación de la primera potencia mundial, a la cual, por cierto, también aportó, de aquellos primeros dineros, la creación del dólar, copiado de nuestros reales.

rio mundo riopar

muflon calar rio mundo albacete

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De aquella guerra romántica recuperamos Menorca, y con ello parte de esta hermosa sierra. Porque literalmente desde Huelva a Menorca, la Cordillera Bética, en cuyo centro está Riópar, nos hace sentir tan familiar desde los acantilados de La Mola de Formentera, hasta la sierra de Aracena, la preciosa imagen abrupta, colosal, magnífica, y tan irrepetible como el placer sensorial de contemplar por primera vez «El Reventón» del río Mundo, actuando soberbio y magnífico desde el anfiteatro calizo que lo acoge con la gloria del arte y la naturaleza, ante la mirada admirada de quien posee la suerte de saber ver tanto aquí, como en lo alto del pico Almenara, La Sarga o El Calar, la magnitud de un mundo que no se sabe tan abierto al Mundo.

La humilde sencillez de esta tierra, que tanto la honra, a la vez la limita a no quererse con la dimensión que merece. Estas sierras, estos valles, estas rocas, estos ríos, estos pueblos. Y toda su riqueza etnográfica, patrimonial y natural son uno de los reductos más hermosos de Europa, todavía por depurar. Ahora deben recibir lo que dieron. Que sus gentes, sus paisajes, sus recursos y su potencial retomen, recuperen y se retroalimente del saludable turismo sostenible. De la enriquecedora cultura que preserva el incalculable legado que desde los árabes y mucho antes, hasta las Reales Fábricas, han dado tanto a nuestra identidad cultural.


Pocos lugares ofrecen tantos recursos en un mismo sitio como Riópar


Cada camino de Riópar te conduce al fascinante espectáculo de contemplar incluso lo que no se ve, porque estos paisajes te inspiran e invitan a imaginar al Pernales huyendo por la sierra. A los obreros de la Real Fábrica entonando el emotivo himno de la fábrica, orgullosos de su labor. A los sabios andalusíes cultivando cerezos que dieron nombre a la sierra de Alcaraz. Al joven ingeniero austriaco recorriendo la sierra proyectando la mina, la ubicación de los talleres… Al ingeniero Real del Canal de Castilla diseñando una de las mejores presas de la época en El Laminador… A las personas de nuestra generación, entendiendo y valorando por fin el gran tesoro heredado que debemos disfrutar y legar a nuestros sucesores.

Riópar y toda la Sierra merecen ser queridos por todo lo que nos dan. Debemos, por inteligente interés, cuidar lo que nos mantiene, nos aporta y nos enriquece. «No sólo de pan vive el hombre».

Contemplar a los majestuosos buitres planeando por debajo de ti, mientras desde lo alto del pico de La Sarga, contemplas tierras de cuatro provincias, paisajes bellísimos, bosques inmensos. Rocas colosales tan valiosas como santuarios naturales, casi creados para sublimación del ser humano, como por ejemplo en Los Picarazos de Villaverde de Guadalimar. Hacen que uno además de sentir placer y privilegio por disfrutar de un paraíso semejante, también sienta orgullo del increíble potencial que contiene y que a todos nos beneficia y aporta.

Con la necesaria atención y cuidado, estas ancestrales villas, pueden y deben revalorizar sus cascos urbanos con actuaciones que los integren y armonicen con la acogedora arquitectura tradicional, ofreciendo al visitante ese buscado y deseado espacio de ocio y placer que tan agradables recursos y modos menos sacrificados de vida, deben conceder a residentes y turistas.

Lo tenemos todo. Sólo debemos ponerlo en valor para ser competitivos, atractivos y rentables. Doy gracias por cada una de las sensaciones que experimento recorriendo cada uno de estos lugares tan sencillamente hermosos.


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Un artículo de Salvador Carlos Dueñas Serrano para sabersabor.es ©

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Molineros de La Mancha, el arte de remar el viento

Molineros de La Mancha, el arte de remar el viento

En la balsa de Ramón hace tiempo que los grillos comenzaron a cantar. Son apenas las 8 de la tarde, pero el sol se esconde tras el cerro de los molinos y un aire de espigas, que llega del este, viene a refrescar el pueblo más que otros días. Quizás haya tormenta esa noche. Pablo “el de los Cantos” lo intuye mientras guía al borriquillo cargado de sacos vereda “alante” para atajar los últimos metros antes de la subida. En lo alto, donde el molino, se oye a ratos un coro de risas juveniles y femeninas. Van y vienen como vencejos en el viento solano, ahora se oyen, ahora callan por un tiempo. Vuelven de nuevo. Seguramente estará allí también su sobrina dándole a la sin hueso junto a las mozas del barrio. Dicen que van a bordar, sí. Siempre dicen lo mismo. Pero el tío Pablo sabe que, en la explanada del molino que da al norte, las vistas son mejores que en ningún sitio y el pueblo parece que se adorna de luceros al caer la noche, y que la brisa corre allí más fresca y juvenil, invitando a paliar junto a sus muros los ardores de una tarde de julio. Allí más que en ningún sitio su sobrina y las amigas de su sobrina pueden enterarse de los últimos chascarrillos de Genara, la esposa del molinero. Allí ríen mientras bordan tapetes bajo el vuelo de las polillas, (o palomitas, como él las llama) justo bajo la luz de la única bombilla que cuelga sobre la puerta. Con un guiño, la sobrina ha susurrado algo a las demás. Y de inmediato todas ellas recitan con guasa una antigua adivinanza castellana más vieja que las piedras:

“Vino no bebo,
porque agua no tengo,
que si agua tuviera,
vino bebiera”.

Por supuesto, como ya habrán adivinado, la respuesta es el molinero.

Campo de trigo a punto para la siega. Autor, Sybarite48

Campo de trigo a punto para la siega. Autor: Sybarite48

En las tierras del interior peninsular, de gran tradición cerealista, la aridez del clima y los escasos cursos de agua obligaron a buscar alternativas al molino hidráulico para la fabricación de harina. Éste, mucho más antiguo, se extendió con la cultura andalusí a lo largo de toda la Edad Media desde sus orígenes griegos y romanos. Pero su presencia en La Mancha siempre se vio limitada por las frecuentes sequías que secaban el cauce de los ríos, sobre todo en verano, precisamente cuando se produce la siega y la trilla del cereal. Por ello hubo que encontrar nuevos modos de obtener energía, y esta solución, por supuesto, vino del viento.

Los primeros molinos de viento ya fueron utilizados en China al menos desde el siglo V d.C, y desde el siglo IX d.C. también en el Medio Oriente. Estas primeras máquinas eran muy rudimentarias al estar las aspas dispuestas horizontalmente, pero se cree que España conoció gracias a los árabes el mecanismo (mucho más eficiente) del eje horizontal, lo que dio origen a los molinos mediterráneos con grandes velas latinas tal como pueden admirarse hoy en tierras murcianas. Algunos molinos andalusíes de esta época llegaron a tener hasta 16 velas, aunque por lo común variaban entre 8 y 10 según se usasen para molienda o bombeo de agua, respectivamente.

Molino del tipo mediterráneo en Cartagena. Autor, Nanosanchez

Molino del tipo mediterráneo en Cartagena. Autor: Nanosanchez

El molino de la Mancha puede considerarse un híbrido entre los molinos de Al-Ándalus y los procedentes del norte de Europa, estos últimos de origen incierto. Se dice que los primeros molinos de viento manchegos, y en general todos los europeos, surgieron con el regreso de los ejércitos que lucharon en los siglos XII y XIII por el Reino de Jerusalén. Las Órdenes de Santiago y de San Juan administraron con la Reconquista grandes propiedades en el centro-sur de la Península, y es probable que con ellos vinieran también las técnicas francesa e inglesa de molinería, que combinaron con la autóctona para desarrollar un modelo único. Una de las referencias más antiguas en Castilla-La Mancha se encuentra curiosamente en El Libro del Buen Amor, escrito en 1330 por Juan Ruíz, Arcipreste de Hita. Pero el tipo de torre cilíndrica y encalada con techumbre cónica que hoy admiramos en Alcázar de San Juan, Consuegra, Campo de Criptana o Mota del Cuervo, no se introdujo en la Mancha sino hasta mediados del siglo XV, difundiéndose después ampliamente por todo el territorio durante los siglos XVI y XVII.

Paisaje con molino. Aert van der Neer. Óleo sobre tabla, 1646

Paisaje con molino. Aert van der Neer. Óleo sobre tabla, 1646

Por fin el borrico de Pablo corona la pendiente. El hombre saluda al llegar con gesto hosco, descarga los sacos de trigo frente a la puerta y ayuda a «Fernandito», el molinero, a meterlos en su interior. El diminutivo de este último no es sino chanza local: ocho y pico palmos a ojo y espaldas como dos yunques de herrero. Fernando no es nacido aquí: es de Antequera, pero conoce su oficio como nadie. Sabe por ejemplo que los cereales más usados en la zona son el trigo, la cebada y “los titos” utilizados para la fabricación de harina de almortas, base de las tradicionales gachas. Dentro, la luz se escapa rápidamente. En la cuadra el molinero almacena los sacos frente a frente con los que contienen harina, y a continuación se los carga a la espalda para subirlos por la escalera de caracol hacia los pisos superiores. Además de la cuadra hay otros dos: el primero, o camareta, donde se cierne la harina ya molida, y el último o moledero, que aloja toda la maquinaria y donde se realiza el trabajo de la molienda.

Lienzo de muralla del castillo medieval de Consuegra. Autor, Jebulon

Lienzo de muralla del castillo medieval de Consuegra. Autor: Jebulon

Como todos los años al comienzo de temporada fue el tío Pablo quien ayudó a Fernando a “armar las velas”, es decir, colocar en las aspas los lienzos que cubren el esqueleto de madera. La amistad viene de lejos. También sube a veces para echar una mano cuando cambian los aires y es necesario orientar la caperuza del molino a favor del viento dominante. En éste, como en el resto de molinos manchegos, la caperuza y la maquinaria forman una estructura móvil que puede girarse mediante un torno portátil o borriquillo dispuesto en el exterior. El trabajo para mover todo el equipo era duro puesto que sólo el conjunto de ejes, ruedas y piedras de moliz pesaba casi 5000 kg. Una vez que el molinero se cercioraba del viento (existían hasta 12 de ellos en distintas direcciones), hacía girar la caperuza mediante un palo de gobierno atado al borriquillo, todo ello muy lentamente y con gran pericia hasta lograr la orientación correcta, tras lo cual daba comienzo la molienda. Los molinos se construían normalmente en colinas altas y despejadas cerca de los pueblos, y por supuesto todos tenían sus aspas colocadas en el mismo sentido. No era raro que el molinero dispusiese para este fin de un catalejo en la moledera, y así, espiando por el ventanuco, podía verificar con los molinos cercanos que las aspas remaban en la misma dirección.

Molinos de Consuegra. Autor, Punxsutawneyphil

Molinos de Consuegra. Autor: Punxsutawneyphil

El molino tiene sus tercios, como solía decir Fernando, ya que no solo se trataba de moler y almacenar la harina sino estar avisado del trabajo de las piedras, estudiar los vientos, remendar los lienzos, reponer las piezas rotas e incluso cumplir con el parroquiano tanto de día como de noche, si para ello era menester. Durante la posguerra los molineros estuvieron sometidos a una estrecha vigilancia con el fin de evitar el estraperlo. Inspectores vestidos de paisano se presentaban a cualquier hora para revisar los sacos y requisaban con frecuencia harina y grano si las cuentas no eran correctas. Por eso se molía de madrugada. Sin embargo eran todavía peores los cambios imprevistos de tiempo. Cuando había tormenta, la altura y el aislamiento del edificio lo hacían muy atractivo para los rayos, y no estaba muy atrás aquel día en que el molino de “Zoque” ardió por los cuatro costados al caer una “chispa” sobre el techado de carrizo. La maquinaria y las vigas, todo de madera, prendió en un santiamén y no hubo quien apagase el incendio hasta dos horas después por lo lejos que quedaba del pueblo. En las tormentas era también frecuente que el viento girase bruscamente, lo que obligaba a parar la molienda durante las “nubes” por el peligro de que unas rachas cambiadas destrozasen las aspas o el engranaje. El molino tiene sus tercios, sí. Y Genara cerraba la discusión diciendo que cada nube tiene su aire, refiriéndose seguramente a que según cambiaba la nube, así cambiaría el viento.

Siega en los campos de cereal. Autor, Büschgens

Siega en los campos de cereal. Autor: Büschgens

Con el molino a pleno rendimiento, el giro de las aspas se transmitía mediante ruedas y engranajes a un eje vertical que movía la piedra superior, o “volandera”, sobre la piedra fija inferior o “solera”. Pablo y «Fernandito» abren uno de los sacos para que el último se cobre su sueldo en especie, un procedimiento llamado maquila usado en el pueblo desde tiempo inmemorial. Por cada fanega de candeal (unos 55,5 litros) el molinero se toma un celemín o doceava parte de la fanega (unos 4,5 litros). Después del reparto la maquila se guarda en pequeños depósitos del molino llamados trojes, uno para el trigo y otro para la cebada situado más abajo. Aunque los molineros tienen fama de pillos, no es el caso de Fernando. Él es hijo, nieto y biznieto de molineros y lo lleva en la sangre desde que lo parió su madre. No sabe ni de espabiles ni de truhanerías. Con el «casamiento» recién cumplido llegó allí junto a su mujer hacía 30 años, y ambos saben que en la comarca se oyen muchos dichos de molineros. Pero ellos no hacen caso, y ríen: “Ni horno ni molino tengas por vecino”, sentencia uno de ellos; o ese otro, tan castellano:

“Tin, tin, tin
de cada fanega un celemín,
y si es de rico otro para el borrico,
y si la molinera no lleva jubón,
¡un celeminón!”

Más todavía ríen y se echan los ojos cuando, con proverbial lascivia castellana, el romance mete la directa y achaca al molinero todo tipo de líos de faldas. En uno de ellos, fechado a finales del siglo XVI, aparecen de nuevo juntas las dudosas proezas de molinero y hornero. Dice así:

“Un fraile y dos sacristanes
concertaron de moler
más trigo que dos gañanes,
y sobar muy bien los
y hacer el horno arder”.

Molino manchego en Campo de Criptana. Autor, M. Peinado

Molino manchego en Campo de Criptana. Autor: M. Peinado

El tío Pablo y Fernando vierten poco a poco el trigo en la tolva con la única luz de un candil. Un ingenioso aparato sonoro avisa al molinero cuando el grano está a punto de acabarse, lo que podría provocar un recalentamiento de las piedras, y al oírlo vuelve a echar más grano al recipiente. Así, con paciencia y buen hacer, el grano cae a golpes por un canal hacia la hendidura que hay en el centro de las dos piedras, la “volandera” y la “solera”. El movimiento giratorio de la piedra superior tritura el grano contra la base y poco a poco va desplazándose hacia fuera gracias a unas pequeñas hendiduras labradas a mano. En la parte exterior el espacio entre las piedras es más estrecho que en el centro, por lo que el proceso de molido ejerce cada vez más presión. De esta forma, al salir, la cáscara está totalmente separada de la harina (aunque mezcladas) y todo cae finalmente por un canalón hacia la camareta, donde Genara tendrá que colocar sacos para recogerlo y así cerner la mezcla con el cedazo.

Pero no sin antes hacer un alto en la molienda para cenar. Frente a la puerta, al amparo de la noche y de la única bombilla que alumbra el cerro, ya hay puesta una mesa baja. Al lado cuatro serijos de esparto y dos sillas, el porrón en el poyo, junto al muro, y sobre el mantel una fuente de tocino, un plato de queso en aceite, pan, navaja de ocho duros y muchas hambres por distraer. Tras unos minutos de espera que se hacen eternos, Genara y la sobrina de Pablo aparecen trayendo a cuatro manos la reina de la velada: una sartén repleta de gachas. Y viendo a su mujer en la puerta del molino, enharinada hasta el moño pero feliz, he aquí que a la memoria de Fernando llega el recuerdo de sus años jóvenes: los tiempos en que alguien le contó la historia de cierta molinera que vino a armar caballero al héroe con más donaire y arrojo que ha parido jamás tierra manchega. Por fortuna, malagueño como era, nunca pudo olvidar la cita:

“Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé venturas en lides”. (…) Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó Don Quijote que se pusiese don, y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes”.

“(…) Y, ensillando luego a Rocinante, subió en él, y abrazando a su huésped, le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas”.

Don Quijote y los molinos de viento. Grabado de Gustave Doré, 1863

Don Quijote y los molinos de viento. Grabado de Gustave Doré, 1863

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